PROLOGO

"Cuenta la leyenda que en los albores de los tiempos, cuando el mar aún no dividía los cielos y las tierras y cuando el hombre aún no daba pruebas de su existencia, los dioses gobernaban el mundo a su antojo y deseo.

Quiso el Destino que del amor de dos dioses, nacieran los primeros hombres y mujeres pobladores del mundo, y a ellos se les encargó la tarea de regir el mundo terrenal mientras ellos gobernaban Ahsvaldry, el reino de los inmortales; la única regla que impusieron fue una, tan simple y sencilla de hacer como de romper… los dioses y los mortales jamás debían enamorarse.

Pero alguien rompió esa regla. Axenon un dios y Eredith, una mortal, la más hermosa criatura que hubiese vivido jamás, pero una mortal después de todo.

Desafiando las reglas de los dioses, concibieron dos hermosas niñas, Elea y Lahntra; el nacimiento de ambas criaturas alertó a los dioses que se vieron obligados a desterrar a Axenor del reino inmortal y castigaron a Eredith con su ceguera.

Ambas niñas idénticas salvo en el corazón, pues si Lahntra era noble y pura, Elea se unió con Garthal, dios del fuego y los infiernos, dominador del inframundo.

Quiso Garthal que Elea se enterase de una fatídica profecía hecha en el mismo seno de Ahsvaldry; y cuenta la leyenda que Elea, sintiendo envidia de Lahntra y de la futura relación que ésta iba a tener con Stell, dios de la bondad, en una noche de odio empuñó la espada sagrada de Axenor su padre y con ella atestó un golpe mortal a su hermana.

Una lágrima. Eso fue todo lo que Lahntra pudo hacer antes de caer muerta a los pies de una hermana a la que había amado. Una única lágrima que al tocar el suelo se convirtió en cristal.

Una lágrima por Elea. Una lágrima por sus padres. Una lágrima por la desdicha a la que los dioses les habían condenado. Una lágrima por el destino que le esperaba.

Una lágrima por ella. Una lágrima que contenía toda la magia y la sabiduría de los dioses, pues pocos eran los que sabían que Axenon había sido el príncipe inmortal. Una lágrima por la pequeña Leina, hija de Lahntra y Stell.

Pues en algún lugar de Ahsvaldry, una pequeña niña de cabellos rojizos y ojos verdes, de apenas unos meses de vida, lloraba desconsolada en brazos de Stell al sentir que el aura de su madre se desvanecía por completo."

"Y cuando llegue el momento, la descendiente de Eredith ocupará su puesto en el trono de Ahsvaldry. Y cuando llegue la hora, la descendiente de Eredith que entregó su corazón a la oscuridad sufrirá la pérdida que ella misma causó una vez. Y sólo el Elegido podrá instaurar con su poder el orden de nuevo en el reino de Ahsvaldry"

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Vernon Dursley miraba los papeles que tenía encima de la mesa como si en ellos se encontrara la salvación a todas sus súplicas. A su lado, su mujer Petunia miraba desconfiada al chico de dieciséis años cumplidos hacía escasos minutos que se encontraba frente a ellos con la mirada decidida.

Harry Potter. Ese era su nombre, y por suerte o por desgracia, su destino estaba ligado a su nombre desde antes de su propio nacimiento.

-¿Esto es de verdad, chico? –Harry asintió-. Si firmo estos papeles, ¿te irás de esta casa para no volver nunca? ¿nos dejarás tranquilos?

-Sí –dijo serenamente Harry.

-No es posible –dijo inmediatamente tía Petunia-, eres menor de edad, tanto aquí como en el mundo tuyo; y además necesitas estar cerca de mí por esa dichosa protección que es lo único que no ha impedido que te echáramos a la calle hace tiempo.

-Eso está arreglado –comunicó Harry-. Esos papeles os deja al margen de mi educación y de mi manutención. Os libraréis de mí, ¿no es eso lo que siempre habéis querido? ¿No es eso lo que siempre habéis deseado? ¿Libraros del huérfano? –preguntó con cinismo mientras los miraba-. Firmad esos papeles y no volveré a aparecer en vuestras vidas si no me lo pedís, cosa que considero que nunca haréis –añadió con una sonrisa sarcástica, demasiado sarcástica para él y todo.

Petunia iba a decir algo, pero Vernon no le dio tiempo a ello. Antes de que su mujer buscara un nuevo impedimento, Vernon había firmado los papeles que Harry le había entregado en todos y cada uno de los puntos señalados con una equis, tal y como el muchacho le había pedido.

-Ahí tienes –dijo el hombre extrañamente feliz.

Harry podía contar las veces en que había visto a su tío sonreír en su presencia y no le extrañó que aquella fuera una de ellas.

-Sólo una cosa más –dijo Harry recogiendo los papeles. El ceño de tío Vernon se frunció.

