Todo esto es propiedad de Nintento y del excéntrico Shigeru Miyamoto.
Todo lo dicho en el prólogo del capítulo anterior.
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Capítulo XI.
La presentación de los coristas en la plaza central.
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Ese caballero comenzaba a entender la naturaleza diaria del Mercado de Hyrule. No era por muy lejos desorganizaba y ni tan peligrosa como pensó la primera vez que el niño se le puso enfrente de la carreta del señor Talón, ocasionando que por muy poco se desbocara por la marcha que oprimía a los lados. Tenía que saberse manejarse. Eso. Y la experiencia muy distinta de apearse y recurrirse en él. Una perspectiva a un mundo diferente, ya no a los abajo, como la Tribu Kokiri, ni a lo alto, como la Villa Kakariko o la Ciudad Goron. Al frente. Niños de su edad, o no tan niños, eran de su tamaño, y los más altos no lo rebasaban por muchas decenas de centímetros. El estaba de acuerdo a ese mundo: físicamente era idéntico, confundido entre todos, con las ocasiones de dejarlo pasar por su vestimenta y hada compañera que malinterpretaban de kokiri.
No le temía al lugar, pero por si acaso, se mantenía al margen de toda la jerga.
(2. La idea es que cambia por completo las dimensiones del Mercado que se ve en el juego de Zelda OoT a un nivel mucho mayor, no como un Mercado cerrado en sí, sino libre de techo, con locales en desorden entre sí. Tómenlo como una "visión" del Zócalo de la Ciudad de México. Vean esta imagen para una idea general. Punto y aparte, imagínenlo como quieran, pero así lo uso yo. http // www. azc. uam. mx/ csh/ sociologia/ sigloxx/ zocalo.jpg)
Los Rápidos, como llamaban vulgarmente a los niños que se divertían asustando a los caballos, robar algo de la bolsa de dinero de un adulto o de un comercio para darse la fuga y bien en grupos siempre para hacer un punto más al escándalo ensordecedor era la primera "clase" que encontró en hylian, intentando acostumbrase mientras estaba sentado en una escalera al ala izquierda del Mercado, y que conducía a unos comercios de segundo piso. Su ubicación era harta espaciosa, encima de todos y seguro, cómodo, con la gracia de darle enfrente al gran templete de los dichosos presentadores de la bestia de la Montaña. Inusualmente cómodo, observador sin ser observado, tenía en su lista mental –comparada y perfeccionaba con la de Navi, que mejoró de humor hace buen rato– a Los Rápidos, Los Regateaderos y Los Verduleros. Estos segundos eran los dichosos compradores que eran más que eso. Hombres la minoría, quizá era la clase más trabajadora, o sin el quizá, su misión era conseguir, inmiscuirse, conservar sus vienes y comprarlos al menor costo posible, platicando con la vendedora. Sumamente ágiles, practicaban caras desdeñosas o susurros acertados de lo terrible que se veía la fruta, como pasada de dos días, decían en el local a un lado de las escaleras, donde se amontonaban y la vendedora intentaba ser razonable que era buena, pero con la filosofía que el cliente tiene la razón, conseguían las Regateadoras quedarse con la rupia azul en la bolsa. Los Verduleros serían la última clase administrativa, los vendedores para ser más exactos, las chismosas y personas que tenían su simple comercio a base de mesas expuestas enfrente mostrando ahí sus mercaderías, algún puesto del mercado con tonalidades de colores o simples carretas y carritos de madera que exponían a gritos lo último de la moda, empujándolas o tiradas por un par de caballos al frente, y todo mezclado.
O existía ley jurídica, sólo norma moral, esa rama de comportamientos buenos, malos o aceptables que una sociedad se impone entre sí, implícitamente. Por eso el caos, libertad y tener pollos o perros corriendo por ahí refugiado o hambriento en un callejón o debajo de un comercio. Desde su lugar, había podido ver el cambio que se frecuentaba en toda la gente, últimamente donde todo o prácticamente la gente de toda la ciudad, a paso lento, se reunía por el rumor de una presentación Única en su Especie. Doble sentido. Varias pancartas estaban pegadas en las paredes y asta de faroles de luz, varios sentados en bancas alrededor de la fuente de agua en el punto medio.
Ya he dicho que un templete estaba colocado, para ser más exactos justo en el área que llevaba al Templo del Tiempo, sin fondo más que el milenario edificio y su bosquecillo verde y frondoso. Una especie de megáfono, que era el actual invento pues intensificaba la voz una dos o tres veces de lo normal estaba sobre la tarima, casi olvidado. Desde varias horas, en la mañana, todos observaban unas cajas a los lados del templete, todo con una pequeña barricada de banderas negra como las sábanas de luto que cubrían por completo las cajas. Varías sillas estaban expuestas alrededor de megáfono y un número de persona que movía de aquí y allá, siempre presente y alerta de las cajas grandes.
Link recargó la cabeza en una rodilla, sin nada que hacer. Calculó mal el tiempo esa vez –y quizás la primera o la segunda desde que tenía conciencia. Toda su vida siempre había sido exacto con el tiempo, hora de ejecutarlo y buena memoria con el tiempo, pero cómo se le ocurrió pensar que ese día llegaría al río que le dijo, quién sabe. Era tarde para regresar el castillo y su decisión era rentar la habitación ese día, más tarde, después de la presentación y salir mañana en la mañana.
Estaba no tan entrando al atardecido, como las cinco de la tarde, ambiente más fresco y sol oculto y suave entre las nubes veraniegas. Un sujeto que estaba en la tarima miraba un reloj y luego la luz, como si calculara que ya fuese la hora convenida. Sea lo que sea, pensó el rubio, debería de estar comprobando si el tiempo era el adecuado no para nosotros, si no para las bestias, frescas y no expuestas al ardiente sol de hace una hora. Varios hylians de todas las edades y físicos se juntaban en la plaza, varios con sillas de la casa y poniéndose en filas para estar mejores, o como mejor le convenían. Los comercios decidieron ese día cerrar temprano, aprovechando sus mesas y vitrinas para mirar con una mayor ventaja. Varios desde casas y un número casi igual o mayor sobre los techos, recargados en sus barandales y teniendo su propia comida o cobrando a los extraños la vista panorámica. Un viejito con túnica azul y barba blanca estaba debajo de él, en una banca, una joven señora junto a él, y otra con una boina negra y súper delgada, con traje igual de negro también, pero en el piso sobre una manta. Link sonrió, para si mismo y para Navi. Tenían una estupenda y quizá la mejor vista porque era totalmente amplio y estaba exactamente en frente, cómodos.
El señor que miraba el reloj era pelirrojo con una entrada cuarentena en años y ligera calvicie, lentes grandes y expresiones alegres y vivaces. Tenía un traje sencillo pantalón café, camisa blanca y chaleco tejido azul. El día aun era muy claro y aprovechando la actitud del público dio un ligero suspiro. Varias personas más, los encargados de cuidar las cajas, se habían subido con él y ellos eran los que se sentaban en la hilera de sillas, unos alegres, otros no tanto, hombres y mujeres en general, la mayoría jóvenes de 21 hasta 30 y 45 años.
Otras gentes amigos de los que subieron al templete estaban alrededor o detrás de ellos como igual ayudantes. De todas clases, el público quedó expectante, callándose como si dieran permiso al presentador pelirrojo a que diera inicio a la presentación tan hablada desde hace unos días. Eran seis cajas grandes en total, y unas estaban sobre unas carretas con la utilidad, de irlos presentarlos, ponerlos al frente para que se vieran mejor. Ahí estaba la barricada de banderitas. Nadie debía de pasar ese punto.
— Bien, todo mundo —el señor presentador carraspeó un poco, en medio del silencio—. Gracias por esta calurosa bienvenida de su parte. No saben qué alegría nos da a nosotros, los serviciales locutores, que tomasen tan enserio nuestra propaganda hasta pagarnos con una admirable y bien increíble suma de rupias esta mañana, cuando sabían a ciencia cierta que daríamos la presentación.
Link recordaba, perfectamente, a todos los de la tarima y los detrás de atrás de ella con sombreros y propaganda en todas partes y contando sepa qué maravilla, una chica muy joven y pelirroja, acompañado con uno que parecía su hijo y lentes, mismos ojos verdes le explicaron de la pequeña presentación, dando con generosidad dos rupias rojas que traía, 20 rupias verdes en total, agradeciéndole y despidiéndole, antes de seguir por los demás hasta las calles más al fondo.
— Yo soy el señor Arthur Weasley, conocido de la comunidad, actual habitante de aquí, y ellos, mi querido público, son los valientes que estuvieron perdidos por casi dos a tres meses completos al otro lado de la Montaña de la Muerte, trayéndole las especies más increíbles y sorprendentes que son capaces de creer.
(3. No son magos, esos son los personajes de J. K. Rowling, tampoco son sacados literalmente de cómo son en los libros de Harry Potter. La relación entre ellos es sin duda parecida. Tomo su apariencia y sus nombres, directos de la novela. No respeto la relaciones de edad y no serán personajes importante a lo largo de esta historia, podrían, tal vez, aparecer con papeles meramente secundarios, pero aclaro que no son magos y es probable que sea su única aparición).
Y los presento. El señor Black, y sus hijos, Sirius y Regulus, James Potter y su hijo Harry. Severus Snape (el que no se veía entusiasta en absoluto, cruzado de piernas, de brazos y algo ceñudo), unos rubios que no entendió bien la pronunciación, como Mafoy o Malfoy, Charile, Riddle, uno peculiarmente gigante que todo mundo creyó que era una de las bestias, más se equivocaron, una lista completa de pelirrojos: Bill, unos gemelos, que Ron, Hermione y varios más que inclinan la cabeza galantes. Un tal Lupin. También dio crédito a los de atrás, la esposa del presentador y la esposa de Potter que fueron encargadas de administración del hogar por esos dos meses y suma ayuda cuando regresaron hasta la planeación de la presentación, e.t.c.
