Zetsuai since 1989 - After the beginning
Terminé de escribir "Forward" en noviembre de 2005 con dos sentimientos contrapuestos: por un lado, deseaba concluirla para poder centrarme en el disfrute de las nuevas entregas de Minami Ozaki, pero por otro sabía que quedaban muchas cosas por contar. Al poco tiempo hice un pequeño guión situado cuatro años después del fic, con la intención de que fuese plasmado en doujinshi.
Los meses pasaron, y las ideas fueron creciendo solas como una bola de nieve, hasta alcanzar un tamaño demasiado grande como para quedarse en un sólo capítulo de un minicómic.
Así que retomo el proyecto inicial, entrando en una nueva etapa para Kôji, Takuto y los que les rodean. Como siempre, los personajes y entornos aparecidos en el manga de Zetsuai / Bronze pertenecen a su autora.
Miles de gracias a todas las personas que directa o indirectamente me han animado a lanzarme de cabeza a esta secuela.
Capítulo 1: Pasado, presente, futuro
La Junta Directiva esperaba con cierta impaciencia en la sala de reuniones; los integrantes del Consejo de Administración de la Corporación Jôtô habían sido citados para asistir a una de las asambleas más decisivas de las últimas décadas.
Muchos de los veteranos no recordaban tanta tensión desde que el fallecido ex presidente Hirose Nanjo anunciara que iba a fusionar la empresa con un grupo extranjero y, a juzgar por los detalles intrínsecos del encuentro, las decisiones que en breve se tomarían serían de igual peso.
Los gestos contenidos evidenciaban recelo hacia el hombre que había ejercido de mandatario ficticio durante la regencia del heredero, el cuál, pese a su condición de menor, poseía la práctica totalidad de las acciones en bolsa. Los minutos pasaron lentamente, distrayéndose los integrantes colocando montoncitos de gráficos y datos de balances sobre la reluciente mesa.
La puerta principal se abrió, y un quedo murmullo de estupefacción se propagó cuando Tatsuomi Nanjo entró con porte elegante, acompañado de su joven guardaespaldas.
Aunque apenas tenía diecisiete años, su hermoso rostro de facciones perfectas reflejaba una madurez endiablada. En sus ojos brillantes no podía apreciarse indicio alguno de duda, y los cabellos, de un castaño clarísimo, caían con armonía hasta rozarle la mandíbula.
Los directivos que habían dedicado toda su trayectoria profesional a la longeva compañía afirmaron estar ante la viva imagen de su abuelo Ryuichiro, cuando la fundó en los años posteriores a la guerra. Por el contrario, los demás no podían evitar compararle con su desaparecido padre.
La misma compostura y siniestralidad, el mismo cuerpo esbelto… incluso hasta la constante vigilancia de otro muchacho de penetrante y oscura mirada.
Sin embargo, era únicamente en la apariencia física donde las sendas emprendidas por ambas generaciones confluían. Tras haber encubierto de desgracia el ajuste de cuentas, Tatsuomi se disponía a dar un paso más allá en la restauración del linaje. Tras cuatro años de larga espera al fin podía mover ficha.
- Les agradezco su puntualidad, caballeros – dijo, tomando asiento en la butaca que le correspondía.
Hotsuma permaneció de pie a pocos pasos de su protegido, asimilando detalles del escenario en estática actitud. Notó que el empleado que había tutelado hasta entonces a Tatsuomi se secaba el sudor de la frente sin conseguir ser discreto.
La respiración colectiva se detuvo cuando los finos labios del dueño legal de la empresa iniciaron su discurso.
- Como muchos de ustedes sabrán, en breve alcanzaré la mayoría de edad, pudiendo obrar en mi patrimonio sin depender de un tercero – expuso -. La tradición familiar dicta que una misma persona no puede encarnar la presidencia de esta compañía y, a la vez, ostentar el liderazgo de la técnica marcial.
