Nota del autor: Estimados lectores. Hace aproximadamente 10 años (si, que rápido pasa el tiempo), decidí escribir esta historia con la finalidad de salir del aburrimiento y experimentar un momento de creatividad. Lamentablemente, la inspiración me dejo de forma abrupta, y decidí no continuar este "fic". Sorprendentemente, hace algunos meses, recibí una notificación de alguien que lo había leído, por lo que, después de darle vueltas al asunto, tomé la extraña decisión de volver a reescribir este fic, con la esperanza de mejorarlo y terminarlo. Después de todo, no es lo mismo escribir cuando uno tiene quince años, que cuando tienes unos... veintitantos.

Con suerte podré conservar algo de la esencia original, y no alterar tanto la trama. A mis antiguos lectores, gracias por seguir leyendo este material después de tanto años, y a mis nuevos lectores, sólo me queda decirles: ¡bienvenidos!.


Olvidando el Pasado

Capitulo 1

Christine:

"Esto no es un diario, no en el sentido corriente del término. No tengo la intención de sentarme sumisamente todos los días para dejar constancia de detalles tan aburridos como qué tomé para desayunar, qué vestido encargué a mi costurera y quién dijo qué a quién durante los ensayos. Es desde luego el colmo de la vanidad el dar por hecho que va a haber alguien que vaya a querer leer sobre tu pequeña e insignificante vida dentro de cien años. No quiero que nadie lea nunca este documento, pues si alguien lo lee, seguramente me encerrarán en algún sitio para ponerme a salvo, y la gente sacudirá la cabeza diciendo: "Pobre Christine, qué pena, pero claro yo siempre abrigué la sospecha que no estaba del todo bien de la cabeza. Nunca tuvo los pies en el suelo, sabes, ni siquiera de jovencita".

"No, esto no es un diario".

Susan Kay: Contrapunto Erik y Christine.


Diario de Christine Daaé

5 - Enero - 1881

Han pasado seis meses desde aquel terrible suceso. Desde aquel momento, mi vida cambió súbitamente e indudablemente de la noche a la mañana. Lamentablemente, los recuerdos aún siguen latentes, y no estoy segura de si alguna vez desaparecerán del todo. Es como si una parte de mí no quisiera soltarlos, como si me aferrara a ellos de tal forma que mi vida dependiera de ello.

Desde que Raoul y yo dejamos la Ópera aquella noche ya hace varios meses, fuimos lo suficientemente afortunados para tener la oportunidad de rehacer nuestras vidas y dejar atrás todo para comenzar un nuevo y tranquilo futuro. Traté de convencerme de que sería fácil de ahora en adelante, de que no tendría de que preocuparme y que al fin podría vivir tranquila al lado del hombre de mi vida. Sin embargo, nunca pensé que olvidar fuera tan complicado. Aquella figura aún me acechaba, aunque fuera en sueños. Aún podía escuchar, aunque de forma distante, aquella voz que alguna vez había llenado mi ser de hermosas melodías y había generado en mí el deseo de que mi alma se desprendiera de mi cuerpo y flotara al compás del viento. Estaba presente, siempre en mi mente.

¿Olvidar? No, lo más probable es que jamás logre hacerlo, por más que lo intente. Después de todo, mi destino, mi vida entera siempre le pertenecerán a esa voz. Indudablemente, me había encadenado a él, sin retorno.

En sueños me cantó
y vino a mí.
Mi nombre pronunció,
yo lo sentí.

¿Es esto un sueño más?
¿O al fin te vi?
Fantasma de la Ópera, ya estás,
ya estás aquí.

12 - Enero - 1881

El día de hoy Raoul ha mencionado por segunda vez la palabra "matrimonio", y es la segunda vez que lo he rechazado. La primera vez, se levantó rápidamente de la silla del comedor y me miró como si estuviera observando a una persona que, sin lugar a dudas, había perdido la razón por completo.

