Cuando tenía 6 o 7 años, todos los días le preguntaba a Shigure, Hatori, Aya y Kureno si me querían, y ellos siempre me respondían que era yo el motivo de su felicidad.
Nada alegraba más que escuchar un cumplido de tal magnitud.
Pero la felicidad no dura para siempre. Es el hechizo, por él estoy condenada a no ser amada jamás.
Me di cuenta de ello, por que Hatori y Aya comenzaron a distanciarse poco a poco, y Shigure cada día parecía estar harto de estar a mi lado.
Jamás amada… las palabras de mi mamá se tornaron reales cuando, un día, que odiaré el resto de mi existencia, que al recordar me trae alegría y dolor, Shigure estaba de muy mal humor, y yo, como de costumbre, me acerqué a él.
-Shigure¿¿verdad que me quieres?
Él me miró sin ocultar su rencor, y con marcado desprecio me gritó.
-¿Quererte a ti? No seas estúpida. Nadie puede querer a una persona que solo está viva para morir.
En ese momento, sentí como si me hubieran arrebatado el aire. Una fuerte opresión tuvo lugar en mi pecho y sentí como el lazo que me mantenía unida a Shigure, ese fino lazo que debía mantenerse, se rompió.
-No empieces a llorar, solo pierdes tu maldito tiempo.
-Está bien… -sentí ganas de soltarme a llorar, de suplicarle, de preguntarle por qué me odiaba… pero parte de mi, no entiendo por qué o de donde, de cierta manera, le odiaba aún más de lo que creí capaz de sentir- ya… ya no te molestaré, adiós Shigure.
Me alejé lo más lentamente posible. No quería que me viera llorar, no quería que nadie me viera sufrir, no quería sufrir, no más.
La opresión en mi pecho aumentó considerablemente, creí que me rompería si no lloraba de inmediato.
Y apareciste tú.
-¿Akito? –sueltas tu maletín y te acercaste corriendo hasta donde estaba- ¿Qué te sucede¿¿Te sientes mal?
-No pasa nada, solo… solo quiero estar sola un momento.
Me pones la mano en la cabeza y me miras con ternura, como si fuera una criaturita a la que han pateado y abandonado en la calle, y bajo la mirada lentamente, encaminándome hacia el único lugar en el que, según los demás, uno estaba completamente solo.
El cuarto oscuro.
Cierro la puerta, asegurándome de que nadie me haya seguido, y doy rienda suelta a mi dolor.
Comienzo a llorar, a gritar, a golpear el suelo y las paredes, a rasguñarme los brazos y maldecir mi propia existencia. No tenía que preocuparme, ya que nadie más podía escucharme, era sencillamente imposible, pero ¡cómo deseaba que alguien me escuchara, me consolara!
No supe cuanto tiempo estuve ahí, ni supe si alguien se percató de mi ausencia, o si en algún momento se les ocurrió que me sentía mal por estar sola, por no ser amada, por ser quien era.
Cuando salí del cuarto oscuro, ya era de noche.
Avancé lentamente por los pasillos de la residencia Sohma, y con gran amargura descubrí que ni Yuki se percató de mi ausencia.
La opresión en mi pecho volvió cuando volví a encontrar a Shigure. Este se veía más tranquilo y quizá hasta arrepentido de lo que pasó horas atrás, pero no me importó en ese momento. Lo esquivé de la manera más natural posible y seguí mi camino hasta mi habitación.
-¡Akito!
La voz de Kureno hizo que me detuviera en la puerta. ¿Acaso él sí estaba preocupado por mí?
-¿Qué sucede Kureno?
Sobra decir que él se dio cuenta de mi estado, por lo que, sin ninguna explicación, me dio un efusivo abrazo, y no logré evitar llorar.
-Yo no importo¿¿Te pasó algo malo¿¿Por qué lloras Akito?
-Por que me odian. ¡Me odian! –seguí llorando como si eso fuera lo único que remediaría la situación, pero estaba equivocada. Llorar solo me libraba un poco la presión que nacía en mi pecho, y era un síntoma de debilidad.
