Alzó las persianas, pero dejó las cortinas echadas. La luz de la mañana que ya se asomaba despertaría a Sakura. Recogió el equipaje en silencio y abandonó la sala.
Mientras se ataba las sandalias en el recibidor, encogido sobre sí mismo, unos dedos leves le escalaron las vértebras. La frente fresca y amplia de Sakura se apoyó en su nuca, mientras las manos le apretaban la ropa a los costados.
― No te vayas.
Lee sonrió con paciencia. La cercanía de la kunoichi le llenaba de vida.
― Sólo serán tres días. Te traeré algún recuerdo.
― No hace falta.
Lee se levantó, y Sakura lo imitó.
― Tengo entendido que el té de flores del este es muy famoso. Si quieres lo compartimos... Lo probaremos en cuanto vuelva.
― No... no hace falta... que vayas...
El ninja se quedó congelado. Tenía un rollo de vendas en la mano, y lo apretó levemente.
― No hace falta que vayas, Lee. ¿Es que no tienes suficiente con lo que hay por hacer en Konoha?
― Sakura... ― La voz de Lee era un lamento dolido.
― Creía que te lo pasabas bien estas semanas pasadas. Esperaba que... ― se acercó al ninja, abrazándolo con desamparo ― esperaba que lo prefirieras al viaje. Esperaba que yo fuera suficiente para ti...
― Sakura...
La tomó de las mejillas. No había duda en sus ojos cuando la besó, sumergiéndose en los labios suaves y complacientes. Saboreó el contacto con deleite, como si fuese el momento último de su vida, abrazándola con fuerza contra sí. Ella se movía con lentitud, acoplando su hermoso cuerpo a la anatomía fibrosa.
― No quiero que te vayas. Hazlo por mí...
― Eso es juego sucio...
Lee volvió a la boca fresca y femenina, devorando suavemente aquella lengua pequeña y tibia. Sakura gruñó bajito, urgiéndolo de nuevo dentro de la casa. Lee se sacó con los pies las sandalias y se dejó arrastrar, picoteando el rostro amado con sus besos breves y rápidos. Se preguntó si aquella bestia que le rugía en el pecho se había despertado con el leve sabor a alcohol de Sakura.
Se dijo a sí mismo que todo aquello no estaba pasando. Pero las manos de Sakura, abarcándolo con ternura, le espantaban las contradicciones. Ella le desabrochó el chaleco y tiró con decisión de la cremallera de su malla, recorriendo la espina dorsal con manos cálidas y expertas.
Lee se dedicó a ella con fuerza, con atención y reverencia. Sakura temblaba, estaba hirviendo. Parecía que él no había nacido para nada más que para arrollarla, adorarla, estremecerla.
― Lee...
Él sintió los escalofríos sacudirle la piel con violencia. Nunca jamás pensó escuchar su nombre con tal cantidad de deseo, de lujuria, prendido en sus letras. Ascendió en sus caricias, sintiendo cómo ella se contraía en cada contacto. De repente sintió las manos de Sakura explorando con vehemencia. Jadeó junto a la boca de la kunoichi.
― Sakura... no hace falta...
Ella vio que era verdad, y el estómago le dio un profundo vuelco ¿Hasta qué punto demencial la había deseado Lee? Dejó yacer sus manos a los lados del rostro, ofreciéndole su blanco cuerpo por completo, entregando su piel y su carne a aquel devoto.
― Lee...
Cada vez que pronunciaba su nombre, él se estremecía. Siguió pronunciándolo con sus susurros, con sus gemidos, bajo aquellos hermosos abdominales que se enroscaban brunos alrededor del estómago...
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Kakashi les dio vía libre. Ambos pasaron corriendo frente a las puertas norte de Konoha, deseando presentar su informe de progresos cuanto antes para volver a sus casas y descansar. Había sido una misión demasiado agotadora.
Tardaron un rato en rellenar los formularios, y Tsunade insistió en que pasaran por el dispensario. Los bordes del rostro de Shino estaban algo amoratados, con surcos de finísimas venas oscurecidos como arañas. Pero ese parecía ser el único efecto secundario del veneno que aún le quedaba en el cuerpo.
