EPÍLOGO II

La noche estaba resultando ser cálida y tranquila.

Sentados en un barco del parque, dos jóvenes fumaban un cigarrillo con la vista clavada en el cielo estrellado, hablando animadamente. Sabían que al día siguiente tendrían que separarse hasta Navidad, y eso les entristecía un poco, aunque ya estaban acostumbrados. Hacía seis años que las cosas estaban así y, aunque al principio había sido muy duro para ambos, ahora asumían ese asunto como algo natural.

-¿Te despediste ya de Amy?

Josh sonrió con malicia al mencionar a su antigua compañera de guardería. Aún seguía teniendo un aspecto raro. De hecho, era bastante feucha. El joven rubio no entendía lo que su hermano veía en ella, pero la realidad era que Adrien y la chica llevaban desde el principio del verano tonteando. Posiblemente, haciendo otras cosas más, pero el mago era un caballero y no hablaba con nadie sobre esos temas, ni siquiera con Josh.

-Esta tarde. Quería venir a Londres. Me costó bastante convencerla para que se quedara.

-Terca como una mula, la chica –Josh le dio una calada a su cigarro, pasándoselo a Adrien después. Sólo habían podido tomar prestados tres cigarrillos en la tienda del señor Ascott, y querían aprovecharlos al máximo –Supongo que tendré que hacer de correo entre los dos.

-Supones bien –Adrien sonrió, reteniendo el humo en los pulmones. Era una sensación agradable aquella, sobre todo porque sólo se repetía una vez al año. En verano, en casa, con Josh. Después, el tabaco ni siquiera era algo que le interesara.

-¡Dios, qué asco! ¡Estás enchochado! –Josh fingió una arcada. No podía concebir la idea de que su hermano, tan joven cómo era, estuviera enamorado. No porque le gustara Amy (que ya era raro de por sí), sino porque se negaba a disfrutar de los placeres de la vida y enrollarse con cuanta tía se le pusiera por delante antes de cumplir los... ¿Cuarenta años? Sí, esa era una buena edad –Prométeme que vas a fijarte en alguna de esas brujas pechugonas que vimos en la estación en junio. Promételo.

Adrien se limitó a reír con suavidad, cerrando los ojos y disfrutando de una nueva calada. Sintió que Josh le quitaba el cigarro bruscamente y le pasó un brazo por los hombros.

-Algún día, tú también te enamorarás.

-¿Es una amenaza? –Josh bufó, incorporándose –Sólo espero llegar a la edad del tío Jerry sin estar bajo el yugo asfixiante de una relación amorosa formal. Él es mi ejemplo a seguir.

-Al viejo no le gustará oírte decir eso...

-¡Qué le den al viejo!

Adrien se disponía a responder cuando un huracán rubio se detuvo frente a ellos. Era una chiquilla de unos once años, de largo y rizado cabello dorado, ojos negros y nariz aguileña, de facciones duras y misteriosas. En ese momento, tenía los brazos en jarra y el ceño fruncido, como si estuviera enfadada de verdad. Adrien tuvo la decencia de incorporarse un poco, pero Josh la miró con desdén y volvió al cigarro.

-¿Qué estáis haciendo?

-Piérdete, Ellie –Bufó Josh, agitando las manos como si intentara apartar a un bicho particularmente molesto –Seguro que tienes que ir a jugar con tus muñecas o algo parecido.

La niña se puso roja. No se llevaba bien con Josh. En realidad, no se llevaba demasiado bien con nadie. Había heredado el carácter paterno y solía asustar a los niños muggles, pero no a Josh. Quizá, porque pasaban todo el año juntos y tenían mucho tiempo para discutir. Adrien quería presumir de que sabía como tratarla, pero en el fondo sabía que eso se debía a que sólo se veían unos cuantos días al año. Ahora que Eillen iría a Hogwarts, el panorama no se presentaba demasiado alentador.

-¡Yo no juego con muñecas, idiota! –Eillen avanzó hacia su hermano, que alzó una ceja, impasible -¡Estás fumando! A papá no le gusta que fumes.

-Pues ve a chivarte, niñata –Josh apoyó las manos en sus rodillas, retando a su hermana con la mirada. Adrien observaba la escena como quién mira un partido de tenis, sin saber quién se llevaría aquel punto –No sabes cuánto miedo me da. Además, aprovecha ahora, porque cuando vayas a Gryffindor, papá no querrá ni verte.

Decir eso no había sido una buena idea. Adrien lo supo cuando Eillen se puso pálida y abrió la boca sin lograr articular palabra. Entonces, se abalanzó sobre su hermano y lo agarró por la camiseta amenazadoramente.

-¡Yo no iré a Gryffindor! ¡Jamás!

-Vamos, Eille. No pasa nada –Dijo Adrien, intentando poner paz. Josh sabía que se había pasado un poco, aunque no rectificaría, y Eillen era incapaz de comprender que sólo había dicho eso para molestarla –Dará igual a que casa vayas. A papá no le importará.

-¡Estaré en Slytherin! –Vociferó la niña, soltando a Josh y volviéndose hacia Adrien -¡No decepcionaré a papá!

Y se fue corriendo, mientras su cabello se agitaba velozmente. Josh bufó, acomodándose la ropa, y Adrien lo miró con aire reprobador.

-¡Menudo genio tiene la niña! Es la dulzura personificada.

-Te has pasado, Josh. Ya sabes cómo se pone cuando insinuamos que no irá a Slytherin. Decir que será una Gryffindor...

-¡Bah! Son chorradas. No sé como es Hogwarts, pero toda esa rivalidad entre casas es una estupidez. Sois magos y punto. Da igual si eres una serpiente, un león o un puñetero tejón.

-Pero a Ellie no le gusta que le digas eso. Papá le ha estado comiendo la cabeza desde antes que naciera. Si no va a Slytherin, les dará algo. A los dos.

-Pues no le pasó nada cuando tú acabaste en Ravenclaw –Masculló Josh. Nunca había terminado de entender porqué a los brujos les preocupaba tanto el asunto de las cuatro casas. Suponía que debía ser algo así como tener un status dentro de los estudiantes, pero ignoraba cuál.

-Porque Ravenclaw es aceptable. Pero los Slytherin y los Gryffindor son enemigos encarnizados, aún ahora. Y eso que las cosas se han suavizado bastante.

Josh no dijo nada. Hacía algún tiempo que sus conversaciones sobre Hogwarts eran breves y airadas. Adrien suponía que porque a su hermano aún le apenaba no haber podido asistir a ese colegio. Habían soñado tantas veces con recorrer los pasillos del castillo juntos, que la realidad parecía haber golpeado al joven muggle con tanta dureza que, de cuando en cuando, el dolor era grande y persistente.

-Será mejor que regresemos, o el viejo vendrá gritando en cuanto Ellie se vaya de la lengua.

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-¿Tienes la insignia de prefecto, cariño? Tu padre me matará si la olvidamos.

Adrien alzó una mano, agitando la "P" con aire divertido. Carole sonrió y cerró el baúl con energía, mirando a su alrededor como si intentara recordar algo que se hubiera quedado fuera del arcón.