Los directivos trataron de asimilar a marchas forzadas que pronto tendrían que llenar de pleitesía a un chico que podría pasar por su nieto, mas la sorpresa fue mayúscula al escuchar el resto del alegato.
- Por ello, nombro Presidente a Onizuka-san, quien ha ejercido dicho papel durante mi imposibilidad.
El nombrado abrió los ojos exageradamente, sin comprender lo que estaba oyendo.
- P-pero señor Nanjo… ¿va a renunciar también a sus títulos financieros?
- Sacaré a subasta un 30 por ciento. De esa forma seguiré siendo el mayor accionista, pero delego los cargos respectivos.
Tatsuomi entrelazó los dedos sobre la madera, yendo directamente al punto que le interesaba.
- Dejo en sus manos la responsabilidad de seguir manteniendo la compañía entre las más fuertes de Japón, y conseguir los objetivos estratégicos de arraigar en los Estados Unidos. Acudiré periódicamente a las reuniones que me conciernan como inversor potencial.
El más anciano de los presentes pidió el turno de palabra.
- Si no es indiscreción¿podría aclarar al Consejo cuáles son sus planes personales? Usted es la tercera generación de su familia a la que sirvo, me preguntaba si efectivamente renuncia al cargo para ocupar el restante.
Por primera vez desde que lo revelara la noche en que la mansión ardió, proclamó cuál era la ambición que perseguía, y a la que dedicaría su esfuerzo para transformarla en una realidad.
- Las obras de construcción del nuevo dôjo pronto finalizarán, y la escuela del Shinkageryû será restablecida.
Esbozó una sutil sonrisa cargada de convicción e ironía, puesto que ninguno de aquellos adultos era capaz de captar la totalidad de los matices de sus palabras.
- Se abre una nueva era para el clan Nanjo, una en la que pasado y futuro se funden para obviar los recuerdos del presente.
El Campeonato Mundial de Fútbol de Alemania había llegado a su fin, y aunque el clamor victorioso de los ganadores todavía podía escucharse, éste se mezclaba sin remedio con otros cánticos de nostalgia.
Había sido un Mundial de decepciones para algunos, pero sobre todo de despedidas. En las grandes selecciones muchas de las estrellas disputaron sus últimos encuentros en los partidos de mayor categoría a los que un jugador podía optar, cediendo el cetro a los que estaban llamados a tomar el testigo. Desde Zidanne a Cafú, pasando por Maldini o Kahn, el sentimiento de incertidumbre producido por el comienzo de una nueva etapa fuera de los terrenos era unánime.
Pese a todo, ninguna de dichas retiradas previsibles había calado tan hondo como la anunciada apenas una semana después de concluir la Premier League. Aún dulcemente eufóricos por haber ganado la liga inglesa, el Chelsea y su afición acogió con pena y asombro la marcha de su ídolo McKenzie.
Nadie comprendía por qué un jugador de tanto nivel colgaba las botas con sólo treinta y un años. Un palmarés envidiable y una fortaleza física curtida eran avales suficientes para disfrutar de dos o tres campañas más de victorias.
Únicamente al actual capitán del equipo londinense no le había pillado por sorpresa la decisión. Según le había confesado Greg en la habitación de hotel donde habían pasado juntos la última concentración de la plantilla, Izumi fue el primero en enterarse. Y los motivos que llevaban a su amigo a ello le parecieron razonables.
"Meras cuestiones personales", había declarado el escocés a la prensa. "Hay momentos en la vida en los que la familia es prioritario, incluso por encima de mi carrera".
Así que a mes y medio de comenzar la nueva temporada, el asiático más famoso del panorama futbolístico internacional afrontaba los cambios con positivismo, responsabilidad y una sobrecarga muscular en el bíceps femoral de su pierna izquierda.
Estaba a punto de coger las llaves del coche cuando el teléfono del salón sonó. Consultó la hora en su reloj de muñeca, preguntándose de quién podría tratarse.
