Entró en la habitación cerrando la puerta con fuerza y sin importarle lo que sus invitados pudieran llegar a pensar de ella, se dejó caer sobre la cama matrimonial y se cubrió la cara con uno de los negros almohadones intentando calmarse un poco mientras contaba mentalmente hasta diez. Escuchó la puerta y frunció el ceño de forma automática. Sólo había una persona capaz de querer enfrentarse a ella cuando estaba de mal humor y sólo una persona sería capaz de entrar en el dormitorio conyugal con la total certeza de salir ileso de allí.

La cama pareció quejarse por el repentino cambio de peso. Ella ni siquiera pestañeó ni se movió de su posición, deseando mentalmente que él desistiera y comprendiera que no quería hablar con nadie en aquellos momentos. Pero no, él no podía pensar aquello, después de todo, era un arrogante y estaba seguro de que ella deseaba hablar con él.

Una bocanada de aire fresco inundó su rostro cuando el cojín negro se alzó de su rostro y fue arrojado a los pies de la cama. La chica bufó desesperada y escuchó una breve risita de su pareja a su lado, cerca de ella, muy cerca. Abrió los ojos para encontrarse con la mirada grisácea de su compañero que parecía divertido por la actitud que ella estaba mostrando.

-¿Qué ocurre? –preguntó tranquilo estirando su mano y apartando algunos rizos que insistían en caer sobre el rostro de la chica-. Tampoco está yendo tan mal¿no?

La chica lo miró enarcando una ceja, tal y como le había visto hacer a él en incontables ocasiones, escudriñó el rostro del rubio intentando descifrar si estaba bromeando o si realmente él pensaba que todo estaba yendo tan bien como debería.

-Teniendo en cuenta que tu padre aún no me perdona ni te perdona por haberte casado conmigo, que tu madre se dedica a recordarme cada tres minutos lo poco que valgo para su único hijo –dijo con una mueca de desagrado-, que mi padre se había negado a venir a la cena y está aquí obligado por mi madre, la cual, dicho sea de paso, no deja de atosigarme para demostrarme que es mejor que tu madre, y mejor esposa que yo, no¡no podría ir mejor! –terminó ella alzando la voz.

El chico se pasó la lengua por los labios con una sonrisa y la miró sin que aquel brillo de diversión desapareciese de sus ojos. Ella había aprendido a entender sus miradas, a amar aquellos ojos fríos y gélidos que sólo adquirían aquel matiz dulce cuando estaba con ella; había aprendido a leer en su rostro aristocrático todas las señales que él podía lanzarle, amor, incomprensión, dolor, frustración; y a pesar de que al principio había sido difícil, había logrado leer en su rostro siempre inmune a expresiones, sus propios sentimientos.

El chico sonrió y la atrajo hacia su propio cuerpo, acomodándose sobre los almohadones y disfrutando del calor corporal de la chica contra sí mismo. Ella sintió como le rodeaba los hombros con un brazo protector incitándola a recostarse contra él mientras que cerraba su abrazo poniéndole el otro brazo sobre la cintura. No se quejó, ni tampoco se quejó cuando las manos frías de él empezaron a recorrer su hombro haciendo pequeños círculos cerca del tirante de la camisa azul que llevaba puesta.

Respiró su aroma. Menta. Siempre olía a menta, no importara lo que hiciera o lo que deseara hacer, siempre olía a menta. Sonrió al recordar cuando, durante su último año en el colegio, él había intentado cambiar su propio olor y había utilizado una poción de la Sección Prohibida; suprimió una risita al recordar que por un error de cocción que demoraba unos tres minutos más de los necesarios, el resultado había sido que el chico había estado oliendo a zumo de calabaza hasta que el profesor de pociones se había apiadado de él y le había dado una poción para eliminar cualquier resto de su error. Ella había reído como la que más y, cuando aquella noche, él le había confesado que quería haber conseguido un dulce olor a manzana, ella se había sonreído, le había besado dulcemente y le había susurrado al oído que ella adoraba su olor a menta. Aquello había sido suficiente para que él no volviese a pensar en cambiar su propio olor corporal.