Tenten tiró el equipaje al sofá antes de sumergirse con un hondo suspiro en la ducha. Pensó en la cantidad de mugre que le cubría los tobillos, en el frío que llevaba calado en los huesos, en las heridas de sus dedos, en las contusiones de sus hombros. Era la peor parte de las misiones, pero llegar y aliviarse bajo el agua caliente era el paraíso. Tan sólo le faltaba el espléndido té de Sakura antes de meterse en la cama, pero todo no se podía tener. Su compañera no estaba en casa.
Shino desempacó cuidadosamente antes de desprenderse de la ropa. Anotó con seriedad la fecha y hora de su llegada en el libro de registros de la familia, se decidió por un baño caliente y dejó de nuevo a buen recaudo los grandes escarabajos.
Cuando estaba a punto de llegar a las calderas, su madre lo retuvo. No lo dejó en paz hasta que hubo explorado su cuerpo en busca de heridas o más manchas de veneno. Aún así, añadió algo de antídoto cutáneo al agua caliente.
No supieron nunca que sus respiraciones se acompasaban a medida que la pereza los invadía, Tenten bajo la ducha, Shino sumergido en la bañera, aguardando a una noche más que contar en el calendario.
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Shikamaru entró en silencio en el piso. Temari entró tras él, dejando el equipaje en el recibidor. Ninguno de los dos quería encontrarse con los ojos de Kankurô al descubrirlos juntos en la habitación por la mañana. Al menos no aún...
Le sorprendió el desorden del piso. Medio té se congelaba en la mesita del salón, las migas de dos pastas le pincharon en los pies desnudos cuando pisó la alfombra, y lo más extraño de todo, había algunas prendas abandonadas en las sillas o el suelo.
Tomó con dos dedos y frunciendo el ceño el mono verde de Lee, que pendía de una de las espalderas. Lo llevó hasta la cocina, echándolo en la cesta de la ropa sucia. Temari lo siguió, dejando la vajilla usada en el fregadero.
― Este Lee se larga y me deja la colada por hacer... ― rezongó, aun aliviado al ver gran cantidad de pescado preparado. Pero una mirada a la encimera le ensombreció el rostro ― Y este arroz está incomible...
Despegó con pereza los pegotes de arroz de la cesta, virtiéndolos fastidiado en el cubo de basura.
― Eres más tonto de lo que pensaba, Shika-chan...
Él se volvió para enfrentarla con el enfado pintado en la cara.
― ¿Tienes que estar todo el día insultándome o qué? ¿Se puede saber qué te he hecho ahora?
Temari sostuvo en sus manos un kimono blanco estampado en flores y un obi rosa.
― Esto no es mío... y a no ser que a alguno de los dos os guste vestiros de mujer...
Shikamaru palideció y, morbosamente, ambos guardaron silencio. Se oían susurros y suaves lamentos procedentes de la habitación de arriba. El ninja se sonrió.
― Cuando Lee quiere, es un as...
― Cállate, inútil ― le respondió Temari, observando con codicia los montones de comida preparada ―, deberías valorarlo más y dejar de intentar darle lecciones. Al fin y al cabo, él es mayor que tú y nunca lo he visto intentar de "educarte"...
― Tú también eres mayor que yo y bien que me regañas, loba ― gruñó Shikamaru, agachándose para cerrar la puerta de la lavadora.
― Necesitas algo más de adiestramiento ― respondió simplemente ella, dándole un leve azote en el trasero.
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Chôji observó nervioso el montón de ropa que Ino había apilado sobre el futón. Aquella ropita tan pequeña le provocaba un leve cosquilleo en el estómago.
― Bien... creo que está todo...
Ino resopló y observó a Chôjo, que llevaba toda la mañana callada. La niña observaba a su madre con ojos como platos.
― Mamá...
― Dime, mariposita.
― ¿Por qué sacas la ropa de bebés?
― Ya te lo he dicho antes. Vas a tener un hermanito, y habrá que vestirlo. Si no, pasará frío.
― ¿Va a traerlo la abuela de la aldea, mamá?
