Disclaimer: El mundo de Harry Potter no me pertenece. Es creación de J. K. Rowling.
Warnings: Slash (relación entre chicos)
Sirius Black versus Peeves.
Epílogo.
La noche ya estaba encima y la luna llena brillaba con fuerza en lo alto de la colina sobre la cual se alzaba la Casa de los Gritos.
Remus se encontraba solo, merodeando entre los pequeños arbustos del descuidado jardín de la vieja casona mientras alzaba la cabeza cada dos por tres para admirar el montón de brillantes estrellas que acompañaban a la enorme luna aquella noche. De pronto, el melancólico aullido de un lobo llenó sus oídos.
Al instante, Remus apartó los ojos del cielo posándolos en los elevados y frondosos árboles que bordeaban el pequeño jardín.
'Está en el bosque' pensó, mientras el eco de aquel aullido reverberaba entre la bruma.
Atraído por ese enigmático sonido Remus se adentró en la espesura mientras un segundo aullido, prolongado y vibrante y diferente a la voz triste del lobo, volvía a extenderse por el cielo estrellado. Al escucharlo, Remus apretó el paso. El lobo no estaba solo.
Tras caminar unos cuantos minutos, logró abrirse paso por entre las ramas caídas y los matorrales y al fin pudo verlos. Ahí, en un rincón brumoso del bosque, donde la luz de la luna se filtraba por entre la vegetación dando al entorno un toque mágico y misterioso, estaba un lobo gris, y junto a él, un enorme perro negro de orejas triangulares. Remus se quedó mirándolos completamente asombrado porque el lobo no solo parecía relajado ante la compañía del perro, sino que además lo dejaba lamerle sin mostrarse huraño ni salvaje. El gran perro negro lamía los pequeños arañazos que rasgaban el cuello del lobo mientras éste elevaba la cabeza hacía el cielo para aullarle a la luna. Después el perro también alzó la cabeza y su aúllo se unió con el del lobo.
Remus estaba tan extasiado mirándolos que no se percató del enorme ciervo que serpenteaba por entre los árboles, muy cerca de donde él se hallaba de pie, hasta que éste entró en su campo visual al acercarse a ambos canes. A pesar de que el ciervo era grande y su cornamenta parecía fuerte, Remus temió que el lobo se lanzara sobre él para devorarlo si se acercaba demasiado. Pero el ciervo no parecía temer lo mismo pues permaneció erguido, majestuoso y altivo frente al lobo mientras éste lo miraba fijamente durante un momento. Cuando Remus vio que el lobo se alejaba de su compañero y empezaba a olisquear al recién llegado, comprendió que no había nada que temer, el ciervo no peligraba. El perro negro estaba por acercarse a ellos cuando algo entre la hierba llamó su atención. Soltó un ladrido de alerta y enseguida el lobo y el ciervo se mostraron vigilantes. Una pequeña rata parda merodeaba entre los matorrales buscando algo para comer. El perro le gruñó juguetonamente y el asustadizo roedor corrió a ocultarse entre las ramas de un arbusto que se hallaba bastante cerca del lobo gris, en donde se entretuvo mordisqueando unas cuantas bellotas silvestres.
Remus miró al peculiar cuarteto sin saber exactamente qué significaba todo aquello, si es que acaso significaba algo. Se quedó observándolos un buen rato, analizando sus extraños comportamientos. El ciervo, la rata y el perro no parecían temer en absoluto al lobo que seguía aullando a la luna, y este por su parte tampoco los dañaba sino que lucía bastante complacido por su compañía… tanto que sus aullidos ya no eran lánguidos ni tristes. Remus los veía jugar entre ellos; el ciervo con el perro, la rata con el lobo, el ciervo con la rata, y el perro con el lobo. Y al observarlos detenidamente pudo notar que el perro y el lobo no jugueteaban entre sí como lo hacían con el ciervo o la rata.
El perro y el lobo se lamían uno al otro de una forma diferente… casi cariñosa. Se daban pequeños empujones y mordiscos ligeros sin dejar pasar la oportunidad de rozar sus hocicos constantemente. El perro siempre al pendiente del lobo y el lobo, a pesar de su naturaleza salvaje, se mostraba siempre dócil ante los jugueteos de su compañero. Fue entonces cuando una chispa se prendió en el cerebro de Remus, una chispa que se transformó en una gran luz justo en el momento en que el perro dejó sus juegos con el lobo y se acercó a él sin dejar de mirarlo con sus brillantes ojos grises como si en ese preciso instante se hubiera percatado de su presencia.
'Sirius' musitó Remus con voz entrecortada al inclinarse y verse reflejado en aquellos ojos.
