1-Una misión un tanto diferente

8.30 de la mañana. En punto.

Hermione observó las grandes puertas de roble del despacho de la Profesora McGonagall. La directora de Hogwarts. Durante un segundo cruzaron por su mente las palabras "despacho de Dumbledore", pero movió la cabeza enérgicamente para alejarlas. Aquello era demasiado doloroso, y hacía demasiado tiempo.

Alzó una mano para tocar a la puerta, pero ésta se abrió con un chirrido antes siquiera de tocarla.

-Ah, señorita Granger, esto es lo que más me gusta de usted. Siempre puntual –sonrió afectuosamente la mujer tras el enorme escritorio. La profesora McGonagall parecía mas mayor que la última vez que la vio (era más mayor) pero también mas animada. Al fin y al cabo, el fin de la guerra le había traído la paz a todo el mundo.

-Gracias, profesora. Me alegro de verla. –sonrió Hermione.

-Yo también, por supuesto. Hace demasiado tiempo desde la última reunión de la Orden –dijo MacGonagall sin borrar la sonrisa, indicando con un ademán que se sentara. Hermione se sentó en uno de los cómodos butacones y miró a la directora, esperando pacientemente a que ésta se decidiera a hablar. McGonagall paseó la mirada por la inmensa ventana que tenia a su derecha.

-Es usted mi más apreciada alumna... ex - alumna –se corrigió – la bruja más inteligente de su edad, la mejor estudiante que he tenido el placer de enseñar jamás... –Hermione se sonrojó ligeramente. Aquello era cierto, por supuesto, pero al fin y al cabo, escucharlo de labios de McGonagall era halagador –Y también una persona con una cierta tendencia a... quebrantar normas cuando es necesario, capaz de poner en orden sus prioridades, que se preocupa por los demás.

La directora hizo una pausa. Miró a Hermione fijamente. Hermione sostuvo su mirada.

-La he llamado porque tengo un asunto importante del que ocuparme. Un asunto muy importante –hizo una pausa en la que sus palabras quedaron flotando en la mente de Hermione. La joven asintió ligeramente con la cabeza. –Quiero que entienda –prosiguió la profesora –que esto que voy a pedirle no es sólo algo de vital importancia para la Orden, sino también un... favor personal.

Hermione Granger miró con incredulidad a su, por el espacio de seis años seguidos, más preciada profesora. Jamás hubiera pensado que McGonagall le pediría un favor personal. Pero aquello la llenaba de orgullo.

-Cuente conmigo para lo que necesite, profesora –afirmó rotundamente y con seguridad. Más tarde se arrepentiría de aquello. Oh, si. Se arrepentiría, sin duda.

La profesora McGonagall asintió lentamente con la cabeza.

-Sabía que no me defraudaría, señorita Granger –se levantó, nerviosa, y eso extrañó muchísimo a Hermione –La misión es relativamente sencilla, y esperamos que no corra usted ningún riesgo. Con un poco de suerte, tendremos el problema resuelto en una semana, y ese será el fin de sus molestias. Por supuesto, existe el pequeño contratiempo de que el asunto se alargue más de lo previsto, pero en ningún caso más de tres semanas.

-Pero profesora... en tres semanas es el cumpleaños de Andrómeda Lupin... Usted sabe que no puedo perdérmelo, Remus y Tonks me matarían... –comenzó Hermione preocupada. El primer cumpleaños de la hija de Remus era algo que no se perdería por nada del mundo.

-Oh, no se preocupe por eso, no se preocupe. No va a tener que desplazarse a ningún lugar ni a cambiar sus planes, es más sería mejor para todos que se comportara normalmente –explicó la directora.

-¿Cómo? –preguntó la joven con el ceño ligeramente fruncido –Creí que había dicho usted que tendría que llevar a cabo una misión.

-Ejem, si, pero... bueno su misión será digamos, de acogida –explicó la profesora.

-¿De acogida? –repitió incrédula Hermione -¿Quiere decir que tengo que guardar algo en mi casa?

-A alguien –aclaró la profesora McGonagall. Hermione abrió todavía más los ojos.¿A alguien?

-¿Quiere decir que tengo que proteger a alguien y esconderlo en mi casa?

-Eeehm, no exactamente. Proteger sí, pero de forma un tanto... peculiar.

-¿Es un muggle? –preguntó Hermione, todavía más perpleja.

-¿Muggle? –McGonagall se echó a reir. –No, no, no... Muggle... sería gracioso... Verá tiene usted que ayudarnos con un niño.