― No, mi amor ― respondió Chôji, arrodillándose frente a su niña para limpiarle los berretes del desayuno con su pañuelo.
― ¿Vais a buscarlo en los campos de arroz?
― No, querida...
Inosuke entró en la habitación y pateó suavemente a su hermana.
― No sabes nada, Chô-chan...
― ¡Cállate!
Chôji observó la escena con paciencia, y sintió cómo un júbilo cómodo le asentaba el estómago antes revuelto.
― A ver... ― se acercó a su hijo y le tocó la punta de la nariz ― así que tú sabes dónde está el bebé ahora...
Inosuke se quedó callado y enrojeció. Le costaba reconocer cuando estaba equivocado.
― Pues...
Ino se situó entre sus dos hijos. Señaló su vientre con una sonrisa brillante. Los dos niños se acercaron temerosos y lo tentaron con prudencia, preguntando si el bebé se había comido el desayuno de mamá aquella mañana, o si hablaba con mamá por la noche... Chôji se sentó en el futón, pensando que recordaría aquel día para siempre. Comenzaba las clases como instructor, y los niños entraban en el colegio. Además Ino le pareció más hermosa que nunca, como aquel mes antes de tener a los mellizos, en que la mirada le brillaba como si tuviera en sí toda la sabiduría del mundo...
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El olor del café que bullía en el fuego lo despertó de golpe. Se estiró con fuerza, espantándose el sueño. El agua fría con que se roció el rostro terminó de asustar la pereza fuera de su cuerpo.
Apagó la cocina con un chasquido. El café, que se había reducido a fuego lento, le supo a verdadera gloria. Se sentó en el suelo de la cocina, caliente por el sol matinal, y mojó unas porciones de bizcocho en la bebida.
Gruñó al atarse las sandalias. Aún mascaba un trozo tierno de bizcocho al salir a la calle.
― ¡Naruto!
Kiba se le acercaba corriendo por el extremo de la calle. Naruto lo aguardó, y se enzarzaron en una pelea instantánea para desentumecerse el cuerpo. Mientras se perseguían por los muros de la ciudad, los habitantes de la aldea se reían o les reñían. Akamaru se mantenía al margen, ni siquiera él era tan animal como para luchar en broma tan de buena mañana.
Al llegar a la academia se separaron, y Kiba tuvo que mesarse el cabello dolorido en el espejo de la entrada antes de presentarse en el aula de taijutsu.
Lee lo aguardaba sentado en el recibidor del dojo, esperando a que lo presentase entre los alumnos para comenzar su clase magistral. Se estaba poniendo en aquel momento el chaleco verde. Lo saludó con suavidad alzando una mano.
― Parece que no soy el único que viene con magulladuras a clase... ― sonrió Kiba, frotándose la mejilla dolorida. Lee lo miró con extrañeza.
― Lo siento... ― Kiba le señaló las marcas del cuello―, yo me he peleado con un zorro, pero parece que tú te has enfrentado con una loba de primera clase...
Entró en el aula sin volverse a mirar cómo Lee se abrochaba con rapidez el cuello del chaleco, profundamente avergonzado.
Por su parte, Naruto entró sin preguntar ni siquiera llamar a la puerta en el aula de Shikamaru.
― Hey, buenos días a todos.
Shikamaru se volvió, molesto. Estaba explicando en aquel momento un tema especialmente peliagudo, y todos los alumnos se le distrajeron con la llegada del legendario Naruto. Dejaron los cuadernos a un lado y comenzaron a susurrarse entre sí.
― Ahhh... ― Shikamaru suspiró, terriblemente fastidiado ― Naruto, ¿es que no sabes leer? Hay que llamar antes de entrar...
― Jeje...
El ninja rubio se rascó la nuca, Shikamaru esperó que fuese por vergüenza y no por descaro. De Naruto podía esperarse cualquier cosa. Mirando a sus nerviosos y excitados alumnos decidió que serían incapaces de volver a los apuntes así que, suspirando, presentó a su compañero.