-Has dicho que…

-Sé lo que he dicho. Necesito una gota de la sangre de tía Petunia –dijo mirando a la mujer que puso cara de aprensión-, vamos tía, una gota de tu sangre a cambio de librarte de mí y del recuerdo de tu hermana… ¿qué es eso comparado con el placer de que desaparezca de vuestras vidas? –preguntó con cinismo y sorna.

-¿Sólo eso? ¿Una gota de sangre?–Harry asintió-. Porque te aseguro que no te llevarás nada de esta casa –amenazó su tío.

Harry esbozó una sonrisa.

-¿Y qué creéis que podría llevarme? Quizá la ropa de Dudley que me queda enorme y sólo son harapos, quizá el poco cariño que me habéis dado por no decir ninguno, o quizá os estáis refiriendo al amor y la infancia que nunca me habéis dado… -los miró de forma fría y Petunia sintió como algo dentro de ella se rompía definitivamente. Sus ojos; los ojos de Harry, nunca se había dado cuenta del parecido que tenía con los ojos de Lily… y en aquellos momentos Harry tenía la misma mirada de desconfianza y dolor que había mostrado su hermana cuando ella le había despreciado por su condición de bruja-. Puesto que no me habéis dado nada, no tengo nada que llevarme excepto lo que es mío por derecho.

Quizá debería de haberse dado cuenta antes; durante todos esos años había estado alimentando el odio de Harry hacia ellos… el mismo odio que ella se encargó de sembrar en su hermana aunque Lily jamás lo notó y si lo hizo, fingió no hacerlo. Era cierto lo que el tal Potter le había dicho en una ocasión: ella sembró odio y odio es lo que recibe. No le extrañaba, después de todo, ella misma se lo había buscado; pero aún así, no podía evitar sentirse culpable; una pequeñísima parte, por supuesto, pero culpable después de todo.

-¿Qué quieres…

Con un ágil movimiento, fruto de sus años de jugador de quiddich, alargó la mano y arrancó el colgante que tía Petunia llevaba en el cuello. Vernon miró furioso a su sobrino mientras que su esposa se llevaba la mano a la garganta donde segundos antes reposaba el hermoso colgante con forma de lágrima.

-¿Qué diablos crees que estás haciendo, maldito crío?

Harry no tardó ni medio segundo en sacar su varita; no la iba a utilizar, evidentemente, pero eso no era una información que fuera a compartir con sus tíos.

-No puedes hacer magia fuera de la escuela –farfulló tío Vernon mirando con miedo la varita del chico.

-Ahora sí puedo –se encogió de hombros-, acabas de firmar mi independencia –aclaró mientras se guardaba los papeles en el bolsillo trasero-. Y esto, -agitó el colgante-, no es vuestro; perteneció a mi madre y por tanto, es mi herencia.

-¿Cómo sabes tú que eso era de tu madre? –preguntó Petunia.

-No tengo que responder a eso –dijo Harry tranquilamente mientras guardaba el colgante y la varita-. Me iré en una hora, el tiempo justo para recoger mis pertenencias del colegio, nada más.

Petunia se sentó en la silla de la cocina mientras su marido daba grandes pasos paseando de un lado a otro de la estancia murmurando y maldiciendo entre dientes, demasiado asustado para hacerlo más alto no fuera ser que Harry le oyese.

Pero su mujer tenía la cabeza en otra parte. Harry había cambiado. Desde su regreso apenas hablaba o intentaba salir a la calle; no era como en otros veranos… su mirada confiada se había vuelto indescifrable y la inocencia que sus ojos podía haber revelado alguna vez se había disipado ofreciendo en su lugar desolación y desconfianza. Había crecido, su cabello seguía siendo de aquel color oscuro indomable que tanto le recordaba a Potter; su cuerpo había cambiado como el de todo adolescente madurando; pero había algo más… Algo lo había forzado a cambiar su alegre carácter por su apatía, pero el muchacho no había dicho nada en todo el verano y no lo culpaba.

Seguramente acababa de perder para siempre el único vínculo que mantenía con su hermana. Pero jamás se arrepentiría de ello. Harry nunca debió estar con ellos, era anormal, raro y un mago. No, Harry jamás debió estar con ellos.

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Acarició a Hedwig y le sonrió. Quizá esa lechuza era la única amiga verdadera que le quedaba en el mundo mágico, después de todo, era la única que no le había pedido nunca nada a cambio. El animal le picoteó el dedo en señal de complicidad.

-Lleva esto a Albus Dumbledore –pidió entregándole un sobre con los papeles que su tío había firmado anteriormente-, y quédate en el colegio… No nos veremos en un mes… ¿de acuerdo? –la lechuza ululó en señal de conformidad-. Y otra cosa, ¿podrías venir de vez en cuando para interceptar mi correo? No quiero que nadie sepa que ya no vivo aquí… -si la lechuza se extrañó por aquello no hizo ningún movimiento más que asentir-. Buena chica Hedwig…

Abrió la ventana y dejó que la lechuza se perdiera en medio de la noche. Sonrió mientras con un golpe de varita recogía su escoba, sus túnicas, sus libros y material escolar, las pocas fotografías que tenía de sus padres y los regalos aún envueltos que no había abierto de la familia Weasley, Hermione, Hagrid e incluso el de Dumbledore. Todos fueron encogidos y guardados en un rincón del baúl.

