Ninguno de los personajes de Death note me pertencen. Solamente escribo un fic sin fines de lucro. Por fin la decimo quinta noche.

Gracias por leer.

Advertencia: Este capitulo contiene un ligero, muy ligero spoiler del libro "Another Note"


Mosquito

Estaba tan oscuro como las entrañas de un animal, tal y como en esa historia de aquel sujeto que escapando de Dios terminó siendo engullido por un gran pez. Estuvo tres días y tres noches dentro, la misma soledad, el mismo vacío. Empezaba a sentir simpatía por aquel sujeto mientras estaba a punto de ahogarse con el olor a humedad que flotaba a su alrededor. Un diminuto rayo de luz entraba por una rendijita en la madera insuficiente para poder continuar con su lectura. Aun quedaban varias páginas por leer. La historia del pueblo de Dios desde que creó al hombre a su imagen y semejanza hasta que encontraba su ruina en las tétricas paginas del Apocalipsis. La había leído ya varias veces.

No iba a tardar en venir, lo sabía bien. Había pasado antes y no podía decir que no estaba acostumbrado a ello. Cerraba los ojos porque empezaban a arderle de tanto forzarlos. Por momentos se preguntaba por lo que pasaría si se quedara ciego. El suelo vibraba ligeramente, era señal de que estaba de vuelta, aunque aún iba a tomarle un poquito.

Primero estacionar el auto sobre el suelo enlodado. Estaba lloviendo afuera, aunque no podía ver la lluvia podía percibir su olor. Luego las vibraciones se detendrían cuando se detuviera el auto. Enseguida sentiría sus pasos acercándose mientras escuchaba como arrastraba un bulto sobre el suelo. No necesitaba los ojos para ver.

Sonrió aplastando la Biblia sobre su pecho.

Sucedió como esperaba. El entró chorreando agua, con los zapatos enlodados haciendo una estela de mugre a su paso. Traía un bulto arrastras, dibujando sobre el suelo con agua sucia y algo de barro. Lo dejó caer sobre el suelo en medio de la sala y luego se dirigió hacia la puerta.

La escena era la misma de siempre así que apretó su libro con más fuerza.

El había encendido la luz de la habitación y esta dañaba sus ojos. Las mariposas nocturnas no tardaron en despertar de sus nidos y corrieron a revolverse alrededor del foco encendido, se golpeaban contra la luz y caían deslumbradas sin vida. Una cayó muy cerca de sus pies desnudos, aún se movía. Desde su lecho de muerte miraba la luz como deseando volver a ella, tratando de alcanzarla de nuevo. Un ultimo esfuerzo inútil y abandonaba la lucha.

No iba poder ver a Dios.

Podía ver el cielo oscuro, sabía que estaba ahí arriba a Dios no lo veía. No era el momento. Aún no llegaba su turno mientras apretaba su libro sintiéndolo frío sin querer ceder ante el calor de su piel.

Algún día.

La habitación estaba helada. Quizás las mariposas buscaban el calor para no morirse de frío. Estaba temblando con los pies descalzos y sus labios se movían para no congelarse; hubiera querido frotarse las manos pero las tenía que tener juntas. Rezando.

Rezar para que Dios te oiga.

Y devolver los ojos al techo donde las polillas se arremolinaban contra la luz. Buscando ver a Dios, esperando que escuche sus plegarias, que las lleve a su lado. La vida después de la muerte, un mundo más allá de nuestro conocimiento.

Si te portas bien y eres bueno podrás ir al cielo.

¿Cómo es ese mundo más allá de la rigidez del cuerpo? Nadie sabe porque nadie ha regresado de donde la muerte nos lleva. Una vez cierras los ojos, se terminó todo. Eso lo sabía bien. Se acomodó el cabello enmarañado sin detener su plegaria al cielo.

Por eso tienes que pensar en todo lo mal que tienes dentro y pedir perdón. Eso ese lo único que te puede salvar.

—El perdón de los pecados.

Dijo fuerte y claro repitiendo las palabras de su madre cuando ella leía compulsivamente su Biblia.

Una vez cierras los ojos todo terminó.

Era cierto, podía recordar como sus parpados cayeron cubriendo el color de sus ojos. El pecho dejó de elevarse y los labios se entreabrieron abandonados.

—Se fue al cielo.

De manos del sujeto que tenía frente a él y cuyo nombre sabía de memoria. Gregor. Cuando lo miró a los ojos unos segundos después que su madre sucumbiera a la oscuridad como una mariposa de luz sobre el suelo. Mientras que Gregor le quitaba el aliento apretándole el cuello. En ese momento observó fascinado como aquellas cifras que flotaban sobre el cráneo de su madre se consumían como una vela.