Naruto no podía dejar de sonreír, por muchas broncas que le echase su compañero. Esos días le habían hecho más feliz que nunca. Hinata había demostrado su valía protegiendo a su padre en una misión diplomática, y ahora estaba de nuevo en la mansión Hyuuga, bajo los cuidados de su padre. No había sufrido heridas graves, tan sólo magulladuras y una fractura en el brazo. Pero Hiashi se sentía tan orgulloso de su papel que la mantenía prácticamente entre algodones.
Recordó cómo los miraba Tsunade cuando fue a encargarle la misión a Hinata. Ambos estaban en el Ichiraku, sorbiendo ramen (y Tsunade trasegó dos botellas de nihonshu en el proceso de información), y Hinata no parecía demasiado entusiasmada con la idea de viajar con su padre. Pero los resultados no podían ser mejores.
― ¡Naruto!
Toda la clase lo estaba observando. Por lo visto Shikamaru acababa de formularle alguna pregunta. El instructor se sujetó la cabeza en una mano. Le empezaban a latir las sienes dolorosamente...
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Lee había derribado a todos sus contrincantes con asombrosa facilidad. Aunque la técnica de Hanabi se basaba en bloquear el chakra del oponente (inútil en el caso de Lee), fue la que más tiempo duró sobre el tatami. De todos modos, todos sabían que Lee no se estaba empleando a fondo.
― Éste tío no es humano...
― Tiene que ser una técnica ilusoria, ya te digo...
― No es posible...
Hanabi se sonrió, escuchando los murmullos que Lee provocaba entre sus compañeros ya derrotados, que descansaban junto a ella. Lo había visto cientos de veces entrenar con su primo y Tenten. Eran el equipo más eficiente de toda la aldea. Además era tan encantador que pedirle entrenamientos era muy fácil, se había ofrecido a principio de clase incluso para practicar con los alumnos fuera de horas lectivas. Se había sentido tentada después de que la derribara, pero después pensó en Sakura.
Haku se acercó a ella y le respiró con suavidad en la nuca.
― Creo que voy a pedirle un par de clases esta tarde ― Hanabi llevó una de sus manos a la espalda sin volverse, y le tentó el abdomen con suavidad―, es una deshonra que me haya derribado antes que al palurdo de Shintaro.
― Yo he sido quien más ha aguantado ― presumió ella, escalofriada por los nudillos que le escalaban la espina dorsal cuidadosamente. Liberarse de su compromiso le había sentado mejor que aprobar el curso de shinobi. Aunque, por suerte, fue la familia de su propio prometido quien anuló el matrimonio: él había escapado con otra mujer a quien amaba más, pero de menos estatus social. "Parece que todos tenemos nuestra propia jaula de oro" pensó Hanabi, volviendo a guardar su ajuar con algo de nostalgia, pero con un alivio enorme.
― Pero es que todos sabemos que eres la mejor, Hana-chan.
― Te besaría, Haku ― susurró ella, sonriendo cuando Lee derribó al último alumno mientras le daba recomendaciones sobre la postura defensiva―, pero estamos en clase.
Discretamente, mientras Kiba no miraba, Haku le posó los labios en la nuca.
― Dejaré el entrenamiento para otro día, Hana-chan...
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Shikamaru salió de la academia pronto aquella tarde. Mientras caminaba por las calles camino a su destino, sacó distraídamente un pañuelo del bolsillo interior de su chaleco. Miró a su alrededor. Al ser la hora del té, no había nadie por la calle en aquel lujoso barrio. Se llevó el pañuelo a la nariz y aspiró su aroma, cálido y suave, a lavanda y madera.
Entró por la puerta baja al patio escrupulosamente cuidado. Se oían risas infantiles dentro de la casa. Antes de que llegase siquiera al corredor, la puerta de papel se abrió y una chiquilla de ojos brillantes salió corriendo y riendo de la entrada. Al verlo se detuvo un momento, pero chilló de inmediato mientras corría hacia él.
― ¡Shikamaru-jichan!
Chôjo se le asió a la pierna, y Shikamaru le revolvió el cabello rubio entre las coletitas. Ella le tomó de la mano y lo condujo hasta la entrada.
