1

Era un buen día para soñar. Caían las últimas horas de la tarde, el sol proyectaba sombras alargadas cuando conseguía abrirse paso entre las densas nubes, pero en su mayor parte la luz dorada y traslúcida se quedaba prendida en las copas de los árboles y dejaba el lecho del bosque sumido en misteriosas sombras. En el aire del verano, cálido y húmedo, flotaba el perfume rosado y dulzón del néctar de madreselva, mezclado con el rico aroma marrón de la tierra y de la vegetación podrida, además del penetrante olor a verde de las hojas. Para Lilianne Evans, Lily, los olores tenían color, y desde que era pequeña se entretenía Poniendo colores a los aromas que percibía a su alrededor.

La mayoría de los colores eran obvios, extraídos del aspecto que tenía cada cosa. Naturalmente, la tierra olía a marrón; por supuesto, aquel aroma fresco y fuerte de las hojas era verde en su mente. El pomelo olía amarillo brillante; nunca había comido pomelo, pero en cierta ocasión había cogido uno en la frutería y había olfateado su piel, titubeante, y el olor había explotado en sus papilas gustativas, agrio y dulce a la vez.

Le resultaba fácil poner color al olor de las cosas en la mente; en cambio, el color de los olores de las personas era más difícil, porque las personas no eran nunca una sola cosa, sino diferentes colores mezclados entre sí. Los colores no significaban lo mismo en los olores de la gente que en los de las cosas. Su madre, Elladora, despedía un aroma rojo profundo y picante, con algunas volutas de negro y amarillo, pero el rojo picante casi aplastaba todos los demás colores. El amarillo era bueno en las cosas, pero no en las personas; ni tampoco el verde, ni siquiera algunos de sus matices.

Su padre, Thomas, era una insoportable mezcla de verde, morado, amarillo y negro. Con él fue verdaderamente fácil, pues desde una edad muy temprana lo había asociado con el vómito. Beber y vomitar, beber y vomitar, eso era lo único que hacía papá. Bueno, y mear. Meaba mucho.

El mejor olor del mundo, pensó Lily mientras deambulaba entre los árboles contemplando los rayos de sol capturados y guardando su felicidad secreta en lo más hondo de su pecho, era el de James Potter. Lily vivía por los breves atisbos de él que alcanzaba a ver en la ciudad, y si se encontraba lo bastante cerca para oír el sonido ronco y profundo de su voz, temblaba de alegría.

Hoy había logrado estar lo bastante cerca de él para olerlo, ¡y él incluso la había tocado! Aún flotaba en una nube tras vivir aquella experiencia.

Había entrado en la tienda del Valle de Godric con Petunia, su hermana mayor, porque ésta le había robado a Elladora un par de galeones del bolso y quería comprarse una poción rosa. El olor de Petunia era anaranjado y amarillo, una pálida imitación del aroma de Elladora. Salieron de la tienda llevando el preciado frasco de poción rosa intenso cuidadosamente escondido en el sostén de Petunia para que Elladora no lo viera. Petunia llevaba ya casi tres años usando sostén, y eso aunque sólo tenía trece años, un hecho que ella utilizaba para burlarse de Lily cada vez que se le ocurría, pues Lily tenía once años y aún no tenía pechos. Sin embargo, últimamente los pechos planos e infantiles de Lily habían empezado a hincharse, y se sentía muy avergonzada de que alguien se los viera. Se daba mucha cuenta de cómo despuntaban bajo la fina camiseta de los Holyhead Harpies que llevaba, pero cuando estuvieron a punto de chocar con James en la acera cuando éste entraba en la tienda y ellas salían, Lily se olvidó de lo liviano de su camiseta.

—Una camiseta muy bonita — había dicho James con sus oscuros ojos brillando divertidos, y le había tocado el hombro. James estaba pasando en casa las vacaciones veraniegas. Jugaba quidditch para los Holyhead Harpies en la posición de cazador en su primer curso. Tenía diecinueve años, medía más de uno ochenta y seguía creciendo. Lily lo sabía porque lo había leído todo en la página deportiva de la gaceta local. Sabía que corría un 4,6 cuarenta y que tenía una gran velocidad lateral, fuera eso lo que fuera. También sabía que era muy guapo, no a lo fino, sino con el mismo estilo salvaje y poderoso que el estimado semental que poseía su padre, Buckbeak. Se le notaba su ascendencia francesa criolla en el color oscuro y en la fuerte y nítida estructura ósea de su cara. Tenía un cabello negro, despeinado que le daba un aspecto descuidado, pero sumamente juvenil y caballeresco. Lily se leía todas las novelas que caían en sus manos sobre caballeros medievales y sus bellas damas, por eso reconocía un Caballero en cuanto lo veía.

Sintió un cosquilleo en el hombro cuando la tocó James, y sus pechos hinchados se estremecieron y la hicieron sonrojarse y bajar la cabeza. Todos sus sentidos giraron en un torbellino al percibir su olor, compuesto por una mezcla penetrante e indefinible que no supo describir, caliente y almizclada, con un rojo aún más intenso que el de Elladora, lleno de tentadores colores de matices profundos y lozanos.

Petunia sacó hacia afuera sus senos redondos, cubiertos por una blusa rosa sin mangas. Se había dejado desabrochados los dos botones superiores.

—Y mi camiseta, ¿qué? —preguntó poniendo morritos para que sus labios también sobresalieran, tal como había visto hacer a Elladora miles de veces.

—Te has equivocado de color —dijo James endureciendo el tono y poniendo en él una gota de desdén. Lily supo la razón: Era porque Elladora se acostaba con su padre, Charlus. Había oído cómo hablaban los demás de Elladora, y sabía lo que significaba la palabra «puta».

James pasó entre ambas, empujó la puerta y desapareció en el interior de la tienda. Petunia se lo quedó mirando por espacio de unos segundos y después posó sus voraces ojos en Petunia.

—Déjame tu camiseta —le dijo.

—Te queda demasiado pequeña —replicó Lily, y se alegró enormemente de que así fuera. A James le había gustado su camiseta, la había tocado, y ella no estaba dispuesta a renunciar a aquello.

Petunia frunció el gesto ante aquella obvia verdad. Lily era pequeña y delgada, pero incluso sus estrechos hombros pugnaban contra las costuras de su camiseta, que se le había quedado pequeña hacía dos años.

—Ya conseguiré otra —declaró.

Ella también, pensó Lily ahora mientras contemplaba con expresión soñadora el parpadeo del sol entre los árboles. Pero Petunia no tendría la que había tocado James; ella se la había quitado nada más llegar a casa, la había doblado con todo cuidado y la había escondido debajo del colchón. La única forma de encontrarla era deshaciendo la cama para lavar las sábanas, y como ella era la única que hacía tal cosa, la camiseta permanecería a salvo y ella podría dormir encima todas las noches.

James, la violencia de sus emociones la asustó, pero no podía controlarlas. Lo único que tenía que hacer era verlo, y el corazón empezaba a latirle con tal fuerza en su delgado pecho que le hacía daño en las costillas y sentía calor y escalofríos a un tiempo. James era como un dios en la pequeña población del Valle de Godric, Gales; era indómito como un potro, según decía la gente, pero estaba respaldado por el dinero de los Potter, e incluso de niño había poseído un duro e inquieto encanto que hacía aletear los corazones de las féminas. Los Potter habían engendrado un buen número de pícaros y renegados, y James pronto demostró tener el potencial para ser el más indomable de todos. Pero era un Potter, y aun cuando armara bronca, lo hacía con estilo.

A pesar de todo eso, nunca había sido desagradable con Lily, tal como había ocurrido con algunas personas del pueblo. Su hermana Belvina escupió una vez en su dirección cuando Lily y Petunia se tropezaron con ella en la acera. Lily se alegraba de que Belvina se encontrase en Beauxbatons un estirado colegio privado para brujas y de que no fuera a casa con demasiada frecuencia, ni siquiera durante el verano, porque estaba en casas de amigas. Por otra parte, el corazón de Lily había sufrido durante meses cuando James se marchó a jugar por los Holyhead Harpies; Bristol no estaba tan lejos, pero durante la temporada de quidditch no le quedaba mucho tiempo libre e iba a casa sólo en vacaciones. Siempre que sabía que James estaba en casa, Lily intentaba dejarse caer por el pueblo en los lugares donde pudiera acertar a verlo, paseándose con la gracia indolente de un gato grande, tan alto y fuerte, tan peligrosamente excitante.

Ahora que era verano, James pasaba mucho tiempo junto al lago, lo cual era uno de los motivos de la excursión de Lily a través del bosque. El lago era privado, abarcaba más de ochocientas hectáreas y estaba totalmente rodeado por las tierras de los Potter. Era alargado y de forma irregular, con varias curvas, ancho y bastante superficial en algunos sitios, estrecho y profundo en otros. La gran mansión blanca de los Potter estaba situada al este del lago, la cabaña de los Evans al oeste, pero ninguna de las dos se encontraba de hecho a la orilla del agua. La única casa de la ribera era la mansión de verano de los Potter, un edificio blanco y de una sola planta que contenía dos dormitorios, una cocina, un cuarto de estar y un porche provisto de una rejilla que lo rodeaba por entero. Debajo de la casa había un cobertizo para botes y un embarcadero, y también una barbacoa de ladrillo que habían construido. A veces, en verano, James y sus amigos se juntaban allí para divertirse nadando y remando toda la tarde, y Lily se deslizaba entre los árboles de la orilla para alegrarse el corazón observándolo.

A lo mejor estaba allí hoy, pensó, sintiendo ya el dulce anhelo que la embargaba cada vez que pensaba en James. Sería maravilloso verlo dos veces en un mismo día.

Estaba descalza, y los raídos pantalones cortos que llevaba no le protegían las piernas de los arañazos y las serpientes, pero Lily se encontraba tan cómoda en el bosque como las otras tímidas criaturas; no la preocupaban las serpientes, y no hacía el menor caso de los arañazos. Su largo cabello de color rojo oscuro tendía a colgarle en desorden por delante de los ojos y molestarla, de modo que se lo había echado hacia atrás y lo había sujetado con una moña. Se deslizaba igual que un espectro entre los árboles, con una expresión soñadora en sus grandes ojos gatunos al imaginar a James en su mente. A lo mejor estaba allí; a lo mejor un día la veía oculta entre los arbustos, o asomada detrás de un árbol, y entonces le tendería la mano y le diría: — ¿Por qué no sales de ahí y vienes a divertirte con nosotros?». Se perdió en la deliciosa fantasía de formar parte de aquel grupo de chicos bronceados por el sol, risueños y pendencieros, de ser una de aquellas muchachas que eran todo curvas y lucían breves bikinis.

Incluso antes de llegar al borde del claro en el que se alzaba la casa (le verano, vio el brillo plateado del Corvette encantado de James enfrente del edificio, y el corazón empezó a latirle con familiar violencia. ¡Estaba Allí! Se deslizó silenciosamente tras el parapeto de un gran tronco, pero al cabo de unos instantes se dio cuenta de que no oía nada. No se percibía ningún ruido de chapoteos, voces, chillidos ni risas.

A lo mejor estaba pescando desde el embarcadero, o quizá hubiera tomado el bote para dar un paseo. Lily se acercó un poco más y torció hacia un lado para tener una vista del embarcadero, pero éste se encontraba desierto. James no estaba allí. Sintió que la invadía la desilusión. Si había tomado el bote, no había forma de saber cuánto tiempo hacía de eso, y ella no podía quedarse a esperarlo. Había robado aquel rato para sí, pero tenía que regresar pronto y ponerse a preparar la cena y cuidar de Mark.

Estaba dando media vuelta para marcharse cuando le llegó un sonido amortiguado que la hizo detenerse con la cabeza inclinada para localizarlo. Salió de entre los árboles y dio unos cuantos pasos en dirección al claro, y entonces oyó un murmullo de voces, demasiado débil e indistinto para entenderlo. Instantáneamente, el corazón le dio otro vuelco; después de todo, sí que estaba allí. Pero se encontraba dentro de la casa; sería difícil atinar a verlo desde el bosque. Sin embargo, si se acercaba más, podría oírlo, y eso era todo lo que necesitaba.

Lily poseía el don de las criaturas pequeñas y silvestres para guardar silencio. Sus pies desnudos no hicieron el menor ruido al acercarse a la casa. Procuró permanecer fuera del campo visual en línea recta de todas las ventanas. El murmullo de las voces parecía provenir de la parte posterior de la casa, donde estaban los dormitorios.

Alcanzó el porche y se acuclilló junto a los escalones, e inclinó otra vez la cabeza en un intento de entender lo que estaban diciendo, aunque sin éxito. Pero era la voz de James; los tonos graves eran inconfundibles, al menos para ella. Entonces oyó un suspiro, una especie de gemido, de una voz mucho más aguda.

Atraída de forma irresistible por la curiosidad y por el imán de la voz de James, Lily abandonó su postura en cuclillas y tiró con cautela de la manilla de la puerta. No estaba cerrada. La abrió apenas lo suficiente para que pudiera pasar un gato, y deslizó su cuerpo delgado y ligero al interior, y después, con idéntico silencio, dejó que se cerrase la puerta. Se puso a gatas y avanzó sobre las tablas del porche en dirección a la ventana abierta de uno de los dormitorios, del cual parecían provenir las voces.

Oyó otro suspiro.

—James —dijo la otra voz, una voz de chica, tensa y temblorosa.

—Chist —murmuró James, un sonido grave que apenas le llegó a Lily. Dijo algo más, pero fue algo que Lily no logró entender. Luego dijo — Mon chére – y en ese momento todo encajó de pronto. James estaba hablando en francés, y tan pronto cayó en la cuenta aquel las palabras cobraron sentido en su mente, como si hubiera hecho falta aquella pequeña comprensión para que los sonidos encontrasen el ritmo necesario en su cerebro. Aunque los Evans no eran inmigrantes franceses ni criollos, Lily entendía la mayor parte de lo que James estaba diciendo. La mayoría de los parroquianos hablaban y entendían francés, en diversos grados.

Sonaba como si estuviera tratando de tranquilizar a un perro asustado, pensó Lily. Su voz era cálida y arrulladora, salpicada de Frases halagadoras y cariñosas. Cuando la muchacha habló de nuevo, su voz todavía sonó tensa, pero esa vez tenía un matiz de embriaguez.

Llevada por la curiosidad, Lily se echó hacia un lado y movió con cuidado la cabeza para asomar un ojo por el marco de la ventana abierta, lo que vio la dejó congelada en el sitio.

James y la chica estaban desnudos en la cama, la cual estaba colocada con el cabecero debajo de la ventana de la pared adyacente. Ninguno de los dos tenía probabilidades de verla, lo cual era un golpe de suerte, pues Lily no podría haberse movido incluso aunque ambos se la hubieran quedado mirando directamente.

James estaba tendido de espaldas a ella, con el brazo izquierdo colocado debajo de la cabellera rubia de la muchacha. Se inclinaba sobre ella de un modo que hizo que Lily contuviera la respiración, porque había en aquella postura algo a la vez protector y depredador. La estaba besando, unos besos lentos que dejaban la habitación en silencio excepto por los profundos suspiros de ambos, y tenía el brazo derecho... Parecía como si... estuviera... Cambió de postura, y Lily vio con claridad que tenía la mano derecha entre los muslos desnudos de la chica, justo encima de…

Lily se sintió mareada, y cayó en la cuenta de que le dolía el pecho de aguantar la respiración.

Exhaló el aire con cuidado y apoyó la mejilla contra la madera blanca. Sabía lo que estaban haciendo. Tenía once años y ya no era una niña aunque todavía no le hubieran empezado a crecer los pechos. Varios años antes había oído a Elladora y a papá haciendo lo mismo en su dormitorio, y su hermano mayor, Ralph, le había explicado gráficamente y sin ningún pudor cómo era la cosa. Ella había visto a perros hacerlo, y también había oído chillar a los gatos mientras lo hacían.

La chica lanzó un grito, y Lily volvió a mirar. Esta vez James estaba encima de ella, todavía murmurando suavemente en francés, halagándola, calmándola. Le decía lo bonita que era y lo mucho que la deseaba, tan atrayente y deliciosa. Y mientras hablaba iba ajustado su posición, abriéndose paso entre los cuerpos de los dos con la mano derecha y apoyado sobre el codo izquierdo. Debido al ángulo, Lily no veía lo que estaba haciendo, pero de todas maneras ya lo sabía. Le causó una fuerte impresión reconocer a la chica: Violetta Partain. Su padre era un abogado de Briwstol.

— ¡James! —exclamó Violetta con voz tensa—. ¡Dios mío! No puedo...

Las musculosas nalgas de James se contrajeron, y la muchacha se arqueó bajo él, gritando otra vez. Pero estaba aferrada a James, y el grito fue de intenso placer. Movió sus largas piernas, enroscando una alrededor de la cadera de James y anclando la otra al muslo.