En ese mismo momento, y desde la planta de pediatría de un céntrico hospital de la capital británica, el médico residente más joven de toda la plantilla se tomaba un breve descanso, rogando a la suerte para que su llamada fuera atendida.
- ¿Sí?
Shibuya suspiró tranquilo al escuchar la voz al otro lado del hilo.
- Uff, Taku, menos mal que te pillo en casa.
El delantero sonrió, apoyándose en el respaldo del sofá más próximo mientras acomodaba el inalámbrico al contorno de su perfil.
- Pues has tenido suerte, estaba a punto de irme al club.
- ¿Tienes la revisión ahora?
Asintió. Aunque Japón había caído eliminada antes de octavos, la acumulación de partidos le había dejado de recuerdo una expresa orden médica de no sobre esforzarse para prevenir roturas fibrilares. Los controles y el próximo chequeo previo al inicio de la pretemporada debían ser seguidos a rajatabla.
- Debo estar allí en cuarenta minutos. ¿Por qué lo preguntas?
Katsumi adoptó una mueca de fastidio, mirando a lo lejos la pizarra sintética donde habían escrito la inesperada orden que acababa de recibir.
- Tengo que reunirme con mis supervisores para evaluar un caso, y Seri está con los editores. Era para saber si podías ir tú a buscar al niño.
A Takuto se le iluminó la cara. Llevaba toda la semana deseando que fuera viernes, así que el súbito contratiempo para la escapada romántica que su hermana y representante habían planeado le llenó de alegría.
- No te preocupes, Kôji irá.
Shibuya insistió, lamentando darles problemas de última hora.
- ¿Seguro¿No está liado?
- Así se despeja un poco. Se pasa el día ahí encerrado.
- Nunca cambiará… - rezongó el doctor.
- Cuando vengáis mañana a recogedle quedaos a comer.
- Vale, estupendo. Oye, tengo que irme. Muchas gracias¡te debo una!
- No hay de que – respondió, risueño -. ¡Pasadlo bien!
Tras ello colgó. Sabía que la pareja apenas podía contar con un día de descanso en sus ajetreadas profesiones, por lo que encargarse de su sobrino le deportaba incluso más dicha.
Avanzó hasta el final del pasillo, entrando justo en el cuarto donde el cantante había mandado a construir un pequeño estudio de grabación. Al otro lado de la cámara insonorizada le vio sentado al piano de cola junto al invitado, el cual se echaba hacia atrás su melena granate.
- Tío¿seguro que quieres
seguir? – preguntó Liam preocupado al ver que su compañero ingería la
sexta pastilla en menos de una hora.
- Estoy bien – contestó, tratando de no hacer caso al terrible y continuo dolor de cabeza.
El teclista se encogió de hombros, pasando las hojas de la partitura hasta dar con el segmento que tantas complicaciones les estaba causando. Ya tenían grabadas prácticamente la totalidad de las pistas, mas el ritmo de ensayos que el japonés se había autoimpuesto llegaba a cansarle. Iba a marcar el compás para comenzar a tocar los dos a la vez cuando vio al otro anfitrión haciendo señas.
- Pasa, no estamos registrando – le anunció presionando el intercomunicador.
Takuto forzó el pesado pomo de la puerta insonorizadora, situándose a un lado del piano.
- Me voy ya al centro médico¿puedes ir a recoger a Hideki al cole?
Kôji se llevó la mano a la sien para masajearla, respondiendo sin ocultar su mal humor.
- ¿Tiene que ser justo ahora?
- Eres el único que trabaja en casa.
Aprovechando el alto en el camino, el antiguo integrante de Shocking Waves se levantó del taburete, estirando los brazos tras tantas horas en la misma postura.
- Mejor lo dejamos por hoy… además, yo también tengo que ir a por el mío – comentó en alusión a su hijo.
- ¿Nos vemos mañana en la rueda? – quiso saber el otro músico.
