Capítulo IX: Demonios.

Habían pasado semanas y seguían en este lugar empeñados en ayudar a la reconstrucción del pueblo y en cambiar algunas tradiciones imperantes. Luego del sacrificio de Hank, el rey había suspendido los castigos físicos atemorizado de que los habitantes de la ciudad vieran en estos extraños a seres salvadores y quisieran reemplazar a la realeza. Decidió mostrar su cara más benévola y fingir empatía con su pueblo. Hank sabía muy bien que era lo que él rey había planeado y esperaba pasar en esta ciudad el tiempo necesario para convencer a los habitantes de que podían hacer su vida sin depender de sus reyes.

Hank no se había doblegado en todas estas semanas. Gracias a las curaciones de Sheila y a las cataplasmas creadas por Dahlia se encontraba más recuperado. Las heridas de la espalda estaban cicatrizando y esto hacía que Hank se pusiera en movimiento más rápido. Eric lo observó y recordó la masa sanguinolenta que había sido su cuerpo ese día. Hank había ingresado con miedo al calabozo, pero había seguido igual. Eric aún recordaba el sonido del látigo contra la espalda desnuda del arquero y los borbotones de sangre que corrían a su alrededor.

-Por qué lo hiciste Hank. – Las palabras se escaparon de la boca de Eric. Hank se encontraba sentado en un sillón de su habitación mientras Eric limpiaba desganado su escudo.

– Por qué hice qué – inquirió Hank, sin levantarse.

Eric subió la mirada, dejando su escudo al lado sobre la cama. No había hablado de este tema directamente con Hank, pero había querido hacerlo. De todas formas sentía que la respuesta sería tan íntima que quizás era mejor no saberlo. - ¿Por qué dejaste… por qué decidiste tomar el castigo de la niña?

Hank lo miró fijamente a los ojos y luego se observó las manos. Se podía ver que tenía trabajo escogiendo las mejores palabras. Se pasó la mano por el cabello lentamente. - Porque es lo que mi padre nunca hubiera hecho. – Eric lo miró en silencio, con extrañeza. Hank se levantó del asiento con dificultad y tomó su arco. Lo apretó firme contra su pecho. Pasaron frente a sus ojos miles de imágenes, recuerdos, de esos que provocan sensaciones físicas. Sentía un sudor helado recorrer su espina dorsal y el corazón palpitar rápidamente. Pero algo le decía que este era el momento y que Eric era la persona. – La primera vez que me golpeó yo tenía 5 años. – Comenzó, dándole la espalda- Me interpuse en el camino de su mano que iba a golpear a mamá – Hank suspiró con fuerza. – Desde ese día preferí recibir los golpes en vez de ella. Al final ambos terminábamos haciéndolo.

– Hank, yo no… - Hank volteó y sonrío – Nunca le había contado esto a nadie. – Eric se mantuvo en su lugar, sin decir nada. Estaba sorprendido, de la sinceridad de Hank y de la tranquilidad con que hablaba del tema. Pero más sorprendido estaba de ser él a quien Hank había elegido para desahogarse.

– ¿Recuerdas ese día en que nos conocimos? Teníamos 11 años y yo andaba con la mano enyesada…- Eric lo recordaba muy bien, él estaba solo sentado en el parque y Hank se había acercado para invitarlo a jugar a la pelota. Eric lo había mirado con desdén, ese muchacho rubio tenía el rostro sucio, un brazo lastimado y usaba ropas baratas. Pero ese chico sonreía, seguido por una muchacha morena y una pelirroja. Ese día se había iniciado este camino que los tenía ahora juntos en esta tierra. – Sí, lo recuerdo.

- Bien, el día que rompí mi mano fue el día más feliz de mi vida. Ese día fue cuando ÉL comprendió que yo me podía defender solo y se fue de la casa. No volvió nunca más.

-¿Nunca lo denunciaron?- preguntó Eric, aún asombrado con la confesión.

– No… Mamá nunca lo quiso hacer y quizás fue mejor de esa forma… Ahora cada decisión que tomo pienso que no hubiera hecho él y sé que es lo correcto. Él hubiera dejado que a esa niña la golpearan hasta la muerte. Esa niña soy yo- Sus palabras traslucían dolor, ira, impotencia.

Eric se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Las palabras de Hank le recordaban su vida misma. Su padre nunca lo había golpeado, pero le había gritado hasta el cansancio. Lo había humillado hasta hacerlo sentir que era basura y él lo había creído. Pero a diferencia de Hank, Eric no se había esforzado en alejarse de esa imagen paterna. Él actuaba igual a su padre. Humillaba y trataba como seres inferiores a todo el que demostrara un signo de debilidad. Él debería haber tomado el castigo de la niña en vez de Hank. Por qué él se lo merecía. "Te entiendo, te admiro, eres un héroe", pensó, y le querría haber dicho, pero su orgullo no se lo permitió. Eric se movió lentamente de su asiento y posó una mano sobre el hombro de Hank. – Eres un gran hombre – le dijo. Hank movió el hombro con brusquedad. – No digas eso. – dijo el rubio muchacho. - Aún recuerdo la sensación que sentí ese día al romper mi mano contra su rostro. El placer que me produjo el golpearlo. – Hank apretó su mano contra el arco con fuerza, tornando sus nudillos blancos. – Tengo este demonio dentro mío, Eric. Vivo con él dentro y cada día que pasa me pregunto cuando va a surgir con toda su maldad. – Hank cerró los ojos, pero no pudo evitar que Eric notara las lágrimas que los llenaban.-

Eric se sorprendió. Trató de hablar, pero sentía la boca seca y la lengua pesada. Movió la cabeza en negación – Hank tú… - comenzó sin poder completar su frase. Respiró con fuerza. Sintió como el aire le repletaba los pulmones. -Tú te dejaste castigar para salvar a una niña de sufrir esa pena. – comenzó, casi sin saber que estaba diciendo. Escuchaba las palabras salir de su boca, sin procesarlas.- Tú dejas de lado tus sentimientos por Sheila para no ponernos en peligro.

- La protejo de esto. – Hank golpeó con fuerza su pecho- Mi padre no nació un hombre malo pero fue capaz de golpear a quienes más amaba hasta dejarlos inconscientes. Y yo soy parte de él…

Sintieron unos golpes suaves en la puerta. - ¿Hank?, ¿se puede entrar?- la voz de Sheila inundó el lugar. Eric se acercó a abrir la puerta mientras Hank entraba al baño a calmarse. – Eric, ¿está todo bien?- Sheila notó el rostro preocupado de Eric. Observó los alrededores. – ¿Dónde está Hank?-

- Estoy aquí – le respondió el arquero saliendo del baño – Pero me temo que no me siento muy bien para esa caminata-

-¿Pasa algo?- Sheila se acercó preocupada y Hank le sonrió

– Solo quiero descansar. Han sido días difíciles – Hank miró a Sheila y luego a Eric – Pero Eric está dispuesto a recorrer el pueblo para ver que podemos hacer por los lokrhanianos. – Sheila lo observó dubitativa. Hank encerró sus manos con las de él – Estaré bien, no te preocupes. – Se observaron largamente, hasta que Eric sonó su garganta

– Vamos Sheila, esos enanos no se pueden ayudar solos.- Sonriendo Sheila se alejó hacia la puerta, dándole una última mirada a Hank. Él le sonrió una vez más, mientras la puerta se cerraba frente a él. Se sentó despacio en la cama, observando fijamente el espejo. "Yo soy parte de él… pero no soy él" Vio su rostro reflejado. El cabello muy rubio, los ojos celestes cansados y los labios apretados. "Yo soy Hank, el arquero".