Título: Manual del Perfecto Gay
Fandom: Harry Potter
Pareja: Draco Malfoy/Harry Potter
Otros personajes: Narcisa Malfoy, Lucius Malfoy, Colin Creevey, Hermione Granger, Ron Weasley, OC (personajes originales).
Advertencias: Anterior Harry/Colin y Draco/muchos. Violencia y tortura. Menciones de uso de drogas. Descripciones muy explícitas de situaciones sexuales hombre/hombre.
Clasificación: para mayores de 18 años
Género: Romance/Drama
Resumen: Según Draco, todo chico que se presuma de ser un gay divertido y con las cosas bajo control debe seguir ciertas reglas. Pero nunca contó con que su amigo Harry sería la excepción a todas ellas.
Basado: En los personajes y situaciones de la serie de TV Queer As Folk. Algunas de las reglas, ideas y diálogos de Draco, son copia de frases dichas por Brian Kinney en la mencionada serie.
Nota: Escrito antes de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, por lo tanto no contempla los hechos suscitados en ese libro.
Fanart de la portada: Aradira
Un millón de gracias a las betas que me acompañaron en la aventura de desarrollar este fic: Selene, Isobelhawk, Suiris E'Doluc y Allalabeth, pero con mención honorífica a la primera, porque me alentó y me llenó de confianza cuando este fic era apenas un pequeño proyecto. También quiero agradecer a Anna Lylian por la revisión y corrección final que hizo del fic completo. ¡Muchas gracias a las cinco!
Regla 1
La diversión ante todo. No hay nada más importante que una buena follada o una noche de club. Absolutamente nada y por nada se debe canjear.
Excepción
Un amigo a punto de arrojarse del Puente de Londres. (¡Mierda, Potter, mira lo que me haces decir!)
Casi podía jurar que escuchaba su cadera golpear la de ese imbécil. Plop, plop. Un escalofrío recorrió su cuerpo antes de que lo pudiera evitar.
—Sí… Oh, sí… ¡Aaah, Dios! Mmmm…
¿Alguna vez podría traer a un sordomudo al piso? En serio, ¿sería mucho pedir?
"Oh, sí, oh. Qué bien lo haces, Malfoy. Eres el dios del sexo, Malfoy. Cásate conmigo mañana, Malfoy… La puta madre."
Paf, paf… ¿Alguna vez podría colocar la cabecera de su cama de modo que no hiciera tanto ruido?
Echó un vistazo hacia la puerta de la recámara de su amigo, mirándola con tanta furia que si la hoja de madera hubiese sido un ser consciente, se habría hecho pis encima. Harry palpó su varita escondida en sus pantalones, sabiendo que lo más sensato sería convocar un hechizo silenciador sobre la habitación.
Pero por alguna razón, no quería hacerlo. ¿Morbosa curiosidad? ¿Esperanza de escuchar que algo saliera mal? No lo sabía. Enfadado, intentó concentrarse en la televisión.
—… cuyo portavoz no ha querido dar a la prensa mayores datos acerca del secuestro de…
—¿Te gusta así? —preguntó la voz de Draco, la cual sonaba amortiguada a través de la puerta que los separaba. Pero que Harry sí alcanzó a percibir. Y tampoco pudo dejar de notar el dejo sensual y cargado de deseo con el que fueron dichas las palabras. Apretó los labios sin poder evitar una mueca de amargura.
—Oh, sí… por favor. Máaaaaaas… —gimió la otra voz en un tono mucho más alto, alargando con exageración la última palabra. Sonaba tan… suplicante-desesperado-excitado…
Harry empezó a sudar frío. Tomó el control remoto del televisor y subió el volumen aún más. No se dio cuenta de que las manos le estaban temblando.
—… los secuestradores palestinos se han justificado alegando que los franceses no portaban documento alguno y que…
Y como si Draco hubiera escuchado el sonido del noticiario nocturno y supiera las penurias que Harry estaba pasando (y Harry no dudaba que así era), aparentemente se aplicó aún más en su trabajo (como si eso pudiera ser posible, pensó Harry) y empezó a hacerle sólo Dios sabe qué cosas a su amante, el cual gimió desaforado y ahogó la voz del presentador de las noticias internacionales.
Harry apretó con tanta fuerza el puño con el que sostenía el control remoto, que no dudaba que todos los botones del mismo —desde el power on-off hasta el mute, pasando por los números del 1 al 0— se le quedarían marcados para siempre en la palma de su mano cual tatuaje. Haciendo esfuerzos sobrehumanos, intentó poner sus cinco sentidos en el hombre de traje que hablaba de conflictos en el Oriente Medio desde la pantalla de su televisor.
Harry entrecerró los ojos para verlo mejor y suspiró. ¿Por qué los de esa cadena de televisión no podían poner a un tipo mejor parecido? ¿Por qué ese estúpido no podía tener el pelo rubio platinado y desnudarse lentamente mientras Harry se metía la mano bajo los pantalones y…?
Pero no. De hecho, pensó que el presentador era un tipo bastante común y corriente como para merecer estar en la televisión. De cabello negro y peinado de niño bueno. Anteojos de media luna que le daban un aire de empollón. Harry torció la cabeza hacia un lado, pensando que ahora que lo veía bien, ese presentador era muy parecido a él.
"Demonios. Me veo como ese ñoño de la tele." Pero recordó que una vez Draco le había dicho que ese tipo no le parecía feo.
Sonrió.
Pero tan pronto como apareció, el breve gesto de felicidad fue remplazado por uno de genuina frustración.
Los quejidos del imbécil que estaba con Draco habían llegado a un punto francamente insoportable. Harry torció el gesto, haciendo muecas mientras imitaba la voz del amante en turno:
—Ay, ay… uy, sí. Mírenme. Estoy con el grandioso Draco Malfoy. Ajá, ajá.
Gran cosa.
Gilipollas, los dos. Draco y su Andrew, John, Eddie, Pepito o como se llamara el cretino de esa noche. No lo recordaba, y podía apostar la vida a que Draco tampoco.
"¿Alguna vez lo hará con alguien llamado Harry?"
El pensamiento le vino quién sabe de dónde. Y en cuanto le brotó del cerebro, rápidamente se llevó una mano a la frente y se la talló frenético, como si sus dedos fueran goma y deseara borrárselo antes de que Draco saliera y lo pudiera leer. Como si la cabeza de Harry fuera una gran pizarra en exposición con todos sus pensamientos escritos en ella.
"Pensamientos de Harry Potter la noche del 14 de febrero del presente año: número uno, estoy hecho una mierda porque Colin me ha dejado y tú no pareces darte cuenta de nada. Número dos, estoy harto de oír los ruidos de tus amantes cuando los traes al piso. Maldita la hora en que compartí apartamento con el soy-el-director-de-la-sinfónica-de-los gemidos. Y para terminar, número tres: de verdad desearía (en serio que sí) haber gemido así aunque fuera UNA SOLA VEZ en mi puta vida. Así como sólo tú logras que cualquiera se derrita en gemidos y jadeos cuando estás entre sus piernas."