-¿Por qué no vas a ayudar a Ellie? Yo me las apañaré solo, no te preocupes.

La mujer se detuvo bruscamente, le pasó una mano por la mejilla y le dio un beso en la frente. Después, desapareció del dormitorio que Josh y Adrien compartían, casi deslizándose por el aire. Adrien agitó la cabeza y cogió su varita, que descansaba sobre la mesilla de noche. Veinticinco centímetros, madera de sauce, flexible y con núcleo de crin de hipogrifo. Su padre había dicho que era una varita adecuada para él, íntimamente relacionada con los animales. Adrien estaba seguro de que le ayudaría a ser un gran cuidador de criaturas mágicas y no mágicas.

Acarició la varita unos segundos, recordando el agradable cosquilleo que invadió su cuerpo cuando la adquirió, unos años antes, en Ollivanders. Ya había practicado magia antes de ese día, utilizando la vieja varita de su abuela, la que Severus le obsequiara en su quinto cumpleaños, pero jamás había obtenido unos resultados tan satisfactorios con ella. Aquella era su varita. Le estaba ayudando a ser un buen mago.

-Adrien, date prisa.

La voz grave de su padre resonó a sus espaldas. El hombre le miraba con el ceño fruncido y sostenía la mano de un niño de siete años, moreno, de ojos azules y nariz puntiaguda. El pequeño Brian. El tercer y último descuido de su padre. Sin duda alguna, Severus Snape no estaba dispuesto a tener más niños no planificados de antemano. De hecho, el brujo no quería más hijos. Cuatro ya le parecía un número lo suficientemente aterrador.

-¿Ellie ya lo tiene todo?

-Ellie lo tiene todo desde hace un mes. Es previsora, no como tú, que hay que estar detrás de ti hasta para que respires.

-Ya estoy listo –Adrien agitó la cabeza, acostumbrado a los regaños de Severus. Desde que el brujo abandonara la docencia en Hogwarts, después del nacimiento de Brian, y no tenía alumnos idiotas con los que desahogar su mal genio, acostumbraba a sermonear a sus hijos por cualquier motivo, aunque ellos no se lo tomaban como algo personal. La mayoría de las veces, no le hacían demasiado caso –Podemos irnos cuando quieras.

-Bien –Severus reflexionó. Brian, desde el suelo, lo miraba expectante, sabiendo que no era conveniente decir nada en ese momento. No hasta que su padre encontrara algo más que comentarle a Adrien –Espero que no des problemas en Hogwarts este año. Estoy medianamente satisfecho con tus T.I.M.O.´s y no quiero que, bajo ningún concepto, bajes tus notas. Es más, te exijo una notable mejoría en Defensa Contra las Artes Oscuras. Un Aceptable no es suficiente para mí. Sé que puedes hacerlo mejor.

-Este año hay profesor nuevo –Dijo Adrien –No sabemos quién es, pero el profesor Lupin quiere tomarse un año sabático y...

-Nada de excusas, chico.

Severus pensaba soltar uno de sus eternos discursos sobre la responsabilidad y la perfección, pero una mano pequeña y suave tironeó de su túnica oscura. Snape podía ser implacable con los adolescentes como Adrien, incluso si eran hijos suyos, pero los niños pequeños eran su debilidad. Lo habían sido desde que su primogénito lo miró con ojos llorosos por primera vez, y así lo sería por siempre. Cuando miró a Brian, su expresión se suavizó considerablemente, y Adrien no pudo reprimir una sonrisa divertida.

-Papá. ¿Puedo ir a Hogwarts yo también? –Inquirió cándidamente el pequeño.

-Ya hemos hablado muchas veces sobre eso, Brian –Severus habló con suavidad, olvidándose de lo que había querido decirle a Adrien. Tampoco es que tuviera mucha importancia. Todos los años era lo mismo –No irás a Hogwarts hasta que no tengas once años.

-Pero, entonces, Adrien ya no estará allí –Se lamentó el pequeño, logrando que su hermano sintiera una oleada de ternura.

-Estará Ellie...

-No es lo mismo –Brian parecía apenado –Ellie irá a Slytherin. Ella dice que yo tengo cara de Gryffindor y, entonces, no podremos... –El pequeño se detuvo. Eillen nunca había tenido tacto a la hora de tratar con el niño. Solía tratarlo con la misma dureza que a Josh o a Adrien, con la diferencia de que Brian era demasiado pequeño para defenderse -¿Tengo cara de Gryffindor, papá?

Severus sonrió, no pudo evitarlo. A sus tres hijos magos les había preocupado la idea de terminar en la casa de los leones, supuestamente gracias a él (o por su culpa), y en ese momento se sintió responsable de la tristeza del menor de sus niños. No estaba seguro de si Gryffindor sería la casa de Brian, pero ciertamente no le importaba. El niño había demostrado que era valeroso y estúpidamente honrado, aunque también era astuto, tenía un gran sentido de la lealtad y era muy estudioso.

-Eso es lo de menos. No lo pienses ahora. Todavía falta mucho tiempo para que seas seleccionado.

Brian afirmó quedamente con la cabeza y no dijo nada más. Era un niño muy callado. Muchos podrían decir de él que era demasiado débil de carácter, pero Adrien estaba seguro de que era mucho más fuerte de lo que parecía. Sólo el pequeño podría haberle consolado de la forma en que lo hizo cuando, a principios de verano, Black fue trágicamente atropellado por un coche y murió. Incluso Eillen había llorado, mientras Brian insistía en asegurarse de que todos estaban bien antes de ponerse a sollozar él mismo. No era fácil saber a quién se parecía. Severus solía decir que su madre había sido un poco como Brian. Frágil como el cristal y duro como una piedra.

-Coge tus cosas, Adrien –Severus alzó al niño en brazos. Brian estaba demasiado alto, pero pesaba muy poco, y el brujo aún disfrutaba de gestos como ese. Sabía que en muy poco tiempo tendría que renunciar a coger a sus niños en brazos. Posiblemente (si Merlín lo quería), no podría disfrutar de un nuevo niño hasta que no le tocara la idea de ser abuelo. ¡Horror! Él, Severus Snape, pensando en ser abuelo. ¿Había una imagen más estremecedora en el mundo conocido y en el que estaba por conocer? –Tengo permiso para utilizar un traslador hasta el Andén Nueve y Tres Cuartos. Date prisa, o se nos pasará la hora.

Adrien hizo levitar su baúl, cogió la mochila en la que guardaba sus libros muggles y unos cuadernos de dibujo, y siguió a su progenitor escaleras abajo. La vieja casa de la familia Snape estaba cargada de vida. Las paredes, que ahora lucían un luminoso color blanco, estaban repletas de fotos inmóviles de los Snape y sus hijos, y Carole había llenado todas las ventanas de plantas y velas aromáticas. A Adrien le agradaba comprobar que, en casa, siempre olía a primavera.

