Capítulo 1


Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.

Beteada: 6 de mayo de 2018


—Esta es lo único que te queda —casi le escupió el hombre de negros cabellos. Harry intentó respirar, tomar aire, lo que fuera, pero apenas podía. Voldemort acababa de asesinar al director de la escuela. Albus Dumbledore y muchos otros habían muerto y ahora el hombre que estaba a cargo de su vida y bienestar no era otro que Severus Snape. El hombre que lo odiaba a muerte. ¿Y qué le había propuesto el hombre? La solución más tenebrosa y disparatada que podía pensar. Unirse a un mortífago en un matrimonio arreglado y desaparecer hasta que le fuera posible derrotar a Voldemort. Porque él sabía que Lucius Malfoy continuaba siendo un mortífago en cuerpo y alma.

—¡No, eso no es cierto! —intentó soltarse del agarre de su profesor, pero haber estado maltratando su cuerpo esos días no le ayudaba en nada. —No voy a casarme con ese hombre, ¡es un mortífago! —de pronto escuchó un sonido agudo y sintió dolor en su rostro. El profesor le había pegado. Se le aguaron los ojos y se llevó una mano al rostro.

—Harás todo lo que yo te diga, Potter. Soy tu guardián y voy a prepararte para que derrotes a ese monstruo de una buena vez. No como el tonto de Dumbledore que te tenía lástima —lo empujó contra uno de los sillones. —Te casarás con el señor Malfoy, él es el único que puede protegerte ahora. ¿Pero qué digo? Es el único que está dispuesto a completar lo que se requiere con un mocoso impertinente como tú porque si por mí fuera te dejaría a merced del señor tenebroso para que lo primero que hiciera fuera encontrarte y asesinarte. No sin antes torturarte, claro está.

—No, profesor. Por favor, no me haga esto, se lo suplico.

—Harás lo que yo te ordene y es mi última palabra.

Y así comenzó la tortura día y noche. Las clases de oclumancia, las clases de magia oscura y las visitas de Lucius en preparación para la ceremonia. El hombre se satisfacía viéndolo enrojecer y provocándole más humillación que la que el profesor, ahora convertido en director, podía causarle.

Pero la noche que lo marcaría para el resto de su vida fue la noche de bodas. Un mago del ministerio vino a la mansión Malfoy a casarlos. Harry apenas había logrado retener lo que había desayunado y se hallaba cada día más débil. ¿Acaso esos dos hombres no podían ver que lo estaban matando lentamente?

Día con día, noche con noche, le iban endureciendo el alma, pero esa noche fue la peor de todas. Sería la que marcaría no sólo la vida de Harry sino el futuro del mundo mágico. Esa noche Lucius consumó su matrimonio frente a los atentos ojos del profesor Snape. Una y otra vez, en contra de su voluntad y consentimiento, Lucius Malfoy lo marcó por dentro y por fuera, en el alma y en el corazón. Con vara de hierro y fuego.

Harry dejó de comer e incluso intentó terminar con su vida en varias ocasiones sin lograrlo hasta que llegó el día en que tuvo que enfrentarse al señor tenebroso de todas formas. Pero había sido entrenado y a pesar de su cuerpo y de su mente débil, logró vencer al monstruo.

De ese día en adelante comenzó la era de Harry Potter, una era tan oscura como la del mismo Voldemort, con la única diferencia que no había matanzas de muggles o sangres sucias... sino de sangres puras. Especialmente los sangre pura que se habían burlado de él, que lo habían condenado y lo habían obligado a ser su salvador.

Con todo, dos de esos sangre pura vivirían para contarlo.


Ese día Harry despertó en su cama en la Mansión Malfoy. A su lado su esposo, Lucius, esperaba aburrido a que despertara.

Se sentía atolondrado, pero no débil y eso lo sorprendía sobremanera. Sentía como si la magia recorriera su cuerpo, deseosa de ponerse en acción. Poder, todo el poder liberado que había sentido al momento de exterminar a Voldemort ahora corría por sus venas sin esfuerzo.

—Finalmente despiertas, muchacho —siseó el rubio a su lado— ahora que has derrotado al lord tenemos muchas cosas que hacer. El mundo mágico nos espera para que seamos sus señores.

—¿Sus señores? —murmuró sin sentir nada de emoción.

—Sí, con tu fama y mi dinero Fudge no tendrá otra opción que entregar el ministerio en nuestras manos y pronto comenzará una verdadera era de orden en el mundo mágico como nunca se había conocido jamás —el hombre parecía resplandecer con los planes que había forjado en su cabeza.