El señor Weasley seguía con la presentación y una introducción del público en especial y fin científico y educativo a las masas, de las bellezas de estas criaturas, abarcando en un momento dado el mito y creencia. Hablaba tan fluido, alegre y amable que nadie perdía palabra, una forma de explicar tan fácil que el más inculto niño grande o pequeño, aun en el regazo de la madre podían entender a grandes rasgos. Fue como si diera un por qué a lo que hacían y los atributos que podrían tener, narrando la historia de la perdida de amigos (honra memoria a Peter Pettigrew, que falleció valerosamente en un ataque de una de las bestias aquí presentes...) y como cada uno de ellos usó sus medios más rápidos, con la habilidad e inteligencia de capturarlos ¡y demás desastres, que el fue capaz de ver con sus propios ojos! Oh, ustedes, jamás sabrán el temor de lo desconocido de una empresa hasta enfrentarse, y jamás se darán cuenta a tiempo que el verdadero miedo está en la conciencia, que uno siente miedo por actividad de su imaginación en ese momento, porque es lo desconocido, y podría ser cualquier cosa. Es más que una historia y travesía para niños, fue un riesgo muy alto en que tomamos, unos completos locos ayer y entonces para hacer eso –risa general– y varias travesías más, que le contaremos. Sólo hoy, y para ustedes.
El señor Weasley se acercó al frente, tomando un poco de aire y un vaso de agua que su esposa le pasaba.
— Estas bellas criaturas merecen admiración y respeto ¡Eliminen esas creencias de que son salvajes, descarten por completo que no son inteligentes ni civilazos! Si me permiten decir, están mejores que nosotros... ¡En serio! No es para reírse —sonrió abiertamente, cuando uno del público chifló divertido—. Pero, esa es la verdad. Deberán de pensar, ¿qué estoy haciendo yo, que deberíamos de presentar a nuestra primer amiga criatura extranjera desde hace 40 minutos? Verdá que el tiempo pasa ¡Y todavía no andan aburridos! Pues si siguen así de interesados le invito a ser testigo de la siguiente parte.
— Es injusto esta parte de la historia. Yo no debería de decirla —añadió, tras un silencio—. Es mi hijo, Bill, el responsable de la tarea —el aludido pegó un bote, como si interrogara que él debería de explicar lo que pasó, pues habían acordado que su papá explicaría por él—. Bill, se franco —dijo tapando el megáfono en dirección a su hijo—: eres el ÚNICO que te puedes acercar y quitar la manta...
¡Ah! A eso se refería. Por un momento se había confundido, así que se sonrojó bastante cuando el público rió. Su novia, una muchacha increíblemente hermosa, al colmo de lo posible, le echó una porra. Bill se puso enfrente de la primera caja, jalándola un poco hasta enfrente, susurrando algo por la tela, la cual sujetaba con firmeza.
— Pediremos silencio. A ella no le gusta lo escandaloso y es relativamente nuevo todo esto. Su naturaleza es pacífica y es muy inteligente, así que no la provoquen, en serio.
Contrario a lo que dijo Arthur Weasley, varios, principalmente los de más cerca, promulgaron una exclamación, impactados a simple vista. Creyeron los primeros segundos que era una estatua del cuerpo de un león con una cabeza humana serena y dormida. Ero cuando abrió los ojos y movió ligeramente el cuerpo, para pararse sobre las dos patas más de uno, inconscientemente asustado pero fascinado, se hicieron para el frente, otros levantándose para mirarla mejor.
Bill dio una reverencia preciosa a la esfinge, la cual respondió de la misma manera, ronroneando, con esa sonrisa serena y misteriosa en su faz dominante.
— Feliscea es el nombre de ella, un esfinge proveniente de la región árida del oeste del otro lado de la Montaña de la Muerte, donde descubrimos varios vestigios arquitectónicos de pirámides y villas erosionadas que hace mucho tiempo debieron de estar habitadas. Las esfinges, como demuestra nuestra amiga, es digna y educada, extremadamente inteligente capaz de hablar todos los idiomas, deleitable para los acertijos y adivinanzas. Son quizá de los seres más preciados en todo el mundo, extremadamente especiales, un honor tenerla entre nosotros, mi público. La apreciamos mucho, no crean. Las esfinges, según nuestros escasos y recientes estudios, contados por ella, principalmente, basa que son seres mágicos de curiosas cualidades. Generalmente estaban en lugares que fueron o eran importante como guardiana, independientes y leales.
Feliscea asintió a lo que decía, lo cual Bill y su padre sonrieron más calmados. Todo el mercado miraba con fascinación a la esfinge que los divagaba sobre todos, con esa sonrisa misteriosa y eterna que la caracterizaba.
— Son pacíficas, por supuesto, pero para nada indefensas. No por nada son cuidadoras, y la única manera de querer avanzar cuando ella se propone ser guardiana del lugar hay una única manera: ella te retará la adivinanza, y tu la tienes que responder. Si quieres no contestar, no lo hagas, ella lo permite con educación, pero no podrás pasar hasta que le contestes. Si lo haces bien, se inclinará y se hará un lado, de lo contrario te matará.
Unos cuanto jóvenes que traficaban unos pasos más allá de la barricada de banderas pegaron un brinco corriendo a sus lugares, pues Feliscea, sin malicia, se acomodó tan cerca de la pared de la jaula que el mismo Bill sintió un frío estremecimiento en la espinilla. La esfinge sonrió más abiertamente, casi con la inocencia de un lindo minino.
— No sé si lo hayan notado, querido público —empezó el señor Weasley, una vez que se calmaron los pobres muchachos—. Pero esta jaula no pose candado, lo que significa que está totalmente abierta y puede salir en cualquier momento.
Todos murmuraron cosas incoherentes. Efectivamente, no poseía cerradura. El pensamiento más acertado de todos es que estaban locos ¡Dejar a una criatura así, capaz de salirse en cualquier momento...! Aunque la esfinge no daba señas de amonestación, siempre tranquila sentada en cuatro patas. El Eso lo resentían todos. Bill creyó convenientes explicarles por qué estaba en un estado de equivalente libertad, por lo cual le dio una seña a su padre.
(4. Está basada la ubicación y nombres de los lugares, templos y bestias del mundo alterego del juego de The Leyend of Zelda: A Link to the Past).
— Habían pasado tres semanas, y no encontrábamos nada. Caminábamos por la espesura de la cordillera tan lejos de nuestra casa Hyrule que con dificultad lográbamos a pensar que existía en medio de tan desolado lugar. Sin embargo, cuando uno de nuestros colegas descubrió, arriba de una sima, un pasaje que parecía el comienzo de un bosque, vislumbro consigo una zona árida que se perdía hasta la vista, no desértica, pero sí totalmente seca, que tenía unas ruinas que databan de miles de años. Todos se adentraron con cuidado en su espesura en el primer vestigio civilizado perdido por la mano de los Dioses –y según la leyenda, eso sí pasó!– buscando algún inicio de quienes podrían ser y objetos y cosas parecidas de ellos. Llegaron a un mismo punto, pues estaba en forma un tanto laberíntica. Nos encontramos justo en el centro de la ciudadela (¡Porque era enorme!) una pirámide carente de escaleras, probablemente Templo Espiritual o algo parecido tal cual como los Templos de los Sagas de aquí. Lo mas probable es que hayamos o hayan captado o es uno de los tantos templos que creían en los "Sagas" de la leyenda y que fue destruido por el tiempo y calamidades imposibles de imaginar. La pirámide carecía de adornos, a no ser de una gárgola aun lado de la entrada en su parte inferior. La gárgola tenía unas inscripciones rudimentarias que nuestro habilidoso y buen traductor Lucius descifró como "Palacio Negro" (Dark Palace). De ahí a más, cargados de antorchas y armas por algún animal inesperado, entramos la mitad de nosotros, comandado por Bill, que siente una gran empatía con la historia antigua y pirámides, entre otras cosas. El lugar en sí no era muy grande, pero bastó para perdernos. Su nombre equivaldría en oro: era para perdernos. Por algo Templo Perdido. Varias cámaras se conectaban entre sí, y otras poseían espejos y callejones sin salida. Pasaron horas, y todavía no llegábamos a la salida. Entonces, luego de pasar una especie de precipito conectado con un puente, vimos una puerta tan grande que debió de servir de la Cámara Real o principal, en cualquier caso. Oxidada y frágil, pudimos abrirla. Aparte de polvo, no había nada a la vista. Fue ahí, cuando Bill, que iba en la cabeza, se adentró pocos metros más donde estaba una silla Feliscea saltó desde las sombras, pintándosele como ahora la ven.
Feliscea siguió divagando la mirada, pero todos estaban ahora presentes al señor Weasley que seguía contando. Nadie vio, o al menos casi nadie, cuando abrió los ojos, sorprendida. Se repegó en la pared, no de diversión o algo parecido, casi con tal fuerza que Bill creyó que la iba abrir. Miró perplejo a la esfinge, pero ella no lo miraba a él, ni a nadie. Sólo aun muchacho rubio paralizado en una escalera al otro lado de la plaza.
— Quiero conocerlo.
— ¿...?
— ... Ella dijo: "¡Visitantes! Han pasado siglos que duermo aquí, ocupando mi cargo de guardiana. Pero como verán: mi guardia está acabada por la falta del objeto que debo yo cuidar. El Saga está muerto, Perdido para siempre, el hechizo en este Palacio ha acabado, y con el fin del Saga y su protección todo se ha vino abajo, quedando las ruinas que ustedes ven al frente. Ahora, ustedes, son los nuevos que han venido y darle vida, pero no son los que tienen el Don, y aunque lo fueran, no pueden hacer nada. Me da profunda tristeza, yo ya no poseo ama. Pero me quedo aquí, para evitarle a la anciana la condena de la muerte del olvido. No he fallado desde entonces, pero llega un momento donde es inevitable, y ya nadie, nadie la recuerda".
