Disclaimer: Resident Evil y sus personajes correspondientes son propiedad de Capcom.

Nota.- La letra de la canción "Long way home" es propiedad de Offspring.

Nota:
-Pensamientos y similares van entrecomillados y con las tres primeras palabras en cursiva.

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"Luz de Sol"

Por: Galdor Ciryatan

CAPÍTULO 1.- Long Way Home

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I'm driving down a dusty road
I've got nowhere to go
No place that I can call my own
On and on this road is burning…

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"La verdad no sé ni por qué escribo esto. Nadie lo va a leer, no soy famoso, no tengo familia ni amigos… Nadie. Y es por eso que tomé esta decisión. Como sea, a casi nadie le va a importar que yo no esté. Mejor terminar rápido para poder descansar al fin…"

Aquellas palabras eran escritas por un joven en un pequeño trozo de papel; lo dobló y lo dejó a un lado. El astro rey aún no mostraba su luz en ese lugar de la Tierra, pero las finas facciones del joven lograban distinguirse con claridad en esa tan desdichada mañana sin Sol. Se encontraba en la escalera para incendios de un edificio descuidado y abandonado. Se puso de pie y miró al callejón que iba a ser su último panorama del mundo… Daba asco…Tanto como su vida.

De entre los cubos de basura salían cucarachas y ratas, su nariz se inundaba del putrefacto olor de alimentos en descomposición; incluso alcanzaba a apreciar el cadáver de 'el mejor amigo del hombre', un animal atropellado, tal vez antes sí el gran compañero de juegos de un niño, pero ahora sus huesos rotos eran sólo el relleno de una bolsa de piel reseca.

"No hay nada para mí aquí. Ya lo sé, sólo oscuridad. Y más me vale ser firme porque pronto voy a ser otro cuerpo inerte en este callejón."

El joven de aproximadamente 20 años, suspiró como forma de despedida hacía un mundo que no le había tratado bien. Tomó la cuerda que estaba atada a la escalera y la pasó por su cuello. De nueva cuenta, y como algo muy frecuente, se sintió desdichado. La áspera soga en su piel ni siquiera era propia, sino robada. Siempre vivió en condiciones precarias, nunca antes le importó porque ya estaba acostumbrado, pero ahora, ese era otro de tantos factores que acrecentaban sus ganas de no seguir viviendo.

Se colocó a la orilla de la escalera con la cuerda bien apretada a su cuello.

"Si no me rompo el cuello al menos moriré por falta de aire. Será desesperante, pero nada lo es más que continuar aquí."

Y lo hizo, tuvo la valía para arrojarse de la altura de tres pisos. Aunque esa no era la cuestión, no había problema en que la distancia entre tú y el piso fuera de más de seis metros, sino el hecho de que la cuerda, casualmente atada a tu cuello, midiera tan sólo dos y medio.

El joven no se rompió el cuello pues su impulso no era fuerte. Pero sus párpados se cerraron ocultando sus ojos de color y un grito que jamás se escuchó quiso salir de su garganta… Se comenzó a asfixiar de forma lenta y horriblemente dolorosa. Su corta vida pasó por su mente; imágenes de cada lección aprendida de la forma difícil, de cada problema y pelea, de cada golpe recibido y de cada borrachera… Aquellas visiones se enturbiaron y calló en un sueño profundo y relajante. Su alma sólo deseaba paz, y ese letargo era como estar en los brazos de la persona en quien más podía confiar.

/ Luz de Sol… Miradas perdidas, miradas que se encuentran, miradas que no ven. Siempre habrá Sol para iluminar hasta al más desdichado. Que abran los ojos esos de las miradas perdidas para que se encuentren y puedan ver. Tendrán luz en este lóbrego camino si poseen la capacidad de creer. /

Sus párpados tuvieron la reacción de abrirse al acabar su inconciencia, pero la luz clara y la blancura de lugar en donde estaba le lastimaron la vista. Volvió a ocultar sus hermosos ojos azul-verdes y centró su atención en los sonidos… Pero ninguno había. Un silencio y una quietud inmensos le rodeaban. Él sintió cómo yacía recostado sobre algo suave y mullido. Pero pronto vino una nueva sensación: un ardor y un ramalazo en su cuello, algo que sentía quemar su piel.

—Señorita, ¿es necesario que me quede más tiempo? Ya le dije a usted y al doctor todo lo que sé —. Una voz de la lejanía llegó hasta sus oídos de improvisto. Era un eco en medio de la nada.