Permaneció aferrada a él, como si temiera que en cualquier momento alguien pudiera llevárselo, que alguien pudiera arrebatárselo; disfrutaba de su compañía en silencio, y sabía que a él tampoco le incomodaba, habían aprendido a pasar horas callados, únicamente disfrutando de la compañía del otro. Frunció de nuevo el ceño al ser consciente de que abajo había gente esperándoles. Involuntariamente su cuerpo se tensó de nuevo mientras se maldecía interiormente por haber convocado aquella cena navideña e invitado a sus padres y a sus suegros; por un segundo tuvo la tentación de tomar su varita que se encontraba en el cajón de su mesita y bajar las escaleras atravesando el pasillo, cruzando por la cocina y entrar en el salón y lanzar hechizos a todos los que allí se encontraban.

El chico pareció notar su nueva crispación, porque con una sonrisa en el rostro comentó divertido:

-No todo ha salido mal, el pavo estaba muy bueno.

Ella frunció el ceño mientras le daba un golpe en el pecho a lo que él sonrió de forma imperceptible para cualquiera que no estuviera sobre su pecho y sintiera el leve subir y bajar provocado por la risa sofocada.

-No es gracioso –le retó ella-. Yo quería que estoy saliera perfecto… -dijo con voz abatida. El chico la miró-. Es la primera Navidad que pasamos como marido y mujer y quería que todo fuera especial…

-Otras veces hemos reunido a tus padres y a los míos y siempre ha pasado algo como esto¿por qué te importa tanto esta vez? –la miró interrogante -¿es por esta costumbre de que en Navidad todo el mundo tiene que estar feliz y contento?

La chica se despegó de él y se arrastró hasta el final de la cama, sentándose en el borde de la misma mientras negaba con la cabeza y emitía un débil "no" de su garganta.

-No es por eso… -se limitó a decir-… yo… quería que fuera especial… -repitió

Él frunció el ceño por primera vez en toda la noche y se incorporó en la cama, rodeó la misma y bajó, haciendo que ella diese un ligero botecito en el lecho cuando hubo otro repentino cambio de peso.

Unos zapatos negros y el bajo de unos pantalones negros captó la atención de la chica que miraba sus zapatos blancos como si fuera lo más interesante del mundo. El chico se acuclilló delante de ella y tomó sus manos entre las de él, buscando su mirada con la suya. La mujer no tardó en mirarlo, no podía resistirse a aquella mirada cautivadora, después de todo, era a través de sus ojos que se había enamorado de él. Sonrió.

-¿Por qué? –preguntó él con simpleza.

La chica sonrió y apartó algunos rizos de su cara. Estiró su mano y acarició el rostro del joven rubio que tenía delante, pasando su mano con delicadez por la mejilla de él que sonrió sin darse cuenta ante aquel contacto, deslizó su mano hacia su boca y él instintivamente besó la palma de su mano. Ella sonrió. Tomó la mano del chico y la cubrió con la suya, guiándola hacia su estómago y allí la dejó aprisionada bajo su propio peso. El chico miró su mano y la miró a ella. Casi podía reír ante la expresión de incomprensión que había en su rostro.

-Porque será la próxima Navidad, seremos uno más… –dijo ella a media voz sin saber cómo iba a reaccionar el chico.

Él la miró, miró su mano, la miró de vuelta. Antes de saber qué ocurría, sus pies había dejado de tocar el suelo y se había alejado de la cama mientras que el chico le daba varias vueltas en el aire abrazándola por la cintura, una sonrisa cruzaba su rostro, imborrable. Adoraba cuando sonreía así. Y lo adoraba más porque sabía que sólo sonreía así para ella.

-Bájame ya –protestó ella aún riendo-, acabarás mareándome.

El chico, a regañadientes la bajó, pero no la soltó, sino que la mantuvo aferrada a él en un abrazo protector, temeroso de que algo pudiese ocurrirle, deseoso de quitarle los sufrimientos que había padecido durante su antigua existencia, antes de poder afrontar una nueva vida juntos.

-¿Desde cuándo lo sabes¿Cuándo me lo ibas a decir¿Por qué no me lo has dicho antes¿Es niño o niña¿Cómo le vamos a llamar¿Lo sabes tus padres¿Cuándo se lo decimos a los míos?

La mujer, aún riendo por la forma en que las preguntas salían de la boca del hombre al que amaba, colocó una de sus manos sobre la boca de él que se calló inmediatamente.