Izumi tomó al inglés de la manga y tiró de él, sabiendo que si no le sacaba a rastras de allí ninguno de los tres llegaría a sus respectivos compromisos.
- Necesitáis un descanso – afirmó -, suficiente por
hoy. ¡No te olvides de ir a la salida de primaria! Dale algo de comer y
entretenle hasta que yo llegue.
- Ya lo sé… - resopló el cantante.
En cuestión de pocos segundos, Kôji se quedó a solas en su refugio de materiales sintéticos aislantes y aire acondicionado. La tapa del piano estaba repleta de papeles con anotaciones, pentagramas, bolígrafos y una tableta de aspirinas vacía. Rodeado de aquel estéril silencio, se dijo que el desorden imperante simbolizaba a grandes rasgos la dimensión de su osadía.
Durante los últimos meses se había obsesionado con dicho trabajo instrumental, dejando de ser un nuevo reto creativo para convertirse en algo semejante a un exorcismo. Cada nota, primero plasmada en corcheas y luego interpretada sobre las teclas claroscuras, le deportaba los sentimientos que le habían acompañado a lo largo del proceso artístico: paz y dolor.
Sabía que pronto el disco estaría pulido y listo para salir al mercado, y que con ello se habría arrancado la vieja espina de no poder desarrollar su talento, pero no era suficiente. En su interior se había alojado algo denso que no era capaz de describir, lo cuál se había empeñado en aislar junto con las jaquecas producidas por la prótesis al ser empleada de forma constante.
Se puso las gafas de sol que había dejado en el recibidor, accionando la apertura automática del automóvil una vez en el jardín. Arrancó el motor antes de que el habitante canino reparara en su presencia y se deslizó por el asfalto de la tranquila zona residencial.
Aunque el colegio no quedaba lejos, prefería ir en coche para llamar menos la atención. Bastante tenía con aguantar los cuchicheos repletos de segundas intenciones que le dirigían las quinceañeras del instituto anexo.
Aparcó justo enfrente y se dedicó a esperar. El anecdótico grupo de madres que se le había adelantado se convirtió en un enjambre de personas conforme pasaron los minutos. Pronto escuchó la campana y un estruendo de voces infantiles aproximándose en estampida.
Aguantó estoicamente el barullo, disimulando como buenamente le era posible hasta que un jovencísimo estudiante le llamó, rezumando felicidad.
- ¡Hola Kôji!
Él se giró, topándose con esos enormes ojos marrones que le miraban. Suspiró y esbozó una sonrisa, puesto que la mera visión de la réplica en miniatura de Shibuya bastaba para disipar, aunque fuera en lo sustancial, lo arisco que su comportamiento.
- Arriba, monstruito – dijo a modo de saludo, levantándole por las axilas para dejarle sobre el adaptador del asiento trasero.
Le ajustó el mini cinturón de seguridad y puso su mochila en el lugar del copiloto, haciendo mil maniobras para no llevarse por delante a los múltiples y revoltosos obstáculos que invadían la carretera. Cuando al fin pudo cambiar de marcha y seguir en línea recta sin temor a atropellos, vio por el retrovisor que le estaba enseñando algo.
- ¿Lo has hecho tú? – le preguntó, aludiendo al dibujo.
- Sí, es Takuto con el balón.
Miró el papel por encima de los cristales ahumados, afirmando con contundencia.
- Seguro que le encanta. Luego se lo enseñas.
Realizó el trayecto como de costumbre, regresando al punto de partida apenas unos quince minutos después. Nada más haber librado a Hideki del cinto y abrirle, éste corrió al encuentro de su enorme y peludo socio de travesuras.
- Después juegas con él, ven a ver la tele un rato – indicó, esperando que el perro no le ensuciara la ropa.
El chiquillo obedeció, tirándose sobre el sofá sin demasiado cuidado. Le encendió el televisor y le mostró las carátulas de tres dvd's, dándole a elegir entre los disponibles.
