He tardado, pero he estado ocupadísima. Muchas gracias por las reviews, no me esperaba tantas :)

Advierto: empiezo a subir un poco el tono. Menores abstenerse. Espero que os guste igualmente :)


El ambiente se quedó algo alicaído. La capa invisible les hubiera ayudado a volver a sus respectivas salas comunes sin llamar la atención, pero quién podía esperar que Lavender, a pesar de ser extremadamente idiota, iba a robarles la capa y a dejarles desnudos en medio del castillo. De Draco Malfoy se puede esperar algo más que lo peor, pero de una Gyffindor...

Harry estaba seriamente ofendido. Últimamente las cosas estaban fuera de quicio y esa noche no daba abasto con tantos momentos embarazosos y tanto ajetreo. Fue un duro golpe que les quitasen las ropas, pero después de todo, tampoco era una sopresa. Estaba empezando a asumir, que las cosas ya no son lo que eran. Hermione y Ginny lesbianas e inmersas en una tormentosa historia de amor, que bien podría ser el próximo best-seller en los escaparates de Callejón Diagón, Ron eternamente enfadado con él y saliendo con Cho Chang. Solo Luna Lovegood parecía normal. Bueno, se mantenía en su línea, porque esa chiquilla jamás fue normal.

Pero así eran las cosas y así estaba dispuesto a asumirlas. Lo que le ofendía es que un Gryffindor se hubiera puesto a la altura de un Slytherin. Eso, y que Luna Lovegood no paraba de mirar hacia sus manos, que tenía estratégicamente colocadas cubriendo sus atributos, con la suficiente concentración como para ser capaz de ver a través de ellas.

-- Luna

Luna no se dio por enterada.

-- ¡Luna!

-- ¿Qué? – le respondió la muchacha sin levantar la vista.

-- ¡Quieres dejar de mirarme!

Luna por fín levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos. Le miraba con extrañeza, como si lo raro fuera no mirarle. Hermione y Ginny también le miraron. Todas estaban tan centradas en sus propios pensamientos, que el grito que había dado, las había asustado.

Ginny estaba sentada en una silla, agachada, tratando disimuladamente de cubrirse con el pupitre. Hermione estaba sentada sobre otro, a escasos metros, con las rodillas aplastadas contra su pecho y rodeando sus piernas con los brazos. Harry seguía de pie, tapándose con las manos. Solo Luna estaba sentada sobre uno de los pupitres, con la misma naturalidad que si hubiera estado vestida.

-- ¿Por qué te avergüenzas? – le respondió Luna con auténtica curiosidad. – Además, ya te lo ví antes, en la cama.

Harry se sonrojó al recordarlo. Volvió la cabeza hacia otro lado y resopló indignado. Ginny también se sonrojó. No pudo evitar recordar también el momento. Hermione se dio cuenta del sonrojo de esta y aspiró con todas sus fuerzas.

La situación estaba a punto de explotar.

-- Vamos a separarnos para regresar – propuso Harry, que ya estaba harto y empezaba a tener frío – no creo que nos pillen a los cuatro. Si descubren a uno de nosotros, que haga jaleo y así al menos, los demás no tendremos problemas.

-- No voy a pasearme por el colegio desnuda, Harry – Ginny prefería ser pasto de mandrágora, antes que pasar por esa vergüenza.

-- Y qué piensas¿Quedarte aquí toda la noche? – Harry comenzó a hablar con frenesí, tratando de no dar voces con escaso éxito.

-- ¡No pienso salir así!

-- Mañana hay clase¡te verán igualmente si no nos vamos!!

A Ginny se le puso cara de espanto, al darse cuenta de la cruda realidad. Estaba a punto de emitir un sollozo realmente lastimero, pero Luna se bajó del pupitre y le tendió la mano solidariamente.

-- Si quieres voy delante tuya – le propuso la rubia con una sonrisa – así si nos pillan, te estaré cubriendo.

-- Y yo iré detrás – se apresuró a decir Hermione, sonriendo también, pero ante la expectativa de tener la excusa de mirarle el culo a Ginny sin ningún pudor.

Ginny les devolvió la sonrisa y Harry, haciéndo aspavientos, y considerando una vez más, aquello de que las chicas son lo peor, se lanzó hacia la puerta y miró a ambos lados del pasillo.

