WASP - Parte 3 (final)

WASP
by Elenis ;)

Leed los disclaimers de la Parte 1, capullos...

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PARTE 3

Miró a la cara de la chica una vez más.

-No lo haré -sentenció, aunque en su fuero interno lo estaba deseando.

Ella pareció pensativa.

-Hagamos una cosa -dijo-. Yo me quito el sostén y tú te bajas el bañador. Así veremos si hay alguna diferencia.

George creyó que iba a desmayarse. No pudo contestar. La chica prosiguió:

-Después de todo, me has estado mirando ahí un buen rato -rió con malicia-. No creo que te importe mucho. ¿De acuerdo?

George se metió bajo el agua unos segundos y buceó en dirección a la orilla. Cuando volvió a emerger, la chica continuaba observándola; no se había movido. Sintió ganas de echar a correr, coger a Tim y largarse de la playa para no regresar; pero en lugar de eso, puso su mano sobre uno de los tirantes y contempló dubitativa a la no wasp. Ella buceó igual que George (George nunca había conocido a ninguna chica que supiera bucear) y apareció de nuevo a su lado.

George se bajó los tirantes. La chica hizo lo mismo. Con la cabeza gacha para que no se le notase el sonrojo, George tiró de su bañador hasta dejarlo por la cintura, el nivel del mar en aquella zona de la playa. La chica pareció dudar, pero después llevó las manos por detrás de su espalda y se desabrochó el sostén. Se lo quitó y observó a George, con la prenda en la mano.

-¿Y bien? -se atrevió a decir George, todavía con la vista fija en el agua.

-¿Qué?

-¿Soy un chico o no soy un chico?

Levantó los ojos. La chica, desnuda de cintura para arriba -tenía unos pechos puntiagudos, turgentes por el frío-, volvió a torcer el gesto. Observaba con interés los senos de George.

-No lo sé -respondió-. Podría ser que sí...

-¿Necesitas más pruebas? -George trató de que no se notara el tono anhelante de su voz.

-Tal vez.

La chica se acercó a ella -dos metros de distancia, metro y medio, un metro, menos- y puso una mano de piel morena en su estómago. La metió debajo del agua, siguiendo la línea del cuerpo de George. George dio un respingo cuando alcanzó su objetivo, pero permaneció firme. Tras unos segundos de investigación, no pudo evitar jadear. Miró directamente a los ojos marrones.

-¿Te... has... convencido?

-Sí -susurró la otra chica, y con la mano que tenía libre, acercó la cabeza de George a la suya para besarla.

Aquel beso fue largo y dulce. Anne fue la primera que se apartó. George, que aún conservaba el cosquilleo de los labios de su prima en los suyos, tragó saliva.

-Lo siento.

No podría asegurarlo, pero creyó ver la sonrisa de su prima en la oscuridad. Anne la tomó por la nuca y volvió a besarla. Esta vez, George se dejó llevar y metió un poco la lengua entre los labios de Anne. Ella no pareció poner ninguna pega, así que George continuó probando técnicas de juego entre una boca y otra. Cada una era un poco más arriesgada que la anterior, e iba encendiendo cada vez más el fuego en aquella zona... ésa que, aquel mismo día, había sufrido todo el peso de las emociones que Kate Manson había provocado en ella.

Acarició suavemente la espalda de Anne. Tenía entendido que los besos iban acompañados de caricias. Anne la correspondió. La punta de su lengua tocó la nariz de George, y sus caderas se movieron un poco contra ella. George se dio cuenta de que el muslo de su prima hacía contacto con La Zona, e hizo descender la mano por su espalda hasta posarla en la pierna. La apretó contra su propio cuerpo... oh, sí.

Anne dejó su boca para posar los labios en su cuello. George exhaló un pequeño suspiro; la piel allí era tan receptiva, tan... sensible. Todo su cuerpo se había puesto en el mismo estado que aquella mañana, y era un sentimiento maravilloso.

Anne movía lentamente sus caderas, y su cuerpo se restregaba contra el de su prima, que comenzaba a desear que no hubiese ningún tejido entre ambas pieles, pero no se atrevió a sugerirlo. En lugar de eso, abrazó a Anne con fuerza y puso una mano en la nalga de su prima, para mantenerla en posición. Como si aquello hubiera dado permiso a Anne a hacer más cosas, permitió que una mano abandonara el rostro de George para estimular otro lugar que ésta estaba notando también muy placentero: los pechos. Se zafó un poco de la sujeción de George y bajó su cara hasta besarla allá. George se forzó a no emitir ningún ruido que demostrase lo mucho que le gustaba y, a la vez, despertara a Leanna o Sarah. Tenía la impresión de que no aprobarían lo que Anne y ella estaban haciendo.