— Felis... ¡Feliscea! —musitó quedo Bill, evitando que la poderosa pata de su poética amiga empujara la puerta— ¿Qué pasa? Quédate ahí!
— Quiero conocer a ese niño.
Bill gimió, porque el nivel de fuerza era en extremo disparejo. No podía evitar que saliera y corriera por ahí si realmente se lo proponía. Ya tenía parte del cuerpo salido, suerte que todos seguían atentos a la historia de su padre, si no ya se imaginaria la catástrofe que acarrearía.
— ¡Ya... ya tendrás tiempo para conocerlo! —le sujeto una pata. Feliscea se paró a mirarlo, diciendo en forma misteriosa:
— Tiempo es lo que Él no posee.
— "No quiero conocer el mundo entero. Ese yo ya lo he visto, pero si quiero salir de este encierro, pero no salgo, porque no tengo a donde. Seré inmortal, totalmente inteligente, pero no deseo malos estrechos, y si es posible viajar con alguien, en donde entretener mi cerebro. Veo que ustedes son unos viajeros, así que es acá donde no van a estar. Les hago una propuesta, pero estas son las reglas." Se quedó callada. Mi hijo Bill pidió que prosiguiese. "¿Qué tal les quedaría si acaso yo me quedo con ustedes, a recorrer este mundo, donde sé mucho con vislumbrar poco, sin engaños ni traiciones, a cambio de deleitarme contestando una adivinanza?" Todos nos miramos incrédulos. Que ella viniera con nosotros estaba un grado más de lo que queríamos en realidad. Dijimos sí, pero siguió advirtiendo: "Antes de empezar, deben dejar en claro que es un giro de la moneda, y si caen en lado rayado, perderán algo muy importante. Si contestan bien la adivinanza, me inclinaré a aquél y solo a aquél que la conteste y lo seguiré, hasta que haya terminado el viaje. Pero si contesta mal a aquél a quien reto no tendré de otra que asesinarlo. Esas son las reglas, y no hay marcha atrás. Una vez hecha, sólo uno puede contestar, si alguien le dice algo trato nulo, y ahí me las pago. Y bien, mi amigo, ¿quieres contestar?" Se dirigió exclusivamente a mi hijo. El nos miró a todos, y, tomando una resolución, dijo: Sí, lo acepto. La lo cual la esfinge se sentó en dos patas, con una sonrisa, dispuesta a proseguir.
— ¡Por favor, Feliscea, espérate a que terminemos, por favor! —exclamó no muy alto, sólo para que la esfinge que se ponía un pie afuera de la barricada de banderas. Alguien del público gritó y todos miraron a la esfinge y al Weasley que literalmente estaba siendo jalado en contra de todas sus fuerzas mientras sujetaba la pata delantera de ella. Todos alrededor se alejaron corriendo, pero sin dejar de mirar la curiosa escena ¡Oh, Diosas, Cielos, Dios! Bill se sujeto de un sillón peculiarmente pesado, exclamando cosas para entrar en razón a la esfinge.
El señor Weasley abrió la boca, pasmado. Dijo algo por el megáfono y Bill reanudó sus fuerzas por detenerla.
— ¡Lo verás más tarde, por Dios, ahora no podemos, regresa a la jaaaulaaaa! Ahora no es el momento, espera, por favor! Feliscea, sé razonable ¡Sí!
La esfinge de repente se paró, con una expresión curiosa.
— Razón en eso sí tienes —le miró de tal manera que todos se callaron, esperando que sucedería después—. Él no posee tiempo, yo al contrario tengo demasiado. No es justo de mi parte quitárselo, cuando yo puedo esperar todo lo que quiera. Sí, lo veré, lo veré más tarde, cuando Él tenga ya el tiempo suficiente para eso.
No fue necesario ser conducía por Bill para que diese la media vuelta. Se recostó como una linda minina, en medio del suspiro de todos cuando el pelirrojo volvió a cerrar la puerta de la jaula.
— Disculpen la interrupción... —dijo despacio el señor Weasley, contento de que nadie se lo tomó a mal y volvían a sentarse en sus lugares (luego de acomodarlos) para seguir atento a sus palabras—. Yo... ¿estaba en qué? —murmuró mirando de soslayo a los de la silla, que hacían mímicas apuntando a su hijo y a Feliscea—. Ah, sí: la adivinanza —carraspeó, luego de tomar un vaso de agua. Respiró profundo, y continuando, citó—:
¿Sabes qué es blanco y negro
con una reina querida, que desea
con febril deseo, asesinar al
Caballero Negro?
Perseguido por todos del lado de Luz,
el Caballero Desapareció.
¿Acaso sabes por qué la Reina Blanca
mandó a matar al Caballero Negro?
— Sería muy descortés de mi parte decir la solución y el por qué de ella. Creo que lo podemos dejar de tarea, ¿no? —todos rieron, aunque seguían pensando en algo relacionado con las reinas y caballeros—. Bueno. Ahora, daremos entrega a nuestro segundo espécimen. Démosle un aplauso a Bill y a Feliscea por su participación ¡Perfecto! Hoy están muy animados. Y ahora, atentos otra vez. Verán quizá el ser más misterioso y por mucho letal y peligroso cuando se está en su ambiente natural. El crédito de su captura corresponde a mi amigo James Potter ¡Arriba, James! Tu dijiste que querrías presentarlo, así que adelante.
— ¡Ese es mi Jaime! —gritó el compañero que se sentaba al lado, el pelo negro y lacio hasta la espalda. Un semi rubio al otro lado del tal James rió con ganas cuando este último aludido escuchó el nuevo pseudónimo lanzándole una mirada asesina al Black.
El hombre con lentes se aproximó a la segunda jaula, la más pequeña de todas, y luego de decir Señoras, Señoras, Niños y Niñas, les presentó el mayor misterio del mundo marino para que sean capaces de creer en cosas imposibles. Quitó en un sólido movimiento el mantel oscuro dejando traslúcida a la luz una pequeña. Una trasparente, sellada, pequeña y cristalina pecera, donde no había absolutamente nada ahí, sólo agua llegándola hasta la mitad. El de lentes rió divertido cuando todo el público, sin excepción, soltó una exclamación desaprobada. Se acercó a la pecera y luego de poner su dedo índice sobre una de las paredes de cristal dio cinco fuertes y despacio golpecitos. El agua se empezó a agitar sin razón: un remolino se formó de la nada, con creciente brutalidad. De repente se detuvo, al tiempo que un tentáculo de agua se formaba del corazón de remolino directo a golpear a la cabeza del Potter, rompiéndose en miles de gotas cuando chocó contra la pared.
Hubo un silencio. Nadie entendía qué pasó.
— Morpha —dijo James, con la radiante sonrisa pintada en la cara—. Esta criatura, aunque no lo crean, es capaz de controlar el agua a su voluntad.
Link intentó enfocar dentro del recipiente ¡Pero ahí no había nada! James pareció entender que ese era el pensamiento general, así que volvió a golpear el agua con más delicadeza que antes. Se volvió a agitar, como si burbujas de agua de diferentes tonos de azul se formasen en la nada hasta el corazón del recipiente. Algo rebotó, y una manchona de aire con azul marino, totalmente inestable y esférico salió a la superficie, moviéndose como bestia enjaulada.
— No fue fácil de encontrarle. Cuando partimos a los cuatro días luego de tener a nuestro equipo a Feliscea, cerrando la marcha de nosotros, bajamos al sur y encontramos, rodeados de vegetación rocosa y dura un gran lago, con varios claros y cuevas alrededor. Por la división geográfica adivinamos que no era accesible para bestias peligrosas que deberían de usarlo de bebedero. Acampamos. No había marea, tampoco oleaje, sólo el agua tranquila de un lago cualquiera. Qué sorpresa que la mañana siguiente, en nuestra cueva, el agua estuviera hasta las caderas. Como pudimos salimos con la mayor cantidad de cosas posibles; ahí varias medicinas se perdieron y algunos varios mapas como equipos de localización ¡Hasta la comida! Quedamos atascados por esa razón, esperando a que nuestra ropa se secase bajo el sol, cuando de la nada, la marea subió tanto que tuvimos que escalar la parte rocosa. Inmediatamente bajó, y cuando nos acercamos a tomar agua subió tan bruscamente que acá mister Perfecto casi se ahoga —Sirius Black borró su sonrisa—. Feliscea de repente dijo, a nadie en particular: "como un guardian como yo, existen otros, en otros lugares". Así que pensamos que esa cosa debía de estarnos acosarnos a que nos largáramos. Con la de perder, intentamos una manera de salirnos de ahí, cargamos todo como pudimos, aun agarradas en las manos, uno llevando dos mochilas, otro con los puros zapatos, cuando todo tembló: Morpha, como llame a este ser, salió a la superficie como si nos mirara. Faltaron veinte segundos para que formase de la nada una marejada, una ola gigante que nos golpeó de lleno y nos arrastró al lago. La mochila de herramientas que traía se atascó en una de las rocas y observé como todos eran succionados al fondo del lago. Miré que esa cosa estaba cerca de mi, dando chapoteos feliz. Tuve que ser rápido: saqué un garfio y una cuerda de la mochila, los sujete de un extremo las dos, cargue viada y puntería y bastó un tiró para clavarle el garfio en su cuerpo, expulsándolo del agua con todas mis fuerzas. Será un señor en los mares, pero es totalmente patético en tierra firme. Lo mandé al otro lado de las rocas de una patada y al meterlo en una caja al vacío de alimentos quedó capturado.