El nombre de él y los números se acabarían pronto. Los del bulto sobre el suelo con nombre propio se iban agotando como las polillas persiguiendo luz artificial. Ella tenía un bonito nombre, sin embargo, le hubiera gustado ver su rostro también. El rostro del bulto cubierto de lluvia y lodo.

Gregor lo miraba impávido, tratando de descifrar lo que los ojos oscuros del chiquillo trataban de expresar. El cadáver en medio de ambos parecía no asustarlo y siempre conservaba la misma mirada pasmada cada vez que sucedía. En esos momentos no podía contener el impulso de apretarle el cuello hasta que los ojos se le cerraran, hasta escuchar el sonido de sus huesos quebrarse. Estando tan delgado y siendo tan chiquillo sería como quebrar una cañita.

En solo pensarlo, ahí quedaba todo. Sus manos rodearon el cuello infantil tantas veces que perdió la cuenta. A pesar de ello el maldito mocoso lo miraba impávido. Sus labios susurraban su nombre y recitaban cifras que no podía entender. Maldita cuenta regresiva, el mocoso jugaba con su suerte.

Una vez más lo intentó, esta vez tratando de evitar verlo a los ojos. De un movimiento rápido atrapó su garganta y empezó a ajustarla. No iba a funcionar, a pesar de que intentaba bloquear el conducto respiratorio y las cuerdas vocales Gregor podía escuchar la voz del chiquillo sin nombre resonando en su mente.

—Eres el demonio, eres el demonio…

Gritaba Gregor con los ojos desencajados y la voz seguía sonando en su mente. El bulto en medio de ambos se movía ligeramente, los zapatos de tacón escapando de la tela que envolvía el cuerpo.

La mujer seguía viva aunque no por mucho tiempo. Los números bailaban sobre su cabeza, las letras de su nombre se retorcían nerviosos. No le quedaba mucho a ella, a Madeleine.

Gregor saltó sobre ella con un puñal en las manos y descendió con este en medio de su pecho. Su nombre se desvanecía ahora, las cifras casi se agotaban. El chiquillo apretó la Biblia musitando algo en silencio sin poder quitar los ojos del espectáculo. El gemido de Madeleine se desvaneció junto con los números y letras.

El lo estaba observando, sin duda ahora sí pudo notar la fascinación en sus ojos oscuros. Sí, sin duda Gregor ahora estaba seguro de ello. No era la primera vez que traía un bulto a casa, como un animal que lleva una presa a su madriguera. No iba a ser la última vez que enterraran juntos otro más en el bosque que tenían por jardín.

El chiquillo recitaría versículos de la Biblia en lo que durara desaparecer el cuerpo. Gregor se mantendría en un siniestro silencio mientras abría un hoyo en la tierra. Juntos echarían el bulto en la fosa, en lo que se convertía luego de que los números y letras desaparecían, en un recipiente vacío a merced de gusanos.

x.x.x

La décimo quinta noche de lluvia inmisericorde. De nuevo el silencio y la oscuridad apenas amansada por una vela solitaria en su habitación. No había luz artificial, la tormenta se había encargado de dejarlo en penumbra. La humedad era tanta que seguro si abría la ventana se daría cuenta que estaba flotando en medio de un río de lluvia.

Un mosquito le hacía compañía. Minúsculo y oscuro volaba torpemente alrededor de su carne, circundado la vela. Si no tenía cuidado se iba a quemar. El chiquillo retiró algunos cabellos, oscuros como el insecto, de sobre su frente. La humedad entraba por las paredes.

Gregor no iba a tardar en llegar así que se concentró en leer un capítulo más del libro que siempre lo acompañaba para todos lados.

La Biblia de su madre, ella se la leía siempre para hacerlo dormir y hasta escribió su nombre en una de las hojas delgadísimas. Aquella noche no fue la excepción. No iba a negar que estuvo inquieto al ver como los números que se cernían sobre su mamá iban en descenso peligrosamente. Esa noche como las otras tomó su lugar en el closet mientras ella dejaba entrar invitados a su habitación.

Generalmente se sentaba en el suelo del closet de madera con la Biblia entre los brazos, como si fuera un libro de cuentos. Intentaba dormir mientras ella atendía a su invitado a menos de un metro de donde se encontraba escondido. Intentaba dormir, lo hacía en serio pero dado el ruido era imposible. Terminaba espiando por una rendija y recitaba los números que veía aparecer.