El colgante que le había arrancado a su madre fue puesto sobre la cama unos minutos. Era cristal en tres dimensiones con la forma de una lágrima engarzada dentro de un círculo con una estrella de siete puntas circunscrita al círculo. Brillaba con intensidad y fuerza, una luz cegadora que jamás había visto en ninguna joya…

Aquel colgante era de su madre y ahora era suyo por derecho… Era el único recuerdo que le unía a Lilian Evans… y no iba a permitir que su tía se lo quedara.

Encogió su baúl con un gesto de varita y lo guardó en la túnica que se había puesto. Suspiró mientras se miraba al espejo.

-Bien… supongo que esto es todo… Cuando vuelva, habré cambiado…

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El director se sorprendió cuando una lechuza blanca entró en su habitación. No recordaba haber dejado la ventana abierta; aún así, encendió la luz y extendió una mano donde la lechuza se fue a posar de forma inmediata.

-¿Hedwig? ¿Ha pasado algo?

La lechuza se limitó a soltar sobre su regazo el sobre que llevaba en el pico y después se marchó por la ventana sin esperar a que el anciano le dijera nada más. Dumbledore suspiró resignado; sabía el afecto que aquel animal le tenía a Harry pero jamás imaginó que llegase al punto de que la lechuza sintiese lo mismo que Harry debía sentir en aquellos momentos hacia él.

Suspirando abrió el sobre; una pequeña nota escrita deprisa en un trozo de pergamino cayó entre sus manos.

"No me busque porque no me encontrará.

Quiero una reunión con la Orden el día treinta de agosto.

Revise los papeles, estoy seguro de que los encontrará… interesante.

Se despide por el momento,

Harold James Potter"

Albus releyó por la carta que Harry le había entregado y tan pronto terminó de hacerlo, se giró hacia Fawkes que lo miraba con grandes ojos abiertos desde su percha, junto a la cama del anciano.

-Busca a los miembros más cercanos de la Orden, Fawkes. Es Urgente, ¿entendido?

El ave desapareció en una nueve de humo frente a los cansados ojos del director y éste suspiró.

-¿Qué vas a hacer, Harry? ¿Qué vas a hacer?

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Harry esperó pacientemente en la puerta de la casa de sus tíos. Apenas habían pasado diez minutos cuando una columna de fuego y agua apareció delante de él dejando a tres encapuchados que se quedaron en silencio. Harry los observó desde su posición y por algún motivo, no sentía que fueran peligrosos para él.

-¿Eres Harry Potter? –preguntó uno de ellos.

-Lo soy.

-¿Puedes certificarlo?

Harry bajó el cuello de su túnica para que pudieran ver el colgante que una vez había pertenecido a su madre y que lo identificaba frente a aquellas personas. Dos de ellas se inclinaron inmediatamente hincando una rodilla en el suelo y bajando la cabeza en respeto; mas Harry tuvo la sensación de que el respeto era mostrado al colgante y no a su portador.

La tercera figura se acercó a él y lo tomó del brazo.

-¿Me lo darías?

Harry sonrió a medias.

-Acabo de recuperarlo, sólo conseguirás sacarlo de mi cuello si separas mi cabeza de mi cuerpo –contestó con sinceridad.

-Vámonos –ordenó el hombre sin comentar nada sobre la respuesta de Harry-. Hay mucho que hacer.

Un remolino de aire apareció frente a ellos y Harry supo que desde aquel momento, nada sería igual nunca más.

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Mmmm… hola, muy buenas. A ver, un par de avisos:

Aviso que a pesar de que estais acostumbrados a que mi otro fic "Nueva Esperanza" sea actualizado cada cuatro o cinco días, este fic no será así. El motivo es que "Nueva Esperanza" estaba planificado en mi cabecita desde hacía bastante tiempo, por lo que las palabras saltaban al teclado casi sin darme cuenta. Este otro fic nuevo, por el contrario, aún está planeándose y pululando por mi cerebro, así que no será escrito con tanta facilidad, además de que quiero intentar que los capítulos sean más largos.

Otro aviso: evidentemente mis personajes son míos, pero el resto son de J.K. Rowling.

Otro aviso más: Puede que al escribir el fic este tenga momentos de bloqueos, en casos así, espero recibir vuestra ayuda y vuestro apoyo, porque considero que es lo más importante para que una tenga ganas de escribir, que los demás tengan ganas de leerla.

Otro más: Es la primera vez que voy a intentar escribir un fic que quiero que contenga el mismo nivel de acción que de romanticismo… así que no sé como saldrá, por eso necesito vuestros comentarios más que nunca.

Creo que eso es todo…

Espero que os haya gustado el prólogo y espero vuestros comentarios al respecto.

Un besito a todo el mundo y nos leemos!

No olvideis seguir leyendo "Nueva Esperanza" jejeje (no es publicidad ¬¬)