Kôji le preparó un sándwich mientras recitaba por lo bajo los diálogos de la película de dibujos animados que había escuchado tres millones de veces, cumpliendo con las instrucciones que el delantero del Chelsea le había encomendado.
- Cuando termines pon el plato en la mesa – le pidió.
Le dejó allí, atento a las aventuras y desventuras de Mickey Mouse, mientras se disponía a terminar lo que había dejado a medias. Mantuvo la puerta del estudio abierta por si acaso, y al sentarse de nuevo al piano la sensación volvió a invadirle.
¿Por qué ese vacío? No recordaba haberse ensimismado tanto antes al componer, y menos al reestructurar. Observó el aspecto mate de la piel sintética, y la respuesta rápida pero artificiosa de los dedos implantados al tocar los sostenidos.
Se obligó a centrarse e invertir lo que restaba de tarde a ultimar la pieza, tocando en combinación con los pedales, dejándose llevar.
La cálida y melancólica melodía se propagó, captando la curiosidad del público del famoso roedor. Hideki se levantó del sillón, caminando lentamente por los suelos de parqué.
Se guió por esa música que podía percibir cada vez más cerca, llegando hasta una habitación donde nunca antes había entrado. Cuando el piano se escuchaba tan fuerte que parecía acariciar con su sonido, se quedó junto a la puerta del estudio contemplando el espectáculo.
Allí estaba de perfil en su perspectiva, con los ojos cerrados y el cuerpo acompañando suavemente la sucesión de escalas. Sus manos volaban sobre el instrumento, el cuál parecía haber cobrado vida propia.
Fascinado y ajeno a todo lo que no fuese su inocente visión del mundo, Hideki se mantuvo inmóvil, mirándole con atención hasta que el artista concluyó la pieza y se percató.
Kôji sintió un pinchazo en el pecho acompañando a un sólido dejavú. Fue como si hubiese retrocedido al pasado, y se viera a sí mismo aquella noche en la mansión, maravillado por la interpretación de la madre de Akihito. Recordó también lo que le había revelado a Takuto antaño: la prohibición y constante desafío al acudir al viejo piano noche tras noche, a pesar de los sermones y castigos.
¿Habría influido en su trayectoria como persona el que eso nunca hubiera ocurrido¿Y si no lo hubiese descubierto por casualidad?
Pero la más sincera de las preguntas surgió sin pretender, reflejada en la expresión triste que se había adueñado de su ser.
¿Y si Hideki pasaba por lo mismo que él¿Podía evitar que otro futuro, aunque finalmente no se semejara al suyo, se truncara?
Al comprender que, efectivamente, tenía la facultad de impedirlo, la angustia se transformó en una desconcertante serenidad, como si hubiese envejecido veinte años de golpe. Desde que el niño nació había tratado de seguirles el ritmo tanto a Takuto como a los propios padres, sin lograr encontrar esa chispa de instinto que todos denominaban paternalismo.
Sonrió, palmeando el espacio sobrante en la butaca.
- ¿Te gusta? Vamos, siéntate.
Mientras procedía a tocar varias teclas y le instaba a que lo repitiera, comprendió que quizás eso del paso generacional y demás teorías se reducía a algo tan sencillo como tratar de alejar a los siguientes de las experiencias que para uno mismo habían resultado dolorosas.
Sus dedos eran exageradamente largos en comparación con los del debutante, acabando por enseñarle una melodía sencilla, de esas que toda la población párvula de Inglaterra conocía.
Las horas transcurrieron como por arte de magia. La tarde empezaba a ponerse, pero un sol agradable y nada habitual penetraba con sus rayos en cada rincón de la casa, llenándola de una luz acogedora.
Takuto esperaba encontrar tranquilidad a su regreso, pero no tanta. Se extrañó al no ser recibido, hallando la tele encendida sin nadie que la viese. Apagó los respectivos aparatos y agudizó el oído, percibiendo unas notas entrecortadas y risas.