― ¿Has visto qué casa tan grande tiene Neji-sama? ― Le susurró la niña, con un tono confidencial que no le pegaba para nada a su corta edad. Shikamaru se sonrió, pensando que Chôjo ya apuntaba las maneras cursis de su madre.
Chôji e Ino tomaban el té con Neji y su esposa cuando entró en la salita azul. Los hombres y la esposa de Neji se levantaron a recibirlo, estrechándole la mano e inclinándose respetuosamente.
― Disculpa que no me levante, Shikamaru.
― No pasa nada, Ino ― se sentó junto a ella, que se inclinó para sonreírle―. Dios, estás como una vaca.
― Ni siquiera tú podrás fastidiarme el día ― sonrió aún más ampliamente Ino, acariciándose con una mano el gigantesco vientre. Pero la fuerza con que tironeó de la oreja de Shikamaru en reprimenda parecía decir lo contrario.
― Itee...
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La pared del invernadero estaba empañada. La humedad se escurría cristales abajo trazando caminos brillantes. Las hojas que crecían en verde exuberancia colgaban con indulgencia, balanceándose suavemente con el calor que ascendía.
Tenten sintió que ella ya no existía. Dejaba de existir en momentos como aquel, mientras se besaba con indolente lentitud con Shino. La ropa se le había pegado al cuerpo, y los cojines del banco de mimbre estaban empapados. El cuerpo de Shino también estaba cubierto en humedad, y el calor ascendía golpeándola como un huracán. La lengua de Shino le abría los labios lentamente, los saboreaba, los devoraba. Sus dientes pequeños y blancos mordisqueaban su boca, y ella sólo podía suspirar con languidez.
El mundo se había dividido entre el tiempo con Shino y el resto del tiempo. Entrecerró los ojos batiendo las pestañas, notó cómo rozaban con los cristales de las gafas de Shino. Acarició aquellos labios blancos con su índice, mientras con los otros dedos mantenía bajado el cuello de la prenda para besarlo entre las caricias. Shino la sostenía contra sí con fuerza, ella se tendía sobre él sintiendo el abrigo esponjoso ceder a la respiración del ninja.
― Creo que está aquí...
Yuko se detuvo con la puerta entreabierta, a punto de entrar, pero al ver a aquellos dos intentando enderezarse con premura volvió a cerrar la puerta bruscamente.
― No, no... ¡no está en este invernadero! Vamos a buscarlo a la huerta, creo que estaba cubriendo las crisálidas de gorgojo...
― Maldita sea...
Tenten no pudo evitar sonreír levemente. Shino estaba rojo hasta las raíces.
― No te preocupes, Shino ― lo abrazó por la espalda―. No parece haberle importado demasiado.
Shino no dijo nada. Estaba realmente azorado, las manos le temblaban. Tenten sabía que Shino odiaba que los demás lo vieran en actitudes privadas, y no sólo con ella. Kiba era la única persona que lo había visto llorar, Hinata conseguía hacerlo sonreír... pero siempre a solas, tan sólo se entregaba cuando nadie más lo miraba.
― Ven a vivir conmigo.
Shino detuvo su respiración. Tenten lo abrazó con más fuerza, frotando su mejilla contra la espalda mullida.
― Sakura va a mudarse en breve, y me quedaré sola. Hay sitio en el ático para un invernadero, y es una casa muy luminosa. Hace falta alguna reforma en la habitación pequeña, y el viento hace crujir la estructura como si fuese un árbol viejo, pero es una buena casa. Y yo no puedo pagarla sola. Tendré que mudarme a uno de esos pisos pequeños y oscuros. El espacio será para nosotros solos...
Shino se zafó de los brazos de Tenten. Caminó hacia la puerta del invernadero y jugueteó con la cerradura. Tenten se asustó ¿Por qué no se daba la vuelta?
Él se quitó las gafas aún dándole la espalda. Tenten oyó un chasquido antes de que el ninja desabrochara su abrigo y se volviera hacia ella con los ojos peligrosamente brillantes.
― Debí echar el cerrojo antes...
Tenten se levantó para enfrentarlo, y lo besó mientras deslizaba las manos bajo el abrigo abierto. A partir de ahora, caminaría junto a él en todos los aspectos.
