II

Hechizo

Saphira comprendía la situación y sentía el dolor de Eragon no solamente porque eran Jinete y Dragón, sino porque ella también lo vivía. ¿Quién hubiera dicho en un futuro que se terminaría enamorando de uno de los Dragones restantes? Pero eso no era lo que importaba, lo trascendental era averiguar qué había pasado en realidad con Murtagh y Espina, no podía creer que de la nada Murtagh se dejara envenenar por Galbatorix, simplemente eso no era posible.

Eragon se había despertado ya para cuando encontró a Saphira estirando sus músculos. La saludó con la mirada y luego se marchó al río para lavarse la cara.

Saphira le siguió con la mirada, podía notar a millas el semblante deprimido de Eragon, pero no había mucho qué decir, Eragon saldría adelante en el momento en que su voluntad y fe llegasen a ser fuertes. Mientras tanto, ella poco podía hacer.

Roran despertó segundos después y notó inmediatamente la quietud del ambiente; normalmente, Eragon ya se encontraría hablando con Saphira o molestándolo para levantarlo, pero todo estaba en silencio y eso no era buena señal.

- ¿Eragon?

Se puso de pie y comenzó a acomodar sus cosas al tiempo que continuaba llamando a su "hermano". Pasados unos minutos, éste hizo su aparición.

- ¿Dónde estabas, Eragon?

- Fui a lavarme la cara al río que está por allá.

- ¿Te pasa algo?

Eragon se sintió tentado por dejar ir su frustración en una discusión con Roran, pero suspiró y negó ante la mirada atenta con la que el otro parecía querer atravesarlo.

- Andando, debemos avanzar mucho en este día o se percatarán antes de nuestro arribo.

Roran guardó silencio y miró a Saphira de soslayo. Podía ver en los ojos de la dragona que ésta le aconsejaba que no era momento de retar a Eragon para que contase la verdad, así decidió no intervenir por ahora.

Entre tanto, Murtagh se encontraba sobre el lomo de Espina tratando de vislumbrar una casucha en medio de los frondosos y verdes árboles de las Vertebradas.

No veo nada, ¿debería ir más hacia el norte o qué?

Dirígete hacia el este, Espina.

El majestuoso dragón rojo dobló el vuelo y se elevó un poco más, Murtagh se sentía tan bien cuando el viento parecía cortarle el rostro. Era como si luchara contra la inmensidad, ¡amaba esos desafíos!

Creo que ahí hay algo.

Sí, baja el vuelo. Esa es la casa del hechicero.

Puedo sentir una presencia mágica enorme proviniendo de esa casa, Murtagh.

Sí...

Espina bajó elegantemente hasta posarse en el suelo justo delante de la cabaña que había visto desde las alturas. Murtagh bajó de un salto y se dirigió a la puerta. Tocó fuertemente y ésta fue abierta instantes después, aunque no había nadie que pareciera haberla abierto.

Espera aquí, Espina.

Como tú digas.

Murtagh se adentró, descubriendo un cuarto con una mesa a la derecha junto con sillas a juego, una vitrina que contenía algunas tazas y platos. A la izquierda había unos cuantos sillones viejos y gastados, el piso de losa estaba empolvado al igual que todos los muebles y justo al final de la casa, había una puerta enorme que debía conectar con la habitación del mago.

- Con que un gallardo y noble Jinete de Dragón está en mi choza – dijo una voz detrás de Murtagh, sorprendiéndolo al notarlo.

Era un anciano de cabello blanco al igual que la barba que estaba muy crecida. Poseía cierto carisma y sus ojos verdes emitían un fulgor misterioso con un toque pícaro y simpático en la pequeña sonrisa que mantenía.

- ¿De dónde salió?

- ¿Olvidas que soy un mago y que éstos son mis territorios? – preguntó el anciano esbozando una sonrisa afable.

Se dirigió a la chimenea que estaba a la derecha. Conjuró unas palabras y un cucharón apareció en sus manos, lo metió en el recipiente y empezó a mover el contenido.

