Hola a todo el mundo que se haya pasado a leer este nuevo fic que está recien sacado de mi cabeza!

No me preguntéis de donde he sacado la idea, porque aún está pululando; lo único que sé es que estaba escribiendo minueto capitulo del fin "La lágrima de Lahntra, el poder del descendiente" cuando se me ha venido a la cabeza esta idea y he tenido que escribirla… Dios… Creo que los personajes actúan por sí solos :D

Bueno, pues eso, que tenía ganas de hacer algo de los merodeadores…

En fin, espero que os guste este primer capítulo y que sea de vuestro agrado.

Nos vemos al final del capítulo ok? Un beso a todos!

Capítulo 1. Estrella fugaz

Había vuelto a discutir con su hermana y todo porque era… bruja. Bueno, después de seis años, su hermana Petunia debería haberse acostumbrado a que ella hablara de magia en la mesa mientras cenaban ¿no? Pero no, a su hermana mayor le había dado por llamarla anormal sólo porque a ella se le había ocurrido comentarle a su madre que había encontrado unos hechizos bastantes útiles para hacer las tareas domésticas y le había prometido que tan pronto cumpliera los diecisiete años y la restricción para los menores de edad quedase inservible para ella, los utilizaría para facilitarle las cosas en la casa.

Petunia se había levantado de la mesa arrojando el puré de calabacín sobre Lily, que estaba sentada frente a ella y se había ido a su habitación diciendo cosas como "anormal", "idiota" y "sería mejor que no existieras". Y aunque Lily había intentado aparentar delante de sus padres que no ocurría nada y que no tenía importancia, en aquellos momentos que estaba sentada en su habitación, sentía que sí tenía importancia. Si su hermana, que era parte de su familia y compartían la misma sangre, no la quería… quizá era porque no merecía que nadie la quisiera.

Suspiró con cierta tristeza y pesadez cuando unos suaves golpes en la puerta llamaron su atención. Secándose las lágrimas lo más rápido que pudo, se pellizco las mejillas para recuperar un poco del color perdido al haber estado llorando y maldijo en voz baja por no poder practicar aún la magia para poder aparentar con un hechizo que sus ojos estaban como siempre, verde brillante, y no verde aguado como estaba segura que se encontraban después de haber estado llorando.

-Pasa mamá –dijo la chica.

Incluso vestida con aquel viejo chándal y aquellas deportivas su madre se veía bonita; sonrió casi sin darse cuenta cuando su mirada verde se cruzó con la de su madre, más oscura que la de ella. El cabello oscuro lo llevaba recogido sobre la nuca y atado con algunas horquillas para que no se escaparan los mechones cortos del nuevo corte que se había hecho aquella misma mañana y que no hacía si no confirmar a su hija que era una mujer muy guapa.

-¿Estás bien? –la mujer se acercó hasta el banco de mimbre que había bajo la ventana, donde ella estaba sentada y se sentó con comodidad frente a su hija, recostando la espalda en el otro lado de la pared-. Sabes que Petunia no quería…

-Sí mamá, sí quería decirlo… -dijo con una sonrisa cansada Lily Evans-. Siempre quiere decirlo… Pero estoy bien, ya me he acostumbrado a todo eso… -murmuró.

-Tienes que darle un poco de tiempo… -Lily miró a su madre arqueando una ceja y la mujer carraspeó-… Sólo un poco más, cariño; ella te quiere, sé que te quiere… pero la noticia de que eras una bruja le vino de sopetón.

-¿Y cómo crees que me vino a mí, mamá? Una lechuza apareció en la cocina de casa con una carta mientras que mis amigas y yo merendábamos –contestó Lily-. A mí tampoco me prepararon para ser lo que soy, ¿sabes? –su mirada se oscureció unos segundos-. Al menos… creí contar con el apoyo de mi familia… Supongo que me equivoqué…

-Siempre podrás contar con nuestro apoyo, cariño –le contestó su madre sonriendo dulcemente-. Y tu hermana… puede que necesite más tiempo, pero también contarás con él… ya lo verás…

-¿Por qué no puede aceptar lo que soy, mamá? –preguntó la adolescente mirando a la mujer que le sonreía con condescendencia.

-Por que a lo mejor a ella también le hubiera gustado serlo… -contestó su madre-; Lily, Petunia es un año mayor que tú… cuando eras pequeña, se creía en la obligación de tener que protegerte siempre… Cuando descubrimos que eras una bruja… -suspiró-; ella empezó a creer que con la magia no la necesitarías nunca más…

-¡Pero eso es ridículo, es mi hermana! –protestó Lily -¡La voy a necesitar siempre a mi lado!

La señora Evans sonrió.

-Lo sé, y tú también lo sabes… pero ella aún no se ha dado cuenta… Démosle un poco más de tiempo, ¿de acuerdo? –Lily asintió poco convencida y la mujer sonrió levantándose e inclinándose sobre ella para darle un beso en la frente-. Será mejor que te vayas a dormir, cariño, mañana empiezas el colegio.

-Mi último año en Hogwarts… -suspiró la pelirroja con cierta resignación-. Me quedaré un rato más; según los astros hoy debería de haber una lluvia de estrellas –miró por la ventana y frunció el ceño-, aunque el cielo está un poco encapotado hoy…

-Como quieras, pero no te acuestes muy tarde; buenas noches cariño –se despidió la mujer abriendo la puerta.