Harry se levantó de la cama y se sentó, sintiéndose diferente.

—Creo que eso no será posible —dijo en un tono de voz que no delataba nada. El rubio entrecerró los ojos con molestia y se acercó al joven con impaciencia.

—¿Qué dijiste?

—Dije que eso no será posible... adorado esposo mío —y levantando una mano hizo que Lucius dejara de respirar y lo escuchara atentamente. —De hoy en adelante, en esta unión, seré yo el que diga qué es lo que se va a hacer. ¿Entendido? —Lucius gruñó y se puso rojo de la ira, pero cuando aquel agarre mortal comenzó a asfixiarlo tuvo que asentir. De inmediato Harry permitió que cayera al suelo.

—Ahora, adorado esposo... quiero que llames a Severus a la casa. Necesito ajustar unas cuentas con él. Y nada de trucos — Susurró y Lucius sintió un dolor en el medio del pecho tan potente como un cruciatus, pero concentrado sólo en ese lugar, como un ataque al corazón.

Cuando tuvo consciencia nuevamente de sus alrededores estaba frente a la chimenea de la sala, solo y tirado en el suelo. Tenía que llamar a Severus de inmediato.

Apenas habían pasado diez minutos cuando Severus Snape hacía su entrada a la Mansión. Se halló frente a un Lucius muy pálido y con temor en sus ojos. —¿Lucius? ¿Qué es lo que sucede? —preguntó el profesor con curiosidad, el rubio le respondió casi tartamudeando, pero controlándose de hacerlo al final.

—Severus... Harry, mi querido esposo, quiere hablarte.

—¿Tú querido esposo?

—Sí... Severus, su querido esposo, Harry Potter —la sonrisa en aquel rostro de niño era cruel y Lucius al escucharlo tembló. El profesor estuvo a punto de insultarlo e intentar humillarlo, pero Harry continuó. —Es que quiero que sean los primeros en ser testigos de cómo comienza mi reinado en el Mundo Mágico —un rayo de luz salido de los dedos del joven hizo que Severus fuera arrojado por los aires, un segundo rayo hizo que Lucius cayera a su lado.

El joven cerró los ojos y la magia lo rodeó haciéndolo resplandecer. Lucius sintió las barreras de la Mansión caer ante la magia y luego, como un potente llamado en sus propias venas, sintió aquella magia llamándolo, cuestionándolo y haciéndolo completamente suyo. Sintió también el temblor de la tierra cuando aquella magia salió en todas direcciones, cientos miles de ondas mágicas que atravesaron el cielo como relámpagos de luz en dirección a todos los magos importantes.

Una magia que doblegaba mentes desde aquel distante punto en Inglaterra. Cuando la magia desapareció finalmente el joven ni siquiera se tambaleó del esfuerzo. Simplemente extendió ambas manos y se acercó a los dos hombres en el suelo.

—Me enseñaste muy bien, Severus. Tú también, amado mío. Así que es tiempo de que reciban su recompensa. Quiero que ambos estén a mi lado cuando todos vengan a rendirme los debidos respetos y a reconocer mi soberanía —como impulsados por una fuerza invisible las manos de ambos se levantaron y tomaron las de Harry.

No bien lo hubieron hecho la magia volvió a pulsar alrededor del joven cuerpo y todo a su alrededor se volvió nebuloso. Cuando volvieron a abrir los ojos el lugar no se parecía en nada a lo que había sido originalmente la mansión Malfoy. Ahora parecía más una enorme fortaleza de piedra mágica que de alguna forma tenía semblanza con lo que había sido alguna vez el escondite del que no debía ser nombrado.

Ese fue apenas el primer cambio que hubo porque cuando los magos de todo el mundo comenzaron a llegar a aquel lugar las cosas comenzaron a pintarse del verdadero matiz que serían el resto de sus vidas... lúgubre.


Severus se aferró a la piedra del suelo mientras el mago continuaba embistiendo su cuerpo. Las únicas dos personas adicionales allí eran lord Potter y su esposo. Ambos sentados en lo que parecían ser tronos de piedra.

Los ojos verdes no dejaban de mirar el cuerpo del ex profesor, aun cuando parecían no tener expresión alguna. Gimió de dolor al sentir cómo, por no sabía cuál vez, su cuerpo era forzado. Sabía que no importaba cuántas veces lo hicieran, su cuerpo volvería a ser mágicamente, como si nada hubiera pasado. Esa era la maldición que el joven Gryffindor le había impuesto a su cuerpo. Virginidad perpetua.