James comenzó a moverse despacio. Su cuerpo joven y musculoso se estremecía de fuerza. La escena era cruda y perturbadora, pero también había en ella una belleza que tenía cautivada a Lily.

James era tan grande y fuerte, con su bronceado cuerpo, elegante e intensamente masculino, mientras que Violetta era esbelta y bien proporcionada, delicadamente femenina en su manera de suspirar.

James parecía tener exquisito cuidado con ella, y ella disfrutaba mucho, aferrada a la espalda de él con sus esbeltas manos, la cabeza arqueada hacia atrás y moviendo las caderas a la par del lento ritmo del muchacho.

Lily los contempló a ambos con ojos ardientes. No estaba celosa. James estaba tan por encima de ella, y ella era tan joven, que nunca había pensado en él en sentido romántico y posesivo. James era el brillante centro de su universo, un ser al que había que rendir culto desde lejos, y ella se sentía tontamente feliz con sólo verlo de forma ocasional. Hoy, cuando él de hecho llegó a hablarle, y tocó su camiseta, se sintió en el paraíso. No podía imaginarse a sí misma en el lugar de Violetta, desnuda entre sus brazos, ni siquiera imaginarse cómo sería aquello.

Los movimientos de James iban haciéndose más rápidos, la muchacha gritó de nuevo agarrada a él, con los dientes apretados como si sufriera dolor, pero Lily sabía de manera instintiva que no era así. James estaba ya arremetiendo contra ella, también con la cabeza inclinada hacia atrás, el cabello aun más desordenado y negro empapado en las sienes y rozando sus hombros sudorosos. Se estremeció y tensó, y de su garganta surgió un sonido áspero y profundo.

A Lily le latía el corazón con fuerza, y se apartó de la ventana con los ojos muy abiertos para deslizarse por la puerta acristalada y salir del porche tan silenciosamente como había entrado. De modo que así era. Había visto a James haciéndolo, precisamente. Sin la ropa, era todavía más guapo de lo que había imaginado. No había hecho nos asquerosos ruidos parecidos al resoplar de un cerdo que hacía papá, cuando estaba lo bastante sobrio para convencer a Elladora de que entrase en el dormitorio, lo cual no sucedía muy a menudo en los dos últimos años.

Si el padre de James, Charlus, era tan guapo haciéndolo como lo era James, pensó Lily con vehemencia, no podía censurar a Elladora por haberlo preferido a papá.

Alcanzó la seguridad del bosque y se deslizó en silencio entre los árboles. Era tarde, y probablemente papá le echaría una reprimenda al llegar a casa por no estar allí para hacerle la cena y ocuparse de Mark, tal como se suponía que debía hacer, pero valdría la pena. Había visto a James.

Exhausto y feliz, tembloroso y jadeante tras el orgasmo, James levantó la cabeza de la curva que formaban el cuello y el hombro de Violetta. Ella también jadeaba, con los ojos cerrados. Había pasado la mayor parte de la tarde seduciéndola, pero el esfuerzo había merecido la pena. Aquella larga y lenta preparación había hecho que el sexo fuera mejor de lo que había esperado.

Un relámpago de color, un movimiento minúsculo en su visión periférica, atrajo su atención, y volvió la cabeza hacia la ventana abierta y la arboleda que se extendía más allá del porche. Alcanzó a ver sólo por un instante una figura pequeña y frágil coronada de pelo rojo oscuro pero eso le bastó para identificar a la más joven de los Evans.

¿Qué haría la niña merodeando por el bosque tan lejos de su cabaña? James no dijo nada a Violetta, pues a ésta le entraría el pánico si creyera que alguien podía haberla visto colarse en la casa con él, aunque ese alguien fuese sólo un miembro de aquella gentuza de los Evans. Ella estaba prometida a Lavarence de Montmorency, y no le haría ninguna gracia que nada le jodiera eso, ni siquiera su propia jodienda. Los De Montmorency no eran tan ricos como los Potter, nadie lo era en aquella parte de Bristol, pero Violetta sabía que podía manejar a Lavarence de una forma en que jamás podría manejar a James. James era el pez más gordo, pero no sería un marido cómodo, y Violetta era lo bastante astuta para saber que de todos modos no tenía ninguna posibilidad con él.

— ¿Qué pasa? —murmuró, acariciándole el hombro.

—Nada. —James volvió la cabeza y la besó, intensamente, y después desentrelazó los cuerpos de ambos y se sentó en el borde de la cama Es que acabo de darme cuenta de lo tarde que es.

Violetta echó un vistazo a la ventana y observó que se iban alargando las sombras, y se incorporó con un gritito.

— ¡Por Merlín, esta noche tengo que cenar con los De Montmorency! ¡No voy a poder estar lista a la hora!

—Saltó de la cama y empezó a recoger las prendas de ropa dispersas por la habitación.

James se vistió más pausadamente, pero su cabeza seguía dando vueltas a la niña de los Evans.

¿Los habría visto? Y si era así, ¿diría algo? Era una niña extraña, más tímida que su hermana mayor, que ya daba signos de ser una ramera tan grande como su madre. Pero la pequeña tenía unos ojos maduros en aquella carita de niña, unos ojos que le recordaban a los de un gato, de color verde esmeralda con manchas doradas, de forma que unas veces eran verdes y otras parecían amarillos.

Tenía la sensación de que ella no se había perdido mucho; debía de saber que su madre era la amante del padre de él, que los Evans vivían en aquella cabaña sin pagar alquiler para que Elladora estuviera a mano cada vez que Charlus Potter la deseara. La niña no se arriesgaría a ponerse en contra de ningún Potter.

Pobre niña, tan delgada y pequeña y con aquellos ojos de vidente. Había nacido en la basura, y nunca tendría la oportunidad de salir de ella, suponiendo que quisiera hacerlo. Thomas Evans era un borracho mezquino, y los dos chicos mayores, Ralph y Michael, eran unos matones vagos y ladrones, tan mezquinos como su padre y con visos de convertirse también en borrachos. A la madre, Elladora, también le gustaba la botella, pero no había permitido que la dominase como le había pasado a Thomas. Ella era lozana y hermosa, a pesar de haber parido cinco hijos, y poseía aquel cabello rojo oscuro que sólo había heredado su hija pequeña, además de los ojos verdes y el delicado cutis de nata. Elladora no era mezquina, como Thomas, pero tampoco hacía mucho de madre con sus hijos. Lo único que le importaba era que la follaran. Incluso se hacían bromas sobre ella en la parroquia.

Elladora permanecía abajo, siempre que hubiera un hombre dispuesto a subirse encima de ella.

Exudaba sexo, sexo lascivo, y atraía a los hombres hacia ella igual que una hembra en celo a un perro.

Petunia, su hija mayor, era un auténtico zorrón en ciernes, y ya andaba a la caza de cualquier polla dura que pudiera encontrar. Tenía la misma fijación mental que Elladora en lo que se refería al sexo, y James dudaba mucho de que todavía fuera virgen aunque sólo estuviera en los primeros años de la secundaria. No dejaba de ofrecérsele a él, pero James no se sentía tentado lo más mínimo.

Antes se follaría a una serpiente que a Petunia Evans.

El chico más joven de los Evans, Mark, era retrasado. James lo había visto sólo una o dos veces, y siempre agarrado a las piernas de la hermana pequeña... ¿Cómo se llamaba esa niña, maldita sea?

Un minuto antes había pensado algo que le recordaba a ella... ¿Luise? ¿Lindsay la de los ojos felinos? No, era otra cosa, pero que se le parecía... Lilianne. Eso era. Un nombre curioso para una Evans. Demasiado elegante para esa gentuza.

Con una familia así, la niña estaba perdida. Un par de años más y seguiría los pasos de su madre y de su hermana, porque no conocería otra cosa. Y aunque conociera otra cosa, de todas formas todos los chicos la rondarían como lobos sólo por ser una Evans, y no aguantaría mucho tiempo.

La comunidad mágica entera del Valle de Godric estaba al corriente de que el padre de James se acostaba con Elladora, y de que llevaba años haciéndolo. Por mucho que James quisiera a su madre, suponía que no podía censurar a Charlus por buscar en otra parte; Dorea era la persona menos física que había visto. A sus treinta y nueve años seguía siendo tan fría y encantadora como una Virgen María, indefectiblemente pulcra y compuesta, y distante. No le gustaba que la tocaran, ni siquiera sus hijos. Lo increíble era que hubiera tenido hijos. Por supuesto, Charlus no le era fiel, jamás lo había sido, para gran alivio de ella.

Charlus Potter era lujurioso y de sangre caliente, y se había abierto camino hasta muchas camas ajenas antes de sentar la cabeza, más o menos, con Elladora Evans. Pero siempre era amablemente cortés y protector con Dorea, y James sabía que no la dejaría nunca, sobre todo por una puta barata como Elladora.

La única persona que estaba molesta con aquella situación, por lo visto, era su hermana Belvina. Afectada por el distanciamiento emocional de Dorea idolatraba a su padre y sentía unos celos feroces de Ella (Ela, Elladora), tanto en nombre de su madre como porque Charlus pasaba mucho tiempo con ella. En la casa había mucha más calma ahora que Belvina se había ido a un internado y había empezado a relacionarse con sus amigas de allá.

—James, date prisa —rogó Violetta frenética.

Él metió los brazos por las mangas de la camisa, pero no se molestó en abotonársela y la dejó abierta.

—Ya estoy listo. —La besó y le acarició el trasero—. No permitas que se te alboroten las plumas, chérie. Lo único que tienes que hacer es cambiarte de ropa. El resto de ti está maravilloso, como eres tú.

La muchacha sonrió contenta por el cumplido y se calmó un poco.

— ¿Cuándo podemos repetir esto? —preguntó al tiempo que salían de la casa.

James rió en voz alta. Le había costado la mayor parte del verano meterse en las bragas de la chica, pero ahora ella no quería perder más tiempo. Perversamente, ahora que ya era suya, una buena parte de su implacable determinación se había evaporado.

—No lo sé —respondió en tono perezoso—. Pronto tengo que regresar a la facultad para practicar Quidditch.

Para mérito suyo, Violetta no hizo pucheros. En lugar de eso, sacudió la cabeza para que el viento le levantara el pelo mientras el Corvette se elevaba por el sendero privado y le sonrió.

—Cuando quieras. —Era un año mayor que él, y poseía su dosis de seguridad en sí misma.

Violetta rió mientras James conducía con facilidad el potente automóvil volador.

—Te dejaré en casa dentro de cinco minutos —Prometió. Él tampoco quería que nada interfiriese en el compromiso de Violetta y Lavarence.

Pensó en la pequeña y escuálida Lilianne Evans, y se preguntó si habría conseguido llegar bien a su casa. No debería andar por ahí sola en el bosque de aquella manera. Podría hacerse daño, o perderse. Peor aun aunque se trataba de una finca privada, el lago atraía a los chicos del instituto como un imán, y James no se hacía ilusiones acerca de los Adolescentes cuando formaban pandilla.

Si perseguían a Lily, tal vez no se detuvieran a pensar lo joven que era, sólo pensarían que era una Evans y Caperucita Roja no tendría ninguna posibilidad frente a los lobos, Alguien tenía que vigilar más de cerca a aquella niña.

2

Tres años después…

—Lily—dijo Elladora impaciente—, haz callar de una vez a Mark. Me está poniendo enferma con tanto gimoteo.

Lily dejó a un lado las patatas que estaba pelando, se limpió las manos y fue hasta la puerta de rejilla, donde estaba Mark manoteando la rejilla y haciendo unos ruiditos que significaban que quería salir. Nunca lo dejaban salir solo porque no entendía lo que significaba «no salir del patio», y empezaba a caminar sin rumbo y acababa perdiéndose. La rejilla tenía un pestillo en lo alto, que él no podía alcanzar y que siempre estaba cerrado para evitar que saliera por sí mismo. Lily estaba ocupada con la cena, aunque era probable que sólo estuvieran ella y Mark para comérsela, y en aquel preciso momento no podía salir con él.

Le apartó las manos de la rejilla y dijo:

— ¿Quieres jugar con la pelota, Mark? ¿Dónde está la pelota?

Mark, fácilmente distraído, echó a trotar en busca de su pelota roja toda mordisqueada, pero Lily sabía que eso no lo tendría ocupado mucho tiempo. Suspiró y volvió a las patatas.

Elladora salió lentamente de su dormitorio. Esa noche iba vestida para matar, advirtió Lily, con un ceñido vestido corto de color rojo que dejaba al descubierto sus piernas largas y bien torneadas y que curiosamente no hacía mal contraste con su cabello. Elladora tenía unas piernas estupendas; lo tenía todo estupendo, y lo sabía. Su abundante cabellera pelirroja formaba una nube y su penetrante perfume la seguía con un aura de un rojo intenso.

— ¿Qué tal estoy? —preguntó, girando sobre sus tacones altos mientras se ponía unos pendientes de cristal barato en las orejas.

—Preciosa —respondió Lily, sabedora de que eso era lo que esperaba oír Elladora, y no era nada menos que la verdad. Elladora era tan amoral como un gato, pero también era una mujer de sorprendente belleza, con un rostro perfecto y ligeramente exótico.

—Bien, pues me voy. —Se inclinó para depositar un ligero beso en la cabeza de Lily.

—Que te diviertas, mamá —Así lo haré. —Dejó escapar una risita—. Desde luego que sí. —Soltó el pestillo de la puerta de rejilla y salió de la cabaña exhibiendo sus largas piernas.

Lily se levantó para cerrar de nuevo el pestillo y se quedó mirando cómo Elladora entraba en su reluciente cochecito deportivo y se marchaba. A su madre le encantaba aquel coche. Un día llegó conduciéndolo sin decir una sola palabra para explicar de dónde lo había sacado, aunque no había mucho que dudar al respecto. Se lo había regalado Charlus Potter.

Al verla en la puerta, Mark regresó y empezó a hacer de nuevo los ruiditos que indicaban que quería salir.

—No puedo sacarte —explicó Lily con paciencia infinita aunque el niño no entendiese gran cosa—.

Tengo que hacer la cena. ¿Qué prefieres, patatas fritas o en puré? —Era una pregunta retórica, puesto que el puré de patatas le resultaba mucho más fácil de comer. Lily le acarició el pelo oscuro y volvió una vez más a la mesa y al cuenco de patatas.

Últimamente, Mark no demostraba la misma energía de siempre, y cada vez con más frecuencia sus labios adquirían un tinte azulado cuando jugaba. Le estaba fallando el corazón, tal como habían dicho los médicos que iba a pasar. No iba a haber un trasplante milagroso para Mark, aunque los Evans hubieran tenido recursos para permitírselo. Los pocos corazones de niño que había disponibles eran demasiado valiosos para desperdiciarlos en un niño pequeño que jamás sabría vestirse solo, ni leer, ni manejar más que unas cuantas palabras farfulladas por mucho tiempo que viviera. «Gravemente retrasado» era la categoría que le habían asignado. Aunque a Lily se le formaba un nudo en el pecho cuando pensaba en que Mark fuera a morirse, no sentía amargura por saber que no se iba a hacer nada por la frágil salud del niño. Un corazón nuevo no lo ayudaría, desde luego no de forma que importase. Los médicos no esperaban que hubiera vivido tanto, y ella cuidaría de él durante el tiempo que le quedara.

Durante una temporada se preguntó si no sería hijo de Charlus Potter, y se sintió furiosa por él, por que no lo hubieran llevado a vivir en aquella gran casa blanca, donde tendría los mejores cuidados y sería feliz durante los pocos años que le quedasen. Como era retrasado, pensó, Charlus estaba contento de mantenerlo fuera de la vista.

Lo cierto era que Mark podría ser perfectamente hijo deThomas, y era imposible saberlo. No se parecía a ninguno de los dos hombres, simplemente se parecía a sí mismo. Ya tenía seis años, y era un niño apacible que se contentaba con las cosas más pequeñas y cuya seguridad radicaba en su hermana de catorce años. Lily cuidaba de él desde el día en que Elladora lo trajo del hospital a casa, y lo protegió de los accesos de ira de su padre cuando estaba borracho y de las despiadadas burlas de Ralph y Michael. Elladora y Petunia lo ignoraban la mayor parte del tiempo, lo cual a Mark le parecía bien.

Petunia había pedido a Lily que saliese con ella aquella noche en forma de dos parejas, y se encogió de hombros cuando ésta se negó a hacerlo porque alguien tenía que cuidar de Mark. De todos modos, Lily no habría salido con Petunia; su idea de pasarlo bien era muy distinta de la de su hermana. Petunia pensaba que divertirse consistía en robar algo de bebida ilegal, ya que sólo tenía dieciséis años, emborracharse y acostarse con el chico o grupo de chicos que estuviera por ahí esa noche. Todo su ser se estremeció de repulsión al pensar en ello. Había visto a Petunia entrar en casa apestando a cerveza y a sexo, con la ropa destrozada y llena de manchas, riendo tontamente por lo mucho que se había "divertido". Al parecer, nunca la molestaba que esos mismos chicos no le dirigieran la palabra si se la encontraban en público. Aquello sí molestaba a Lily. Le ardía la sangre de humillación al ver el desprecio en los ojos de la gente cada vez que la miraban a ella, a cualquiera de su familia. Esa gentuza de los Evans, así los llamaban. Borrachos y fulanas, todos ellos.