-- Esto está despejado.- les hizo una seña con la mano para que fueran hacia él.- vamos a hacer una cosa. Iremos primero a la torre de Ravenclaw, que Luna nos consiga algo de ropa y después nos vamos a la torre de Gryffindor.

Las muchachas estuvieron de acuerdo. Y el grupo salió al pasillo tratando de hacer el menor ruido posible. Iban en fila india. Harry el primero. Cubriéndose con las manos. Inmediatamente detrás Luna, que pese a estar enamorada de Ron, y tener la certeza de que Harry era gay, consideraba que no era natural tener a semejante adonis, desnudo, frente a sí y no mirarle el culo con avaricia. Le seguía Ginny, terriblemente abochornada, preocupada, y con las caderas como brasas, justo en las zonas donde Hermione tenía posadas sus manos. Y esta última, que venía al final de la cola, pidiéndole a Merlín un tropezón, o cualquier cosa que le diera la oportunidad de pegarse completamente a la pequeña de los Weasley.

El grupo avanzaba despacio y con cautela. Se asomaban a cada pasillo o escalera, antes de recorrerlo. Trataban de hacer el menor ruido posible. Tampoco tenían muchas ganas de hablar o montar jaleo. Lo único que querían era llegar a sus salas comunes cuanto antes, para que la pesadilla acabase.

-- Shh – siseó Harry a punto de doblar una esquina. Se frenó en seco, con la consecuente afluencia de empujones. Hermione, aprovechó el momento de resuello para dar sus gracias a Merlín, por hacer oído a sus súplicas.

-- ¿Qué pasa? – preguntó Luna.

Harry se volvió para responderle, pero en lugar de mirarle a él, Luna estaba mirando hacia atrás. Alzó el cuello por encima de la rubia, vio a sus otras dos amigas rojas como tomates. Parpadeó artificiosamente, suspiró y volvió a asomar la cabeza hacia el otro pasillo.

-- ¡Mierda!

-- ¿Qué pasa? – dijo otra vez Luna, esta vez sí dirigido a Harry.

-- Hay alguien.

-- ¡¿Dónde?!

-- ¡Justo aquí! – dijo Harry antes de comenzar a desandar corriendo el camino por el que acababan de venir.

Luna no se lo pensó dos veces y salió también corriendo. Ginny la siguió como alma que lleva el diablo. Y Hermione, que tras un corto pero increíble magreo, gracias a las vicisitudes de Merlín, estaba más en la parra que en el mundo real, se quedó allí parada sin saber exactamente porqué sus amigos corrían despavoridos.

-- Vaya, vaya, mira lo que ha traído el gato.

Hermione tragó saliva. Pansy Parkinson la miraba con evidente satisfacción, vestida completamente de negro, con un escote de aúpa y un extraño objeto en su mano. Dicho objeto era también negro, con una forma grotescamente fálica y de increíbles proporciones.

Por la cabeza de Hermione pasaron diversas ideas, más de las que era capaz de analizar y comprender en un par de segundos. Por alguna razón, seguramente por su aficción al sado, varias de ellas le resultaron interesantes y más llamativas de lo que hubiera querido, pero ahora estaba a punto de ser una mujer comprometida y tenía que desacerse de esa atracción fatal hacia la Slytherin. El tamaño del objeto que Pansy sostenía en sus manos le ayudó a establecer sus prioridades rápidamente. Salió corriendo como alma que lleva el diablo.

Se paró varias veces para tomar aire, pero seguía corriendo de un sitio a otro. En alguna parte se debían haber metido sus amigos.

Harry cerró con un portazo. Acababa de entrar en los servicios de Myrtle, huyendo de no sabía qué. Había estado un buen rato corriendo sin rumbo, con la amarga sensación de ser acechado. Seguramente se lo estaba imaginando. Después de todo, con tanta historia, iba a acabar paranoico.

Comprobó con alivio que Myrtle debía estar lamentándose por las cañerías de otros retretes. No tenía ganas de escuchar sus lloriqueos. Se acercó a un inodoro para aliviarse la carga de la vejiga. Y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se quedó quieto, ahora no alucinaba, alguien acababa de entrar en los servicios. Y definitivamente no era Myrtle, un fantasma no necesita abrir la puerta.

Se volvió despacio, con cautela. Sin estar seguro de que esperar.

-- ¡Malfoy!

-- El mismo – le respondió el Slytherin con un encantador acento y ojos de hielo.

