CAPITULO 1

El monstruo en el armario

Lakewood
Mayo de 1915

"Erase una vez un príncipe encantado que vivía en un hermoso palacio de cristal. El apuesto joven estaba enamorado de una hermosa campesina que aunque era mu,y muy pobre, la nobleza de su alma era su más valioso tesoro. Fue entonces cuando..."

-No, Candy. Esa historia me la leíste ayer.

-¿Ah, sí?, perdona Ivie, no me di cuenta.

-¿Te sabes otra?

-Bueno – meditó Candy por unos segundos – sí, puedo contarte otra si quieres, pero…

-¡Si quiero!

-Pero tienes que prometerme que después te irás a la cama sin protestar.

-Lo prometo.

Los cansados ojos de Candy buscaron en las siguientes páginas del libro de cuentos que sostenía entre las manos una historia distinta a la que había empezado a leer. Se detuvo cuando la encontró.

-Candy¿Alguna vez podrán ganar los malvados?

-¿Ganar los malvados¿En los cuentos?, yo espero que no. ¿Por qué¿No te gustan los finales felices?

-Si.

-A mi también. Es más bonito cuando triunfan los buenos¿no te parece?

-¡Sí! – saltó de gusto la pequeña – y que se mueran los malos. ¡Que se muera el brujo malvado¡Que se muera, que se muera!

-No, cielo. No es bueno desear que nadie se muera – dijo Candy, exhalando pesadamente – Sólo hay que desear que la gente malvada se aleje de nosotros – desvió sus ojos hacia la ventana y suspiró de nuevo -… que se aleje tanto como sea posible.

-¿En este cuento se puede morir?

-Te propongo algo. Comenzaré la historia y veremos qué pasa ¿sí?

-Si.

-"Erase una vez un príncipe encantado que vivía..."

¿Cuantas veces te habré leído este libro ya, Ivie¿Y cuánto más tendré que hacerlo hasta terminar con todo esto¿Cuántas veces podemos vivir un mismo momento sin bastarnos de él?, se cuestionó Candice White mientras con paciencia, y exacerbada imaginación empezaba a narrarle a Ivie otra historia para poder conciliar su sueño.

A las dos nos hace tanta falta dormir por lo menos una noche en paz.

Pero era probable que no sucediera ni ésa, ni las noches subsecuentes. El destino continuaba dando vistos de malas nuevas.

¿Cuanto tiempo más tendremos que seguir así?

Quería dejar de pensar. De huir al menos dos noches seguidas. La fatiga laceraba su espalda y mientras le murmuraba a Ivie un cuento trazado entre duendes y hadas, sintió una terrible pesadez en los ojos. Se vio obligada a cerrarlos lentamente, parpadeando cuando recobraba la conciencia, pero cayendo sin remedio en un pasado lleno de imágenes y memorias que la llevaron en pocos minutos a un tiempo muy atrás.


Londres
Mayo de 1914

-En un Palacio Real.

-¿Palacio?

-Sí. En un maravilloso e inmenso palacio de cristal.

-Suena lindo.

-¿Lindo? – inquirió Annie, con incredulidad - ¿Sólo lindo?, vivir en un palacio como ése debe ser lo más hermoso que puede pasarte en la vida.

-No lo creo – resolvió Candy, sacudiendo la cabeza –. Hay otras cosas.

-¿Qué otras?

-No lo sé. Otras.

-Candy…

-Muchas otras.

-¿No te gustaría una vida llena de...?

-¿De qué? – preguntó la señorita pecas, dando un nuevo mordisco a su manzana.

-De…

-¿De?

-No – dimitió Annie, suspirando hondamente - supongo que no estas interesada.

-Supongo que no.

-Tú amas el campo ¿verdad?

-Mucho – le sonrió, encogiéndose de hombros – Nací en medio de uno.

-Nacimos en medio de uno – corrigió Annie –, aunque tú siempre lo amaste más que yo.

-¿Y lo dices con tristeza?

-Sólo lo digo. Además, eso te hizo única, y por eso…

-¿Qué?

-Por eso te quiero tanto.

