.. Título:
Ojos Pardos ..
.. Capítulo I ..
.. Autora:
Annie-chan Diethel ..
.. Rating: K ..
.. Pairing:
EdxAl ..
.. Categoría: Alternative
Universe/Romance/Drama ..
.. Summary: - AU - Edward Elric
es un niño que pertenece a la élite de la ciudad y vive
bajo los prejuicios de su padre. Un día conoce a un niño
de clase baja que le cambiará la vida. ..
.. Disclaimer:
Más quisiera yo que los personajes me perteneciesen, pero como
no (aún xD) los hermanos Elric pertenecen a su respectiva
autora, al igual que el resto de personajes de la serie. El argumento
es mío¡que disfruten!
.. Notas de Autora
(importante): Primero que nada, quiero dejar el mensajito de
rigor: "Si no te gusta el contenido, ignora el fic. Es
fácil, cierra la ventana, dale hacia atrás, pero ni
pierdas el tiempo dejando una crítica sin fundamento ni
haciendo una denuncia de propiedades idénticas. Se te
agradecerá." Este fic se compone de 12 capítulos
(ni uno más ni uno menos) bastante largos. No va a
haber lemon, pero sí shonen-ai muy mono y esas cosas. Parte
típica de mí (drama), parte atípica (rosita y
florecitas). Si dejan review (cosa que se agradecería) ruego
dejen críticas constructivas para mejorar, y no comentarios
degradantes, insultos y etceteras (vamos, que los flames, por el ce u
ele o). Disfruten de la lectura y gracias por leer :) Dedicado
a Nao, quien me animó a escribirlo, lo siguió mientras
lo escribía y me lo beteó.
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Era un soleado día de domingo por la mañana y la ciudad comenzaba a movilizarse en sus quehaceres. Carros yendo de un lado a otro, gente andando y corriendo...
En la enorme mansión Elric, la familia se preparaba para dar su habitual paseo de los domingos. O al menos, eso pretendía, porque el más joven se negaba a dejarse arreglar por su mayordomo, escondiéndose en cualquier rincón de la habitación. El hombre, exasperado, lo buscaba con frenesí por toda la estancia, pero cuando lo encontraba se le volvía a escurrir y, entre gritos y ruido de cosas caer, la madre, Trisha Elric, apareció en la puerta, creando el más absoluto de los silencios y las quietudes.
- Edward, sal de donde estés.- ordenó seriamente.
El niño apareció, apenado, de bajo una pila de peluches, con la elegante ropa mal colocada y arrugada y completamente despeinado. Se acercó a la mujer y ésta se arrodilló ante él, arreglándolo con cariño.
- Sé bueno y deja que Maes te arregle.- pidió con dulzura.
- No quiero ir a ese estúpido paseo de los domingos.- replicó el pequeño, cruzándose de brazos enfadado y haciendo un puchero, desviando su mirada de los ojos de su madre.
- ¿Ni siquiera lo harás por mí?- lanzó fatalmente la pregunta la adulta.
Y entonces Ed se rindió, no podía decirle que no a su madre cuando lo miraba de aquella manera. Y así fue como se dejó arreglar y veinte minutos después estaba subido en el coche con sus padres, yendo de paseo. Edward, aunque tan solo tuviese nueve años, sabía que aquel acto sólo era un intento de su padre por compensarlo a él y a su madre por su continua ausencia el resto de la semana y de su falta de atención. No podía quejarse, puesto que Trisha sí que le mostraba interés y Maes, su mayordomo personal, jugaba con él y le tenía cariño, pero el desapego que se tenían Ed y Hohenheim, su padre, era demasiado grande como para pasarlo por alto.
Tenían un gran parecido físico, y aquello a veces sumía al pequeño en una terrible decepción. Su padre era dueño de numerosas fábricas importantes, y muchas marcas comerciales conocidas estaban bajo su domino también, por tanto la familia era poseedora de una muy jugosa fortuna. Tenían una enorme y preciosa mansión, con amplios jardines y multitud de estancias espaciosas por las que Edward jugaba. Y les sobraba de todo lo que pudiesen desear en cualquier aspecto. O casi todos.
El pequeño rubio de ojos dorados miraba aburrido por el cristal a la gente pasar monónotamente. Gente con aspecto pobre y menos pobre, pequeños puestecitos de mercados, y de fondo los comentarios despectivos de su padre hacia ellos. Comenzaba a pensar que quizá Hohenheim tenía razón y ellos estaban muy por encima de toda aquella "chusma", a pesar de los intentos de su madre cuando, a escondidas, intentaba hacerlo entrar en razón diciéndole lo contrario. Y llegaba a la misma conclusión de siempre: no entendía nada.
Se apearon del vehículo en una calle de tiendas lujosas y visiblemente caras, donde aquel hombre intentaba compensar a Trisha con algún vestido o alguna joya. Y, ciertamente, aquello era de lo que menos le apetecía a Edward, que se soltó de la mano de su madre y les informó que él esperaría fuera de la tienda. La mujer no pudo más que aceptarlo, ya que conocía la frustración de su hijo, pero no pudo evitar quedarse preocupada por él.