¿Un niño? Hermione abrió los ojos todavía más.

-Pe-pero... esto es un ¡colegio! –exclamó un tanto irritada –Es aquí donde se supone que deben proteger a los niños y acogerlos ¿no? Quiero decir... ¡Yo ni siquiera soy profesora, por Merlín! No puedo enseñar a un niño... ¡ni acogerlo en mi casa! ¿Sabe usted que vivo en un apartamento diminuto? ¡Y además mi trabajo...!

McGonagall alzó una mano, callando el torrente de protestas de Hermione.

-No podemos hacernos cargo del niño porque tiene seis años, señorita Granger, y como usted bien sabe, hasta los once años no comienza la enseñanza mágica...

-¡¿Seis años! –repitió Hermione escandalizada -¡¿Pretende que me haga cargo de un niño de seis años!

-¡No le pediría esto si no fuera importante, Granger! –exclamó furiosa la profesora McGonagall. Durante un segundo las miradas de ambas mujeres se cruzaron, desafiantes, obstinadas. Al segundo siguiente la expresión de la directora se relajó –Sé que puedo confiar en usted. Sé que puede hacer esto, Hermione.

Por primera vez en más de diez años, la profesora McGonall había utilizado su nombre de pila. Esto era serio.

-Si aceptara... –comenzó Hermione –si aceptara cuidar de ese niño... ¿Qué tendría que hacer exactamente? Quiero decir... sus padres se ocuparían de él ¿no?

-Sus padres han muerto –dijo McGonagall con una voz un tanto fría. Hermione abrió los ojos, invadida de pronto por un sentimiento de compasión hacia el pobre niño. Huérfano.

-Oh –fue lo único que consiguió decir. Se recompuso en seguida, aclarándose la garganta –Entonces ¿Tendría que ocuparme yo de todo? ¿La comida, la ropa, leerle cuentos, llevarlo al parque y esas cosas?

-Exactamente –McGonagall asintió con la cabeza. –Sería usted como su... hermana mayor, por así decirlo. Sólo durante unas semanas como mucho.

Hermione asintió distraídamente, con la vista perdida en la ventana, pensativa. La directora de Hogwarts se dio cuenta de que Hermione estaba casi convencida. Pero aún quedaba el detalle... el pequeño detalle.

-Bueno... –comenzó Hermione, muy despacio –Bueno, no creo ser la persona más adecuada para esto. Quiero decir –siguió antes de que McGonagall pudiera protestar –no soy una persona muy familiar, sino más bien independiente; vivo en un apartamento diminuto, tengo un trabajo que me absorbe, nunca he cuidado de un niño (eso si no admitimos a Ron como niño) y soy un desastre como ama de casa. Pero... si esto es realmente tan importante, si es... un favor personal...

Hermione suspiró. Minerva McGonagall sonrió triunfante. Había ganado.

-Acepto –dijo Hermione, con un brillo en los ojos. Al fin y al cabo, aquello era un reto, y a ella le encantaban los retos. ¿Verdad? –Por cierto antes mencionó usted... que podría haber ciertos riesgos, ciertos peligros. ¿Es que acaso el niño es perseguido por los seguidores de Voldemort?

-Sigue siendo usted la bruja más inteligente de su edad –sonrió la directora. -Verá, hay ciertos... inconvenientes que no he mencionado antes.

"Ya" pensó Hermione con fastidio. Sabía que tarde o temprano encontraría el "pero" a todo esto.

McGonagall se levantó de su asiento y se dirigió hacia una pequeña puerta en el lateral del despacho. Entró allí unos instantes y después salió seguida por un niño tímido que se escondía tras su falda.

-Saluda a Hermione... Draco.

oOo

Durante casi un minuto la mente de Hermione Jane Granger se quedó vacía de todo pensamiento. Estaba completamente en blanco.

Y de pronto, todos sus pensamientos volvieron. Juntos. Al mismo tiempo. GRITANDO.

Aquel niño era blanco como la leche, blanquísimo, pálido, más que un Weasley. Tenía el pelo rubio, casi tan blanco como la piel, y el rostro afilado. Sus ojos grises no eran muy grandes, pero lo observaba todo con una mezcla de curiosidad y desprecio. Se entretenía en saborear un caramelo mientras miraba a Hermione con el ceño fruncido.

Y se llamaba Draco.

No hacía falta ser un genio para darse cuenta de quien era.