Timothy las observaba con curiosidad mientras se acariciaban. Dejó la interesante caracola y fue a hacerle alguna que otra fiesta a George, pero su amita no le hizo ningún caso. La chica extraña tiró de ella hacia la playa; apenas llegaron, George se tumbó en la orilla y la chica se arrojó sobre su cuerpo, cubriéndolo de besos. Timmy, con las patas mojadas, se sentó a contemplar la escena. Estaba convencido de que aquella chica, por muy rara que fuese, no quería hacer daño a George... o al menos, lo que estaba haciendo le gustaba a George. No tenía por qué intervenir, pero se sentía desplazado. Ladró para ver si se le hacía caso, pero todo lo que obtuvo como respuesta fue que George extendiera la mano hacia él y musitara "oh, Tim...", con la voz más ronca que Timothy le había conocido. Enfurruñado, decidió volver a la caracola, no sin antes comprobar que la chica y George estaban disfrutando de los placeres de uno de los hobbies favoritos de Tim: revolcarse por el barro.

George sentía que su corazón iba a estallar. La chica tiró de su bañador hasta sacárselo, y luego se quitó ella misma las bragas antes de volver a tumbarse sobre George. Tenía los labios... su sabor no se parecía a nada que antes hubiese visto. Y su piel, morena, oscura, diferente, inferior, no wasp, era como finísima seda que envolvía el cuerpo de George. Tan entusiasmada estaba con el tacto de ésta, que no se dio cuenta de que se estaba ahogando hasta que la chica retiró parte de su peso de encima de ella; entonces tomó una bocanada de aire y notó dolor en el pecho. Pero no le importaba, no en ese momento.

Las manos de la chica, que eran dos arañas inquietas sobre el cuerpo de George, se detuvieron en sus hombros mientras ella descendía con la boca por sus senos. Acompañaron su movimiento hacia abajo cuando la boca alcanzó el estómago. Y la boca no se detuvo allí, como había hecho la de Anne.

Ella se paró cuando notó que George empujaba su cabeza hacia abajo. Temblando, George acarició su pelo, sin saber muy bien lo que había pretendido, y tomó una de sus manos.

-Anne -susurró-. Os quiero.

Anne besó su estómago al tiempo que musitaba algo que sonaba como "Mmm- también, George", y reposicionó su cuerpo a la misma altura que el de su prima. George apretó su mano antes de ponerla sobre su tripa y deslizarla, lentamente, hacia su entrepierna. Anne pareció algo tensa, pero George la besó de nuevo y sintió cómo se relajaba. George separó los muslos y dejó que la mano de Anne reposara en el hueco entre ellos. La restregó contra su cuerpo, imitando los movimientos de Kate Manson en la ducha. Anne movió los dedos con delicadeza, como si entendiera que era aquello lo que gustaba a George.

-Así -suspiró George.

El contacto era delicioso. George nunca había dejado que ninguna persona se lo hiciera, quizás porque tampoco había pensado que se hiciese habitualmente. De hecho, admitió, nunca había dejado que nadie la tocara hasta hacía semanas... Jadeó y apretó con los muslos ambos lados de la cabeza de la chica. Sentir la palma de la mano de Anne por encima de la ropa era una cosa, y sentir labios y una blanda lengua directamente sobre ese mismo lugar, otra. La lengua era como un pez inquieto, acariciando, estimulando, revolviéndose... George hundió las manos en la arena.

-¡Anne!

Notaba algo muy fuerte hormigueándole en el estómago. Ese algo se deslizó hacia abajo, y antes de que se quisiera dar cuenta, ya estaba fuera. Por unos instantes se sintió en el paraíso; se agarró a Anne con fuerza y gimió, olvidando a sus compañeras de cuarto. Luego todo volvió a la normalidad, o casi. Respiraba igual que si hubiese corrido. Miró a su prima como si fuera la primera vez que la veía.

-¿Ya te has corrido?

George no supo que contestar. No sabía bien a qué se refería.

La chica levantó la cabeza y se rió. Trepó de nuevo por su cuerpo y depositó un beso en sus labios.

-Qué rápida eres -dijo-. Yo necesito algo más.

