Hola de nuevo!
Sí, hacía mucho tiempo que no actualizaba esto. Los estudios son cosa mala, jajajaja.
Ayer se me hizo la luz y decidí retomarlo. Y aquí estoy, con una nueva viñeta.
Muchas gracias a Dryadeh por alentarme en el proceso creativo, aunque hayas sufrido mucho :D
Es algo original, algo del tipo a una voz en off que narra los hechos, totalmente referidos a Snape y a Lily, así que está dentro de los parámetros.

Nada más, espero que os guste. Todo lo reconocible es de Rowling, el resto, propiedad de los últimos coletazos de delirios de mi faringitis, jajaja.


16. Fastidiar.

Por más que lo intentaba, no lo conseguía. Honestamente, le resultaba más que difícil entender las razones que llevaban a una chica lista, inteligente, guapa, amable…en definitiva, a Lily, a relacionarse con aquel engendro demasiado extraño que era Snivellius.

¡Relacionarse, no! Como hubiera dicho su buen amigo Sirius, relacionarse era un término que no debía tomarse a la ligera en casos como aquel. Lo que Lily estaba haciendo era atentar contra el sentido común de toda persona que estuviera sana y en sus cabales.

No se paseaban juntos, eso sería demasiado. James sería capaz de enviar un par de lechuzas a San Mungo e internarla en el sanatorio antes de que aquello pudiera ocurrir. Lo que, a razón de los acontecimientos que se sucedían, no tardaría mucho en ocurrir, desgraciadamente. Sin embargo, era habitual verlos sentados juntos debajo de un árbol al atardecer. Remus decía que estaban leyendo un libro. Él mismo tenía experiencias de leer libros al atardecer, y desde luego, no se pegaba tanto a su compañero de lectura como Snape a Lily.
Lo grave fue cuando un día James comprobó que también ella apoyaba su cabeza en el hombro de aquel tipo. Estuvo tentado a gritarle que se alejara, que llenaría su hermoso cabello de grasa e inmundicia, pero el siempre sensato Remus le disuadió de aquello.

En la biblioteca también se sentaban juntos. Para acabar una difícil tarea de Pociones, para lograr un excelente trabajo en Historia de la Magia. Nunca para charlar, le constaba que Lily era una muchacha sensata y formal que nunca se pondría a charlar sobre temas triviales en la Biblioteca de Hogwarts. Pero todo podía cambiar, en contra de lo que James pensaba. Era cierto, no charlaba. Pero se pasaban notitas, con un contenido totalmente absurdo, obviamente y después de leerlas, ella se sonrojaba levemente o sonreía entre la pila de libros que los asediaban.

La Biblioteca era un lugar fascinante. Había aprendido a calcular ángulos de visión sin saber si quiera como se llamaban. Él los llamaba "Métodos y técnicas de supervisión". Sabía desde qué mesa podía ver a Lily sin que ella se diera cuenta. Oculto detrás de una mesa de unos chicos altos de Hufflepuff, estratégicamente situado, separados entre sí el espacio justo para que James y Sirius pudieran vigilar los movimientos del enemigo.

Porque sí, aquello ya se había convertido en una guerra. La declaración oficial se hizo aquel día en el que, educadamente, porque Lily siempre lo era, ella había rechazado acompañarles en su visita a Hogsmeade , tan sólo porque Snivellius estaba en la enfermería. Por supuesto, el hecho de que Sirius hubiera paseado por el mismo corredor por donde después Snape resbaló en una extraña masa pegajosa, no tenía nada que ver.
Una visita a Hogsmeade nunca fue tan aburrida, había dicho Peter. Y con razón. James se pasó todo el tiempo deseando volver, o en su defecto renegando de todo lo que tenía que ver con el quejita aquel. ¿¡Qué tenía Snape que no tuviera él mismo!? Prefería, sin embargo, no pensar en lo que pudieran estar haciendo en la soledad de la enfermería. Soledad absoluta, pues hasta Poppy se había ido a Hogsmeade.
Cuando volvieron, Lily aún no había regresado de la enfermería, y aquello fue tomado como un agravante de la causa.

Justo entonces, James decidió que era el momento de actuar. Fuera lo que fuera que Snape le había dicho a Lily para que estuviera con él, tenía que acabarse, y de raíz. Le llevó al menos una semana decidir su plan perfecto, habiendo milimetrado cada uno de sus movimientos, incluidas las represalias de Remus y las posibles reacciones de Lily. Inmerso como estaba en el plan, no se dio cuenta de que la relación de Snape y Lily estaba atravesando por un mal momento, hecho que fue advertido por Remus y Sirius, aunque no supieran la razón. Ambos creyeron poco oportuno decírselo a James, aunque, claro está, ambos por diferentes motivos.

Un hermoso día de primavera fue el escogido para efectuar su maravilloso plan. Snivellius estaba solo, sentado bajo aquel condenado árbol, y Lily estaba algo alejada, divirtiéndose con unas amigas. Como debía ser.
Aquel hermoso día, al salir de los TIMOS, que para nada le restaba hermosura ni belleza, James y Sirius colgaron a Snape boca abajo, con sus pantalones cayendo y su poca agraciada ropa interior a la vista de todo el mundo. El plan no era exactamente así, había retoques que pulir. Sin embargo, hubo cosas con las que James no contó.

No se le había ocurrido pensar que Lily subiera desde el Lago a defender a Snivellius, bastante encolerizada, por cierto. Para ser sinceros, si que lo había pensado, después de que Sirius escuchara atentamente su plan la noche anterior y le expusiera su opinión. La reacción de Lily sería defenderle, y dado el orgullo o como quiera que se llamara, de Snape, éste rechazaría su ayuda. Campo libre para ti, amigo, dijo Sirius. Lo que James no esperaba era tanta vehemencia en la defensa.
Lo que tampoco hubiera imaginado era que Lily se hubiera puesto a la defensiva con él, y le hubiera dicho, públicamente, toda aquella retahíla de cosas poco bonitas y apropiadas para una chica lista, inteligente, guapa y amable como ella. Eso si que era novedoso.

Se quedó unos segundos quieto, frío y sin saber qué hacer, pero rápidamente se dio cuenta de cómo podría tratar de encauzar la situación con ella. Se sonrió para sí mismo y se dijo que, al menos, tenía entretenimiento aquella tarde.
- ¿Quién quiere ver cómo le quito los calzoncillos a Snape? .- preguntó James, sabiendo que su plan había concluido, de ninguna forma fracasado, pero simplemente haciéndolo por el motivo que lo había hecho todo: fastidiar.