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Naruto, Kiba y Lee salieron juntos de la academia. Empezaba a hacerse de noche. Además aún hacía frío: el invierno se negaba a marcharse aún. Se arrebujaron en sus uniformes y corrieron en el frío de la tarde, sonriendo ante los escalofríos.
Kiba tenía una cita, por supuesto. Se miró en un escaparate antes de entrar en la tienda de dango, sonriendo con esos colmillos brillantes suyos, y sacudiéndole a Akamaru la nieve de las patas. Naruto visitaba aquella tarde a Hinata (bajo la atenta supervisión de Hiashi), pero las instrucciones que aún le daba Neji le estaban siendo muy útiles en temas de protocolo. Hiashi incluso lo había mirado con tintes de aprobación la última vez.
Lee corrió hasta su casa, azotando el suelo duro con sus sandalias. Los primeros copos de nieve de la noche le sorprendieron a medio camino.
Sakura estaba asomada a la ventana aunque el viento frío le hacía temblar con violencia. Siempre lo esperaba así. Sonreía a Lee todo el tiempo, segura de que aquello le daba más calor de hogar que cualquier otra cosa.
― Irassai, Leee!
Lee subió las escaleras de dos en dos, jadeando tras el ejercicio. Una vaharada de calor le reconfortó al abrir la puerta.
― Tadaima...
Se despojó de las sandalias, el chaleco y la camiseta en el recibidor. Tenía los pies helados al enfundarlos en las zapatillas. Fue estirando los brazos y la espalda en su camino hacia la cocina. Sakura se prendía el cabello en lo alto de la cabeza, mientras sostenía las horquillas con la boca. El ninja observó con calma el arco de su cintura y las parábolas de sus pechos, sintiendo cómo le escalaba por la garganta el calor. Abrazó aquella cintura por detrás y abarcó los pechos con suavidad. Sakura se rió con ganas.
― ¡Lee! ¡Estás congelado! Anda, ve a meterte en la mesa del brasero, seguro que tienes los pies como el hielo.
Sakura acarició las manos fuertes posadas sobre sus pechos, sentía aquella situación tan cómoda... Lee se embebió un poco más en el calor de la kunoichi antes de obedecerla con sumisión. Estaba tan a gusto que incluso tenía sueño.
Un rato después Sakura le trajo un té y una sorpresa. Posó con un golpe un sobre marrón ante él.
― Quiero que me lo expliques, Lee.
― ¿Has estado cotilleando en mis cosas? ― intentó parecer ofendido, pero el brillo travieso de sus ojos desbarataba el efecto.
― Eso no importa ― Sakura estaba demasiado enfadada para sentir vergüenza―. Creía que los viajes de entrenamiento se habían acabado con las oposiciones, que tenías bastante con los estudios, las clases y las misiones; conmigo...
Lee tomó con calma el sobre. Extrajo los billetes de tren y los olió. El aroma de la tinta y el papel le evocaban recuerdos gratos, pero también dolorosos.
Al alargárselos a Sakura tuvo cuidado en poner delante el segundo. Cuando ella comprobó que estaba a su nombre, no supo si sentirse halagada o más enfadada si cabe.
― ¿Quieres llevarme contigo? ― resopló examinando la hoja ― ¿para qué, para que sea tu enfermera? Pues lo llevas claro, listo...
― No es un viaje de entrenamiento, Sakura. Aquí aún hace mucho frío. En el sur ya hace calor, y los campos han florecido... ― Lee observó los copos que caían lentamente más allá de la ventana ― Hace más de tres años que no veo a mi madre. Le he hablado de ti en mis cartas, Sakura... la verdad es que llevo hablándole de ti desde que te conocí. Ahora quiere cono...
Sakura se había echado encima de su regazo y se apretaba contra su hombro. Lee no pudo más que abarcarla y acariciarle las mejillas, complacido.
― Gracias, Lee...
La voz le llegó velada por la ropa. Pero el aliento que le traspasó hasta la carne le hizo entrar en calor al instante.