Y de pronto, sobre el millón de preguntas que se agolpaban en su mente, un pensamiento terrible se hizo visible como una señal de luces de neón. Acabo de hacerme cargo de Draco Malfoy a la edad de seis años. ¡ACABO DE ACEPTAR CUIDAR DE DRACO MALFOY!

-No-no puede... ser ¿Él no es... no es... verdad? ¡No es él, verdad! –casi gritó. Su pulso estaba disparado ahora. Un par de pulsaciones por minuto más y se iría derechita a San Mungo.

-Me temo que sí –dijo McGonagal en un susurro que pretendía ser calmado. -No sabemos cómo ha ocurrido, pero ha ocurrido. Está solo, tiene seis años, no hay nadie que pueda hacerse cargo de él y no recuerda nada de... bueno su otra vida. Ni a Potter ni a Vold... Voldemort –terminó con un escalofrío.

-Vaya, me muero de la curiosidad –comentó Hermione sarcásticamente. Tengo que cuidar de Draco Malfoy.

-Verá, lo curioso es que sí parece recordarla a usted –susurró la directora.

¿CÓMO?

-¡¿Cómo! –repitió Hermione -¿A mí? ¡Pero si, pero si ME ODIA! –Hermione estaba en shock. Tengo que cuidar de Draco Malfoy.

-Eeehm, técnicamente sí, pero bueno, tras llamar a su papá, a su mamá y a su tito Sevvie –McGonagall reprimió una mueca –la siguiente a la que mencionó fue usted. Y usted es la única de las opciones que nos pareció razonable.

"Sus padres están muertos" recordó Hermione. La sola idea de que Severus Snape, el viejo y retirado profesor de Pociones se hiciera cargo de una criatura de seis años la hacía sentir unas ganas locas de reír.

-¿Nos? –bufó molesta. ¿Cuánta gente más había decidido en contra de su voluntad? Tengo que cuidar de Draco Malfoy.

-Yo y... –comenzó la profesora McGonagall, pero una voz, suave, risueña y grave surgió de detrás de Hermione.

-Y yo, señorita Granger –dijo la voz. Antes siquiera de girarse Hermione ya sabía quien era. Nunca olvidaría aquella voz, vieja y sabia, juguetona y feliz. –No me llamaban el mago más inteligente del siglo por nada ¿verdad? –Dumbledore guiñó un ojo desde el marco de su cuadro.

-¿Profesor? –murmuró la joven con los ojos bañados en lágrimas.

-Oh vamos, no me llore, me está usted haciendo sentir terriblemente mal conmigo mismo. Le tendería un pañuelo, pero...

-Ey, ese viejo me suena –sonó de pronto la vocecilla infantil. Hermione se volvió para ver a Malfoy apuntando con su dedito hacia el cuadro.

-Por eso precisamente es por lo que necesitamos que lo proteja, señorita Granger –suspiró McGonagall moviendo la cabeza –resulta que no recuerda nada de su otra vida, pero de pronto tiene recuerdos que podrían ser... comprometidos para la Orden si alguno de sus viejos amigos se lo llevara consigo y lo interrogara.

-Oye, quiero otro caramelo –exigió de pronto el niño tirando de la falda de la profesora. Esta lo ignoró.

-No es probable que ninguno de ellos sepa nada de esto, ya sabe que Malfoy había decidido dejar los Mortífagos antes del fin de la guerra y ninguno de ellos le guarda mucho aprecio, pero por si acaso...

-Quiero otro caramelo –repitió el niño con irritación. McGonagall siguió ignorándolo.

-Y además nadie debe saber que éste niño es Draco Malfoy. Podrían ustedes correr mucho peligro si esto llegara a oídos equivocados. Pero no se preocupe, el profesor Snape y el profesor Slughorn están trabajando juntos en el antídoto y según sus cálculos en una semana, o dos esto debería estar solucionado.

-¡Quiero otro caramelo! –gritó Draco, ahora con toda la potencia de sus pequeños pulmones.

-¡Silencio! –exclamó Hermione, con la vista fija en el niño –Si quieres otro caramelo, debes aprender a pedirlo por favor, o no volverás a probar los dulces en lo que te queda de vida, te lo aseguro –dijo severamente. Draco la miró con los ojos muy abiertos, después bufó indignado, cruzó los brazos sobre el pecho, miró fijamente hacia el suelo y dijo:

-¿Podría usted darme otro caramelo, por favor?