Derrotado, se golpeó la cabeza hacia atrás contra el sillón en repetidas ocasiones. "Mierda, mierda, ¡MIERDA!" Sabía que no tenía ningún jodido caso estarse resistiendo.
Perdiendo la batalla por completo, se rindió al pensamiento que inundó su imaginación tan claramente como si lo estuviera mirando en la pantalla del televisor: a él mismo compartiendo el lecho con su amigo y compañero de apartamento. A él mismo, enloquecido de éxtasis y jadeando por el placer que las caricias y besos de Draco provocarían en su cuerpo. A él mismo, en vez del otro tipo, siendo follado por el mismísimo Draco Malfoy en ese preciso lugar y momento.
Harry empezó a respirar con agitación sintiendo que el corazón se le desbocaba. Una gota de sudor le resbaló por la frente al mismo tiempo que la excitación que sentía se hacía evidente debajo sus pantalones.
—¡Demonios! —masculló mientras intentaba controlar su respiración, sintiéndose algo entre enfurecido y avergonzado. Más furioso con él mismo que con Draco. O que con el maldito gilipollas que se estaba tirando.
¡Maldita costumbre de mierda que tenía el rubio de follarse sus conquistas bajo su mismísima nariz! ¿Por qué demonios no podía ir al apartamento del otro o esperar a que Harry no estuviera en casa?
No era la primera ocasión en que Draco le hacía aquello. Y por supuesto que no sería la última.
Una vez, cuando en medio del desayuno un tímido Harry se había atrevido a comentarle que la situación "le incomodaba un poco", Draco sólo había sonreído engreídamente y le había sugerido que aprovechara las circunstancias para mejorar su condición física y que cada vez que eso ocurriera, saliera a caminar al parque. Con expresión mustia, Harry escuchó a Draco alardear de que tal vez unas quinientas vueltas a Soho Square serían tiempo suficiente para que él finalizara con el chico en turno. Pero lo que al fin consiguió hacerlo enrojecer de rabia había sido el último comentario del rubio, quien con gesto socarrón se había parado de la mesa y susurrado en el oído de Harry:
—O tal vez te convenga mejor tomar una ducha bien fría.
¡Estúpido, vanidoso y engreído Malfoy! ¿Quién se creía él que era? A Harry le había enfurecido tanto la insinuación de parte de su compañero de que escuchar sus jornadas sexuales lograba excitarlo, que dejó de dirigirle la palabra durante días. Pero al final todo volvió a la normalidad, olvidó el incidente y las cosas entre Draco y él siguieron como siempre.
Aquella vez debió haber sabido que si se sintió tan ofendido había sido precisamente porque Draco no había hecho más que adivinar la verdadera situación. Que aunque Harry no quisiera admitirlo, la realidad era que él se ponía más caliente que un horno de pizzería al escuchar las ardientes sesiones de Draco con el-que-fuera-el-culo-del-momento, que cuando estaba besuqueándose con Colin.
Tan caliente, que la mayoría de las veces salía huyendo del apartamento en busca de Colin, precisamente. Y si Colin no estaba cerca, simplemente se dejaba perder en las brumas del deseo que se despertaba en él e incapaz de contenerse, se hacía justicia por propia mano. En su recámara, en la sala o en el baño. Pero cerca. Cerca de Draco.
Escudándose en decadentes justificaciones, jamás fue capaz de reconocer que algo no marchaba del todo bien en aquella situación. Después de todo, Draco era su compañero de apartamento y, más que eso, su amigo. Y por si todo eso fuera poco, Harry tenía novio. Así que no había excusa posible para sentirse atraído por Draco, y la negación siempre fue un excelente modo de no aceptar los sentimientos que el rubio despertaba en él.
Esa noche, Harry decidió darse por vencido y aceptar un fracaso más. Porque sabía bien que, por más alto que estuviera el volumen del televisor, su mente no iba a dejar de procesar las imágenes de lo que, él suponía, Draco y su compañía estaban haciendo en ese justo momento. Imágenes fuertemente alimentadas por los gemidos y suspiros que se dejaban escuchar a través de la delgada puerta que separaba la recámara de su amigo de la sala.
Con más furia de lo que pretendía, Harry apagó la tele y arrojó el control remoto al sofá conforme se levantaba. Suspiró hondamente mientras se estiraba y utilizaba una mano para reacomodarse su miembro semierecto por encima de los pantalones.
Qué novedad. Negando con la cabeza, se dijo a sí mismo que eso era perfectamente normal, que cualquiera se estimularía al escuchar sonidos de sexo tan cerca… ¿Tan cerca? "Justo a mi lado, maldita sea."
Tendría que haber sido de piedra para no estimularse al escuchar a una pareja gozar tan ampliamente. "Dios, Dios, ¡DIOS, o quien sea que esté allá arriba! ¿Cuánto quieres por dejarme saber qué DEMONIOS les hace para que jadeen de esa manera?"
Claro, con semejantes sonidos cualquiera se estimularía. Cualquiera. Nadie era inmune al dios-del-sexo-Malfoy. Ni siquiera su amigo Harry Potter. El que jamás sería visto por Draco de otro modo que no fuera ése.
Intentando ignorar la amargura que invadía su boca y lo hacía apretar tanto los puños que tenía los nudillos blancos como la cera, se dirigió a la puerta.
Tenía que salir de ahí, pero YA.
Porque no era posible que lo que estuviera sintiendo fueran celos. Envida. Deseo.
No, no podía ser.
El desconsuelo que sentía esa noche tenía que ser causa de su reciente soledad, combinado con la frustración de la certeza de que esa noche no habría cena romántica ni sesión apasionada de sexo. Eso tenía que ser. Eso debía ser.
Porque Draco era sólo su amigo. El único que había estado a su lado en los últimos años. Y eso no cambiaría jamás.
Tuvo ganas de sonreír al pensar que si alguien le hubiese dicho que Draco y él terminarían siendo amigos, nunca lo hubiera creído. Pero el gesto se quedó congelado en su rostro formando un mohín de amargor al darse cuenta de que, a pesar de que los dos eran gays, sus personalidades seguían siendo completamente diferentes al igual que antaño.
Dejó que la puerta se azotara detrás de él y salió decidido hacia las escaleras del edificio, ciñéndose su chaqueta conforme bajaba los tres pisos que lo separaban de la salida. Definitivamente el aire frío de aquella noche de febrero tendría que ayudarle a calmar sus ansias y pensamientos desbocados acerca de todo aquello.
Ya en la calle, Harry caminó a paso veloz para entrar en calor, dirigiéndose prestamente hacia el famoso jardín que estaba a un par de cuadras de su edificio. Al llegar ahí, se detuvo sobre el húmedo césped y se sintió el hombre más estúpido de todo Londres. "¿Y ahora qué?"Embutió las manos en los bolsillos de su chaqueta, maldiciendo por haber olvidado ponerse unos guantes en su prisa por salir.
El frío arreciaba a esa hora y las nubes grises que se cernían sobre la ciudad eran clara indicación de una pronta llovizna.