¡Pero yo no soy así!

Aquel silencioso grito surgía en el interior de Lily algunas veces, pero siempre lo contenía. ¿Por qué la gente no veía nada más detrás de aquel apellido? Ella no se pintaba ni se ponía ropa demasiado corta o ajustada como hacían Elladora y Petunia; ella no bebía, ni andaba por tugurios tratando de ligar con cualquier cosa que llevara pantalones. Vestía ropa barata y mal confeccionada, pero siempre iba limpia. Jamás se perdía un día de clase, si podía evitarlo, y sacaba buenas notas. Ansiaba respetabilidad, quería poder entrar en una tienda sin que las dependientas la observasen como halcones sólo porque formaba parte de aquella gentuza de los Evans y todo el mundo sabía que eran capaces de dejar a cualquiera en pelotas. No quería que la gente hiciera comentarios a sus espaldas cada vez que la veían.

A ello no ayudaba el hecho de que físicamente se pareciera más a Elladora que Petunia. Lily, poseía la misma cabellera abundante y pelirroja, vibrante como una llama, la misma piel de porcelana, los mismos pómulos y los mismos ojos, verdes y exóticos. Su rostro no lucía tanta perfección de proporciones como el de Elladora, sino que era más delgado, de mandíbula más cuadrada, y con una boca igual de generosa pero no tan llena. Elladora era voluptuosa; Lily era más alta y más esbelta, su cuerpo tenía una constitución más delicada. Por fin le habían crecido los pechos, firmes e insinuantes, pero Petunia a la misma edad llevaba ya un sujetador dos tallas mayor que el suyo.

Como se parecía a Elladora, por lo visto la gente esperaba que actuase como ella también, y sin embargo nunca miraban más allá. La juzgaban por el mismo rasero que al resto de la familia.

—Pero algún día me marcharé, Mark—dijo suavemente—. Ya lo verás.

Él no reaccionó a aquellas palabras, sino que se limitó a acariciar la rejilla.

Como siempre, cada vez que necesitaba animarse un poco, pensaba en James. Sus dolorosos sentimientos hacia él no habían disminuido en los tres años que habían transcurrido desde la vez en que lo vio haciendo el amor con Violetta Partain, sino que se habían intensificado conforme fue madurando. La asombrosa alegría con que lo contemplaba cuando tenía once años había crecido y cambiado, igual que le había ocurrido a ella misma. Ahora, cuando pensaba en él, se mezclaban las sensaciones físicas con las románticas en vivo contraste, y, dado el modo en que se había criado, los detalles eran mucho más nítidos y más explícitos de lo que cabría esperar en el caso de otras niñas de catorce años.

Sus sueños no tomaban el color sólo de lo que la rodeaba; el día en que vio a James con Violetta Partain, actualmente De Montmorency había proporcionado una gran cantidad de conocimientos sobre el cuerpo del muchacho. En realidad no le había visto los genitales, porque al principio estaba vuelto de espaldas a ella y cuando se situó encima las piernas de los dos amantes le habían estorbado la visión. Pero eso no importaba mucho, porque sabía cómo eran. No sólo llevaba toda la vida cuidando a Mark, sino que su padre, y también Ralph y Michael, cuando estaban borrachos, tenían tanto recato como un animal.

Pero Lily conocía detalles suficientes del cuerpo de James para excitar sus sueños. Sabía cuán musculosas eran aquellas largas piernas, y como era todo el resto, excepto eso…

Sabía que sus hombros eran anchos y poderosos, que su espalda era larga y con el hueco de la columna vertebral profundamente marcado entre las gruesas capas de músculos. En su ancho pecho no tenía ni una ligera capa de vello.

Sabía que hacía el amor en francés, con voz profunda, en tono suave y arrullador.

Había seguido su carrera en su equipo de quidditch con secreto orgullo. Acababa de graduarse con excelentes calificaciones en la escuela de magia y en la facultad de estudios económicos de los muggles, con el ojo puesto en hacerse cargo algún día de las propiedades de los Potter. Aunque era muy bueno en el quidditch, no había querido hacer carrera como profesional, y en vez de eso había regresado a su casa para empezar a ayudar a Charlus.

Ahora podría verlo ocasionalmente durante todo el año, en lugar de sólo durante el verano y las vacaciones.

Por desgracia, Belvina también había vuelto a casa definitivamente y estaba tan rencorosa como siempre. El resto del mundo era simplemente despectivo, pero Belvina odiaba activamente a toda persona que llevase el apellido Evans. Sin embargo, Lily no podía censurarla, y a veces incluso la comprendía. Nadie había dicho nunca que Charlus Potter no fuera buen padre; amaba a sus dos hijos y ellos lo amaban a él. ¿Cómo se sentiría Belvina al oír a la gente hablar del lío que tenía Charlus con Elladora desde hacía tanto tiempo, sabiendo que él era abiertamente infiel a su madre?

Cuando era más pequeña, Lily había fantaseado con la idea de que Charlus también fuera padre suyo; Thomas no tenía ningún papel en aquella fantasía. Charlus era alto, moreno y excitante, su rostro delgado se parecía tanto al de James que, fuera como fuese, no podía odiarlo. Siempre había sido amable con ella, con todos los hijos de Elladora, pero a veces hacía un esfuerzo especial por hablar con Lily y en una o dos ocasiones le había comprado algún pequeño detalle. Probablemente era porque se parecía a Elladora, pensó Lily. Si Charlus fuera su padre, James sería su hermano y ella podría idolatrarlo de cerca, vivir en la misma casa con él. Aquellas fantasías siempre la hacían sentirse culpable por Thomas, y entonces procuraba estar de lo más amable con él para compensarlo. Sin embargo, últimamente se alegraba muchísimo de que Charlus no fuese su padre, porque ya no quería ser hermana de James.

La más íntima de sus fantasías era tan sorprendente que a veces la dejaba atónita el hecho de que se atreviese siquiera a soñar apuntando tan alto. ¿Un Potter enredado seriamente con una Evans? ¿Una Evans poniendo el pie en aquella mansión centenaria? Todos los antepasados de los Potter se levantarían de sus tumbas para expulsar a la intrusa. Los parroquianos quedarían horrorizados.

Pero continuaba soñando. Soñaba con vestirse de blanco, con recorrer el ancho pasillo de la iglesia mientras James la esperaba en el altar y se volvía para mirarla con aquellos ojos oscuros de pesados párpados y expresión intensa y deseosa, sólo para ella. Soñaba con que la tomaba en brazos y cruzaba con ella el umbral de la casa, no la casa de los Potter, no podía imaginar tal cosa, sino otra que fuera sólo de ellos dos, tal vez una cabaña donde pasar la luna de miel, y la llevaba hasta una gran cama que los estaba aguardando. Se imaginaba tendida debajo de él, rodeándolo con sus piernas igual que había visto hacer a Violetta, lo imaginaba moviéndose, oía su voz seductora susurrarle al oído palabras de amor en francés. Sabía lo que hacían hombres y mujeres cuando estaban juntos, sabía dónde pondría él su cosa, aunque no pudiera imaginarse qué sensación le produciría.

Petunia decía que era una sensación maravillosa, lo mejor del mundo...

Mark lanzó un penetrante aullido que sacó a Lily de su ensoñación. Soltó la patata que estaba troceando y se puso de pie de repente, porque Mark no lloraba a menos que se hubiera hecho daño. Estaba de pie, inmóvil, junto a la rejilla, sosteniéndose el dedo. Lily lo cogió en brazos y lo llevó hasta la mesa para sentarse con él en las rodillas y examinarle la mano. Tenía un rasguño pequeño pero profundo en la punta del dedo índice; probablemente había pasado la mano por un agujero de la rejilla y se había clavado el alambre roto. De la minúscula herida había brotado una única gota de sangre.

—Vamos, vamos, no pasa nada —lo consoló abrazándolo y secándole las lágrimas—. Te pondré una tirita y se curará. A ti te gustan las tiritas.

Le lavó el dedo y sacó la caja de la balda superior, donde la guardaba para mantenerla fuera de su alcance. La carita redonda del niño resplandecía de placer mientras le ofrecía el dedo. Con gran teatralidad, Lily aplicó la tirita a la herida. Mark se inclinó hacia adelante y miró el interior de la caja abierta, y a continuación soltó un gruñido y tendió la otra mano.

— ¿También te has hecho daño en ésta? ¡Pobre manita! —Le besó la mano pequeña y regordeta y le puso una tirita en el dorso.

El niño se inclinó y observó de nuevo el interior de la caja, y mostró una ancha sonrisa al tiempo que levantaba la pierna derecha.

— ¡Merlín! ¡Te has hecho daño por todas partes! —exclamó Lily, y le puso otra tirita en la rodilla.

Mark examinó la caja otra vez, pero ya estaba vacía. Satisfecho, regresó trotando a la puerta y Lily volvió a ocuparse de la cena.

Con los largos días de verano, a las ocho y media era sólo el atardecer, pero para las ocho de aquella tarde Mark estaba ya cansado y dando cabezadas. Lily lo bañó y lo acostó, y le acarició un momento el cabello con el corazón encogido por la pena. Era un niño tan dulce, ajeno a los problemas de salud que le impedirían llegar a hacerse adulto.

A las nueve y media oyó que llegaba Thomas en su vieja camioneta, que traqueteaba y escupía por el tubo de escape. Acudió a soltar el pestillo de la rejilla para dejarlo entrar. El olor a whisky penetró con él, un tufo purulento de color amarillo verdoso.

Tropezó al llegar al Umbral y se enderezó con esfuerzo.

— ¿Dónde está tu madre? —graznó en aquel tono mezquino y desagradable que empleaba siempre que bebía, lo cual sucedía la mayor parte del tiempo.

—Salió hace un par de horas.

Avanzó dando tumbos hacia la mesa. Lo desigual del suelo hacía que sus pasos fueran mucho más arriesgados.

—Maldita zorra —musitó—. Nunca está aquí. Anda siempre meneando el trasero delante de ese novio rico que tiene. Nunca está aquí para hacerme la cena. Así, ¿cómo va a comer un hombre? —rugió de pronto, golpeando la mesa con el puño.

—La cena ya está hecha, papá —dijo Lily en voz baja, con la esperanza de que el rugido no despertase a Mark—. Voy a servirte un plato.

—No quiero comer nada —replicó él, tal como Lily esperaba. Cuando bebía, nunca quería comer, sólo beber más.

— ¿Hay algo de beber en esta maldita casa? —Se incorporó tambaleándose y empezó a abrir las puertas de los armarios y a cerrarlas violentamente cuando no encontraba lo que estaba buscando.

Lily se movió deprisa.

—Hay una botella en el dormitorio de los chicos. Voy por ella.

No quería que Thomas entrase allí a trompicones, maldiciendo y probablemente vomitando, y despertase a Mark. Entró como un rayo en la pequeña habitación a oscuras y buscó a ciegas debajo del colchón de Michael hasta que su mano topó con un vidrio frío. Sacó la botella y regresó corriendo a la cocina. Sólo estaba llena hasta menos de la mitad, pero cualquier cosa serviría para aplacar a su padre. Quitó el tapón de rosca y tendió la botella a Thomas.

—Aquí tienes, papá.

—Buena chica —repuso él, mientras se llevaba la botella a la boca con expresión satisfecha—.Eres una buena chica, Lily, no una puta como tu madre y tú hermana.

—No hables así de ellas —protestó Lily, incapaz de escuchar. Una cosa era saberlo, y otra muy distinta hablar de ello. Como si él pudiera arrojar la primera piedra.

— ¡Hablo como me da la maldita gana! —Estalló Thomas—. No me repliques, niña, o te doy una paliza.

—No te estaba replicando, papá. —Mantuvo el tono calmado, pero por prudencia se situó fuera de su alcance. Si no podía alcanzarla, no podría golpearla. Era propenso a arrojar alguna cosa pero ella era rápida y sus proyectiles rara vez le acertaban.

—Menudos hijos me ha dado ésa —dijo con desprecio—.Ralph y Michael son los únicos a los que puedo soportar. Petunia es una puta como su madre, tú eres una listilla remilgada, y el último es un maldito idiota.

Lily mantuvo la cabeza girada para que su padre no pudiera ver las lágrimas que le arrasaban los ojos. Se sentó en el raído y hundido sofá y empezó a doblar la ropa que había lavado aquel día.

De nada ser—vía hacer ver a Thomas que la había herido. Si alguna vez olía la sangre, pasaba a matar, y cuanto más borracho estaba, más cruel se volvía. Lo mejor era no hacerle caso. Al igual que todos los borrachos, se distraía fácilmente, y Lily se imaginó que de todos modos pronto se quedaría dormido.

No sabía por qué le hacía daño aquello. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentir nada por Thomas, ni siquiera miedo. Ciertamente, allí no había nada que amar, el hombre que había sido hacía mucho que había quedado destruido por incontables botellas de whisky. Si alguna vez había mostrado alguna esperanza, ésta ya había desaparecido para cuando nació Lily, pero por alguna razón ella pensaba que siempre había sido muy parecido como era ahora. Simplemente, era de esa clase de personas que siempre culpaban a los demás de sus problemas en lugar de hacer algo por corregirlos.

En ocasiones, cuando estaba sobrio, Lily creía comprender por qué Elladora se había sentido atraída por él en otro tiempo. Thomas tenía una estatura un poco superior a la media y un cuerpo fibroso que nunca había criado grasa. Conservaba el cabello oscuro, si bien ya clareando un poco en la coronilla, e incluso se podría decir que era un hombre apuesto... Cuando no estaba bebido.

Borracho, como estaba ahora, sin afeitar y con el pelo revuelto y colgando en mechones sucios, los ojos enrojecidos y enturbiados por el alcohol y el rostro congestionado, no había en él nada de atractivo. Llevaba la ropa sucia y llena de lamparones, y olía que daba asco. A juzgar por la acidez de su aliento, había vomitado por lo menos una vez, y las manchas que llevaba en la parte delantera de los pantalones indicaban que no había tenido el debido cuidado al orinar.

Thomas regresó al interior de la casa tambaleándose, después de cumplir sin recato el llamado de la naturaleza en la entrada de la casa. No se había subido la cremallera de los pantalones, pero al menos no había dejado a la vista su sexo.

—Me voy a la cama —dijo, dirigiéndose a la habitación de atrás. Lily observó cómo daba un traspié y se enderezaba de nuevo sujetándose con la mano al marco de la puerta. No se desvistió, sino que se desplomó sobre la cama tal como estaba. Cuando Elladora llegase a casa y se encontrase con Thomas atravesado en la cama con aquella ropa sucia, armaría una bronca y despertaría a todo el mundo.

En cuestión de minutos, los profundos ronquidos de Thomas levantaban eco por toda la atestada chabola.

Lily se levantó inmediatamente y fue al colgadizo que habían construido en la parte trasera, el cual compartía con Petunia. Sólo Thomas y Elladora tenían una cama como Dios manda; el resto dormía en jergones. Encendió la luz, una bombilla desnuda que despidió una luz hiriente, y se puso rápidamente el camisón. A continuación, sacó su libro de debajo del colchón. Ahora que Mark estaba acostado y Thomas durmiendo la borrachera, a lo mejor disponía de un par de horas de tranquilidad antes de que llegase nadie más. Thomas era siempre el primero en llegar a casa, pero también era el primero que se levantaba.

Había aprendido a no vacilar cuando se le presentaba una oportunidad para disfrutar, sino a aprovecharla. En su vida había demasiado pocas para dejarlas pasar sin saborearlas. Adoraba los libros y leía cualquier cosa que cayese en sus manos. Había algo mágico en la manera en que podían hilvanarse las palabras para crear todo un mundo nuevo. Mientras leía podía abandonar aquella atestada cabaña y viajar a mundos llenos de emoción, belleza y amor. Cuando leía, en su mente era otra persona, alguien que merecía la pena, en lugar de un miembro de aquella gentuza de los Evans.

No obstante, había aprendido a no leer delante de su padre ni de los chicos porque, como mínimo, se burlaban de ella. Cualquiera de ellos, con su estilo más ruin, lo más probable era que le arrancara el libro de las manos y lo tirara al fuego, o por la taza del water, y que se riera a carcajadas como si los frenéticos esfuerzos de Lily por salvarlo fueran lo más gracioso que hubiera visto jamás. Elladora gruñía por el hecho de que ella desperdiciara el tiempo leyendo en vez de hacer las labores de la casa, pero no le hacía nada al libro en sí. Petunia se reía de ella a veces, pero de forma despreocupada e impaciente. No entendía para nada por qué Lily prefería enterrar la nariz en un libro de "magia" en lugar de salir a divertirse un poco.

