Warnings: este capítulo contiene escenas que pueden resultar ofensivas o desagradables, aunque ninguna de ellas sea explícita, se comenta maltrato infantil. Si lees esto, hazlo bajo tu responsabilidad. Que conste que me he basado en una escena del animé, cuando Kuno descubre que su padre es el director, y ambos (Kuno y su padre) reconocen que le hacía "malas pasadas". Si Kuno, que nunca reconoce ser tratado mal, y no considera "maltrato" todas las palizas que recibe¿qué considerará malos tratos?
Warnings 2: Si a alguien le cae bien el director del instituto Furinkan, mejor que no lea el capítulo.
Agradecimientos: a todos aquellos que me habéis dejado rewiews, hacéis que merezca la pena seguir escribiendo, aunque no sé si defraudaré con el capítulo. Como siempre, críticas constructivas son bien recibidas, y puedo repetir el capítulo si hay una desaprobación general de su contenido. Por cierto, como sigue siendo una reflexión, el estilo de escritura sigue siendo aleatorio y ligeramente confuso, pero lo es a propósito (que conste).
Súplicas: Por favor, perdonad a la autora, pero ha estado ocupada con la universidad y con uno de esos bloqueos de escritora que duran meses. Y sigo en él. Acabo de acabar los exámenes, y además, estoy metida en programa de acción tutorial allí en la universidad. Además, colaboro como traductora en algunos fics, soy beta en la traducción de unos cuantos (beta persona que supervisa lo que se traduce, y corrige todo error gramatical que detecta, además de comentarios en el estilo, en la redacción, etc., como un editor, vaya). Sé que esto no es excusa, pero en fin… Lo siento. Pido perdón con este capítulo extra-largo (un 60 más de lo habitual)
SAZUKE
Yo soy Sazuke, fiel sirviente de la honorable familia Kuno, hijo de sirvientes de la misma familia Kuno, y nieto de sirvientes de la misma familia Kuno, y así hasta que la memoria de mis antepasados me es conocida.
Mi vida, y la de mi familia, no pueden entenderse sin esta familia. Casi MI familia, si no fuera por la más que aparente diferencia de clases, de cultura, de condición y de… todo.
Creo que yo no sobreviviría un par de días fuera de aquí. Una vez me ocurrió. Me fui unos días, pero el profundo sentimiento de desarraigo y mezcolanza fue más poderoso que yo, y volví aquí. A mi hogar, a pesar de todo.
Criados y sirvientes pasan, cocineros y jardineros, vienen y van, permanecen bajo el nombre de la familia Kuno unos meses, a veces incluso años, pero invariablemente, todos se van, sólo yo permanezco, incólume. Tal vez sea porque considero a la señorita Kodachi y al amo Kuno mi familia.
Aunque no a su padre. No después de lo que hizo. No después de eso.
Aunque nunca podré olvidar a la madre de los actuales señoritos Kuno. Una mujer dulce. Una segunda madre para un inútil sirviente como yo. Una mujer digna de ser recordada, elegante, decidida, un poco rara, en ocasiones, pero merecía la pena conocerla.
Recuerdo la cara que se me quedó cuando, con apenas 7 años, nació el señorito Kuno. parecía tan pequeño e indefenso. Recuerdo que le pregunté a mi madre si podía jugar con él, a lo que ella me reprendió en contra en seguida, argumentando que yo era solamente un criado, el hijo de un criado, y que debería de estar agradecido de estar allí, de que los señores me permitieran quedarme, a mí y a ellos. Repetía sin parar que un sirviente no debe nunca involucrarse en la vida de los amos, nunca debe criticarles, nunca debe replicar, nunca debe cuestionarles. Y desde luego, un criado, nunca, nunca, nunca, debe mezclarse con ellos en una relación que sobrepase más allá de lo estrictamente profesional, con el fin de mantener una elevada diligencia y un clima de respeto y profesionalidad. Un criado nunca debe pensar mal de sus amos, un criado nunca debe aspirar a ser como ellos. Un buen sirviente nunca piensa, sólo obedece prestamente, adelantándose a las órdenes.
Y por eso el hijo de unos criados, y futuro criado, nunca, nunca, nunca, debe jugar con el hijo de los amos. Porque es inapropiado, porque puede inducirle a pensar que es de la misma categoría que ellos, y debe siempre recordar su posición.