El parque estaba muy solitario, con unas cuantas personas caminando alrededor; un hombre mayor que paseaba a su perro y unas pocas parejas sentadas en los bancos besándose con pasión. Por supuesto, en noches como esa no había mejor manera de entrar en calor que hocicarte con tu novio, ¿o no?
"Maldito día para estar sin pareja."
Frustrado y helado hasta los huesos, Harry resopló y decidió ir a una de las tantas cafeterías que estaban a la vuelta de la esquina. En realidad un café no se le antojaba para nada, pero al menos así podría estar en un lugar con calefacción y se resguardaría del frío sin tener que regresar a su casa. Y pensándolo bien, quizá un chocolate caliente no le vendría del todo mal.
Se encaminó hacia una de las aceras de Frith Street decidiendo que iba a matar a Colin en cuanto lo tuviera a la vista. Claro, en dado caso de que lo volviera a ver de nuevo algún día.
Como siempre y a pesar del inclemente frío, la calle rebosaba de vida. La multitud de diferentes negocios de la zona, entre los cuales destacaban los pubs, cafeterías y sex shops, eran visitados a toda hora tanto por turistas como por locales. Harry pasó de largo diferentes bares y restaurantes antes de decidirse a entrar al Caffè Nero, pues sabía que ahí servían un delicioso chocolate.
No había mucha gente. Algunas personas de mediana edad, sentadas en las modernas mesitas, bebiendo en tazas humeantes y leyendo diferentes cosas. Intentando, como Harry, mitigar un poco la soledad que suele acometer en los días festivos a las personas que no tienen con quién compartir ni estar.
Harry suspiró y agradeció internamente por la calidez que lo recorrió en cuanto entró al sitio, sintiéndose casi mareado por el fuerte aroma a espresso que dominaba el ambiente y avanzando hacia el mostrador en busca de un chocolate que también lo calentara por dentro.
—¿Potter?
Harry casi deja caer la bebida que acababa de pagar al volverse con rapidez, azorado de que alguien ahí lo llamara por su nombre. La chica de cabello y ojos negros que estaba detrás de él lo miraba con curiosidad y desconcierto.
—Potter —repitió, ahora como una afirmación—. ¿Cómo estás?
La pregunta no había sido hecha con verdadero interés. Tanto la mirada como la expresión de la chica indicaban más desagrado que alegría por el fortuito encuentro. Antes de responder, Harry se llevó el vaso de papel a los labios y se quemó al intentar beber el contenido.
—Bien, Pansy. ¿Y tú?
La chica lo miró de hito en hito y sonrió de lado, como si creyera que ese "bien" dicho por Harry no coincidía para nada con lo que sus ojos estaban viendo.
—Mejor que nunca, gracias. —Volteó hacia su derecha, fijando la vista en un hombre alto y apuesto que la acompañaba. Ella levantó las cejas y dijo con un mal disimulado orgullo—: Lawrence Craig. Cariño, él es Harry Potter. Un viejo amigo del colegio.
El hombre y Harry se dieron la mano y se saludaron tal y como lo exigen la cortesía y las buenas costumbres. Después de intercambiar un poco de información intrascendental entre ellos, como la profesión del novio y la mierda de clima que tenían ese año, Pansy sugirió que tomaran asiento los tres juntos en una pequeña mesita que recién se había desocupado.
A Harry no le agradó la idea. Después de todo, Parkinson y él jamás habían hablado más de tres palabras en el pasado y en realidad no tenía ningún interés en empezar nada con ella. Pero no encontrando una manera educada de negarse, se vio de pronto sentado entre dos personas que apenas conocía y delante de un chocolate caliente que ya no le apetecía en absoluto.
—Y dime, Potter… ¿Cómo está Draco? —preguntó Pansy por fin, después de varios minutos de charla banal.
Harry la miró a los ojos, sabiendo que eso era lo único que debía haber ocupado la mente de la chica desde que descubrió al compañero de apartamento del que fuera su primer y más encarnizado amor: saber de Draco.
La pregunta provocó que la mente de Harry volara de regreso a su piso y a los gemidos. Un retorcijón en el estómago y sensación de vacío en el vientre.
Sin proponérselo, Harry agachó la mirada y respondió:
—Bien. Como siempre.
—¿Sigue siendo una puta?
El nuevo cuestionamiento de Pansy ocasionó que su novio casi se atragantara con el café y atrajo hacia ella miradas airadas y escandalizadas de más de dos parroquianos cercanos a su lugar. Harry tragó saliva y sintió que la amargura subía por su estómago hasta dejarle en la boca un terrible sabor a hiel.
¿Qué diablos hacía tomando chocolate? Desde ese día, sólo café. Y en casa, por favor.
—Ya te lo dije —respondió entre dientes—. Como siempre.
Pansy arqueó las cejas y lo miró inquisitoriamente, casi desnudándolo con la mirada.
—¿Y tú? ¿No se supone que deberías estar con tu novio el día de San Valentín?
Harry, quien en ese momento estaba dándole vueltas al vaso de chocolate sólo por tener algo que hacer con las manos —chocolate que ahora se arrepentía haber deseado—, casi se mordió la lengua para no decir lo que realmente estaba pensando.
Maldita la hora en que esa bruja resentida se había cruzado en su camino.
—Colin y yo… Decidimos darnos un tiempo. Él recibió una oferta de trabajo que no pudo rechazar, ya sabes, la Magical Geographic. ¿Cómo decir que no a eso? Y yo… —se interrumpió, preguntándose qué demonios lo obligaba a contarle a Parkinson detalles de su vida privada.
—Pobre Potter, qué lástima me das —comentó ella arrastrando la voz y haciéndole honor al animal que representaba a la casa a la que había pertenecido en Hogwarts. Su tono sonó tan farsante que hasta su novio giró la cabeza hacia ella y la miró arqueando una ceja—. Sin novio y sin amigos, y después de todo lo que hiciste por nosotros. Abandonado por Granger y Weasley desde hace tanto y ahora por el don nadie del sangre-sucia-saca-fotitos.
Sintiendo que perdía los estribos, Harry se puso intempestivamente de pie y se disculpó:
—Lo siento, Pansy. Tengo que irme.
—¿Adónde y por qué con tanta prisa? Creí haber escuchado que no tenías pareja —dijo ella con la voz cargada de veneno y un brillo de diversión en su oscura mirada.
—Pansy… —murmuró Lawrence en tono de advertencia. Seguramente el pobre imbécil creía que la chica se estaba sobrepasando. Harry lo miró sintiendo genuina lástima: o estaba muy enamorado, o no conocía a la verdadera Pansy Parkinson. Por lo menos, no como él. Pansy sencillamente ignoró la amonestación de su novio como si no lo hubiera escuchado.
Harry la observó sin poder ocultar su creciente rabia.
—Draco me espera —mintió. Si ella quería hacerlo sentir miserable, entonces él le pagaría con la misma moneda—. Me invitó a salir con él hoy. De hecho, ya me ha estado insistiendo desde hace mucho, y también esa fue una de las razones por las que terminé con Colin.