—Estoy segura de que la policía no tarda en llegar. Ya los llamaron hace rato.

— Ya voy tarde al trabajo, señorita…— respondió un hombre.

Pero él era alguien con principios, no podía salvar a alguien y darle la espalda. Al menos esperaría a que el muchacho despertara.

Se sentó en una silla junto a la cama donde yacía un joven pelirrojo. Lo miró. Tendría unos 18 años, era de facciones finas y seguro su mente era una maraña. Para haber hecho eso tan desesperado…su vida no debía estar en orden. En su cuello se apreciaban marcas rojizas, sin embargo, lo peor eran las cicatrices emocionales. Lástima que su salvador no lo sabía y no lo podía consolar. Y es que verdaderamente, las marcas que la vida había hecho sobre ese muchacho eran muchas, pero otras tantas se las había puesto él mismo.

"¿Dónde estoy? Quiero morirme de ya de una vez por todas" pensó el joven antes de hacer otro intento por abrir lo ojos. Esta vez la luz no le lastimó tanto. Vio paredes blancas y que una sábana azul celeste cubría su cuerpo; estaba en una habitación pequeña, la de un hospital.

La enfermera no estaba ya, esa mañana había mucho trabajo y tenía rato de haberse marchado; así que la única compañía que el pelirrojo tenía era la de un hombre a su lado.

— Ya despertaste— se alegró él.

"¬¬u No, tengo un trastorno y abro los ojos mientras duermo" pensó el joven. — ¿Dónde estoy? — preguntó alzando medio cuerpo de la cama.

— En un hospital. La ambulancia te trajo hace un rato— contestó el hombre en tono afable—. ¿Cuál es tu nombre?

— Steve…—. No hubo más. Ni segundo nombre ni apellido. Ni siquiera preguntó al hombre que le acompañaba cómo se llamaba.

— ¿Qué fue lo que pasó? — dijo volviendo a recostarse.

— Eso yo esperaba que tú lo explicaras.

Sin embargo, el pelirrojo guardó silencio. Su vista clavada en el techo indicaba que no iba a responder.

— Quiero irme a mi casa— soltó.

— La policía va a venir. Nos van a hacer unas preguntas.

Qué irónico… Ese mismo hombre era un oficial de la ley, ahora iba a llegar tarde a su trabajo por salvar a alguien y estar esperando a que otro policía llegara y lo interrogara, siendo que bien podrían ser compañeros de trabajo.

— No creas que soy enfermero— le dijo el hombre—, iba caminando a mi trabajo y te encontré… Te salvé la vida.

En su voz no había pedantería o presunción. Pero cuado salvas a alguien de morir ahorcado al menos esperas un 'gracias'. Contrastando, Steve se puso de costado dándole la espalda al policía. Éste sólo sonrió; le era umy común tratar con ese tipo de jóvenes: malcriados, groseros, apáticos, con complejos de 'nadie me entiende', 'nadie me quiere', 'odio a todo el mundo', 'el mundo me odia', y otros tantos.

El policía fue a llamar a la enfermera puesto que el muchacho no parecía tener ganas de conversar. Ella llegó rápidamente y empezó un chequeo de rutina: revisar el pulso, que las pupilas respondieran, reflejos normales…

"Quiero largarme ya" decía o murmuraba constantemente Steve, quien no desaprovechaba oportunidad alguna para hacer gestos, señas o caras de fastidio. Al mismo tiempo, el hombre que le salvó era interrogado por un oficial de policía que recién había llegado al hospital.

/ El tiempo pasa y la gente olvida. No hay coincidencias… Si encuentras algo varias veces es porque no lo debes olvidar. Tenlo en tu pensamiento. No hay coincidencias. No olvides lo mismo dos veces. Razones sobran del por qué. /

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"Es una bonita mañana aquí en el sur de Texas, la temperatura oscila en los 59 grados Fahrenheit. Se esperan nublados parciales para la tarde y…" La voz de un locutor de AM llenaba la habitación de uno de los barrios humildes de Texas; era un edificio de dos pisos. Ahí vivía gente que necesitaba un lugar barato para residir. Los departamentos eran pequeños y modestos pero limpios y ordenados… al menos la mayoría.