-¿Por qué Christine? Creí que...creí que después de todo lo que pasamos juntos, lo único que querrías sería casarte conmigo y comenzar una nueva vida lejos de todo esto.- dijo, mientras me miraba completamente incrédulo.

-Raoul, no es que no quiera que sea así.- respondí lentamente.- Pero no es el momento, necesito... necesito tiempo.

-¿¡Tiempo!? ¿Para qué necesitas tiempo? ¿Acaso no deseas comenzar una nueva vida cuanto antes a mi lado? ¿No es eso lo que deseas?.- dijo súbitamente mientras seguía observándome sin poder creer lo que estaba pasando. -Podríamos irnos de aquí, Christine. Podríamos ir a un lugar lejano como Norteamérica e iniciar de nuevo, tú y yo solos. ¿No es eso lo que quieres? ¿Lo que anhelas? ¿Dejar todo atrás? .- dijo mientras volvía a sentarse a mi lado y me tomaba ambas manos con desesperación.

Ante su respuesta, no pude decir nada y simplemente bajé la cabeza, y comencé a llorar.

-¡Dios mio!.- exclamó, soltándome las manos como si una descarga le hubiera recorrido todo el cuerpo. -¿No estarás hablando en serio, verdad? ¿Acaso no quieres irte?. Christine, estás queriéndome decir...estás insinuando que... ¿qué quieres quedarte aquí, en este lugar?.

-Raoul no es eso.- dije sollozando.

-Entonces ¿qué es lo que quieres Christine? ¡Dime! ¿Acaso me equivoqué? ¿Acaso lo que tú deseas en realidad es... es regresar con esa... esa !bestia!? ¿Es eso? ¡Contéstame!.- dijo y dio un fuerte e impetuoso golpe a la mesa del comedor enteramente frustrado.

-No es tan sencillo.- dije.- Si quiero irme, pero...no estoy segura de poder, al menos no aún.

Se quedó callado y, cuando al fin tuve el valor de levantar la mirada y verlo a los ojos, todo mi cuerpo se quedó inmóvil, paralizado.

Jamás había visto algo así en aquellos ojos. Era la primera vez que veía reflejados en esos hermosos zafiros tan azules como el cielo un sentimiento que, ha decir verdad, jamás pensé ver en los ojos del hombre que juró amarme de manera incondicional y ante cualquier adversidad. Era algo que había llegado a identificar con facilidad, y que, en innumerables ocasiones, había generado en otro ser de manera constante no hace mucho tiempo. Era algo que me paralizaba, que me aterraba, y que al parecer, era lo único que podía desarrollar en los hombres que deseaban permanecer a mi lado.

Era odio, odio de verdad.

-Necesito salir de aquí.- y con esas palabras, se levanto rápidamente de la silla, tomó su abrigo, y salió cerrando la puerta de un fuerte golpe. Me quedé sentada mientras observaba estupefacta la gran puerta de madera de la entrada principal de mi departamento. ¿Qué es lo que había hecho, Dios mío? ¿Qué había hecho?

19 - Enero - 1881

Habían pasado unos días desde aquel incidente en mi departamento durante una noche lluviosa y helada de invierno. Ha decir verdad, empecé a temer que tal vez Raoul jamás regresaría y, ¿quién hubiera podido culparlo, Dios mío? Indudablemente, le había roto el corazón de la forma más cruel que existía, y había rechazado su invitación a una vida juntos llena de amor y felicidad. Era como si todo lo que hubiera hecho, todo el sufrimiento que tuvo que soportar para salvarme, todo...todo hubiera sido desafortunadamente en vano.

He de decir que me llevé un gran sobresalto cuando, un par de días después y mientras subía las escaleras de mi departamento, lo vi parado frente a la puerta con un hermoso ramo de rosas rojas, mismas que le sirvieron para disculparse por su comportamiento tan irracional, tal y como él lo definió.

-Discúlpame Christine.- dijo.- La verdad, no estoy seguro de lo qué fue lo que paso aquella noche, pero te prometo, es más, te juro por Dios que eso no volverá a ocurrir nunca jamás.- y con ello se acercó a mí y me estrechó entre sus brazos y yo... yo simplemente le creí.