La lengua grande y áspera del perro se deslizó por el rostro de Remus llenándolo de saliva. Remus no pudo evitar sonreír y alargar la mano para acariciarle las orejas. Disfrutando del suave contacto el negro can dejó escapar un gemidito de gusto y restregó alegremente su cabeza contra la mano amable, lamiéndola cariñosamente un par de veces. Luego, se miraron largamente una vez más y, al fin, el perro se apartó de él y fue a reunirse nuevamente con el lobo que estaba a unos cuantos pasos de ellos. Cuando Remus levantó la vista para mirar al lobo gris, dorado se encontró con dorado y fue entonces cuando supo que se estaba mirando a sí mismo. Él era el lobo. Ambas miradas se mantuvieron conectadas solo unos segundos más pues, al escuchar que el ladrido del perro negro lo llamaba a perderse con él en el bosque, el lobo rompió el contacto visual y echó a correr tras su fiel compañero llevando a la rata y al ciervo detrás.
Con una sonrisa en los labios, Remus los vio internarse en la espesura del Bosque Prohibido… y después no supo más. Aquel rincón brumoso del bosque se desdibujó de su mente entre remolinos de luz y oscuridad cuando sintió el cálido roce de unos labios sobre los suyos.
Aquellos labios suaves se apartaron un poco de su boca y Remus los sintió deslizarse hacia su oído.
- ¿Soñando conmigo, lobito?... -Al escuchar aquella masculina voz, Remus abrió lentamente los ojos.
Sirius estaba inclinado sobre él y, a pesar de la penumbra que aún cubría con su manto oscuro esa zona de la enfermería, Remus pudo ver que sonreía abiertamente. Sorprendido, el joven licántropo se incorporó con cuidado.
- Sirius... ¿qué haces aquí?
- ¿No es obvio, Rem?... Anoche tuvimos luna llena y he venido a asegurarme de que mi licántropo favorito está bien –respondió Sirius dejando la capa de invisibilidad y una pequeña caja que había traído consigo sobre la mesita de noche.
Remus sonrió, seguro de conocer el contenido de la cajita, y después miró a su alrededor. Los biombos que solían rodear su cama habían sido retirados de su lugar y la penumbra que dominaba la enfermería empezaba a diluirse lentamente entre los tenues rayos de luz que comenzaban a asomarse por la ventana.
Sirius, tomando cuidadosamente el rostro de su chico para examinarlo, dejó caer su penetrante mirada gris sobre él y sobre su cuello.
- Parece que el lobo no se ha portado tan mal después de todo -apuntó- Aunque estás pálido y ojeroso… y helado –añadió al tocar su frente para retirarle los cabellos que caían sobre ella.
- ¿Qué?... No, nada de eso... Estoy bien, Sirius –se apresuró a aclarar Remus- En todo caso, el chocolate que has traído me ayudara a… ¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó al ver que su amigo empezaba a jalar sus sábanas.
- No, no estás bien –puntualizó Sirius sin dejar de jalar las mantas con toda la intención de meterse con él a la cama- Y necesitas algo más que chocolate para calentarte.
- Sirius -resopló Remus, ligeramente desesperado- No puedes quedarte conmigo.
- Rem, sabes que soy el único que puede ayudarte a entrar en calor.
- Sí, pero... ¿Qué has dicho? Para que lo sepas el chocolate me da más que suficientes calorías.
- El chocolate de ninguna manera es mejor que yo.
Remus se llevó un par de dedos al puente de la nariz implorando paciencia.
¿De verdad estoy teniendo esta discusión? ¿Sobre quien es mejor entre el chocolate y Sirius Black?... Santo Merlín.
- Sirius, Madame Pomfrey puede venir en cualquier momento y no creo que…
- Ella no vendrá hasta dentro de unas horas -soltó Sirius haciendo gala de una paciencia que tampoco él tenía- Justo ahora está muy ocupada atendiendo a unos Slytherin que comieron algo en mal estado durante la cena de anoche.
Viendo que Remus lo taladraba con una mirada suspicaz, Sirius sacó el mapa del merodeador de uno de los bolsillos de su pantalón y, tendiéndoselo, añadió:
- Puedes comprobarlo por ti mismo.
Remus tomó el mapa y comprobó la ubicación de la enfermera. Suspiró aliviado. Resignado, dejó el mapa a un lado y se hizo a un lado para hacerle espacio a su amigo.
Pero antes de dejarlo acomodarse, dijo:
- Por favor, dime que no fuiste tú quien adulteró lo que sea que hayan comido esos Slytherin …
- No he sido yo–dijo Sirius poniendo el mejor gesto inocente que tenía mientras trataba de tenderse junto a su chico.
- Sirius que te conozco...
- De acuerdo, Rem -soltó Sirius. Su gesto increiblemente parecido al de un niño resignado que ha sido cogido en falta- No solo fui yo, James y Peter colaboraron también... ¡Tenía que verte!