Al lado del joven lord, Lucius Malfoy apretaba sus dedos contra los brazos de la silla. No era que no estuviera acostumbrado al espectáculo. Su ansiedad era por una razón muy diferente. Ahora que su querido esposo era el que llevaba la voz cantante en aquella relación una maldición le había sido impuesta. Su cuerpo podía excitarse, pero nunca alcanzaría el orgasmo a menos que su esposo lo estuviera poseyendo. Y su esposo al parecer había perdido el apetito por todo acto carnal que se relacionara mínimamente con tocar a Lucius.

Esto último Lucius lo había aprendido luego de cientos de intentos frustrantes. No estaba condenado como Severus a permanecer al lado de su esposo, pero si quería mínimo que el joven lo mirara y que se interesara por poseerlo tenía entonces que estar lo más cerca posible, lo más dispuesto y disponible que pudiera estar.

El hombre que estaba sobre Severus terminó con un gruñido de placer, irguiéndose luego mientras que el hombre quedaba en el suelo. —Lucius... la marca —ordenó Harry y Lucius se levantó a cumplir su parte. La marca del joven era muy parecida a la del Lord, una versión diferente del mosmorde. En vez de una calavera era el león de Gryffindor sujetando entre sus garras a la serpiente de Slytherin. Dibujó la marca con su varita en el brazo del hombre, haciéndolo maldecir de dolor, pero al final la marca no era tan dolorosa como la de Voldemort. Lucius mismo la tenía en su brazo... sobre la que se había borrado.

Cuando terminó y el hombre pensaba que ya podía irse, Harry sacó su varita y lo golpeó con un hechizo desmemorizante. Luego le hizo señas a Severus para que se levantara del suelo, cosa que el hombre hizo de inmediato, desapareciendo del salón.

—¿Podrías llevarlo afuera, amor? —le pidió a Lucius con aparente dulzura, pero ya el rubio sabía que aquella era una voz desprovista de sentimientos, incluso desprovista de desdén.

Desde la noche en que había derrotado a Voldemort el joven parecía haber muerto a los sentimientos de tal forma que nada lo sorprendía ni le afectaba, así como ninguna de sus tácticas por seducirlo funcionaba.

Arrastró el mago afuera del salón como Harry le había pedido y le aplicó un hechizo enervante, cumpliendo así su propósito social. Luego se tomó el tiempo de explicarle las responsabilidades que tendría para con Harry y lo que se esperaba de él. Cuando finalmente se fue, una lechuza entró volando por el pasillo. El rubio extendió su mano y el ave se posó en ella. Le entregó la carta que llevaba en el pico y se alejó sin esperar siquiera una recompensa. Lucius arrugó el ceño, aquella ave le parecía conocida.

Regresó al interior de la sala y le ofreció la carta a su esposo con una leve reverencia antes de sentarse en el trono a su lado derecho. Lo vio abrir la carta con parsimonia y al finalizarla se la ofreció de vuelta. Lucius la tomó, entendiendo que quería que la leyera.

—Creo que tenemos una petición especial —murmuró y Lucius se apresuró a leer. Harry nunca había catalogado ninguna de las peticiones como una especial, ni siquiera cuando sus antiguos compañeros de la casa de Gryffindor aparecieron para jurarle lealtad. Sus ojos fueron al final de la carta y leyó con horror el nombre de su propio hijo.

—Por Salazar… —susurró demasiado afectado para hablar. No podía iniciarse de la misma forma que todos. Severus era su padrino. No podía, simplemente no podía. Lucius se levantó de la silla y se arrojó al suelo, frente a los pies de su esposo, la carta aun en su mano y sin atreverse a tocar los pies del joven. —Por favor... mi señor… —su voz era trémula, jamás había usado ese tono con Harry, ni siquiera cuando lo torturaba sin razón aparente. Entonces dijo las palabras que moverían el corazón de Harry.

—Severus es su padrino.

Algo en aquellos ojos verdes se movió por primera vez en mucho tiempo. Aquella palabra lo hizo pensar en su propio padrino, Sirius Black.

Cuando Severus regresó Lucius aún estaba de rodillas frente a su silla. No se atrevió a preguntar nada, simplemente observó la postura y la súplica en los ojos grises del hombre. Tenía que ser algo demasiado importante.

—Lo pensaré, pero ni una palabra a nadie —le dijo en un susurro y con mirada severa. Luego le hizo señas para que se levantara y volviera a sentarse. También llamó a Severus para que se sentara a su lado.

—¿Hay algo más pendiente por el día de hoy? —preguntó y ante la negativa de Lucius, se despidió de ellos. —Estaré en mi recámara. No quiero ser molestado.