Aquellos preciosos momentos de soledad, en los que podía leer en paz y practicar algunos movimientos de varita, eran para Lily lo mejor del día, a no ser que tuviera la suerte de ver a James. A veces pensaba que si no pudiera leer y no existiera la magia, ni siquiera, se volvería loca y empezaría a chillar, y ya no podría parar. Pero no importaba lo que hiciera su padre, no importaba lo que oyese decir acerca de su familia, no importaba lo que hubieran estado haciendo Ralph y Michael o lo débil que pareciera Mark, mientras pudiese abrir un libro para perderse entre sus páginas y su gastada varita, ella podría ser feliz.

Aquella noche disponía de más de unos minutos para leer, para perderse en las páginas de Encantamientos. Se acomodó en su jergón y sacó la vela que guardaba debajo de la cama. La encendió, la situó convenientemente, en equilibrio sobre una caja de madera que había a la derecha del jergón, y se colocó de forma que la espalda le quedara apoyada contra la pared. La luz de la vela, aunque pequeña, bastaba para contrarrestar el fuerte brillo de la bombilla y le permitía leer sin forzar demasiado la vista. Uno de aquellos días, se prometió a si misma, se compraría una lámpara. Ya se la imaginaba, una auténtica lámpara para leer que proyectara una luz brillante y suave. Y también tendría una de esas almohadas en forma de cuña para recostarse.

Uno de aquellos días…

Era casi medianoche cuando se rindió y dejó de luchar contra los párpados que se le cerraban.

Odiaba dejar de leer, pues no quería perder nada de aquel tiempo que tenía para ella misma, pero tenía tanto sueño que ya no se enteraba de lo que estaba leyendo, y desperdiciar la lectura se le antojaba mucho peor que desperdiciar el tiempo. Así que, con un suspiro, se levantó, volvió a guardar el libro en su escondite y después apagó la luz. Se metió ente las gastadas sábanas haciendo chirriar el jergón bajo su peso y sopló la llama de la vela.

Perversamente, en aquella súbita oscuridad, el sueño no venía.

Dio vueltas en el delgado jergón y se dejó llevar por una semifantasía, dormida a medias, en la que volvió a vivir el tenso y misterioso romance que soñaba. Supo de manera instantánea el momento en que Ralph y Michael llegaron a casa, cerca de la una. Entraron tambaleándose, sin el menor esfuerzo por no hacer ruido, riendo a carcajadas por algo que habían hecho aquella noche sus amigotes de copas. Los dos eran todavía menores de edad, pero una cosita tan insignificante como una ley nunca se ponía por medio cuando un Evans quería hacer algo. Los chicos no podían ir a moteles de carretera, pero había otros muchos lugares en los que podían emborracharse, y se los conocían todos. A veces robaban la bebida, otras veces pagaban a alguien para que se la comprara, en cuyo caso robaban el dinero. Ninguno de los dos tenía trabajo, ni de media jornada ni de otra clase, porque nadie quería contratarlos. De todos era sabido que los chicos de los Evans eran capaces de desvalijar a cualquiera.

—El tonto de Avery—reía Michael—. ¡Buuum!

Aquello fue suficiente para que Ralph estallase en risotadas y alaridos. De los fragmentos incoherentes que Lily acertó a oír, evidentemente «el tonto de Avery», fuera quien fuera, se había asustado por algo que había provocado el ruido de una fuerte explosión. Por lo visto, a los chicos les resultaba muy gracioso, pero probablemente por la mañana ya no se acordarían de ello.

Despertaron a Mark, y Lily lo oyó gemir, pero no lloró, de modo que no se levantó de la cama. No le habría gustado entrar en el dormitorio de los chicos en camisón, de hecho, se habría muerto de miedo, pero lo habría hecho si hubieran asustado a Mark y lo hubieran hecho llorar.

Pero Michael dijo:

—Cállate y vuelve a dormirte —y Mark guardó silencio otra vez. Al cabo de unos minutos estaban todos dormidos y un coro de ronquidos subía y bajaba en la oscuridad.

Media hora después llegó Petunia. No hizo ruido, o por lo menos intentó no hacerlo, andando de puntillas con los zapatos en la mano. La acompañaba un tufo a cerveza y a sexo, todo mezclado en un remolino amarillo, rojo y pardo. No se molestó en desvestirse, sino que se dejó caer en su jergón y exhaló un profundo suspiro, casi como un ronroneo.

—¿Estás despierta, Lily? —preguntó al cabo de unos instantes con voz turbia.

—Sí.

—Ya me lo imaginaba. Deberías haber venido conmigo. Me he divertido horrores. —Aquella última frase tenía un deje de sensualidad—. No sabes lo que te estás perdiendo, hermanita.

—Entonces no me lo estoy perdiendo, ¿no? —susurró Lily, y Petunia soltó una risita.

- Mojigata – se burló.

Lily se adormeció ligeramente a la espera de oír el coche de Elladora para cerciorarse de que todos estaban a salvo en casa. Dos veces se despertó con un sobresalto, preguntándose si Elladora habría conseguido entrar sin despertarla, y se levantó para mirar por la ventana a ver si estaba allí su coche. Pero no estaba.

Aquella noche Elladora no volvió a casa.

3

—Papá no vino a casa anoche.

Belvina estaba de pie Junto a la ventana del comedor, con el rostro contraído por la vergüenza.

James continuaba desayunando; no había muchas cosas que pudieran quitarle el apetito. De modo que aquélla era la razón por la que Belvina se había levantado tan temprano, porque por regla general no se movía de la cama hasta las diez o más. ¿Qué habría hecho? ¿Esperar hasta que Charlus volviera a casa? Suspirando, se preguntó qué pensaría Belvina que podía hacer él acerca del modo en que pasaba el tiempo su padre. ¿Mandarlo a la cama sin cenar? No recordaba ninguna época en la que Charlus no hubiera tenido una querida, aunque Elladora Evans ciertamente tenía mucho más poder de permanencia que el resto.

A su madre, Dorea, no le importaba en absoluto dónde pasaba la noche Charlus, siempre que no fuera con ella, y simplemente fingía que las aventuras de su marido no existían. Como a Dorea no le importaba, a James tampoco. Habría sido distinto si Dorea se sintiera afligida, pero ése no era precisamente el caso. No era que no quisiera a Charlus; James suponía que sí lo amaba, a su manera.

Pero es que a Dorea claramente le desagradaba el sexo, le desagradaba que la tocasen, aunque fuera por casualidad. Para Charlus, tener una amante era la mejor solución de todas. No trataba mal a Dorea, y aunque jamás se molestaba en esconder sus aventuras, la postura de ella como esposa era segura.

Era un arreglo muy a la antigua que tenían sus padres, aunque a James no le gustaría nada tener algo así cuando por fin decidiera casarse, pero les convenía a ambos.

Sin embargo, Belvina nunca había podido verlo de aquella manera. Se sentía dolorosamente protectora con Dorea, pues estaba unida a ella de una forma en que James jamás podría estarlo, e imaginaba que Dorea se sentía humillada y herida por las aventuras de su marido. Al mismo tiempo, Belvina adoraba a su padre y nunca era tan feliz como cuando él le prestaba atención. En su mente se hacía una idea de cómo tenían que ser las familias, estrechamente unidas y amorosas, siempre apoyándose entre sí, los padres entregados el uno al otro, y llevaba toda la vida tratando de que su familia encajase con aquella idea.

—¿Lo sabe mamá? —preguntó James con calma, y se abstuvo de preguntarle a Belvina si de verdad creía que a Dorea iba a importarle algo si lo supiera. A veces sentía lástima de su hermana, pero también la quería y no trataba deliberadamente de hacerle daño.

Belvina sacudió la cabeza en un gesto negativo.

—Aún no se ha levantado.

—Entonces, ¿de qué sirve preocuparse? Para cuando se levante, cuando llegue papá ella creerá que regresa de algún sitio a donde habrá ido esta mañana.

— ¡Pero ha estado con ésa! —Belvina se volvió para mirar a James con los ojos inundados de lágrimas—. Con esa Evans.

—Tú no lo sabes. Puede que se haya pasado la noche jugando al póker. —A Charlus le gustaba jugar al póker, pero James dudaba que los naipes tuvieran algo que ver con su ausencia. Conocía a su padre, y lo conocía muy bien, y sabía que era mucho más probable que hubiera pasado la noche con Elladora Evans o con alguna otra mujer que le hubiera llamado la atención. Elladora era una necia si creía que Charlus le era más fiel a ella que a su esposa.

— ¿Tú crees? —preguntó Belvina, ansiosa de creer cualquier excusa que no fuera la más probable.

James se encogió de hombros.

—Es posible. —También era posible que un día un meteoro se estrellase contra la casa, pero no era muy probable. Se bebió lo que le quedaba del café y empujó hacia atrás su silla—. Cuando llegue, dile que he ido a Bristol a inspeccionar la propiedad de la que estuvimos hablando. Estaré de vuelta a las tres, como muy tarde. –Como su hermana seguía pareciendo tan desamparada, le pasó un brazo por los hombros y le dio un apretón. Por algún motivo Belvina había nacido sin la decisión ni la arrogante seguridad del resto de la familia. Hasta Dorea, por muy distante que se mostrara, siempre sabía exactamente lo que quería y cómo conseguirlo. Belvina siempre parecía desvalida frente a las fuertes personalidades de los demás miembros de su familia.

Enterró la cabeza en el hombro de James durante unos instantes, igual que hacía cuando era pequeña y acudía corriendo a su hermano mayor cada vez que pasaba algo malo y Charlus no estaba allí para arreglar las cosas. Aunque él le llevaba sólo dos años, siempre se había mostrado protector con ella, e incluso desde niño sabía que su hermana carecía de la fortaleza interior que poseía él.

- ¿Y qué hago si en realidad ha estado con esa fulana? —preguntó Belvina con la voz amortiguada contra el hombro de James.

Éste procuró reprimir su impaciencia, pero se le filtró algo en el tono de voz.

-No harás nada. No es asunto tuyo.

Ella se echó hacia atrás, herida, y se lo quedó mirando con un gesto de reproche.

- ¿Cómo puedes decir eso? ¡Estoy preocupada por él!

-Ya lo sé. -James consiguió dulcificar el tono-. Pero es una pérdida de tiempo, y él no va a darte las gracias.

— ¡Tú siempre te pones de su parte, porque eres igual que él! —Las lágrimas ya le resbalaban lentamente por las mejillas, y se volvió de espaldas—. Seguro que esa propiedad de Bristol resulta que tiene dos piernas y un par de pechos grandes. Pues nada, ¡que te diviertas!

—Así lo haré —repuso James con ironía. Era verdad que iba a ver una propiedad; lo que haría después era otra historia. Era un hombre joven, sano y fuerte, con un impulso sexual que no había dado señales de ir a menos desde su adolescencia. Era una quemazón constante en el vientre, un dolor hambriento en la ingle. Era lo bastante afortunado de poder tener mujeres para calmar aquel apetito, y lo bastante cínico para darse cuenta de que el dinero de su familia contribuía mucho a su éxito sexual.

No le importaba cuáles fueran los motivos de la mujer, si venía a él porque le gustaba y disfrutaba de su cuerpo o si tenía el ojo puesto en los galeones de oro de los Potter. Las razones no importaban, pues lo único que quería era tener a su lado un cuerpo suave y cálido que absorbiese su impetuoso deseo sexual y le diera satisfacción durante un tiempo. Nunca había amado a una mujer, pero estaba claro que amaba el sexo, amaba todo lo que tenía que ver con él: los olores, las sensaciones, los sonidos. En particular, lo maravillaba su momento favorito, el instante de la penetración, cuando notaba la ligera resistencia del cuerpo de la mujer a la presión que ejercía él, y luego la aceptación, la sensación de ser absorbido y rodeado por carne caliente, tensa, húmeda.

¡Dios, aquello —era maravilloso! Siempre ponía sumo cuidado en protegerse contra embarazos no deseados y usaba un condón aunque la mujer dijera que estaba tomando la píldora, porque sabía que las mujeres mentían en cosas como ésas y un hombre inteligente no debía correr riesgos.

No lo sabía con seguridad, pero sospechaba que Belvina aún era virgen. Aunque era mucho más emocional que Dorea, todavía había en ella algo de su madre, una especie de profundo distanciamiento que hasta el momento no había permitido que se le acercara demasiado ningún hombre. Era una extraña mezcla de las personalidades de sus padres, había recibido una parte del frío distanciamiento de Dorea pero nada de su seguridad en sí misma, y otra parte de la naturaleza emocional de Charlus sin su intensa sexualidad. Por otro lado, James poseía la sexualidad de su padre atemperada por el control de Dorea. A pesar de lo mucho que deseaba el sexo, no era esclavo de su polla como lo era Charlus. Él sabía cuándo y cómo decir no. Además, gracias a Dios, por lo visto él tenía más sensatez eligiendo mujeres que Charlus.

Tiró de un mechón del pelo oscuro de Belvina.

—Voy a llamar a Bartemius, a ver si sabe dónde está papá. — Bartemius Crouch, un abogado de asuntos mágicos y financieros del Valle de Godric, mejor amigo de Charlus.

Los labios de Belvina temblaron, pero sonrió a través de las lágrimas.

—Él irá a buscar a papá y le dirá que venga a casa.

James soltó un resoplido. Resultaba increíble que su hermana hubiera llegado a los veinte sin haber aprendido absolutamente nada de los hombres.

—Yo no estoy tan seguro de eso, pero puede que así te quedes tranquila.

Tenía la intención de decirle a Belvina que Charlus se encontraba en una partida de Póker, aunque Bartemius supiera hasta el número de habitación del motel donde Charlus estaba pasando la mañana follando.

Fue al estudio desde el que Charlus atendía la miríada de intereses financieros de los Potter y en el que él mismo estaba aprendiendo a atenderlos. A James lo fascinaban las complejidades de los negocios y las finanzas, tanto que voluntariamente había dejado pasar la oportunidad de jugar al quidditch como profesional para zambullirse de cabeza en el mundo de los negocios. No había supuesto un gran sacrificio para él; sabía que era lo bastante bueno para jugar como profesional, porque habían observado su rendimiento, pero también sabía que no tenía madera para ser una estrella. Si hubiera dedicado su vida al quidditch, habría jugado durante ocho años o así, eso si hubiera tenido la suerte de no lesionarse, y habría ganado un sueldo bueno pero no espectacular. Al final, lo que pesaba más era que, por mucho que le gustase montar a escoba, amaba más los negocios. Aquél era un juego al que podía jugar durante mucho más tiempo que el quidditch, además de ganar muchísimo más dinero, y era una pelea entre iguales.

En los pocos meses que habían transcurrido desde que James se graduó, Charlus no había hecho otra cosa que llenarle la cabeza de conocimientos sobre los negocios, material que no podía encontrarse en un libro de texto.

James pasó los dedos por la madera pulimentada del gran escritorio. Había una enorme fotografía de Dorea en un rincón del mismo, rodeada de fotos más pequeñas de él y de Belvina en diversas etapas de su crecimiento, como una reina con sus súbditos reunidos a su alrededor. La mayoría de la gente habría pensado que era una madre con sus hijos pegados a la falda, pero Dorea no era maternal en lo más mínimo. El sol matinal iluminaba de costado la foto y resaltaba detalles que por lo general pasaban inadvertidos, y James se detuvo a mirar la imagen fija del rostro de su madre.

Era una mujer muy guapa, aunque poseía un tipo de belleza muy diferente al de Elladora Evans.

Elladora era el sol, caliente, audaz y brillante, mientras que Dorea era la luna, distante y fría. Tenía un cabello oscuro, abundante y sedoso, que llevaba peinado en un sofisticado moño, y unos encantadores ojos azules que no había heredado ninguno de sus hijos. Era criolla francesa.

Algunos parroquianos se habían preguntado si Charlus Potter no se habría casado con alguien inferior. Pero ella había resultado ser más regia de lo que podría haberlo sido ninguna criolla nacida para ese papel, y aquellas antiguas dudas habían quedado olvidadas hacía ya mucho tiempo.

Sobre el escritorio estaba la agenda de citas de Charlus, abierta. James apoyó una cadera contra la mesa y recorrió con la vista las citas que había apuntadas para aquel día. Su padre tenía una reunión con Harfang Bulstrode, el banquero, a las diez. Por primera vez, James sintió una punzada de inquietud. Charlus nunca había permitido que sus mujeres interfirieran en sus negocios, y jamás acudía a una cita sin afeitar y sin haberse puesto ropa limpia.

Enseguida marcó el número de Bartemius Crouch, y su secretaria respondió al primer timbrazo.

—Crouch y Wilson, abogados en asuntos mágicos y financieros.

—Buenos días, Nola. ¿Ha llegado ya Bartemius?

—Por supuesto —repuso ella con buen humor, pues había reconocido inmediatamente el distintivo tono grave de James, semejante al terciopelo—. Ya sabes cómo es. Haría falta un terremoto para que no entrase por la puerta al dar las nueve. Espera un momento, voy a llamarlo.