-Buenas noches mamá –la puerta se cerró suavemente y Lily volvió a llamar a su madre; cuando la cabeza de la mujer apareció en el marco de la puerta le sonrió-. Gracias.

Su madre le sonrió de vuelta.

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James Potter estaba sentado en la moqueta roja de su habitación mientras repasaba la lista que había apuntado en el pergamino y se rascaba de vez en cuando el mentón con la pluma dorada, pensativo, recordando algo y apuntándolo o tachando algo que ya había apuntado.

-Bombas multicolor… sí… Libros… -frunció el ceño-… también, aunque intenté no meterlos en el baúl… -sonrió pícaro-… túnicas, dos de gala, las de Hogwarts y ropa normal… -echó una ojeada por la habitación-, también. La escoba, el espejo intercomunicador, los cohetes… -sonrió al pensar lo que podría hacer con esos cohetes mientras recordaba haberlos metido en el baúl-… también… ¿Qué más? Dulces, dinero… nuestro libro de bromas –añadió haciendo un movimiento con la varita y levitando un libro grueso que tenía escondido bajo la cama, llevándolo flotando hasta el baúl donde quedó guardado-… ¡ah, sí! El calendario lunar… -sonrió-. Creo que eso es todo… Canuto dijo que se encargaba de los demás artículos de broma… espero que no se olvide de nada…- Suspiró cuando giró la cabeza hacia el baúl que había en un rincón de la habitación, abierto y con el mango de su escoba sobresaliendo por uno de los lados.

Séptimo. Iba a empezar su último curso en Hogwarts… sabía que después de eso vendrá el mundo real y pese a que no le daba miedo, no podía evitar sentirse preocupado pensando si estaba preparado para eso o no.

Seis años; había pasado seis años en el colegio me magia y hechicería más grande de Inglaterra; seis años a cargo del director Dumbledore, seis años llenos de magia y sonrisas, de bromas, de castigos, de chicas, de amistades… sobre todo de amistades. En ese colegio había conocido a los que eran sus grandes amigos: Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew; juntos habían provocado más desastres y trastadas que todos sus antecesores juntos, trastadas que los habían unido formando un grupo que se habían autodenominado los Merodeadores. Sin duda les echaría de menos… Quizá por eso no deseaba que el séptimo curso empezara… porque ese hecho implicaría que debía terminar y aunque sabía que nunca se separaría de sus amigos, sabía que nada sería igual.

Movió la cabeza frenéticamente para alejar esos pensamientos y su vista se fijó en el margen superior del pergamino que tenía aún en las manos. Las iniciales L. E., rezaban allí moviéndose y desplazándose lateralmente de una esquina a otra. Suspiró de nuevo. ¿Cuántos años llevaba detrás de esa chica? Desde tercero, no, desde finales de segundo, sí; lo recordaba porque había sido cuando habían hecho levitar toda la comida de la mesa de Slytherin haciendo que no pudieran comer; entonces había venido ella y con un sencillo finite incantatem había logrado que la comida estuviera quieta; y a pesar de que Sirius se había enfadado con la pelirroja por fastidiarles la broma, él no había podido reaccionar… después de todo, era la primera chica que no se reía con una broma de los merodeadores y más que eso, se atrevía a enfrentarse a ellos.

Pero pese a que le había invitado cientos de veces a salir con él, ella siempre le había rechazado; primero de forma suave, pero en cuanto había visto que eso no funcionaba, había pasado al "no" rotundo, directo y sin explicaciones. Sonrió. Pero él era James Potter y no iba a rendirse. Había salido con otras chicas durante esos años, por supuesto, pero él seguía intentándolo con Evans; después de todo, le gustaba demasiado como para dejar que otro chico se fijara en ella.

Un par de golpes en la puerta y ésta se abrió antes de que el chico contestara. El señor Potter apareció con una sonrisa.

-¿Sigues despierto? –preguntó -. Deberías dormir, mañana regresas al colegio. Tu último año.

-Lo sé, papá… -suspiró resignado.

-¿Te ocurre algo? –el hombre entró en la habitación y cerró la puerta con suavidad; si su mujer se enteraba de que en lugar de mandar a James a la cama como había prometido, se ponía a hablar con él, seguramente él terminaría durmiendo en el sofá, cómodo, sí, pero demasiado frío para su gusto-. Pareces…

-¿Idiota? –sugirió James. Su padre rió.

-Yo iba a decir triste… creí que mi hijo era el chico más feliz del mundo mágico –se sentó a su lado y echó una ojeada al pergamino.

-Sólo me hace falta una cosa para ser feliz, papá… -comentó él sonriendo mientras imágenes de cierta pelirroja se cruzaban por su cabeza.

El señor Potter sonrió.

-Se te ha olvidado apuntar la capa de invisibilidad –le comentó su padre. James hizo un gesto sin importancia con la mano.

-La tiene Sirius, la traerá él.

Los ojos avellana del hombre brillaron divertidos cuando vieron las iniciales L.E por todo el margen. James se dio cuenta de la diversión de su padre y giró los ojos hacia el pergamino; pero lejos de sentirse avergonzado porque el señor Potter estuviera viendo aquello, se limitó a sonreír.

-Me trae loco –admitió antes de que el hombre adulto dijera nada.

-¿Sigue sin hacerte caso? –el chico asintió-. Vaya… no es como las demás chicas ¿verdad?