- Está bien, pero no te alejes de aquí, ¿de acuerdo?
- De acuerdo, mamá.
Se apoyó en la pared junto a la puerta del establecimiento y esperó, pero a los pocos minutos algo llamó su atención.
Risas.
Buscó con la mirada a quienes se reían de aquella manera, pero no vio nada. Así que, guiándose por el oído caminó hacia un callejón cercano donde observó, oculto en la esquina, a tres niños que jugaban con algo. Cuando se fijó bien en el objeto de sus juegos, se alarmó al ver que era otro niño más al que empujaban hasta que lo hacían caer, momento en el que se levantaba de nuevo y continuaba recibiendo empujones. Corrió hacia ellos, gritándoles que lo dejaran en paz, pero sólo recibió miradas frías y amenazadoras.
- Mirad,- dijo uno de ellos- un enano bien vestido viene a darnos órdenes.
Sin saberlo, aquel niño había tocado la fibra sensible de Edward, que ante la mención de la palabra "enano" comenzó a repartir patadas y puñetazos a diestro y siniestro, sin saber bien siquiera lo que estaba haciendo.
- ¡No vuelvas a llamarme pulga canija que es tan pequeña que ni siquiera con una lupa de aumento puedes ver porque como es tan pequeña parece una mota de polvo partida en mil trozos más pequeños que no se verán nunca más porque son microscópicas, cabezón!- dijo tras desahogarse mientras veía a aquellos niños marcharse corriendo.
Fijó entonces la mirada en el niño que había arrodillado en el suelo, que lo miraba con curiosidad y diversión ante el discurso que se había inventado.
- ¿Estás bien?- le preguntó con preocupación. No se esperaba ni mucho menos la amplia y cálida sonrisa que le dedicó mientras asentía, ni tampoco supo por qué se sonrojó cuando lo hizo.
- Muchas gracias por ayudarme.- dijo el niño finalmente- Esos tres idiotas me han pillado desprevenido, ¡pero verán cuando los vuelva a encontrar!
Lo observó mientras se sentaba en el suelo, apoyándose en la pared, analizándose la herida que se había hecho en la pierna en una de sus caídas. Se acercó a él y se fijó en su herida: sangraba un poco y el pequeño se soplaba ligeramente para que dejase de dolerle mientras le repetía que no era nada. Edward sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y le limpió la herida con él.
- ¿Por qué haces esto?- escuchó que le preguntaba el extraño, y entonces se lo preguntó él también.
- No lo sé... No me gusta que le peguen a nadie.- respondió.
- Pero es que tú no eres de la calle, lo sé porque llevas ropa nueva.
- No es nueva.
- Más que la mía sí, seguro que tienes casa, y juguetes, y comida muy rica, y ropa, y...
- Vale, vale. Sí, sí tengo esas cosas... ¿tú no?
- No, yo duermo en un sitio con muchos niños como yo y nos dan una comida un poco mala.
Un inmenso silencio se creó entre los dos por unos momentos, mientras Ed examinaba con la mirada al pequeño muchachito al tiempo que le curaba la herida. Su cabello era castaño claro y el flequillo le caía graciosamente por la frente hacia un lado. Lo llevaba visiblemente sucio, al igual que su pálido rostro, en el que predominaban dos grandes y brillantes ojos pardos en una expresión amable y dulce. Tenía todo el aspecto de ser un niño pobre, de aquellos que su padre tanto despreciaba.
- ¿Cómo te llamas?- le preguntó al desconocido.
- Alphonse, pero mis amigos me llaman Aru. ¿Y tú?
- Edward.
- ¿Y cómo te llaman tus amigos?
El rubio se quedó pensativo unos instantes: sus padres le llamaban Edward, y lo más parecido a un amigo que tenía era Maes, que lo llamaba Edward-sama. Aparte de ellos, nadie más variaba su nombre.
- Pues... o Edward o Edward-sama.
- ¡Qué aburrido! Yo te llamaré Edo.
- ¿Edo?
- Sí, Edo.
Aunque no muy convencido, Edward asintió conforme y le estrechó la mano formalmente tal y como su padre le había enseñado. Ante el gesto, Aru rió y Edo se molestó.
- ¿De qué te ríes?
- Pareces un niño rico saludando así.
- Soy un niño rico y no estoy saludando, me estoy presentando formalmente.
- Eh... ¡Tienes razón!- y de nuevo el niño de ojos pardos sonrió- Entonces, ¿significa que ahora somos amigos?
- No lo sé...- Edward dudó: nunca había tenido un amigo de verdad- ¿Quieres que seamos amigos?
- Bueno... me has salvado de esos tontos, así que... ¡me encantaría ser tu amigo!
Y tras la exclamación alegre, se abalanzó en brazos del de los ojos dorados que, con sorpresa, correspondió al gesto, sintiendo cómo dentro de él se abría paso un sentimiento hermoso: felicidad. Se separaron cuando Edo escuchó la voz de su madre llamarlo y tuvo que correr a su encuentro.
- ¿Cuándo nos volveremos a ver?- preguntó Aru mientras Edo corría.
- ¡Pronto!
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Nos leemos en el siguiente capi!
Annie-chan Diethel