James oyó el chasquido de la llamada en espera, pero conocía a Nola demasiado bien para pensar que estaba hablando con Bartemius por el interfono. Había estado en aquella oficina muy a menudo, tanto de niño como de hombre, y sabía que la única ocasión en la que Nola usaba el interfono era cuando había delante un desconocido. La mayoría de las veces se limitaba a girarse en su silla y levantar la voz, ya que el despacho de Barty estaba justo a su espalda, con la puerta abierta.

James sonrió al recordar cómo Charlus reía a carcajadas al contarle que Barty había intentado una vez que Nola adoptase una actitud más formal, más propia de un bufete de abogados. El pobre Barty, tan poco severo, no tenía la menor posibilidad de vencer a su secretaria. Ésta, sintiéndose ofendida, se volvió tan fría que la oficina se congeló. En lugar del habitual «Barty» empezó a llamarlo «señor Crouch»

La línea telefónica chasqueó de nuevo cuando Barty cogió el auricular. Por el hilo sonó su forma de hablar tranquila y bonachona.

—Buenos días, James. —. Hoy has madrugado, según parece.

—No tanto. —Siempre madrugaba más que su padre, pero la mayoría de la gente suponía era que de tal palo, tal astilla—. Voy a ir a Bristol a echar un vistazo a una propiedad. Barty, ¿sabes tú dónde está mi padre?

Se hizo un pequeño silencio al otro extremo del cable.

—No, no lo sé. —Otra breve pausa de cautela—. ¿Ocurre algo malo?

—Anoche no vino a casa, y hoy a las diez tiene una cita con Harfang Bulstrode.

—Maldición —dijo Barty suavemente, pero James percibió el tono de alarma en su voz—. Dios, no creía que él fuera a... ¡Maldita sea!

—Barty —El tono de James era duro y afilado como el acero, y cortaba el silencio—. ¿Qué está pasando?

—James, te juro que ni…-dudo- No pensaba que fuera a hacerlo —dijo Bartemius afligido—. Puede que no lo haya hecho. Puede que se haya quedado dormido.

- Que no haya hecho… ¿qué?

-Lo mencionó en un par de ocasiones, pero sólo cuando estaba bebido. Te juro que jamás pensé que hablara en serio. Dios, ¿cómo podía ser?

El plástico del auricular crujió bajo la mano de James.

- ¿A qué te refieres?

- A dejar a tu madre. —Barty tragó saliva de forma audible, con un sonido seco—. Y fugarse con Elladora Evans.

Con mucha suavidad, James volvió a dejar el auricular en su sitio. Permaneció inmóvil unos segundos contemplando el aparato. No podía ser...

Charlus no podía haber hecho semejante cosa. ¿Por qué habría de hacerla? ¿Por qué escaparse con Elladora cuando podía acostarse con ella, y de hecho lo hacía, cada vez que se le antojase? Barty tenía que estar equivocado. Charlus jamás abandonaría a sus hijos ni su negocio, por una asquerosa zorra muggle... Sin embargo, se sintió aliviado cuando él escogió rechazar el quidditch profesional y le impartió un curso acelerado sobre cómo dirigirlo todo.

Por espacio de varios instantes de aturdimiento, James permaneció atontado por la sensación de incredulidad, pero era demasiado realista para que dicho estado le durase mucho. La sensación de entumecimiento comenzó a ceder, y una rabia intensa vino a llenar el hueco que aquél había dejado.

Se movió igual que una serpiente atacando, agarró el teléfono y lo lanzó por la ventana, haciendo pedazos el cristal y provocando que varias personas acudieran de inmediato al estudio a ver qué había pasado.

Todo el mundo durmió hasta muy tarde excepto Lily y Mark. Lily salió de la cabaña en cuanto hubo dado de desayunar al niño y se lo llevó al arroyo para que pudiera chapotear en el agua e intentar atrapar pececillos. Jamás lo conseguía, pero le encantaba intentarlo.

Esperar que Mark no se mojara era como esperar que el sol saliera por el oeste. Cuando llegaron al arroyo le quitó la camisa y los pantalones y dejó que se metiera en el agua llevando sólo el pañal. Había traído otro seco para cambiarlo cuando volvieran a casa. Colgó con cuidado la ropa de unas ramas y seguidamente se metió en el arroyo para chapotear un poco y vigilar a Mark. Si se le acercase una culebra, el niño no sabría que debía alarmarse. Lily tampoco les tenía miedo, pero desde luego obraba con cautela, como aún no podía usar la magia libremente lo prefería.

Lo dejó jugar durante un par de horas y después tuvo que cogerlo en brazos y sacarlo del agua con gran pataleo y protestas por parte del pequeño.

—No puedes estar más en el agua —le explicó—. Mira, tienes los dedos de los pies arrugados como una pasa.

Se sentó en el suelo y le cambió el pañal, y a continuación lo vistió. Fue una tarea difícil, ya que Mark no dejaba de retorcerse y trataba de escapar de vuelta al agua.

—Vamos a buscar ardillas —le dijo Lily—. ¿Ves alguna ardilla?

Distraído, el pequeño miró inmediatamente hacia arriba con los ojos muy abiertos por la emoción mientras trataba de descubrir ardillas entre los árboles. Lily cogió su mano regordeta y lo condujo lentamente a través del bosque, por un sendero que serpenteaba en dirección a la cabaña.

Quizá para cuando hubieran regresado Elladora ya estuviera en casa.

Aunque no era la primera vez que su madre pasaba fuera toda la noche, aquello siempre inquietaba a Lily. Lo tenía siempre en un rincón de su cabeza, pero vivía con el miedo constante de que Elladora se marchara una noche y no regresara nunca. Lily sabía, con amargo realismo, que si Elladora conociera a un hombre que tuviera un poco de dinero y le prometiera cosas bonitas, se largaría sin pensarlo dos veces. Probablemente, lo único que la retenía en el Valle de Godric donde lo único que tenían de mágico era a su hija, era Charlus Potter y lo que éste podía darle. Si alguna vez Charlus la dejase, no se quedaría allí más que el tiempo necesario para hacer las maletas.

Mark logró descubrir dos ardillas, una que correteaba por la rama de un árbol y otra que trepaba por un tronco, así que se sentía feliz de ir a donde Lily lo llevase. Sin embargo, cuando tuvieron la cabaña a la vista, el niño advirtió que regresaban a casa y empezó a proferir gruñidos de protesta y tirar hacia atrás en un intento de soltarse de la mano de su hermana.

- Para Mark - dijo Lily al tiempo que lo sacaba a la fuerza de entre los árboles para salir al camino de tierra que llevaba hasta la cabaña—. Ahora mismo no puedo seguir jugando contigo, tengo que hacer la colada. Pero te prometo que jugaremos con mi varita cuando...

En eso, oyó a su espalda el rugido grave del motor de un automóvil, que iba aumentando de intensidad a medida que se acercaba, y su primer pensamiento de alivio fue: «Mamá está en casa».

Pero lo que apareció al doblar la curva no fue el reluciente coche rojo de Elladora, sino un Corvette negro descapotable que rozaba el suelo, adquirido para sustituir al plateado que conducía James desde su egreso Hogwarts, muchos años antes que ella. Lily se detuvo en seco, olvidándose de Mark y de Elladora, sintiendo que se le paraba el corazón y que luego empezaba a golpearle el pecho con tal fuerza que casi se sintió enferma. ¡Era James quien venía con su coche volador!

Estaba tan aturdida por la alegría que casi se olvidó de apartar a Mark del camino y quedarse entre las hierbas de la cuneta. James, cantaba su corazón. Un leve temblor le empezó en las rodillas y le subió poco a poco por el cuerpo al pensar que de verdad iba a hablar con él de nuevo, aunque sólo fuera para musitar un saludo.

Clavó la mirada en él, absorbiendo todos los detalles, mientras lo veía acercarse. Aunque iba sentado detrás del volante y ella no alcanzaba a ver mucho, le pareció que estaba más delgado que cuando jugaba al fútbol y que llevaba el pelo un poco más largo. Sin embargo, sus ojos eran los mismos, oscuros como el pecado e igual de tentadores. Se posaron en ella durante unos segundos cuando el Corvette pasó por delante de donde se encontraban ella y Mark, y la saludó cortésmente con una inclinación de cabeza.

Mark se revolvió y tiró de la mano, fascinado por el hermoso automóvil.

- Está bien - susurró Lily, aún aturdida-. Vamos a ver ese coche tan bonito.

Volvieron a entrar en el camino y siguieron al Corvette, que ya se había detenido enfrente de la chabola. James se izó detrás del volante y pasó una pierna por encima de la puerta, después la otra, y salió del bajo automóvil igual que si éste fuera el cochecito de un bebé. Subió los dos escalones de la entrada, abrió de un tirón la puerta de rejilla y penetró en el interior de la vivienda.

No había llamado a la puerta, pensó Lily. Eso estaba mal. No había llamado.

Apretó el paso tirando de Mark de tal modo que sus cortas piernas tuvieron que acelerar, y el niño lanzó un quejido de protesta. Se acordó de su corazón, y el terror le causó una punzada en el estómago. Enseguida se detuvo y se inclinó para tomar al niño en brazos.

—Lo siento, cariño, no pretendía hacerte correr.

Oyó un rugido débil y lejano que reconoció como la voz de su padre, amortiguada por el tono más grave de la de James. Jadeante, imprimó mayor velocidad a sus piernas y por fin llegó a la cabaña. La puerta de rejilla chirrió cuando la abrió de un tirón y entró a toda prisa en la casa, sólo para detenerse de golpe, parpadeando para adaptar los ojos a la penumbra. Se vio rodeada de gritos ininteligibles y maldiciones que le causaron la misma sensación que si estuviera atrapada en un túnel de pesadilla.

Tragando aire a borbotones, dejó a Mark en el suelo. Asustado por los gritos, el pequeño se aferró a las piernas de su hermana y escondió la cara contra ella.

Cuando su vista se fue adaptando poco a poco y el estruendo de sus oídos empezó a disminuir, los gritos fueron cobrando sentido, y deseó que ojala no fuera así.

James había sacado a Thomas de la cama y estaba arrastrándolo a la cocina. Thomas chillaba y juraba, aferrado al marco de la puerta en un intento de frenar a James. Sin embargo, no tenía ninguna posibilidad frente a la fuerza de aquel joven furibundo, y lo único que podía hacer era procurar no perder el equilibrio mientras James lo empujaba hacia el centro de la habitación.

- ¿Dónde está Elladora? - ladró James, irguiéndose amenazador sobre Thomas, que reaccionó encogiéndose.

Los ojos vidriosos de Thomas recorrieron rápidamente la estancia, como si buscase a su mujer.

—No está aquí —farfulló.

— ¡Ya veo que no está aquí, maldito imbécil! ¡Lo que quiero saber es dónde diablos está!

Thomas se balanceaba de delante atrás sobre sus pies descalzos, llevaba el pecho al aire y los pantalones todavía desabrochados. Su cabello desordenado apuntaba en todas direcciones, estaba sin afeitar, tenía los ojos inyectados en sangre, y su aliento despedía un tufo a sueño y alcohol. Como contraste, James se elevaba por encima de él con su más de metro ochenta de músculo magro de acero, el pelo negro pulcramente peinado hacia atrás, la camisa de un blanco inmaculado y los pantalones hechos a medida.

—No tienes derecho a empujarme, no me importa quién sea tu padre —se quejó Thomas. A pesar de su bravata, se encogía cada vez que James hacía un movimiento.

Ralph y Michael habían salido rápidamente de su dormitorio, pero no hicieron ningún gesto para apoyar a su padre. No era su estilo enfrentarse a un mago como James Potter furioso, ni tampoco lo era atacar a nadie que pudiera ocasionarles problemas, sobre todo porque ellos eran muggles.

-¿Sabes dónde está Elladora? -preguntó James de nuevo con voz gélida.

Thomas alzó un hombro.

-Debe de haber salido —musitó en tono hosco.

-¿Cuándo?

-¿Qué quieres decir con eso de cuándo? Yo estaba durmiendo. ¿Cómo diablos voy a saber a qué hora se fue?

-¿Vino a casa anoche?

-¡Naturalmente que sí! Maldita sea, ¿qué es lo que estás diciendo? —chilló Thomas con una pronunciación ininteligible que daba testimonio del alcohol que seguía teniendo en la sangre.

-¡Estoy diciendo que esa puta que tienes por esposa se ha ido! —chilló James a su vez, con el rostro congestionado por la furia y el cuello en tensión.

Lily sintió que la invadía el terror, y la vista se le nubló otra vez.

—No —exclamó con voz contenida.

James la oyó, y giró la cabeza súbitamente. La escrutó con sus ojos oscuros brillantes por la furia.

—Por lo menos, tú pareces estar sobria. ¿Sabes dónde está Elladora? ¿Volvió a casa anoche?

Lily, aturdida, movió la cabeza en un gesto negativo. El negro desastre se erguía ante ella, y percibió el olor penetrante, acre y amarillo del miedo... su propio miedo.

James curvó el labio superior mostrando sus blancos dientes en un gruñido.

-Ya sabía yo que no. Se ha fugado con mi padre.

Lily volvió a negar con la cabeza, y entonces se dio cuenta de que no podía dejar de hacerlo.

No. Aquella palabra le reverberó por todo el cerebro. Dios, por favor, no.

-¡Estás mintiendo! - chilló Thomas, dirigiéndose con paso vacilante hacia la desvencijada mesa para dejarse caer en una de las sillas- Elladora no es capaz de abandonarnos a mí y a los chicos. Ella me quiere. Ese putero padre tuyo se habrá largado con alguna que habrá encontrado por ahí...

James se lanzó hacia delante como una serpiente en posición de ataque. Su puño se estrelló contra la mandíbula de Thomas, nudillos contra hueso, y tanto Thomas como la silla fueron a parar al suelo. La silla se desintegró hecha añicos bajo su peso.

Con un lamento de terror, Mark escondió de nuevo el rostro en la cadera de Lily, la cual estaba demasiado paralizada para ni siquiera pasarle el brazo por los hombros para consolarlo, y el pequeño rompió a llorar.

Thomas se incorporó atontado y dio unos pasos tambaleándose para poner la mesa de por medio entre él y James.

-¿Por qué me has pegado? -gimió, frotándose la mandíbula.- Yo no te he hecho nada. ¡No es culpa mía lo que hayan hecho tu padre y Elladora!

-¿Qué es todo este griterío? -intervino la voz de Petunia, deliberadamente provocativa, la que empleaba cuando intentaba engatusar a un hombre. Lily volvió la mirada hacia la entrada del colgadizo y sus ojos se agrandaron de horror. Petunia estaba posando apoyada contra el marco de la puerta con su cabellera rubia despeinada y echada hacia atrás para dejar ver sus hombros desnudos. Sólo llevaba encima unas bragas de encaje rojo, y sostenía la camisola de encaje a juego contra su pecho con disimulada coquetería de modo que apenas le cubriera los senos. Miró a James con una inocente caída de ojos, tan descaradamente falsa que Lily sintió que se le retorcían las entrañas.

La expresión de James se endureció de asco al mirarla; curvó la boca y deliberadamente le volvió la espalda.

- Los quiero fuera de aquí antes de que se haga de noche -le dijo a Thomas en tono de acero-.Estáis ensuciando nuestras tierras, y ya estoy harto de oler vuestra peste.

-¿Que nos marchemos de aquí? —Graznó Thomas-. Maldito bastardo engreído, no puedes echarnos. Existen leyes...

-No pagáis ningún alquiler -replicó James con una sonrisa de hielo en los labios-. Las leyes de desahucio no se aplican a los intrusos. Largo de aquí. -Dio media vuelta y echó a andar hacia la puerta.

-¡Espera! -exclamó Thomas. Su mirada de pánico se movía en todas direcciones, como buscando inspiración. Se pasó la lengua por los labios y dijo- No tengas tanta prisa. Puede... puede que hayan ido a dar un paseo. Ya volverán. Sí, eso es, Elladora volverá, no tenía ningún motivo para marcharse.

James soltó una carcajada agria y recorrió la estancia con una mirada de desprecio, observando el pobre interior de la vivienda. Alguien, probablemente la chica más pequeña, había hecho un esfuerzo por mantenerla limpia, pero era como intentar contener la marea. Thomas y los dos chicos, que eran copias de su padre, sólo que más jóvenes, lo miraban con expresión hosca. La hija mayor seguía apoyada en la puerta, tratando de enseñarle todo lo que pudiera de sus pechos sin retirar del todo la escasa prenda. El niño pequeño con síndrome de Down se aferraba a las piernas de la hija más joven y lloraba a voz en grito. La niña permanecía de pie, como si se hubiera convertido en piedra, y lo contemplaba con sus enormes ojos verdes. El pelo de color rojo oscuro le caía en desorden alrededor de los hombros, y llevaba los pies descalzos y sucios.