Josh estaba sentado en el último peldaño de la escalera, estirando los brazos con los ojos hinchados de sueño. No había dormido bien. Severus les había echado una bronca por haber fumado y, por si eso fuera poco, él también tenía que empezar a prepararse para ir al instituto. Le quedaba poco tiempo para hacer los exámenes de acceso a la universidad y quería dedicarse al mundo de la economía y la dirección de empresas. Al parecer, Jerry Bellefort había encontrado en él al mejor candidato para dirigir los negocios de su propia familia. El hombre había aceptado que no tendría hijos, y estaba preparando a Josh para que le sustituyera en ese complicado mundo. Después de todo, Adrien quería ser veterinario, Eillen había mostrado interés por la Magia Ancestral (y Adrien sospechaba que por las Artes Oscuras, gracias a la influencia paterna) y Brian adoraba el deporte. Desde que tenía tres años y vio su primer partido de quidditch, había decidido que sería el buscador estrella de su generación y que formaría parte de los mejores equipos del mundo. A Severus, por supuesto, le daba ardor de estómago oírlo hablar así.

Carole y Eillen estaban junto al baúl de la segunda, que parecía impaciente y algo enfadada. Fulminó a Adrien con la mirada, como si estuvieran a punto de llegar tarde a la estación por su culpa, y corrió hacia su padre en cuanto lo vio, apartando a Brian con algo de brusquedad e ignorando el gesto burlón de Josh.

-Tenemos que irnos, papá –Dijo, con ansiedad –Quiero coger sitio en un buen compartimiento.

-Está bien –Severus suspiró, girándose para mirar a Josh fijamente –Cuida de tu hermano hasta que regresemos. ¿De acuerdo? Siento que no podáis venir, pero será más cómodo así.

-No hay problema –Josh se levantó y abrazó afectuosamente a Adrien –No te diré que te portes bien. Siempre lo haces –Adrien sonrió, dándole una palmada en el hombro –Mándame dulces de Hogsmeade. Ese regaliz estaba delicioso.

-Dalo por hecho –Adrien se acercó a Brian, que parecía compungido por no poder ir a Hogwarts aún –En cuanto nazcan la cría del unicornio que Hagrid está cuidando, te mandaré una fotografía. ¿De acuerdo?

-¿De esas que se mueven? –Brian pareció emocionado, dejando que su hermano lo abrazara y besara.

-De esas.

-¿Y te dejará Hagrid estar cuando nazca el unicornio pequeñito? –Adrien afirmó con la cabeza. Severus había tenido que amenazar a la profesora McGonagall con regresar a Hogwarts para conseguir ese permiso, pero Adrien lo tenía -¡Oh! Yo también quisiera poder estar.

-No te preocupes por eso. Cuando sea cuidador de criaturas mágicas, vendrás conmigo a tratar a los unicornios.

-¡Sí!

Brian pareció entusiasmado con la idea, tanto que su tristeza desapareció y se aferró a la mano que Josh le tendía. Eillen se despidió de sus hermanos con impaciencia, aunque abrazándolos breve y sinceramente, y un segundo después, sólo quedaban dos chicos en el recibidor. Josh suspiró, lamentando que el verano fuera tan corto, y miró a Brian, que se balanceaba sobre sus pies como si no supiera muy bien qué hacer.

-¿Te apetece que vayamos al parque a jugar? Te compraré un helado de chocolate y le echaremos de comer a los nuevos patos del lago.

-Papá se enfadará –Recordó el niño, aunque sonreía con algo que se asemejaba mucho a la malicia.

-¿Y? Papá acostumbra a enfadarse por todo.

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-¡Adrien!

Los Ravenclaw de sexto curso eran extremadamente escandalosos, tanto, que incluso sus propios compañeros de casa solían mirarlos con reproche de cuando en cuando. Adrien entró al Gran Comedor, hambriento y ansioso por saber en qué casa terminaba su hermana menor. Vio a sus amigos sentados en su sitio de siempre, cerca de la mesa de los profesores, y fue hasta ellos con una sonrisa en la cara. Se saludaron rápidamente, intercambiando breves impresiones sobre sus respectivos veranos, y se acomodaron de nuevo, mucho más tranquilos que al principio, gracias a Merlín.

-¿Sabéis ya quién es el nuevo profesor de Defensa? –Jack habló a gritos, como siempre. Era un brujo hijo de muggles, de aspecto desaliñado y modales descuidados. Su padre se dedicaba a la política (Adrien había visto el rostro de ese hombre en varios de los periódicos que leía Carole) y Jack parecía más preocupado por saltarse las normas que por satisfacer los deseos paternos de que fuera un buen chico. De hecho, era demasiado alborotador para estar en Ravenclaw, pero también condenadamente inteligente. Solía tener ideas bastante... Interesantes.

-Ni idea, creo que se retrasa –Ese era Desmond, una especie de contraparte de Jack. Descendiente de un largo linaje de magos pura sangre, era un chico pulcro y de ademanes rígidos y caballerescos. Serio, pero capaz de idear trastadas aún peores que las de Jack. Un lobo con piel de cordero –Su sitio está vacío.

Adrien echó un vistazo a la mesa de los profesores. Ahí estaba la profesora McGonagall, ocupando el puesto de directora, con el profesor Vector a su derecha, ejerciendo las veces de jefe de la casa Slytherin. A su izquierda, el puesto vacío de la profesora Sprout, que ahora era la subdirectora de Hogwarts, y un poco más allá otro asiento desocupado, el que normalmente pertenecía a Lupin. Adrien suspiró y saludó con la cabeza a Hagrid, que ya había llegado de su paseo por el lago. También miró a Draco Malfoy, que había pasado a ser el profesor de Pociones un año antes, y permanecía rígido y serio. Adrien no lo saludó. Dentro de Hogwarts, ellos no se conocían, aunque fuera siguiera siendo el primo Draco.

-Es una pena lo del profesor Lupin –Masculló Annie, la otra prefecta de sexto año, una chica de pelo revuelto y ojos dorados, guapa y seria. Jack y ella formaban una curiosa pareja –Me pregunto dónde habrá ido...

-Seguramente a casa –Jack se encogió de hombros –Este año entra al colegio su hija. Los Gryffindor comentan que quiere que ella se adapte al colegio sin que él ande por ahí, así que ha aprovechado para tomarse un descanso.

-¿La hija de Lupin? –Desmond alzó una ceja, claramente interesado.

-Selene –Intervino Adrien, que tenía el suficiente contacto con la familia de su antiguo profesor, como para conocer a la niña. Aunque hacía algún tiempo que no se veían, recordaba a la chiquilla perfectamente. Había heredado las particularidades de ambos padres y el chico recordaba que la pequeña adoraba cambiar de color de cabello –Es de la misma edad que Ellie.

-¡Es cierto! ¡Ellie! –Jack dio una palmada, removiéndose con inquietud en su silla -¿Te ha tocado hacer de niñera en el tren? No te hemos visto en todo el viaje.

-Hemos tenido que vigilar los pasillos –Annie le dio un codazo a su novio –Por cierto. ¿Dónde os habíais metido?

-Bueno, Desmond pensó que podríamos echar un vistazo por ahí –Jack estiró los brazos. A juzgar por la mirada de su compañero, no sería conveniente que siguiera hablando, pero no cerró la boca. Jack no solía hacer lo conveniente –Hemos descubierto cosas bastante curiosas sobre Sunders...