-Claro que no; ella es… especial… diferente… Es única papá…

-¿Se lo has dicho a ella? –James frunció el ceño mirándolo-. Y no me refiero a que si le has pedido salir cien veces, que estoy seguro que ha sido así…

-En realidad han sido cuatrocientas cincuenta y seis –le interrumpió James orgulloso. Luego recordó que ninguna de esas veces había recibido una respuesta afirmativa y volvió a suspirar.

-James… ¿crees que una chica que ve como sales con todas las demás cuando ella te dice que no, te va a decir que sí? –preguntó su padre escéptico.

-No veo por qué no debería –argumentó James subiéndose las gafas redondas-. Después de todo, las demás chicas sí me dicen que sí aunque haga media hora que he estado con su mejor amiga.

-Tú mismo has dicho que no es como las demás chicas –le recordó. Antes de que James dijera nada, le sonrió y le revolvió el cabello ya desordenado de por sí -. Será mejor que te acuestes, mañana será un día largo. –Se levantó y se dirigió a la puerta-. Buenas noches James.

-Buenas noches papá.

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Sirius bostezó de nuevo mientras miraba el ensayo que tenía frente la mesa; si su madre en enteraba de que aún no había terminado el trabajo que el profesor Binns había dejado, seguramente le desheredaría… otra vez.

Dejó la pluma sobre la mesa suavemente intentando recordar cuántas veces lo había hecho ese verano… ¿Siete? No, ocho, la última había sido la noche anterior cuando había dicho en la mesa durante la cena que él y James tenían preparadas nuevas bromas para los Slytherin; claro que teniendo en cuenta que toda la familia Black había pertenecido a Slytherin y aún pertenecían a ella, quizá no había sido un comentario muy acertado…

Miró el ensayo; iba por la mitad; estaba aburrido, cansado y excitado, demasiado excitado pensando en todo lo que iba a hacer aquel año en Hogwarts; bromas, chicas, bromas, chicas, bromas, chicas… Bueno, quizá era siempre lo mismo, pero estaba seguro que no serían las mismas bromas y no serían las mismas chicas.

Estaba deseando empezar séptimo curso en Hogwarts; cuando antes pasara antes llegaría su cumpleaños, su mayoría de edad y antes podría largarse de su casa y dejar atrás la familia de magos oscuros que no lo dejaban tranquilo y que siempre encontraban una justificación o un motivo para intentar humillarlo e insultarle a él y a sus amigos, únicamente porque éstos no eran de sangre pura… Concepto que a él le importaba bien poco, principalmente porque uno de sus mejores amigos, Remus Lupin, era mestizo y era una de las mejores personas que había conocido en su vida.

Si no se equivocaba en las cuentas, desde que había entrado en Gryffindor, desilusionando a toda su familia por no haber quedado en Slytherin, había recibido de su madre ciento treinta y siete avisos de su madre diciendo que se iba a morir de un infarto, setenta y dos howlers que habían explotado en medio del gran comedor recordándole que era la vergüenza de la familia y quinientos veinte avisos de su madre de que iba a ser desheredado, lo cual, sinceramente, le daba absolutamente igual; aunque tenía que admitir que se divertía con los howlers.

Levantó el colchón y tomó el pergamino arrugado que estaba allí sonriendo; el ensayo de historia de la manía podía esperar, además, seguro que Lunático le ayudaría si se lo pedía con buenas maneras en el tren; aquello era más importante. La lista de chicas de Hogwarts clasificadas por casas y cursos; una cruz roja detrás del nombre de las chicas con las que había salido hasta el momento y una cruz negra con las que había salido y no volvería a hacerlo; echó un rápido vistazo, descartando a las chicas de tercero para abajo, después de todo pudiera ser que fuera un mujeriego, pero no un acosador de menores; aún quedaban algunas chicas con las que no había salido… este año sería el turno de ellas, ellas serían las afortunadas.

Frunció el ceño cuando llegó a las chicas de séptimo de Gryffindor; de las cinco chicas, sólo una había salido con él y apenas habían durado una semana, claro que era más que evidente teniendo en cuenta que Alice estaba completamente enamorada de Frank; por eso lo habían dejado; Frank era un buen chico y Alice y él habían quedado como amigos, casi como hermanos; la verdad es que resultaba divertido ver como Frak intentaba escaparse de él cada vez que la chica mencionaba que tenía una cita con Frank… la vena de hermano mayor de Sirius salía a flote enseguida.

Pero las cuatro chicas con las que Alice compartía dormitorio… Lily Evans, Danielle Adams, Emily Banks y Ann Seever; ninguna de las cuatro había salido nunca con él, claro que tampoco estaba tan loco como para intentarlo; si se lo pedía a Evans estaba seguro que su mejor amigo, Cornamenta, lo mataría, no por nada estaba enamorado de Evans desde segundo curso; Dani… jamás le pediría a Dani que saliera con él, eran como hermanos y sería incesto, así que la morena quedaba completamente descartada; Banks…. Bueno, Banks simplemente le odiaba, no sabía por qué, pero le odiaba y Ann… Ann era demasiado dulce para que él le complicase la vida. Suspiró; definitivamente aquel cuarteto nunca saldría con él; sonrió al ver el resto de chicas, aún habían muchas.

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Danielle Adams, hija única de una familia de magos de gran prestigio, dejó de peinarse un segundo mientras se miraba en el espejo del tocador blanco que estaba en un rincón de la habitación. Aquel verano se había cortado el cabello siempre largo y lo había dejado de forma desigualada a media espalda, con lo que algunos mechones caían rebeldes sobre sus sienes, enmarcando sus ojos azules. Sonrió.