Lo amaba tanto que, en esos momentos, y en los días subsecuentes a ese, no pude ver bien que su comportamiento había cambiado de forma radical y sin lugar a dudas.

Fue hasta que volví a rechazar su oferta por segunda ocasión cuando de verdad pude ver que aquella persona que juró siempre amarme, que prometió jamás lastimarme y que deseaba pasar el resto de sus días a mi lado podía en verdad hacer todo lo contrario. Jamás imaginé que, al dejar las catacumbas atrás, volvería a tener miedo, miedo de verdad.

Al parecer ambos habíamos perdido la cabeza, y ya no estaba del todo segura de lo que sería de nosotros. De nuestro futuro, si es que existiría alguno.

23- Enero -1881

El día de hoy ha pasado algo inaudito. Después de haber regresado de un ligero paseo, la pequeña mucama que trabajaba conmigo en mi apartamento en las afueras de Paris se acercó a mí rápidamente un tanto preocupada. Llevaba un pequeño sobre en la mano.

"Señorita, es para usted".- dijo, y de repente se giró, y sin decir más, desapareció dentro de la pequeña cocina que estaba al fondo del departamento.

Extrañada, me quité los guantes y la capa, y me dirigí a la pequeña y cómoda sala a un lado de la estancia. Me senté en el sillón frente a la chimenea y tomé el pisapapeles que yacía a un lado en una pequeña mesa de madera. De inmediato intuí que aquella carta no había llegado de la manera convencional a mi departamento, ya que no era habitual que la pequeña mucama se comportara de aquel modo cuando un documento llegaba este lugar. No sabía que estaría escrito en aquel pedazo de papel, pero de lo que estaba segura era que el contenido de aquel curioso objeto alteraría mi mundo una vez más. Sólo desee lo mejor y, con manos temblorosas, abrí el sobre de manera un tanto torpe.

Aquella letra no me resultó familiar, y a simple vista, pude notar que la persona que había escrito esta carta lo había hecho de forma apresurada. Sin más que pensar, comencé a leer lentamente el contenido el cual, decía lo siguiente:

Estimada Vizcondesa de Changy:

Mis más cordiales saludos. Ha decir verdad, no estoy del todo seguro de que esta carta llegará a sus manos. Después de indagar un poco, he de confesar que, al principio, no me fue del todo sencillo averiguar si usted y su esposo seguían residiendo en Paris, o si al fin habían decidido huir y dejar todo atrás. Le comentó que me mostré un tanto sorprendido cuando, justo antes de darme por vencido y de forma enteramente casual, me tope con la que más adelante descubrí que era en realidad su mucama. Misma fue la sorpresa cuando me enteré de que usted y ella aún mantenían contacto de forma regular. Llámelo suerte o destino pero, tenga por seguro de que, si me encontrará en una situación diferente, jamás me hubiera atrevido a redactarle estas líneas.

Seré breve madame, y de antemano siento el tener que importunarla, ya que lo último que deseo es tener que entrometerme en su felicidad y en la vida de usted y de su esposo. Ha decir verdad, estoy completamente desesperado. Es de suma importancia que nos reunamos lo antes posible, de preferencia solos, usted y yo. Siento el no poder ir por usted personalmente vizcondesa, pero tal y como le mencioné, desconozco su domicilio actual, y la verdad, no quise preguntárselo a su mucama con el fin de evitar malos entendidos, así como un desafortunado e inesperado reencuentro con el Vizconde, ya que tanto para mi, como para usted, eso no sería del todo beneficioso, dada la situación actual. Simplemente me limitaré a entregarle esta carta a su mucama con la esperanza de que ella se la haga llegar donde quiera que usted resida. Espero que comprenda que no puedo darle más detalles al respecto por el momento. La veré en la calle de la Madeleine el día 25 de enero, en caso de que usted así lo desee. La estaré esperando a las 8:00 de la noche.