-¿Cuántas preguntas son esas? –preguntó riendo. Levantó su mano y empezó a levantar los dedos a medida que contestaba -. Desde hace tres semanas. Te lo iba a decir hoy, era tu regalo de Navidad, así que espero que no pidas nada más. Creo que con eso contestó a tu tercera pregunta. Aún es muy pronto para saber si es niño o niña. Tendremos que decidir el nombre juntos. Y no lo saben ni mis padres ni los tuyos… -bajó la cabeza un poco triste-… por eso era la cena, quería decírselo hoy a todos juntos…

El chico la miró de nuevo. Antes de que ella pudiera añadir nada más, sintió como los labios del rubio la besaban dulcemente recreándose en sus propios labios, y no pudo evitar gemir cuando él aprisionó su labio inferior con suavidad, como siempre hacía. Sonrió entre besos antes de que él la dejara.

-Vuelvo en media hora. No te muevas de aquí –ordenó mirándola. Ella iba a replicarle, pero la mirada del chico se endureció de repente, como cada vez que le decía algo de gran importancia y seriedad, indicándole que él sabía más y que debía hacer lo que le indicaba por su propio bien.-. Hablo en serio, no te muevas de esta habitación.

Había decidido ignorar deliberadamente las miradas que su padre le lanzaba desde su posición en la mesa, seguramente más por haberse tenido que sentar junto a su esposa que por otra cosa, y estaba concentrado en el trozo de pavo que había en su plato. Por supuesto que era consciente de las miradas que su padre le lanzaba a su ahora esposa, y la mirada altiva de su madre cada vez que miraba a la que ahora era su mujer y la casa donde vivían. Ella nunca había estado de acuerdo con aquella boda, siempre había dicho que él merecía algo más que aquello. Pero él era feliz en aquella casa, bueno, de acuerdo, quizá no era la mansión de quince habitaciones en la que había crecido de niño, pero era su casa, era su hogar, y estaba orgulloso de haberlo formado junto a ella.

Levantó la mirada a través de la mesa y la vio sentada en su puesto, intentando convencer a su madre de que su salsa estaba bien y que no necesitaba más picante que era como ella lo solía hacer alegando que a él no le gustaba el picante. Su suegra se había limitado a mirarle desde su derecha y él, por cortesía, había encogido los hombros, incapaz de mentirle a la madre de la mujer que adoraba e incapaz de poner en un compromiso a su esposa. A su izquierda podía ver el rostro de su suegro. Al igual que él, parecía más contento concentrándose en su copa de vino y su plato que en la conversación, o la falta de ella, que había en la mesa.

Un leve movimiento. Sólo eso había hecho falta para que él se diese cuenta de que algo iba mal. Bueno, no es que las cenas familiares fuesen bien, a decir verdad, no recordaba ninguna cena o comida, desde que estaban casados, en que no hubiera habido algún grito, alguna mala cara o alguna mala reacción, siempre disfrazada detrás de una sonrisa forzada, desde luego, pero el ligero movimiento que su esposa había hecho le había hecho pensar que no estaba demasiado cómoda con aquella situación.

Escuchó como su madre hacía un comentario poco agraciado sobre la decoración del salón y a continuación había añadido algo que había crispado a su esposa.

-Podría recomendarte el nombre de una mujer con un excelente gusto para la decoración interna, una chica que salió con mi hijo hace un par de años, seguro que ella podría ayudarte con los bajos presupuestos y la decoración de buen gusto.

El rubio había visto como su esposa apretaba la copa de vino en su mano derecha y agradecía a su madre aquel gesto con una sonrisa. El hombre anotó mentalmente que debería tener una conversación con su madre por milésima vez diciéndole que dejara de mortificar a su esposa.

Se sirvió un poco de puré en su plato y pasó la fuente a su derecha, donde su suegra lo tomó antes de hacer un comentario que no le cayó muy bien a su madre.

-Pues yo creo que el salón le ha quedado precioso, después de todo, heredó su gusto por la decoración de mí.

Pudo ver como su esposa sonreía a su madre para agradecerle el apoyo, sonrisa que se borró cuando la mujer siguió hablando.

-Claro, que su gusto por los hombres nunca fueron los mismos que los míos. Por cierto, tesoro, hablando de hombres –miró al rubio con indiferencia y sonriendo-, el otro día me encontré con Harry en el parque, me dijo que lo llamaras que hacía tiempo que no te veía.

El chico rezó para que su padre no hubiese oído aquel comentario. El sonido de los cubiertos rozando silenciosamente el plato le hizo darse cuenta de que su plegaria no había sido escuchada.

-¿Está insinuando que Potter es mejor partido que mi hijo? –preguntó con una sonrisa forzada.