-- ¿Cómo...? – Harry tardó solo unos segundo en percatarse de lo que el rubio tenía en las manos - ¡Tienes el mapa! – efectivamente, el Slytherin sostenía el mapa del merodeador - ¿Cómo lo has conseguido?

-- Piip, Potter, pregunta errónea. – Draco parecía encantado, por la sorpresa de su archi-enemigo – te daré otra oportunidad, aunque claramente no sabrás aprovecharlo.

-- ¡¿Pero qué diablos?!

-- Es el defecto que tenéis todos los Gryffindors. Hacéis muchas preguntas, pero nunca en la dirección correcta. Lo importante, Potter, no es el cómo, sino el porqué.

Harry no podía estar seguro, pero le pareció ver un relampagueo de lujuria en los ojos al Slytherin.

-- ¡Devuélvemelo! – le gritó enfadado.

-- Ni lo sueñes.– Harry le respondió con una mirada amenazante, pero Draco comenzó a reírse – Cómo planeas quitármelo, Potter. Sin tu varita, sin tu ropa... con las manos ocupadas.

Harry se sonrojó. Llevaba cubriéndose con las manos durante toda la conversación, le ofendía que Draco delatara con tanta imprudencia su desnudez. No bastaba con quitarle la ropa, no, también tenía que hacer alusiones al respecto.

-- De todas formas – volvió a decir el rubio tirando el mapa a un lado – ya no me hace falta.

Comenzó a quitarse el jersey, lentamente, lanzando miradas desafiantes a Harry, que empezaba a notar presión bajo sus manos.

Ginny estaba a punto de sufrir un colapso nervioso, era grave estar desnuda y perdida por el colegio, pero ahora que además estaba sola, era mucho peor. Había corrido detrás de Luna durante un trecho, pero había perdido a la rubia al torcer una esquina. En ese pasillo había varias aulas abiertas, unas escaleras hacia pisos inferiores y otra hacia la torre de astronomía. No quiso llamarla, para no llamar también la atención de quien fuera que les había soprendido unos minutos antes, así que optó por decidirse a través de una cantinela, que su padre le había enseñado de pequeña: "Pinto, pinto, gorgorito..."

Se fue por las escaleras que iban hacia abajo, agarrada a la barandilla, pisando cautelosamente y atenta a cualquier sonido ajeno al que ella misma emitía. Al llegar a la segunda planta, casi se corre del gusto, perdón, casi estalla de alegría, al ver una serie de estandartes colgados en la pared.

Nunca los había visto antes, pero desde luego, menudo acierto el haberlos colgado ahí. Por fin tenía algo con lo que cubrirse. Agarró el que más a mano tenía y envolvió con él a modo de toalla. Repentinamente se sintió mucho mejor, ahora podría volver a la torre de Gryffindor tranquilamente. Si la pillaban, probablemente tuviera que sufrir algún agonioso castigo durante un par de semanas, pero al menos, no tendría que pasar por la vergüenza de que la descubrieran con todos sus atributos al aire.

Se giró sobre su propio eje y comenzó a desandar parte del camino andado, con cautela, para no llamar la atención, a ver si pudiera también librarse del castigo, se dirigió hacia la torre de Gryffindor.

Lo que no podía saber nuestra pequeña bruja, es que había metido la pata tan a fondo que dos semanas de castigo iban a ser pocas.

Albus Dumbledore llevaba seriamente preocupado varias semanas. Algún o algunos estudiantes estaban desafiando toda autoridad y estaban saliendo por las noches a hacer trastadas por el colegio. Desde hacía unos días, varios profesores estaban haciendo guardias nocturnas para pillar infraganti a dichos estudiantes y así erradicar la horda de vandalismo y ya de paso, procurar para estos el adecuado castigo.

Lo extraño del asunto es, que cada vez que creían estar a punto de pillarles, desaparecían como por arte de magia. Como si los estudiantes contasen con algún tipo de radar especial para detectar a los profesores y poder evadirlos.

Pero como Dumbledore decía de cuando en cuando: La única poción contra un estudiante listo, es un profesor más listo todavía. Había ideado una estratagema para poder sorprenderles, y con el beneplácito de algunos profesores, había decidido convertir a estos en estandartes, que situaría en varios puntos estratégicos del castillo. Al ser inanimados, no podrían ser detectados por magia alguna, o al menos por magia capaz de localizar a personas o profesores, y sin embargo, si podrían estar alertas para descubrir al fin a los estudiantes insurrectos.