Sólo me queda desearle lo mejor. Entenderé si usted prefiere no presentarse, ignorar el contenido de esta carta y continuar con su vida, pero, por piedad, reconsidérelo.

Sin más por el momento, quedo ante usted como su humilde servidor. Una vez más, disculpe las molestias. Sólo me queda esperar que usted acuda a nuestro encuentro en la hora y día citados previamente.

Hasta entonces,

Nadir Khan.

Mi mano, junto con la carta descendieron lentamente hasta posarse en mi regazo. ¿Qué habrá pasado, para que aquel hombre se viera en la penosa necesidad de buscarme? ¿Sería capaz de abandonar mi vida, de agarrar mis cosas y dirigirme a la dirección indicada y encontrarme con él una vez más en el día mencionado? ¿Tendría la fuerza suficiente para cumplir los deseos de aquel hombre?

Puede que esto fuera lo que necesitaba para dar vuelta a la hoja y con ello poder aceptar la propuesta de Raoul y poder emitir con mis labios aquella palabra que él tanto anhelaba escuchar. ¿Estaría a punto de cometer un grave error? Creo que sólo quedaba ver si era capaz de averiguarlo.

25 – Enero - 1881

El viento soplaba tanto que las hojas de los árboles se mecían de un lado a otro sin control. El clima era frío, como si en algún momento fueran a descender pequeñas gotas de lluvia del cielo. A decir verdad, no tenía ni la más remota idea de qué era lo que aquel hombre quería decirme, pero una vez que lo averiguara, sabía que nada volvería a ser igual. Mientras comencé a avanzar calle abajo, mi corazón comenzó a latir con fuerza, y poco a poco comenzaron a invadirme sentimientos que solían plagarme todos los días y a todas horas antes de dejar la Ópera... sentimientos de preocupación y miedo.

Lo vi parado abajo de un faro de luz. Llevaba un abrigo grueso de color azul marino, al igual que un gorro de color negro. Aquel accesorio era indudablemente un objeto que sólo los persas solían portar, al igual que la vestimenta que aquel hombre llevaba debajo del abrigo. Al verme avanzar hacia él con paso cauteloso, se quitó el sombrero y se inclinó para saludarme. Juraría haber visto un pequeño destello de luz en los ojos negros como la noche de aquel hombre, como si de verdad no hubiera esperado que acudiera a nuestro reencuentro.

- Buenas noches Madame de Changy. Lamento tanto el tener que molestarla y el haberla hecho venir sin escolta y a tan altas horas de la noche.- dijo cortésmente con ese acento indudablemente extranjero. -Pero era sumamente importante que nos viéramos.- agregó.

- Daaé. Mi apellido sigue siendo Daaé.- dije corrigiendo su error, mientras agachaba la cabeza, como si aquella revelación me causará un poco de vergüenza. Ante mi respuesta, aquel hombre pareció sorprendido.

- Disculpe señorita.- dijo. -Después de todo este tiempo, supuse que usted y el Vizconde ya se habían casado. Veo que cometí un grave error.- dijo mientras me miraba a los ojos.

Sólo me limite a afirmar con la cabeza. Lo miré detenidamente y pude ver que en realidad, había cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Parecía como si hubiera vivido más de 10 años. Su rostro ahora estaba adornado por unas lineas gruesas a los lados de los ojos y de su boca. Su semblante parecía pálido, pese al color olivo de su tez, y sus ojos ahora estaban adornado con unas pequeñas bolsas negras debajo de ellos. No había pasado tanto tiempo, pero era como si de verdad hubiera vivido toda una vida llena de desgracias. Se veía viejo y agotado.

- No tenemos mucho tiempo, mademoiselle.- dijo.- Me temo que debemos de apresúranos lo antes posible. Por favor sígame.