El hombre de pelo largo castaño que escuchaba el radio, y propietario del lugar, bajó el volumen del aparato de sonido cuando creyó oír los pasos ya identificados de uno de sus inquilinos; era un andar apresurado, propio de un joven. El casero, un español llamado Luis Sera, salió de su sala de estar hacia el pasillo principal del edificio. En el acto, un pelirrojo con rostro de enfado entró azotando la puerta.

— Burnside, me debes la renta de este mes.

— No tengo dinero— contestó indiferente y pasó al lado de Luis sin mirarlo.

— ¿Por qué carajos no estas en la escuela, Steve?

— ¡Por que no me da la gana! — gritó él subiendo las escaleras con pasos grandes.

— Vaya, ese chico está peor cada día— se dijo a sí mismo Luis.

Steve entró a su departamento, ni se molestó en cerrar con llave. Sólo se fue a su cuarto y se tumbó en la cama mientras escuchaba una canción en FM… 'Long way home' se titulaba…

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Like fragments of a broken mind
I splinter by my own design
This search is not a waste of time
On and on this road keeps burning.

My hands are glued upon the wheel
The road ahead is all I feel
The only thing left that's real
On and on I'll take this long way home…

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La mente de Steve estaba inquieta. Nada en su vida valí la pena, mucho menos él mismo. Y aún así, Yahvé, Alá, Jehová, Cristo o quien fuese, le ponía trabas para que su deseo de morir se cumpliera. Ese policía no era el único que le había salvado…

La primera vez que se cortó las venas, un bombero lo encontró. Hubo un pequeño incendio en uno de los departamentos, nada pasó a mayores. Pero al llegar los bomberos sacaron a todos del edificio. Al entrar al departamento de Steve lo encontraron en el piso desangrándose…

La mancha nunca se quitó…

Pero ahora, el pelirrojo se ponía a pensar en todo eso. Tantos intentos de suicidio y ninguno le salía bien. No era posible que se diera un tiro, no tenía dinero para las balas, mucho menos para el arma. Sus opciones habían sido el desangramiento, las 'caídas libres', y, más reciente, la asfixia. Pero de una u otra forma solamente terminaba con magulladuras, desmayos o, en su defecto, en el hospital. ¿Sería que no lo estaba intentando con ganas? ¡Qué va! Seis intentos en tres años no estaban mal para un muchacho de su edad y de sus recursos.

Una vez le había dicho a Luis que le ayudara a terminar con su vida. El español le contestó histérico: "¡Carajo! ¡¿Qué estás demente! ¡Necesitas un psicólogo, Burnside!" Bien, esa no fue una buena idea desde ningún punto de vista. Además, desde ese entonces, Luis empezó a hacerle sugerencias sobre conseguirle ayuda. Steve siempre lo desoyó.

Sin embargo, el muchacho tal vez sí necesitaba ayuda... pero ayuda para cumplir su deseo de morir… Más tarde iría a algún bar a buscar problemas. Sí, esa era la solución. Cualquiera que tuviera un arma y fuera una persona irritable podía serle de gran ayuda al muchacho.

.-.-.-.

En una oscura noche para un joven, el alumbrado público iluminaba la ciudad, no así su triste corazón. Necesitaría de una luz en su vida para guiarle… Pero Steve no tenía prácticamente a nadie.

Con la mirada abajo y avanzando a trancos se dirigía a un bar poco frecuentado en una calle secundaria. No era ningún lugar de mala muerte, pero sus clientes no pecaban de abstinencia de alcohol. El muchacho esperaba que no le pusieran trabas a la entrada del lugar (pues era menor de edad). Con un poco de suerte lo verían mayor y no le pedirían identificación… Gran error.

Se formó detrás de dos chicas cuando llegó. Dos tipos altos y fornidos estaban en la puerta. De inmediato vieron a Steve muy aniñado y le negaron el pase.

— ¡Con una &..¿-/#$, déjenme entrar! — protestó el muchacho.

— Muéstrame una identificación— le dijo uno de los tipos.

Steve hizo caso omiso y quiso pasar por un lado de ellos. Uno de los tipos de le puso una mano en el pecho y lo empujó para atrás.

— ¡No me toques! — vociferó el jovencito.

— Lárgate con tu mami y dale espacio a los clientes que sí tienen edad para beber.

Al muchacho, aquel comentario le hizo enfurecer y entonces le propinó un puñetazo en la quijada a uno de los tipos. Genial, ya iba a obtener problemas. Uno de los sujetos, que era afroamericano (y lo digo así para que no me pase como a Chente), golpeó a Steve directo en el rostro. Le iba a quedar marca, si no era por lo menos que tenía la nariz rota, además de que le sangraba.