Candy esbozó una segunda sonrisa, una tan brillante y sincera que le transmitió a Annie a la perfección el inmenso cariño que compartía con ella.

-Si no corremos – advirtió Candy al consultar el reloj en la pared – llegaremos tarde a clase. Vamos, la campana esta a punto de sonar.

-¿Una carrera?

-¿Qué¿Annie Britter quiere competir conmigo en una carrera?

-Para Annie Britter sería un honor.

-Pero, Lady Britter – acentuó su amiga con una gentil reverencia – llegará usted fatigada y sudorosa al salón de clases, y entonces ningún príncipe se enamorará de su belleza para conducirla hasta su castillo de cristal.

-Deja de burlarte y prepárate.

-No digas que no te lo advertí.

-Uno…

-Dos…


Tres veces sonó la campana al interior del Colegio San Pablo para dar aviso a los estudiantes en sus aulas que era hora de regresar a sus habitaciones después de un largo...

-Muy largo día de clases – se quejó Candy con amargura.

-Es que no estudiaste lo que nos pidió la Hermana Margaret, Candy. Por eso te retó.

-Paty, juro que intenté meterme el libro entero en mi cabeza pero entre más me esforzaba…

-Menos cabía.

-Tal vez soy alérgica a los libros.

-Cuando quieras puedo ayudarte a repasar la clase.

-Acepto. Pero ahora tenemos que hacer maletas porque mañana partimos finalmente a Escocia.

-Por eso estás tan distraída.

-¡Por eso estoy feliz! Después de que la Hermana Grey me perdonó¡no dejo de contar los días para escapar de esta pri…!

-¡Candy!, no lo digas tan alto que te van a escuchar.

-¿Qué? – sonrió Candy, y llenó intencionalmente sus pulmones de aire – ¡¿Qué ya quiero salir de esta prisión oscura?!

-Vámonos ya – tiró Paty de su brazo – antes de que el perdón te dure poco.

-Oye, Paty – dijo Candy, al entrar a su cuarto – Annie habló sobre un castillo en Edimburgo. Un castillo y su príncipe de los cuentos. ¿Sabes algo?

-Un príncipe – pensó Patty – Ah, ya recuerdo. Parece que la familia real de Inglaterra pasará las vacaciones en su villa de Edimburgo. Annie está emocionada porque el príncipe heredero y su hermano estarán allí durante el verano.

-¿Emocionada¿Por eso?

-No todos los días se conoce en persona al próximo rey de Inglaterra.

-Tal vez – concedió Candy poco convencida, arrojándose de espaldas a su cama – ¿Pero qué probabilidades tenemos de verlos? No saldrán de su villa ¿o si?, y si lo hacen estarán custodiados por sus guardias ¿no?

-Quizás ofrezcan una fiesta para homenajear a los príncipes e invitarán a los personajes más distinguidos de la región.

-¿Eso nos incluye?

-No veo por qué no.

-En qué cosas pierde Annie su tiempo – saltó Candy de su cama.

-Algunas pierden el tiempo soñando con altos castillos, y otras en averiguar cómo trepan a ellos.

-Muy graciosa.

-Eres buena maestra.

-Y… ¿cómo dices que se llama el príncipe heredero?


-¿Edward?

-¿Sí?

-¿Dónde has estado? te he estado buscando por todos lados.

-No buscaste aquí.

-Es evidente.

-Estoy empacando¿No deberías hacer lo mismo?

-Estaba ocupado.

-Como siempre nos retrasarás, hermanito.

-Estudiaba en la biblioteca y no me di cuenta de la hora.

-No te das cuenta de mucho en estos días.

-¿No quieres saber por qué?

-No, no quiero. Ve a empacar.

-No seas tan regañón. Estamos en verano. La época del amor y de…

-Y de que la gente se comporte estúpidamente. Dije que fueras a empacar. A papá no le gustan los retrasos.

-Di lo quieras. Alguien como tú no lo entendería. Nunca te has enamorado.

-Berth, mi cerebro no necesita llenarse de aire. Además, tú eres capaz de enamorarte hasta de un árbol con faldas.