—¿Draco? ¿Te invitó a salir? —Pansy lo miró de arriba abajo con la mirada llena de desdén. Al final, soltó un resoplido—. Por favor, Potter. Estoy completamente segura que de tanto soñarlo estás confundiendo la realidad con la fantasía. —Endureció su rostro antes de añadir con voz cruel—: Tú no eres su tipo.
—Y nadie mejor que tú para saber a ciencia cierta quiénes no son su tipo, ¿verdad? —respondió Harry, tratando de no dejarse intimidar. Pero el dolor que sintió ante la verdad dicha por Pansy lo asustó. Se alejó de la mesa rumbo a la puerta de salida, sin volver a mirar a la chica a los ojos—. Tanto gusto, Craig. Feliz día de San Valentín a los dos.
Tiró el vaso con su contenido casi intacto en el cesto que estaba colocado junto a la puerta y salió a grandes zancadas del lugar. Iba tan furioso que ni siquiera reparó en la ligera y gélida llovizna que había empezado a caer sobre la ciudad.
No estaba seguro del motivo de su molestia. En realidad, dudaba que se debiera a los comentarios de Parkinson acerca del abandono de sus amigos o de Colin. Generalmente, eso no lo deprimía tanto.
El golpe bajo había sido otro. "Tú no eres su tipo."
Arrugó el entrecejo y encorvó la postura al clavar la mirada en cada paso que daba. Era verdad, lo sabía. "No, no soy su tipo. Y nunca lo seré."
A Draco le gustaban guapos. Con magnífico cuerpo, con el trasero perfecto y respingado. Chicos alegres, fiesteros, que supieran bailar. Que partieran plaza en los clubes, que llamaran la atención a su paso. Pero sobre todo, guapos. Y Harry sabía que él no era nada de eso.
Sin dejar de fruncir el ceño, se preguntó por enésima vez qué se sentiría ser la presa de Draco cuando éste andaba en plan de caza. Deseó saber cuán emocionante sería ser el motivo de admiración de sus ojos grises, en esas noches en las que se devoraba al chico-objetivo-de-la-noche con la mirada antes de hacerlo textualmente con la boca.
¿Y por qué le dolía tanto ser consciente de que nunca lo sabría?
No quiso ahondar más en ello. Ya tenía bastantes problemas, de veras que sí, para todavía permitir que las palabras de esa inoportuna serpiente lo hicieran perder la poca tranquilidad que le quedaba. Pero de repente la realidad de su vida le ardía como si la ex Slytherin hubiera echado sal a una herida fresca. Así tal cual le dolía.
Le dolía. Algo le punzaba en el alma; y como si fuera su única tabla de salvación, Harry se aferró al piadoso pensamiento de que era por Colin por quien se sentía así. Después de todo, Colin había sido su primer y único amante hasta ese día. Él era quien lo había rescatado de la soledad en la que se encontró cuando venció a Voldemort y sus amigos se alejaron; cuando el mundo mágico dejó de rendirle tributo y agradecimiento, y pasó a ser un mago más: sin trabajo, casi sin dinero, sin rumbo fijo y, lo peor, solitario.
Habían transcurrido más de tres años desde aquel día en que Colin había llegado a buscarlo adonde fuera su anterior lugar de residencia, el número 12 de Grimmauld Place. Harry recordó que al principio se había sentido un tanto fastidiado, casi escondiéndose y negándose a salir cuando el joven iba a visitarlo. El que fuera su admirador en la escuela lo sacó casi a rastras de la tumba en la que el mismo Harry se había sepultado, devolviéndole la alegría por la vida y la confianza en sí mismo. Pero sobre todas las cosas, el conocimiento de que era adorado y querido por alguien más y no sólo por ser el salvador del mundo mágico.
Y Harry se había conformado con eso. Creyó que era lo que se merecía y trató de ser feliz. ¿Realmente había amado a Colin? Lo dudaba. Cuando el chico se lo preguntaba, Harry prestamente cambiaba el tema. Porque estaba casi seguro de que la respuesta era un no.
Sin dejar de recordar al que apenas hacía un par de días había dejado de ser su novio, Harry se encaminó hacia su apartamento. La gente que se cruzaba en su camino lo miraba extrañada, aunque él no se daba cuenta de ello. Había olvidado que su poderosa magia a veces se mandaba sola. De hecho, tenía que cuidarla constantemente para evitar ser descubierto por los muggles haciendo algo sorprendente sin proponérselo.
La lluvia se le resbalaba por los costados del cabello y de las ropas sin impregnarlas ni humedecerlas en lo más mínimo. Se le deslizaba con suavidad, acariciando su piel y su pelo negro sin mojarlos, de la misma manera en que el agua es repelida por las plumas de un ave. Como si Harry hubiese transformado su piel y sus ropas en el plumaje de un cisne… ave hermosa y excepcional que cree que no es más que un patito feo.
Lo escuchó pelearse con sus llaves y, sólo por fastidiar, esperó a que introdujera la correcta en la cerradura para adelantarse y abrirle la puerta. Adoraba la cara que ponía cuando lo hacía, un gesto de sorpresa y molestia al descubrir que su trabajo de buscar la llave había sido completamente en vano.
Aunque podría ser que su desconcierto se debiera a que él y su amigo aún estaban en el apartamento en vez de haberse marchado ya a bailar, como tal vez Harry lo había supuesto.
Harry se quedó con la mano levantada y la llave apuntando a una cerradura que ya no estaba, sólo mirándolo a la cara. Con esos ojos verdes tan abiertos. Tan transparentes. Tanto, que a veces Draco creía que no se necesitaría de legeremancia para poder leer a través de ellos. Tragó saliva al tiempo que entrecerraba los suyos.
Estúpido cabrón de ojos verdes, ¿sabía en realidad lo bonitos que eran? Claro que Draco nunca se lo confesaría. Primero se dejaría arrancar un brazo y la mitad del otro. Y quizá ni aun así.
Se fijó en la manera en que arqueaba sus gruesas cejas y en su silencio. Gestos que le dieron un aire de fragilidad que era extraño. Desconocido. ¿Es que acaso el Héroe se sentía indefenso? ¿El Vencedor del Señor Oscuro tenía miedo?
Draco le sonrió presuntuoso, sabiendo que si Harry estaba en la calle era porque no había soportado los gemidos del chico al que Draco se había estado tirando. Y quien por cierto había insistido en entrar al baño a lavarse un poco antes de ir al club. Pero Harry no le correspondió la sonrisa, sólo se quedó ahí, clavado en el pasillo, mirándole también a los ojos.
Por unos segundos que no fueron nada pero al mismo tiempo fueron toda la eternidad, esa mirada de jade fundido se le metió directo hasta el alma, incendiándolo todo a su paso: pensamientos coherentes, sensaciones reprimidas y negación persistente. Todo se carbonizó de la misma manera en la que un bosque arde tras el paso de la lava del volcán que acaba de hacer erupción.
Y entonces, Draco reaccionó como solía hacerlo siempre que la situación se estaba poniendo demasiado seria: eludiendo lo importante, bromeando lo intrascendente.
Suspiró y, haciendo una dramática reverencia, se retiró del dintel de la puerta para permitirle entrar.