-¿Quién te odia? Dímelo e iré a golpearle tanto hasta que escriba con las pestañas.
Me reí un poco por la ocurrencia que dijo, pero no hice más. Cuando me sentí un poco mejor, entré a mi habitación y abracé con fuerza mi almohada.
-Quiero que me digas la verdad Kureno –tenía miedo en ese momento, pero había algo que debía saber de una vez. No iba a soportar tanto dolor, y necesitaba alguien en quien poder confiar- ¿me amas?
La pregunta, indudablemente, te sorprendió. Con naturalidad, y al igual que los otros, respondiste lo mismo, que era yo el motivo de tu felicidad.
Pero, esas palabras ya no tenían un significado para mí. Eran tan huecas como el afecto que tenían para mí Hatori, Aya y Shigure, y yo ya no quería creer sus mentiras.
-Dime la verdad, por favor. No importa que me muera –te sentaste enfrente de mi, dispuesto a seguir al pie de la letra mis peticiones- por favor, dime¿¿realmente me amas a mí, o tu también me odias?
-Te amo –respondiste tras una larga pausa- no te preocupes por los demás. Ellos te quieren, pero yo te amo, y será así por siempre- terminaste tu frase besando mi mano.
-Entonces… no me dejes sola, por favor –lo abracé con todas mis fuerzas- no quiero estar sola, por que nadie está conmigo ni se preocupan por mi. Ni me quieren. No temo morir, pero no quiero estar sola, por favor…
Correspondiste mi abrazo, y esta vez besaste mi frente.
-Te lo juro.
Han pasado cerca de 2 años desde aquel día. En todo ese tiempo permaneciste a mi lado, pero también Shigure…
No entiendo el por qué. Shigure me había dicho que me odiaba, que no me quería, sin embargo, él quizá no fue el primero en decirlo de corazón, pero un año después, me dijo ese mismo día que me amaba. Él siempre hallaba la manera de hacerme sonreír, mientras que Kureno solo permanecía a mi lado, y poco a poco fui notando que empezaba a fastidiarse de mi.
Y hablando de Kureno, nunca supe por qué fue liberado del hechizo. Esto ocurrió poco tiempo después. Fue a despedirse.
-No tengo ya ninguna relación con la familia, adiós Akito.
Sentí que, si no lo detenía ahora, no lo volvería a tener a mi lado.
-¡POR FAVOR! Kureno¡¡No te vayas, no me dejes sola! –corrí a abrazarlo, no podía creerlo.
Quien me dijo que me amaba más que a nadie y que jamás me dejaría sola, fue el primero que me estaba abandonando.
-Pero, Akito…
-¡Tu me juraste que no me dejarías! Sin ti no sabría que hacer, por favor Kureno –escondí mi cara en sus ropas- por favor…
Él trató de soltarse, y su silencio parecía ser la respuesta a lo que pedía, pero no era así.
-Tienes a Shigure –dijo como si eso resolviera toda la situación- él no te dejará sola, y también te quiere mucho.
-¡No es cierto! –Comencé a gritar, y un mareo, síntoma de fiebre, comenzó a dominarme- ¡él no me quiere¡¡eso lo dijo para disculparse únicamente¡¡no me quiere¡¡no me quiere…!
Caí inconsciente en sus brazos, murmurando esas últimas palabras y ahogándome en las lágrimas que cayeran y que, por esos malditos años, guardé sin dárselas a nadie, no por orgullo u obstinación, sino por que me resulta muy difícil llorar.
Pronto cumpliré 25 años, y mi vida está al filo de la muerte…
Han pasado más de 13 años desde aquel día que sintiera quebrarse mi corazón, y aún siento el amargo sabor de mis lágrimas, que secaron mi alma y me hicieron totalmente cruel y desconsiderada.
Y todos ellos, uno a uno, se van. Y conforme sale librado del hechizo un Sohma, mi dolor y enfermedad aumentan al punto de desmayarme y no despertar sino hasta días después bañada en fiebre.