-¿No os habréis vuelto a meter en el compartimiento del equipaje? –Annie frunció el ceño. Sí que lo habían hecho -¿Servirá de algo recordaos que ya no tenéis once años? –Ambos chicos intercambiaron una mirada cómplice y la prefecta bufó –Sois increíbles.

-Bueno –Adrien golpeteó distraídamente la mesa con los dedos –Seguro que al profesor Flitwick le interesa saber qué es eso que habéis descubierto...

Todos sabían que la amenaza no se cumpliría. Adrien solía actuar de esa forma bastante a menudo, pero la sangre nunca llegaba al río. No era un chivato, después de todo, pero sabía como manejar a sus amigos para evitar que se pasaran de la raya.

-¿Cómo está Eillen? –Desmond optó por cambiar de tema. Siempre lo hacía cuando las cosas parecían ponerse feas.

-Convencida de que irá a Slytherin. Y esperemos que sea así...

En ese momento, un montón de niños pequeños entraron al Gran Comedor. Adrien no tardó en localizar el cabello rubio de su hermana entre ellos. Ellie caminaba con la cabeza alta, como siempre, aunque no podía ocultar su nerviosismo. Los otros chiquillos parecían asustados y sorprendidos por la espléndida visión que se alzaba ante sus ojos, y Adrien recordó el día de su selección. A él no le había llamado la atención el castillo, puesto que lo había visitado en numerosas ocasiones, pero el corazón le latió a toda velocidad hasta que el Sombrero Seleccionador decidió que haría un gran papel en Ravenclaw.

La selección dio comienzo. Pronto, la mesa de Adrien y sus amigos incrementó el número de alumnos, así como las demás. El joven prefecto estuvo atento durante el turno de Selene Lupin, que terminó en Gryffindor, y, por supuesto, en el de su hermana. El Sombrero necesitó casi un minuto de reflexión antes de cumplir los sueños de Severus Snape. Eillen iría a Slytherin.

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El profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras no había estado presente durante la cena. La directora McGonagall comunicó al alumnado que había tenido algunos problemas para llegar a Hogwarts, pero que al día siguiente daría su primera clase con total puntualidad. Adrien comprobó con alegría que los alumnos de sexto curso serían los que primero conocerían al esquivo maestro, y, al despertar por la mañana, se sentía realmente ansioso por conocerlo.

Fue uno de los primeros en llegar al Gran Comedor, junto a Annie. Desde que eran prefectos, acostumbraban a levantarse un poco más temprano que sus compañeros, dispuestos a cumplir con sus tareas con total eficiencia. Ambos eran igual de responsables y, aunque no fueran los estudiantes más brillantes de su curso, se podía contar con ellos para mantener el orden en Ravenclaw.

-Este año tendrás que echarme una mano en Defensa –Masculló Adrien, mientras ojeaba el nuevo libro de texto que les serviría como base –Es una suerte que Lupin admita en su clase a alumnos con un Aceptable en sus notas. Supongo que debo sentirme afortunado de haber aprobado...

-Sobre todo teniendo en cuenta que estabas más tieso que un palo en el examen práctico –Annie se llenó la boca de cereales y garabateó algo en un pergamino –No sé porqué te pones tan nervioso en Defensa. No eres un mago del todo malo, pero esa asignatura es tu cruz.

-Yo podía decir lo mismo de ti en Pociones.

Annie no dijo nada. Adrien había dado en el clavo, y la chica supuso que no podían ser buenos en todas las asignaturas. Lo que tenían que hacer, era echarse una mano entre todos, como siempre. Jack, que era el experto en Transformaciones. Desmond, que sorprendía a todos en las clases de Encantamientos. Adrien, que había heredado el talento de su padre para hacer Pociones. Y ella misma, que se ganó el respeto del profesor Lupin en su primera clase de Defensa.

-Supongo que has cogido Cuidado de Criaturas Mágicas y Aritmancia...

-No, Aritmancia no. Me he quedado con Historia. Ambas son igual de inútiles para mí.

-¿Historia? –Annie parecía asombrada –Debes ser el único que ha hecho semejante locura.

-Te equivocas –Adrien sonrió, echando un último vistazo a su libro y sacando el horario –Philp y Angie de Hufflepuf también la han cogido de optativa y Marius de Slytherin dice que necesita un sitio caliente donde dormir antes de Transformaciones de los viernes.

-Pues vaya grupo más animado vais a formar –Annie torció el gesto –En fin, tú verás.

-¡Oh, Merlín!

La exclamación salió de labios de una niña de primero que estaba sentada en la mesa de Slytherin, y que no era Ellie. Seguramente, ella estaría durmiendo aún. Adrien frunció el ceño, preguntándose qué ocurría, y al girar la cabeza vio a Harry Potter entrar al Gran Comedor. Intercambió un leve saludo con el resto de profesores, incluido Malfoy, y ocupó el lugar de Lupin. ¿Era posible qué...?

-Y ahí tenemos al nuevo profesor –Comentó Annie, sonriendo alegremente. Entendía el asombro de la niña. Todos los niños mágicos de su edad habían crecido considerando a Potter como una auténtica leyenda –A Jack le dará algo cuando se entere.

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-Falta muy poco para el nacimiento. Yo diría que un par de horas.

Hagrid cubrió al unicornio hembra con una suave manta de seda blanca y se aseguró de tener agua limpia a su alcance. Estaba evidentemente excitado, como cada vez que traía al mundo a una nueva criatura mágica. Adrien estaba sentado sobre un viejo tronco, abrazado a sí mismo, puesto que esa mañana de octubre estaba siendo muy fría, y observando al unicornio atentamente. Tenía el vientre hinchado y no parecía estar atravesando un buen momento, a juzgar por sus resoplidos.

Estaban alejados de Hogwarts. Hagrid había querido llevar al animal al castillo para disponer de más medios a la hora de atender el parto, pero los otros unicornios se lo habían impedido. Adrien ignoraba que esas criaturas pudieran ser violentas, pero cuando el guardabosques había cogido al unicornio en brazos, el resto de la manada lo habían rodeado y amenazado con sus hermosos cuernos. Adrien suponía que si estaban en ese lugar del bosque, preparados para ayudar durante el alumbramiento del potrillo, era porque los otros unicornios así lo querían, y se sintió afortunado. Aunque no los había visto, sentía su presencia, y eso era tranquilizador y agobiante a partes iguales.

-Quizá deberíamos lanzar unos hechizos protectores –Dijo el chico, mirando a su alrededor –Cuando el potro nazca, será totalmente vulnerable. Tendríamos que prevenir ataques de otras criaturas.

-Me parece una buena idea, aunque no lo creo necesario –Hagrid entornó los ojos, vislumbrando un ligero movimiento a unos metros de distancia –La manada está aquí, y creo que los centauros no andan lejos. Ninguno de ellos consentirá que el unicornio resulte herido.

-¿Los centauros? –Adrien se tensó. No sabía porqué, pero esos seres siempre le habían infundido un gran respeto, incluso algo de temor -¿No se molestarán porque estemos... aquí?