No le extrañaba que en un principio la gente pensara que Sirius y ella eran hermanos; ambos con el cabello oscuro, ambos con los ojos azules, aunque estaba segura que los de Sirius eran más bien grises; y ambos pertenecientes al equipo de quiddich de Gryffindor donde eran los dos bateadores. Definitivamente los que no supieran de sus apellidos pensarían que eran hermanos.

Pero no, no lo eran; eran amigos; los mejores amigos, sí, e incluso se atrevería a decir que había encontrado en Sirius al hermano que nunca había tenido. El hermano que la alentaba cuando estaba decaída y que le hacía sonreír cuando le contaba las bromas que tenían planeadas, aunque también era el hermano sobre protector que acababa arruinando todas sus citas porque según él, ningún chico era lo suficientemente bueno para ella.

Y era un fastidio, sinceramente. No el hecho de que arruinara sus citas, después de todo, después de tantos años se había acostumbrado a ello; el problema era que él era Sirius Black y formaba parte de los Merodeadores. Y sus amigas y los Merodeadores no se llevaban bien, nada bien, de hecho. Y definitivamente el hecho de que Sirius y Emily se llevasen a matar, tampoco era algo demasiado bueno para su relación.

Más de una vez había tenido que defender a Sirius delante de las chicas o a Emily delante de Sirius, o a todos delante de todos; estaba cansada, la verdad; estaba muy cansada de tener que estar en medio siempre, como si tuviera que decidir con quién quería estar o quién era mejor o cualquier otra cosa de niños de seis años.

Al final había tenido que ponerse seria y hablar con Sirius por un lado y con las chicas por el otro; si le daban a elegir, no estaría con ninguno. Así que el chico, que no quería quedarse según él, sin su mejor amiga y una de las pocas chicas con las que podía hablar de todo sin miedo a que ella se sintiera ofendida o fuera de lugar, había aceptado mantener una relación de cordialidad con Emily Banks; y Emily y las chicas habían prometido no insultar a Black al menos delante de ella, o al menos no demasiado seguido.

Suspiró mientras pensaba que aquel sería el último año que Sirius desmontaría todas sus citas y suspiró aún más mientras pensaba que por muchas citas que tuviera, el chico que de verdad le gustaba a ella jamás le haría caso; después de todo, que uno de los mejores amigos de tu mejor amigo te gustara, no era nada bueno.

¿Por qué se había tenido que enamorar precisamente de Remus Lupin? Sí, bueno, era encantador, inteligente, dulce, amable y siempre tenía una sonrisa y una palabra amable para todo el que la necesitara; tenía ese lado de niño travieso que pocas personas habían conseguido ver detrás de su puesto de prefecto y ella se complacía de ser una de esas pocas personas, después de todo, ser amiga de Sirius conllevaba ciertos privilegios como tener cierta confianza, dentro de unos límites, con los merodeadores, cosa que provocaba la envidia y los celos de las demás chicas.

Y claro, con todas las veces que ella misma había participado en las bromas ideadas por los chicos, estaba más que claro que terminaría fijándose en alguno de ellos; y tuvo que ser en él, en Remus. ¿Por qué tenía que ser tan atento y tan dulce y tan amable y tan inteligente y tan simpático y tan…. tan Remus?

Tomó el cepillo y volvió a pasarlo por su cabello liso mientras suspiraba. Aquel año tampoco iba a hacer nada; no iba a estropear una bonita amistad por haberse enamorado de él, después de todo, él no tenía la culpa de que ella fuera una enamoradiza, ¿verdad?

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Peter se acostó en la cama; hacía calor así que ni siquiera se molestó en taparse con las sábanas, total, se movía mucho y sabía que éstas terminarían en el suelo. ¿Quién iba a decir que el chico regordete que había sido una vez se había convertido en el chico que era ahora?

Bueno, quizá no era tan popular entre las chicas de Hogwarts como lo eran sus tres amigos, los merodeadores, grupo del cual formaba parte también, pero es que tenía que admitir que Canuto, Cornamenta y Lunático eran una dura competencia.

Pero él tampoco estaba mal ¿no? Después de todo, aquel verano había estado en Francia visitando a unos parientes lejanos y las chicas francesas le habían mirado de forma bastante… insinuadora; de esa forma en que las chicas miraban a Remus cuando estaban en la biblioteca o del mismo modo en que perseguían a Canuto por los pasillos o se reían en el comedor mientras miraban a James… Así que no podía estar muy mal ¿verdad?

Lo cierto era que su autoestima había subido un par de escalones desde que el año pasado, Emily Banks, la enemiga declarada de Sirius, le había pedido que fuera su pareja para el baile; claro que él sabía que había sido porque le había comentado el problema que había tenido con su pareja y con Sirius, pero el hecho de entrar en el baile con una de las chicas más difíciles del colegio le había hecho ganar varios puntos entre el sector femenino del colegio.

Y sólo faltaba un día, bueno, mirando el reloj de la mesita, unas horas para que empezara su séptimo y último año en el colegio donde había pasado los últimos seis años de su vida y donde había encontrado a amigos tan buenos como los que tenía en aquellos momentos.

Los echaría de menos; lo sabía y era consciente de ello; después de todo, Remus, James y Sirius le habían aceptado cuando él creía que nadie lo haría, le habían hecho un sitio en su grupo y lo habían incluido en todas y cada una de sus bromas, sus apuestas, sus comentarios y sus ligues, demostrándole que a ellos no les importaba en absoluto que él tuviera unos kilos de más y no fuera tan agraciado como lo eran ellos con doce años.