- ¿A qué debo tu visita?

- ¿A éstas alturas y todavía lo pregunta? Sabe que sus dotes son requeridos por el Imperio – el mago cesó su movimiento y lo miró de soslayo.

- No necesitas hablar con tu máscara – le dijo al Jinete, devolviendo luego su vista al caldero –, a mis territorios el ojo de Galbatorix no puede llegar. Veo cada hechizo que ha lanzado sobre ti, pero todavía no llega a partes que tú todavía puedes aprovechar.

-Y que tomaré cuando sean necesarias, ahora sólo le diré que es mi misión hacerlo un sirviente del Rey.

- ¿Y cómo piensas hacerlo si ni tú mismo lo eres, pequeño? – Preguntó el mago, poniéndose de frente al pelinegro –. Puedo ver que Galbatorix te enseñó muy bien, pero no logró convencerte porque hay algo que te sedujo y enamoró más que la sed por el poder.

- No sé de qué habla.

El anciano suavizó la mirada y ensanchó su sonrisa.

- Tu corazón en verdad es puro, sabía que me encontraría con alguien en este día, pero nunca imaginé que fuera un encuentro tan interesante – confesó el hechicero –. Siéntate, ¿quieres algo de tomar?

Murtagh negó suavemente y se sentó en los sillones desgastados, intrigado. El otro, en cambio, convocó un montón de libros que salieron de la puerta que Murtagh había visto al fondo y repasó las páginas por medio de la magia, mientras se preparaba una bebida con algunas hierbas que Murtagh no había visto alguna vez.

- Eres todo un Jinete, ¿dónde está tu Dragón? – le preguntó, ansioso y con la mirada brillante como si fuera la de un niño.

- Afuera, esperándonos...

- Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

- Suponía que lo sabía.

- No, pequeño, sólo sabía que hoy tendría una visita de alguien importante.

Murtagh sonrió ligeramente y devolvió su vista al fuego.

- Mi nombre es Murtagh y mi padre fue Morzan, uno de los antiguos Apostatas.

El mago entonces se detuvo tanto en su magia como en su preparación de té.

- Ahora sabe que mi sangre está maldita por la traición y la crueldad, ¿qué le asegura que mi corazón es tan puro como usted me lo pregona? De hecho, mi perfidia es mayor que la de mi padre – el mago lo miró con gentileza y Murtagh le volvió la mirada a los ojos –. Soy más insano e infame que mi padre.

El hechicero volvió su vista al té y convocó un par de tazas, sirviendo el contenido humeante al tiempo que se acercaba al Jinete. Le tendió una taza y, con todo y los libros alrededor suyo, se sentó frente al joven.

- El deshonor de tu padre fue causado por ambición, amargura y necedad, pero tu traición fue por amor. No importa por quién, el amor, amor es. Así que no te eches la culpa de las circunstancias, tienes más orgullo y valor del que crees.

- No puedo tener orgullo cuando le sirvo a un Rey falso y tan sádico, mucho menos poseer valor si no soy capaz de hacerle frente a mi tormento.

- Eso no es orgullo ni valor, son solamente elementos clásicos que engrandecen la presunción de los guerreros y no más – dijo el mago con tono enfadado –. ¿Tú crees que cualquiera en verdad se sacrificaría por hacer que el motivo de su amor saliese adelante? ¿Tú crees que es tan fácil privarte de tu dignidad y de tu orgullo para proteger al otro? Puede que tengas miedo de sincerarte, pero eso no te resta puntos así que haznos un favor a ambos y no te menosprecies.

Murtagh miró sus manos y sonrió.

- Usted no me ha dicho su nombre – le dijo el joven al hechicero.

- Mi nombre es Sabrad.

El Jinete abrió los ojos revelando su sorpresa, el anciano se echó a reír de buena gana y Murtagh se apresuró a tomar un poco de su té.

- ¿Por qué no me dijo desde un principio que usted existía?

- Joven Murtagh, ¿me hubiera usted creído? – preguntó el anciano con una sonrisa.