-Que se molesten si quieren –Hagrid echó un leño a la pequeña fogata que había encendido, y se sentó junto a Adrien –Esas bestias se creen las dueñas del bosque, siempre intentado hacer su voluntad.

-Bueno... Después de que la Confederación Internacional de Magos los desposeyera de sus tierras y los condenara a vivir en reservas, es normal que se enfaden si se invade su territorio.

Hagrid alzó una ceja, observando detenidamente al chico.

-No me digas que tengo conmigo al único estudiante de todo Hogwarts que le presta un poco de atención al profesor Binns.

-La Historia de la Magia es interesante. Creo que los magos tenemos mucho que aprender de ella, sobre todo para no cometer los mismo errores del pasado.

Hagrid no dijo nada. Había cosas sobre las que no le gustaba hablar con Adrien. La política era una de ellas, sobre todo porque, cuando el chico enganchaba a alguien, podía pasarse horas y horas hablando sobre todas esas cosas que, francamente, le parecían muy aburridas.

-¿Cómo le va a Eillen? He oído que vuelve a estar castigada –Comentó el profesor, cambiando de tema. Adrien se enderezó, abrazándose con más fuerza aún, y tosió levemente.

-Ha vuelto a pelearse con la hija de Lupin –Masculló, acercándose un poco al fuego –Papá ha amenazado con enviarle un vociferador si se mete en líos de nuevo, pero no creo que sirva de nada. Esas dos se han odiado desde el primer momento que se vieron.

-¡Oh, sí! ¡Cómo sus padres! –Hagrid rió, palmeando la espalda del chico –Los recuerdo perfectamente. Los Merodeadores contra Snape... ¡Qué tiempos aquellos!

-A papá no le gusta hablar sobre eso –Adrien permanecía serio, como si a él aquello no le hiciera gracia –Y le preocupa mucho la actitud de Eillen. Me ha pedido que le eche un ojo, pero ella no me hace ni caso y, francamente, tengo mejores cosas que hacer que vigilarla todo el tiempo. Tiene que apañárselas sola.

-Tu padre tiende a exagerar. Seguramente son sólo cosas de niños. Espera un par de meses, y verás como todo se va solucionando.

El unicornio se removió en el suelo, luchando por ponerse en pie, y Hagrid dio un bote, sacando su varita y acercándose a la criatura, que tenía el blanco pelaje manchado con su sangre plateada.

-Trae la varita, Adrien –Pidió con urgencia, palpando el vientre del animal –Encárgate de que no se enfríe y prepárate para ver uno de los mejores espectáculos de la naturaleza.

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-Al fin despiertas, Bellefort.

Adrien abrió los ojos lentamente, sintiéndose algo mareado y con ganas de vomitar. Reconoció el rostro del profesor Flitwick frente a él, observándolo con algo de preocupación, y la confusión le nubló la mente. Hasta que recordó el nacimiento del potrillo de unicornio, y que se había desmayado antes de ver, como diría Hagrid, uno de los mejores espectáculos de la naturaleza.

Sintiéndose un poco humillado por esa muestra de debilidad, intentó incorporarse, pero el viejo profesor le sujetó suavemente por el hombro y lo instó a permanecer tumbado hasta que se recuperara por completo.

-Hagrid afirma que aguantaste hasta el final –Flitwick sonrió, aunque no había burla en ese gesto –Mis más sinceras felicitaciones. No es fácil soportar la felicidad de ver un parto de unicornio completo. Dentro de unos años, podrás ser un buen cuidador.

Adrien entornó los ojos, sin entender una palabra. Quizá, porque aún estaba adormilado. En cualquier caso, pensaba repasar sus conocimientos sobre ese tema lo antes posible y comprender qué le había pasado. No es que fuera la primera vez que asistía a un evento de esas características. El año anterior, había ayudado a Hagrid con el nacimiento de los nuevos thestral, y en verano, su padre lo había llevado a Rumanía para que presenciara el nacimiento masivo de una nidada de dragones noruegos.

-¿Qué hora es? –Fue lo único que pudo preguntar, mientras sus tripas se olvidaban de las nauseas y reclamaban algo de comida.

-Lo suficientemente tarde como para que pases la noche en la enfermería. Procura dormir. Mañana podrás marcharte.

Adrien cabeceó, apoyando la cabeza en la almohada. Miró por la ventana, descubriendo la luna casi llena brillando en el cielo, y suspiró, sintiéndose nuevamente estúpido. No podía ser tan débil, debía haber alguna explicación para lo ocurrido. Quizá Hagrid supiera algo, aunque el guardabosques no estaba por ahí cerca. Debía estar ocupándose del recién nacido y, seguramente, no lo vería hasta la mañana siguiente.

-Profesor. ¿El unicornio está bien?

-¡Oh, sí! Es una hembra fuerte y sana. Hagrid quiere que le ayudes a ponerle un nombre.

-Los unicornios no tienen nombre. Es imposible domesticarlos y...

-Las acromántulas tampoco son domesticables, y Aragorn descansa en el jardín de Hagrid –Interrumpió el hombrecillo con suavidad, bajándose de la silla en la que había estado acomodado, y preparándose para marchar –Os deseo suerte.

Adrien sonrió. Sin duda, el profesor de Transformaciones tenía razón. Después de todo, Hagrid había cuidado de un perro de tres cabezas, de un dragón, de una araña gigante, de un hipogrifo y de una manada de thestral. A los que, por cierto, él mismo había ayudado a nombrar. No había ningún motivo para no bautizar al nuevo unicornio y, para ser sincero, Adrien se sentía honrado. Había podido asistir a su parto (aunque se hubiera perdido el final), y podría ser su padrino o algo así. Sólo lamentaba no haber podido conseguir esas fotografías para Brian. El pequeño se iba a llevar una decepción, pero si tenía suerte, todavía podría hacerle alguna antes de que la madre del potrillo se lo llevara al Bosque Prohibido.

Pensando en ello, Adrien se quedó dormido. Durmió profundamente toda la noche, aunque aún estaba hambriento, y cuando despertó le dolían todos los huesos del cuerpo. Era domingo y no habría clases, así que estaba ansioso de ir por ahí a estirar las piernas y relajar los músculos. Seguramente, sus amigos encontrarían divertido su desmayo del día anterior, pero Adrien estaba seguro de que podría lidiar con ellos.

Salió de la enfermería tras obtener el visto bueno de la señora Pomfrey. La mujer le recomendó beberse un par de litros de zumo de calabaza y devorar media tonelada de tostadas, y Adrien no se hizo de rogar. Estaba hambriento. Llegó al Gran Comedor bastante temprano, y no vio a ninguno de sus amigos. Todos, incluso Annie, se levantaban tarde los domingos. Él mismo no hubiera madrugado si no estuviera tan harto de estar tumbado. Así pues, ocupó su puesto habitual en la mesa de Ravenclaw, y solicitó un copioso desayuno que hizo palidecer a más de uno.

-Veo que no has perdido el apetito. Eso es buena señal.