Todavía recuerdo esas largas charlas. ¿Cómo olvidarlas? Siempre decía las mismas exactas frases en el mismo exacto orden, con las mismas exactas pausas dramáticas, y con los mismos gestos de énfasis. Probablemente, tal y como se los recitaron a ella incansablemente cuando tenía mi edad. Al igual que se los recitarían a la persona que se encargo de enseñárselos a ella, y al igual que al resto de criados-mayordomos de las casas más ricas.
Etiqueta, etiqueta, etiqueta. Toda mi infancia repiquetearon sin cesar sobre mi cabeza las palabras "discreción", "obediencia absoluta y absoluta devoción", "diligencia", "presteza",… Palabras que años más tarde me traumatizarían, ya que contrastaban seriamente con mi profunda creencia en la necesidad que tiene todo el mundo de tener un amigo, alguien en el que confiar plenamente. Alguien que siempre esté allí.
Pero todos los conflictos vinieron más tarde. En aquél momento, yo era un niño de 7 años mirando a un bebé de un mes, de pelo negro y mirada inteligente, pequeño, débil y, a mis ojos, una especie de hermano pequeño.
Mi madre me alejó del niño estirándome del brazo por mi descaro (haber propuesto que si podría jugar con él) cuando la madre del señorito Kuno me miró cálidamente y dijo lo que sonó a música celestial a mis oídos.
– No pasa nada, estaré encantada de que juegues con Kuno, siempre que tengas cuidado de no hacerle daño¿eh? Es muy pequeño y le podrías lastimar sin querer, pero cuando sea mayor, ya podrás jugar con él a lo que quieras.
La mandíbula de mi madre, quien, viera lo que viera, mantenía una compostura perfecta, se descolgó.
– Pero, señora… Es el hijo de un criado,…
– ¿Cuestionas mis decisiones? – preguntó entonces la mujer, en un tono de advertencia.
Mi madre se quedó paralizada, probablemente abrumada.
– N-No, por supuesto que no. – Tartamudeó, por primera vez en su vida, probablemente.
– De acuerdo. – Su rostro se relajó, y me volvió a mirar – Sazuke, por supuesto que puedes jugar con él.
Y yo le sonreí a la antigua señora.
– Gracias, señora, es un honor.
Y le hice una pequeña reverencia, tal y como mi madre me había enseñado. Después mi madre salió de allí y me riñó durante horas por mi indiscreción y por haber puesto a la amable señora en tan delicada tesitura, que si no nos había echado por nuestra insolencia era por su extremada generosidad, y demás quejas que no logro recordar, porque estaba demasiado contento pensando que tendría un amigo, habría que esperar un poco a que creciera, pero tendría a alguien.
La vida para el hijo de un criado es… complicada. Desde que mi madre supo que yo me relacionaría con el hijo del señor, tuvo que poner más esmero en mi educación. Me envió a la escuela, donde nunca fui demasiado popular. El resto de mis compañeros de clase se solían mofar de mí argumentando que era un criado, y que tenía que ser su esclavo si quería jugar. Pero yo sabía que no era un criado cualquiera. Era un criado con derecho a jugar con el hijo del amo. Y nadie en aquella escuela podía permitirse el lujo de conocer a gente tan rica como yo conocía a aquella corta edad, amigos de los amos anteriores.
Kuno tenía dos años cuando nació Kodachi. Yo iba a cumplir en un par de meses diez años, y la madre del señorito Kuno me invitó a ver a la niña. Mientras en Kuno vi a un posible amigo, a un posible compañero, en Kodachi vi… un ángel.
Era un ángel, con la piel más blanca y perfecta que hubiera visto nunca, tan suave que ni las ropas de seda que ayudaba a planchar para la señora Kuno se podían comparar. Tenía una expresión graciosa en el rostro, los ojos perfectamente grises, con un deje cristalino, y parecía un pequeño ángel. Recuerdo que sonreí a la niña, con una cara que hoy me avergonzaría de poner. Debí de poner cara de imbécil, pero no me importó, porque la niña se veía tan dulce.
– ¿Qué opinas de ella, Sazuke? – me preguntó la señora.
Mi madre, detrás de mí, dio un respingo, esperando que dijera una barbaridad, como la otra vez dije. Pero yo la ignoré, miré a la señora Kuno a los ojos y confesé la verdad de lo que sentía, mientras expresaba una duda.
– ¿Es un ángel, señora Kuno¿Kodachi es un ángel? – Me di cuenta de lo que acababa de decir, y bajé la cabeza, humillado y avergonzado.