—Adelante, bella damisela. Bienvenida de nuevo a su humilde castillo —le dijo en tono jocoso—. Yo os juro que el prisionero que lo no le dejaba dormir con sus lamentos, ya ha sido ejecutado y de la peor manera. Trágicamente empalado, me temo.
—Vete a la mierda —masculló Harry al pasar. Odiaba cuando Draco lo trataba como si fuera una chica. Y como Draco sabía que Harry lo detestaba, obviamente lo hacía todo el tiempo.
—Vaya, ¿no me digas que estás en tus días? ¿O será que el frío te ha provocado que el cutis se te reseque?
Harry se giró para encararlo, poniendo cara de circunstancias que a leguas decía: "No me jodas más, que esta noche de veras no te lo soporto".
El cerebro de Draco trabajó con agilidad y no tardó ni medio segundo en adivinar.
El puto de Peter Parker.
Harry arrojó las llaves con violencia sobre la mesita que estaba junto a la puerta, provocando que Draco frunciera el ceño y apretara los labios. Pero no le dijo nada. Ya estaba más que cansado de pedirle que las colocara en el portallaves que colgaba en una pared de la cocina.
Suspirando, le echó una mirada al desorden que Harry solía tener en esa mesa y que a Draco exasperaba en demasía. Cuentas pagadas y por pagar. Papeles arrugados y servilletas usadas —Draco casi podía vomitar— que se sacaba de los bolsillos del pantalón al llegar a casa. A veces, también ahí solía dejar sus gafas.
Aunque últimamente se cuidaba mucho de llevarlas puestas hasta que tenía que irse a dormir, y entonces las dejaba en su mesita de noche. Y todo gracias a que Draco una vez, harto de verlas siempre en esa mesita, se las había hechizado para que Harry pudiera ver a través de ellas a la gente desnuda a su paso. Como no se dio cuenta de ello hasta que estuvo en la calle y fue demasiado tarde para sacar su propia varita y romper el encantamiento, Harry tuvo que hacer su viaje en el subterráneo tratando de no ver a nadie y permanentemente sonrojado.
Y ésa era otra de las manías de Harry que Draco tampoco entendía: la de viajar en ese incómodo y abarrotado sistema muggle de trenes. Teniendo chimenea y pudiendo aparecerse en su trabajo del Ministerio, no le veía sentido alguno a hacerlo.
Pero volviendo al tema de la mesita… Quizá ya era tiempo de lanzarle también algún hechizo a sus llaves.
Suspirando, Draco regresó los ojos a su compañero de apartamento. Harry miraba fijamente hacia el baño de visitas, consciente de que el chico que Draco había llevado estaba detrás de la puerta. Parecía contrariado y tenía la mandíbula tensa, provocando que Draco sintiera por él algo muy parecido a la compasión. Sentimiento que rápidamente desechó.
Harry hizo un amago de movimiento con rumbo a su habitación, tal vez con la intención de encerrarse ahí hasta que Draco y su compañía se hubiesen ido. La voz de Draco, arrastrada y llena de sarcasmo, lo detuvo en seco antes de poner un pie dentro de su recámara.
—Así que… ¿No hay salidas románticas para ti el día de San Valentín?
Harry no se giró. Draco notó la forma en que sus hombros se levantaban y, medio segundo después, se relajaban. Un sentimiento de triunfo lo recorrió al pensar: "Hasta lo hago suspirar". La sensación de victoria no le duró nada al recordar que Harry no suspiraba precisamente por él, sino por…
—No —respondió Harry.
—¿Y dónde está metido tu Peter Parker? —preguntó Draco refiriéndose a Colin y sin ocultar el sentimiento de desagrado que le inspiraba ese mago—. ¿Por fin le dieron una beca para irse a estudiar fotografía? Con el poco talento que tiene, apuesto a que apenas lograría conseguir una para irse a Hawai con Lily y Snitch.
Intentando ocultar una sonrisa, Harry se giró para mirarlo a la cara.
—¿Hawái? ¿Lily y Snitch? ¿De qué demonios estás hablando?
—Del par de raritos que salen en la película animada que vimos hace unas semanas. —Ante la mirada interrogativa de Harry, Draco continuó explicando—: ¿No lo recuerdas? Una niña medio tocada que se la pasaba tomando fotos y que tenía un monstruo azul, el cual decía que era su perro pero que en realidad era un extraterrestre que…
Era obvio que Harry no pudo evitar la carcajada que brotó de su garganta y le mejoró enormemente el semblante.
—¡Se llaman Lilo y Stitch! ¡Dioses! Sin duda alguna tendré que ser más selectivo con las películas que traigo a casa.
Draco jamás lo reconocería, pero la verdad era que la sonrisa de franca incredulidad que se quedó en la cara de su amigo lo reconfortó mucho más que el orgasmo que había experimentado un momento antes al follarse al otro fulano. Y antes de que su mente pudiera tener la oportunidad de analizar eso con mucho detalle, continuó hablando:
—¡No te atrevas a dejarme sin mis DVDs favoritos! Por cierto, ¿sabías que ya va a salir la nueva película del memo que se parece a tu noviecito? Vi los anuncios en el televisor. —Arqueó una ceja mientras sus ojos relampaguearon esperanzados, como un niño pequeño que pide un regalo de cumpleaños adelantado—. Creo que esta vez podríamos arriesgarnos un poco más y en vez de esperar a que salga en DVD, podemos ir a verla a cualquiera de esos lugares donde me contaste que las ponían en un televisor gigante.
Harry meneó la cabeza en un gesto negativo pero sin dejar de sonreír.
—¿Ir al cine? ¿Contigo? —Se rió de nuevo—. ¡Tendría que ponerte un bozal y una correa primero! Si aquí en casa no puedo controlarte de lo mucho que te alteras… no voy a ir a pasar vergüenza a un lugar lleno de muggles. Todos nos mirarían raro cuando te pusieras a aplaudir y a lanzar hurras.
Si existía algo del extraño mundo muggle por lo que Draco se había permitido ser seducido y en el que mostraba todas sus emociones como si estuviese al desnudo, había sido en aquello en lo que los muggles parecían ejercer su propia magia: la cinematografía.
Draco todavía recordaba como si hubiese sido el día anterior cuando Harry había llevado al apartamento dos aparatos y una pequeña caja con un disco delgado. Conectó las máquinas entre sí y a la corriente eléctrica; introdujo el disquito en una de ellas, y… ¡aleluya! A partir de entonces, conseguir que Draco se quedase quieto sin gritar, enojarse o vitorear mientras duraba la película, era completamente imposible.
Ver películas se volvió casi como un ritual entre ellos. Una de las pocas actividades que hacían juntos, pues normalmente Draco prefería los clubes y Harry prefería a Colin.