Draco Malfoy estaba frente a él, mirándole sin su habitual gesto de constante desprecio. No había en Hogwarts un profesor más desagradable que él, por lo que muchos lo consideraban el perfecto sucesor de Severus Snape. Después de todo, era un Slytherin, enseñaba Pociones, y era totalmente parcial a la hora de repartir puntos, incluso más injusto que el temido ex –mortífago.

-Ayer no probé bocado –Comentó el chico, seguro de que estaba frente a su primo, no ante el profesor. Era extraño, pero eran dos personas totalmente distintas.

-Me alegra que estés mejor. Tu padre amenazó con venir en cuanto se enteró de la noticia. McGonagall necesitó casi media hora para convencerle de que no te ocurría nada grave.

-Tendré que escribirle una carta para tranquilizarlo –Adrien guardó silencio un segundo –Es extraño que me pasara eso. Yo me encontraba perfectamente, pero... No sé qué ocurrió. Fue muy raro.

-Hagrid dice que te pusiste blanco y te desmayaste, aunque no debes preocuparte. Por ahí dicen que es normal que reaccionaras así. Tiene algo que ver con el aura mágica de los unicornios. A Hagrid no le afectó por aquello de la sangre de gigante, y tú aguantaste mucho. Aunque seguramente a tu padre no le hará gracia que quieras repetir la experiencia.

-Pues tendrá que aguantarse –Adrien se encogió de hombros –Si en diez años no ha conseguido convencerme de que debo estudiar Pociones, no lo va a hacer ahora.

-No, claro –Draco sonrió y cambió de postura –En fin. Espero que mañana no faltes a clase. Y que entregues tu ensayo sobre el Filtro Amoroso. El haber estado en la enfermería no es excusa, puesto que has sobrevivido a tu... enfermedad.

Después, Malfoy se fue. Adrien agitó la cabeza, esbozando una sonrisa, y volvió a su desayuno. Afortunadamente, Annie había insistido tanto el viernes por la tarde para hacer los deberes, que ya no tenía que preocuparse por ese asunto. Podría dedicar la tarde a relajarse con sus amigos y, si se lo permitían, se pasaría por la biblioteca y buscaría información sobre el aura mágica de los unicornios.

Cuando estaba a punto de terminar, vio a Eillen entrar al Gran Comedor. Parecía enfadada, como cada vez que tenía que cumplir un castigo, y por un segundo Adrien pensó que no se acercaría a él. Tal y como se había temido, estaban muy distanciados. La niña quería abrirse camino en Hogwarts por sus propios medios y solía relacionarse con la gente de su casa. Aunque Ravenclaw y Slytherin no eran rivales, a Eillen no le gustaba que Adrien le recriminase cada vez que se metía en líos o se veía inmersa en alguna pelea y, por eso, apenas se dirigían la palabra. Pero seguían siendo hermanos, después de todo, y Eillen podía ser fría y dura como su padre, pero consideraba la familia como algo muy importante.

-Hola, Adrien.

-Buenos días, Eillen. ¿Quieres desayunar conmigo?

-Ya has terminado –Ellie miró el plato vacío y sonrió –Además, prefiero ir a mi mesa. Mis amigas venían detrás de mí.

-Bien. Como quieras.

-Eh... –La niña se mordió el labio inferior después de unos segundos de silencio -¿Estás mejor? Ayer fui a verte a la enfermería, pero la señora Pomfrey no me dejó esperar a que despertaras...

-Me siento muy bien. Fui un desmayo sin importancia.

-¡Oh! Y, Adrien. ¿Cómo era la cría de unicornio?

-No la vi, en realidad –Adrien se encogió de hombros, adivinando las intenciones de su hermana –Pero pensaba ir a echarle un vistazo dentro de un rato, antes de que se vaya con la manada. ¿Te apetecería venir?

Eillen abrió mucho los ojos y no pudo disimular una sonrisa. A ella nunca le habían gustado tanto los animales como a sus hermanos, pero ver un unicornio recién nacido podría ser una experiencia única que no podía ni debía desaprovechar. Así pues, afirmó con la cabeza e ignoró a sus amigas que, en ese momento, pasaban junto a ella y la llamaban con sus voces graves.

-Desayuna tranquila. Nos vemos en la cabaña de Hagrid dentro de media hora.

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-¡Mira, mamá! ¿No es bonito?

Carole tomó con gentileza la fotografía que Brian le tendía. En ella, Adrien y Eillen acariciaban el pelaje rosado de un hermoso y diminuto unicornio, mientras sonreían y saludaban a la cámara. Athos había traído la carta del mayor de los dos brujos esa mañana y, desde entonces, el niño no se había separado del retrato ni un segundo.

-Mucho, cariño.

-Adrien dice que Hagrid y él van a ponerle un nombre, y quiere que yo les ayude –Brian dio un salto, recuperó la fotografía y corrió escaleras arriba –Buscare uno genial en los libros del tío Jerry.

Carole agitó la cabeza mientras veía a su niño desaparecer. Recibir carta de Hogwarts era un verdadero acontecimiento para él, y en mañana como aquella, el pequeño estaba tan nervioso que apenas podía estarse quieto. Josh, que estaba sentado en el sofá, viendo la televisión, esbozó una sonrisa y agitó con aire distraído la carta que debía entregarle a Amy.

-Parece que Ellie no estaba de tan mal humor estaba mañana como es lo normal en ella –Comentó, consciente del difícil carácter de su hermana –Me pregunto cuánto tardará en meterse en problemas nuevamente.

-Josh...

-No me regañes, mamá. Sabes que lo que digo es verdad. Desde que ha llegado a Hogwarts, no deja de pelearse con esa niña. Adrien no era así.

-Adrien y tu hermana son personas diferentes –Carole se sentó al lado del chico –Y será mejor que no le recuerdes a Severus cómo se comporta. Ya está bastante malhumorado.

Josh sonrió y cambió el canal de televisión. Sabía que Severus no se había tomado bien el comportamiento agresivo de su hija. Él quería que sus vástagos fueran estudiantes modelos, que sacaran buenas notas y no tuvieran que ser castigados constantemente y, en ese sentido, Adrien había cumplido con sus expectativas. Desde siempre había sido un chico tranquilo, aunque perfectamente capaz de defenderse cuando alguien se metía con él, y en seis años apenas había sufrido una docena de castigos, todos ellos por motivos mucho menos graves que los duelos mágicos que solían organizar Eillen y esa niña de Gryffindor, Selene Lupin. Su padre estaba tan preocupado, que incluso había hablado con Remus sobre el asunto en un par de ocasiones, y ambos parecían estar dispuesto a hacer algo para que las hostilidades cesaran, aunque no sabían muy bien qué.

-¿Otra carta para la amiguita de Adrien? –Inquirió Carole con una media sonrisa, logrando que Josh escondiera la misiva.

-Se supone que es secreto, mamá. No deberías estar husmeando.

-¡Vamos, cariño! Sólo quiero un sí...

Josh bufó. Se disponía a iniciar una nueva discusión con su madre sobre el derecho de todo ser humano a tener intimidad, cuando Severus entró a la estancia, pálido como hacía años que no estaba y estrujando un pergamino entre los dedos. No necesitó decir nada para que los otros dos comprendieran que había ocurrido algo grave. Carole se levantó y se acercó a él, esperando a que dijera algo.