La señora Kuno me miró muy raro, mientras mi madre debía de estar planeando como decapitarme y enterrarme sin dejar rastro cuando volviéramos a la habitación, mientras trataba de disimular su embarazo y mantenerse estoica. La señora Kuno empezó a reír alegremente ante mi inusitada pregunta. Después me acarició la cabeza, mesándome el pelo.
– Sazuke, eres un niño muy divertido¿Lo sabías? Seguro que Kodachi te adorará cuando crezca.
Yo sonreí, sonrojándome, y mi madre dejó escapar un suspiro de alivio. Tuve que soportar otra perorata sobre lo de hacer preguntas estúpidas a los amos y para qué narices me enviaban a la escuela si cada día volvía más tonto.
Poco después, cumplí diez años, mis padres consideraron que debía empezar con mis labores en serio, no sólo ayudar cuando me pareciera. Sino en serio: por las mañanas colegio, hacer los deberes y después trabajar de criado por lo que me quedara de tarde. La mayor parte de las veces tenía que fregar el suelo, de rodillas, o pulirlo, lo cual era muy pesado y la mayor parte de los criados no querían hacerlo porque les acababa doliendo la espalda por la forzada postura.
Sin embargo, algunas veces, la niñera tenía las tardes libres (convenio de trabajadores) y me dejaban al cargo de Kuno. De Kodachi no porque era un bebé de muy pocos meses y un niño de diez años recién cumplidos no es el más adecuado para afrontar semejante responsabilidad.
Kuno era un diablillo que se pasaba todo el día jugando a ser un youkai de los que veía en los dibujos, o ser un héroe galáctico, o un samurai. Cuando le di un palo y se puso a agitarlo en el aire torpemente, creo que no me reí tanto en mi vida entera. ¡Estaba taaaaaan mono!
Las cosas transcurrieron tranquilas, hasta que cumplí 15 años. Hasta entonces, mi máxima preocupación era que Kuno, que tenía 7, no volviera a casa después de jugar con Nabiki-chan, después del anochecer. Eran una pareja inseparable desde que empezaron maternales juntos. Creo que el señorito Kuno echa mucho más de menos a Nabiki de lo que ya admite que la echa de menos, pero eran total y absolutamente inseparables.
Kodachi, por el contrario, tenía cinco años, y todavía no había encontrado a nadie como Nabiki para ella, así que, aunque tenía compañeras en el colegio, a la salida de éste no jugaba con ninguna, sino que corría a casa arrastrándome tras de ella.
Yo era el encargado de Kodachi, desde que Kuno apenas si paraba por casa. Aunque oficialmente me encargaba de ambos, por supuesto. Pero el padre de Kuno hubiera puesto el grito en el cielo si supiera que la amiga de su hijo era una niña que iba a ser entrenada para heredar el dojo de sus padres. Hubiera montado semejante escándalo. Una niña criada como un luchador, y una artemarcialista, además, su hijo necesitaba amigos fuertes, no amigAs. Así que lo oculté. Kuno, al igual que el resto, tenía derecho a un amigo. Alguien en quien confiar se hacer dolorosamente necesario a medida que creces, lo digo por experiencia, ya que nunca tuve amigos.
Kodachi me arrastraba a casa, y la obligaba a hacer sus deberes mientras estudiaba para los míos. Le enseñaba pequeñas cosas de escribir y le leía cuentos. A veces, cuando se acercaban los exámenes, y tenía que estudiar más, y no tenía tiempo, le leía mis propios libros: biología, química, historia, matemáticas, inglés. Y Kodachi se sentaba en aquel puff de la sala de juegos, y bien tumbada, bien inclinada hacia delante con sus codos en las rodillas y las manos sosteniéndose el rostro, escuchaba embelesada lo que yo hubiera de decir.
Por supuesto que prefería los cuentos de princesas y tal, pero la gustaba la historia del arte y la biología. Y la filosofía. La química apenas si la entendía, pero aprendía con rapidez las reacciones. Sabía que no debía mezclar ciertas clases de jabones en el baño porque reaccionaban dando cloro, y el cloro era venenoso. ¿Extraño para una niña de cinco años, verdad? Pero a mí no me lo parecía, Kodachi seguía pareciendo un angelito, pequeño e indefenso. Y ella no recuerda, pero su actual obsesión por la química y la filosofía creo que le viene de entonces.
Un día estaban sus padres, Kuno y ella viendo la televisión. Mi madre y yo estábamos parados en un rincón, observándoles, a la espera de que pidieran cualquier cosa: agua, un café, algo para picar, subir o bajar la temperatura de la sala… En la televisión estaban poniendo unos de esos concursos de conocimientos. El tema era biología.