Murtagh se ruborizó un poco y bebió otro sorbo del té.

- ¿Qué piensas hacer conmigo ahora que sabes mi identidad? – le preguntó el mago, mirándolo con curiosidad.

El pelinegro suspiró pesadamente y dejó la taza sobre la mesa.

- No hay nada que yo pueda hacer contra su poder, Galbatorix me dijo que viniera por usted para persuadirlo, nunca me dijo que tenía que usar la fuerza.

- Pequeño tramposo, ¿sabes que eso te costará una atadura más?

- Lo sé, pero pienso cobrarla – le advirtió al mago.

- Te escucho – dijo éste, mirándolo fijamente.

- Lo que quiero a cambio es que vaya con el otro Jinete de Dragón que existe ya en Alagaësia, su nombre es Eragon. Ayúdele a combatir contra el Imperio.

- ¿Debo suponer que este joven es un valiente que retará con su espada a Galbatorix?

- Así es. Ha pasado por muchas perdidas y su magia no ha sido despertada del todo. Necesita con urgencia un maestro si es que planea combatir contra los demás Sombra pronto.

El mago se mantuvo pensativo unos momentos y después asintió, sonriéndole.

- Me parece un trato justo, este viejo estaba esperando la oportunidad para enseñarle sus trucos a un pupilo. Me hubiera gustado más que fueras tú y por ello te haré un regalo: Aquí, en las Vertebradas, podrás ser completamente sincero y Galbatorix no se dará cuenta de que sus conjuros no funcionan. Sólo debes exclamar con el corazón Wiol Ono y mi regalo activará su poder.

- ¿Por qué...?

- Joven Jinete de Dragón, por más grande que tu amor sea... hay veces en que necesitas estímulos exteriores, espero que tu espada se reúna pronto con la del joven al que ayudaré y logres cumplir tu cometido sin la consecuencia final – le dijo al acercarse a él, poniendo una mano sobre su hombro –. Ahora, deberías irte a reunir con tu complemento. No está muy lejos de aquí.

Murtagh asintió y se puso de pie.

- Gracias, hechicero blanco.

- No tienes nada de qué agradecer, ese soy yo. Me has traído la juventud de vuelta al alma. Cuídate y ten fe en ti mismo.

Murtagh asintió y se marchó de la estancia.

El anciano salió a despedirle y observó admirado al Dragón Rojo que se reincorporaba al tiempo que su jinete se subía a su lugar. Murtagh le ordenó a Espina que alzara el vuelo y con un ademán se despidió de Sabrad.

- No dejaré que te abandones a esa resignación de muerte, trataré de ayudarte lo más que pueda – le susurró el hechicero al viento.

No muy lejos de ahí, Saphira y los otros dos se habían detenido a descansar un poco; sin embargo, la Dragona había percibido el aroma de Espina hacía ya varios minutos, pero todavía no le decía nada a Eragon. No lo creía conveniente.

- Es hora de continuar el camino – dijo Eragon, poniéndose de pie.

Todavía estoy cansada, no es que precisamente ustedes pesen como dos plumas de aves.

Vamos, Saphira, sabes que es peligroso que nos tardemos más.

Saphira veía imposible seguirle ocultando a Eragon los hechos, más cuando percibía la aproximación de los otros dos. Seguramente los habían descubierto.

Murtagh y Espina se dirigen hacia acá, Eragon.

¡Entonces los enfrentaremos!

- Roran, escóndete bien. Murtagh y su dragón se aproximan, Saphira y yo les encontraremos antes para hacerles frente. Prometo regresar – dijo el castaño de forma autoritaria.

Subió sobre Saphira y ésta no tuvo más remedio que seguir las órdenes.

Muy pronto, los cuatro se vislumbraron a lo lejos. A cada uno el corazón les latía fuertemente y las ansias eran grandes. A Eragon, le recorría el dolor por las venas; a Saphira, la tristeza y tanto a Murtagh como a Espina, el coraje por no poder cambiar las circunstancias.