Nombres de hombres que su mamá nunca conoció hasta que llegó el turno de Gregor. Apenas lo vio en la habitación a través de la rendija se preguntó a sí mismo si él sería responsable del descenso de la vida de su mamá.

Fascinación mórbida. Sólo se quedó observando por la rendija como los números se agotaban. Inmóvil como los ojos de su madre se apagaban, como su cuerpo dejaba de sacudirse. Ella parecía una mariposa de luz bajo el foco caliente. Deslumbrada mirando al techo con los ojos desorbitados, hasta que los cerró finalmente buscando el rostro de su hijo oculto en el armario.

En esa oportunidad no pudo apartar los ojos de la escena. Hizo cierto ruido que indicó su paradero. Fue así como Gregor se le acercó y abrió la puerta de un tirón. Se miraron fijamente y de sus labios escapó su nombre.

Gregor Mann.

Lo dijo fuerte y claro, mirándolo de frente a los ojos. No los cerró en ningún momento, ni cuando Gregor le apretó el cuello, ni cuando sintió que la vida se le escapaba también. Hubo algo en ese preciso instante que drenó la ira del asesino de su madre y lo remplazó por miedo.

Gregor estaba asustado.

Los acontecimientos siguientes fueron completamente confusos. Nunca abandonaba la habitación que compartía con su madre y Gregor lo arrancó de las cuatro paredes a fuerza de jalones. De pronto corría sin resistirse demasiado por corredores infestados de gente. A su paso una avalancha de letras y números se volcaban ante sus ojos. Los podía leer todos y se estaba mareando al hacerlo, no se animó a cerrar los ojos. La Biblia de su madre lo acompañaba.

Sus ojos, era culpa de sus ojos.

Por eso escribía los nombres y apellidos de los bultos que Gregor traía. Ya casi había llenado una hoja de su Biblia con los nombres de las mariposas de luz.

Esa noche una más caería deslumbrada mirando al cielo. Gregor era una bestia cazadora de mariposas nocturnas. El era un mosquito que volaba cómplice al lado de la escena, el único espectador en la oscuridad. Hasta que llegara el momento, sus ojos le indicaron que el tiempo se acababa.

Dios hizo las tinieblas…

Y vio que eran buenas

Y llamó a las tinieblas noche.

La luz de la vena desapareció y la recién nombrada noche entró por la ventana. Trajo a Gregor y el sonido de su auto consigo. Era curioso que aun en la ausencia de luz pudiera ver las letras y los números en descenso.

Y al séptimo día…

La luz de los faros del auto disipó la penumbra tan confortable. Gregor apareció en el umbral con un bulto más entre sus manos. El chiquillo y sus ojos horribles lo miraban desde adentro. Podía oír su voz colándose en su mente, escucharlo susurrar, acallando las voces dentro de su cabeza que le ordenaban cumplir la voluntad de Dios.

Ese mocoso era el diablo, era la voz del diablo colándose en su mente tratando de acallar la voz de Dios. Gregor sabía que hacer la voluntad de Dios era lo único que iba a salvar su alma. Por eso tenía que acabar con el pecado del mundo.

Tendría que acabar con el hijo del pecado primero. Lo debió hacer desde hacía tiempo pero… Gregor eres débil.

—Mátalo, acaba con él.

Le decía la voz de Dios en su mente. Sí, Dios hablaba sólo para él.

—No puedo mi señor, no puedo, es más fuerte que yo —gritaba mirando al cielo. Dejó caer la ofrenda al suelo; la mujer aun se movía.

—Es más fuerte que yo, esos ojos, los ojos del diablo, de Belcebú.

—Del demonio… —La voz de Dios lo confirmaba, ese era el demonio.

—Sí mi señor, dame la fuerza, dame la fuerza para liberar al mundo del pecado. Dame la fuerza…

Gritaba de rodillas en el suelo. El mocoso lo miraba fijamente con sus ojos demoniacos, los ojos del pecado, los ojos de esa mujer, de esa pecadora. Blasfemia, sostenía el libro sagrado entre sus manos, el demonio se estaba burlando de la palabra de Dios.

—No lo permitiré, no lo voy a permitir más.

Gregor saltó sobre el chiquillo que no se movió ni un centímetro. Estaba demasiado fascinado contemplado el monólogo que se entablaba frente a sus ojos. Gregor lo golpeó en la cara y logró derribarlo. La Biblia salió volando de sus manos, abandonándolo por un momento.

—Acaba con él —la voz de Dios fuerte y claro —Es mi voluntad, acaba con él.