Tomó la mano de George, la besó también y la metió entre los negros rizos de su pubis. George se ruborizó involuntariamente al explorar los rincones de aquel sexo que, color y cantidad de vello aparte, era muy parecido al suyo. La chica se puso de rodillas -George entre sus piernas- y empujó los dedos índice y corazón de George hasta introducirlos... por un sitio al que George no estaba segura de poder acceder del todo, o al menos no sin un falo. Cuando había estado con Anne, tuvo miedo de empujar. No quería robarle a su prima su impecable virginidad, y menos aún hacerle daño.

-¿Estás bien? -preguntó, pues había creído ver lágrimas en los ojos de Anne.

-Sí -murmuró ésta-. Es sólo que...

Silencio. George se sintió mal. Había querido que Anne sintiera la maravillosa sensación que ella acababa de experimentar, sin pensar si ella estaba preparada para eso. Anne no había mostrado ningún deseo de que George tocara su sexo, ni le había dicho que lo hiciera; George había tomado la iniciativa. Y lo había hecho metiendo la mano por debajo de su ropa interior, en un contacto directo que Anne no había establecido con ella. Pensó que se había sobrepasado.

-¿Quieres que lo dejemos? -susurró George.

-Sí.

Sacó la mano de donde la tenía. Se sentía furiosa consigo misma; podía haberse abofeteado.

-Lo siento -se disculpó.

-No -dijo su prima-. No pasa nada.

-Pensé que...

Anne puso sus brazos en torno al cuello de George y chistó en voz baja. George observó que la cama de Leanna Wilson se movía peligrosamente, pero tras un par de gruñidos, Leanna pareció volverse a quedar dormida.

-Será mejor que me vuelva a la cama -murmuró Anne, tan bajo que George tuvo que hacer un esfuerzo para entenderla.

-Yo... -George tragó saliva. Le dolía la garganta-. Perdona, Anne.

Anne la besó en ambas mejillas. Luego, por última vez, en la boca. De una forma extraña, George intuyó que se trataba de la última vez. Anne rió suavemente.

-Estás perdonado, primo George.

Sin hacer ruido, bajó de la cama y volvió a subir a la de arriba.

George suspiró. Sus dedos se escurrían dentro del resbaladizo canal de la chica una y otra vez, y el tempo iba en aumento. Por una vez, pensó, le iban a servir de algo las nociones de música del colegio. La chica estaba húmeda; no mojada sólo con el agua salada del mar, sino también con esa sustancia que venía de dentro y que George había sentido en repetidas ocasiones entre las piernas. Cuando veía a Sarah Morgenlane cambiarse de ropa. Cuando sus amigas se reunían para contar historias sobre chicos. Cuando pensaba en Anne, su dulce e inocente prima, preguntándole qué significaba sexo, paseando a Tim por el patio de Gaylands, o riendo a carcajadas junto a Dick y Julian.

Julian era una voz lejana en la cabeza de George. A pesar de la situación, George aún conservaba una idea objetiva sobre lo que estaba pasando. Era una chica blanca, anglosajona y protestante metiendo el dedo en la vagina de otra, morena, oscura, de baja condición social y devota de a saber qué religión. Y era lo más maravilloso que había probado en toda su vida.

-¡Ohhh... síi..., síiii! -gritó la chica, presumiblemente bajo los efectos de Eso, mientras se empalaba en los dedos de George. George contempló su cabeza echada hacia atrás y su torso delante de sus ojos, comenzando por el negro pubis, y dio unos últimos movimientos a sus dedos antes de deslizarse hacia abajo y alargar el cuello para probar el sabor de la sustancia. Salada. Como el mar.

La chica se tumbó a su lado y esperó a que su respiración volviera a normalizarse. George se apoyó sobre su hombro y le apartó el negro pelo de la cara. Iba a besarla, pero la otra la detuvo.

-Espera -dijo, y se incorporó. Permaneció callada unos segundos-. Oh, mierda. ¡Ponte el bañador!

Ella se puso en pie y corrió a por sus cosas. George cogió su bañador, que estaba lleno de barro, y se preguntó qué pasaría para que la chica tuviera tanta prisa. De repente, un sonido contestó a su pregunta: la tonadilla de Alf cuando iba a pescar, proveniente del camino que llevaba a la playa.

Sacudió un poco el bañador y se lo puso. La suciedad contactaba con sus partes íntimas, húmedas y resbaladizas, y no constituía una sensación agradable. Vio a la chica que se embutía en su suéter azul, a toda prisa. George fue a ayudarla con los vaqueros; terminaron justo cuando Alf se acercaba a ellas.

-Buenos días, señorito George -saludó. A la chica no le dijo nada-. ¿Va a ir hoy a la isla? ¿Le preparo la barca?