Mientras avanzábamos por la calle, fue como si reviviera un sueño. Un recuerdo lejano. Como si el tiempo no hubiera pasado en lo absoluto. Por un instante, me sentí como aquella pequeña niña que había dejado su hogar en Suecia para comenzar su entrenamiento como bailarina en la gran Ópera Garnier. Un ser lleno de vida, sueños, anhelos y deseos infantiles. Lamentablemente, eso había quedado hace mucho tiempo atrás.

Pasamos por la Rue Catherine, y giramos hacia la Rue Bouillón, hasta que descendimos y llegamos a la que alguna vez había sido la inconfundible Rue Scribe. Ahora estaba convencida de que aquel hombre me estaba llevando a un lugar de mi juventud que había jurado jamás volver a pisar, ante la insistencia de Raoul desde que ambos decidimos huir y comenzar una nueva vida. Estábamos dirigiéndonos a la que alguna vez había considerado una lujosa e inmaculada prisión. Una jaula de oro. Me estaba dirigiendo a la casa... a la casa del lago.

Cuando llegamos, tuve el presentimiento de que todo seguiría tal y como lo había dejado hace varios meses. El majestuoso órgano, el enorme sillón enfrente de la cálida chimenea. Todo seguiría ahí, incluso él. Lo más seguro es que al verme, se mostrará sorprendido, pero aún así no dudaría en tomar mi mano con cierta delicadeza, la besaría con aquello labios fríos, y me invitaría a pasar como si nada de lo que vivimos hubiera pasado en realidad, siempre manteniendo un trato amable y cortés hacía mi persona. Sería como si el tiempo se hubiera detenido para siempre. Tan sólo una visita más, como todas las anteriores.

Desafortunadamente, pronto salí de aquella fantasía y me di cuenta de que esto indudablemente no sería el caso.

Al abrir la puerta principal y después de que el persa me dejara pasar, mis ojos no podían creer la terrible escena que tenía ante mí. Aquella estancia a la que alguna vez había considerado digna de un rey estaba completamente destruida. Los cuadros que habían adornado alguna vez aquella majestuosa habitación yacían en el piso completamente desgarrados, como si hubieran sido presa de la ira de un animal feroz. La hermosa alfombra persa que mis pies habían llegado a pisar innumerables veces ahora yacía bajo un sin fin de escombros y astillas. Hasta pedazos del que alguna vez hubiera sido un magnífico órgano podían observarse en la habitación, incluso bajo mis pies. ¿Qué le había pasado a este lugar? Era como si hubiera entrado a un lugar digno de una terrible pesadilla.

- Lamento mucho el desorden señorita, pero él simplemente pensó que no regresaría.- dijo. -Mencionó que lo más sensato sería que el Vizconde se lo prohibiera. Después de todo, de haber estado él mismo en su posición, lo hubiera hecho sin pensarlo.

- ¿Dónde está?.- pregunté entre susurros mientras lo miraba directamente a los ojos.

El persa sólo se limitó a indicarme con un gesto la puerta de madera que yacía al fondo de la estancia. Yo conocía esa puerta y el lugar al que conllevaba. La había atravesado tantas veces que me era enteramente familiar. Después de todo, esa había sido en alguna otra ocasión mi habitación.