Draco Malfoy entró al salón con sus usuales aires de arrogancia. Ver a su padre sentado al lado del ser más poderoso del mundo mágico lo hacía sentir orgulloso; bendita ignorancia la suya. Su padre lo miraba intentando ocultar el estremecimiento que su sola presencia le provocaba. ¿Qué pasaría cuando Harry le dijera, con aquella voz muerta, que la ceremonia de iniciación consistía en tener relaciones con su propio padrino?

Severus, que hasta ese momento no sabía a quién iban a iniciar, se puso pálido mientras se sujetaba con las pocas fuerzas que tenía de su asiento.

El rubio dobló una rodilla al suelo dándole sus respetos al joven de ojos verdes.

—Mi señor.

Harry lo miró desde su lugar. Había tantas cosas que le podía haber dicho. Cosas desagradables, cosas humillantes, sobre su padre, sobre su padrino. Podía demostrarle cuán poderoso era y sin embargo ninguna de aquellas cosas le satisfacía en esos momentos. —Draco Malfoy, acércate —le ordenó y el rubio obedeció, irguiéndose y mirando a su padre por unos segundos, luego a su padrino, como si quisiera transmitirles lo orgulloso que se sentía sin notar la palidez que ambos hombres tenían.

—Lucius, amor, la marca —ordenó Harry y por unos segundos Lucius se quedó inmóvil, intentando entender lo que significaba aquella petición fuera de lugar. Usualmente, antes de la marca, el mago que se estuviera iniciando, tendría relaciones con Severus frente a ellos. Sin embargo, reaccionó a tiempo cuando entendió que, por alguna razón, el joven estaba siendo clemente. Se levantó de inmediato y se acercó a su hijo para comenzar a trazar la marca en su brazo. Para su orgullo, Draco ni siquiera gimió.

Cuando todo finalizó Harry le dio una larga mirada al joven, como quien evalúa si realmente vale la pena o no invertir en un objeto de valor.

—Recibirás instrucciones a través de Severus directamente y de nadie más. ¿Entendido? —el rubio asintió y esta vez no tuvieron que utilizar un hechizo para borrarle la memoria. Cuando Draco salió del lugar, Lucius y Severus pudieron respirar con más tranquilidad, aunque el color aún no parecía que regresaría a sus rostros.

—Saben que esta... excepción tiene su precio —murmuró quedamente haciendo que ambos hombres se estremecieran a la vez, sin embargo, sabían que tenía razón y que la gracia que les había concedido a ambos les costaría.

—Lucius, cariño, tendrás que tomar el lugar de tu hijo esta noche.

Por un largo rato hubo silencio en el lugar y Harry estuvo a punto de ordenarles con palabras exactas lo que esperaba que hicieran. No, aún no había perdonado a aquellas dos serpientes... dudaba poder hacerlo. Lucius enrojeció antes de hablar, seguramente el joven no había olvidado el hechizo que le había puesto.

—Pero... yo no podría… —la humillación en su rostro era clara. No solo no podía obtener placer a menos que fuera Harry el que lo provocara… no podía siquiera excitarse y sin eso, no podía cumplir siquiera las órdenes que le estaba dando. Harry parpadeó confundido, realmente lo había olvidado, pero no iba a decirle eso al hombre justo en esos momentos.

—Oh… —el moreno movió su mano en dirección a Lucius, como si fuera un gesto cualquiera y Lucius sintió un pequeñísimo estremecimiento recorrerle el cuerpo. Sus sentidos antes dormidos despertaron de golpe. —Ahora no habrá problema alguno.

Lucius se levantó de inmediato y comenzó a desvestirse mientras Severus se ponía en pie y lo imitaba. Pronto estuvo en el medio del salón, tal como si fuera a iniciar a alguno de los magos y Lucius, casi sin poder contenerse se dispuso a tomarlo. Habían pasado lo que le parecía años desde la última vez que estuviera con su amante y antes de darse cuenta ambos gemían de placer sin poder contenerse.

No midieron consecuencias y lo olvidaron todo. Por eso, cuando terminaron y sus sentidos volvieron a la realidad, buscaron temerosos la presencia de su señor, descubriendo con cierto alivio que la silla estaba vacía.


Decir que habían aprovechado la oportunidad que se les había dado era poco. Simplemente la habían agotado hasta el último suspiro de placer. Severus no había sentido cuando Harry quitó el hechizo de su cuerpo, aquel que lo mantenía como si nunca se hubiera acostado con alguien, pero era imposible sentirlo mientras Lucius había estado tomando su cuerpo y dándole placer. En algún momento habían transformado las sillas de piedra que había en el salón en una cama y en esos momentos yacían dormidos sobre ella. Allí los encontró Harry.