— Un gran aplauso para James —gritó el señor Weasley en el mar de aplausos, realmente contento de el de lentes—. Y bien, aun queda tiempo para otras historias más. Pero antes de avanzar con otra maravillas, quiero demostrar un ser tan horrible y despreciable que es capaz de asesinar a su propia especie si es que tiene oportunidad. Dos semana después, de lo de Morpha se completa el primer mes, y llegamos (dijo Feliscea: "La Prisión del Centro") vimos una pirámide gigantesca muy a lo maya, pero tan grande que no pudimos ni escalarla: estaba infestada de criaturas y rodeada por unos rápidos. El señor Snape fue el responsable de su captura, y no estoy muy de acuerdo con nuestro compañero Riddle de haberlo traído, pero por votación así fue. Como fue el culpable de la perdida de nuestro compañero Pettigrew es naturaleza humana el vengarnos. Y bien, como Peter le nombró apenas verlo (su lengua natural era el inglés) dijo
"Ork n't shape" (ogro deforme) y así le bautizamos, ¡James, quita la manta!
Todos dieron cara de asco. Era enorme, mucho más que un hylian alto y voluminoso en forma desigual. Se le veía la carne horrenda con varios razgos de moho encima, café patoso y pelo por donde quiera. El tórax era en cierta forma más grande que su parte inferior y la cabeza, exageradamente grande y patas con pezuñas. Estaba erguido, y unos dientes provinente retumbaron como guillotina cuando las luces del día le segaron. Tenía las manos y las patadas engrilletadas al piso. Miró de forma feroz a James, que guardó distancia, a pesar de tener doble seguro en las puertas.
(5. Como el enemigo jabalí que sale en el The Leyend of Zelda: The Wind Waker y la bestia nueva que sale en el ejército en el The Leyend of Zelda: Twilight Princess. Ver a esta (imaginad sin armadura): http // www. zelda. com/ universe/ img/ game/ legendzelda/ set2/ ss12. jpg)
— El señor Snape me encargó que yo narrase cómo es que fue atrapado, si es que yo quería narrarlo y si el público realmente quiere escucharlo. Por mi está bien, la noche aun no aparece, y si aparece todavía es joven. Pero es algo complicado y largo. Mmm... para no ir por las prisas, ya que quedan tres animales más, lo narraré cuando hayamos concluido ¿qué les parece? —todos dijeron sí. Link dijo no, aunque nadie lo escuchó en realidad. Realmente le interesaba cómo habían podido vencer a esa clase de enemigo: no tenía ni la menor idea de ser capaz de darle frente por más de quince segundos.
— Y... está bien —murmuró Arthur cuando tomaba agua, mirando en forma de reproche a su hijo Charlie Weasley y al gigantón que se llamaba Hagrid. Casi estaba suplicando este último a mostrar a su hijo querido, y el otro pelirrojo lo apoyaba, casi anhelante pero sin abrir la boca—. De acuerdo ¡pero última vez! Se supone que el pequeño era al último... Ejem, damas y caballeros, habrá un cambio a última hora. Estoy seguro que este es para toda la familia ¡Miren y aprendan! James, quita la manta del dragón —James levantó la ceja—. Cambio de última hora...
— Y Sirius y Remus tan feliz que estaban de que seguía su mascota... —suspiró cuando él caminado a la última jaula. La movió un poco, al frente para que la observasen mejor. Quitó al manta, pero nadie pudo observar nada: varios kilos de paja estaban acumulados en el piso de la jaula.
El semi gigante se levantó, gritando con voz "maternal" (también ronca y ruidosa) un nombre que sonó a Volva. James se quedó estático cuando un sonido de risas sonó a su espalda. Hagrid era demasiado exagerado con las criaturas, demasiado. Creerse una madre es una cosa, pero actuar y hablar como una es muy diferente. Pero sea lo que sea que haya hecho una parte de la paja se movió y salió la cabeza de un pequeño y tiernísimo dragón rojo, color ojos esmerada. Abrió la boca exhalando un bostezo (misteriosamente salió humo) y salió de la paga de un limpio brinco, ladeando la cabeza en la dirección de todos, sorprendido.
— Volvagia es un pequeño dragón que encontramos en una montaña cuando veníamos de regreso. Era un pequeño huevo entonces que Charlie, aficionado a bestias de ese tipo, Hagrid, que literalmente, ama a TODAS las bestias quisieron llevárselo porque no había madre en ninguna parte, a pesar de descansar cerca de ahí por más de dos días.
— ... se llama Volva, es muy bonito y esponjoso, le encanta la leche y puede hablar humano...
— Nos dio miedo al principio, ya que era un dragón del cual no conocíamos. Pero parece que tomó como madre a mi hijo y a Hagrid, y regresarlo ya no fue opción, aunque todos, todos lo intentamos.
— ... corre muy rápido y su cuerpo es largo como serpiente, no tiene piernas pero sí tiene muchos hoyitos en atrás de la cabeza y cuando se enoja sale humo...
— Desconocemos exactamente que especie de dragón es. Parece que es uno de fuego, pues es capaz de producir humo y lo encontramos en una montaña que tiene una parte volcánica. Carece de alas, pero es ágil. Tiene ahora poco de unos meses de nacido aunque tiene buena condición.
— ... es un pequeño hijo que cuidamos ¡y, ha, cómo me recuerda a Norberto!
Todos reían ante la gracia de que un sujeto tan grande y apariencia amenazante fuera tan sentimental. Al contrario de lo que todos pensaban, poco faltó a que saltara de la tarima y abrazara al dragón, pero no pasó y se sentó, ya dispuesto a seguir con la presentación. Navi estaba atenta a todo,pero sin duda a gusto cuando presentaron a las otras criaturas restantes. Pero fueron más historias que seres, en realidad, pues narraron de otro sin fin número de especies que por más que intentaron el grupo aquél tuvieron que salir huyendo antes de ser decapitados o salir de una trampa natural y matarse para salir a tiempo. Podría decirse que estaban en una parte tan interesante, cuando dijeron en encuentro con una sirena súper hermosa (llamada Narcisa) que se arrimó en particular al rubio platino padre, y que casi se lo come vivo cuando en realidad fue una quimera. Era imposible creer que siguieran vivos de todas esas, como si la magia o la protección que traían por nacer en Hyrule tuvo algo que ver, lo cual era la explicación más razonable, por más ateos que sean. Tres horas más y todos se levantaron llenos de felicitaciones al todo el grupo aventurero que daba una reverencia. Ya era de noche, muy entrada, como media hora antes de la once en punto. Sorprendente perder es el hilo del tiempo, y qué fácil se acaba. Navi se levantó tras estirarse. Algo le llegó de golpe.
— ¡Mira, el señor Fouquet está ahí!
Link levantó la mirada, acomodándose las cosas. Le tomó un instante buscar entre todo el publico para encontrar a un hombre con caracterizas familiares en simple traje de paisano, que se retiraba entrando por una de las callejuelas que daban a las casas de la ciudad. Link bajó de un salto todos los escalones y evitando chocar contra todos ellos se abrió pasos entre la multitud, aunque no por mucho tiempo. Era tan gentío que demencial mente imposible. Se paró arriba de un una escalinata donde una pajera acababa de entrar, esperando a que disminuyera en toda la turba.
— Realmente quería preguntarle que le pareció la función.
— Di modo —suspiró Navi, viendo ceñuda a la gente que disminuía—. Será otro día.
— Me hubiera gustado hoy.
— En fin. Tal vez mañana al salir le preguntes.
— Sí, tienes razón.
Cuando se calmaron las calles, Link y Navi miraron el cielo. Oscuro en su totalidad. Caminaron por el sendero conocido –y el único conocido– que llevaba al hotel que tomaron unas noches atrás.
Este estaba cerrado con llave, las luces apagadas del pórtico, y un cartel que decía: "Cerramos Temprano, Presentación en el Mercado. Habrá si está hospedado con la llave de su cuarto. ATTE: LA ADMINISTRACIÓN"
— ...
— ¡Mierda!
Los dos se quedaron diez minutos llamando a la puerta, desgraciadamente nadie contestó. Puede que en lo que hayan esperado a que la gente se disipara los huéspedes y el dueño hubieran entrado y cerrado, ahora dormidos. Link ya buscaba las posibilidades de dormir a la intemperie, en una banca del Mercado, o como la noche anterior, a unos bailarines y músicos en el mercado o alguna señora con la luz de la ventana prendida, hasta un bar o un puesto a punto de cerrar. Pero ese día todos cerraron temprano por la presentación. Ni bailarines, ni música ni mujeres o puestos a la vista. Eso no era bueno, y no había bancas de ningún tipo, sólo el pido adoquinado y todo desparpajado, y en cualquier caso, mejor dormir de pie antes de sentarse si posees todavía un buen juicio.
Pero el mercado era seguro. No había robos, ni muertes, tampoco secuestros o algo parecido.
¿Verdad?
Quién sabe. Pero no parecía ni siquiera seguro dormirse en las escaleras. El Templo del Tiempo ¿quizá? No. Navi se paralizaba con sólo entrar, y estaba sellado el pase, en cualquier paso, por las cajas y era la zona donde acampaba todas las criaturas y el elenco de la presentación, una barricada estaba alrededor por su las dudas de un ladrón que quisiera a las criaturas.
¡Un alma caritativa! Alguien que los dejase dormir en su casa, por supuesto. Link propuso la idea. Navi estaba en desacuerdo. No hay gentes decentes, había
dicho. No en una ciudad tan grande y ese tipo de administración. El hylian se quejó. Así que tocó una puerta. Se disculpó nervioso y se alejó cuando un hombre
grueso y gordo salió pintado y vestido de mujer.
Ya hacían las doce, y los dos caminaban idos sin dirección fija, pero algo sí es seguro: internándose cada vez más al corazón y centro verdadero de la ciudad.