Pero la terquedad no lo dejó retroceder. De nueva cuanta quiso golpear al tipo, esta vez iba a ser en el estómago, pero él es cubrió del golpe. Entonces, ese hombre de poco menos de dos metros, hombros anchos, músculos desarrollados y piel oscura, tomó el delgado cuerpo de Steve por las ropas y lo arrastro varios metros lejos de la entrada del bar sólo para dejarlo caer entre las sombras y patearle en rostro y el pecho. El joven estaba adolorido y se retorcía mientras el otro regresaba a su lugar de trabajo como si nada hubiese pasado.

Pero las mulas son mulas… Steve no se detendría hasta no tener la cara hinchada, los ojos morados y los huesos rotos o sacados de lugar. Se puso de pie con dificultad, aunque la adrenalina verdaderamente le era de mucha ayuda. Comenzó a caminar hacia el bar con todas las intenciones de de desquitar su ira y su dolor contra esos tipos, o terminar tan golpeado que un sueño eterno se lo llevara; lo que ocurriera primero. Y entonces…

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Él nada más pasaba por ahí. Iba en su coche rumbo a su casa. Por simple casualidad pasó frente a un bar y a las afueras de éste divisó a un muchacho que ya conocía, al que le salvó la vida. Vio como ese pelirrojo se levantaba del piso y luego se acercaba al a entrada del bar a discutir con dos hombres. Comenzaron los empujones… El policía estacionó rápidamente su auto y después bajó de él. Caminó con pasos grandes hacia el local.

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— ¡Ya lárgate de una vez! No queremos problemas con niños malcriados— hablaba el afroamericano.

— ¡Trata de obligarme! — le contestó Steve y se le echó encima.

Justo en ese momento, el policía llegó y sujetó a Steve para que no avanzara.

— ¡Suéltame! — prtestaba.

— Muchacho, cálmate… Steve, tranquilo— le decía el recién llegado agarrándolo por la cintura. Aún recordaba su nombre.

— Háganos el favor de llevarse a su sobrino de aquí— habló unos de los empleados del bar.

El rubio policía jaló a Steve hasta su auto que estaba aparcado muy cerca. El muchacho se quejaba y forcejeaba con el mayor, pero no con suficiente fuerza como para que lo soltaran. Su cuerpo se encontraba cubierto de su propia sangre y sentía el cuerpo agotado. Finalmente cedió y el policía lo metió en su auto. Encendió el motor y arrancó.

— Ten— el desconocido le tendió un pañuelo desechable para que se limpiara la cara—. Me llamo Leon— Ok, ya no era un extraño. Ambos sabían el nombre del otro y no era la primera vez que se veían.

Con cierto recelo, Steve tomó el pañuelo y se quitó la sangre del rostro.

— ¿Dónde vives? — preguntó Leon luego de un rato.

— No te importa.

— Pues entonces dónde te dejo.

— En el lugar que sea— contestó indiferente.

— Oh, ¿así que tampoco te importará si dejo a mitad del free way? — intentó bromear el policía.

— Genial, saltaré delante de un auto para que me arrolle.

Hubo un silencio incomodo mientras Leon se dedicaba a conducir y Steve a mirar a la carretera.

— No sé cuál sea tu problema pero necesitas ayuda, hablar con alguien. ¿Puedo llevarte con tus padres a la casa de algún amigo? Seguro tu familia te puede ayudar.

Eso era echarle sal a la herida abierta. — No tengo a nadie— confesó tristemente Steve. Su mirada perdida y desconsolada hubiera podido poner melancólico a cualquiera.

— Pero yo estoy aquí ahora— dijo Leon para animarlo—, puedes hablar conmigo si tú quieres.

En un semáforo, el policía se detuvo a esperar la luz verde, entonces miró al pelirrojo. Él tenía la vista hacia el frente, pero Leon lo tomó del mentón y lo hizo voltear. El rubio le sonrió ampliamente, sin embargo, el muchacho no devolvió el gesto. El semáforo mostró luz verde y el policía arrancó.

— ¿Puedo…ir contigo...a tu casa? — preguntó Steve un poco apenado.

— Justo para allá iba.

— Bueno… Es que si llego a mi departamento a estas horas, Luis, mi casero, me va a ver así pero no quiero que me regañe.

