¿Qué le pediste a la estrella fugaz…?

Disclaimer: los personajes sólo son míos en mi mente. Fuera, son de J.K.Rowling. Gracias por crearles, oh Gran Maestra 0

Prólogo

(Remus P.O.V.)

No puedo recordar cuándo empezó. Sólo sé que un buen día apareciste ahí, como si nunca hubieras faltado en mi vida. Entraste en el compartimiento del Expreso de Hogwarts que yo solo ocupaba, con tu maleta a rastras, y ése pelo revuelto que no ha cambiado. Entraste sonriendo, como un remolino de negro azabache, y desde entonces todo cambió. Fuiste mi primer amigo, y yo, con once años, no pude hacer más que tenderte la mano y estrechar la tuya, ya expectante, como si me desafiara.

Tenía sólo once años.

No te entendí, pero ahora, si me tendieras la mano ahora con aquella mirada que quizá ni siquiera tú te percataste de estar lanzándome, ahora sería distinto. Ahora te la estrecharía con más fuerza, aceptando el desafío, y es que esto ha llegado a un punto de no retorno. Como cuando llégale otoño y las hojas caen al río, sin remedio, sin poder evitarlo, y una vez dentro del agua, son arrastradas irremediablemente hasta la cascada.

Pues bien, ahí estoy yo.

Quien me ha visto y quién me ve. Prefecto, reconocido entre los profesores, aquél en quien todos pueden confiar, el responsable, el estudioso, el sensato, el sensible, el culto, el modelo de los pequeños (y el blanco de las burlas de los Slytherin). Y no puedo parar de temblar mientras adivino tu respiración, más allá de los doseles de mi cama, cruzando la habitación, detrás de las cortinas de la tuya; una respiración estable. Duermes. Y tu sueño me quita el mío. Algo me oprime el pecho, y ya no sé si quiero llorar o estallar en una carcajada de loco. Ese efecto tienes sobre mí; ese que va más allá de la risa o las lágrimas. Me desdibujas los sentimientos, me transformas en una acuarela de colores diluidos y confusos, me transformas en pura filosofía y me haces creer que los problemas de los demás humanos son nimiedades, porque esto que siento yo no es humano, no existe forma de que una persona pueda aguantarlo sin caer en la locura.

Aunque quizá hace ya tiempo que caí.

Por séptima noche consecutiva, me levanto de la cama. Intento trazar tu forma tras la tela que cubre tu colchón, pero fracaso miserablemente. Me acerco a la ventana. Es invierno, pronto llegarán las vacaciones de navidad de mi quinto curso en Hogwarts. Rozo la helada ventana con mis dedos; después, apoyo la frente en ella. Un escalofrío me recorre la espalda. No hay luna llena, no aún, pero vuelvo a sentir el deseo de aullarle a la noche mi pena, y es la primera vez que tengo ganas de que llegue el dolor de la transformación para escapar del disfraz del alumno modelo y dar rienda suelta a la bestia, sin miramientos, sin compasión.

Todo empezó entonces. En aquél vagón del tren, con aquellos dos niños de once años. Uno, no sabía lo que se le venía encima. El otro, duerme ahora, con quince, y Dios sabe qué es lo que sabe o deja de saber el otro. Con aquellas palabras tan simples, me preguntaste si te podías sentar (después, claro está, de haberte sentado), y prácticamente me ordenaste que te dijera mi nombre. No pude decirte que no.

-Remus, Remus Lupin. Encantado.

Y me contestaste sonriendo, con aquella mirada de seductor nato que despertaría cerca de los trece.

-Black. Sirius Black.

Me quedo en la ventana, pensando en todo lo que me ha llevado hasta el límite, y tanto es que acaba por salir el sol.

(Pero para entonces, sólo la Luna y el lobo conocemos la solitaria lágrima que se perdió por mi barbilla antes de sonreírte, casi por costumbre, cuando despiertas.)

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