Las calles se apiñaban más y se intensificaba por dos la soledad de la ciudad. Lo único vivo que aparecía entre ellas eran ellos dos y algunos faroles puestos en puntos separados entre sí. Dos cuadras sí, dos cuadras no... estaban mal construidas, no es fila recta ni regulares, como las de la Villa Kakariko ni la Tribu Kokiri. Llegó un momento donde Navi de repente dijo que tal vez esos presentadores que fueron al otro lado de la Montaña de la Muerte serían amables. Digo, le podrías contar que tu también fuiste y conociste a los gorons. Una empatía de complicidad de las grandes bellezas de ese mundo, que estuviste con un goma y alegar que eres un kokiri, seguramente el primero que ves. Algo loco de decir, pero con mucha lógica, y no le quedaban más que otra que regresarle. El detalle es que se habían perdido. Es decir: tampoco podrían regresar.
¿Cómo fueron capaces de llegar a ese punto? Cómo? No lo sabían. Sólo estaban ahí. Punto.
Escucharon unos pasos al alternarse a unas casas más o menos bonitas, que estaba en una cuadra más o menos rectangular. Los dos voltearon a la esquina que acaban de cruzar, donde descansaba un farol.
Un hombre calvo y albino con camisa blanca y pantalón café los miraba quiero, cargando una gran bolsa verde en su espalda, amarrada como mochila en el pecho. Navi abrió la boca para preguntar cómo llegaban al Mercado, pero en ese instante la silueta del hombre desapareció.
— Qué raro...
Siguieron caminando al frente. Una serie de pasos, como cuando alguien intenta caminar como gato y apenas haciendo ruido al trotar en puntillas se escucharon otra vez. Miraron esta vez con sobresalto atrás. El hombre calvo y con la bolsa estaba plantado fijamente.
Eso ya no era coincidencia. Ese hombre los estaba siguiendo.
Link con una nueva sensación de inquietud y Navi de desconfianza extrema siguieron caminado sin pararse al frente, tomando la primera calle que les quedaba cerca. El hombre blanco les seguía los pasos con más rapidez que antes, intensificando la trotada. Link empezó a correr esta vez con más deseos de perderle, pero el hombre blanco fue demasiado ágil y lo aprensó del cabello. Navi chilló cuando el ladrón le quitó de un golpe el escudo y se abalanzaba sobre la espada con todo su peso. Tuvo que hacerse Link presa de una lucha sorpresiva, cogiendo el mango de la espada con la nada familiar mano derecha para evitar que se la llevaran, pero el hombre tenía el equivalente de la fuerza del peso ventajosa (hylian contra hylian. Un niño de diez años, que aunque con ejercicio, está peleando contra adulto de su doble peso y estatura). Navi no arrojó su polvo paralizante porque estaban demasiado cerca de su ahijado y pacas! Sus embestidas eran lo único que servían! El hombre gritó cuando algo le golpeó con brutalidad la cabeza, y con su nueva furia golpeó con la misma espada enfundada en el centro del equilibrio ubicado en el pecho cayendo para tras.
Escuchó, en el suelo, como una serie de latas y papeles caían no muy lejos en la dirección donde corrió el ladrón, miró con sorpresa al señor Fouquet desenvainando su espadín mientras que con todo el brazo azotaba al ladrón en la pared poniendo el filo letal del arma blanca tan cerca del pecho que con moverse unos instantes bastaría para acabarle. El ladrón soltó la espalda en el acto, paralizado; el antiguo general retiró su espada sólo lo suficiente para que con la mano libre agarrase la cara del hombre y lo volviera a estrellar contra el piso. Con el golpe la bolsa que colgaba al ladrón se soltó, perdiéndose tras doblar la esquina con zancadas tan fuertes que pasaron varios segundos para dejasen de escucharse.
(6. El arma que usa Fouquet es un espadín. No crean que es poco por el nombre que tiene "Espadín". En realidad, el Espadín –o Rapier, en inglés– es la segunda arma blanca letal más peligrosa del mundo –después de la Katana. Se tiene que practicar con el florete primero, en una clase de esgrima, para pasar después con el espadín, como los que tienen que practicar el kendo para poder usar la Katana. Esta es la imagen de las armas –Espadín y Vizcaína, la cual es más pequeña y se usa para desviar la espada del oponente y el mejor o peor de los casos usarla como daga para atacar–, aunque lamento no encontrar una mejor imagen, pero últimamente el internet está decayendo en calidad: http // www. infomagic. net/ gwylym/ ta/ s1028-31-gt.jpg).
Fouquet se guardó la espalda de un limpio movimiento, mientras removía con un pie las cosas que saltaron de la bolsa (varias cazuelas y dinero en general). Link respiró profundamente desde su posición, empezando a erguirse, mientras que Navi se ponía cerca del ahijado, mirando con curioso aspecto al ex general. Este reconoció con sorpresa al niño que iba camino a la Villa alrededor de cuatro o cinco días. Es peligroso estar aquí a estas horas, fue su modo de presentación. Link no dijo nada, aunque parecía acojonado. Suerte que cené en la casa de un amigo, o de lo contrario no hubiera pasado por casualidad para detener a ese cabrón.
— Gracias, señor —murmuró el rubio.
Fouquet aventó la espada de Mido a su dirección, mientras se agachaba a recoger la bolsa de latas y cartas que se le cayeron, aprovechando también coger todo lo que el ladrón dejó, para llevarlas en una mano.
— A todo caso ¿qué hacen vagabundos?
Link se sonrojó momentáneamente.
— Buscando donde dormir —dijo Navi en su lugar.
— Hay una zona de peste más al norte por esa dirección; ahí están los que no tienen fortuna, bebederos y pobres diablos. Tienen una choza bajo un establo abandonado con buena paja aunque algo húmedo, ahí tal vez podrían pasar la noche.
Los dos niños miraron la dirección que el ex general apuntaba, perdiéndose en el horizonte. Este murmuró una risa, iniciando la marcha.
— Síganme, tengo unas camas extras en mi casa.
Lo siguieron unas pocas cuadras más, llegando a una calle que no habían transitado, sin embargo, era idénticas a todas las demás, sólo que con dos faroles más en cada esquina. Se detuvieron en el pórtico de una de las casas del centro con dos pisos y pocas ventanas. Fouquet sacó un pequeño llavero y al abrirla invitó a que pasaran. Puso su abrigo en un perchero del vestíbulo, y se dirigió a una pequeña sala conectada a la cocina, donde Link y Navi se encogieron cuando el antiguo general encendió una lámpara eléctrica en el techo. En lo que el hombre adulto ponía la bolsa suya con las del ladrón, seleccionando lo que servía y las acomodaba en sus respectivos lugares los otros dos se quedaron en la sala mirando con asombro la lámpara amarillenta prendida de la nada.
(7. La ciudad es muy grande y tampoco están en un tiempo feudal, así que sí ha electricidad básica y rudimentaria obtenida de la fuente hidráulica que alimenta el río que rodea al castillo y a la fortaleza de la ciudad y mercado de Hyrule, adaptaba a todas las casas y faroles).
Esperaron pacientes, observando cómo era todo. Era una sala pequeña con una chimenea y dos sillones con una alfombra entre ellos, sin libreros en particular, tampoco puertas secundarías, sólo una ventana enrejada con las cortinas corridas y algún que otro cuadro de personas que en su vida había visto, sin embargo, donde una señora aparecía en todas, con cabello blanco y un vestido verde con alguien más joven que sería un sobrino o un querido conocido.
Escuchó que Fouquet los llamaba así que fueron a la cocina, encontrando dos platos servidos en una mesa enseguida de una puerta comunicada a un patio y un pequeño refrigerador donde el antiguo general metía un cartón de leche de donde había bebido directamente.
— Huh... ¡Gracias! Pero ¿cómo supo que no habíamos comido? —preguntó Navi, pero agarrando muy feliz las uvas del plato.
— Observando cómo están no fue difícil deducirlo —contestó mientras ponía las hoyas del ladrón en un gabinete al lado del refri. Luego se levantó, recargándose en la pared mirando comer a los dos chiquillos.
— Esto está bueno —exclamó Link, picando lo que sea que comía con el tenedor— ¿cómo se llama?
— Carne.
— ¿La juém?
— No pregunten y coman.
Se retiró un momento, mientras subía a las escaleras que daban al segundo piso, que estaban conectadas al vestíbulo. Navi y Link intercambiaron una mirada.
— No puedo creer que esto esté pasando —dijo ella, agarrando algo de la carne de cabra que Link le ofrecía.
— Ni yo, pero me alegro como nunca. Y ¿sabes? Me imaginaba este lugar diferente.
— Yo también. Digo, con libros y no tan sólo. Yo no veo al señor Fouquet como alguien aburrido, sencillo sí, pero esperaba alguna carta o un mapa y más personalizado. Parece más a señora vieja que otra cosa.
— Je, pensé lo mismo al ver a una señora con cabello blanco en los retratos, ¿Será su madre? —dijo, terminando los últimos pedazos de carne que le quedaban, y cogiendo una de las uvas de Navi.
— ¡No lo imagino viviendo con su madre! —exclamó escandalizada. Escucharon la risa el viejo general en el lindel de la puerta, como si llevara ahí vario tiempo.
— ¡Ni yo tampoco me imagino así! —rió divertido, haciendo una seña a que lo siguieran—. Ella es la señora Hugso, la casera. Duerme en esa habitación al otro lado de las escaleras. Yo soy el que vive en la segunda planta, no confundan.