Su sorpresa fue mayúscula al toparse con la insólita estampa. Mantuvo silencio unos segundos, observando cómo el singular dúo interpretaba con simpática torpeza las mismas notas encadenadas, sosteniéndose el más joven de rodillas sobre la banqueta.
Cuando Hideki se dio cuenta de que estaba allí, se arrojó literalmente en brazos del centro de su devoción.
- ¿Cómo estás, campeón¿Estabas aprendiendo a tocar el piano? – le pregunto, llenándolo de achuchones y besos.
- ¡Es muy divertido!
Kôji se les quedó mirando, terminando de constatar Izumi se transformaba cuando estaban juntos. De nuevo ese brillo en sus ojos, la sonrisa pura y sin pretensiones, resplandeciendo más que todas las estrellas juntas.
-
¿Me ayudas a regar el jardín? – le preguntó al pequeño, sosteniéndolo
con un brazo mientras éste aferraba las piernas a sus caderas – Kôji
está ocupado, vamos a dejar que siga ensayando.
- ¡Sí! – respondió entusiasmado - ¡Y te he hecho un dibujo!
Los dos se marcharon del estudio, devolviéndole al intérprete la tranquilidad que necesitaba para sumergirse en su universo. Pero aunque de las teclas siguieran naciendo melodías, su creador se desligó mentalmente de lo que estaba haciendo.
Ese brevísimo instante le había servido para atar los pensamientos inconexos que había estado almacenando, y que la respuesta a esa inquietud que albergaba llegara por sí sola.
Posiblemente sería el paso más decisivo que había dado hasta la fecha, pero no le asustaba, porque contaba con él para acompañarle en la reinvención que la relación de ambos necesitaba. Y cuando se lo dijera, sería semejante al disco cuyo alumbramiento programaba con esmero: una ruptura necesaria con el pasado para poder encarar el porvenir.
Takuto terminó de ponerle el pijama a su huésped de honor, procediendo el mismo a meterse entre las sábanas de la cama que le habían asignado ese verano. El cuarto donde el futbolista almacenaba algunos aparatos de musculación había sido transformado en el reino particular del niño, lleno de vivos colores y muy cerca de las principales zonas comunes del domicilio.
Se sentó en el borde, tomando el cuento ilustrado que con todo el placer del mundo le narraba las noches que se quedaba allí con ellos, evidentemente no todas las que en el fondo deseaba. Leyó hasta que la respiración del oyente varió, y constató que se había quedado profundamente dormido sobre su torso.
Le arropó con cuidado, saliendo de la habitación de puntillas para no despertarle. Ya era de noche, por lo que sorteó los juguetes que habían quedado desperdigados por el pasillo, recogiéndolos mientras repasaba de reojo los discos de oro honoríficos que adornaban las paredes.
Una brisa refrescante entraba por la puerta que daba al porche, deduciendo por eso y la oda de las cigarras que le encontraría allí. Se sentó a su lado en el escalón que precedía al césped, emitiendo un leve quejido de cansancio.
- Estoy agotado… tiene más energía que la defensa del Manchester United.
Kôji asintió con la cabeza, sin elevar la mirada del horizonte. Al verle tan serio y pensativo, el delantero no pudo seguir retrasando la cuestión.
- Últimamente estás rarísimo. ¿Hay algo que te preocupe, o que quieras contarme?
- No es nada. Otra de mis rachas pre-album.
- Sé como te pones cuando estás componiendo – siguió Izumi -, por eso mismo te lo pregunto.
El cantante apoyó la espalda en la columna, mirándole de cerca y disfrutando de la apacibilidad.
- Supongo que he ido demasiado lejos. Tener que reconocer que al piano no llegaré a más es toda una puñalada a mi ego.
- ¿Lo dices por la prótesis?
De nuevo volvió a asentir.