Pero las noches en las que no había Colin, había un DVD nuevo para ver. "¿Sabes?", había comentado Draco el día que vieron Spiderman. "Tu novio se parece al tipo del disfraz de araña. Pero cuando no lo trae puesto, quiero decir." Hizo una imitación de Colin tomando fotografías y Harry tuvo que hacer un doble esfuerzo para no reír. "Oh, Harry, eres tan bello… ¿puedo tomarte una foto? Oh, Harry, ¡mira! El puto de Malfoy está follando en el otro cuarto… ¿le tomamos una foto? Oh, Harry ¡descubrí que tengo el culo tan pálido como Myrtle la Llorona! ¿Me tomo una foto?"
Por cierto que Harry jamás se había quejado de que Draco llamara a Colin Peter Parker, ni se atrevió a preguntarle cómo sabía de qué color era su trasero. Y por mucho que Draco renegara de que podría estar ligando en vez de perder su tiempo en las tonterías que inventaban los muggles, la gran mayoría de las veces se sentaba disimuladamente a su lado y disfrutaba como niño pequeño de lo que fuera que Harry llevase a casa para ver. Pero eso sí, jamás habían ido al cine a pesar de que había varios muy cerca de su apartamento.
—¿Y si te permito que primero me hagas un silencius? —susurró Draco torciendo la boca en lo que trató fuera una sonrisa provocativa. Podría apostar la mitad de la fortuna de los Malfoy (si es que algún día era suya, claro) a que Harry sucumbiría. Siempre lo hacía.
Para su sorpresa, la sonrisa de Harry se desvaneció. El moreno volteó la cabeza para fijar la mirada a cualquier otro lado que no fuera Draco. Éste alcanzó a escuchar que Harry murmuraba entre dientes: "Sí, claro. Un silencius es justamente lo que necesito."
—¿Dónde demonios está Creevey? —preguntó Draco sin tapujos y endureciendo la voz de nuevo. Era suficiente consideración, ya habían sido demasiados rodeos.
Harry giró la cabeza tan rápido que Draco se sorprendió de que no se desnucara. Abrió la boca unos segundos sin decir nada, pero como si creyera que no tenía caso negarlo, dijo al fin:
—Se ha ido.
Draco supo lo que ese "Se ha ido" significaba. No era el "Se ha ido a Madrid a una convención de periodistas" o el "Se ha ido a cubrir la visita del Primer Ministro a la zona de guerra". No. Era un "Se ha ido para siempre. Me ha dejado. Hemos terminado".
—Potter… —comenzó—. Créeme que el imbécil no te pudo dar un mejor regalo.
Harry lo miró de nuevo con ojos incrédulos. Con ese gesto de "¿Y dices ser mi mejor amigo?" torciendo las cejas y apretando los labios. Draco tuvo tantas ganas de abrazarlo que quiso abofetearlo.
—Pues es la verdad —continuó—. Yo siempre te lo he dicho, te mereces algo mucho mejor que ese fotógrafo de cuarta.
Y no era que Draco despreciara a Colin por su trabajo de pseudoperiodista lameculos en El Profeta. Ni tampoco porque parecía controlar a Harry con hilos invisibles, chantajeándolo con el cuento de que había sido él quien lo sacó del agujero de mierda en el que había caído cuando todos lo abandonaron. ¡Maldición, ni siquiera lo repudiaba por ser un sangre sucia!
No. Era algo más, algo que Draco no podía definir pero que era muy real. La sensación de que Harry era mucho hombre para ese tonto poca cosa. Harry era mucho más atractivo, mucho más sensible y buena persona. Y las veces que Draco no pudo evitar decírselo —casi a gritos y jalándose los pelos— había parecido como si Harry no lo entendiera. Era el chico más fantástico del mundo y no se enteraba. Uno de los mejores magos reconocido mundialmente y no le importaba. Draco no podía dar crédito. Pero al mismo tiempo, pensaba que quizá era por eso que Harry resultaba aún más encantador de lo que ya era.
Harry se encogió de hombros y comenzó a explicarle a Draco, como si pensara que era importante hacerlo:
—Tuvo una… oportunidad. Un trabajo nuevo. Su base será Washington, pero de ahí lo van a mandar por el mundo entero. Me dijo que necesitaba un… tiempo. Que quizá… ambos lo necesitábamos. Eso y salir con otras personas.
Draco soltó un resoplido que provocó que Harry levantara la vista.
—Me cuesta creerlo, pero parece que Creevey por fin ha conectado el cerebro con la lengua. —Dio un paso hacia Harry y le picoteó el pecho con el dedo índice mientras le decía mirándolo al los ojos—. Salir con otras personas. Ése es el punto, Potter, y es justamente lo que tú necesitas. Darte cuenta de que Creevey es un estúpido y de que tú eres… —Se mordió la lengua y desvió la mirada. No creía que fuera buena idea decirle a su mejor amigo que era un bizcocho con piernas y que si él llegara a encontrárselo en un club, se lo devoraría entero y sin reservas.
—¿Yo soy qué, Draco? —preguntó Harry en tono desafiante, retándolo—. ¿Un fracasado, feo y tonto cuatro ojos? ¿Un perdedor que en toda su vida no ha conseguido más que un solo novio?
Draco abrió la boca con incredulidad. ¡Harry no podía estar hablando en serio! No era posible que realmente tuviera ese concepto de él mismo.
—¡Si ha sido así es porque tú lo has querido, Potter! Yo siempre te he dicho que tener pareja y ser fiel es una mierda. ¡Mírame a mí y entiéndelo! Salgo cuando quiero, adonde quiero y follo con quien quiero. Sin ataduras, sin complejos… Pero, sobre todas las cosas: ¡sin enamorarme! Eso sólo te garantizará sufrimiento.
Harry bajó un poco la cabeza en un gesto derrotado, pero no le despegó los ojos a Draco.
—Bueno, no todos tenemos la suerte de ser Draco Malfoy, ¿verdad? Me alegro de que tomes la vida de esa manera y te diviertas, pero yo… —Cerró los ojos y al abrirlos de nuevo estaba mirando hacia un lado—. Yo busco algo más.
Draco entrecerró los ojos sin saber qué más decir. El dolor de Harry era casi palpable y se le escurría por cada poro, de modo que el rubio creía que podía acercarse y limpiárselo con un pañuelo. Si antes había odiado a Creevey por pensar que no se merecía a Harry, ahora sí podía decirse que estaba en el primer lugar de su lista de "gente a quien enviarle un cruciatus para Navidad".
¿Cómo podía ser posible que el estúpido deseara salir con otros teniendo al mismísimo Harry como pareja? Porque si él, que era el gay más promiscuo de la zona, pudiera poseer la oportunidad de tener a su lado a alguien como Harry…
El tipo con el que había estado follando y con quien tenía intención de ir a bailar, salió del baño en ese preciso momento interrumpiendo la línea de su pensamiento. Era un mulato delicioso, con el culo tan respingado que se necesitaba equipo de montañismo para poder montarse en él. Por un momento Draco casi se había olvidado de que el fulano estaba ahí. Harry también lo miró, y Draco observó que su semblante se ensombrecía aún más. "Mierda",pensó.
El mulato saludó a Harry con una sonrisa medio perversa. Al parecer, Draco no era el único que creía que Harry estaba como para comérselo en la cena y chuparse hasta los dedos, y eso le dio una idea.