Apagó la lámpara así que se guiaban nada más de otra fuente de luz por muy arriba de ellos. Conformen se acercaban, el olor cambiaba a uno mucho más agradable, mientras Fouquet avisaba que sus camas improvisabas estarían en su estudio, y que por mientras nada más estuvieran ahí. Había un baño en el primer piso, pasando la cocina, y que la habitación estaba al fondo del segundo piso, por si necesitaban algo. Se sentía un ambiente diferente, también más fresco que en la primera planta quitando ese desagradable oxigeno atrapado como si en vario tiempo nunca había pasado la luz del sol, ni la más mínima brisa de aire nuevo. Al llegar al segundo piso había un pasillo con una puerta a la derecha y otro al fondo, abarcando toda la ala izquierda. Dijo que para tener esa clase de comodidad, pues en una ciudad eso es mucho, se tiene que pagar con buena lana de cada dos meses, la comida del inquilino va de parte de la anfitriona, pero su limpieza ya es cuenta suya, por lo cual no era de extrañar que todo esté tan diferente con sólo subir dos metros.
Nicolás abrió la puerta derecha de donde se colaba por las rendijas entreabiertas la luz amarillenta de la lámparas. Navi dio un grito, abalanzándose a lo cual el viejo abate sonrió encantado, aunque Link se quedó en el umbral, mirando alrededor. Como supuso, el estudio abarcaba toda el área derecha de la casa, pero por la forma del acomodado parecía mucho más grande. Entró tuteante como si por un instante no comprendiera donde estaba y se aproximaba en un estudio real del Castillo. Las paredes estaban tapizadas de libros de todas clases y tamaños, acomodados de una forma tan rigurosa que el más afable lector no tardaría en encontrar su libro predilecto, en las zonas donde no había libreros estaban colgados varias cartas náuticas, de toda la región de Hyrule a detalle y, aun más inquietante, de otros reinos afuera de Hyrule (una isla decía "Koholint", mientras que al sur, muy lejos después de pasar el bosque Kokiri, ponían un pasaje a "Termina"). Se encontró un área, la cercana a la puerta, totalmente carente de alfombra roja, sin embargo, con varias imágenes en las paredes, armaduras, mapas gigantescos enrollados dentro de básicas y una de esas paredes colgaban en forma ordenadas varias armas que seguramente no estaban permitidas por las normas del gobierno del Castillo. Dos sillones rojos estaban plantados a un gran escritorio de caoba negro con varios papeles, tintas y relojes de arena puestos que no pudo evitar Navi echarles un vistazo, mientras se sentaba sobre la silla del antiguo general. Una cama improvisada estaba en el área carente de alfombra, con un suave colchón y sábana blanca, y enseguida de esta, en un área de la repisa recientemente desocupada (una pila de libros había sido puesta sospechosamente en una esquina) estaba una almohada de la misma calidad de la colcha.
Link se sentó comprobando la cama, dando leves brincos. Se estiró y sonrió, mientras se tiraba por completo, descansando los miembros.
— ¡Quéeeee lindo se sieenteee! —maulló Navi en medio de un gemido cuando también se repegó con firmeza a la suave almohada. Fouquet asintió, encantado.
— Lo tomaré como un halago.
Link miró con más atención alrededor. Por alguna razón tenía un curioso acento carmín que lo hacía elegante, como si en verdad todavía fuera un completo general. Se preguntó si a ese tipo de favores se refería cuando le contó que con dar consejos a la gente, estos se lo pagaban de alguna manera. Eso le digo el primer día que lo conoció. Era lo más probable que ese tipo de lujos los obtuviera tras años de familiarizar a la gente y saber cómo tratarlos.
Navi miró inquieta todas las clases de armas en la pared, donde predominaban las espadas, para ser más concretos el florete y los espadines. A un lado de ellas estaba una gran fotografía vieja, amarillenta con los años y el flash de la cámara de un grupo completo de personas, como unos cuarenta uno sobre otros puestos en filas.
Link la miró de cerca, notando que todos tenían unos trajes blancos e idénticos, con un casco en las manos y también un florete, este repegado a la pierna del respectivo lado de donde cogían el florete. Link preguntó luego de obsérvala de dónde era eso. Fouquet, sin acercarse mucho, dijo que era una fotografía de la Academia Real de Esgrima de Hyrule. Todos estaban jóvenes, no debían de tener más de veinticinco años entonces.
— ¿Ya miraste al sujeto que está en el centro, en la primera fila? —preguntó quedo Nicolás.
— ¿El que tiene un listón amarrado en el brazo izquierdo? Sí. Sí lo vi. Cuando tienen eso es que son los capitanes —dijo, como intentando hacer memoria—. Son los jefes de ese año y según los mejores. Pero todos tienen la misma edad... pero ese capitan... ¡es usted!
— Eres muy listo, Link —sonrió, mientras se alejaba de nuevo, a dejar las cartas que traía en el escritorio—. Sí: antes de tener mi rango de general, en eso donde era guardia real, fui el capitán de la Academia de Esgrima, que estaba más norte de la ciudad, cerca de otro camino que también conduce al castillo. Pero cerró hace diez años, a eso donde ese cretino de Colbert, que ya me dijiste que lo conoces, subió a la administración de la seguridad. La cerró, excusando que esa Academia es un potencial de entrenar guerreros que se revelarán al gobierno.
— Es totalmente injusto —dijo Navi, no entendiendo la lógica del nuevo general para hacer tal desacato—. ¿Es que el rey no le dice nada a ese?
— Lo tiene engatusado. Link, mira al sujeto de la última fila, al lado derecho de la foto, ¿lo reconoces?
— Es el que nos azotó la puerta a mi y a Navi —dijo perplejo.
— Exacto. Bautista Colbert fue y siempre será el peor alumno que he tenido.
— ¿Le daba clases de esgrima?
— Y de otras cosas. Jamás valió la pena. Contestaba, nunca le salía bien la posición, le falseaba la mano, herraba el tiro, de por más arrogante y orgulloso, tanto que hasta se ponía a criticar mi forma de enseñanza a tal grado que lo expulsé en el último año de graduación, pues seguía en los niveles más bajos propios de los de primero.
— ¿Y si era tan malo como es que ahora llegó a ser general? —preguntó Link mientras miraba al sujeto ceñudo de la fotografía, en el último asiento.
— Poseía sus conexiones. Eso y porque también yo lo ayudé un poco.
Link se preguntaba cómo había sido de ayudarle el señor Fouquet a un hombre tan mal hablado como aquél. Pero no dijo nada, sino que siguió mirando alrededor, parando su atención una serie de mapas que ligeramente ya había visto.
— Les recomiendo que ya se vayan a acostar, pasa de media noche esta zona es un tanto atrejeada en el día que dificultad llegan a conciliar el sueño de nuevo. Espero que no les molestes que, mientras duermen me quede un rato en el escritorio a estudiar unas cosas que tengo que entregar.
— ¡En absoluto, señor!
Se retiró un rato a la habitación de él seguramente a cambiarse de ropa y de una vez Link se quitó las botas, el cinturón y el traje verde quedándose con unos sencillos short verdes que siempre traía puestos y una camisa blanca, de blando algodón. Qué crees que hubiera sido de habernos quedado en el castillo, escuchó a su compañera que miraba el techo de la siguiente repisa. Una historia totalmente diferente. Pero, sabes, creo que valió la pena de inclinar la propuesta, a pesar de hacerme la ilusión de quedarme con Zelda en este momento. Fue interesante lo de las bestias.
— Como si fuera hacerte útil... —murmuró Navi, antes de acurrucarse de lado y tapándose con la cobija, cayendo rendida.
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No podía dormir. A pesar del tenue y constante sonido de la pluma al rasgar con elegancia y concentración el pergamino extendido de papel grueso o la pequeña llama de la lámpara puesta en una esquina del escritorio, el joven hylian no lograba dormir. No tenía sueño. Pero seguía quieto acostado de lado en la cama, mirando la fotografía amarillenta enmarcada en la pared, como si todos esos jóvenes que existieron hace quince años atrás tuviesen impregnadas sus esencias al residir el flash de la pequeña cámara, observando cómo seguía con los ojos abiertos, pensando en algunas cosas.
Escuchaba como el señor Fouquet seguía inclinado en su escritorio tras luego de una hora de estudio de cartas y mapas y trascribía datos o una serie de instrucciones, escribiendo sin cesar en forma lenta y fluida, cuidando inconscientemente la letra manuscrita de izquierda a derecha, sin sonido de tachón evidente. Todo estaba silencioso. Escuchaba la tenue respiración de la hada cerca de su cabeza. Cerró los ojos, volviendo a fingir que descansaba, para volver a abrirlos otra vez, siguiendo el círculo sin fin.
Espió por el rabillo del ojo al abate que con frecuencia miraba el plano al lado del pergamino, nada en otra dirección, ni siquiera del olvidado reloj que hacia clack clock.
Estaría muy mal molestarlo de mi parte. Link se tapó más, la sábana un poco por encima de la boca. Es su casa, él me dio hospitalidad, una cena y me platicó parte de su trabajo, hasta debe de estar evitando hacer ruido para molestarme. No debo molestarlo, no quiero tampoco hacerlo. Pero...
No sé por qué tengo este sentimiento, el que tuve cuando la primera vez el Árbol Deku me pidió que dejase el bosque al castillo. Algo que no está bien, y que nadie, ni siquiera Navi, entiende. Seré infantil, seré principiante, seré todo, pero quiero preguntar y quiero tener más respuesta que preguntas en la cabeza. Esto sé está poniendo cada vez más raro, y también más difícil con el nuevo trabajo de las piedras. Lo que no sabe nadie es que he tenido miedo desde que vi a mi hada por primera vez, cuando me revelaron que mi identidad no era estar donde siempre he estado.
No me refiero a cosas sin sentido a que no sea un kokiri, o a un hylian completo y conocedor, nada de eso. Es otra cosa, otra cosa de la cual, ni siquiera yo estoy seguro...
¿Será acaso que ese sea el problema? Tampoco sé cuál es el problema. No fue agradable la tribu Kokiri conmigo a no ser por la resiente ausencia de Saria y a mi querido Árbol Deku. Tampoco la batalla que tuve con Navi al estar en medio de campo Hyrule, o que esas cosas huesudas, muertos enterrados ahí saliesen del piso, desesperados a sentir la calidez de la carne humana una vez más.