Lo sabía bien, el mocoso era el demonio. Ahora trataba de alcanzar la Biblia de nuevo para seguir blasfemando.

—Tú…

El chiquillo no le prestaba atención, sólo intentaba recuperar su libro para seguir rezando. No, el mosquito no estaba asustado, solo necesitaba su Biblia para escribir dos nombres más.

—Anna Kersi —Exclamó el demonio fuerte y claro —Gregor Mann.

El bulto se movió al oír su nombre y empezó a gemir desesperado. Gregor la ignoró para lanzarse sobre el demonio de ojos oscuros y cabello enmarañado. Lo atrapó del cuello y esta vez no iba a fallar en su empresa de devolverlo al infierno. La voz de Dios le decía que acabara con él, que cumpliera su voluntad, que tomara el puñal e hiciera justicia divina.

—Justicia divina —Gritó voz en cuello—La ira de Dios.

Al final eso es lo que somos…

Entre sus manos trataba de liberarse sin poder quitar los ojos de los números sobre el cráneo de Gregor, flotando vilmente.

Como un mosquito

—Dios me protege y guía mi mano…

Levantó el puñal sobre su cabeza, pronto todo terminaría. El chiquillo se retorcía tratando de escapar, tan menudo y frágil como un mosquito aleteando.

En las manos de Dios.

—Para acabar con el mal, el pecado del mundo.

El chiquillo en un esfuerzo desesperado se liberó del peso de Gregor. Arrastrándose pudo alcanzar la Biblia y la tomó entre sus manos. De su boca empezaron a salir murmullos, susurros que empezaron a cobrar forma de palabras, que empezaban a sonar más y más fuerte opacando la voz de Dios.

Gregor se quedó de rodillas y levantó los ojos al cielo.

—¿Por qué me has abandonado?

Gritó esperando una respuesta celestial pero la voz del mocoso no dejaba espacio para la voz de Dios. Susurraba más y más fuerte, resonaba como el aleteo de insectos. El bulto sobre el suelo gemía más fuerte, lloraba en desesperación. El demonio estaba obrando en el cuerpo de la mujer. Lo supo entonces, se arrastró hacia ella.

—Yo solo cumplo tu voluntad —gritó y asestó la primera puñalada sobre el pecho femenino —Soy tu fiel sirviente.

La tercera, la cuarta y era como pinchar un globo de agua. La sangre volaba en todas las direcciones, las cifras se apagaron sobre el cuerpo de Ann Kersi.

Gregor se acercó al demonio acurrucado en la pared que seguía recitando nombres y más nombres. Sus labios se movían como si hubieran cobrado vida propia, el chiquillo estaba fuera de si.

Madeleine Marie Gor.

Ann Jazmin Kersi.

Aun bañado en sangre, con el puñal en la mano se detuvo frente a su cuerpo.

—Gregor Sean Mann.

Se detuvo, el demonio detuvo sus susurros, su voz nombrándolo, sus ojos invadiéndolo, sus labios marcándolo.

—Hazlo —dijo la voz de Dios.

—Hazlo —dijo la voz del chiquillo.

Gregor miró al cielo y lo hizo. Hundió el puñal sobre la parte más tierna de su garganta.

El demonio sonreía, la voz de Dios sonaba complacida. El chiquillo lo miraba sonriendo, los números sobre su cráneo, quedaban tan pocos… Se agotaban, se consumían. Estiró un dedo para empaparlo de sangre fresca y abrió su Biblia…

—Ya no queda más espacio para nadie más —exclamó B dibujando las letras con suma paciencia sobre las hojas gastadas de su Biblia.

x.x.x

De nuevo había luz y no más silencio. No más soledad, no más mariposas nocturnas. Ahora estaba rodeado de gente pero aun estaba acurrucado contra la pared mientras sostenía su Biblia. Policías con las horas contadas que daban vueltas por la habitación donde se encontraba buscando huellas. Habían retirado el cuerpo de Gregor y de Ann.

B les dijo que había más en el patio, entre los árboles, en el bosque. Bajó la tierra yacían los nombres escritos en su Biblia. Entonces era momento del mosquito de volar, era hora de levantarse de su sitio y caminar. Lo supo cuando lo vio entrar por el umbral de la misma puerta que atravesaba Gregor. Fue como ver entrar al destino y tenerlo frente a él, mirándolo fijamente a los ojos.

Lo supo, B lo sabía entonces. Así que sonrió para sí mismo y susurró.

—L Lawliete, te estaba esperando.