- Me propuse hacer este disco y lo he conseguido, pero no de la forma que esperaba. He tenido que tragarme el orgullo al pedirle a Liam que me ayudase, y por eso he decidido que no daré el concierto que tenía programado.
Takuto entreabrió los labios, frunciéndose las cejas en un signo de incomprensión.
-
Kôji, llevas años soñando con eso. ¿Por qué no vas a poder hacer una
actuación, aunque sea reducida? Seguro que Katsumi podría administrarte…
- No. Sería prolongar el espejismo, tengo que asumir la realidad.
Cuando me amputé el brazo elegí sacrificar algunas cosas por otras, y
jamás me arrepentiré de ello.
Él escuchaba, terminando por asimilar sus palabras con algo de resignación.
- Supongo que tienes razón – suspiró.
- También he estado meditando – continuó -. Sobre ti y sobre mí, y lo
que hemos conseguido, la situación actual y todo eso… creo que no
podemos seguir así.
Takuto le sostuvo la mirada, aguardando el resto del discurso. Cualquier otra persona habría temblado al escuchar semejantes declaraciones en su pareja, mas él conocía demasiado bien a Kôji como para interpretar aquello como un principio de separación.
- ¿A qué te refieres?
Esperaba escuchar cualquier sugerencia, pero ni por asomo la que a continuación recibiría. En lo que respectaba al vocalista, lo había fantaseado en tantas ocasiones, llegando a rayar el colmo del romanticismo al imaginar, que la ocasión era tan cotidiana que le pareció inmejorable: los dos allí, en zapatillas de andar por casa, con Titán fisgoneándoles entre las sombras y la luna asomando en el firmamento.
- Quería proponerte que adoptásemos un crío.
Él tardó unos segundos en reaccionar. Abrió los ojos desmesuradamente, tratando de poner la mente en orden. No era una persona que se interesara demasiado por lo que no fuese su entorno cercano, así que su dosis diaria de información se reducía a un titular de prensa, o algún enunciado escuchado en la radio de camino a los entrenamientos. Sin embargo, los escasos datos que recordaba acerca de la reciente reforma del código británico le hicieron llegar justo a la conclusión que el cantante esperaba.
- ¿Pero para poder adoptar… no tendríamos que estar casados? – preguntó, sin medir el peso de sus palabras.
Cuando Izumi observó cómo el gesto del otro iba mutando hasta transformarse en una emotiva sonrisa, cayó en la cuenta de las verdaderas intenciones de Kôji: lo que realmente se escondía tras su alegato, era una petición de matrimonio.
Se quedó callado, sin saber qué decir o hacer. Ante su estática pose, el cantante se dispuso a ofrecer más datos.
- No es un matrimonio como tal, es más bien una unión civil, pero se equipara en derechos y privilegios – explicó.
Antes de que pudiera seguir aportando demás detalles, Takuto le interrumpió.
- Vale.
Esta vez fue el músico el que se quedó pasmado.
- ¿Cómo que vale?
- Digo que de acuerdo, que nos casamos –afirmó con naturalidad -. Al
fin y al cabo es como si lo estuviésemos ya, si sólo nos aporta
beneficios, sería una estupidez no hacerlo.
El perro se acercó hasta donde estaban, introduciendo la cabeza entre el hueco formado por el brazo y el costado de Izumi. Éste le rascó el lomo, queriendo confirmar lo acordado.
- ¿Entonces va en serio lo de adoptar?
- Sí, pero uno grande, nada pañales e historias de esas – medio amenazó Kôji.
- ¡Pero si no has cambiado uno en toda tu vida! – exclamó, conteniendo una carcajada irónica.
Se miraron a los ojos unos momentos, antes de seguir haciendo planes a toda velocidad.
- ¿Cuándo lo oficiamos?
- Pronto, que el campeonato está a punto de empezar. ¡Y sin parafernalias! Algo sencillo y rápido.