Estando tan cerca de él, Lily podía leer la expresión de su cara, y sintió una punzada por dentro al ver cómo recorría con la vista la cabaña y a sus habitantes, para por fin posarla en ella.

Estaba catalogando su vida, a su familia, a ella misma, y estaba descubriendo que no valían nada.

-¿Ningún motivo para marcharse? -se mofó- Por Merlín, que yo pueda ver, ¡no tiene ningún motivo para regresar!

En el silencio que siguió, dejó a Lily a un lado y empujó con violencia la puerta de rejilla, la cual chocó contra el costado de la cabaña y volvió a cerrarse con un golpe. El motor del Corvette cobró vida con un rugido, y un momento más tarde James se había marchado. Lily se quedó petrificada allí de pie, con Mark todavía aferrado a sus piernas y llorando. Sentía la mente entumecida. Sabía que tenía que hacer algo, pero ¿qué? James había dicho que tenían que irse, y la enormidad de aquel hecho la dejó atónita. ¿Marcharse? ¿Adónde se marcharían? No lograba que su mente se pusiera a funcionar. Lo único que pudo hacer fue levantar la mano, que le pareció pesada como el plomo, y acariciar el suave cabello de Mark diciendo:

—Está bien, está bien —aunque sabía que era mentira. Mamá se había ido, y las cosas ya nunca volverían a estar bien.

4

James consiguió recorrer poco más de medio kilómetro antes de que el temblor se volviera tan intenso que tuvo que detener el automóvil. Apoyó la cabeza en el volante y cerró los ojos en un intento de controlar las oleadas de pánico. Dios, ¿qué iba a hacer? jamás había estado tan asustado como ahora.

Se sintió invadido por la confusión y el dolor, igual que un niño que echa a correr para esconder la cara en las faldas de su madre, igual que aquel pequeño de los Evans que intentaba ocultarse tras las delgadas piernas de su hermana. Pero él no podía acudir a Dorea; incluso cuando era niño ella apartaba de sí sus pequeñas manitas, y él había aprendido a recurrir a su padre para que lo tranquilizara. Aunque Dorea fuera más afectuosa ahora, no podía acudir a ella en busca de apoyo, porque ella lo buscaría a él por la misma razón. Ahora tenía la responsabilidad de cuidar de su madre y de su hermana.

¿Por qué había hecho Charlus algo así? ¿Cómo podía haberse ido? La ausencia de su padre, su traición, causaron en James la sensación de que le habían desgarrado el corazón. Charlus tenía a Elladora de todas maneras; ¿qué le habría ofrecido ella para tentarlo a dar la espalda a sus hijos, su negocio, su patrimonio? Siempre había estado cercano a su padre, había crecido rodeado por su amor, siempre había sentido su apoyo como una sólida roca a su espalda, pero ahora esa presencia amorosa y tranquilizadora había desaparecido, y con ella los cimientos de su vida.

Estaba aterrorizado. Sólo tenía veintidós años, y los problemas que se cernían sobre él le parecían montañas imposibles de escalar. Dorea y Belvina no lo sabían aún; de algún modo tendría que encontrar la fuerza que necesitaba para decírselo. Tenía que ser una roca para ellas, y debía dejar a un lado su propio dolor y concentrarse en mantener a flote la situación económica de la familia, o se arriesgarían a perderlo todo. Aquélla no era la misma situación que tendría lugar si Charlus hubiera muerto, pues James habría heredado las acciones, el dinero y el control. Tal como estaban las cosas ahora, Charlus seguía siendo el dueño de todo, y no estaba allí. La fortuna de los Potter podía desmoronarse a su alrededor, inversores cautos abordarían el barco y diversas juntas administrativas se harían con el poder. James tendría que luchar como un hijo de puta para conservar siquiera la mitad de lo que tenía ahora.

Dios sabía, pensó James con gesto sombrío, que iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir. Si no existía un poder escrito, sería afortunado de conservar un techo bajo el que cobijarse.

Cuando levantó la cabeza del volante, ya había recuperado el control de sí mismo,metió la marcha y arrancó, dejando atrás los últimos retazos de su infancia sobre el desgastado camino de tierra.

En primer lugar fue a Tutshill, a la oficina de Barty. Tendría que moverse deprisa para salvarlo todo.

Nola sonrió de inmediato cuando entró, algo que las mujeres solían hacer al verlo. El color destacaba un poco su rostro redondo y agradable. Tenía cuarenta y cinco años, edad suficiente para ser su madre, pero la edad no tenía nada que ver con su instintiva reacción femenina a la presencia alta y musculosa del muchacho.

James devolvió automáticamente la sonrisa, pero su mente trabajaba a toda velocidad haciendo planes.

-¿Hay alguien con Barty? Necesito verlo.

-No. Está solo. Puedes entrar, cariño.

James rodeó la mesa de Nola, entró en el despacho de Barty y cerró la puerta firmemente tras de sí. Bartemius levantó la vista de la organizada pila de archivos que había sobre su escritorio y se puso de pie. Su apuesto semblante estaba contraído por la preocupación.

-¿Lo has encontrado?

James negó con la cabeza.

- Elladora Evans también ha desaparecido.

-¡Oh, Merlín! – Barty volvió a dejarse caer en su sillón, cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz-. No puedo creerlo. No creí que lo dijera en serio. Dios, ¿por qué iba a decirlo en serio? Ya estaba... -Se interrumpió y abrió los ojos, ligeramente sonrojado.

-Tirándosela de todas formas —terminó James sin sutilezas. Fue hasta la ventana y se quedó un momento allí, con las manos en los bolsillos, observando las calles de Tutshill, era una ciudad pequeña, sólo contaba con unos quince mil habitantes, pero aquel día un intenso tráfico rodeaba la plaza del palacio de justicia. Pronto todos aquellos habitantes se enterarían de que Charlus Potter había abandonado a su mujer y a sus hijos para fugarse con la puta de los Evans.

—¿Lo sabe tu madre? —preguntó Barty con voz tensa.

James sacudió la cabeza negativamente.

—Todavía no. Se lo diré a ella y a Belvina al regresar a casa. —La impresión y el dolor de los primeros momentos habían desaparecido dejando detrás una implacable fuerza de voluntad y un cierto distanciamiento, como si se viera a sí mismo desde lejos en una película. Un poco de aquella distancia se filtraba en su tono de voz y le prestaba un tinte de seguridad y calma—. ¿Te ha dejado papá algún poder escrito para mí?

Era evidente que hasta entonces Bartemius Crouch sólo había pensado en las ramificaciones personales de la deserción de Charlus. Ahora cayó en la cuenta de los aspectos jurídicos, y sus ojos se agrandaron de horror.

—Mierda —dijo, cayendo en una vulgaridad inusitada—. No, no lo ha dejado. Si lo hubiera hecho, yo habría sabido que decía en serio lo de fugarse y habría intentado detenerlo.

—Tal vez haya una carta en el escritorio de casa. Puede que llame dentro de un día o así. En ese caso, no habrá problemas en el aspecto económico. Pero si no hay ninguna carta y él no llama... No puedo permitirme el lujo de esperar. Tendré que liquidar todo lo que me sea posible antes de que la noticia de lo sucedido se extienda por ahí y los precios de las acciones caigan en picado como una piedra.

—Llamará —dijo Barty débilmente . Tiene que llamar. No puede simplemente dar la espalda a una obligación económica como ésta. ¡Hay una fortuna implicada!

James se encogió de hombros. Su expresión era una hoja en blanco.

—Ya ha dado la espalda a su familia. No puedo permitirme el lujo de suponer que para él es más importante su negocio. —Calló durante unos instantes—. No creo que vuelva ni que llame. Creo que su intención era darle la espalda a todo y no regresar jamás. Me ha estado enseñando todo lo que ha podido, y ahora entiendo por qué. Si tuviera la intención de permanecer al frente de todo, no habría hecho esto.

—En ese caso, debería haber un poder escrito —insistió Barty—.Charlus era un hombre de negocios demasiado agudo para no haberse ocupado de algo así.

—Puede ser, pero yo tengo que pensar en mi madre y en Belvina. No puedo esperar. Tengo que liquidar ya, y conseguir todo el dinero que pueda para tener algo con lo que trabajar y construir de nuevo. Si no lo hago, y si él no hace nada por arreglar la situación, no tendremos ni un orinal donde mear.

Barty tragó saliva, pero afirmó con la cabeza.

—De acuerdo. Me pondré a hacer lo que pueda para salvar tu situación legal, pero tengo que decirte que a menos que Charlus se ponga en contacto contigo o haya dejado un poder escrito, va a ser un buen lío. Todo está bloqueado a no ser que Dorea se divorcie de él y el tribunal le conceda a ella la mitad de los activos, pero eso llevará tiempo.

—Tengo que hacer planes para lo peor —dijo James—. Iré a casa y buscaré esa carta, pero no esperes a tener noticias mías para empezar. Si no hay poder, llamaré inmediatamente al agente de bolsa y empezaré a vender. Pase lo que pase te lo haré saber. No digas nada hasta que yo te llame.

Charlus se puso de pie.

- Ni siquiera se lo contaré a Nola -Se pasó las manos por el pelo, una indicación de que estaba preocupado, porque Barty no era dado a los gestos de nerviosismo. Sus ojos grises estaban oscurecidos por la angustia. Lo siento, James. Tengo la sensación de que esto ha sido culpa mía. Debería haber hecho algo.

James movió la cabeza en un gesto negativo.

- No te eches la culpa. Como has dicho, ¿quién iba a pensar que hablaba en serio? No, las únicas personas a las que culpo son papá y Elladora Evans. - Esbozó una sonrisa glacial-. No se me ocurre nada que tenga ella y que sea tan bueno como para obligarlo a abandonar a su familia, pero evidentemente lo tiene. -Hizo una pausa, perdido por un instante en la negrura de sus pensamientos, y a continuación sacudió la cabeza y se encaminó hacia la puerta-. Te llamaré cuando descubra algo.

Una vez que se hubo ido, Barty se hundió de nuevo en su sillón con movimientos rígidos y sin fuerzas. Apenas consiguió controlar la expresión de su cara cuando Nola apareció en el despacho, picada por la curiosidad.

James aparcó el Corvette delante de los cinco amplios escalones que conducían al porche cubierto y la doble puerta frontal, aunque a Dorea no le gustaba aquello y prefería que los coches de la familia estuvieran debidamente protegidos y fuera de la vista en el garaje anexo a la parte posterior de la casa. El camino de entrada delantero era para las visitas, que no debían poder distinguir qué miembros de la familia se encontraban en casa a juzgar por los vehículos allí aparcados. De esa manera, uno no sentía la obligación de admitir que estaba allí y no se veía forzado a recibir visitas no deseadas. Algunas de las ideas de Dorea eran claramente victorianas; por lo general él le daba el capricho, pero hoy tenía cosas más importantes en la cabeza, y además tenía prisa.

Subió de dos saltos los escalones y abrió la puerta. Era probable que Belvina lo hubiera estado observando desde la ventana del dormitorio, porque ya estaba bajando las escaleras velozmente con la ansiedad pintada en el rostro.

-¡Todavía no ha vuelto papá! -siseó, lanzando una mirada hacia el comedor de desayunar, donde se encontraba Dorea, alargando el desayuno de forma evidente-. ¿Por qué rompiste la ventana de su estudio y después saliste disparado de aquí como alma que lleva el diablo? ¿Y por qué has aparcado enfrente de la casa? Eso no le va a gustar a mamá.

James no respondió, sino que cruzó el vestíbulo a grandes zancadas en dirección al estudio, haciendo un ruido sordo con los tacones de las botas sobre el suelo de parquet. Belvina se apresuró a seguirlo y se coló en el estudio al tiempo que él se ponía a examinar, de uno en uno, los papeles que había sobre el escritorio de Charlus.

—No creo que Barty haya dicho la verdad respecto de esa partida de póker —dijo con un leve temblor en los labios—. Llámalo otra vez, James. Que te diga dónde está papá.

—Dentro de un minuto —murmuró su hermano sin volver la mirada. Ninguno de los papeles que había en el escritorio era una carta de poderes. Empezó a abrir cajones.

—¡James! —Belvina levantó la voz bruscamente—. ¡Encontrar a papá es más importante que registrar su escritorio!

James se detuvo, respiró hondo y se irguió.

—Belvina, cariño, siéntate ahí y guarda silencio —le dijo en un tono amable que sin embargo llevaba una pizca de acero—. Tengo que buscar un papel muy importante que tal vez me haya dejado papá. Estaré contigo en un minuto.

Belvina abrió la boca para decir algo más, pero su hermano le dirigió una mirada que la hizo cambiar de opinión. En silencio, con una vaga expresión de perplejidad en la cara, se sentó, y James volvió a enfrascarse en su búsqueda.

Cinco minutos más tarde, se reclinó hacia atrás con el amargo sabor de la derrota en la garganta. No había ninguna carta. Aquello no era lógico. ¿Por qué se había tomado Charlus tanto trabajo en enseñárselo todo, para luego marcharse sin dejarle los poderes? Tal como había dicho Barty, Charlus era demasiado inteligente para no haberlo pensado. Si lo que pretendía era seguir estando él al frente de todo, ¿por qué se había molestado en impartir a su hijo tan intensiva instrucción? A lo mejor tuvo la intención de entregar las riendas a James luego cambió de idea. Aquélla era la única explicación alternativa que podía haber. En tal caso, volverían a tener noticias suyas, dentro de unos días como máximo, porque sus tratos financieros eran demasiado complicados para dejarlos abandonados durante más tiempo.

Hizo el ademán de ir a coger el teléfono, pero no estaba en la mesa. Recordó vagamente que lo había tirado y volvió la vista hacia la ventana, que ahora estaba cubierta por unos tablones, a la espera de cristales nuevos. Se levantó y salió al vestíbulo para usar el teléfono que había en la mesa situada al pie de las escaleras. Belvina fue tras él, aún silenciosa pero claramente resentida por ello.

Primero llamó a Barty. Éste contestó al primer timbrazo.

—No hay carta —dijo James lacónicamente—. Mira a ver qué puedes hacer para conseguirme un poder notarial o alguna otra cosa que proteja mi posición. —Un poder notarial era una opción complicada, pero tal vez se pudiera pulsar algunas teclas.

—Ya me he puesto con ello —repuso Barty en voz baja.

A continuación, James se comunicó a Gringotts. Le dio instrucciones breves y explícitas. Si sucedía lo peor, necesitaría hasta el último céntimo de efectivo que pudiera reunir.

Después le tocaba la parte más difícil. Belvina lo miraba fijamente con la alarma dibujada en sus grandes ojos oscuros.

—Pasa algo malo, ¿verdad? —preguntó.

James hizo acopio de fuerzas mentalmente y luego cogió la mano de su hermana.

—Vamos a hablar con mamá —le dijo.

Ella hizo acopio de decir algo, pero James movió la cabeza en un gesto negativo.

—Sólo puedo decirlo una vez —dijo en tono áspero.

Dorea estaba disfrutando de su última taza de té y leyendo las páginas de sociedad mágica en periódico "El Profeta". Tutshill tenía su propio semanario, en el que ella aparecía mencionada de forma regular, pero lo que verdaderamente contaba era salir en el periódico del Londres mágico.

Su nombre se citaba en él lo bastante a menudo como para convertirse en la envidia del resto de la sociedad local. Aparecía vestida con su túnica blanca, su color favorito, con el pelo oscuro y brillante recogido en un moño francés. Llevaba un maquillaje minimalista pero perfecto, y joyas caras pero comedidas. En Dorea no había nada chillón ni frívolo, nada sobresaliente, nada fuera de lugar, ningún color estridente; tan sólo líneas limpias y clásicas. Hasta sus uñas no mostraban nada más que un poco de brillo.

Levantó la vista cuando James y Belvina entraron en el comedor de desayunar, y su mirada se posó durante un instante en las manos entrelazadas de ambos. Pero no hizo comentario alguno al respecto, pues eso demostraría un interés personal y tal vez invitase a ser correspondido.

—Buenos días, James —saludó a su hijo en un tono perfectamente compuesto, como siempre.

Dorea podía sentir un odio violento hacia alguien, pero esa persona jamás podría distinguirlo por el tono de su voz, que nunca revelaba calidez, afecto, rabia ni ninguna otra emoción. Semejante exhibición sería vulgar, y Dorea no permitía que en ella nada cayera tan bajo-. ¿Pido otro poco más de té?

-No, gracias, madre. Necesito hablar contigo y con Belvina; ha ocurrido algo grave. -Notó que la mano de su hermana temblaba dentro de la suya, y se la apretó para tranquilizarla.

Dorea dejó el periódico a un lado.

-¿Quieres que hablemos más en privado? -preguntó, preocupada por el hecho de que alguno de los criados los oyese discutir cuestiones personales.

-No es necesario. -James acercó una silla a Belvina y después se situó detrás de ella con una mano apoyada en su hombro. Dorea se iba a sentir molesta por los matices sociales, por la vergüenza, pero el dolor de Belvina iba a ser mucho peor—. No conozco ningún modo de hacer esto más fácil. Papá no ha dejado ninguna nota ni nada parecido, pero por lo que parece se ha ido de la ciudad con Elladora Evans. Han desaparecido los dos.