Preguntaron algo sobre cuáles de los siguientes artículos venenosos es mortal para los humanos, aún en poca cantidad (tantos años y aún recuerdo la pregunta, lo que es la memoria). Y Kodachi tuvo que abrir la boca, seleccionando el cloro (es que acababa de tener ese examen, y Kodachi lo tenía reciente, se lo sabía de tanto oírmelo repetir como un mantra).
Cuando el presentador gritó aquello de "lo siento, has fallado, pero era el cloro", la familia entera se giró a ver a Kodachi, quien mantenía una expresión neutra, como si aquello fuera lo más natural del mundo, saber cosas de ese estilo. Mi madre directamente me quiso asesinar con la mirada, con esa cara patentada que tienen las madres de "te has metido en un buen lío, jovencito, espera a que nos quedemos solos y…"
– Hija mía¿dónde has aprendido eso?
Kodachi miró a su padre con una expresión inocente.
– Por ahí.
Mi madre me miró más furibundamente, yo tenía una expresión completamente culpable en el rostro, pero…
– ¿Quién lo dijo?
Y Kodachi, incapaz de entender las consecuencias de sus actos, me señaló con un dedo.
Y yo tragué saliva. Hablar de venenos mortales para el ser humano con una niña de cinco años no es la mejor idea si eres un criado y su niñero y deseas conservar tu puesto (y tu integridad física).
– Dijo que no mezclara los jabones del baño porque daban cloro y eran malos para mi salud, que podían ser venenosos. – explicó Kodachi utilizando casi las mismas palabras que yo.
Y tragué saliva. Mi madre apretó su mano en torno a mi brazo, tratando de hacerme entender que debía de aprender a comportarme. Pero la señora Kuno vino en rescate, como siempre que hacía una pirulada de ese estilo.
– ¿Es eso cierto?
– Sí.- murmuré casi inaudiblemente.
– Me alegro, ahora que lo mencionas, es un peligro que esos jabones estén juntos, para Kodachi y para cualquiera de nosotros.
Entonces dejé escapar el aire de mis pulmones, que había estado reteniendo inconscientemente. Esa vez mi madre no me riñó, sino que dejó escapar un largo suspiro y me advirtió, en un tono siseante que me heló la sangre:
– La próxima vez que estudies con la niña delante, prueba a estudiar algo más inocuo, como historia, o literatura. Pero nada sobre venenos.
– Sí, madre.
– Vamos a cenar hijo.
La infancia del par de señoritos está llena de recuerdos como ese. Para Kodachi era lo mejor parecido a un amigo, al igual que el cocodrilo de 5 metros del estanque era lo más parecido a una mascota.
Siempre he estado con ellos, no sé lo que pasaría si me quedara sin trabajo. Sería como perderme a mí mismo, supongo. Mi vida se ha centrado en la vida de los Kuno, y es muy difícil tener vida propia independiente cuando todo lo que eres depende de ellos en mayor o menor medida.
Mis padres, por aquél tiempo, se jubilaron, ya que mi padre enfermó, y le inhabilitaron para cualquier trabajo que no fuera darse un paseo por el jardín. Los señores Kuno fueron muy considerados, y me permitieron quedarme con ellos, asistir al instituto y vivir en la casa. Sólo tenía que encargarme de ser el cuidador de Kodachi y Kuno permanente, ahora que habían decidido despedir a la niñera, ya que ambos niños parecían más aferrados a mí que a ella y mis servicios ya los iban a pagar de todas maneras.
Para mí fue un golpe muy duro. Aparte de cuidarles, eso implicaba su ropa, limpiar y ordenar sus habitaciones, ayudarles a estudiar, todo. Además de ir al instituto y eso. Fueron tres años horribles. Me sentía solo, desamparado, el señor Kuno (el padre del señorito Kuno) me miraba torvo, desde más o menos lo del cloro, yo creo. Y desde luego, no confiaba en mí. Pero desde que los niños estaban sanos, bien atendidos, sacaban buenas notas, Kuno seguía jugando con su más que inseparable Nabiki, Kodachi era una niña atenta y educada, con una conversación anormalmente culta para su edad (supongo que oír mis lecciones durante todos mis años de instituto tuvo consecuencias negativas) y sus habitaciones arregladas, no pudo objetar nada. Además, yo no salía con mujeres, no tenía malas influencias, estudiaba y mis notas eran excelentes, salvo en ciencias puras, donde con un notable raspado (un 7 pelado, tras horas interminables de esfuerzo) me bastaban. Es que me impedirían seguir estudiando a la mínima, si tenemos en cuenta que eso era un privilegio especial, así que tenía que mantener una media de 8 mínimo. Lo cual era muy costoso, así que no dormía. Sólo trabajaba y estudiaba. Estaba permanentemente cansado, agotado, sólo quería librarme de algunas obligaciones. Por supuesto, no quería que me alejaran de Kodachi y de Kuno, o del instituto, pero tan sólo si no tuviera que encargarme de sus ropas, de sus cuartos, del resto de cosas, mi vida hubiera sido más sencilla.