—Ven a bailar con nosotros, Potter —le dijo, sonriendo con malicia y arqueando una ceja—. Hoy vamos al Heaven. Y, ¿sabes?No hay nada como una buena noche de copas y descontrol para olvidar hasta cómo te llamas.
Al amigo de Draco, de quien efectivamente no recordaba ni su nombre, le brillaron los ojos. En cambio, Harry negó frenéticamente con la cabeza mientras daba un paso atrás.
—No, gracias. Ya sabes que yo no bailo.
—Como quieras —respondió Draco encogiéndose de hombros—. Tú sabes lo que haces con tu vida, pero yo insisto en que en vez de quedarte a lamentar la pérdida del gilipollas inútil, la verdad es que deberías estar celebrando.
Se adelantó a tomar sus llaves y su cartera. El otro chico caminó hacia la puerta y la abrió.
—Adiós —se despidió de Harry. Éste sólo hizo un ademán con una mano y se dirigió a la cocina.
Draco no le quitó los ojos de encima hasta que su espalda desapareció al otro lado de la pared. Hasta por detrás se le miraba tan derrotado que daba verdadera pena. Draco se quedó plantado mirando hacia la nada, con el otro chico esperando ansioso en el pasillo y su mejor amigo deprimido y al punto del suicidio en la cocina.
—¡Mierda! —soltó mientras se golpeaba la frente con una mano—. Sé que mañana voy a odiarme por lo que voy a hacer.
Harry se quedó plantado junto al refrigerador en espera del sonido de la puerta cerrándose para así saber que Draco y su ligue se habían ido ya. Cuando al fin escuchó el golpe y las voces se alejaron, suspiró. Por un momento había temido seriamente que Draco lo arrastrara al club… no dudaba que fuera capaz de hechizarlo delante del muggle con tal de lograrlo.
Abrió la puerta del refrigerador y sacó una cerveza. Quizá si se ponía lo bastante ebrio caería dormido como un tronco y lograría no escuchar de nuevo a Draco con su compañía cuando regresaran al apartamento a seguir con su sesión de sexo. Quizá.
Abrió la botella, se encaminó a la sala y se dejó caer pesadamente en el sofá. Observó el televisor por un momento, dudando en encenderlo. En realidad no le apetecía para nada.
Como solía suceder en los días en los que se sentía menos que una mierda y en los que la autocompasión estaba por todo lo alto, Harry no pudo evitar recordar lo solo que se encontraba y lo mucho que echaba de menos a Ron. Y a veces, hasta a Hermione también. Era increíble que ahora la única persona con la que más podía contar, fuera Draco Malfoy. Suspiró hondamente y le tomó un gran trago a la cerveza, sin dejar de pensar en la manera en que Draco se había convertido en más que su amigo, en el único amigo que tenía cerca.
La guerra había terminado de un modo tan rápido que sorprendió a más de uno. Pero no por haber sido breve dejó de ser terriblemente sangrienta. Fue por eso que Harry y sus amigos, así como toda la Orden del Fénix en conjunto, habían hecho su mejor esfuerzo a la hora de localizar y exterminar los horrocruxes, empeñados en hacerlo cuanto antes. No había sido nada fácil y Harry estaba más que consciente de que sin la inteligencia de Hermione y la valentía de Ron, jamás lo habría conseguido solo.
Cuando la guerra finalizó, lamentablemente con cientos de civiles que contar entre las víctimas, Hermione les comunicó a sus dos amigos que se marchaba a vivir a Francia. Sus padres se habían mudado a París al comienzo de la guerra, huyendo de la cacería de muggles que se había desatado en Inglaterra. Así, Harry vio con infinita tristeza cómo su mejor amiga se iba para siempre de su patria. Pero por supuesto que no podía culparla por querer reunirse al fin con su familia.
Ron no se lo tomó mejor. Su frustración y tristeza fueron tantas que, irremediablemente al transcurrir un par de meses, tomó la decisión. Se iría a París a buscar a la castaña. Cuando se lo comunicó a Harry, a éste no le extrañó. En realidad, ya se estaba empezando a preguntar cuánto tiempo más soportaría el pelirrojo sin salir corriendo a declararle su amor a Hermione.
Ron no cabía de felicidad cuando obtuvo un empleo en la capital francesa como corresponsal de la sección deportiva de El Quisquilloso, pues así podría mudarse sin preocuparse más que por aprender el pensó que nunca lo había visto tan feliz: a partir de ese momento Ron podría hacer lo que siempre le había apasionado —hablar de quidditch hasta por los codos—, le pagarían por ello y, por si fuera poco, viviría en la misma ciudad que Hermione.
El sueldo no era mucho, pero para empezar eso le bastó. Después de todo, a nadie le iba muy bien al término de la guerra, y los salarios (si es que se podía conseguir trabajo) eran más bien modestos. De hecho, ni siquiera el vencedor del Señor Oscuro pudo obtener lo que siempre había deseado.
Después de que Ron se fuera, Harry se había pasado varios meses en estado de letargo. Sorprendido de que todo hubiese acabado ya, de que al final él hubiera sido el asesino, de que no hubiera muerto y, sobre todo, sorprendido del abandono —involuntario— de sus amigos. Muy en el fondo comprendía que tanto Hermione como Ron habían hecho lo indecible por él y merecían alejarse de todo y vivir sus vidas, pero no por comprenderlo dejaba de doler.
Y fue en aquel momento cuando Colin hizo bendito acto de aparición, salvándolo de él mismo y del vacío en que se había convertido su existencia. Posteriormente —después de no haberlo visto por años— también Draco irrumpió en el panorama, trastornándolo todo a su paso como era su sana costumbre. Ambos, Draco y Colin, se convirtieron entonces en el universo de Harry: Colin era su amante y Draco, su mejor amigo. Y en ese momento más que nunca, Harry aún se preguntaba qué tan diferentes hubieran sido las cosas si aquello hubiese ocurrido al revés, si Colin sólo hubiese sido sólo su amigo y Draco su…
Casi brincó en el sofá y estuvo a punto de derramar la cerveza en el costoso mueble de Draco cuando la puerta se abrió de pronto, sobresaltándolo. Harry giró la cabeza y no pudo evitar alegrarse al ver a Draco entrar con sonrisa de niño travieso. Por un momento esperó que su acompañante entrara tras él, pero con grato asombro se dio cuenta de que no venía nadie más. Sólo era Draco.
—¿Olvidaste los condones? —bromeó sin dejar de notar que Draco llevaba una mano detrás de la espalda como si escondiera algo—. Creí que en los clubes siempre había máquinas expendedoras…
—En la vida hay cosas mucho más importantes que ir a un club o follarse a alguien, Potter —respondió Draco fingiendo gran seriedad. Ante la cara de extrañeza de Harry, completó con una enorme sonrisa—: Me sorprende que seas tan frívolo y superficial. —Harry se quedó boquiabierto, preguntándose si ya se habría quedado dormido y estaría soñando, cuando Draco notó la cerveza que tenía en la mano—. ¡Ah, cerveza! Qué bien, ya te estás preparando. Pero me temo que te olvidaste de las palomitas.