Remus se llenó de ternura al escuchar el tono de su voz. Meneó la cabeza considerandose a sí mismo un caso perdido (pues nunca sería capaz de resistirse a la manera tan particular que Sirius tenía para demostrarle interés y cariño. Eso implicaba también que por más que lo intentara nunca podría pararles del todo los pies a sus amigos cuando estaban resueltos a salirse con la suya). Valiente prefecto estás hecho, Remus Lupin pensó para sí mientras dejaba que Sirius se acomodara a su lado y compartía sus sábanas y su almohada con él.
- ¿Y esa carita triste de donde salió? -preguntó Sirius al notar su semblante.
- Pensaba que no soy tan buen prefecto como Dumbledore esperaba. En vano me ha dado ese nombramiento.
- Sé que lo dices porque los merodeadores somos incorregibles -apuntó Sirius con una sonrisa traviesa- Pero tú, Rem, antes de ser prefecto fuiste merodeador. Sin embargo, para su tranquilidad, señor prefecto, le informo que no en vano ostenta usted tal cargo.
Remus rió ante el tono aristócrata y serio de su amigo sabiendo perfectamente que estaba tratando de animarlo.
– Es en serio, Rem -murmuró Sirius cuidando no lastimarlo al envolverlo entre sus brazos- Mira, sé que no te gusta pero si tú en tu papel de prefecto no nos cubrieras la espalda cuando necesitamos consultar algún tratado de animagia avanzada en la sección prohibida, o cuando sustraemos ingredientes prohibidos del armario personal de Slughorn para elaborar las pociones necesarias para la transformación no estaríamos tan cerca de lograrlo.
- ¿De verdad están tan cerca? –preguntó Remus tratando de ignorar el hecho de que, en efecto, abusaba de su cargo de prefecto en ese sentido (y es que no podía evitar pensar en todo el dolor y sufrimiento que se evitaría a sí mismo si el lobo pudiera contar con esa compañía en luna llena).
- Sí, Rem, lo estamos. Solo nos resta realizar el ritual que nos indicará, de acuerdo a nuestro ser interior, en qué animal nos convertiremos.
Remus sonrió. De pronto, aquel sueño que recién había tenido volvía con fuerza a su mente.
- Yo conozco el resultado de ese ritual, Sirius. Podría decirte en qué animal te convertirás.
- ¿En serio?
- En serio.
- ¿Cómo es que…?
- No preguntes cómo lo sé. Solo lo sé. ¿Quieres saber cual será tu forma animaga?
Sirius lo miró y Remus, al perderse en la mirada llena de curiosidad de su amigo, dijo:
- Será un hermoso perro negro de ojos grises.
- ¿Un perro?
- Así es.
- Un perro.
- Sip.
- ¿Me convertiré en un perro negro?
- Sí. Piensalo. En verdad te va bien. Eres leal y fiel, eres ruidoso y no puedes quedarte quieto pero también eres muy buen amigo, y muy cariñoso. Además..., así tendré con quien aullarle a la luna.
Sirius se quedó pensativo durante un momento. Después miró a Remus, quien sonreía encantado ante la idea. Al verlo sonreír de aquella manera, el chico de ojos grises sentenció convencido:
- Entonces así será.
- Solo hay un pequeño inconveniente…
- ¿Cuál es?
- Que llenarías de pulgas mi cama.
Sirius soltó una carcajada y, acercándose a él con claras intenciones de besarlo, dijo:
- Tendrás que acostumbrarte a ellas, primor, porque no pienso dejar de compartir la cama contigo.
Remus dejó que su chico le mordiera los labios durante un minuto y después sonrió y, con un divertido deje de resignación, apuntó:
- Si no hay remedio…
Sirius volvió a reír, lo apretó un poco más contra su cuerpo, y siguió repartiendo besos suaves en el cuello del castaño mientras decía:
-Ahora, piensa, Rem... Tienes que ayudarme a encontrar un nombre que haga justicia a mi forma animaga.
La pequeña cama crujió ligeramente bajo el peso de ambos cuerpos cuando Remus se pegó a Sirius entrelazando sus piernas con las de él al tiempo que comenzaba a susurrar posibles nombres. Sirius lo llenaba de besos y reía contento al verlo emocionado proponiendo un nombre tras otro. Remus también reía y, en su interior, esa alegría era aún mayor pues se sentía inmensamente afortunado y agradecido... Pronto ya no habría más dolorosa soledad en las noches de luna llena.
FIN.
N/A: Sobra decir que Remus dejó de estar helado en cuanto Sirius se metió entre sus sábanas XDDD.
Por cierto, a quienes han llegado hasta este punto... ¡Gracias! Mil gracias por estar ahí, por leer y por comentar. Espero que hayan disfrutado de este pequeño epílogo y espero también sus opiniones al respecto : ) Un beso a todos y nos leemos pronto en alguna otra historia!