-¿Dónde está Brian? –Musitó con voz ahogada. Josh se dio cuenta de que las manos le temblaban ligeramente, y él también se puso en pie, temiendo que hubieran recibido malas noticias de Hogwarts.

-Arriba. Ha ido a buscar un nombre para el unicornio de Adrien...

-Bien –Severus carraspeó, cerrando los ojos un instante –Josh, tienes que ayudarlo a vestirse. Tenemos que irnos lo antes posible.

-Severus. ¿Qué ha pasado?

-Albus ha muerto.

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-¿Quieres que llevemos alguna almohada? –Decía Jack entre risas, mientras daba vueltas alrededor de Adrien con aire burlón –No queremos que te caigas al suelo y te golpees la cabeza.

-¡Ja, ja! No sabes lo gracioso que eres –Adrien bufó, un poco molesto. El chico había heredado la paciencia de los Bellefort (como tantas otras cosas), pero después de casi dos horas soportando las ironías de sus amigos, ya empezaba a estar un poco harto. Jack pareció darse cuenta y le golpeó la espalda, abrazando a Annie mientras todos se preparaban para ir a dar una vuelta por el lago, aprovechando que el día era soleado.

-Al menos nos has traído esta fotografía –Desmond observó el retrato que Adrien le había prestado –No sabía que Ellie tuviera la capacidad de sonreír. ¿Estás seguro de que no ha tomado nada raro?

-Todo lo seguro que puedo estar –Adrien se encogió de hombros, mirando de reojo el rostro de su hermana. Habían pasado un par de horas muy entretenidas en el Bosque Prohibido, aunque después ella había retomado el comportamiento frío de otros tiempos –Y, aunque no lo creas, Eillen suele reír a menudo, cuando estamos en casa...

-Y tu padre la amenaza –Comentó Jack, riendo suavemente –Lo que es un poco raro es lo del nombre. ¿Para qué demonios quieres bautizar un unicornio? No es como si fueras a volver a verlo.

-No sé. Es algo nuevo. Supongo que no puede ser tan malo. Y a Brian le mantendrá entretenido unas horas.

-Entonces, no hay más que hablar. Si Brian está entretenido.

Jack se ganó un codazo en las costillas por parte de su novia. Los cuatro chicos salieron de la Sala Común charlando animadamente y llegaron a la entrada del castillo sin contratiempos, hasta que estuvieron en el exterior y descubrieron una gran cantidad de aurores rondando por ahí. Los cuatro se quedaron inmóviles, preguntándose si algo había ocurrido, ansiosos por tener una respuesta.

Los profesores también estaban por allí. Algunos estaban realmente pálidos, y la directora McGonagall parecía haber estado llorando, a pesar de que daba órdenes aquí y allá con bastante eficacia. Adrien decidió que iba a enterarse de lo que estaba pasando y, después de localizar a Draco, solo a unos metros de Sprout, Flitwick o Potter, se acercó a él con aire decidido.

-¿Qué ha pasado?

Obvió la parte de profesor. Draco lo miró un segundo como si fuera a regañarle por eso, pero no lo hizo. Estaba serio y, aunque se veía menos compungido que los otros, era evidente que no estaba precisamente feliz. Sin decir una palabra, cogió a Adrien por los hombros y se dirigió junto a él a su despacho. No se molestó en mirar a los otros tres chicos, que se quedaron allí parados, sabiendo que no debían seguirlo.

Una vez en la oficina de Draco, el profesor hizo que el chico tomara asiento y le ofreció una taza de té. Adrien no tenía la menor idea de lo que ocurría, pero la actitud de su primo empezaba a preocuparlo de verdad y se volvió a levantar, exigiendo una respuesta con la mirada.

-¿Qué ha ocurrido, Draco?

-Tranquilo, por favor. Siéntate y tranquilízate –Malfoy procuraba sonar sereno, lo que sólo contribuyó a que Adrien estuviera más nervioso- Tenemos que hablar. Ha pasado algo...

Adrien se puso pálido y, de pronto, tuvo una terrible sensación de pérdida.

-¿Papá...?

-Ellos están bien, no te preocupes. No tardarán en llegar.

-¿Entonces?

-Ha sido Dumbledore –Draco se sentó junto a él y colocó una mano suave en el hombro del chico –Esta mañana, uno de sus compañeros de retiro ha ido a buscarlo para su habitual paseo matutino, y lo ha encontrado muerto –Adrien se puso muy pálido y abrió la boca, sin poder decir una palabra –Falleció anoche, mientras dormía. No sufrió. Ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba pasando.

Adrien necesitó unos minutos para pensar. ¿Albus Dumbledore... Muerto? No. Eso sonaba muy irreal. Él mismo había ido a visitar al anciano al castillo galés en el que vivía su voluntario retiro, y lo había visto muy bien. Tan guasón como siempre, con las mismas ganas de hacer travesuras y siendo cariñoso con él y sus hermanos. Estaba fuerte, lleno de vida a pesar de su edad. No podía estar... No. Él no.

-¿El abuelo? –Musitó, y escuchó su voz romperse. Ni siquiera había tenido ganas de llorar antes de hablar -¿Ha muerto?

-Sí, Adrien. –Draco le apretó el hombro otra vez, con fuerza. No había en él ni un resquicio del profesor Malfoy.

-Pero... Pero él estaba bien –Adrien sonrió, disimulando un sollozo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas –Yo lo vi y estaba bien... Le escribí una carta para hablarle del unicornio y...

-Lo sé, pero ha sido muy repentino. Dumbledore ya era muy mayor. Tuvo una vida larga y ha muerto en paz. Contento y sin dolor. Dulcemente.

Adrien asintió. Dolía perder al único hombre que había sido un abuelo para él, el brujo que le enseñó cómo ser travieso y sacar de quicio a su padre, el que ayudó a crecer con sabiduría, dándole valiosas lecciones de vida que nunca olvidaría, pero Draco tenía razón. El abuelo Albus había tenido una vida larga. Quizá no siempre tan feliz como él hubiera merecido, pero lo suficientemente plena como para dejarle satisfecho. Había dejado una marca en todo el mundo que tardaría mucho en desaparecer, pero le había llegado la hora. Y, si se había ido en paz, sin dolor, sin sufrimiento, sin ser consciente de lo que ocurría, había tenido el mejor final posible. Y Adrien se alegraba por ello, aunque doliera y no pudiera contener las lágrimas.

Sintió como Draco lo abrazaba antes de dejar escapar un escandaloso sollozo. El profesor le acarició cálidamente la espalda, como si volviera a ser un niño pequeño, y Adrien se dejó consolar por el hombre, sabiendo que era el mejor candidato para hacerlo. Posiblemente, cuando su padre llegara, él mismo tendría que ocupar el actual lugar de Draco. Porque, si Adrien había perdido un abuelo, Severus Snape había perdido un padre, y eso sería muy duro para él.

-Traerán el cuerpo de Dumbledore a Hogwarts –Explicó Draco al cabo de un rato, cuando Adrien estaba más tranquilo –A él le hubiera gustado mucho ser enterrado aquí, en el lugar en el que pasó muchos años de su vida. Aunque, en esta ocasión, tendrá un funeral tranquilo. McGonagall quiere asegurarse de que se cumpla ese deseo.