-Eres un pesado.

-Pesado, absurdo… pero poderoso. Muy poderoso.

-Aún no llegas al trono, hermanito.

-No falta mucho, y aún así tengo a mi disposición todo lo que quiero.

-¿Y todo lo que quieres es todo lo que necesitas?

-Hazme un favor – resopló Edward –, sigue soñando con tus princesas rosas mientras yo empaco y me preparo para conocer a mujeres de verdad.

-Ah, claro. Mujeres de verdad. Recuerdo tus gustos: vanas, aburridas, ligeras…

-¡Hey! – increpó, Edward – Mide tus palabras.

-Ojalá encuentres a alguien que de verdad te quiera, Ed. Lo necesitas con urgencia.

-Poco me importa. Sal de aquí.

-Esta bien, pero recuerda mis palabras. No vale la pena vivir la vida sin alguien a quien amar, y sin…

-¡Fuera!

Edward VIII, el príncipe heredero a la corona de Inglaterra, dio media vuelta y se dirigió hacia su estudio privado convencido de que las cursilerías de las que su hermano hablaba tales como amor y fidelidad eran eso: cursilerías. Nada resultaba práctico y el príncipe de Gales no tenía ningún interés por aquello que no le fuera de alguna utilidad.


-¿Escocia?

-Candy, Annie y Paty vendrán con nosotros. ¿Qué te parece?

-Me parece que es hora de hacer maletas – afirmó Archie, yendo hacia su armario – será un verano maravilloso… e inolvidable.

Stear se volvió a mirar a Archie lentamente, con una ceja en forma de arco.

-¿Lo imaginé o suspiraste, Archibald?

-¿Suspiré?

-¿Quién es la culpable, Annie o Candy?

-¡Stear!

-No te molestes conmigo. Quien no puede responder a algo tan simple eres tú.

-No estoy de humor.

-¿Te sientes bien?

-No, y mi enfermedad se llama…

-¿Terrence otra vez?

-No es mi culpa que sea un imbécil. Sigue abriendo la boca más de lo necesario.

-¿Qué fue ahora?

-Cualquier cosa que diga es molesta.

-Deja de prestarle atención.

-¿Y por qué debería?, pensará que le tengo miedo.

-Es el cuento de nunca acabar – murmuró el inventor – ahora que lo pienso, son muy parecidos.

-Además – continuó Archie, sin escuchar a su hermano – lo quiero lejos de Candy.

-Sí – volvió a murmurar Stear – muy parecidos.

-¿Qué dices?

-Que ya entiendo mejor. Pero no lo culpes de tener los mismos gustos que…

-¡No tenemos nada en común!, lo que yo siento por Candy no se compara con lo que él siente por nada. Candy no sabe la clase de persona con la que…

-Candy es libre de elegir con quien estar.

-No la quiero ver cerca de él.

-Archie...

-Ni a él de ella.

-¿Te estás escuchando?

-Si Anthony estuviera aquí todo sería distinto.

-¿Sólo a Anthony le darías permiso de acercarse a Candy?

-No es gracioso.

-Claro que no. Candy sabe lo que hace. así que deja de decir tantas tonterías juntas.

-¿No te importa que caiga en las manos de ese tipo?, es tan despistada y tan…

-¿Sería mejor que cayera en las tuyas?

-Olvídalo.

-Archie – dijo Stear, al acercarse a su hermano y tomarlo por el hombro – también me preocupo por Candy y siempre cuidaré de ella, pero amarla no significa ser su dueño.

-Amar. ¿Tú sabes qué es eso?

-Annie lo sabe. Ella te ama.

-Annie aún es una niña.

-Son casi de la misma edad.

-Da igual.

-Será mejor que vayamos a dormir – sugirió Stear, liberando un contagioso bostezo y estirar largamente los brazos – mañana será otro día. Por cierto¿Sabes si Elisa y Neil irán con nosotros?

¡Ay no! los olvidé por completo, se dijo Archie a sí mismo palmeándose la frente. Ah, al diablo con ellos, determinó. ¿Que más daba? mientras él estuviera con sus amigos, nada amargaría sus vacaciones.