Se detuvo a lo lejos a observarlos. La noche anterior no había soportado los gemidos de placer que brotaban de los labios de ambos. Las voces le traían malos recuerdos, pero no se sentía con ánimos de nada. Era como si la inexistente felicidad que alguna vez hubiera poseído se la hubieran arrebatado y lo hubieran dejado vacío, como un dementor.

Se acercó a las dos figuras desnudas y entrelazadas sobre las sábanas, mirándolos, observándolos, grabándose sus sinuosas formas unidas aun íntimamente. El primero en despertar fue Lucius que apenas verlo abrió los ojos grises azorado, intentando levantarse. Así fue como también se despertó Severus.

Ambos magos le dieron una mirada de temor. No solo se habían quedado dormidos tal y como estaban, cubiertos tan solo por los fluidos que su encuentro había provocado, también habían abusado del regalo que Harry les había dado la noche anterior. Se prepararon mentalmente para el castigo que vendría. Sin embargo, Harry se limitó a señalarles lo más obvio. —Es hora del desayuno.

Se alejó de ambos, sin querer realmente verlos. Le causaba un malestar infinito verlos juntos en ese momento. Él, que había aprendido a no inmutarse por nada, a no importarle nada, ahora sentía algo al verlos y no entendía qué.


Dos meses más tarde y ningún otro mago había pedido ser iniciado. De hecho, no quedaban demasiados sin iniciar por lo que a Harry no le sorprendía en lo absoluto. Tenía a todos los magos de Inglaterra bajo su dominio, mortífagos, orden del fénix, magos del ministerio, todos sin excepción.

La sorpresa se la llevó cuando en medio de una de las reuniones con algunos de sus mediadores con el actual ministro, Severus se levantó de su silla sin permiso e hizo el intento de abandonar el lugar. Lo detuvo, obviamente, sólo para ver cómo el hombre devolvía todo lo que se había comido horas antes. Se alarmó un poco. Jamás en su vida había visto al profesor de pociones así por lo que, muy a su pesar, llamó a un medimago para que lo viera.

Le indicó que por favor revisara a su esposo, quien también parecía algo indispuesto, por si fuera que se había contagiado.

Al final resultó que ambos tenían la misma condición. Estaban en estado y cuando Harry lo supo la conmoción fue tan grande que todas las ventanas, vidrios y demás cosas frágiles en la casa, estallaron repentinamente. Lucius y Severus supieron entonces que estaban a punto de recibir el mayor castigo de sus vidas. Lucius más que Severus porque era el esposo de Harry y todo el mundo mágico estaría pendiente de las noticias.

Pero cuando al cabo de un cuarto de hora el medimago salió del lugar sin apenas reconocerlos sintieron aún más temor. No estaban seguros de cómo el joven había tomado todo, pero era obvio que intentar razonar con él en esos momentos era un error.

Se encerraron en el cuarto de Lucius sabiendo que tarde o temprano Harry iría a buscarlos para castigarlos y no podrían hacer nada.

Por su parte, Harry se había encerrado en su habitación. Parado inmóvil frente a una de las ventanas, demasiado sumido en sus pensamientos como para querer ver a los que causaban su agitación. No podía quitarse de la mente que él mismo había provocado aquella situación. Nadie, ni siquiera él, había estado con Lucius aparte de aquella noche con Severus.

Sabía que habían pasado toda la noche juntos y las noches subsiguientes también. No entendía cómo les había permitido continuar, menos cuando se había jurado que solo conocerían el dolor y la humillación. Ahora no podía. Se llevó una mano al pecho al sentir un dolor que no le era familiar. No quería sentir, no quería pensar en nada. pero no podía negarse a hacerlo ni podía fingir que no estaba pasando nada. habían sido sus propias acciones y no había otro culpable más que él.

Dos vidas llegarían al mundo bajo el estigma de sus padres. Sufrirían las mismas humillaciones y el mismo escarnio, así como él había sufrido por ser el hijo de James Potter. Aunque aquellos niños fueran los hijos de sus más odiados enemigos, él simplemente seguía siendo Harry… un tonto Gryffindor, el salvador del mundo mágico. Escondió el rostro entre las manos. Sentir que su corazón volvía a latir por la razón más estúpida le dolía igualmente.

Al cabo de horas de estarlo meditando salió de su habitación en busca de su esposo y Severus. No tardó mucho en encontrarlos, ambos en la habitación de Lucius, sentados uno junto al otro en silencio, tensos y pálidos sin atreverse a levantar la vista. Ninguno de los dos dijo una sola palabra, pero al verlo acercarse parecieron estremecerse. —Debemos hablar.