Fue muy agradable la visita de Malón y el señor Talón en el Rancho Lon Lon ¡Oh, será el primer lugar que visite al terminar todo esto! Y, con más deseo aun, conocer cómo es que conozco a la princesa, y ver cómo es en realidad. Lástima que para ello tenga que conseguir una últimas de las rocas. La muerte del Árbol Deku... la desesperación de colapsar la ciudad entera de los Gorons y ser yo el único que podría detener al gran Rey Dodongo, porque el más apropiado, aunque no apropiado, para hacerlo... y falta una piedra ¡Una sola! Pero no quiero ni imaginar qué precio tendrá si fracaso, o no llego, o la consigo pero pasa algo tan aterrador como a mi padre, o que varias vidas dependan de mis temblorosas y débiles manos... no quiero hacer este trabajo ¡Yo no quería hacerlo...! Maldita sea ¿en qué me he metido...?
Nicolás levantó la cabeza cuando escuchó un delicado sollozo en la cama postrada no lejos de él.
Link se recargó despacio sobre uno de los brazos, dándole perfil al hombre que dejó un momento su trabajo. Si quiero preguntar algo, será mejor que lo haga ahora, para ya no molestar otra vez al señor Fouquet, ni algún otro que probablemente no sepa la respuesta.
— Señor, ¿una vez ha escuchado la leyenda de la Trifuerza?
— Algo he oído, sí —contestó el antiguo general poniendo la pluma en el tintero, mirando ceñudo al niño que ligeramente se sentó al borde de la cama—. ¿A qué viene esa pregunta?
— Últimamente he pensado en ella y tengo una duda. No es por molestar ni nada —exclamó, algo asustado, pero quedo mientras se sentaba en el sillón rojo frente al escritorio—. Pero tengo una pregunta sobre ella. Ya debe de conocerla: tres diosas vinieron una vez a esta tierra cuando no existía la paz ni la virtud, totalmente desolada, remotamente olvidada por las manos de los otros dioses porque a esta tierra, que antes fue hermosa, se autodestruyó por culpa de la intervención de esos dioses al jugar con el destino de los seres que habitaban ahí. Tras largos años de hambruna y guerra, todo pereció, y esas tres diosas fueron las encargadas de devolverle la vida de nuevo sellando un nuevo pacto con los seres que germinaron de sus lágrimas: que esconderían en algún lugar de Hyrule la Trifuerza, la unión de los poderes de esas tres diosas divinas en distintos convenientes del mundo, en las aguas, en los bosques y en los volcanes. Se dice que desde entonces su pacto sigue entre nosotros y que si se llegara a corromper alguno de sus poderes, envenado, con traición y desacato ocasionarían las guerras que dieran por fin a este mundo para siempre, donde jamás esas tres diosas van a volver.
— Conozco esa vieja creencia, Link. Pero sólo es eso: una creencia. Sé que contradeciré a todo lo que te hayan educado cuando habitabas en la tribu Kokiri: pero afuera, en este mundo real esas cosas no existen. Son mitos e historia condenada a la muerte del olvido para siempre, ya nadie cree en esa religión.
Link agachó la cabeza, frotándose el dorso de la mano derecha, como pensativo a esas palabras.
— ¿Acaso no puede a ver algo de verdad, señor? Algo... que quizá lo ponga en duda y empiece a creer que ese mito es una verdadera leyenda que será realidad.
Fouquet suspiró. No era ético hablar de cosas religiosas con la gente que no se conoce, y aun más cuando se tiene indicios de conocer lo que cree, ya que no se sabe nunca cuando se puede ofender. Así que intentó ser lo más amable y paciente cuando dijo:
— Lo dudo mucho. Tendría que pasar una cosa tan asombrosa o al menos lógica para que empezara a cambiar de opinión —Link siguió frotándose el dorso de la mano derecha con igual sutura. Distraerse con otras cosas cuando se está discutiendo es fácil reconocer que está acabado, sin fundamento alguno con qué alegar. Pero la mirada tan penetrante y pensativa que mostraba iba en todo a cuando distraerse. Levantó un poco la cabeza cuando el niño le mostró la mano blanca y la palma boca abajo. El símbolo de tres triángulos estaba grabado en la piel, con tal exactitud que pensó era la cicatrización de una quemadura muy antigua, y que jamás se reveló o disperso al estirase el cuero con los años, aunque esto último iba en todo lo contrario a lo que las heridas quemaduras dictaban.
— Oh, vaya... —prosiguió, sin quitarle la vista de encima al dibujo—. ¿Eso te lo hizo alguien o fue por qué quisiste?
— ¡No, nada de eso! Es de nacimiento.
— Eso es imposible.
— Yo soy un imposible: soy un legítimo hylian criado entre kokiris poseyendo un hada compañera. También fui capaz de entrar al Templo del Tiempo, que por todo lados de donde he oído jamás a sido pisado por nadie vivo.
Fouquet se encogió de hombros. Y eso qué, decía la expresión. Ese era el problema de Link: el tampoco sabía a dónde venía todo eso.
— A mi me dijeron, hace mucho, que el símbolo de la Trifuerza y sus elementos sí existían —siguió el niño, melancólico—, y que en parte el Árbol Deku me contó que mi marca de nacimiento tenía que ver con eso, pero que algún día lo sabría, y nada más. Me llegó a la mente cuando el señor Talón dijo que por siglos han intentado abrir el Templo, y cuando lo intenté casi por casualidad la puerta se abrió, un lugar totalmente vacío y como congelado en el tiempo, demasiado limpio y viejo que pensé que no debí ser el primero en abrirlo. Sé que no tiene nada que ver con esto, pero una alfombra roja se abría con una pequeña inscripción con la Trifuerza, y desde entonces siento algo ahí, no sé qué es ni para qué es el lugar, pero tiene algo que me ha llamado tanto la atención que al regresar no pude quitármelo de la cabeza.
— Nadie ha podido entrar, ni siquiera yo, cuando hace varios años divagamos en un reto para meternos y duramos así una semana antes de rendirnos, y qué hiciste para abrirlo?
— Sólo empujé la puerta —Fouquet mostró la sombra de una sonrisa, pero Link prosiguió con la descripción del interior del templo, pero antes de llegar a decir el rezo grabado en la tarima que estaba ahí, el viejo hombre levantó la mano. Ya sé cómo es, no tienes que decirlo. Link parpadeó, confuso.
— Cuando el Héroe del Tiempo—dijo él, cuando Link preguntó si sabía qué era en realidad ese lugar— coleccione las tres llaves donde descansan las tres almas del espíritu del bosque, el de los volcanes y el de las agua, romperá el sello para que el elegido tome el arma capaz de vencer al mal, utilizando el tiempo y dimensiones como sustento, el coraje del aventurero apoyándolo siempre. Según esto, el Templo del Tiempo es el lugar donde deben ser depositadas las "tres llaves" para que en tiempos cuando el mal peligre a liberarse para atacar la tierra agarre la única arma que sea capaz de proteger a sus seres tan queridos, dicen también que adentro está la Espada Maestra, pero el Templo y su Saga lo capacitaran llevándolo al futuro, el tiempo necesario para que esté en la mejor forma para poder comenzar la verdadera travesía. Lo que tú leíste en esa lápida era conocimiento de los otros poderes que las otras dos personas tienen, muy cercanos a ti, y sus nombres según conocidos en la mitología (La Princesa del Destino y Rey de los Ladrones).
— ¿Llaves? El señor Darunia me... me habló de unas llaves! Entonces esas llaves son...
— La Esmeralda Kokiri, la Ruby Goron y el Zafiro Zora.
— ¡Es por eso que son importantes! —Link al fin entendió el por qué eran tan importantes y el protegerlas en las manos de Zelda, para eso la entrega. Sin embargo, se arriesgó a preguntar otra cosa—: ¿Y cómo se pueden identificar cuáles son aquello que poseen el pedazo de la Trifuerza consigo?
— Según que la esencia de las Diosas pasa generación por generación a través de la línea familiar, pero fue hace tanto tiempo que ahora particularmente cualquiera podía tenerlo, pero no dejo de pensar que es curioso que tuvieras la Marca en el dorso de tu mano, y todavía más que hubieras pasar adentro del templo (me lo describiste correctamente, sería demasiada coincidencia que le atinaras).
— Pero —siguió el ex general, sin dejar de mirarlo— eso no deja ser una leyenda, no nada más que eso.
—Pero... usted, usted ¿cómo conoce todo eso? Ni Zelda pudo decírmelo claro... ¿cómo es que usted lo sabe? —preguntó anhelante. Sintió miedo cuando Fouquet se levantó lentamente. Se iba a ir, pensó Link, quitarle la mirada asustada encima, pero cuando el adulto, tras un rato en buscar un estante próximo con toda clase de libros viejísimos, sacó un tomo enorme, el doble o casi triple que el de la Reina del Sur, verde y andrajoso, como si hubieran pasado por encimas varios años de centenares de décadas completas.
Su única inscripción que tenia en la portada era el símbolo de la sagrada Trifuerza, y un poquito más abajo, con letras minúsculas y gastadas de un tono dorado la siguiente frase:
El Libro de MudoraFouquet hojeó un tramo pequeño del milenario libro, carente de prólogo, índice, carente de todo, hasta en una escritura que no entendió, parando de repente a lo que sería relativamente la cuarta parte, abriéndola junto con el crujir de sus delicadas hojas. Ahí estaba la imagen a mano con tinta plateada y negra de todo un plano completo del interior del Templo del Tiempo, también otra de la lápidas y la descripción y la gran puerta sellada detrás de ella, con un sin número de acotaciones de esa lengua extraña pero que tenía una ligera semejanza a las del idioma actual. Link miró al adulto cuando este decía, a sus espaldas, que ese libro debió de servir de biblia algún tiempo, y conservaron todo con escrito. Era la única copia existente que existía en toda la ciudad principal de Hyrule y varias otras que visitó tiempo antes. Literalmente, la única en su especie, y recelaba seriamente que fue hecho el mismo año de a verse construido el Templo, como otros varios Templos que salían ahí más adelante, como el de la Sombras, en el cementerio de Kakariko, el del Agua, en el lago Hylia y Espíritu, cruzando el desierto.