A veces los envidiaba… sí, lo hacía… No era nada malo ¿verdad? James… No hay duda de que es un deportista nato; se ha convertido en el mejor jugador de quiddich de Hogwarts en los últimos cincuenta años; empezó siendo cazador y en tercer curso probó como buscador, desde entonces Gryffindor no había perdido ningún partido; además, tenia a tantas chicas detrás de él que llevaba siempre una agenda donde apuntaba con quién quedaba, cuando y donde para no liarse.

Aunque bueno, en cuestión de chicas… Canuto tampoco se quedaba atrás; no sabía como lo hacía, seguramente era debido a su gran ego o la gran autoestima que tenía, que Peter no sabía de donde había sacado porque en su familia, Sirius era la deshonra, y aún así, el chico tenía una autoestima realmente envidiable y una seguridad en su andar y en su mirada que hacía que todas las chicas se girasen a mirarle, bueno, no todas, Emily jamás se había girado para mirarle, tampoco es que Evans o Adams o Seever lo hubiesen hecho, pero es que las miradas de Emily, desde el punto de vista de Peter, eran fulminantes.

Y Remus era tan inteligente que pese a no necesitarlo, se pasaba horas estudiando por el único placer de saber más y aprender cosas cada día… Y siempre estaba allí para ayudarlo a él; no es que Peter no fuera inteligente, lo era y mucho, pero en algún punto de su vida en Hogwarts, James y Sirius le habían convencido que era más importante gastar bromas y aceptar los castigos impuestos por los profesores cuando les pillaban que pasarse el tiempo estudiando; y claro, los dos primeros se lo podían permitir porque tenían lo que los muggles llamaban memoria fotográfica, pero él no podía hacerlo… Pero para eso estaba Lunático a quien no le importaba quedarse horas enteras con él explicándole las cosas que no entendía y repasando hasta bien entrada la noche con la única regla de que la noche antes de los exámenes no le dejaba estudiar; él tampoco lo hacía.

Sí, les envidiaba, pero era una envidia sana, jamás les traicionaría; jamás se alejaría de ellos; eran sus amigos y siempre lo serían.

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Maldito inhalador.

Eso fue lo que Ann Seever pensó cuando tuvo que levantarse de la cama donde estaba tumbada escribiendo en su diario, para asegurarse de haber metido dos inhaladores en el baúl y tantear la ropa que se pondría al día siguiente para asegurarse que allí había otro.

Cualquiera podría pensar que después de más de diez años con ese aparatito azulado en su vida, ya debería estar acostumbrada a él, ¿no? Pues no, no era así. Lo odiaba; odiaba tener que llevarlo siempre encima, odiaba tener que tener siempre dos o tres por si no encontraba uno y odiaba tener que depender de aquel cacharrito cuando entraba en una de sus crisis asmáticas. Odiaba tener asma; odiaba que los demás la miraran como si se tratara de un bicho raro porque tuviera esa enfermedad.

Revisó que estuvieran dentro del baúl y después de mirarlo unos segundos, volvió a tirarlos con fuerza dentro como si quisiera descargar la furia que sentía con ellos. Se cruzó de brazos y se sentó sobre el baúl dándole una pequeña patada con el talón del pie descalzo.

Lo odiaba. Lo odiaba mucho más de lo que podía odiar a Lucius Malfoy y eso ya era mucho decir; ese rubio idiota perteneciente a Slytherin y a una de las más prestigiosas familias de magos, según lo que le habían contado sus amigas brujas de descendencia de brujas y no como ella que era de descendencia muggle, le hacía la vida imposible desde que tenía uso de razón.

Su primer encontronazo había sido en el tren, el primer día que había pisado el expreso brillante y vaporoso de Hogwarts. La había empujado en el pasillo únicamente por estar tardando demasiado en caminar ¡y sólo era porque se le había caído su inhalador al suelo y lo estaba buscando!

¡Lo odiaba! Pero sabía perfectamente que estaba atada a él y que no podía hacer nada por evitarlo; maldita enfermedad de las narices que no le dejaba hacer nada… Había tenido que suspender sus clases de educación física en la escuela muggle a la que había asistido antes de entrar en Hogwarts porque según el médico, no podía hacer deporte… Y claro… había engordado; no era que le importara demasiado; al contrario, tenía un par de kilos de más ¿y qué? Ella se encontraba a gusto con su cuerpo y no estaba dispuesta a cambiar por nadie; si alguien la quería tendría que quererla por como era, con sus kilos incluidos. Pero no podía hacer deporte por culpa de aquello y eso también lo odiaba.

Desde el primer momento que había visto un partido un quiddich en Hogwarts había sentido unas ganas frenéticas de participar; pero claro, la enfermera del colegio, una chica muy joven y encantadora le había dicho amablemente que no podía jugar debido a su enfermedad. Así que se tenía que contentar con ver los partidos desde las gradas; no es que le disgustara mucho, después de todo, sus amigas también estaban en las gradas, salvo Dani que había entrado en el equipo de Gryffindor; pero ella quería estar allí arriba.

Había aprendido a volar en primero y desde entonces y siempre que podía se escapaba para volar un poco; se sentía libre allí arriba; no necesitaba correr para notar el aire en la cara, era la escoba quien corría; ella sólo tenía que dirigirla; adoraba volar… adoraba la sensación de poder hacer algo normal… aunque claro, ese algo normal era algo que no podía compartir con sus amigas muggles cuando en verano regresaba a casa…

Suspiró. Y luego estaba él.