Al ver cómo parecían haberse puesto más pálidos dio un corto suspiro de molestia. Les hizo señas para que se acercaran a la chimenea que había en la habitación y les indicó que se sentaran. Él también se sentó y de inmediato aparecieron en la mesita contigua tres tazas de té caliente y varios bocadillos. Ninguno les prestó atención.

—Estuve hablando con el medimago y me informó de la condición de ambos —lo había estado pensando. Cómo debía realmente afrontar la situación sin que pareciera que su odio se había suavizado. —Me dejó en claro que la situación de ambos es riesgosa. Realmente no me gustaría arriesgar la vida de mi esposo o de mi guardián. Me aconsejó que no utilizaran mucho la magia y que no se esforzaran demasiado.

Severus y Lucius aun esperaban que los castigara. No podían realmente creer que Harry dejaría pasar la afrenta que le habían hecho.

—He decidido que no habrá más iniciaciones hasta nuevo aviso. Lucius… respecto a la noticia de tu embarazo estoy seguro de que nadie dudará de mi palabra cuando declare mi amor por ti frente a los medios. Porque obviamente el hijo que llevas es mío. Nadie se atrevería a contradecirme.

Lucius parecía no poder articular palabra alguna. En primer lugar, no entendía realmente lo que estaba sucediendo y en segundo lugar todavía pensaba que toda esa charla era solo el preámbulo para algún cruel castigo para ambos.

—Con respecto a Severus, estoy seguro de que nadie se atreverá a hablar nada, especialmente si voy a ser el padrino del pequeño. Sé que no te atreverías a pedírmelo, pero realmente me emocionaría mucho si aceptaras mi ofrecimiento. ¿Qué dices?

Severus le dio una mirada temerosa, totalmente incapaz de negarse a lo que decía por lo que terminó asintiendo quedamente. Eso hizo que Harry sonriera de forma cínica. —Bien, entonces todo está arreglado. Espero que limiten el uso de la magia, especialmente tú, Severus. No te quiero cerca de los calderos ni de pócimas extrañas. Los humores podrían afectar al bebé. Por lo demás, quiero que guarden reposo el mayor tiempo posible. Yo puedo continuar solo de ser necesario.

Dicho aquello Harry se levantó con lentitud y les dio su usual mirada impasible. —Los espero en la cena, si no están indispuestos.

Salió de la habitación de tal forma que no pareciera que huía de ellos y cerró la puerta tras de sí. Se quedó allí por un rato, esperando la reacción. Tenía hechizos para espiar lo que sucedía en todas las habitaciones del lugar. Podía ver todo, especialmente lo que aquellas dos serpientes habían estado haciendo con la intimidad que les había permitido.

Severus fue el primero en reaccionar, de la forma en que sólo él podía, sin hacer ruido y sin moverse, comenzó a llorar. Gruesas lágrimas que bajaron por sus hundidas mejillas. Vio a Lucius levantarse de su asiento y acercarse a su lado para abrazarlo, depositando un beso en los cabellos grasientos del hombre. Frunció el ceño, aquella imagen le causaba sentimientos que no quería. Con un resoplido apartó lo que sucedía de su mente y deshizo el hechizo, alejándose a grandes zancadas de la habitación.


La noticia del embarazo de Lucius y Severus salió a la luz pública cuando tenían cuatro meses en estado y ya se les notaba el cambio físico. El que ambos estuvieran esperando a la misma vez no se le hizo raro a nadie, especialmente luego de las declaraciones de Harry al periódico mágico El Profeta.

El único problema con todo aquello era que Harry sentía demasiada curiosidad.

Hacía tiempo que no había visto a Lucius desnudo y se le hacía increíble el hecho de que estuviera embarazado. Era normal verlo con las ropas comenzando a mostrar los cambios, pero él todavía no se acostumbraba a la idea de que realmente estuviera embarazado. De la misma forma… hacía cuatro meses que no había vuelto a ver a Severus desnudo.

No les había regresado las maldiciones que les había quitado desde el día que Draco se uniera a su bando, pero sabía que ambos hombres continuaban viéndose en secreto y… sostenían relaciones aún en aquel estado. El asunto no le molestaba, realmente le importaba poco lo que hicieran aquellas dos serpientes siempre que no tuviera nada que ver con él, sin embargo, esa noche sentía demasiada curiosidad y no quería que siguieran pensando que no estaba al tanto de lo que sucedía entre ambos.