Miró por encima de la mesa a su esposa y observó como se recogía el rizo rebelde detrás de su oreja derecha, un gesto nervioso involuntario que hacía desde que él recordaba. Por unos instantes le pareció estar de nuevo en el Gran Comedor del colegio, observándola en la distancia desde su mesa y viendo como ella, nerviosa, recogía sus bucles castaños detrás de la oreja e intentaba pasar desapercibida para todos los que miraban en su dirección, como si deseara desaparecer o algo similar.

-Padre, estoy seguro que no es eso lo que ha querido decir… -se animó a decir el rubio metiéndose en la conversación.

-¿Defiendes a esa mujer antes que a mí, que soy tu madre? –preguntó la mujer rubia mirando a su hijo con un fingido sentimiento de ofensa.

El chico rodó los ojos.

-Madre, te dije hace mucho que dejaras de comportarte así frente a ellos –señaló a sus suegros y a su esposa-. No defiendo a nadie, sólo a mi mujer. Eso es lo que me has enseñado por años ¿cierto?

-Y mamá –añadió su esposa-, estoy segura de que no criticaba mi gusto por la decoración, sólo quería ayudarme. Con respecto a Harry, -miró por encima de la mesa a su marido que le sonrió -, es un buen amigo, pero nada más… no podría haber elegido mejor persona para casarme que a él.

-Y precisamente por eso decidiste dejar de lado a la familia y casarte con este hombre sin preguntarnos nuestra opinión –dijo con voz demasiado calmada el padre de ella.

Aquel había sido un golpe bajo. Vio como su esposa retorcía la servilleta entre sus manos, se limpiaba la boca y se disculpaba ante todos.

-Lo siento, yo sólo quería que esta fuera una cena especial, sin discusiones, no quería obligar a nadie a venir, si no queréis quedaros, ya sabéis donde está la puerta –miró a sus padres -, y donde está la chimenea –añadió mirando a los padres de su esposo -, si me permitís, disculpadme.

Había visto como la impotencia se apoderaba del rostro de su mujer mientras se retiraba de la mesa y subía los escalones de forma apresurada y sin perder, magistralmente, ni un ápice de elegancia al hacerlo. El silencio se apoderó de la sala y entonces él carraspeó para que le miraran.

-Debería darles vergüenza a todos –dijo mirando a sus padres que parecían que iban a protestar-, se ha esforzado mucho para hacer esta cena y en unos minutos se la habéis arruinado. Al menos podríais fingir que os lleváis bien mientras ella está aquí ¿no? –su madre fue a replicarle pero él ya se había levantado -. Disculpadme, voy a ver como está mi esposa. Su invitación de iros sigue en pie. –Hizo una leve inclinación de cabeza hacia sus suegros -, señor, señora –rodeó la mesa y se inclinó al lado de su padre que le respondió con un gesto con la mano y luego se acercó a su madre y le rozó la mejilla con un frío y casto beso a lo que la mujer puso mala cara, él nunca era tan frío con ella y le molestaba que lo fuera delante de aquellos dos mortales -. Padre, madre.

Entró en silencio en la habitación cerrando la puerta despacio, consciente de que ella sabía que era él. Tuvo que reprimir una risa al verla tumbada en la cama, mirando al techo y con un almohadón negro cubriéndole el rostro. La misma forma en que la encontraba en su habitación del colegio cuando tenía alguna discusión con sus amigos y le tocaba a él hacer de intermediario. Suspiró y se tumbó en la cama a su lado sin decir nada, se acercó a ella y casi pudo notar el esfuerzo que ella hacía por no hablarle, parecía una niña comportándose de aquella forma, pero después de todo, era su niña. Adorable.

Retiró el almohadón de su rostro y dejó que ella respirara el aire fresco que debía haber entrado en la habitación de repente. Sonrió sin poder reprimir una risita cuando ella abrió los ojos y lo miró. A pesar de callarse, no pudo evitar que la diversión bailara en sus ojos, él lo sabía y deseaba que ella lo percibiera, después de todo, con uno que estuviese de mal humor era suficiente.

-¿Qué ocurre? –preguntó tranquilo estirando su mano y apartando algunos rizos que insistían en caer sobre el rostro de la chica-. Tampoco está yendo tan mal¿no?