Adrien cabeceó. Sabía que, cuando muchos años atrás, el abuelo había fingido su muerte para lograr derrotar a Lord Voldemort, casi toda la comunidad mágica había asistido al sepelio, pero esa vez sería diferente. Algo más privado, sólo para sus más allegados, en el lugar más especial de su vida.

-¿Tardarán mucho en traerlo?

-Yo diría que un par de horas más. McGonagall quiere reunir a los alumnos para darles la noticia. Creo que debería ir a buscar a Eillen y hablar en privado con ella.

-Sí –Adrien suspiró, poniéndose en pie y secándose las mejillas humedecidas –Yo iré con mis amigos hasta que vengan papá y los demás.

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El funeral había terminado. Los alumnos ya habían regresado a sus Salas Comunes, y la mayoría de los demás asistentes ya se empezaban a retirar. Los Weasley al completo se despidieron de Harry con efusividad. Ginny, su prometida, se quedaría con él esa noche. Desde la distancia, Adrien había vislumbrado un curioso bulto en el vientre de la chica, y supuso que su profesor pronto tendría un motivo para estar feliz.

Su relación con el profesor Potter era bastante normal. Para él, Adrien era un alumno más, y no el hijo del tipo que le había hecho la vida imposible durante años. Aunque la asignatura no se le daba bien, se notaba que se esforzaba por aprender y sus amigos le ayudaban bastante. Harry no reconocía en él demasiadas cosas de Snape, y ni siquiera compartían apellido. No era fácil distanciar al uno del otro, aunque con Eillen, la otra hija del viejo profesor, las cosas eran diferentes. El hecho de que fuera soberbia, respondona y sarcástica sacaba a Harry de sus casillas, pero es que además insistía en hechizar a Selene cada dos por tres, y Harry adoraba a la otra niña. Aún así, Potter no le había dado motivos a Snape para que hiciera alguna reclamación y, ese día, durante el funeral, incluso se había saludado con cordialidad, pero no demasiada.

Harry estrechó la mano de Neville Longbottom, que había venido expresamente desde Nueva Zelanda para ir al entierro, y se metió en el castillo con Ginny, ignorando el guiño burlón del profesor Malfoy. Esos dos nunca se iban a llevar bien, eso estaba claro.

Adrien volvió sus ojos hacia sus padres. Severus se había esforzado muchísimo por no llorar, pero tenía los ojos enrojecidos y a Brian en brazos, a pesar de que el niño se resistía. Josh había pasado todo el tiempo junto a su hermano, ofreciéndole su apoyo, y cinco minutos atrás se habían despedido. En ese momento, se dirigían a la salida. Había sido un trágico y triste reencuentro, pero Adrien se alegró de verlos. Eillen, a su lado, musitó unas palabras y se fue a su sala común. Ella, al igual que su padre, prefería afrontar su dolor en soledad.

Sus amigos pasaron a su lado y le dijeron algo. Adrien aseguró que estaba bien, que sólo necesitaba un rato para pensar, y ellos se fueron, afirmando que lo esperarían dentro. Adrien suspiró, mientras el último hombre abandonaba la nueva tumba de Dumbledore. Hagrid, que no había dejado de llorar, pero que tenía una inmensa paz en su mirada, seguro como estaba de que el antiguo director estaba en un lugar mejor.

-Creo que ya es hora de que te devuelva esto.

La voz de su profesor de Defensa le hizo sobresaltarse. Harry Potter se sentó a su lado y, sin decir nada más, colocó a Oso en el regazo del joven. Adrien parpadeó, asombrado, y reconoció el tacto suave del viejo osito de peluche que le regalara su madre. Habían pasado más de diez años desde que se lo obsequiara a Harry, y le resultaba extraño tenerlo de vuelta. Incluso se había olvidado de él en algunos momentos de su vida.

-Tenías razón. Ha sido un buen amigo durante todo este tiempo, pero ya es hora de que lo recuperes –Harry le sonrió, recordando perfectamente la conversación que tuvo con ese niño cuando sólo tenía cinco años. Aunque Adrien no tuviera conciencia de ello, le había ayudado a salir adelante al entregarle a Oso. Había sido un buen regalo, de eso no cabía duda.

-Lo has cuidado bien –Musitó el chico, claramente impresionado. Inconscientemente, abrazó el peluche, sintiendo una inmensa calidez en su pecho y aspirando su aroma –Aún huele como mi madre...

-¿Recuerdas ese olor? –Harry sonrió y Adrien afirmó con la cabeza –Yo... Quizá suene extraño, pero también reconocía el aroma del muñeco... No es que me acuerde de mi madre, pero había algo familiar en Oso. Realmente creo que tenías razón cuando decías que ellas nos están protegiendo.

Adrien cerró los ojos. Por supuesto que había estado hablando en serio. En todos los años transcurridos, no había olvidado las maravillosas horas que pasó con su madre muerta, aunque ya casi no hablaba sobre ello. No quería que lo tomaran por loco.

-No deberías estar triste, Adrien –Harry habló con suavidad –Ahora Dumbledore está con ellas. Y créeme, él es capaz de defendernos a todos con uñas y dientes.

Adrien sonrió. Sin duda, eso era verdad. Y aunque tenía a mucha gente en el mundo de los vivos para cuidar de él, gente a la que él mismo se encargaba de proteger, siempre era bienvenida un poco de ayuda divina. Porque, Adrien estaba seguro, ellos tenían mucho que decir en sus vidas.

Después de todo. ¿Qué habría sido de Severus Snape si Mariah no le hubiera hecho llegar un bonito regalo desde El Cielo?

FIN

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Ahora sí, se acabó lo que se daba. No sabéis lo difícil que ha sido escribir esa última palabra. Han sido muchos meses trabajando en esta historia, y me resulta difícil separarme de todos los personajes, pero este es el final de un ciclo y, bueno, supongo que todo lo que empieza, algún día debe terminar.

Ha sido una bonita experiencia para mí escribir esta historia. Empecé a desarrollarla cuando estaba bastante verde en el mundo del fanfiction, pero sabiendo desde el principio dónde quería llegar. He vivido momentos de falta de inspiración, y otros en los que no podía dejar de escribir hasta las tantas de la noche, y llegado hasta el final. Ahora, es el momento de dejar descansar a Adrien, a Josh y a todos los demás, pero especialmente a Severus Snape. Pobre hombre, todo lo que ha tenido que pasar.

Como dije anteriormente (o eso creo), no soy buena con las despedidas, pero toca colgar el cartel de Complete. Quiero daos las gracias a todos aquellos que habéis seguido la historia desde casa. Espero que hayáis disfrutado de la lectura y que no os haya decepcionado el final. Me da pena despedirme por última vez, pero es el momento perfecto para hacerlo.

Disfrutad leyendo, encontrad buenas historias y olvidaos de esta ;). Un beso para todo el mundo y, si queréis, nos vemos en mis otros fics.

Hasta siempre

Cris Snape.