— No hay problema, vivo solo. Puedes quedarte esta noche pero mañana debo ir a trabajar… Por cierto, ¿no necesitas ver a un doctor?

— Ya no me duele tanto.

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¿Y si acaso Steve no estaba destinado a morir tan joven? ¿O por qué cuando cometía alguna estupidez alguien llegaba y lo salvaba? Debía de haber razón para tantas coincidencias. Steve jamás se había puesto a pensar en aquello. Tal vez era hora de reflexionar un poco… ¡Nah! Más tarde lo haría.

Llegaron a la casa de Leon. Era un lugar muy bonito en un barrio muy tranquilo y agradable. El patio frontal estaba muy cuidado y era amplio. La propiedad no tenía reja o cerca en la parte del frente, ninguna casa de la zona tenía. Leon estacionó el auto en la cochera y ambos entraron a la residencia. La casa del policía era de un solo piso pero grande y con un ático; además de ordenada, eso notó el pelirrojo al estar dentro.

— Hay un sofá amplio en la sala. ¿Estará bien para ti?

— Ajá, no hay problema… ¿Me puedes prestar tu teléfono? Necesito hablar con mi casero.

— Hay uno inalámbrico en la cocina.

El policía guió a Steve al susodicho lugar. El pelirrojo marcó y se recargó en el marco de la puerta mientras esperaba a que le contestara.

—… No me gusta la idea de que te quedes con un tío que acabas de conocer.

— Luis, no hay problema. Estaré bien, él parece de confianza, me dejó quedarme por esta noche.

¿Vendrás para mañana?

— Eso creo… Sí, sí. Llegaré temprano.

No quiero que hagas tonterías ni digas estupideces. ¿Me entendiste?

— ¿Por quién me tomas?

—… ¬¬ …

— Ok, no contestes… Luis, me portaré bien…

Al tiempo que el muchacho hablaba con su casero, Leon le observaba desde el interior de la cocina. Era un jovencito adorable (omitiendo su carácter, claro); tenía ojos azulverdes muy llamativos, cabello como para quedarte horas acariciándolo, facciones suaves, una complexión bastante aceptable y… ¿Por qué estaba el policía pensando en eso? ¿Por qué veía al muchacho de aquella forma? Leon se sintió muy extraño. Era mejor que dejara de mirarlo. Se giró y empezó a preparar algo para cenar. Nada para un gourmet, sólo para poder sentarse a la mesa y poder conversar con él.

Que ironías de la vida que al colgar Steve el teléfono, quien fue observado fue el rubio. El muchacho le miraba descaradamente recargado en el umbral de la puerta. Leon estaba de espaldas así que no lo notaba, pero toda su anatomía era vista, juzgada y vuelta a mirar. Steve tenía tendencias un tanto…raras desde hace algún tiempo. De vez en cuando se fijaba no solamente en las mujeres, sino también en los hombres.

Y ahora miraba Leon de pies a cabeza y por alguna razón se olvidaba de las minifaldas y las blusas escotadas para centrase en aquel hombre de la ley. Su cabello era cenizo, sus ojos verdes, espalda ancha, cadera estrecha y trasero espectacular.

— ¿Qué miras? — cuestionó Leon tratando de no sonar enojado al percatarse de la lasciva mirada del más joven.

— ¿Eh?... No, nada—. Pero Leon tenía algo más que debía haber saltado a la vista, algo dentro de él y que lo rodeaba, un don, una cosa que lo hacía especial y que le ayudaba a ser oportuno… Sin embargo, Steve no lo notaba todavía.

El policía trató de restarle importancia al asunto. Ambos se fueron al comedor como si nada hubiera pasado. No obstante, el muchacho continuaba viendo al rubio de vez en cuando. No desperdiciaba la oportunidad de apreciar un buen panorama cuando Leon le daba la espalda.

— ¿Dónde vives? — le preguntó el mayor por segunda ocasión del día.

Pero el muchacho no respondió, agachó la mirada y la clavó en su comida. El silencio se hizo presente. La verdad es que no le gustaba hablar de él ni de su vida. Le avergonzaba tener que decir que vivía en un lugar humilde donde por la noche se escuchaban patrullas, disparos y discusiones en la calle de en frente así como dentro del mismo edificio.

— Pero, ¿si tienes hogar' ¿O no? Hace rato dijiste que ibas a llamar a tu casero.