- ¿Te parece bien que sea aquí? Seguro que a tu hermana y Shibuya les encantará organizarlo.
Izumi echó un vistazo al jardín. Le pareció una idea muy acertada.
- Estupendo. Ahora falta decidir la fecha.
El intérprete hizo algunos cálculos, sentenciando con la contundencia acostumbrada.
- Dentro de tres semanas. El 14 de agosto, justo antes de tu cumpleaños.
- ¿Por qué precisamente ese día? – preguntó, apartándole juguetonamente el morro al can para que dejara de lamerle la mejilla.
- Fue cuando me encontraste en la calle, aquella noche…
Takuto pensó en lo rápido que había pasado el tiempo. Habían ocurrido tantas cosas desde entonces… desgracias, muertes, mil y una pruebas que superar. Cerrar un ciclo en el aniversario de su encuentro, el día antes de cumplir los veintinueve, era algo muy típico de Kôji: actos repletos de simbolismos, en los que nada sucedía al azar.
- ¿Adónde quieres que vayamos?
- ¿De verdad quieres salir de viaje? Siempre estamos de un lado para
otro, y los entrenamientos comienzan justo la semana después.
-
Podríamos salir de ruta, nos queda por ver el noreste de Escocia.
Mandamos la moto hasta allí y cogemos un vuelo privado, cinco jornadas
de incógnito serán más que suficientes.
Estaba tan cansado, física y emocionalmente, que todo le parecía correcto. Ya se zambullirían de lleno en los frenéticos preparativos cuando el sol asomase, en lo único en que podía pensar con claridad era la mullida almohada que le esperaba en la segunda planta del chalet.
- Mañana seguimos, me estoy cayendo – pidió en medio de un bostezo.
El vocalista se las ingenió para espantar sutilmente al chucho, y obtener así un poco de privacidad. Se sentía indescriptiblemente feliz y aliviado, como si lo gris de los últimos meses se hubiese evaporado, a semejanza del oscuro humo de una hoguera.
Inclinó lentamente el cuello para besarle en los labios, y justo cuando estos estaban a punto de rozar los suyos, el espectador al que no habían advertido les tiró de las camisas, mirándole con los ojos enrojecidos del sueño.
- No puedo dormir… - musitó.
Takuto rió ante la oportuna interrupción, mientras que Kôji hizo esfuerzos por no soltar alguna maldición a los cuatro vientos, cosa que le habían prohibido en presencia del niño. Resignado, decidió disfrutar un poco más de la agradable y fresca noche mientras el delantero tomaba a Hideki y se lo llevaba de vuelta a su habitación.
- Te esperaré arriba – le dijo.
Izumi iba a desaparecer hacia el interior de la casa cuando se agachó hasta poder hablarle al oído, susurrándole.
- Por cierto, nada de sexo hasta la boda. Alguna tradición habrá que mantener.
Kôji le miró, completamente horrorizado.
- ¡Si lo que quieres es tradición, prefiero ponerme un vestido blanco con velo y tacones, pero…!
Takuto negó con la cabeza, fastidiándole. Tomó la mano de su sobrino entre las suyas, agitándolas en el aire.
- ¡Buenas noches, Kôji! Eres un enfermo que no sabe esperar¿verdad?
- Sí – afirmó el pequeño, siguiendo el juego sin saber de que iba.
De nuevo a solas con Titán enroscado a sus pies, el cantante sopesó lo mucho que las cosas iban a cambiar para, a la vez, seguir siendo iguales. Se haber estado su padre con vida, seguramente el nuevo disgusto le hubiese terminado de fulminar, sin encajarlo en las conservadoras pautas de su educación nipona.
Era la culminación de la libertad que había anhelado, pagando por la misma un precio altísimo. No dejaría que la vía volviera a torcerse, aunque le exigiera mayores sacrificios, entre los cuáles se encontraba el más complicado de todos ellos, ése que, aunque no le gustara reconocerlo, conseguía intimidarle: madurar.