A veces Kodachi me preocupaba. No tenía amigos, y los compañeros de clase no solían tener demasiada confianza en ella. A mí me parecía la niña más dulce del mundo, mucho como su madre. Era muy cariñosa, pero eso no quitaba que no tuviera pataletas cada vez que no podía jugar con ella por mis estudios. Así que Nabiki se convirtió en su compañera de juegos en esos días. Kuno me hizo un gran favor sin saberlo. Él quería que Nabiki conociera a su familia, ya que Nabiki tenía dos hermanas más, y a menudo jugaba con ellas en el dojo Tendo.
Durante el instituto falleció la madre de los actuales señoritos. Sentí la pérdida, ella había cuidado en cierta manera de mí desde que mis padres se fueron. Y ahora estaba muerta. Y todo cambió.
Yo sólo tenía 16 años.
16 años y un cuerpo debilucho. Todavía no era ninja. Era sólo un joven asustadizo y extremadamente tímido, que sentía la ausencia de sus padres y de alguien tan protector conmigo como la señora era.
Kodachi tenía pesadillas. Kuno tenía pesadillas. Yo mismo tenía pesadillas. Atropellada por un conductor borracho… Pobre mujer. Kodachi gritaba de forma horrible.
Una mañana el señor me dijo que si la niña no callaba la callaría él. Y no me gustó el tono. Así que decidí que, a partir de esa noche, ya me encargaría de que Kodachi no despertara al señor. Desde que su mujer se había ido, su comportamiento era más agresivo, más… peligroso. No me gustaba. Sé que un criado no debe albergar semejantes pensamientos, pero hace mucho tiempo que dejé de considerarme como su sirviente. Simplemente, alguien que vivió en esta casa.
Cada noche, cuando Kodachi empezaba a gritar, iba a su cuarto, y la acunaba y la mecía hasta que se dormía. Poco después, empezaron.
La palizas, los golpes, las… torturas. El maltrato.
Kuno.
Y no podía hacer nada contra el desgraciado de su padre porque no hubiera aguantado más que el propio Kuno. Era desesperante, pero si me ponía por medio, el señor me echaría, y seguramente cargaría contra Kodachi también.
Por favor, Kodachi sólo tenía 6 años entonces. No podía. No podía, era demasiado débil. El resto de criados desaparecieron, empezaron a cambiar cada poco tiempo.
Yo mantenía alejada a Kodachi, a pesar de sus protestas, de su padre. No podía dejar que la viera. No podía. Me sentía inútil y avergonzado de mí mismo. Kodachi gritaba y pataleaba que quería ver a su padre, como cualquier niña, pero yo no se lo permitía. Por las noches, me acurrucaba con ella en mi regazo, llorando y pidiendo perdón, mientras los gritos de Kuno se perdían en las paredes de esta casa.
Dolía. Dolía. Y era tan inútil.
Saber lo que pasaba y era tan inútil.
Una vez intenté denunciarlo, pero se rieron de mí, indicando que no era posible que alguien tan respetable y tan calmado (en esos días) le hiciera eso a su hijo, que era un hombre que se preocupaba, y que últimamente estaba un poco sombrío por la muerte de su esposa.
Y no pude hacer nada.
Curaba a Kuno, sin que éste lo notara. O si lo notaba, lo disimulaba. Aunque, a medida que los años pasaron, y la situación se hacía insostenible, aprendió a vendarse, curarse y limpiarse las heridas que podía solo. O no las curaba, sencillamente.
La culpa es mía. Debí haberle protegido de su propio padre.
Del propio padre del que yo estaba aterrorizado. Total y absolutamente. Más de una vez me levantó la mano, también patadas, pero nunca me maltrató tanto como a su hijo.