Esperó pacientemente una de esas noches en que sabía que estaban en sus visitas nocturnas y esperó a que terminaran sus actividades. Les permitió dormitar y entonces se deslizó al interior de la habitación donde estaban ambos, unidos de tal forma que no podía definir dónde terminaba uno y comenzaba el otro.

En esos momentos algo en su interior comenzó a hacer sentido. Severus y Lucius... Lucius y Severus, siempre juntos, siempre cerca. ¿Habrían sido amantes antes de que le impusieran aquella aborrecible unión? Tenía que ser... sino ¿por qué Lucius se excitaría tanto al ver a Severus en aquella posición siendo humillado? ¿Por qué había aceptado tan rápidamente tomar el lugar de Draco?

Sacudió la cabeza y se obligó a aclarar sus pensamientos antes de continuar, no quería tomar el riesgo de enojarse con aquel par de serpientes. Lo menos que quería era añadir más cargos a su consciencia si los llegaba a lastimar.

—Lumos —susurró. La luz de su varita definió las formas de inmediato. Severus descansaba con la cabeza apoyada en el pecho de Lucius, tan pacífico como nunca lo había visto. Los brazos de Lucius lo sostenían con suavidad, serpenteando por su cintura y espalda. Una pierna en el interior de las otras, las caderas unidas, los blancos cabellos desparramados, mezclándose con aquellos otros negros.

Unos ojos grises se abrieron asustados y se abrieron aún más cuando distinguieron la forma de Harry casi sobre ambos. —Mi señor —susurró apenas sin voz.

—Buenas noches... amor —susurró enfatizando el cariñoso apelativo. Hizo el amague de levantarse, pero una mano de Harry lo detuvo. —Ssshhh... no te muevas. Sólo tengo curiosidad —el rubio se quedó inmóvil mientras la mano de Harry bajaba hasta su vientre apenas abultado y lo acariciaba con cuidado. —¿Severus está igual? —preguntó dado que la postura del hombre no le permitía verlo con claridad.

Lucius asintió, pero al notar que la mirada del joven seguía clavada en el cuerpo de su acompañante decidió moverlo suavemente. Rodó el cuerpo de Severus de tal forma que quedó boca arriba sobre uno de sus brazos. La cabeza caía de lado completamente relajada como si estuviera sumamente agotado. Frunció el ceño. —Está cansado. ¿Acaso no le dije que descansara?

—Mi señor… —el rubio titubeó antes de continuar —Severus no está bien. Nunca ha estado bien —susurró.

—¿A qué te refieres con eso?

—Severus nunca... cuidó su cuerpo adecuadamente. El señor tenebroso tenía la costumbre de... desconfiar de su lealtad —con justa razón, pensó Harry. Severus Snape había creado el monstruo que había derrotado a Voldemort. Pero las palabras de Lucius sólo le indicaban que Voldemort, de la misma forma que él, había tenido le costumbre de castigar a Severus en repetidas ocasiones.

Se retiró unos pasos y les dio una larga mirada. El suave abultamiento en el vientre de Severus imitaba a la perfección el que se veía en Lucius. —Oblígalo a descansar —le ordenó en voz baja para luego conjurar una gruesa cobija y tenderla sobre ambos cuerpos. —Oblígalo a comer. Es una orden. Nox —la luz de su varita se apagó y se retiró dejando a Lucius demasiado sorprendido como para hablar.


Durante días luego de aquella visita, Harry se negó a salir de su recámara. No recibió a ninguno de los miembros del ministerio que vinieron a consultarle, ni siquiera a sus antiguos amigos. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie y de buena gana se hubiera desaparecido de una vez y para siempre si no hubiera sido por la necesidad que sabía que aún tenía la patética excusa de ministerio por alguien que le diera dirección real, aunque fuera a través del títere que tenía por ministro de magia que hacía todo según su santa voluntad.

Por eso el toque vehemente a la puerta de su habitación le sorprendió sobremanera. Más aún el ver los rubios cabellos de su esposo. —¿Sucede algo, Lucius?

—Severus —el tono en la voz del hombre le decía que algo pasaba por lo que extendió su magia por todo el lugar y de inmediato pudo sentir que algo pasaba con la magia de Severus. Como movido por resortes se levantó y desapareció en el acto, apareciendo al lado de la cama del hombre.

Sus manos se movieron ágiles sobre el cuerpo que se estremecía y estaba tan frío como el hielo. —Severus, ¿qué sucede? —preguntó con alarma intentando que el hombre le respondiera, pero en vano. Por primera vez y sin haberlo hecho antes de esa forma se internó en los pensamientos de Severus. Miedo, terror, tan profundos como la eternidad. Dolor y angustia. Los pensamientos de Severus eran un caos, pero dentro de todo eso pudo distinguir los hilos negros de una maldición. Una que al parecer se remontaba a la juventud del hombre y que le parecía tenía algo familiar.