—¿De qué estás hablando? —pudo preguntar Harry cuando al fin su boca logró articular algo.
—Por favor, Potter. Tú mismo me enseñaste que no hay buena película sin un tazón de palomitas calientes y con mucha mantequilla. —Sin decir más, Draco entró a la cocina a rebuscar por la alacena. Sin dar crédito a lo que estaba sucediendo, Harry lo escuchó conjurar un hechizo y, de inmediato, el aroma dulzón de las palomitas invadió todo el lugar. Atónito y mirando hacia la cocina, Harry oyó a Draco remover platos y botellas mientras tatareaba alegremente—: Tiene los ojos verdes como sapo en escabeche…
—¡DRACO! —gritó Harry y enterró la cara entre los cojines del sofá—. Por favor, otra vez no…
Draco lo ignoró y continuó cantando:
—Y el pelo negro como pizarra cuando anochece…
Cerrando los ojos con fuerza, Harry se preguntó de nuevo (e inútilmente, por supuesto) cómo demonios había hecho Draco para aprenderse de memoria aquel infame poema que Ginny Weasley le había dedicado el día de San Valentín de su segundo año en Hogwarts.
—Quisiera que fuera mío porque es glorioso... el héroe que venció al Señor Tenebroso.
Como si fuera un ritual de aniversario, Draco tenía la molesta costumbre de recitárselo a Harry todos los días de San Valentín que habían pasado juntos desde que eran amigos. Harry no pudo evitar sonreír y sentir un extraño y reconfortante calorcillo en el pecho, pues internamente y a pesar de que no lo reconocería ni estando bajo tortura, le reanimaba que ese año no hubiera sido la excepción.
Cuando Draco salió de la cocina con un enorme recipiente lleno de palomitas, un par de cervezas y una bolsita con el logo de Corniche (la pequeña tienda de alquiler de películas), Harry pensó que se estaba volviendo loco. ¿Qué estaba haciendo Draco Malfoy con él en casa la noche de un viernes? ¿Por qué se conformaba con ver filmes cuando podía estar en un club bailando o follando con el culo que él quisiera? Algo andaba definitivamente mal.
Draco se sentó a su lado y le colocó el platón de palomitas encima del regazo. Con una enorme sonrisa autosuficiente, le mostró muy orgulloso los tres DVDs que traía consigo. Harry hizo muecas.
—¿Indiana Jones? ¿Otra vez? Pero si las hemos visto como en mil ocasiones…
Harry no iba a admitir que esas películas también le fascinaban a él. Pero, sobre todo, lo que más le gustaba era la manera en que Draco disfrutaba de ellas. Harrison Ford era el ídolo del rubio y éste siempre divertía a Harry con su imitación de las sonrisas torcidas que el actor hacía y el modo en que blandía su látigo.
Antes de responder, Draco le cerró un ojo de manera tan coqueta que Harry sintió un jalón en el estómago.
—¿Y qué querías? ¿Que te trajera un galón de helado de chocolate como hacen las chicas? —Se estiró para colocar uno de los discos en el aparato reproductor y tomó el control remoto. Sin mirar a Harry a los ojos, completó—: Así es como los gays ahogamos nuestras penas: con cerveza, palomitas y películas de un galán apetecible.
Harry sonrió más ampliamente mientras observaba a Draco, sin saber a ciencia cierta qué decir. Podía ser que Draco nunca lo reconociera, pero la verdad era que tenía un corazón de oro escondido muy bien bajo una gran capa de arrogancia y desfachatez. Harry se permitió perderse durante un momento mientras lo observaba tomar un puñado de palomitas y llevárselo a la boca sin tirar ni una sola. Sus ojos recorrieron la línea de sus mandíbulas mientras masticaba y casi se relamió cuando lo vio humedecerse con la lengua sus labios delgados sin perder un ápice de elegancia.
De improvisto, Draco giró la cabeza hacia él y Harry abrió mucho los ojos al saberse sorprendido observándolo como un bobo. Por el súbito calor que sintió en el rostro no le cupo duda de que se estaba sonrojando. Draco enarcó una ceja y sonrió divertido. Harry creyó que era justo y necesario decir algo: un agradecimiento, una disculpa… no tenía ni una puta idea.
—Draco, yo…
Draco meneó la cabeza e hizo un gesto de asco.
—No, no. No te pongas sentimental, por favor, que me dan náuseas. Esto no significa nada, no quiero que te emociones —dijo mientras abría su propia botella de cerveza y le daba un largo trago. Puso cara de aburrimiento mientras terminaba de decirle—: Además, el tipo que me tiré no valía tanto como para repetir con él, así que no te otorgues todo el crédito. Y no tenía ganas de ir a bailar a un club lleno de globos y corazoncitos… siempre he creído que el día de San Valentín sólo es una mierda de mercadotecnia.
Y terminando su explicación, se volteó de nuevo hacia el televisor para poner total atención en Indiana Jones y los Cazadores del Arca Perdida, listo para gozar como sólo él sabía hacerlo de una película cuyos diálogos se había aprendido de memoria mucho tiempo atrás.
—Aparte de todo —agregó Draco como quien no quiere la cosa, sin despegar los ojos de la pantalla y tomando otra generosa porción de palomitas—, me encanta este tipo. Creo que tengo cierta debilidad por los héroes de ojos verdes y gafas.
El corazón de Harry dio tres volteretas mortales dentro de su pecho. Estremeciéndose y no precisamente de frío, Harry giró lentamente la cabeza hacia Draco para comprobar si lo que había dicho era en serio. Pero Draco no le correspondió la mirada, sino que siguió viendo la película sin inmutarse y sin que ningún gesto en su rostro delatara si aquello había sido una broma.
Pero broma o no, Harry sintió fuego en el estómago y el bajo vientre. Llamas incendiarias. Una sensación ardiente que le subió hasta la cara y le puso las orejas rojas mientras intentaba dejar de pensar y deseaba poder concentrarse en Indiana Jones y no en la excitante cercanía del cuerpo de Draco.
Y sonrió otra vez, sabiendo que no tenía caso discutir con su amigo que Harrison Ford en realidad tenía los ojos de un precioso color avellana, que bajo cierta luz daban la impresión de ser de color verde. Y que el personaje usaba los anteojos solamente cuando impartía sus clases y no cuando se las daba de héroe aventurero.
Suspirando, Harry se acomodó sus propias gafas y se inclinó hacia un lado hasta apoyar la cabeza contra el hombro de Draco. El rubio pareció tensarse un poco ante el inusual acercamiento, pero no dijo nada ni se quejó.
—Gracias —susurró Harry sin poder contenerse, sintiéndose excepcionalmente conmovido.
Draco fingió no escucharlo y por lo mismo no le respondió, aunque Harry podía jurar que curvó las comisuras de sus labios en una sonrisa apenas visible. Y en ese momento y lugar, Harry se sintió como hacía mucho no se percibía: poderoso, guapo e invencible. Perfectamente capaz de enfrentar hordas de serpientes furiosas y salir ileso de cualquier cosa. Indiana Jones contra una enorme roca.