Sirius Black. ¿Cómo podía pasar Dani tanto tiempo con Black y no enamorarse de él? Si era guapísimo… Claro, que esa era una opinión que jamás había compartido con ninguna de las chicas y prefería que siguiese siendo así, después de todo, Emily odiaba a Sirius y la relación de Lily y Dani con el resto de merodeadores tampoco era muy buena…

¿Por qué se había tenido que ir a enamorar del único chico que sabía que jamás le haría caso? Sirius salía con un montón de chicas… todas altas, todas delgadas y todas guapísimas.

Suspiró y se miró al espejo. Cabello largo a media espalda y rubio ceniza, en bucles suaves; ojos azules claros, rostro redondo, cuerpo con kilos de más y aquel estúpido inhalador que siempre tenía que llevar.

¡Definitivamente lo odiaba!

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Hacía un par de semanas que había sido luna llena y Remus Lupin ya estaba haciendo cuentas para ver cuando sería la siguiente vez que tuviera que convertirse en licántropo. Sonrió sin darse cuenta; al menos la próxima vez no estaría solo.

Solo… siempre había estado solo. De niño sus padres tenían miedo que dejándolo con otros niños, Remus pudiera morderles; no era que fuera a hacerlo, después de todo, Remus era un niño encantador y aún ahora que se había convertido en un adolescente de diecisiete años, seguía siendo un joven encantador, pero por aquellos años, sus padres tenían miedo. Por eso se habían asegurado de no dejarlo jugar nunca con niños solos.

Cuando creció y sus padres le contaron qué le había ocurrido y qué le iba a ocurrir durante las lunas llenas, fue él mismo quien se impuso el castigo de no ser amigo de nadie; no quería que los demás le tuviesen lástima, no quería hacerle daño a nadie… Tuvo que esconderse e inventar excusas tontas para justificar su estado alterado cuando se acercaba la luna llena y es que el lobo que había en él, quería dominarlo.

Pero él nunca se dejó dominar por el animal; era consciente de lo que era; leyó y estudió el comportamiento de los licántropos para saber qué era… Un monstruo… esa fue la conclusión a la que llegó; alguien que no merecía tener amigos, alguien que no merecía que se preocupasen por él porque una vez al mes, él no se preocupaba por nada ni por nadie simplemente porque una vez al mes, Remus Lupin dejaba de existir.

Cuando cumplió los once años, le llegó una carta de Howgarts; y al principio se rehusó a asistir poniendo como excusa que nadie querría que sus hijos estuviesen cerca de un licántropo; pero el director Dumbledore le había convencido; le había dicho que nadie lo sabría, que tenían un lugar donde él podría pasar las noches de luna llena y que nadie, salvo los profesores sabrían de su condición. Un poco a regañadientes, Remus había aceptado y ahora, seis años después, sabía que era la mejor decisión que había tomado en su vida.

En Hogwarts había encontrado a sus amigos. Sus amigos se habían convertido en animagos ilegales desde hacía un par de años para poder acompañarlo en esas fatídicas noches; y aunque aún despertaba en la enfermería magullado y con algunas heridas, no era nada comparable a lo que le ocurría cuando había estado solo.

Mordió la tableta de chocolate que tenía en la mano y se deleitó con el dulce sabor mientras la pastilla se deshacía en la boca.

No, ya no estaría solo nunca más. Era cierto que a veces topaba con ellos, sobre todo porque no entendía esa manía de Sirius de querer conquistar a todas las chicas, utilizándolas para pasar un par de noches con ellas y para decir después que ya no estaba enamorado de ella; si no se equivocaba, Sirius se podía enamorar una media de cuatro veces a la semana.

Y James, bueno… era tan evidente que estaba enamorado de Lily Evans que a veces le gustaría darle un golpe para que se diese cuenta de que saliendo con otras chicas lo único que hacía era lograr que la pelirroja se enfadase.

Y Peter… bueno, Peter era un caso a parte; primero lo habían acogido como su protegido, pero pronto se habían dado cuenta de que el chico no necesitaba protección, sino amistad, y él no había dudado en dársela; siempre le estaría agradecido por haber sido capaz de convertirse en animago ilegal por él.

Cada uno era diferente, sí, pero los cuatro juntos eran como una sola persona; aún después de seis años, se maravillaba al ver como con una simple mirada, Cornamenta y Canuto eran capaces de entenderse sin decir nada; y el modo en que Peter siempre sabía cuando tenía que apartarse porque Sirius iba a darle una colleja amistosa o la manera en que James sabía cuándo él estaba mintiendo sobre alguna chica.

Porque si había algo que los chicos no entendían sobre Remus era su manía por no salir con nadie. Bueno, sí, había salido con algunas chicas de Hogwarts, pero en cuanto empezaba a enamorarse de ellas, las dejaba sin ninguna otra explicación que "lo siento, pero creo que te mereces algo mejor que yo"; claro que a la chica el disgusto le duraba un par de días, el tiempo que Sirius les dejaba antes de lanzarse a ellas dispuesto a consolarlas, pero eso no era lo que les preocupaba a los chicos, sobre todo a James que parecía decidido a buscarle una chica antes de que acabaran Hogwarts y hacía pocos días le había enviado una nota que decía "Este año, te lo prometo que este año tendrás una chica aunque tú no quieras".