Ella ladeó la cabeza para mirarlo enarcando una ceja, un gesto muy típico de él que ella había decidido adoptar como si fuera su segunda piel. Notó como le miraba, intentando leer en su rostro, sí, ella podía hacerlo, pero sólo cuando él la dejaba, evidentemente, aquel era un secreto que nunca le contaría a su esposa, le divertía el hecho de que ella pensara que podía hacerlo y bueno, a ella le alegraba y él sólo quería verla feliz. Ella se rindió.

-Teniendo en cuenta que tu padre aún no me perdona ni te perdona por haberte casado conmigo, que tu madre se dedica a recordarme cada tres minutos lo poco que valgo para su único hijo –dijo con una mueca de desagrado-, que mi padre se había negado a venir a la cena y está aquí obligado por mi madre, la cual, dicho sea de paso, no deja de atosigarme para demostrarme que es mejor que tu madre, y mejor esposa que yo, no¡no podría ir mejor! –terminó ella alzando la voz.

Él le sonrió comprensivo, pasando la lengua por sus labios antes de sonreírle divertido. Alcanzó a abrazarla y a atraerla sobre su cuerpo, obligándola a recostarse sobre él mientras él la abrazaba protector, posesivo. Le gustaba estar así con ella, en silencio, callados, simplemente sintiendo la respiración del otro, el latir del corazón de ella, de la mujer que más había amado, de la mujer que se había convertido en su esposa. Fresas. Su cabello siempre olía a fresas, ella olía a fresas. Le gustaba. Adoraba a aquella mujer. Apretó más su abrazo. Amaba a aquella mujer y le había costado mucho descubrirlo y aceptarlo, pero cuando aquella noche la había visto salir de entre las sombras dispuesta a proteger a un niño de tres años que caminaba perdido por las calles cubiertas de sangre, cuando la había visto interponerse entre el niño y la maldición que aquel mortífago iba a realizar, no pudo hacer más que protegerla a ella. Y cuando ella había alzado la vista y se habían cruzado sus miradas, él había sabido que estaba perdido, había quedado condenado a amar a aquella mujer por el resto de sus días.

Notó como ella le abrazaba aún más, temerosa de que él desapareciese, él la imitó, después de todo, él tampoco quería perderla. Notó como su esposa volvía a tensarse bajo su abrazo y arrugó la frente, seguramente estaría pensando de nuevo en la cena desastrosa. Aún no conseguía saber porqué ella le daba tanta importancia, no era la primera vez que salía mal.

Sonrió divertido intentando aliviar la tensión de ella.

-No todo ha salido mal, el pavo estaba muy bueno.

Ella frunció el ceño mientras le daba un golpe en el pecho a lo que él sonrió de forma imperceptible para cualquiera que no estuviera sobre su pecho y sintiera el leve subir y bajar provocado por la risa sofocada.

-No es gracioso –le retó ella-. Yo quería que estoy saliera perfecto… -dijo con voz abatida. El chico la miró-. Es la primera Navidad que pasamos como marido y mujer y quería que todo fuera especial…

-Otras veces hemos reunido a tus padres y a los míos y siempre ha pasado algo como esto¿por qué te importa tanto esta vez? –la miró interrogante -¿es por esta costumbre de que en Navidad todo el mundo tiene que estar feliz y contento?

Para su pesar, ella de separó de él y negando con la cabeza se sentó a los pies de la cama mientras un débil "no" escapaba de sus labios casi en un murmullo.

-No es por eso… -se limitó a decir-… yo… quería que fuera especial… -repitió

Él frunció el ceño por primera vez en toda la noche y se incorporó en la cama, rodeó la misma y bajó, haciendo que ella diese un ligero botecito en el lecho cuando hubo otro repentino cambio de peso.

La miró sentada, con la cabeza baja y sin decir nada. Estaba realmente triste. No enojada, no furiosa, no frustrada, que era lo que solía acarrear cenas como aquellas, estaba realmente triste de que no hubiese salido bien. Y él estaba encabezonado en sacarle el motivo, en averiguar el por qué.

El chico se acuclilló delante de ella y tomó sus manos entre las de él, buscando su mirada con la suya. La mujer no tardó en mirarlo, no podía resistirse a aquella mirada cautivadora, después de todo, era a través de sus ojos que se había enamorado de él. Sonrió.

-¿Por qué? –preguntó él con simpleza.