Ojalá tampoco "ése" se aparezca por ahí.

-¡Archie! – exclamó Stear por enésima vez.

-¿Qué?

-¿Qué pasa contigo, oíste lo que te pregunté?

-¿Elisa y Neil? – refunfuñó Archie – Sí, por supuesto que irán.


-Yo espero que no le permitas un capricho más, Richard. Ya tengo demasiado de tu hijo. ¿Hasta cuándo aprenderá a comportarse como un…?

-Terry sabe lo que tiene que hacer. Déjalo en paz.

-¡Richard!. No puedes permitir que tu hijo nos humille así. ¿Delante de la realeza?, no lo consentiré.

-No tienes que ir si no lo deseas.

-Tú tampoco lo soportas, lo sé bien. Por eso lo mantienes alejado. Por eso es que no le has dejado volver a esta casa desde…

-Estoy muy ocupado, por favor sal de aquí.

-No hay duda de que es tu hijo. Ambos son…

-¡No lo voy a repetir! – gritó el Duque, finalmente.

La puerta se cerró estruendosamente al paso de la Duquesa de Granchester. Para entonces su opinión sobraba, concluyó Richard Granchester. Todo estaba decidido. Su familia había sido invitada a la fiesta de bienvenida del Rey Edward VII y de sus hijos Edward VIII y George VI (1), en su villa de Edimburgo. Pero por falta de tiempo, el Duque resolvió nombrar a su hijo Terrence como el representante oficial de su familia en tal evento.

¡Órdenes, órdenes¡eso es todo lo que sabes decir!, le gritó Terry al escuchar de su boca una más. Pero a pesar de sus constantes negativas por observar los compromisos de su padre y de su acérrima insubordinación, Richard Grandchester le heredaría el título de Duque a su primogénito. No le era relevante que lo aborreciera. Lo esencial era obligarlo a cumplir con su legado y con la vida que para su fortuna o desgracia le había tocado vivir.


-Una vida de la cual intentas huir ¿no?

-No intento. Lo hago.

-¿Y piensas huir para siempre?

-¿Quieres acompañarme, pecas?

-Hablo en serio.

-Yo también.

-¿Por qué te gusta meterte en tantos problemas, Terry?

-En realidad, prefiero meterme en tu dormitorio.

-No tienes remedio.

Que largas serían las tardes si no pudiera escaparme a platicar contigo. No importa que te burles de mí. Con verte reír es suficiente.

Candy se descubrió dibujando una sonrisa en el rostro y se dio un pellizco para ahuyentarla.

¿Qué estoy pensando?

-¿Por qué sonríes, Candy?

-No sonreía.

-Pues deberías hacerlo más a menudo.

-Estar contigo me lo impide.

-¿Y cómo logro eso?

-Lo mismo me pregunto.

Los rayos del sol iluminaron por última vez el cielo vespertino de Londres antes del último minuto del día. A Candy le seguía pareciendo un espectáculo maravilloso. Uno que podía compartir con alguien que lo disfrutaba como ella.

-Es hermoso. En Escocia debe ser igual.

-Pronto lo descubriremos.

-Oye, Terry…

-¿Sí?

-¿Es cierto?

-¿Es cierto qué?

-Que no te gusta tu vida.

-Cállate y mira – dijo él, refiriéndose al atardecer.

-Pero, te hice una pregunta.

-Una muy tonta.

-No fue tonta.

-Sí lo es.

-¿Por qué?

-¿No vas a callarte?

-Sé que no quieres obedecer a tu padre pero…

-Mejor me voy – concluyó, poniéndose de pie – hablas demasiado.

-¿Por qué no le dices lo que sientes? – preguntó ella, corriendo tras él - ¿Por qué no…?

-¿Por qué no mejor te metes en tus asuntos? – la miró por encima del hombro, sin detenerse.

-No intento juzgarte – insistió Candy – pero no me agrada ver que…

-Deja de seguirme.

-¿Por qué?

-¿Cómo que por qué? – se paró de golpe – ¡Hazlo y punto!