A Leon le preocupaba que Steve no tuviera un lugar fijo para vivir. Afortunadamente su preocupación no tenía razón de ser.

— Pues, sí, vivo solo en un departamento de renta…

— Steve, ¿no te gustaría hablar con alguien? Me refiero a tus problemas. Dices que vives solo, así que creo que te haría bien comentarlo, no te lo tienes que guardar todo.

—… ¿Dónde voy a dormir? Ya tengo sueño—. Vaya que el muchacho era evasivo.

Pero estaba bien, no había por qué presionar al chico. Lo dejaría dormir y descansar tranquilamente. Tal vez mañana ya tuviera ganas de hablar.

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Cada uno se fue a acostar. Como el muchacho pelirrojo no traía más ropa que la que llevaba puesta, durmió algo freso; es decir, se despojó de su chaqueta, playera, pantalón y tenis y se acostó así.

Ahora sí se puso a reflexionar. Tenía muchas horas de ahí a que la madrugada llegara.

"No sé. A lo mejor ya no debería tratar de suicidarme. Quizá halla razones para que la vida me ponga a este tipo de gente en el camino. Leon parece buena persona, es muy amable, considerado y me sonríe muy seguido. De hecho, me gusta su sonrisa. Algo tiene. Pero, en fin, mañana me voy a ir y seguro no lo vuelvo a ver. Regresaré a mi departamento, luego veo con qué le pago a Luis. Tal vez debería disculparme con él por cómo le hablo… ¡Bah! Luis ya sabe que lo que digo cuando estoy enojado no es enserio."

Largo rato pasó Steve pensando en la gente que le rodeaba, buenos y malos (según los estándares). Tan absorto se encontraba que no notó cuando alguien se sentó a su lado en el sofá. Luego, una mano ajena se dirigió a su cabello. Suavemente comenzaron a acariciarle los rojizos mechones de pelo. Un escalofrío le recorrió el abdomen y el pecho desnudos. Se comenzó a incomodar al sentir unos dedos en su rostro tocando sus pómulos y su frente. Leon dijo que vivía solo, así que no podía ser otra persona más que él. Pero ¿qué debía hacer Steve? Si abría los ojos y encaraba a Leon, él se avergonzaría por descubierto y se marcharía. El pelirrojo no quería eso, le gustaban aquellas caricias. Jamás nadie le trataba con dulzura, no tenía a alguien que lo abrazara o que le hablara amablemente. No estaba acostumbrado a recibir afecto, pero como ser humano realmente lo necesitaba.

¿Y qué había de Luis? ¿Qué no era su amigo? Bueno, sí. Pero Luis era nada más que un español un poco tolerante, extrovertido, que trataba de ser justo y ver que Steve pagara la renta y fuera a la escuela.

Sin embargo, Leon era muy distinto. El policía era a la primera persona a la que no tenía que darle dinero para obtener caricias. La piel del pelirrojo se ponía como de gallina al advertir las manos de Leon en su cabello y en su rostro. Pero un nuevo escalofrío le recorrió cuando esas caricias cesaron. ¿Por qué se detenía? ¿Se iba ya, tan pronto?

Leon sólo estaba ahí por curiosidad, quería saber si el pelirrojo permanecía aún en la casa. Habiéndolo tratado un poco se daba cuenta de que era impulsivo, por lo que probablemente hubiera podido despertar e irse así sin más. Pero no. Continuaba en sofá de la sala con su cuerpo cubierto por una manta. Leon volvió a contemplarle en silencio. Se embeleso a causa de ese cabello rojizo y esas facciones de un inocente y tierno ángel.

"Ojala fuera así de lindo y agradable tanto dormido como despierto… pero tiene mal carácter".

El rubio de ojos de color lo miró por vez última y se dispuso a marcharse. Steve sintió un fuerte impulso por abrir los ojos y pedirle que le acompañara, mas no lo hizo.

"No te vallas. Quédate, tócame, acaríciame. No tengo a nadie que me haga compañía en la vida. Quiero a alguien bueno y amable para que esté conmigo en mi camino y me guíe. No te vallas."

Pero todo se quedó en pensamientos y en un deseo de afecto y de calor. Sólo la luz de la calle que se colaba por la ventana permaneció junto a Steve en esa noche en la que casi no pudo conciliar el sueño.