Dorea se llevó una esbelta mano a la garganta. Belvina permaneció inmóvil, sin respirar siquiera.

-Estoy segura de que no se llevaría a una mujer así en un viaje de negocios -dijo Dorea con serena certeza-. Imaginaos el efecto que causaría.

-Madre... -James se interrumpió a sí mismo, conteniendo su impaciencia—. No se ha ido en un viaje de negocios. Papá y Elladora Evans se han fugado juntos. No va a volver.

Belvina dejó escapar un leve grito y se tapó la boca con ambas manos para reprimir el ruido. El rostro de Dorea perdió el color, pero sus movimientos fueron precisos al depositar la taza de té en el centro del plato.

- Estoy segura de que te equivocas, querido. Tu padre no arriesgaría su posición social por...

-¡Por el amor de Dios, madre! -Estalló James, cuyo tenue control saltó como un hilo-. A papá le importa un comino su posición social. ¡Te importa a ti, no a él!

—James Potter, no es necesario ser vulgar, James hizo rechinar los dientes. Qué típico era de ella hacer oídos sordos a algo que le resultaba desagradable y concentrarse en lo trivial.

—Papá se ha ido —dijo, poniendo un deliberado énfasis en sus palabras—. Te ha dejado por Elladora.

Se han fugado juntos, y no va a volver. Todavía no lo sabe nadie, pero probablemente mañana por la mañana estará en boca de todo el mundo.

Dorea abrió los ojos al oír la última frase, y el horror invadió su expresión al comprender la humillación que sufriría su posición.

-No –susurró-. No sería capaz de hacerme algo así.

-Ya lo ha hecho.

Dorea se puso en pie aturdida, sacudiendo la cabeza a un lado y al otro.

-¿De... de verdad se ha marchado? -preguntó en un débil murmullo-. Me ha dejado por esa...

Esa... -Incapaz de terminar la frase, abandonó la habitación a toda prisa, casi huyendo.

En cuanto Dorea se hubo ido, en cuanto dejó de estar allí para contemplar con gesto ceñudo escenas impropias, Belvina se derrumbó sobre la mesa y se inclinó hacia adelante para hundir la cara en el brazo mientras violentos sollozos le surgían de la garganta y hacían temblar su esbelto cuerpo. Casi tan furioso con Dorea como lo estaba con Charlus, James se arrodilló junto a su hermana y la rodeó con los brazos.

-Va a ser difícil –dijo-, pero saldremos de ésta. En los próximos días voy a estar muy ocupado en mantener el control de nuestras finanzas, pero estaré aquí por si me necesitas. -No se atrevía a decirle a su hermana que sobre ellos se cernía el desastre económico-. Ya sé que ahora es muy doloroso, pero lo superaremos.

-Le odio -sollozó Belvina con la voz amortiguada por el brazo—. Nos ha dejado por esa... ¡esa puta! Espero que no vuelva nunca. ¡Le odio, no quiero volver a verle jamás!

Se apartó bruscamente de James y tiró su silla al suelo al separarla de la mesa. Todavía entre Sollozos, salió corriendo del comedor, y James oyó cómo subía las escaleras llorando a lágrima viva.

Un momento después se sintió en toda la casa el golpe de la puerta de su dormitorio al cerrarse.

James sintió deseos de enterrar también el rostro entre las manos. Tenía ganas de descargar un puñetazo sobre algo, preferiblemente la nariz de su padre. Tenía ganas de gritar su furia a los cuatro vientos. La situación ya era bastante grave; ¿por qué tenía que empeorarla Dorea con preocupándose sólo por lo que dirían sus amistades? Por una vez, ¿por qué no podía ofrecer un poco de apoyo a su hija? ¿Es que no veía lo mucho que Belvina la necesitaba en aquel momento? Claro que nunca había apoyado a ninguno de ellos, así que, ¿por qué iba a hacerlo ahora? A diferencia de Charlus, Dorea por lo menos era constante.

Necesitaba beber algo, algo fuerte. Salió del comedor y regresó al estudio a buscar la botella de whisky escocés que Charlus siempre guardaba en el bar de detrás del escritorio. Oriane, su veterana elfa ama de llaves, estaba subiendo las escaleras con un montón de toallas en los brazos y lo miró con curiosidad. Como no era sorda, estaba claro que había oído parte del revuelo. Pronto crecerían como la espuma las especulaciones entre Oriane, y el otro elfo Garron, que se encargaba de la finca, y Delfina, la cocinera. Habría que decírselo, por supuesto, pero en aquel momento no tenía fuerzas para ello. Tal vez después de tomarse aquel whisky.

Abrió el bar, sacó la botella y sirvió un par de dedos del líquido ambarino en un vaso. Sintió en la lengua su gusto amargo y picante al tomar el primer sorbo, y después se echó al coleto el resto con un firme y rápido giro de la muñeca. Necesitaba el efecto sedante de la bebida, no su sabor.

Acababa de servirse una segunda copa cuando perforó el aire un aullido escalofriante que procedía del piso de arriba, seguido de la voz de Oriane que lo llamaba a gritos, una y otra vez.

Belvina. Nada más oír el chillido de Oriane, lo supo. Con el pecho atenazado por el miedo, salió a toda prisa del estudio y subió los peldaños de tres en tres con sus largas y potentes piernas.

Oriane corría escaleras abajo hacia él con ojos de espanto.

—¡Se ha cortado! i Oh, Dios mío! i Oh, Dios mío! Hay sangre por todas partes...

James la empujó a un lado y entró como una exhalación en el dormitorio de Belvina. Su hermana no estaba allí, pero vio la puerta del baño abierta y se lanzó sin dudarlo, sólo para detenerse congelado en el umbral.

Belvina estaba tranquilamente sentada sobre la tapa del inodoro de color rosa, mirando por la ventana con mirada vacía y las manos delicadamente entrelazadas sobre el regazo.

La sangre salía suavemente a borbotones de los profundos cortes que se había hecho en ambas muñecas y le empapaba las rodillas antes de deslizarse por sus piernas para acabar formando un charco en el suelo.

-Siento mucho toda esta conmoción -dijo con voz débil y extrañamente distante. No esperaba que Oriane subiera aquí con toallas limpias.

-¡Merlín! -gimió James al tiempo que cogía una de las toallas que había dejado caer Oriane. Dobló una rodilla al lado de Belvina y la agarró de la muñeca izquierda.-¡Maldita sea, Belvina, debería darte un par de azotes! —Le envolvió la muñeca en una toalla y luego se la ató con otra lo más fuerte que pudo.

—Déjame en paz —susurró ella, intentando tirar del brazo, pero ya estaba empezando a debilitarse de modo alarmante.

Probablemente, debería ser más sensible con alguien que acababa de intentar suicidarse, pero aquélla era su hermana, y maldito fuera si le permitía quitarse la vida. Estaba furibundo, y apenas podía controlar tal estado. Era como si su vida hubiera quedado destrozada en las Últimas horas, y estaba harto de que las personas a las que quería cometieran idioteces.

5

Eran las diez y media de la noche cuando James y el Sanador salían del hospital de Tutshill. A James le ardían los ojos de cansancio, y estaba entumecido a causa de la montaña rusa emocional que había vivido aquel día.

No hacía tanto tiempo que había vuelto a casa para siempre, sólo habían transcurrido un par de meses, pero a él se le antojaba una vida entera. Aquel día de pesadilla, interminable, había acabado definitivamente con aquel muchacho tan fogoso, había marcado una nítida línea de separación entre las dos partes de su vida. James había ido creciendo poco a poco, como la mayoría de la gente, pero hoy habían volcado sobre sus hombros toda la responsabilidad de la vida adulta. Sus hombros eran lo bastante anchos para soportar la carga, de manera que hizo acopio de fuerzas e hizo lo que había que hacer. Si el hombre que emergió del naufragio era más serio y más despiadado que el que se había levantado de la cama aquella mañana... Bueno, aquél era el precio de la supervivencia, y lo pagaría con gusto.

Más problemas lo aguardaban en casa. En aquellas circunstancias, la mayoría de las madres habrían tenido que ser apartadas del lado de la cama de su hija con una barra de acero, pero Dorea no. Ni siquiera había podido hablar con ella, en lugar de ello había hablado con Oriane, la cual le dijo que la señora Dorea se había encerrado en su habitación y no quería salir.

Obedeciendo órdenes suyas, Oriane le había transmitido a Dorea la información de que Belvina se pondría bien a gritos desde el otro lado de la puerta cerrada con llave.

A pesar del café, lo venció el sueño de camino a casa.

—¿Podrás dormir esta noche? —preguntó el Sanador—. Si lo necesitas, puedo darte algo.

James dejó escapar una breve carcajada.

—Mi problema será permanecer despierto hasta que llegue a casa.

—En ese caso, tal vez fuera mejor que durmieras en la clínica.

—Gracias, pero si el hospital me necesita, me llamará a casa.

—Está bien. Entonces ten cuidado.

—Lo tendré. —James pasó la pierna por encima de la puerta del corvette y se deslizó hasta el asiento. Sí, sin duda se iba a calar el trasero. El frescor de la humedad lo hizo estremecerse.

Dejó la capota bajada para que el aire lo golpease en la cara. Los aromas de la noche eran dulces y despejados, más frescos que cuando estaban recalentados por el sol. Al dejar atrás Tutshill, se cerró sobre él la oscuridad del campo, protectora y balsámica.

Sin embargo, un oasis de luminosidad perturbó la negrura, el motel local, seguía con las luces encendidas. El aparcamiento de grava estaba abarrotado de coches y camionetas, el rótulo de neón parpadeaba dando interminablemente la bienvenida y las paredes vibraban a causa de la música. Cuando se acercó, perforando la noche con el Corvette negro, salió del aparcamiento una desvencijada furgoneta que se cruzó en su camino haciendo rechinar los neumáticos contra el suelo.

- ¡Malditos muggles! -ladró

James clavó el pedal del freno y el Corvette se detuvo derrapando.

La furgoneta patinó hacia un costado y estuvo a punto de volcar, pero logró enderezarse. Los faros de James iluminaron los rostros de los ocupantes, que lanzaban risotadas mientras el que ocupaba el asiento del pasajero, agitando una botella en la mano, sacaba medio cuerpo fuera y le gritaba algo.

James se quedó petrificado. No entendió lo que le habían gritado, pero no tenía importancia. Lo que importaba era que los ocupantes eran Ralph y Michael Evans y que llevaban la misma dirección que él, la finca de los Potter.

Los muy hijos de puta no se habían ido. Todavía estaban en su propiedad.

Notó cómo iba creciendo la cólera; una cólera fría, pero poderosa. Con extraño distanciamiento, la sintió venir, naciendo de los pies y ascendiendo poco a poco, como si fuera transmutando las células mismas de todo su cuerpo. Le alcanzó el vientre y le tensó los músculos, y a continuación le llenó el pecho antes de extenderse hacia arriba para explotar en su cerebro. Fue casi un alivio, ya que despejó la fatiga y las nieblas de su mente y dejó los procesos mentales frescos y precisos y todos los sistemas preparados para el máximo rendimiento.

Hizo girar el Corvette y enfiló de vuelta hacia Tutshill. Al sheriff Parkin, el policia de los muggles, le sentaría muy mal que lo despertasen a aquellas horas de la noche, pero James era un Potter, y el sheriff haría lo que él le dijera. Diablos, hasta disfrutaría haciéndolo. Librarse de los Evans reduciría a la mitad la tasa de delincuencia de la zona.

Lily no había conseguido relajarse en todo el día. Había estado todo el tiempo casi enferma por la sensación de pérdida y desastre, incapaz de comer nada. Mark, que se dio cuenta de su estado de ánimo, había estado temeroso y gimoteante, constantemente aferrado a sus piernas e interrumpiéndola mientras ella trataba mecánicamente de cumplir con sus tareas.

Aquella mañana, después de que James se marchase, había comenzado a hacer el equipaje, aturdida, pero Thomas le había propinado una bofetada y le había gritado que no fuera idiota. A lo mejor Elladora permanecía fuera un par de días, pero regresaría, y el viejo Potter no permitiría que aquel joven hijo de puta los echase de su hogar.

Incluso en su desolación, Lily se preguntaba por qué su padre llamaba viejo a Charlus, cuando éste tenía un año menos que él.

Al cabo de un rato, Thomas había cogido la furgoneta y se había ido a tomar una copa. En cuanto se perdió de vista, Petunia se metió en el dormitorio y empezó a rebuscar en el armario de Elladora.

Lily siguió a su hermana y la contempló atónita mientras ella empezaba a arrojar prendas sobre la cama.

—¿Qué estás haciendo?

—Mamá ya no va a necesitar todo esto —respondió Petunia alegremente. Charlus le comprará ropa nueva. ¿Por qué crees que no se llevó esto consigo? Pero puedo usarlo yo. Ella nunca me dejaba ponerme ninguna de sus cosas. —Aquello último lo dijo con una pizca de amargura. Sostuvo en alto un vestido amarillo con el cuello bordado de lentejuelas. A Elladora le había sentado maravillosamente, con su cabellera pelirroja oscura, pero hacía un efecto horrible en contraste con los bucles rubios color zanahoria de Petunia. La semana pasada tuve una cita pasional con el Glanmore Peajes hijo de magos, esa gentuza engreída de la cual te jactas pertenecer y solo porque puedes alzar ese palo astillado- se burlo con maldad- Y quise ponerme este vestido, pero mamá no me lo dejó —dijo con resentimiento—. Tuve que llevar mi viejo vestido azul, que ya me lo había visto.

—No cojas la ropa de mamá —protestó Lily con los ojos llenos de lágrimas.

Lily le dirigió una mirada de exasperación.

—¿Por qué no? Ya no va a necesitarla.

—Papá ha dicho que regresará.

Petunia soltó una carcajada.

—Papá no es capaz de distinguir su culo de un agujero en el suelo. James Potter tenía razón. ¿Por qué diablos va a volver? No, aunque Charlus se raje y vuelva corriendo a casa con ese témpano de hielo con el que está casado, mamá obtendrá de él lo suficiente para estar guapa durante mucho tiempo.

—Entonces tendremos que marcharnos —dijo Lily, y una lágrima salada le resbaló por la mejilla y se le quedó en la comisura de la boca—. Deberíamos estar haciendo las maletas.

Petunia le puso una mano en el hombro.

—Hermanita, eres demasiado inocente para tu propio bien. James estaba hecho una furia, pero de todos modos, no va a hacer nada. Sólo se estaba desahogando. Creo que voy a ir a verlo y tal vez consiga lo mismo que tiene su padre con mamá. —Se pasó la lengua por los labios y su rostro adoptó una expresión hambrienta—. Siempre he tenido curiosidad por saber si lo que tiene dentro de los pantalones es tan grande como dicen.

Lily se apartó de un salto, sintiendo la punzada de los celos en medio de su abatimiento. Petunia no tenía cabeza para comprender que una bola de nieve tendría más posibilidades de sobrevivir en una merienda un cuatro de julio en el Ecuador que ella de atraer a James, pero cuánto envidiaba Lily la audacia de su hermana para intentarlo. Trató de imaginarse cuánta fuerza debía de dar poseer la necesaria seguridad en una misma para acercarse a un hombre y estar segura de que él la encontraba atractiva. Aun cuando James rechazara a Petunia, eso no haría mella en su ego, porque había otros muchos chicos y hombres que jadeaban por ella. Simplemente haría que James fuese un reto mayor.

Pero Lily había visto el frío desprecio en los ojos de James aquella mañana, al examinar la cabaña y sus habitantes, y se había sentido, sacudida por la vergüenza. Había sentido deseos de decir: «Yo no soy así»; había querido que él la mirase con admiración. Pero es que era así, en lo que a James concernía, por vivir en aquella miseria.

Tarareando alegremente, Petunia se llevó el estridente arco iris que formaban las ropas de Elladora a la habitación posterior para probárselas y ponerse unos alfileres en el talle, porque Elladora tenía más pecho.

Conteniendo a duras penas los sollozos, Lily tomó a Mark de la mano y se lo llevó a jugar afuera. Se sentó en un tronco con la cara entre las manos mientras el niño empujaba sus cochecitos por la tierra. Normalmente Mark era feliz haciendo aquello durante todo el día, pero al cabo de una hora volvió con Lily y se acurrucó junto a sus piernas, y pronto se quedó dormido. Ella le acarició el pelo, aterrada por el ligero tinte azulado de sus labios.

Se balanceó adelante y atrás en el tronco, con la mirada fija y ensombrecida por el abatimiento.