- Creí haberte dicho que cuidaras de no cruzarte conmigo, hermano – le espetó Murtagh al otro.

- ¿Y crees que haría caso a las palabras de un sucio traidor como tú? ¡Ni en sueños podrías ganarme a mí!

Murtagh sintió una pena profunda cruzándole el pecho cuando vio tanto rencor y dolor en los ojos de Eragon, pero no se amedrentó y siguió aparentando una fortaleza arrogante.

- Por esta vez te has salvado, Eragon, mis asuntos no son contigo. Vámonos, Espina.

Eragon entonces le miró con odio y le ordenó a Saphira impedirles el paso a los otros dos.

- ¿Qué demonios crees que haces? Con unas cuantas palabras puedo mandarte a ti y a tu dragona al otro mundo – le advirtió el ojiazul al castaño –. Eres la única esperanza de los vardenos, ni siquiera tienes la mitad del poder que yo poseo ¿y te atreves a venir aquí a retarme? No seas tonto, Eragon. Déjame pasar o tendré que lastimarte.

- Nadie te pidió consideración alguna.

Murtagh se desesperó, ¿qué pretendía al haber ido en busca de Eragon luego de su visita a Sabrad? ¡Debió haberse ido de regreso al castillo! Y ahora tenía que enfrentar muchos problemas por su inmadurez ilusionada.

- No deseo hacer que nuestros dragones se lastimen, así que hagamos esto entre tú y yo – dijo Murtagh, mientras se lanzaba en picada junto con Espina.

¿Qué piensas hacer, Murtagh?

Tratar de inmovilizarlo para marcharnos de aquí. Confía en mí.

Los dos jinetes bajaron de los dragones y se miraron fijamente.

Eragon, ten cuidado.

Tú también, Saphira. No confíes en ese dragón...

- ¿Por qué eres tan necio? Mi poder es más grande que el tuyo, deja de ser tan necio y testarudo, ¿acaso te hace falta que alguien más se muera para que lo entiendas, Eragon?

- ¿Con qué derecho te atreves tú a hablarme así? Puede ser que yo sea impulsivo y testarudo, pero es preferible eso a ser un traidor que se parece tanto a la basura que era su padre. ¿Qué te prometió Galbatorix? ¿Todo cuanto pidieses? ¡¿Por qué preferiste una vida tan sucia si podías haberte hecho de amigos admirables y ser una leyenda?!

- Porque mis deseos no son tan inútiles y poco realistas como los tuyos...

Eragon sintió su sangre hervir y le soltó un golpe en el pómulo a Murtagh haciéndolo trastabillar un poco, éste esbozó una sonrisa irónica y se limitó a mirarlo con superioridad.

- ¿Ves que fácil es hacer que dejes de pensar, hermanito?

- ¡No me llames así!

Eragon se lanzó de nuevo contra Murtagh, pero éste aguardó el mejor momento para poder parar los golpes y de paso sujetar sus manos. Eragon trató de deshacerse del agarre y empezó a soltar patadas, provocando que ambos cayesen al suelo, respirando agitadamente uno cerca del otro.

- ¿En verdad era mucho mejor el poder que Galbatorix te ofreció que tu lazo a tu hermano de sangre? ¿De verdad eso es mucho mejor? – inquirió el castaño con ira y desilusión.

Murtagh se quedó callado y apartó la vista de la mirada desesperada de su hermano.

- ¡Contéstame!

- ¡No! – respondió en un grito, volviendo su vista a los hermosos ojos de Eragon –. Nada que no seas tú podría parecerme suficiente, todo es por ti...

Eragon abrió los ojos, muy sorprendido, notó como Murtagh acortaba la distancia entre sus rostros y miró por última vez los ojos azules de éste para luego entregarse al beso que tanto había añorado por todo ese tiempo. Ese tibio contacto añorado, que le había robado noches de sueño y alegrías, por fin era real...

Se sintieron bien, con ese beso lleno del pasado se contaron el dolor que sus almas habían sentido y también se confesaron ese amor del que siempre se llenaban sus ilusiones y su vida...