Se lo había intentado explicar a James, pero el chico se había enfadado con él diciendo que sólo porque tuviera un pequeño problema peludo no podía dejar de salir con chicas ni de enamorarse; claro que en ese punto, sonreía como tonto al pensar en Evans y Remus cambiaba la conversación hacia él con aquella típica agilidad mental que lo caracterizaba.

Sonrió mientras terminaba de cuadrar el calendario lunar y lo mandaba con un golpe de varita a su baúl; sólo por si a Peter se le había olvidado hacer el suyo, él había hecho dos copias. Luego recordó que tenía que guardar el mapa del merodeador que él se había llevado aquel verano para perfeccionarlo y con otro movimiento de varita lo dejó en el baúl mientras se encogía de hombros; él ya tenía los diecisiete años, así que podía hacer magia.

No pudo evitar sonreír al pensar que seguramente Sirius pese a no tener la edad también habría hecho algo semejante, claro que como su casa contaba con un dispositivo especial para que no se detectara la magia, no lo habrían pillado… Sirius decía que era la única ventaja que tenía el pertenecer a una familia de magos negros.

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Emily se sentó sobre su baúl con fuerza para cerrarlo del todo; aunque en realidad era para desestresarse un poco; el simple hecho de pensar que al día siguiente tendría que volver a ver a Black y volver a fingir que se llevaban más o menos bien porque se lo había prometido a Dani, le sacaba de sus casillas. Bueno, admitía que era muy fácil sacarla de quicio, pero es que parecía que Black era un experto en el tema; no sabía como lo hacía, sólo que lo hacía y lo odiaba por ello.

Odiaba al grupo de los Merodeadores, siempre creyéndose los mejores, siempre saliéndose con la suya, siempre jugando con las chicas y con el descaro de darle absolutamente igual lo que pensaran de ellos porque simplemente se creían geniales. ¡Ja! Sólo porque tenían un club de fanáticas que se pasaban medio día babeando por ellos y el otro medio posando delante de las narices de los cuatro chicos para ser las "afortunadas" que ellos elegirían para salir un día; ¡y por eso se creían geniales!

¡Idiotas! Eso era lo que eran, y el peor de todos era Black. No importaba que Lily opinara que James Potter era el cabecilla del grupo, no, ella sabía que el peor era Black siempre con su sonrisa encantadora que creía capaz de enamorar a todas las chicas que se propusiese… y siempre gastándole bromas a los demás chicos… sobre todo a Peter…

Aún no entendía cómo era que Pettigrew se había juntado con esos tres chicos… a ella Peter le parecía… encantador. Bueno, sí, quizá no era tan guapo como los otros tres, pero tampoco era de lo peor del colegio, después de haber perdido peso y haber hecho ejercicio durante el verano antes de entrar a sexto, su físico había ganado mucho y ese aire tímido que siempre le caracterizaba, siempre le había fascinado; quizá por ello lo había acompañado al baile de fin de curso del pasado año, cuando lo había encontrado frente a la chimenea de la sala común lamentándose porque Black había decidido ir con la chica a la que él le había echado el ojo encima.

Pero ese no era el punto, el punto era que odiaba a Black por haberle hecho esa faena al pobre Peter, ¡se suponía que era su amigo! Ella jamás había hecho… Bueno, quizá una vez intentó atraer la atención de Remus, pero fue mucho antes de saber que a Dani le gustaba Lupin, en serio; desde el momento en que lo supo, Lupin era tema vedado en su lista de posibles conquistas.

Se miró al espejo mientras peinaba en dos trenzas el largo cabello violeta oscuro que caía sobre la espalda hasta la cintura y fijó su mirada en sus propios ojos de un color violáceo que poca gente poseía y por lo cual estaba muy orgullosa de ellos.

Pero no, aquel año sería diferente; sería su último año en Hogwarts y no iba a irse de allí sin haberle gastado una buena broma a Sirius Black, algo que hiciese temblar los cimientos del castillo mágico y que hiciese que la gente se plantease quién era el mejor bromista del año.

Lily sonrió mientras miraba las estrellas. Al final se había despejado un poco y de vez en cuando se veía alguna estrella caer desde el firmamento para desplazarse de sitio o simplemente desaparecer entre la bruma de la oscuridad. En el piso de abajo, justo donde estaba ella, podía escuchar las risas de sus padres en el porche cubierto; casi sin darse cuenta sonrió. Seguramente ellos dos también estaban viendo la lluvia de estrellas.

Envidiaba a su madre y a su padre por haber sido capaces de encontrar a su mitad complementaria entre toda la gente del mundo. Los envidiaba por la felicidad que irradiaban cuando estaban juntos y por el modo en que sus ojos brillaban cuando hablaban del otro o simplemente por las miradas cómplices y las sonrisas cargadas de mensajes ocultos que ella no descifraba durante las comidas, pero que para ellos tenían, sin duda alguna, algún significado especial.

Ella también quería enamorarse… también quería sentirse querida… tener a alguien que la abrazara en las noches de invierno, a alguien que le recordase cada día lo especial que era… Pero su hermana se había encargado de fastidiar todas aquellas ideas románticas que tenía en la cabeza; Petunia le había repetido hasta la saciedad que nadie iba a quererla nunca, que era una anormal que nadie aceptaría nunca y en más de una ocasión le había dicho que lo mejor que podía hacer era marcharse de casa y disfrutar de su mundo si tanto le gustaba.