-Después de que usted y el Vizconde se marcharán, Erik me acompañó hasta mi cuarto de hotel. Una vez ahí, simplemente me comentó que esa sería la última vez que lo vería. Me obligó a que le jurará que jamás volvería a este lugar y me aseguró que si no volvía a saber de él, lo más seguro es que su Dios le habría permitido al fin partir de este mundo. Me dijo que no tendría ningún sentido seguir viviendo ahora que usted jamás volvería a verlo. Sé que debería haberle hecho caso señorita, pero ha decir verdad, le debo todo a ese hombre, absolutamente todo. Evitó que fuera presa de la ira de un emperador demente. Me ayudó a lidiar con el dolor cuando perdí a mi único heredero y mi razón de ser, y me perdonó la vida cuando traicioné su confianza y decidí ayudarle a usted y a su prometido. Erik siempre me trató como un amigo, y lo único que yo hice fue no contribuirle con la misma moneda. Es por esta razón por la que decidí buscarla mademoiselle. Sé que él hubiera querido despedirse de usted antes de partir. A decir verdad, no estoy seguro de que aún no sea demasiado tarde, pero guardo la esperanza de que Erik siga con vida para poder verla aunque sea una última vez. Estoy seguro de que ese hubiera sido su último deseo, y si hay algo con lo que pudiera retribuir todo lo que él hizo por mi y por mi familia en su momento, creo que este pequeño acto de bondad hacia él lo compensará. Creo que esta es la única forma en la que él podrá alcanzar el tan merecido descanso eterno. Según nuestras creencias, a las almas atormentadas no se les permite ingresar al reino de Alá, a menos que logren alcanzar un estado espiritual de eterna tranquilidad. Espero que, con ésta ultima visita, aquel pobre hombre pueda por fin lograr aunque sea un poco de paz. Nadie merece una vida llena de sufrimiento, y menos pasar sus últimos momentos de vida en plena agonía.- dijo entrecortadamente.

Rápidamente se giró y se dirigió hasta llegar a la chimenea, mientras su miraba contemplaba los restos de la ceniza que yacían a sus pies.

¿Estaría muerto? ¿Sería demasiado tarde? Estaba horrorizada. No quería... no quería entrar a aquel lugar y enfrentar lo peor. Deseaba verlo vivo, vivo para poder si siquiera despedirme, como se lo había prometido. En algún momento, no hace tanto tiempo, aquel hombre, mucho antes de que llegará a temerle, se había convertido en una de las personas más importantes de mi vida. Al igual que Nadir, tenía que saldar esa especie de deuda con él. Se lo debía, le debía en si tantas cosas.

Después de permanecer unos minutos observando al persa, me giré y avancé lentamente hacía la gran puerta de madera obscura. Mientras avanzaba, mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza, que por un momento pensé que abandonaría mi pecho. Antes de girar la perilla, me di la vuelta, y le dirigí al persa las siguientes palabras:

- No lo culpo por haberme traído aquí, Nadir. De haber estado en su lugar, creo que hubiera hecho lo mismo. Sé que Erik se lo hubiera agradecido al final, a su manera. ¿Le importaría si entro sola a despedirme de él? Creo que ese también hubiera sido su deseo.- dije mientras un nudo comenzaba a formarse en mi garganta.

- Si necesita algo estaré aquí afuera. No dude en avisarme, por favor.- dijo y se desplomó lentamente en el sillón en el que tantas veces pasé horas sentada mientras contemplaba las flamas de la chimenea y escuchaba aquella hipnotizaste voz narrar historias asombrosas de otras tierras y épocas pasadas.

No dije nada más y giré la perilla de la puerta. Al principio, avance lentamente y crucé el umbral para adentrarme en el interior del cuarto. De no haber sido por una pequeña flama de una vela que amenaza con extinguirse en unas cuantas horas, me hubiera visto envuelta en una total y plena oscuridad. Al adentrarme en el cuarto pude ver que todo seguía igual, el pequeño ropero, el espejo, el tocador, incluso la alfombra, todo seguía en el mismo orden, aunque un tanto polvoriento. Era extraño volver a entrar a aquel cuarto, como si nunca me hubiera marchado.

Antes que pudiera girarme para comprobar si alguien ocupaba la que alguna vez fuera mi cama, la puerta se cerró bruscamente, lo cual provocó que diera un pequeño salto y me girará rápidamente. Sin embargo y antes de que pudiera ver que había pasado, un par de brazos delgados me sujetaron con fuerza ambos brazos y me empujaron hasta que quedé acorralada enfrente de una de las paredes de la habitación. No podía ver bien debido a la poca luz del cuarto, pero estaba segura de quién era la persona que me estaba sujetando. Aquel olor me resultó de repente tan familiar, tan inconfundible. Sin lugar a dudas se trataba del olor... del olor a muerte.