La chica sonrió y apartó algunos rizos de su cara. Estiró su mano y acarició el rostro del joven rubio que tenía delante, pasando su mano con delicadez por la mejilla de él que sonrió sin darse cuenta ante aquel contacto, deslizó su mano hacia su boca y él instintivamente besó la palma de su mano. Ella sonrió, pudo notarlo. Tomó la mano del chico y la cubrió con la suya, guiándola hacia su estómago y allí la dejó aprisionada bajo su propio peso. El chico miró su mano y la miró a ella. Casi podía reír ante la expresión de incomprensión que había en su rostro.

-Porque será la próxima Navidad, seremos uno más… –dijo ella a media voz sin saber cómo iba a reaccionar el chico.

Él la miró, miró su mano, la miró de vuelta. No podía ser, aquel gesto, sólo podía significar una cosa. Antes de que ella pudiera añadir nada más, la levantó de la cama tomándola entre sus brazos y le dio varias vueltas en el aire mientras reía como un loco, contento, feliz por la noticia que su esposa le acababa de dar. Un hijo. Iban a tener un hijo. Iba a ser padre.

-Bájame ya –protestó ella aún riendo-, acabarás mareándome.

El chico, a regañadientes la bajó, pero no la soltó, sino que la mantuvo aferrada a él en un abrazo protector, temeroso de que algo pudiese ocurrirle, deseoso de quitarle los sufrimientos que había padecido durante su antigua existencia, antes de poder afrontar una nueva vida juntos.

-¿Desde cuándo lo sabes¿Cuándo me lo ibas a decir¿Por qué no me lo has dicho antes¿Es niño o niña¿Cómo le vamos a llamar¿Lo sabes tus padres¿Cuándo se lo decimos a los míos?

Las preguntas salían de su boca casi sin poder pensarlas y hubieran seguido saliendo más si ella no hubiese puesto una mano sobre sus labios, riendo.

-¿Cuántas preguntas son esas? –preguntó riendo. Levantó su mano y empezó a levantar los dedos a medida que contestaba -. Desde hace tres semanas. Te lo iba a decir hoy, era tu regalo de Navidad, así que espero que no pidas nada más. Creo que con eso contestó a tu tercera pregunta. Aún es muy pronto para saber si es niño o niña. Tendremos que decidir el nombre juntos. Y no lo saben ni mis padres ni los tuyos… -bajó la cabeza un poco triste-… por eso era la cena, quería decírselo hoy a todos juntos…

La miró. No. No iba a llorar. No iba a dejar que ella llorase o se pusiera triste o empezase a pensar cosas raras; se había prometido a sí mismo que jamás la haría llorar hacía mucho tiempo y no iba a romper sus promesas, él nunca rompía sus promesas. La besó. La besó de forma delicada y dulce, temeroso de que ella pudiera romperse en cualquier momento, aprisionó con suavidad el labio inferior de ella, sonriendo al escucharla proferir un suave gemido.

-Vuelvo en media hora. No te muevas de aquí –ordenó mirándola. Ella iba a replicarle, pero la mirada del chico se endureció de repente, como cada vez que le decía algo de gran importancia y seriedad, indicándole que él sabía más y que debía hacer lo que le indicaba por su propio bien.-. Hablo en serio, no te muevas de esta habitación.

Cuando bajó al salón todo seguía como lo había dejado. A excepción de que su suegro se había sentado con la botella de vodka muy cerca de él, enarcando una ceja pensó que quizá demasiado cerca, pero le alivió ver que la botella aún no estaba ni a la mitad, por lo que el hombre aún debía estar sereno.

Sus padres parecían dos estatuas sentadas en el sofá oscuro junto a la chimenea; el hombre no pudo reprimir el pensamiento de que quizá era la primera vez que él les hablaba de aquella forma delante de los padres de su esposa y no, no estaba arrepentido en absoluto, en cambio, el rubio sí que tuvo que reprimir la tentación de ir corriendo a darles la nueva noticia, buscando en el salón a su suegra y localizándola cerca de la ventana, junto a las grandes estanterías de caoba que ocupaban gran parte de la habitación y que estaba a rebosar de libros, pues tanto su esposa como él mismo eran amantes de las letras.