Recogió las piernas flexionadas contra su cuerpo y las rodeó con sus brazos abrazándose a sí misma mientras se prometía que no iba a llorar, no otra vez.

-Quiero enamorarme y que se enamoren de mí…

Una estrella fugaz, la última de la noche, cruzó el firmamento en aquel preciso momento en que las palabras de Lily Evans flotaron en el aire.

Borró las cosas del pergamino de forma definitiva y se metió en la cama dejando las gafas sobre la mesita; hacía un poco de fresco pero eso no le impidió abrir la ventana; no podía dormir sin abrir la ventana un poco, aunque fuera unos milímetros, era una manía que los demás chicos de Hogwarts habían aprendido a soportar a base de hechizar sus camas.

Había lluvia de estrellas, lo había leído en El Profeta aquella misma mañana; y pese a que el cielo estaba algo nublado, se podían observar de vez en cuando como caían. Sonrió recordando que su madre decía que si pides un deseo a una estrella fugaz, éste se cumple. Se encogió de hombros mentalmente y cerró los ojos.

-Deseo ser feliz… -murmuró.

Una estrella fugaz se iluminó en el cielo antes de caer en picado.

-¡Vete a dormir de una maldita vez si no quieres sentir lo que es una maldición rebotando en tu cuerpo, Sirius Orión Black!

El grito de su madre resonó por toda la casa; Sirius no contestó, sabía que sería inútil. Guardó los pergaminos y después de asegurarse que había metido la capa de invisibilidad de James en el baúl se metió en la cama, ajeno a la lluvia de estrellas que aquella noche había.

-Ojalá esta estúpida familia decidiera de una vez por todas desheredarme… así no tendría nada que ver con ellos…

Una estrella brilló en el firmamento de la noche.

La elfina apareció en su habitación con un paquete de libros que dejó dentro del baúl de la chica a quien sonrió. Dani le devolvió la sonrisa a través del espejo, adoraba a Tiny, era su elfina favorita, después de todo, pasaba más tiempo con ella que con sus padres.

-Debería de irse ya a dormir, señorita Danielle; mañana tiene que coger el tren.

-Lo sé, Tiny, gracias… Sólo quería ver si caía alguna estrella fugaz –señaló la ventana donde estaba asomada.

-Los muggles dicen que si pides un deseo a una estrella que se cae, éste se cumple, señorita Danielle; los demás elfos se lo han dicho a Tiny, señorita Danielle.

-¿En serio? –la elfina asintió-. Entonces esperaré a que haya una estrella fugaz antes de ir a dormir Tiny, gracias.

La elfina sonrió y desapareció con un suave "plof" y la chica se asomó de nuevo a la ventana. Una estrella pasó por encima de ella y cuando aún la veía, Dani cerró los ojos con fuerza.

-Deseo que este sea el mejor curso de mi vida…

Sonrió. No perdía nada por intentarlo, ¿verdad?

Se aseguró de tener la varita en la mesita de noche; desde que Canuto había aparecido en su casa una noche para ir a buscarlo para escaparse e ir a hacerle compañía a Lunático, siempre tenía su varita a mano, sólo para despertarse y poder encenderla con un simple lumos y ahorrarse el pasar la vergüenza de asustarse por unos simples ruiditos, como se encargaba de recordarle Sirius cada vez que salía a flote la conversación.

Cerró los ojos y se relajó.

-Me gustaría ser un poco más como ellos… Me gustaría tener novia… -suspiró deseándolo con todas sus fuerzas.

Y sus palabras llegaron hasta la estrella que en aquel momento cruzaba por encima de su casa; claro que él no la vio.

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Se tumbó en la cama después de que su madre le recordase que debía acostarse si no quería perder el tren al día siguiente y ella obedeció mientras la lechuza parda ululaba en su jaula, cerca de la ventana.

-Ojalá pudiera llevar una vida normal sin ese estúpido inhalador… -sonrió. Era una tontería, sabía que siempre tendría que llevar eso con ella-… Ojalá él se diera cuenta de que existe algo más que el físico…

Una estrella cayó y se perdió en la bruma de la noche; su deseo inconsciente, había sido escuchado.

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Sabía que la licantropía jamás sería curada del todo y suspiró mientras miraba la lluvia de estrellas.

-Al menos desearía encontrar a alguien a quien no le importe que sea un licántropo…

En algún lugar del cielo, una estrella fugaz recogió su deseo.

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¿Qué podía ser? Estaba acostada en la cama mientras su cabeza pensaba una y otra vez en qué podía hacer… pero todo lo encontraba o muy infantil o muy idiota y las únicas bromas que se le ocurrían que fueran lo suficientemente buena, ya habían sido realizadas por los merodeadores. No era justo, ellos le llevaban seis años de entrenamiento.

Y entonces se le ocurrió algo que pensó en voz alta.

-La mejor broma para Black sería que se enamorara de alguien… Y que sufriera igual que las chicas lo han hecho con él… ¡Oh, sí! Como me gustaría que Black se enamorara.

Su deseo fue escuchado por una estrella fugaz.

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Hola! Mmmm Que os ha parecido el primer capítulo?

Me gustaría que me dejarais vuestras opiniones, ya sabéis, más que nada para saber si continuo con este fic o simplemente lo borro…

En fin… espero vuestros comentarios, críticas, howlers y todo eso… eso sí, nada de maldiciones, por favor!

Bueno, un besito para todos y sed felices!

Nos leemos pronto!