Lo peor pasó cerca de año nuevo, Kureno me dio el golpe final que simbolizaría romper totalmente con cualquier cosa que tuviera que ver conmigo.
Llevó a una tipa hasta mi habitación, y dando un atropellado discurso, no se necesita ser un genio para comprender el motivo de la visita.
-Solo he venido a decirte que, con o sin tu permiso, me casaré con Arisa.
Si en ese momento no hubiera estado de espaldas, me hubieran visto en mi más profundo rictus de dolor y odio, y esa maldita sensación que en más de 13 años no sintiera, volvió a mi en ese segundo, destrozando lo poquito que quedaba de mi corazón.
-¿Akito¿¿Te sientes bien?
-¿Qué le pasa?
Tan pronto sentí sus manos en mis hombros, acerté tragarme mis lágrimas (vaya que he aprendido a hacerlo) y enfrentarle.
-Nada. Solo… deseo que la hagas muy feliz.
Solté su mano, en espera de una reacción. La chica, que por alguna extraña razón sentí que tenía relación con la tonta, comenzó a saltar por mi habitación con euforia, pero Kureno aún no soltaba mis hombros…
-Tienes mi permiso, y eres libre de hacer lo que gustes –le di una cálida sonrisa, pero no supe por cuanto tiempo más soportaría verlo tan feliz.
Tan pronto salió con ella, traté de llorar, lo intenté con todas mis fuerzas, me mordía y le rasguñaba, pero las lágrimas no salían de mi rostro.
Y en año nuevo, como supuse, no había nadie.
Todo fue preparado, de acuerdo a la tradición, para que, reunidos los 12 horóscopos, se llevara a cabo esa importante fiesta, el banquete…
Una lluvia que anunciaba una posible tormenta comenzó a arreciar. Vistiendo mi kimono de lujo, salí hasta medio patio, y dirigí mi mirada al cielo.
Levanté los brazos, y a un ritmo invisible pero presente, comencé a bailar la danza de la rata, luego la del buey, la del tigre… hasta terminar con la del jabalí, totalmente empapada en lluvia y llorando.
La temperatura comenzó a disminuir con gran velocidad, mientras el agua caía en fuertes torrenciales, quemando por el frío a mi delicada piel, tan delicada como mi idea del amor, capaz de ser destrozado con un suspiro.
Cuando levanté mi mirada, Shigure me observaba boquiabierto. Jamás, en todas las generaciones de Sohma, el Dios había tenido la necesidad de bailar, y menos tantos bailes y en esas condiciones, pero no me importó. Y a él no debió importarle.
Me dijo que me odiaba, me dijo que me amaba, me enseñó a amar con tal intensidad, que cuando sentía tristeza o rencor estos eran tan o más que intensos, y me traicionó acostándose con esa mujer, se "reconcilió" conmigo, pero al igual que los otros, me dejó.
¿Qué es lo que quería al venir aquí¿¿Burlarse acaso de mi condición¿¿Notificar a los demás si seguía con vida?
Comencé a bailar algo diferente. No era nada que hubiera hecho ningún otro zodiaco.
Con la lluvia helando mi cuerpo, y la mirada de él totalmente fija en mí, sentí como mi cuerpo perdía al fin el equilibrio y las fuerzas, y caí en una profunda oscuridad.
-¡AKITO! –fue lo último que le escuché decir.
Cuando desperté, me hallaba en mi habitación. Unas comprensas frías (evidentemente en uso) cayeron de mi frente, y al volverme, caminar por toda la casa y sus alrededores, comprendí que de nueva cuenta me hallaba sola.
Jamás en mi vida deseé tanto la muerte, y nunca antes esta toco las puertas de mi alma con tal velocidad.
Me sumergí en el dolor, en la oscuridad de mi alma, no quería, ya no quería que nadie se preocupara o acordara de mí. Ya nada me importaba, excepto morir.
Por que desde ese día, a los 7 años, morí al amor y a la vida, a pesar de haber estado viva…
Continuará.