Tocó los hilos, los palpó, eran finos, muy finos, pero eran muchos unidos, seguramente había comenzado muy pequeña y se había ido fortaleciendo regándose como un cáncer por todo el sistema del hombre. Comenzó a cortarlos con sus dedos. Unos eran débiles, pero otros le cortaban la carne. No se detuvo, no sentía, hacía mucho que no sentía, unos estúpidos hilos no iban a triunfar sobre su magia. Poco a poco los hilos fueron desapareciendo hasta que llegó al núcleo. Como una bola de estambre con patas de araña que se movía sin cesar. Se acercó hasta que finalmente la atrapó y la aplastó entre sus manos. Un grito, como un ladrido escapó de la misma al deshacerse.

—Sirius Black —susurró antes de retirarse del interior de la mente de Severus. El hombre finalmente había dejado de temblar y estaba recuperando el calor de su cuerpo. A su lado estaba Lucius a quien no había sentido llegar. —Está maldito —volvió a susurrar sobresaltando al rubio que de repente se había alejado unos pasos al escucharlo.

Seguramente Severus había estado luchando contra aquella maldición por años, pero ahora que se había debilitado tanto la misma había comenzado a hacer estragos. Miró a Lucius a los ojos.

—Mantenlo abrigado —salió de la habitación con una extraña sensación en sus dedos. Al mirarlos notó que sangraban. Con un susurro la sangre y las heridas desaparecieron de su vista.

Si continuaba así aquellas dos serpientes rastreras finalmente se saldrían con la suya y escaparían su castigo. Maldijo en silencio y se volvió a encerrar en sus aposentos.


La mañana siguiente su preocupación pudo más que su lógica y salió de su habitación a la hora del desayuno para dirigirse a las habitaciones de Severus. Allí descubrió que el hombre de negros cabellos continuaba durmiendo mientras que su esposo, Lucius, se hallaba sentado junto a la cama, también dormido en una posición por demás incómoda. Se sintió como si invadiera la intimidad de ambos, pero su corazón se rebeló de inmediato. Ambos hombres le pertenecían de igual forma. Se acercó al rubio y procedió a despertarlo.

—¿Lucius? ¿Lucius? —llamó con voz suave. A pesar de ello el hombre se levantó con un sobresalto, de tal forma que poco faltó para que perdiera el balance. No le prestó atención a la reacción, tan solo quería saber cómo había amanecido su ex profesor.

—¿Está mejor?

—Mírelo usted mismo, mi señor —murmuró el hombre. Harry se acercó a la cama y pudo ver unos cambios inmediatos. La piel había perdido su tono amarillo y aunque seguía siendo pálida se veía mucho mejor. Los cabellos habían perdido aquella cualidad grasienta que recordaba y se veían tan sedosos como los de Lucius. La totalidad del cuerpo se veía menos avejentada e incluso los dedos habían perdido aquella apariencia de garra. Arqueó una ceja confundido.

—¿Qué sucedió? No lo entiendo.

—La maldición que estaba afectando a Severus estaba haciéndole mucho más daño de lo que aparentaba. Lo estaba afectando físicamente más que nada, pero también influía en su carácter.

—Es... hermoso —supo entonces que aquel desliza lo pagaría demasiado caro. Le había dado un cumplido al hombre que más odiaba frente al segundo hombre que más detestaba. Lucius simplemente asintió.

—Lo es.

—Asegúrate que desayune. Luego quiero verlos a ambos en mi recámara. Quiero estar seguro de que no tienen alguna otra maldición oculta —salió mucho más rápido de lo que hubiera querido y estaba seguro de que la impresión que daba era que huía de ambos, pero en esos momentos no le importaba.

Ese día estuvo metido en las mentes de ambos, revisando cada rincón, cada rendija y quebrando más maldiciones de las que pudiera imaginar. Sí, ambos hombres estaban malditos, pero se decía a sí mismo que lo hacía por los niños, los cuales heredarían las maldiciones si no las quitaba a tiempo.

Malditos, siempre habían estado malditos. Cómo habían sobrevivido antes era un misterio, pero ahora le pertenecían y si iban a cumplir alguna maldición sería la suya. Pero sólo cuando hubieran nacido los niños. Sólo entonces, no antes. Y sabía que intentaba convencerse a sí mismo, pero no le importaba.


Continuará...