— Disculpe la molestia —se excusó Link, mientras miraba con asombro como una parte del libro estaba en blanco—, aunque me pregunto si es posible preguntarle cómo lo consiguió. Sé que debe de molestarle los curiosos, y más hablar por hablar con una persona cómo se consigue algo tan valioso como esto, pero realmente me encantaría saber cómo fue.
Fouquet le miró con tal grado que creyó que veía a través de él. Luego sonrió tranquilizador, con alguna razón en la mente.
Un amigo se lo había regalado hacía no más de ocho años, un cómplice lector que le encontró casual cuando se dirigía a caballo a Kakariko, metida bastante la tarde. El viajero resultó ser todo un letrado y le preguntó, luego de un repertorio de escritores, sobre qué pensaba de la historia. Contestó que muy interesante, pero el viajero corrigió su pregunta:
— Me refiero a la leyenda de la Trifuerza.
Era y todavía sostengo que soy un completo ateo, pero él pareció comprenderlo. No todo lo pintan como es, pero aunque no creas, es muy interesante. Yo le dije que sí, lo era, pero que no estaba muy metido en esos temas, sabía lo esencial, lo que todo mundo sabía. Detuvo de repente su caballo, diciéndome que yo no debía saber lo que todos se conformaban con saber. No le contesté, pero leyó sin duda que de tener los medios lo estudiaría. Esa historia muy oscura, te digo: mi familia pasó a ser perseguida por eso, y confío que de saber lo que yo sé estarás atento cuando el Cambio ocurra.
— Yo ya no estoy en poder para vencer al sistema —le contesté, esperando disiparme de ese tema y no entrar en más problemas.
— Pero sí de dañarlo.
— Debes ser demasiado estúpido o demasiado confiado para decírmelo. Que viene siendo lo mismo, ¿Qué te hace pensar que seré cómplice en un ataque e estado?
— Venganza.
El viajero se detuvo, con una interesante propuesta. Me ayudaría a mi a establecerme luego de la recaída al ser despedido a un completo Don Nadie, cancelado así cualquier tipo de empleo que quisiera adquirir, a no ser un simple lamezuelas en el peor y mal pagado de vigilia como otro más hasta el resto de mi vida. No lo rechacé, pero me dijo, antes que nada, que tomase un libro muy viejo que ya conocía por completo. Si te fijas, Link, la mitad del libro está en blanco. De las cinco mil páginas, tres mil partiendo de la mitad está en blanco; el viajero dijo que era un libro mágico que nunca se acababa nunca, que al momento preciso empezaría a ser escrito por una mano invisible al fin de los tiempos. Fouquet suspiró perdido un instante, reflexionando sobre el sujeto y el libro. Dijo que la frontera de la fantasía y de la realidad era pequeña, que todo lo demás eran una sarta de mentiras. Y yo, sabiendo que era general, me miró con ese doble sentido en las palabras: que lo que dijeran los demás eran mentiras, y que yo conocía la verdad de los hechos, sin censura, y el viajero también las sabía.
Hasta ahora no he vuelto platicar bien con él, excepto una o dos ocasiones, aunque seguido usamos la forma epistolar y me pide pequeños favores de vez en cuando. Lo que me pidió fue que cuidase del Libro de Mudora, pero a pesar de leerlo completo, no veo nada en especial.
— ¿Y qué pasó con el viajero?
— Sigue viajando —sonrió.
Link se quedó un momento en silencio.
— ¿Por qué me contó sobre eso del ataque de estado? Sé lo que es guardar un secreto, soy el consejero de muchos amigos valiosos por esa razón, pero no entiendo por qué me lo dice.
— Yo ya no soy un general, tampoco tengo reglas sobre mi y soy totalmente libre de obrar. Tampoco soy una máquina todo poderosa y suprema, nada de eso, por si creías ya que me tratas con mucho más respeto de lo que merezco, digamos que sé solamente que lo vas a guardar, cosa de tú y yo, ¿te parece?
— Encantado —sonrió Link, mientras asentía.
Los dos voltearon cuando escucharon unos golpecitos en la puerta, Link asustado, mientras que Fouquet daba permiso a que pasaran. La señora de las fotografías (si no mal recordaba de nombre Hugso) apareció en el umbral con una bata morena y florecitas de margaritas de papel. A la anciana le temblaba la mano como esas personas de avanzada edad que sufren un primer grado de parkinson por lo cual estaba fuertemente agarrada de la puerta. Ella avisó que había una señora buscándolo en la entrada. Fouquet frunció el seño casi con exageración al ver que el reloj ponían las dos.
— Es una señora quien insiste a venir con usted, dijo que tenía cita, que lo llamara.
Fouquet miró por un momento una carta abierta sobre el escritorio, enseguida del reporte que escribía. Asintió, mandando a que le avisace que en un momento bajaba. Cuando cerró la puerta la anciana él recogió el reporte, escribiendo unas líneas finales, con un movimiento rápido y grande al pie, como una firma.
— No es recomendable que los menores de edad se desvelen a esta hora, intenta dormir si es posible.
— Ya me siento más tranquilo, lo haré —Fouquet había enrollado el pergamino, llevándose con una mato también la carta susodicha (las mismas que se cayeron en el arte cado del ladrón) saliendo deseando buena noche. Link se dejó recostar en el cómodo sillón, observando cómo jugaba con sus pies. El sueño no le había entrado en absoluto, cierto que se sentía más tranquilo, pero tenía ganas de caminar, reconfortado por la cena y el descanso que tenía. Nunca había sido inactivo, lo que lo hacía demasiado inquieto, tenía que distraerse con su activa imaginación o formar patrones en el suelo con el dedo, la costumbre de vivir corriendo y saltando el laberinto del Bosque Perdido y recientemente con la sobreexcitación de saber que estaba en medio de una "aventura".
El libro de Mudora seguía delante de él, abierto en la imagen de una espada de mango azul, como los que usaban los vikingos del Norte Europeo, muy pesada e inútil en defensa (por eso usaban un escudo) pero si eras fuerte y tenías buena técnica era perfecta para cercenar a la mitad al enemigo. Unas cuantas líneas abajo: el héroe la levantó, en medio del último haz de luz posterior del eclipse eterno... Lo que le seguía estaba en blanco, tan blanco como tres mil páginas siguientes.
Pero de haberse levantado a mirar por la ventana cerrada en ese momento, justo detrás del escritorio de Fouquet, hubiera podido mirar un caballo negro descansado frente de la casa, con una mujer que se inclinaba al recibir una entrega.
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A las nueve de la mañana la cama del ahijado estaba desocupada hecha a medio tender, la ropa de él puesta encima cerca de la esquina, sin las botas presentes. Navi se dejó recostar una vez más —no tenía cansancio, muy al contrario se restregaba con la gracia de un gato su cabeza en la suavísima almohadilla— como aquellos que acostumbrar a dormir sin sueño.
El único entretenimiento era la gran galería de armas a la pared al lado opuesto de la ala enseguida de la viaja fotografía de los cuarenta estudiantes que la observaban sonrientes mientras ella miraba la lejana ventana, donde las cortinas dejaban pasar pálidos rayos que impregnaban todo de un cálido y curioso tinto. Con la frescura que se sentía, realmente daban ganas de otra siesta. Luego de media hora levantó ligeramente la cabeza cuando su ahijado entró a la habitación con una bolsa con comida encima. Navi parpadeó, esta vez irguiéndose por completo. El aspecto de él era diferente. Tenía el pelo mojado, lo cual no explicaba tampoco la piel brillosa empapada de un ligero roció, con la camisa más suelta y limpia como el primero día que dejaron Kokiri.
Sonrió divertido cuando Navi frunció el ceño, ligeramente sorprendida de que el ahijado hubiera tomado un baño. Pero ella percibió algo de pena pues, intentando ser ligero, mencionó que madame Hugso estaba medio loca, que le encantaba jugar a la mamá. Apenas vio que él había bajado, en la simple camisa y short y las botas sobre puestas la anciana señora le miró como una nana que no ve a su nieto favorito en mucho tiempo, frente al señor Fouquet –que ya se fue a trabajar, si se puede llamar trabajo a eso– que embozó una sonrisa cuando literalmente la madame arrojó a Link al baño, esperando afuera a que le diera la ropa para limpiarla, o de lo contrario que se la iba a quitar si no se apresuraba. Mira, no sabía que las botas podían a verse lindas, dijo él en medio de tal bochorno ladeando de un lado a otro la bota.
Navi estampó con fuerza su rostro en la almohada cuando escuchó un Ya estás lista? No, no lo estaba. Quizá estaría lista de haber sabido que regresaban a Kokiri o de un mejor lugar, como el buen hablado lago Hylia, pero no a ninguna parte suicida que tuviera relación por un maldito sueño y las teorías ambiguas de una niña. Si iban, por qué no hacer ella que fuera la protagonista, para variar. Pero claro, sólo era la acompañante, sólo era la hada de arriba, el espectro astral de los kokiris –hylian, en este caso– puesto a la ligereza en la última palabra de su árbol y padre guardián Deku. Chasqueó la lengua, volando lánguida sobre el ahijado –se preguntó desde cuando llamaba ahijado a ése sujeto–, murmurando imperceptible: bien, vamos, no hay nada más que perder.