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En la madrugada, un extraño y penetrante gruñido asustó al pelirrojo. Era el sonido de algún animal. Pero, por Dios, estaba dentro de la casa. EL muchacho se levantó alarmado y miró a todas partes. Exactamente de detrás del sofá era de donde provenían los gruñidos. Entonces lo vio: un enorme perro-lobo de color blanco, ojos celestes y colmillos bastante bien desarrollados le estaba mirando. El animal ladró a Steve y continuó gruñendo. Al pobre chico casi le salta el corazón del pecho al ver y escuchar a tremendo perro-lobo. Se quedó pasmado e inmóvil causa del susto.

— No le tengas miedo— habló Leon desde la cocina—. It siempre gruñe cuando está en ayunas.

Al reconocer la voz del policía, el perro se dirigió a la cocina dejando de lado la presencia de Steve.

— ¿It? —pronunció el muchacho mecánicamente en voz alta.

— Así se llama el perro.

"Qué nombre tan extraño para una mascota… Mejor dicho, qué mascota tan extraña. Es el perro más alto que he visto en mi vida, más que un San Bernardo. Y esos ojos…azul cielo, como los de los Husky pero… ¡¿Qué estupideces estoy pensando! Ya me debería marchar de aquí. Necesito ir a conseguir el dinero de Luis".

— Leon, ya me voy— le avisó el pelirrojo luego de vestirse rápido.

— Quédate a desayunar— sugirió el rubio mientras preparaba algo para comer—. Si quieres después te llevo a tu casa o a la escuela.

— Yo…ya no estoy yendo a la escuela.

— Steve, sé que debes tener problemas. Habla conmigo, te sentirás mejor si lo haces.

—… ¿Puedes dejarme en Cielo Vista Mall?

Bueno, si el muchacho no quería hablar, que así fuera. Leon le había permitido quedarse a dormir, le ofreció alimento y la posibilidad de desahogarse, y a pesar de todo él continuaba igual de renuente. Tampoco podía obligarlo a cambiar de actitud, a visitar a un psicólogo o a contarle todos sus problemas. Ni hablar. Steve ya estaba grandecito y, "árbol que crece torcido…"

.-.

Leon llevó al muchacho a un Mall. No volvió a insistirle nada, había hecho el intento y la intención es lo que cuenta.

Luego de eso se fue a su trabajo.

Por su parte, el pelirrojo anduvo deambulando por todas las tiendas. Buscaba gente de fuera, ingenuos, cualquiera que le sirviera de pichón. No era muy exigente, se conformaba con robar poco, lo que cubriera lo de la renta.

No se le dificultó mucho. Encontró a unas chicas bobas y despistadas. Se acercó con ellas y comenzó a decirles cosas tiernas, piropos. Ya tenía experiencia en ese trabajo. A una de ellas le quitó un monedero, y a otra, un anillo de plata.

Pero lo que no sabía Steve, es que cuando estaba con esas chicas, una persona le observaba. Alguien que lo conocía desde hacía algunos meses.

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Steve entró al edificio donde vivía. Trató de no hacer ruido apara que Luis no notara su llegada y lo cuestionara. Afortunadamente no se lo encontró…a él, pero a otra persona sí.

— Steve, te vi esta mañana en Cielo Vista— habló la suave y hermosa voz de una mujer.

— Señorita, buenos días.

La mujer estaba de pie en las escaleras y recargada en la pared. A través de sus gafas oscuras miraba a Steve directo a los ojos. Ella era de las únicas personas con quienes el pelirrojo hablaba sinceramente (a veces); sin hacer demasiados gestos o decir muchas malas palabras.

— ¿Eran amigas tuyas esas chicas? Una de ellas era linda.

— On, no, señorita Ada. Sólo eran unas conocidas— mintió.

— No te metas en problemas. Si no tienes dinero, Luis te esperará.

Ada era una de esas mujeres inteligentes, perspicaces, centradas y que iba directo al punto. Entonces, uno la miraba, notaba sus cualidades y se preguntaba: ¿Qué hace una mujer tan bella, sofisticada y con tan buen gusto en un lugar barato y humilde?

La verdad es que Ada resaltaba de entre todos los inquilinos de Luis. Siempre era puntual con la renta, vestía impecable, todo el tiempo estaba arreglada y maquillada, nunca mostraba conductas inapropiadas, tenía modales… Eso y otras cosas más era Ada, pero lo que más saltaba a la atención: vivía sola y no usaba argolla de compromiso, ningún hombre la frecuentaba, además, era todo un enigma de persona; no podías adivinar lo que estaba pensando, su mente era muy profunda; y jamás hablaba de su pasado con nadie. De hecho, sólo entablaba conversación con Luis y con Steve.