Mamá se había marchado y Mark se estaba muriendo. No había manera de saber cuánto iba a durar, pero no creía que fuera más de un año. A pesar de lo penoso de su situación anterior, por lo menos existía una cierta seguridad, porque las cosas seguían tal cual un día tras otro y sabía lo que podía esperar. Ahora todo se había derrumbado, y estaba aterrorizada. Había aprendido a salir adelante, a manejar a papá y a sus hermanos, pero ahora nada sucedía según el plan y se sentía impotente. Odiaba aquella sensación, la odiaba con tal ferocidad que se le formaba un nudo en el estómago.

Maldita sea mamá, pensó con rebeldía. Y maldito sea Charlus Potter. Lo único en que pensaban era en sí mismos, no en sus familias ni en el trastorno que iban a ocasionar.

Hacía mucho tiempo que no se sentía como una niña. Sus frágiles hombros venían soportando la responsabilidad desde muy temprana edad, y eso había dado a sus ojos una madurez solemne que chocaba con su juventud, pero en aquel momento acusó profundamente la falta de años. Era demasiado joven para hacer nada; no podía agarrar a Mark y marcharse de allí, porque era demasiado joven para trabajar y mantener a los dos; era demasiado joven incluso para vivir sola, según la ley. Estaba desamparada; su vida estaba totalmente controlada por el capricho de los adultos que la rodeaban.

Ni siquiera podía escaparse, porque no podría llevarse a Mark a Hogwarts donde podría cuidarlo. Nadie custodiaría de él, y el niño era casi tan desvalido como un bebé. Tenía que quedarse.

Así que se pasó la tarde sentada en el tronco viendo pasar las horas, demasiado triste para entrar en la vivienda a ocuparse de sus labores habituales. Tenía la sensación de estar en una guillotina aguardando a que cayera la cuchilla, y conforme fue aproximándose la noche creció y aumentó la tensión hasta ponerle todos los nervios de punta, hasta que le entraron ganas de gritar para hacer añicos aquella lenta quietud. Mark se había despertado y estaba jugando junto a sus piernas, como si tuviera miedo de alejarse demasiado de su hermana.

Pero llegó la noche, y la cuchilla no cayó. Mark tenía hambre y tiraba de ella para que entrase en casa. De mala gana, Lily abandonó su sitio en el tronco y llevó al niño adentro en el preciso instante en que Ralph y Michael salían para correrse una de sus juergas nocturnas. Petunia se puso el vestido amarillo que tanto codiciaba y se fue también.

A lo mejor Petunia estaba en lo cierto, pensó Lily. A lo mejor James sólo se había desahogado un poco y no había dicho en serio lo que había dicho. A lo mejor Charlus se había puesto en contacto con su familia a lo largo del día y había calmado la situación. Tal vez hubiera cambiado de idea sobre el hecho de marcharse y hubiera negado tener a Elladora consigo. Cualquier cosa era posible.

Sin embargo, de todas formas no esperaba que volviera Elladora. Y sin Elladora, aunque Charlus regresara con su familia, no tendría motivo alguno para permitirles seguir en aquella cabaña. No era gran cosa, pero al menos era un techo, y gratis. No, de nada servía albergar esperanzas; había que utilizar el sentido común. De un modo o de otro, quizá no inmediatamente pero sí muy pronto, iban a tener que marcharse. Pero Lily conocía a su padre y sabía que no movería un dedo para irse hasta que se viera obligado. Exprimiría de los Potter hasta el último minuto gratis que le fuera posible.

Dio de cenar a Mark y lo bañó, y acto seguido lo metió en la cama. Por segunda vez consecutiva disponía de una noche de bendita intimidad, y se apresuró a darse un baño ella también y ponerse el camisón. Pero cuando sacó su preciado libro no pudo concentrarse en leer. La escena que había tenido lugar aquella mañana con James le venía una y otra vez a la mente, igual que una película de vídeo que no dejase de reproducirse en su cabeza. Cada vez que pensaba en aquella mirada de desprecio de James, el dolor la golpeaba en el pecho hasta casi no dejarla respirar. Rodó hacia un costado y hundió la cara en la almohada, luchando contra las lágrimas. Ella lo quería mucho, y él la despreciaba porque era una Evans.

Al final se quedó dormida, exhausta por la inquietud de la noche anterior y el trauma sufrido aquel día. Siempre tenía el sueño ligero y permanecía alerta como un gato, se despertaba y repasaba mentalmente la lista cada vez que llegaba a casa un miembro de la familia. Papá fue el primero en aparecer. Venía borracho, naturalmente, después de haber comenzado tan temprano, pero por una vez no bramó pidiendo una cena que de todos modos no iba a consumir. Lily escuchó los tumbos que iba dando en su camino al dormitorio. Momentos más tarde le llegaron los familiares y trabajosos ronquidos.

Petunia llegó a casa a eso de las once, de mal humor y haciendo pucheros. La noche no debía de haberle salido como ella pensaba, se dijo Lily, pero permaneció tendida en silencio en su jergón y no preguntó. Petunia se quitó el vestido amarillo, hizo una bola con él y lo arrojó a un rincón. Después se tumbó en su camastro y dio la espalda a Lily.

Era temprano para todos. Los chicos llegaron no mucho más tarde, riendo y armando bulla, y, como de costumbre, despertaron a Mark. Lily no se levantó, y pronto volvió a reinar el silencio.

Ya estaban todos en casa, excepto mamá. Lily lloró en silencio secándose las lágrimas con la ligera sábana, y enseguida se quedó dormida otra vez.

Un enorme estruendo la hizo despertarse de golpe, aterrada y confusa. Un haz de luz brillante la cegó y una mano ruda la sacó en volandas del jergón. Lily chilló y trató de zafarse de aquella garra que le hacía daño en el brazo, trató de resistirse haciendo fuerza, pero quienquiera que fuese la alzó del suelo de un tirón como si no pesara más que un niño pequeño y literalmente la arrastró por la vivienda. Por encima de sus propios gritos de terror oyó los chillidos de Mark y las voces de su padre y de los chicos maldiciendo y vociferando, entre los sollozos de Petunia.

En el patio había un semicírculo de luces brillantes y penetrantes, Faith tuvo una impresión borrosa de un montón de gente que se movia adelante y atrás. El hombre que la sujetaba a ella abrió de una patada la puerta de rejilla y la empujó al exterior. Tropezó en los desvencijados escalones y fue a caer de bruces en el suelo, con el camisón subido hasta los muslos.

Las piedras y la gravilla le desgarraron la piel de palmas y rodillas y le hicieron una raspadura en la frente.

—Ven aquí —dijo alguien—. Trae al crío.

Mark fue depositado sin ningún miramiento junto a Lily, chillando histérico y con sus redondos ojos azules fijos y aterrorizados. Lily consiguió adoptar la posición de sentada, se cubrió las piernas con el camisón y refugió a Mark en sus brazos.

Empezaron a volar cosas por el aire, que se estrellaban y caían a su alrededor. Vio a Thomas agarrado al marco de la puerta mientras dos hombres de uniforme marrón lo sacaban a rastras de la casa. Agentes, pensó Lily con una sensación de vértigo. ¿Qué estaban haciendo allí? A no ser que hubieran pillado a papá o a los chicos robando algo. Mientras contemplaba la escena, uno de los agentes propinó un golpe a Thomas en los dedos con su linterna. Thomas lanzó un alarido y soltó el marco de la puerta, y los hombres lo llevaron hasta el patio.

Una silla salió volando por la puerta, y Lily la esquivó echándose hacia un lado. Fue a dar contra el suelo justo donde estaba ella antes y estalló hecha pedazos. Medio reptando, con Mark agarrado de su cuello y entorpeciendo sus movimientos, luchó por buscar refugio en la vieja camioneta de su padre, donde se acurrucó contra el neumático delantero.

Contempló aturdida aquella escena de pesadilla, intentando encontrarle algún sentido. Por las ventanas salían cosas de todo tipo, prendas de vestir, platos y cacerolas. Los platos eran de plástico y armaban un ruido tremendo al aterrizar. Alguien vació un cajón lleno de cubertería por una ventana, y su contenido de acero inoxidable barato relumbró bajo los faros de los coches patrulla.

-Vaciadla del todo —oyó que rugía una voz grave-. No quiero que quede nada dentro.

¡James! Se quedó petrificada al reconocer aquella amada voz, de cuclillas en el suelo estrechando a Mark contra sí en un gesto protector. Lo descubrió casi de inmediato, con su figura alta y poderosa, de pie y cruzado de brazos, al lado del sheriff.

-¡No tienes derecho a hacernos esto! -se desgañitaba Thomas, intentando agarrar a James del brazo. Éste se lo quitó de encima sin más esfuerzo que si se tratara de un perrito molesto-. ¡No puedes dejarnos tirados en plena noche! ¿Qué va a ser de mis hijos, de mi pobre hijo retrasado? ¿Es que no tienes sentimientos, para tratar así a un niño pequeño y desvalido?

-Te dije que os quería fuera de aquí antes de que se hiciera de noche, y lo dije en serio -replicó James-. Recoged lo que queráis llevaros, porque dentro de media hora voy a pegar fuego a lo que quede.

— ¡Mi ropa! —exclamó Petunia saltando del lugar donde se había puesto a salvo, entre dos coches.

Empezó a recorrer frenética todos los enseres desparramados, cogiendo prendas y desechándolas de nuevo al comprobar que pertenecían a otra persona. Las que eran suyas se las echaba al hombro.

Lily se incorporó con dificultad llevando a Mark todavía aferrado a ella, con una fuerza nacida de la desesperación. Las posesiones de la familia probablemente no serían sino basura para James, pero era todo cuanto tenían. Consiguió aflojar las manos de Mark lo suficiente para agacharse a recoger unas cuantas prendas enmarañadas, las cuales volcó en la parte trasera de la camioneta de Thomas. No sabía qué pertenecía a quién, pero no importaba; tenía que salvar todo lo que pudiera.

Mark seguía pegado a ella como una lapa, decidido a no soltarse. Con aquel estorbo, Lily, agarró a Thomas del brazo y lo sacudió.

-¡No te quedes ahí! -chilló con urgencia—. ¡Ayúdame a meter nuestras cosas en la camioneta!

Él reaccionó apartándola de un empujón que la lanzó por el suelo.

-¡No me digas lo que tengo que hacer, estúpida hija de puta!

Lily volvió a incorporarse de un salto, sin notar siquiera las nuevas magulladuras y los arañazos, anestesiada por la urgencia. Los chicos, todavía más borrachos que Thomas, se movían sin rumbo fijo dando tumbos y soltando juramentos. Los agentes habían terminado de vaciar la cabaña y permanecían de pie, contemplando el espectáculo.

- Petunia, ayúdame! —Lily agarró a su hermana cuando ésta pasaba furiosa a su lado, llorando porque no encontraba su ropa—. Coge todo lo que puedas, lo más rápido, ya lo ordenaremos después. Recoge toda la ropa, y así sabrás que la tuya está también ahí dentro.

—Fue el único argumento que se le ocurrió para lograr la colaboración de Petunia.

Las dos muchachas comenzaron a moverse a toda prisa por el patio, recogiendo todos los objetos con que se topaban. Lily trabajó más que nunca en su vida, doblando su esbelto cuerpo una y otra vez de un lado para otro, tan deprisa que Mark no podía seguirla. Iba detrás de ella sollozando amargamente, y se agarraba a sus faldas con sus manitas regordetas cada vez que la tenía a su alcance.

Lily sentía la mente entumecida. No se permitió a sí misma pensar, no podía pensar. Se movía de manera automática, e incluso no se dio cuenta de que se había hecho un corte en la mano con un recipiente roto. Pero uno de los agentes sí lo advirtió, y le dijo en tono hosco:

—Eh, muchacha, estás sangrando —y le envolvió la mano en su pañuelo. Ella le dio las gracias sin saber lo que decía.

Era demasiado inocente y estaba demasiado aturdida para darse cuenta de que los faros de los coches atravesaban la delgada tela de su camisón revelando la silueta de su cuerpo juvenil, sus esbeltos muslos y sus senos altos y gráciles. Ella se agachaba y se levantaba, mostrando una parte diferente de su cuerpo con cada cambio de postura, tensando la tela del camisón sobre el pecho y revelando la suave protuberancia del pezón, la vez siguiente resaltando la curva redondeada de una nalga. Sólo tenía catorce años, pero bajo aquella luz dura y artificial, con su larga y gruesa cabellera flotando sobre los hombros semejante a una llama oscura y entre las sombras que destacaban el ángulo de sus altos pómulos y oscurecían sus ojos, no se apreciaba su edad.

Lo que se apreciaba era su extraordinario parecido con Elladora Evans, una mujer que no tenía más que cruzar una habitación para provocar mayor o menor grado de excitación en la mayoría de los hombres presentes. La sensualidad de Elladora era seductora y vibrante, un auténtico faro para los instintos masculinos. Cuando los hombres miraban a Lily, no era a ella a quien veían, sino a su madre.

James permanecía silencioso, observando lo que ocurría. Aún sentía rabia, una rabia fría y voraz, concentrada. Lo invadía una sensación de asco al ver a los Evans, padre e hijos, deambulando de un lado para otro, maldiciendo y profiriendo salvajes amenazas. Pero estando allí el sheriff y sus ayudantes, no harían otra cosa que cerrar el pico, de modo que James no les hizo caso. Thomas se había librado por los pelos cuando empujó al suelo a su hija pequeña; James cerró con fuerza los puños, pero al ver que la muchacha se levantaba, aparentemente sin haber sufrido daño alguno, decidió contenerse.

Las dos muchachas corrían de un lado para otro, intentando sin descanso recoger los objetos más necesarios. Los chicos desahogaban en ellas sus estúpidas y crueles frustraciones, arrancándoles las cosas de las manos y tirándolas al suelo, y proclamando en voz alta que ningún hijo de puta iba a echarlos de su casa y que no perdieran el tiempo cogiendo cosas porque no se iban a marchar a ninguna parte, maldita fuera. La hermana mayor, Petunia, les rogaba que las ayudasen, pero sus bravatas de borracho ahogaban todo esfuerzo que ella pudiera hacer.

La hermana pequeña no desperdiciaba el tiempo tratando de razonar con ellos, sino que se limitaba a moverse en silencio e intentaba poner orden en el caos pese a que el niño se aferraba a ella constantemente. A pesar de sí mismo, James cayó en la cuenta de que su mirada la buscaba continuamente y de que se sentía fascinado de manera involuntaria por el contorno grácil y femenino de su cuerpo bajo aquel camisón casi transparente. El propio silencio de la joven llamaba la atención, y cuando James lanzó una mirada a su alrededor, descubrió que la mayoría de los agentes también la estaban observando.

Había en ella una extraña madurez, y un juego de las luces le causó la extraña sensación de estar viendo a Elladora en vez de a su hija. Aquella puta le había arrebatado a su padre, lo cual había hecho que su madre se retrajera mentalmente y casi le había costado la vida a su hermana, y allí la tenía de nuevo, tentando a los hombres encarnada en su hija.

Petunia era más voluptuosa, pero también era ruidosa y barata. La larga cabellera pelirroja de Lily se mecía sobre el brillo perlado de sus hombros desnudos bajo los tirantes del camisón.

Parecía mayor de lo que era, y también un tanto irreal, una encarnación de su madre moviéndose en silencio a través de la noche, una danza carnal a cada movimiento.

Sin quererlo, James notó que su polla vibraba y se engrosaba, y sintió asco de sí mismo. Miró a los agentes que lo rodeaban y vio la misma reacción reflejada en sus ojos, un deseo animal que debería avergonzarlos, por ir dirigido a una muchacha tan joven.

Dios, él no era mejor que su padre. No hacía falta más que darle a oler una mujer de la familia de los Evans y se ponía como un potro salvaje en celo, duro y dispuesto. Belvina había estado a punto de morir por causa de Elladora Evans, y allí estaba él, contemplando a la hija de Elladora con la polla temblando dentro de los pantalones.

La joven avanzó hacia él llevando un fardo de ropa. No, no venía hacia él, sino hacia la camioneta que estaba a sus espaldas. Sus verdes ojos de gato se posaron en él por espacio de un instante con una expresión sombría y misteriosa. Se le aceleró el pulso, y aquella visión hizo trizas el tenue control de su temperamento. Los acontecimientos de aquel día se acumularon en su cabeza y atacó con una fiereza devastadora, deseando que los Evans sufrieran tanto como había sufrido él.

-Eres basura -dijo con voz dura y profunda cuando la muchacha estuvo a su altura. Ella se detuvo, petrificada en el sitio, con el pequeño aún aferrado a sus piernas. No miró a James, sólo mantuvo la vista fija al frente, y el contorno nítido y puro de su rostro lo puso todavía más furioso-.Toda tu familia es una basura. Tu madre es una puta y tu padre un borracho de mierda. Largaos de esta ciudad y no os atreváis a volver nunca.

Aclaraciones:

Los personajes no son míos, pues pertenecen a la creadora de "Harry Potter" J. K. Rowling.

El resto de los personajes, que ustedes no conozcan, es obra de mi imaginación, y el proceso de adaptación de una buena historia.

Esperando disfrutéis.

Cedrella