Advertencias: spoilers de la primera historia de La segunda generación o al menos conocer lo que pasa con Sturm y Kit en El ocaso de los dragones… entonces ya podéis leer sin peligro.

Hecha al día siguiente de la anterior. Cuando decía que me vicié es que me vicié xD

SESGADA
XII. CHOCOLATE

Después de tanto tiempo tumbada en aquella cama, a Kitiara se le hacía raro poder pasear por la casa. Al principio no llegaba muy lejos. Iba a la cocina caminando despacio y le pedía a Sara que hiciese otra cosa. Necesitaba alimento sólido: patatas, carne… algo que empezara a devolverle las fuerzas. Luego se sentaba en una silla y se quedaba ahí toda la mañana.

Pero eso fueron solo los primeros días. Nunca había aguantado bien la inactividad. Empezó a salir al pequeño jardín, y jugaba con su daga. Lanzarla, clavarla en el tronco de los árboles cercanos, levantarse para ir a buscarla. Se tocaba los brazos esbozando una sonrisa despectiva. Su puntería no había empeorado, pero su fuerza… ese era otro cantar.

A la daga le siguió la espada. Aprovechaba para blandirla en cualquier ocasión, aunque estuviera vigilando al pequeñajo mientras Sara tejía en su telar. La mujer le recriminaba muchas veces aquello, alegando que se le iba a escapar la espada y matar al niño.

-Eso es imposible –se reía ella, y seguía.

Evitando el calor y las miradas curiosidad de los vecinos, Kitiara salía por las noches a la calle y se ejercitaba. Corría, saltaba, luchaba contra enemigos invisibles. Los árboles del bosquecillo cercano salieron muy mal parados, llenos de cicatrices y ramas rotas. Kit las aprovechaba y se las llevaba de leña a Sara cuando volvía.

La vieja druida siguió yendo a la casa hasta que quedó claro que sus visitas eran por completo inútiles. Kitiara se sentía lo suficientemente bien como para permitirse el lujo de rechazar todos los consejos que le daban. ¿Descansar más? ¿Recuperarse? ¡Se sentía perfectamente! Vibraba de energía, estaba deseosa de largarse de allí ya.

-Parece que después de todo vas a salir de ésta.

-No me muero tan fácilmente –contestó, respondiendo a la mueca desdentada de la vieja con una sonrisa desafiante.

La vio salir al exterior con su paso renqueante. Afuera Sara Dunstan estaba tendiendo, y ambas se saludaron al verse. Ella estaba en otra estancia, sentada en una silla dando de mamar a su hijo, y podía verlas por la ventana. Al ver que la vieja se acercaba, Kitiara escuchó con curiosidad una conversación en voz baja con un susurro ronco más interesante que el resto.

-¿Qué tal la ha encontrado? –preguntó Sara sin mirarla, estirando una sábana-. Creo que ya está bien… La escuchó entrenar todas las noches.

-Esa mujer le ha vendido el alma a Takhisis.

Le hizo gracia ver a Sara llevarse una mano a la boca y negar con la cabeza.

-¿Has escuchado lo que dicen de tu madre? –comentó divertida al pequeño-. Que he vendido mi alma… Yo digo que mi alma sigue siendo mía.

¿Cuándo habían conseguido arrebatarle algo a ella?

Se reclinó hacia atrás, tumbado a su hijo sobre sus rodillas. Llegaría a ser fuerte, un gran guerrero, igual que ella. Con suerte no se parecería mucho a su padre con tanto rezo o acabaría muerto antes de tiempo. Para Kitiara, la espada era su oración.

Pero había rezado a muchos dioses aquella noche, cuando no tenía ni fuerzas para moverse. Dioses que no recordaba desde que era una niña y que sólo conocía por cuentos y canciones. No recordaba bien ni sus palabras ni sus pensamientos. Sólo un tremendo alivio al sentir que de pronto todo había pasado, que saldría de aquella. Dejó de tener miedo a la muerte.

Prefería pensar que había salido de aquella por su propia tozudez. Si era cierto que había prometido algo a algún dios, suponía que ya se encargaría él de venir a reclamarlo.

Más tranquila, se levantó para ir a avisar a Sara de que partiría al día siguiente.

-No puedo quedarme con él –dijo a primera hora de la mañana, con el cielo todavía tinto de rojo. Sostenía a su hijo en brazos y lo miraba con una extraña sonrisa de cariño. A Sara, conociendo a Kitiara, le había sorprendido verle mirar así al pequeño. Luego comprendió que había acabado queriéndolo-. Están a punto de ocurrir cosas trascendentales. Se están creando ejércitos en el norte, y me propongo hacer fortuna con mi espada. La guerra… no es lugar para un crío. No sabría qué hacer con él.

Sara asintió, sin saber muy bien qué decir.

-Encuéntrale un buen hogar. Enviaré dinero para su crianza, y cuando tenga edad suficiente para ir a la guerra conmigo, volveré a buscarlo.

-¿Y tus hermanos? –se atrevió a insinuar. Sara no había olvidado aquella noche donde Kitiara le confesó todo lo que había hecho. Sus hermanos serían la mejor opción, ¿por qué no? Criarían al hijo de su hermana como si fuera suyo…

Pero la mujer no debió pensar lo mismo. Se giró hacia ella con los ojos muy abiertos, apretando los dientes con fuerza.

-¡Olvida que dije que tenía familia! ¡Olvida todo lo que te conté! ¡Y sobre todo olvida lo que dije sobre su padre!

-Entonces… -Súbitamente acongojada, Sara tragó saliva-. ¿No podría quedarme yo con el niño? Siempre he querido un hijo y…

Al ver que no insistía sobre Sturm, la ira de Kitiara desapareció tan rápido como había venido. Miró a su hijo y luego miró a Sara, y sonrió ampliamente.

-Me parece perfecto. Tú conoces mi situación, le cuidarás bien… y podrás enviármelo cuando te lo pida. -¿Por qué no? Quédate con él. Te enviaré dinero en cuanto…

-No te preocupes, podré mantenerle. –Había sido tan fácil que no se lo creía. Sara Dunstan miró al pequeño, al que prácticamente sentía ya como su propio hijo. De pronto levantó la vista hacia Kitiara y se sintió por primera vez realmente agradecida hacia aquella mujer testaruda-. Te enviaré cartas contándote las cosas que hace, para que sepas que crece bien. Te lo prometo, tan a menudo como…

Pero Kitiara no le escuchaba. Estaba haciendo reír al niño, y se inclinó para darle un beso en la frente. Olía bien, a inocencia, a niño pequeño. A la harina que habían usado esa mañana en la cocina para hacer el pan y al chocolate que luego había hecho Sara. Apretó al niño contra su pecho un segundo y luego se lo entregó a la que ahora sería su madre.

-Me tengo que ir ya –dijo, evitando mirar al crío. Se agachó a coger la mochila de las provisiones y se la echó a la espalda.

-Espera. –Sara la siguió el umbral de la puerta y la detuvo allí-. ¿Qué nombre quieres ponerle?

Kitiara se mordió el labio, parándose a pensar un momento, y entonces se echó a reír:

-Steel.