- ¡Erik!.- pronuncié en una especie de susurro, mientras trataba de visualizar aquel rostro que tantas veces había plagado mis sueños.

Antes de que pudiera emitir alguna otra palabra, aquellas huesudas y frías manos soltaron rápidamente los brazos y me sujetaron el rostro, los cabellos y las orejas con cierta brusquedad. De pronto mi cara se inclinó de un fuerte movimiento hacia delante, y al fin pude ver bien la terrible faz que, aunque intentara convencerme de lo contrario, había anhelado ver aunque fuera por un breve instante, de cierta forma.

Erik. Estaba tan cerca de mí que podía llegar a sentir su aliento sobre mi cara. Justo cuando pensé que me soltaría y me estrecharía en sus brazos, aquellas manos soltaron mi rostro y mi cabello, y con un fuerte y violento movimiento, se cerraron en forma de puños y golpearon la pared a un costado de mí, provocando un horripilante y estrepitoso sonido.

Estaba enojado, y yo sabía de sobrada manera que debía temer a esa ira.


Erik:

Esto tenía que ser una simple ilusión. Un sueño profundo, nada más. Seguramente había excedido de nuevo la dosis de morfina, y ahora me encontraba frente a una especie de alucinación. Después de todo, no era la primera vez que la imaginaba ante mí. Era imposible olvidar aquellos ojos marrones y aquel rizado cabello color caoba. Incluso a veces, juraría haber percibido aquel inconfundible olor a lavanda. Tenía que ser otra aparición nada más. Sin embargo, una parte de mí quería creer que era real, así que, decidido a desenmascarar la farsa de una buena vez y terminar con mi dolor, la sujeté con ambas manos con la esperanza que se desvaneciera. Gran fue mi sorpresa cuando aquella entidad no se desvaneció frente a mis ojos como esperaba.

Estaba aquí, viva y de carne y hueso. ¡¿Qué demonios hacía en este lugar?! Acaso no había quedado todo claro el día en la que la dejé marchar con el que indudablemente ahora sería ahora su esposo. ¡¿Qué es lo que hacía aquí, enfrente de mí?! De repente, llegué a la conclusión de que ésta no era más que obra y labor de mi querido y viejo amigo, el Daroga. Al parecer, Nadir había decidido por fin vengarse de mí después de todo lo que lo había hecho sufrir. Por mi culpa lo habían condenado a muerte, había perdido a su hijo y había tenido que pasar casi una vida entera escondiéndose de la ira del Sha de Persia. Era natural. Después de todo, la venganza y el resentimiento son sentimientos que todos los humanos albergamos en nuestro interior, y que, en ocasiones, logran que hasta el ser con el más alto grado y sentido de la moral pierda la cabeza y cometa los actos más crueles y atroces. No podía culparlo, estaba en todo su derecho.

Aún así, no podía entender porque ella había aceptado venir con él. ¿Qué ganaba con todo esto? ¿Hacerme sufrir al igual que Nadir para pagarme con la misma moneda todo lo que le había hecho meses atrás? Una persona normal hubiera rechazado tal oferta, es más, se hubiera mudado del país para jamás regresar en cuestión de segundos. Aún así, aquí estaba, parada frente a mí, tan frágil y tan pequeña, como un ave que ha vuelto para ser enjaulada una vez más. Le había dado alas para volar, ¿por qué no lo había hecho?

¿Por qué Christine? ¿Por qué decidiste volver?

- ¿Que haces aquí?

- Erik…yo…

- No debiste venir.

- Erik, por favor.

-Después de darte todo. Después de haber aceptado el hecho de que tu amor jamás sería mío. Después de que dejará que te marcharás con el muchacho para que rehicieras tu vida, lejos de la oscuridad, has decido descender una vez más hacía el mismísimo infierno y, ¿para qué? ¿Acaso esperabas verme postrado en aquella cama como el cadáver que en realidad soy? ¿Es eso? ¿Esperabas que estuviera muerto para que pudieras llegar y así poder asegurarte de que jamás volvería a acecharlos a ti y a tu esposo? Pues, lamento tanto decepcionarla Madame de Changy, pero al parecer la vida continua encaprichándose con esta atrocidad. Al parecer, su Dios, en un último intento por prolongar mi sufrimiento, ha decidido prolongar mi existencia en este maldito lugar.