— Lo tendré en mente.

Ada le dedicó una sonrisa al pelirrojo y se marchó. Mientras caminaba pensaba en él: "Pobre. Algún día tendré que hablar con él y decirle lo que sé. Pero aún no es tiempo… Tal vez cuando madure un poco más."

Steve la moró alejarse. A pesar de que era una mujer tremendamente seductora, nunca le había causado atracción. Cierto, le caía algo bien; era del 'selecto grupo' de personas con que hablaba, y es que ella no lo regañaba, no lo presionaba ni le hacía muchas preguntas. Quizá por eso hasta podía considerarla una amiga. ¡Bha! No era para tanto.

Steve se dirigió al departamento de Luis. Pensó en tocar a la puerta pero quería evitarse un sermó.

"Casí puedo escucharlo: '¿Quién era ese tío con el que te qudaste? Ya te he dicho que no andes de puto.' Lo por del caso es que Luis ya sabe d emi tendencias…no naturales, sexualmente hablando. Hace unos mese traje aquí a un muchacho. Luis nos vio entrar a mi departamento. La verdad es que no pasó gran cosa, veníamos tomados y no llegamos a nada fuerte. Sólo nos estuvimos besando y tocando. Pero desde entonces Luis pone más cuidado acerca de con quién llego acompañado."

No. En definitiva no estaba dispuesto a recibir una charla de hombre a 'hombre' precisamente sobre sexualidad; ni siquiera sobre que no debía atrasarse con la renta o que no debía quedarse con extraños.

Steve giró la perilla de la puerta del departamento del español, para su fortuna, estaba abierta. Asomó la cabeza y mencionó el nombre del su casero… Nadie respondió. Perfecto, entraría y dejaría el dinero. Cerró la puerta tras de sí al entrar.

— Luis— volvió a llamarle sólo para estar seguro… Nada. "Perímetro limpio. Procederé."

Dejó el dinero en una mesita de centro en la sala de Luis. Pero también tenía que dejarle una nota. Algo como: "Ahí está tu dinero. No me jodas y entrégame luego un recibo. Con afecto: Steve". Bien. Ese era un buen mensaje.

Se fue a la cocina y empezó a buscar en los cajones papel y pluma; pero sólo encontraba cubiertos y limpiadores.

Por azares del destino se le ocurrió abrir una puerta de la alacena. Y fue entonces que la encontró… Una magnifica, estupenda, apetitosa, sacrosanta y bendita botella de alcohol. Aún estaba nueva, nadie había olido su dulzón aroma. Al líquido fermentado y añejado pedía a gritos ahogados que alguien se deleitara con su sabor.

¿Y entonces por qué lo que es es lo que es? Por eso: por lo que es. Casi nada cambia en el fondo, la esencia sigue ahí… "Perro viejo no aprende trucos nuevos", "Cría cuervos y te sacarán los ojos", "Árbol torcido su tronco nunca endereza", "Cría lobos y te morderán la mano"… Ahí está, es la naturaleza de cada cosa, algo a lo que estamos apegados sin siquiera saberlo.

"Miro la botella. Algo en mi interior no me permite dejar de observarla y desearla… Siempre me he metido en líos. ¿Es que nunca voy a cambiar?..."

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CONTINUARÁ…

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Notas finales.- ¿Cambiará Steve? ¿Podrá él solo con todo esto? La respuesta puede ser muy obvia, no hay que pensar mucho para averiguarlo.

Bien, espero les halla gustado el primer capítulo de este fic. Si no…al menos recomiéndenselo a alguien. Acerca de los títulos, al principio van a ser nombres de canciones, en ocasiones ni siquiera pondré la letra, pero al fin y al cabo habrá una relación. Luego, a partir del quinto capitulo aproximadamente, empezarán mis títulos. Como sea, el próximo capítulo es muy corto, así que veré la posibilidad de subir juntos el 2 y el 3 o por lo menos con un par de días de espaciado solamente.

En fin, mis queridos lectores, deseo que le sigan la pisa a esta historia y me hagan notar sus impresiones. Quejas, congratulaciones o sugerencias, dejen review.

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Se despide:

Galdor Ciryatan.