-Eh... no, Alf -dijo George, quien por primera vez se percató de lo poco que pagaba al mozo para todas las ayudas que éste le prestaba-. Pero gracias. Muchas gracias.

-De nada, señorito -respondió Alf.

Entonces la chica le cogió del brazo.

-¿Ha venido ya mamá de comprar? -dijo, ante la sorpresa de George.

Alf asintió.

-De buena te has librado -contestó-. Regresó hará una hora. Ha traído cebollas, sémola y comida para los probes de al lado.

-Entonces creo que ya puedo volver -dijo la chica.

-Más te vale -dijo Alf, y se volvió hacia George-. Jamie siempre se escaquea cuando hay algo que hacer. No nos trabaja nada.

-Bah, bah -se burló Jamie-. Anda Alf, lárgate.

-¿Sois muchos en casa? -se le escapó a George.

-Seis -respondió Alf-. Tres chicos y tres chicas.

-¿Quieres venir a conocerlos? -preguntó Jamie. Su tono era burlón, pero George vio que la miraba fijamente.

-¡Jamie! -la advirtió Alf. Pero George sonrió y dijo:

-Me encantaría.

Alf se quedó sorprendido. Jamie levantó una ceja.

-¿Cuándo?

-¿Mañana? -propuso George.

-Hecho.

-Pe-pero -dijo Alf-. Jamie, él... ella... vive en la mansión de Kirrin. No tenemos nada que ofrecerle.

-Sí lo tenéis -contestó George, observando a Jamie-. Alf, si no es molestia, me gustaría mucho ver tu casa. Llevamos años viéndonos y hablándonos y... bueno, nunca nos hemos invitado. Nuestra relación es demasiado fría. Quisiera que eso cambiase.

Alf se puso colorado. Murmurando algo, fue a comprobar las redes de su barca. Jamie se quedó con George.

-¿Eso quiere decir que podré visitar Kirrinmansión? -preguntó.

-Si quieres... -contestó George.

Jamie rió.

-¿Y me dejaréis entrar? ¿Vosotros, con vuestras rosas, con vuestros trajes de etiqueta, uno para cada día? ¿Vosotros... tan blanquitos, tan formales, que coméis ternasco y montáis reuniones y hacéis cosas que nosotros sólo soñamos?

George no supo que contestar. Pensó: muchas cosas tienen que cambiar en este país, pero podemos empezar por ti y por mí. Pero no le salió nada. Frunció el ceño y miró a los ojos marrones; entonces se puso de puntillas, tomó el rostro de la chica entre sus manos y la besó en la boca. Muy rápido, para que Alf no pudiera verlo. Luego volvió a apartarse.

Jamie parpadeó. George se apartó un poco de ella. La chica se echó el largo cabello hacia atrás y le gritó a Alf:

-Me voy -se volvió hacia George y sonrió-. Hasta mañana -dijo, y comenzó a andar hacia el pueblo.

George la observó. Jamie se dio la vuelta un par de veces. La primera sólo sonrió y siguió andando. La segunda le guiñó un ojo y le lanzó un beso con la mano. George le devolvió el gesto, y siguió a Jamie con la vista hasta que desapareció. Sólo entonces fue consciente de la presencia de Timothy, sentado a su lado con aire de suficiencia. La caracola yacía a sus pies. Gruñó cuando George quiso acariciarlo.

-Oh Timmy, no te pongas celoso -dijo George-. Te sigo queriendo igual.

Timothy no quiso creerla... no hasta que George le agarró y le derribó. Rodaron por la arena, jugando. Luego George fue a buscar su ropa. Mientras se la ponía, vio a Alf que empujaba su bote hasta el mar, y pensó que cuando fuese mayor quería trabajar en algo relacionado con los mares. Marinera. Quizás pirata.

George y Timothy volvieron por el sendero que conectaba la bahía con la mansión de Kirrin. Iban jugueteando; Timothy saltaba alrededor de su ama, y George corría y le lanzaba ramitas. En un par de ocasiones estornudó, y supo que probablemente había pillado un catarro. Pero no había mal que por bien no viniese.

Mientras la hermosa fachada de la mansión, cuajada de rosas, comenzaba a hacerse visible, George se interrogó sobre su pelo. Hacía muchísimo tiempo que se lo había cortado y lo había mantenido casi como el de un chico. No se acordaba del aspecto que tenía con el pelo largo, sólo que lo odiaba porque le hacía parecer más chica. Quizás, se dijo, podía probar a dejárselo largo otra vez. Sólo por cambiar.

FIN

30 de Abril de 2001

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