Ginny no podía saberlo, pero estaba envuelta por la profesora McGonagall.

Luna Lovegood también se había pegado su buena carrera. En su huida había acabado subiendo hacia la torre de astronomía. Por desgracia, una pareja de enamorados ya había ocupado el lugar previamente, y Luna no tuvo más remedio que quedarse apostada tras la puerta semi-abierta, que daba paso al aula, y cerrar los ojos a la espera de ser descubierta en cualquier momento.

Nadie más subió a la torre, y la parejita de enamorados no parecía haberse dado cuenta de su presencia. La chica suspiró aliviada.

Ahora que estaba algo más relajada, prestó atención a los cuchicheos que los dos amantes. ¡En algo tenía que entretenerse! Para su desgracia, la parejita resultaban ser Ron y Cho Chang. Al reconocer sus voces, Luna decidió entrar en el aula y acercarse más para poder escucharles. Obviamente, lo que estaba haciendo no era bueno, pero Ron era el amor de su vida, y estaba allí, en las zarpas de aquel amago de veela con los ojos rasgados. Tenía que saber qué estupideces era capaz de decirle esa maldita bruja para tenerlo tan embobado.

Se acercó con sigilo, medio agachada para no ser vista. Lo raro es que ella tampoco conseguía verles. Un gemido la sobresaltó. Se escondió tras la mesa del profesor. Afortunadamente, esta se encontraba en la entrada del aula, porque en el aula de astronomía no había pupitres. Solo telescopios apostados junto a los ventanales.

No se atrevía a asomar la cabeza por temor a ser descubierta, pero los gruñidos de Ron y los gemidos de Cho, estaban empezando a ponerle nerviosa.

-- Venga Cho, solo un poquito más y ya está dentro – A Luna se le revolvieron las tripas al escuchar esto.

-- Me dijiste que la puntita ¡Y ahora quieres meterla entera! – le respondió Cho también entre susurros con la voz indignada – Eso duele ¿Sabes?

Luna estaba pasando un mal rato. Podía aceptar la circunstancia de que el amor de su vida y esa otra, hicieran ese tipo de cosas. Pero bajo ninguna circunstancia quería estar presente. Ni siquiera le quedaban ganas de tratar de salir de forma sigilosa, igual que había entrado. Simplemente se levantó, más enfadada que otra cosa, dispuesta a irse dando un portazo.

Ron y Cho pegaron un respingo al sentirla y verla allí de pie. Luna abrió desmesuradamente los ojos.

¡¡¿Pero qué demonios?!!

Ron y Cho estaban agachados y escarbaban con una varita en un boquete que había en el suelo.

-- ¡¿Pero qué estáis haciendo?!

-- Buscando el anillo – balbuceó Ron, todavía sorprendido por la impresión del susto, y doblemente sorprendido por ver a Luna tal y como vino al mundo.

Luna seguía sin comprender.

-- ¿La varita¿Le estabas metiendo la varita?

-- S-si, por el agujero – respondió el muchacho aún nervioso y extrañado.

-- Pero... – Luna empezaba a entender que quizá era demasiado pervertida y se había confundido con el "tipo de varita".

Cho Chang, también se había llevado un buen susto, pero si por su mente surgió alguna inquietud sobre porqué Luna Lovegood había llegado al aula de astronomía en pelotas y pegando voces, le debió hacer caso omiso, porque habló con todo tipo de tranquilidad

-- Se nos ha caído un anillo en este boquete, y debe estar enganchado, porque ni con magia conseguimos sacarlo. Al final hemos tendido que usar mi varita.

Seguidamente Cho volvió a inclinarse y se puso a atisbar por el boquete del suelo, mientras Ron, rojo como un tomate, miraba hipnotizado las tetas de Luna con la varita de Cho en alto.

Luna lo tenía claro. Definitivamente en este colegio no había nadie sano. La próxima vez que alguien la llamara Lunática, se llevaba un mamporro y bien ganado.

-- Ronnie y yo vamos a casarnos en cuanto acabe el colegio – le anunció Cho con una sonrisa, levantando el anillo en alto. Por fin había conseguido recuperarlo.

Luna la miró. Estaba a un pelo de espetarle un "Eso no te lo crees ni tú, guapa", pero se contuvo justo a tiempo. Seguramente no ganara puntos ante Ron, diciendo eso.