-Yo hago lo que yo quiera.

-No cerca de mí.

-Tú eres quien siempre se acerca.

-¿Yo? – apuntó Terry hacia su cara – ¿Quién es la que está siguiéndome?

-Estoy caminando junto a ti. No te estoy siguiendo.

-¡Pues camina por otro lado!

-No me grites

-¡¿Y qué pasa si lo hago?!

-¡Engreído!

-¡Tonta!

-¡Necio!

-¡Entrometida!

-¡Bruto!

-¡Torpe!

-¿Yo, torpe?

Candy decidió demostrarle quién era el torpe. A pesar de que Terry caminaba mucho más rápido que ella, pudo adelantársele dos pasos y deliberadamente le puso el pie. Terry trastabilló torpemente pero alcanzó a detener su caída con un ágil reflejo. Se volvió a mirarla con los ojos encendidos. Candy le sonrió dulcemente, balanceándose sobre su cintura como niña buena. El aristócrata apretó sus labios duramente y decidió retomar su camino sin mirar atrás. Candy lo despidió risueña, segura de poder escuchar el rechinido de sus dientes.

-¡Y no vengas a pedirme perdón! – agregó - ¡Mañana me voy a Escocia!

¿Perdón?, pensó Terrence, ya veremos quién le pide perdón a quién.

-¿Qué demonios le pasa? – se preguntó Candy a solas.

Luego se sentó nuevamente al pie del árbol pensando inevitablemente en Terry y su desconcertante personalidad. Que complicación, concluyó al tirarse sobre el pasto. Pensar en él se había vuelto una costumbre demasiado cotidiana.

-¿Acaso esta loco?

El viento comenzó a tornarse a frío. Candy se cubrió con sus brazos y decidió regresar a su dormitorio andando lentamente el camino de vuelta.

Pensando inevitablemente en ti.

-¿Candy?

-¿Sí?

-¿Estás bien? – Paty se acomodó las gafas y miró a su amiga de pies a cabeza.

-Si, Paty, estoy bien.

-¿Por qué estás tan pensativa?

-No es nada.

-Puedes contarme, si quieres.

-Gracias, pero no es importante.

-Viste a Terry ¿cierto?

-No – le sonrió nerviosamente.

-¿Cierto?

-¡No!

-¿Cierto?

-Paty ¿desde cuándo eres tan curiosa?

-Ya lo dije, tengo excelente maestra. Además, no existe otro ser humano que te ponga así.

-¿Así como?

-Algo torpe.

-¿Torpe yo? – a Candy le resultó familiar el comentario.

-Sólo digo la verdad.

-Tengo frío y hambre, Patricia O'Brien. Es todo.

-De acuerdo – dijo Patty con ironía –, buenas noches. Que tengas dulces sueños.

-Tu también.

-¿Yo?, no lo creo. Terry Granchester no aparece en mis sueños.

-¡Paty!

Oh, cielos, suspiró Candy al entrar a su cuarto, creo que he creado un monstruo.


Lakewood
Mayo de 1915

-¿Monstruos? – preguntó Ivie – ¿Los que se esconden en el armario, Candy?

Ivie no recibió respuesta y tuvo que insistir al escuchar el pesado respirar de Candy.

-¿Candy¡CANDY!

-¡¿Qué pasa?!!

-Te dormiste.

-¿Lo hice? – miró a su alrededor, extrañada – ¿Dónde estamos?

-En mi cama.

-¿Y… qué estaba diciendo?

-El monstruo en el armario.

-¿El qué?

-La historia – insistió Ivie – me estabas leyendo una historia.

-Pero… - se talló fuertemente la cara – no recuerdo ningún monstruo en el armario.

-Entonces¿para qué escapa la princesa?

-Para… para buscar – Candy reabrió el libro, tratando de mantenerse despierta a pesar de lo mucho que deseaba dormir días enteros – para buscar su destino. Supongo.

-¿Y lo encontrará?

-Así parece... – esbozó una fatigada sonrisa – ojalá que sí, Ivie.

-¿Estás triste?

-No, cielo. Sólo pensaba.