-Erik, escuchame, estás equivo...

-¿Equivocado? ¿Es esto entonces una especie de venganza entre ustedes tres? ¿Acaso, tú, el muchacho y el Daroga han confabulado para hacerme sufrir una vez más para satisfacer su deseo de venganza? Ingenioso, jamás se me hubiera ocurrido esta nueva forma de torturar a alguien, y mira que soy todo un experto en el tema. Ahora que lo pienso, la tristeza puede llegar a hacer que un hombre cometa un acto tan atroz como el mismo suicido, ¿verdad?.- dije mientras volvía a golpear la pared que se encontraba detrás de ella.

Tenía miedo, de eso no cabía la menor duda. Estaba aterrorizada mientras me veía con los ojos desorbitados y respiraba agitadamente. Tragó saliva y respondió con una voz temblorosa y entre susurros.

-No se trata de eso. Tenía que verte una vez más Erik. Tenía que venir para cumplir una promesa.

-Ya veo de que se trata esto. Quieres limpiar tu preciada e inmaculada conciencia, ¿verdad?. No es necesario, querida. Lo mejor es que agarres tus cosas y nunca más vuelvas a este lugar. Olvida todo esto, olvida que alguna vez viniste aquí. No queda mucho tiempo sabes, al parecer esta horrible enfermedad no tardará en esparcirse por todo mi horripilante cuerpo. Puede que el día de mañana no vuelva a levantarme de esa cama. Resulta un tanto ideal. Después de todo, en esta misma cama tuve la mala fortuna de llegar a este mundo.

Con ello, me aparté bruscamente de ella y me dirigí rápidamente hacía la cama. Me senté en el borde y mientras contemplaba la vela que yacía en la pequeña mesa que estaba a un lado, intente calmar mi ira. No quise voltear a verla de inmediato por qué, de haberlo hecho en aquel momento, me hubiera abalanzado sobre ella como el vil animal que tanto había intentado no ser. Espere que huyera, que incluso corriera para jamás regresar. Esperaba oír el sonido de la puerta cerrarse de un golpe.

- Vete Christine y vive de una vez por todas tu bello cuento de hadas. Tienes mi palabra que jamás volveré a atormentarlos. Me quedaré aquí sólo, esperando el inevitable final de mis días. Márchate y no vuelvas.- dije. Al no recibir ninguna respuesta de su parte, me gire para mirarla, y me quede estupefacto al verla detenidamente.

No había reparado en la preocupante cantidad de peso que había perdido. No había visto los pequeños hematomas a un lado de sus muñecas, las cuales yo no había si quiera tocado minutos antes en mi arranque de ira. ¿Quién era esta persona? No quedaba nada de la dulce niña que tantas veces soñé con sostener entre mis brazos. No podía creerlo.

Comenzó a temblar de arriba a bajo como un hoja que está a punto de desprenderse de un tallo y, sin anunciar, se desplomó hasta el sucio piso. Cuando me levanté para tomarla entre mis brazos, sus ojos llenos de lágrimas me miraron con desesperación.

-Erik, es que…no existe ningún cuento de hadas.- pronunció entre el llanto, antes de ocultar su rostro entre sus piernas y sus brazos.

Me quedé completamente sin palabras. ¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho?


Notas del Autor: Después de pulir mis horribles e imperdonables faltas de ortografía y tratar de darle más cuerpo y trama a esta historia, este es el resultado. Sé que alteré el dialogo, pero con suerte la esencia continua ahí. Después de todo, uno no piensa de la misma forma después de tantos años, verdad. Espero que les haya gustado este nuevo "remake". ¡Los veré pronto!