-De acuerdo, vamos allá –murmuró para sí mismo. Carraspeó ligeramente convirtiéndose en el centro de atención -. Vale, ahora quiero que me escuchéis, sin interrupciones madre –añadió al ver que ella iba a decir algo-. De acuerdo. Parece que en este salón el único que está conforme con esta boda soy yo y digo eso porque mi mujer está en la planta de arriba, tumbada sobre su cama y llorando –una mirada de culpabilidad apareció en los ojos de los adulos-. Así que vamos por puntos. Mamá, la quiero. Es tan sencillo como eso. No me importa si no es millonaria o si su apellido es inferior al mío; la quiero, quizá desde el momento en que la vi en la estación, quizá desde el momento en que se enfrentó a mí, quizá desde el momento en que me abofeteó y me hizo darme cuenta de que con un apellido no siempre se consigue lo que no desea, no sé desde cuando y la verdad es que no me importa descubrirlo, -sonrió-, sólo la quiero y nada de lo que digas o hagas me hará cambiar de opinión. Durante este año de matrimonio no has dejado de infravalorarla y de echarle en cara que he tenido mejores oportunidades que ella –se acercó a su madre y se arrodilló delante de ella-. Te equivocas. Fue ella la que estuvo a mi lado cuando me enfrenté al Señor Tenebroso y fue ella quien estuvo junto a mí cuando aquella noche me atacó un animal en el Bosque Prohibido y fue ella quien me curó en la enfermería después de aquella estúpida caída de la escoba cuando estaba entrenando solo y a escondidas. Te quiero madre, es algo que siempre vas a saber y que nunca me voy a arrepentir de decirte –su madre le sonrió y le acarició con ternura el rostro-, pero a ella la amo; así que no me des a elegir entre ella o tú porque la decisión final podría no gustarte.

Una silenciosa lágrima se dibujó en el rostro de la mujer rubia y altiva que miró a su hijo y por fin se dio cuenta de que su niño era un hombre. El hombre en cuestión se giró hacia su suegra.

-Con todos mis respetos, señora, no dudo que usted haya sido una madre excelente y una esposa estupenda, después de todo, me enamoré de su hija y si ella es quien es, es gracias a la educación que recibió en su hogar –la mujer se sonrojó levemente-. Pero no por eso voy a permitirle que le vuelva a hablar de ese modo ni que la vuelva a tratar como si fuese la misma niña asustadiza que era cuando dejó por primera vez su casa para ir a Hogwarts –la miró frunciendo el ceño-, esa niña creció. Y creció en aquel colegio, y aprendió a defenderse, y realizó tareas impensables para alguien de su edad y todo eso lo hizo ante unos profesores que la miraban maravillados sin saber como una niña de su edad podía hacer tales cosas –sonrió al recordar la vez en que había realizado la poción multijugos sin que nadie la ayudase-, y ella pudo hacerlo porque es fuerte. Señora… no dudo que conoce a su hija, a su niña, pero no conoce a la mujer en la que se ha convertido durante estos años, confíe en su criterio, confíe en ella. Me enamoré por su fuerza y la amo por ser quien es y créame si le digo que jamás me atrevería a hacer nada en su contra, le tengo demasiado miedo para eso –añadió en tono confidencial haciendo que la mujer sonriera.

Miró a los dos hombres y por respeto a quien le había engendrado se dirigió primero a él.

-Padre, tengo algo para ti –el rubio se quitó el anillo que lo identificaba como un miembro de la familia y lo dejó sobre la mesa-. Tómalo, es tuyo –el hombre le miró incrédulo-, sí, sé que sin ese anillo renuncio a ser parte de tu familia, pero si para que te des cuenta de que quiero estar con ella y de que ella me quiere a mí por quien soy y no por mi apellido, lo haré; renunciaré a mi herencia, a tus negocios, tanto en el mundo mágico como en el muggle, renunciaré a todo ello padre –dijo convencido-, si eso es lo que tengo que hacer para que por fin te des cuenta de que ella me ama a mí, ama al hijo que has creado, a quien educaste, a quien castigaste, a quien premiabas –miró a su padre como sólo él podía hacerlo-, ella me ama a mí. Me amó aún después de pasarme años insultándola, me amó aún después de que fuera obligado a hacerme esta horrible marca, me amó cuando intenté acabar con su vida durante el séptimo año de colegio cuando estaba bajo aquella maldición… -su padre lo miró serio-… ella me amó padre, igual que madre te amó a ti, sin condiciones, sin barreras, sin sangre… me amó por quien soy, no por tu fortuna.

Su padre no contestó ni hizo ningún gesto. El chico sonrió. Sabía que aquello era suficiente para él. Se giró y miró seriamente al hombre que estaba sentado en la butaca frente a la chimenea. Había dejado la botella y la copa y le observaba consciente de que ahora le tocaba a él.