McGonagall sonrió encantada, Dumbledore emitió una pequeña tosecilla (que sonó como una risita encubierta) y Hermione le tendió rápidamente un caramelo al niño. Aquello lo mantendría ocupado un rato.

Hubo un momento de silencio incómodo en el que solo se escuchó a Draco saborear su caramelo ruidosamente.

-Bien... –dijo Hermione, pasándose una mano por el pelo –Bueno, será mejor que nos presentemos oficialmente ¿no crees? –dijo acercándose al niño y tendiéndole una mano –Soy Hermione Granger.

Draco la miró detenidamente y después tendió la mano de una forma muy elegante y con una floritura.

-Draco Lucius Malfoy, heredero de la Noble casa de los Malfoy y los Black –anunció con una voz muy grave. Hermione tuvo que contener una carcajada. Aquello iba a resultar interesante, después de todo.

-Bueno, ehm, ¿quieres que nos vayamos a mi casa a comer? –preguntó la joven, mientras su estómago emitía un curioso ruido, parecido al de Harry cuando veía a Ginny.

-De acuerdo –exclamó el niño alegremente. Hermione pensó por un momento que McGonagall había tenido al niño comiendo caramelos toda la noche.

-Bien, pues –dijo Hermione poniéndose de pie y tendiéndole la mano a la directora –esperaré noticias suyas impacientemente –dijo con una sonrisa un poco forzada –Ah, si no me encuentra usted en mi apartamento es porque estaré en Grimmauld Place o en la Madriguera.

McGonagall asintió con la cabeza. Hermione cogió a Draco de la mano (¡Merlín, estoy llevando a Draco Malfoy de la MANO!) y se dirigió hacia la chimenea del despacho.

Gritó su dirección (Callejón Diagon, Flourish&Botts nº7) y justo antes de desvanecerse le pareció ver como el profesor Dumbledore agitaba la mano en señal de despedida desde su cuadro y la Profesora McGonagall se limpiaba unas lágrimas con el pañuelo.

oOo

La casa de Hermione era muy pequeña. MUY pequeña. Eso fue lo primero que notó Draco Malfoy al salir de la chimenea. Después, mientras la chica se dedicaba a preparar la comida en la diminuta cocina (mi baño privado es más grande en Malfoy Mannor pensó el niño con amargura) Draco se dedicó a echar un vistazo por las habitaciones.

Es decir: a saltar sobre las dos únicas camas, a abrir los cajones, a mirarse en todos y cada uno de los espejos que encontró y a buscar su despacho privado. No lo encontró, claro.

-Oye Mirmione...

-Hermione –corrigió ella.

-Lo que sea –la cortó el niño impacientemente -¿Dónde están mis elfos domésticos?

Aquello había tocado una fibra sensible, se dijo, porque Mirmione había puesto una cara rarísima.

-Lo siento Amo –susurró con furia contenida Hermione –pero aquí no tenemos esclavos. Así que si quieres algo tendrás que hacerlo tú mismo.

-¿Yo? –preguntó el niño, escandalizado.

-Sí, tú –dijo ella soplándose un mechón de la cara que había escapado a su coleta, y volviendo a la comida. Hermione ignoró completamente la cara de horror que había puesto el niño, aunque sonrió al pensar que debería haberle hecho una foto. Nunca antes había visto a Malfoy tan asustado.

-Pues tengo hambre –exclamó el niño –y quiero mi comida YA.

-Pues vas a tener que esperarte, como todo el mundo –dijo Hermione, empezando a perder la paciencia.

-Quiero comer –protestó de nuevo Malfoy, dando una patada al suelo y mirándola con los ojos entrecerrados.

-Y yo he dicho que... –pero Draco nunca llegaría a saber como terminaba aquella frase, porque justo en aquel momento escucharon una voz que subía por las escaleras.

-¿Hermione? –preguntó en voz alta y clara una voz masculina tras la puerta -¡Hermione, he venido a ver a mis hermanos y he ido a verte a Flourish&Botts, pero me han dicho que estarías aquí, abre! ¿Hermione?

Hermione miró a draco, con los ojos muy, muy abiertos.

Ron.

Mierda, había olvidado ese pequeño detalle.

oOo

Bueno, eso es todo por ahora. Si alguien quiere saber más... ya sabéis lo que tenéis que hacer ¿no? Por cierto aclarar desde ya que esto NO es un Draco/Hermione. Por merlín, sólo tiene seis años, pederastas! Jejeje. Pos eso.

REWIEWSSSSSSSSSSSS