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Los niños corrían bajo los copos de nieve, chillando como locos cuando conseguían atrapar uno entre sus manos. Luego se les derretía, pero iban a por más. Su padre les mostraba que todos eran diferentes, haciéndolos posarse en una de sus amplias mangas. Neji cazaba algunos al vuelo y los convertía en chispas azules antes de deshacerse.
Las dos mujeres se refugiaban del frío tras las persianas, tomando té caliente con Shikamaru. Él se sacó del chaleco un sobre tostado, rozando en el proceso el pañuelo perfumado. El estómago le bullía a toda velocidad cuando se inclinó hacia la esposa de Neji.
― Me preguntaba si me podrías ser de ayuda en un tema importante ― le deslizó el sobre en una de las mangas, indicándole con una mirada que debía ser discreta con respecto a Ino. La kunoichi se sentaba junto a ella, pero no despegaba la mirada del jardín entre las láminas de la persiana, cubierta con una manta y con una cálida sonrisa en su rostro. Parecía ensimismada en el juego de sus hijos, así que la esposa de Neji aprovechó para volverse levemente.
Abrió con cautela el sobre. Escritas sobre un papel sencillo de doblar, las palabras "Te necesito" se deslizaban en toda su superficie. Shikamaru se había asustado al verlas, Temari nunca escribía... "ese tipo de cosas" en sus cartas. Comentó con sencillez los términos habituales de su correspondencia, meros cuadernos de viaje, con la mujer. Pero ella, aún no comprendiendo lo que Temari realmente quería decir, buscó más en el sobre. Lo que encontró allí le iluminó el entendimiento.
― Creo que se trata una de esas señas cortesanas que os gustan tanto a las mujeres... ― Shikamaru observó aquello en las manos blancas de la mujer, mientras el brillo de los ojos femeninos parecía comprender al instante lo que él desconocía ― no tengo ni idea de lo que significa...
― Ino, acércate un instante, por favor.
Shikamaru se llevó la mano a la frente. ¿Qué diablos significaba que llamase ahora a Ino? Ella, nada más ver aquello, exhaló un "oh!" suave y maravillado. Neji lo escuchó, y también se acercó en silencio. Al ver a su mujer sosteniéndolo, se arrodilló frente a ella.
― No, Neji... esto no es mío ― sonrió a su esposo, tomándole de la mano, y formando la palabra "pronto" en sus labios sin pronunciar sonido.
Se lo devolvió a Shikamaru. Él volvió a acariciar aquel pedazo de seda blanca, estampado con pequeños tréboles verdes. Ino se le acercó arrastrándose sobre las rodillas, y le tomó la mano que sostenía la tela.
― Shikamaru... y ahora ¿Cómo te lo digo?...
Una sonrisa divertida le había cruzado el rostro. Neji y su esposa lo miraban con interés, y también sonreían. Chôji se acercó ante el silencio y se quedó muy quieto al otro lado de su amigo. Los niños lo siguieron, e Ino se los acercó a Shikamaru. Él estaba a punto de gritar... ¿Qué significaba todo aquello? ¿alguien se lo iba a contar de una vez o no?
― Digamos que... el ciervo que nos falta para el trío está en camino... y conociéndoos a los dos, seguro que es un maldito genio y alcanza en poco tiempo a la mariposa y el jabalí...
Shikamaru enterró el rostro entre las manos. Ino lo abrazó por la izquierda, Chôji por la derecha.
― Enhorabuena, amigo ― le susurró Chôji al oído.
― Enhorabuena ― le susurró ella, apretándolo con dulzura entre sus brazos.
― Y... ― Chôji inclinó el rostro sonriendo con franqueza ― deja de esconder la cara, que todos sabemos que estás sonriendo, maldito cabezota.
Shikamaru descubrió el rostro. Lo primero que pudo ver, con la luz invernal que ya se extinguía, fue a la pequeña Chôjo que le sonreía abrazada a sus rodillas. Y la tomó en sus brazos, revolviéndole el cabello, y pensando que si no se quitaba pronto aquella sonrisa feroz de su rostro le dolerían las mejillas. No estaba acostumbrado a sonrisas tan grandes ni tan profundas...
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