-Lo sé, me odia por haberle quitado a su hija, seguramente yo también odiaría a alguien que viniera a quitarme a mi única hija –sonrió atontado pensando en el bebé que su esposa llevaba en el vientre-, pero no podría odiar a mi hija por elegir a alguien a quien querer y a alguien que la quiera. ¿Sabe? Sonrió la primera vez que le pregunté por usted, y siguió sonriendo todas las veces que lo hice, usted es su padre y eso no lo va a poder sustituir nunca nadie –lo miró-, no quiero robarle el amor de su hija, sólo quiero hacerla feliz y la amo –dijo con sencillez-, la amo como nadie podrá amarla nunca. Juré protegerla y lo he hecho, contra magos y brujas, contra mortales, contra delincuentes, siempre la he protegido y siempre lo haré… pero no puedo protegerla contra el daño que usted le está haciendo con su rechazo –se encogió de hombros-, y me duele no poder hacerlo…

Se giró hacia todos y respiró profundamente mirando los rostros. Al menos sus palabras habían calado en ellos.

-Ella tiene todas las características que tengo yo pero endulzadas –sonrió -, es orgullosa, astuta, firme, tiene un gran valor y a veces se arriesga estupidamente, pero también es dulce y cariñosa y muestra un amor incondicional por todos aquellos que la rodean… Yo le pedí que fuera mi esposa porque no quería perderla… -miró a los presentes y sonrió-… supongo que a ninguno de los presentes le gustaría perderla… Ahora voy a ir a buscarla, tenéis dos minutos para decidir si os quedáis u os marcháis, después no habrá vuelta atrás.

-¿Es una amenaza, Draco? –preguntó su padre.

El rubio asintió despacio.

-Es la úlltima oportunidad que os doy –se encogió de hombros de forma resuelta-, no voy a dejar que le hagáis más daño a mi esposa, ya ha sufrido bastante… Ya sufrió bastante con la muerte de sus amigos… Y ella no va a volver a llorar si puedo evitarlo.

Se encontraba nerviosa. Después de que Draco la llevase de vuelta a rastras hast el salón, todas las miradas se habían posado en ellas. Podía ver el deje de culpabillidad y de resentimiento en las diferentes personas de la sala. No le importó. Buscó a su marido y allí lo vio, sereno como siempre, frío y calculador, pero con aquel brillo tan dulce que hizo que se enamorara de él. Sonrió y él, siempre atento a sus miradas se acercó, rodeándola con sus brazos desde atrás y besándole en el cuello, enfrentando las miradas de los cuatro adultos en la sala. Respiró hondo mientras abrazaba los brazos que se habían enroscado en su cintura. Sonrió mirando a los presentes.

-Bueno, estamos embarazados -anunciaron alegremente.

Silencio. Demasiado silencio en el salón. Los padres de Draco se miraban confundidos preguntándose cómo había ocurrido aquello. Los padres de Hermione intentaban ver a su hija como la adulta que era y no como la niña que ellos querían continuar teniendo. alguien carraspeó suavemente.

-Papá... -murmuró la joven mirando al que había sido el único hombre en su vida.

-Bueno, yo... Supongo que si un Malfoy y una Granger pudieron desafiar a todo el mundo y terminaron casándose... -sonrió tristemente-... No veo porqué el nacimiento de esta criatura no pueda ser entendido como el nacimiento de una nueva esperanza llena de luz. Enhorabuena, hija.

Hermione le sonrió. Draco revoloteó contra su oído.

-Lucía... ¿que te parece¿El nombre de nuestra hija?

Hermione giró la cabeza y asintió despacio antes de que los presentes rodearan a los dos padres con felicitaciones. De reojo, Hermione vio como Lucius Malfoy entregaba a su hijo el anillo familiar, sonrió. Era la primera vez que veía sonreír a su suegro. Y entonces supo que todo estaba bien. Los ojos grises de Draco la miraron, ella asintió. Mientras él estuviera a su lado, todo estaría bien. Todo estaba donde tenía que estar.

FIN

Bueno, a ver, punto por punto:

1. Ningún personaje es mío. Sólo los tomo prestados.

2. No me mateis aún, esto es solo un experimento a ver si conseguía subir un fic... prometo que el proximo estará mejor... de todas formas, cualquiera puede estar mejor que este

3. acepto consejos de los experimentados, siempre es bueno aprender

Nos vemos, un besito a todos!