Hermione se paró junto a las escaleras que bajaban al vestíbulo. Se agarró al pasamanos jadeando por la carrera. ¡Menuda nochecita! No tenía ni la más remota idea sobre dónde podían estar sus amigos y lo que es peor, no tenía idea de dónde podía estar Ginny. La idea de Pansy Parkinson con aquel cachivache enorme y fálico rondando por el colegio, mientras la pelirroja, desnuda y vulnerable estaba perdida, la estaban volviendo loca.

Comenzó a enfadarse ante la idea de que el amor de su vida y su más salvaje fantasía erótica se lo montasen juntas. ¡Y sin estar ella presente!

Bajó las escaleras hasta llegar al vestíbulo y se metió por una puerta estrecha, que llegaba hasta las cocinas. Dobby, sin duda, podría prestarle algunas de las bufandas que tantas noches la habían tenido en vela trabajando. Se adentró en el largo corredor a oscuras, tanteando las paredes para poder seguir el camino. Mientras, su mente volaba una y otra vez hacia la misma idea, sin poder decidir que era mayor, si su enfado o su excitación.

Se frenó casi en seco. No podía seguir en ese estado. Vale que estuviera desnuda y sin posibilidad de regresar a su habitación, pero necesitaba un momento de intimidad urgentemente. Y lo tenía antes de llegar a las cocinas, o se liaba con la primera elfa que encontrara por el camino.

Se apoyó contra la pared dispuesta a aliviarse allí mismo, pero su cuerpo no llegó a tocar la pared, sino que dio un traspiés hacia atrás y se encontró, de repente, en el interior de una habitación de gigantescas proporciones. Unos grandes ventanales iluminaban a medias la estancia. Era una especie de trastero viejo, tan grande como el gran comedor y lleno a rebosar de muebles viejos y suciedad. Hermione se adentró en busca de algo con lo que taparse, o algo más cómodo que una fría pared donde poder estar tranquila durante unos minutos.

Harry ya no sabía de postura adoptar para cubrir sus atributos. Odiaba a Draco Malfoy, pero incluso así, no podía dejar de admirar lo increíblemente bueno que estaba. El torso perfectamente perfilado, los brazos fuertes y musculados, con las manos grandes. Harry ya podía imaginarse asido por esas manos. Su artefacto apuntándole dispuesto a disparar en cualquier momento, de la misma forma que lo haría el de Harry si apartara las manos.

Quería hacerlo, o que se lo hicieran, o ser hecho, o cualquier cosa que implicara el verbo hacer y aquel ejemplar de virilidad y belleza. Pero debía pensar con la cabeza, con su otra cabeza. Draco es malo, muy malo, de hecho, es una sabandija estúpida. No debía darle el placer, los héroes anteponen el bien a sus propios deseos, y Harry era un héroe. Ser gay, adolescente y tener a su alter-ego en pelotas y dispuesto a organizar un "duelo de varitas" no debían apartarle de sus principios. Y acostarse con un Slytherin, definitivamente, iba en contra de sus principios.

-- Esto no va a pasar, Malfoy. Ni en el más loco de tus sueños va a pasar – dijo Harry con todo su pesar, lo más enérgicamente que le fue posible.

-- Pasará lo que yo quiera que pase, Potter – le respondió el rubio tan sobrado como siempre.

Harry tomó aire. Quién se creía la sabandija esta que era. Por muy cachondo que le pusiera, Harry tenía sus propios límites. Y tenía muy pero que muy claro, que nadie le iba a obligar a hacer algo que no quisiera, y menos él.

Se dirigió hacia la puerta con toda la dignidad que se salió del pecho. Incluso se quitó las manos de sus partes nobles, como si a él le importara que le vieran el pito. Por desgracia (o mucha suerte, según se mire) Draco estaba en su camino hacia la salida de los servicios. Se paró frente a él desafiante.

-- Apartate, Malfoy.

El rubio le sonrió insolente. Hizo el amago de apartarse, pero en lugar de eso, le agarró con fuerza. Trató de besarle, pero Harry apartó la cara. Volvió a sonreírle.

-- Te repito, Potter, que no vas a irte si yo no quiero

Tardó unos segundos en reptar hacia abajo por el cuerpo de Harry. Como una serpiente pitón, enlazándole, apretándole, reteniéndole sin remedio. Harry pegó un pequeño respingo al notar algo húmedo y terriblemente placentero recorriendo el punto más sensible de su anatomía. Definitivamente, no iba a marcharse. Al carajo con los héroes y las heroicidades.