-¿En el monstruo?

-Y en como hemos venido a parar aquí.

-Pero aquí estamos bien ¿no, Candy?

-Si, aquí estamos bien. Yo te voy a cuidar.

-Y yo a ti.

-¿Ya quieres dormir?

-¿Pero seguimos mañana?

-Claro que sí.

-Oye, Candy...

-¿Sí?

-¿Y el príncipe?

-Ivie – respondió Candy, apagando la vela junto a su cama – ya es hora de dormir.

-¿Pero y el príncipe?

-El príncipe también tuvo que irse a dormir.

-¿Rescatará a la princesa?

-Por supuesto que la rescatará, pero espera a escuchar el final de la historia.

-Dime ya.

-No, a dormir.

-Dime.

-Yvie, buenas noches.

-¡Por favor!

-Los príncipes y las princesas viven por siempre felices¿recuerdas?

-¡Sí! – exclamó la niña, entusiasmada – Hasta mañana, Candy.

-Hasta mañana, cielo – resopló Candy, orando porque en verdad llegara el mañana.


Silencio

Así como del fondo de la música, brota una nota que mientras vibra crece y se adelgaza hasta que en otra música enmudece, brota del fondo del silencio otro silencio, aguda torre, espada, y sube y crece y nos suspende y mientras sube caen recuerdos, esperanzas, las pequeñas mentiras y las grandes, y queremos gritar y en la garganta se desvanece el grito: desembocamos al silencio, en donde los silencios enmudecen.

Octavio Paz


Notas de la autora:

Este fic lo comencé a escribir el 9 de Julio de 2004. Decidi compartirlo con ustedes años después (aquí en fanfiction) porque la idea de la historia no es mala, en realidad fue mi redacción la que dejaba mucho que desear en ese entonces. He modificado diálogos, descripciones y añadido un par de cosas muy simples que no había en la primera versión. Nada que altere la versión original, pero si que la mejore aunque sea un poquito. No voy renovarlo para dejarlo como Yume. Esta es una historia con narrador. Ningún personaje la cuenta. Dejaré la esencia de la primera vez ya que solían gustarme demasiado los diálogos, por eso era raro que metiera alguna descripción como lo hago en Yume. Después aprendí a darle forma y color a un texto, pero ésta es mi ópera prima, así que ruego comprensión por lo "amateur" que pueda leerse, y deseo más que nada que se diviertan, se distraigan de sus preocupaciones cotidianas y le demos una oportunidad más a la historia de Candy y Terry. ¿Por qué le puse Azul?, aquí les dejo la introducción que hice de este fic hace casi tres años:

Azul...

Hola... este es mi primer fic de Candy y Terry. Gracias por quedarse conmigo hasta el final.

Azul, pensé en ese nombre para que fuera sencillo recordarlo, para que incluso en su forma obtusa y su sin sentido, no se olvidaran de él.

Luego imaginé los ojos de Terry, y después lo vi en el Mauritania durante la noche de año nuevo, mirando hacia el azul profundo del mar, con su capa azul volando por su espalda y reflejando en ella ante los ojos de Candy los ojos azules de Anthony...

Azul como el cielo a donde todas y todos elevamos nuestras oraciones para pensar que sin importar lo que escribamos, Mitsuki decidió que Candy, Terry y Albert fueran felices para siempre jamás...

Azul, un color que me gustaría ser para pintarme junto a una nube, para ser paz, sentimiento, emoción, arcoiris.

No podrán creerlo tal vez, pero deseo con el alma que viajen con este cuento, como yo he viajado con los de ustedes a ese mundo donde todo al final saldrá bien, y el amor vencerá, y la amistad perdurará.

Me preguntan ¿por qué vivir en un mundo irreal¿por qué vivir en un mundo de fantasía¿por qué soñar con un príncipe azul¿por qué creer que la vida puede funcionar así?... lo único en lo que puedo pensar ahora es... ¿Y por qué no?

Emera.


Referencias

(1) Albert, duque de York, (familiarmente Berthie), asumió el reino con el nombre de George VI en 1936. (1895-1952)