Pronto empezó a torturarle de forma más evidente. Rapándole el pelo, por ejemplo.
Afortunadamente, Kuno pasaba la mayor parte del tiempo con Nabiki, y allí estaba a salvo.
Acabé el instituto. Pensé en estudiar en casa la universidad a distancia, pero eso me distraería de cuidar a Kuno y a Kodachi.
Así que mi trabajo a tiempo completo se convirtió en ellos, en ellos y en mantener las bocas de los criados bien cerradas delante de Kodachi. No hacía falta traumatizarla más. Bastaba con un solo hijo maltratado.
Kuno…
No me merezco a alguien tan comprensivo como el señorito Kuno, que me ha perdonado por mi estúpida debilidad.
Cuando Kuno tuvo doce años, y Kodachi diez, hizo algo inesperado: inscribió a Kodachi en un dojo para que aprendiera gimnasia de competición, y a mí para ninja, también en el mismo dojo. Así se aseguraba que siempre estaría con su hermana.
Me preocupaba Kodachi. Hablaba con la gente, pero no tenía amigos fuera de clase, sólo… compañeros de pupitre. Y eso no es sano. Sólo hablar con un criado casi diez años mayor, cuando apenas eres una niña, no es sano.
Pronto eso se convirtió en la obsesión de la niña. Vestía con maillot siempre, debajo de sus ropas y todo eso.
Poco después, Nabiki dejó de aparecer en la casa. Kuno se volvió más retraído, aparentemente asustado de sí mismo y de todo. Obsesivo, su calma quebradiza e inestable. Todo por culpa de lo que sufría.
Nabiki había perdido a su madre. Creo que fue la tarde además, al día siguiente, de que el padre de Kuno recibiera una llamada suya, de la madre de Nabiki, y de la última vez que Nabiki vino a casa.
Pobre niña. Tan dulce. Dejó las artes marciales. Pero las comenzó Kuno, con el kendo, que practicaba también de forma obsesiva todo el tiempo, hallando su equilibrio, o tratando de hallarlo, mediante la concentración y el entrenamiento físico y mental. Ganando fuerza, ganando resistencia, ganando tenacidad.
Un día me anunció que pusiera un ojo más vigilante sobre Kodachi. Y entonces empezó todo. Kuno había cumplido catorce años, Kodachi, doce, yo 21, pero hice los 22 durante todo aquél remolino.
Kuno denunció a su padre. Y le admitieron la denuncia. Entonces comenzó: entrevistas, psiquiatras, abogados. Como el padre de Kuno huyó rápidamente del país, Kodachi quedó a mi cargo. La llevaba de psiquiatra en psiquiatra, a ella y a su hermano.
También me entrevistaron a mí. Tuve que contar lo que ocurría, lo que había oído, lo que había ayudado a curar, las cicatrices, las marcas, los gritos. Que también había sido golpeado, para hacerme callar. Y esos gritos…
Esos horribles gritos que plagan mis pesadillas.
El sentimiento de culpa por no poder hacer nada.
Todo. La evolución de Kodachi, sus obsesiones, las de Kuno, la soledad de ambos y la mía propia, todo.
También hablé de mi vida y mis problemas, mis contradicciones. Mis debilidades. Era duro, Kodachi salía de cada sesión con expresión nublada en su rostro, mientras en su cerebro de niña de doce años todo empezaba a tener sentido, pero se negaba a formularlo. Se negaba a sí misma la verdad.
Yo también me la hubiera negado.
Kuno parecía tan frío. Tan frío y tan seguro. Durante seis meses. Seis eternos e interminables meses, de luchas con policías, abogados, jueces, psiquiatras.
Solicitó la independencia y la tutela de su hermana. Kodachi fue declarada con "trastorno obsesivo-compulsivo con alteración de la propia imagen". Como si fuera culpa suya, después de oír durante años los gritos de dolor y de horror de su hermano. Kuno salió victorioso, consiguiendo todo lo que pretendía conseguir.
Se fueron unos meses de casa, Kodachi y él. A una clínica extranjera.
Cuando volvieron, a Kuno sólo le quedaba una marca en el brazo derecho, "como recuerdo". Como advertencia, diría yo.
Sé que el señorito lo pasó mal, sufrió y lloró, tanto por el dolor de las operaciones como por todo, Kodachi me lo contó en uno de sus "arrebatos".
Kodachi empezó a aprender tareas domésticas, yo a enseñárselas, contento de que tuviera algo más en mente que la lucha gimnástica. También es una excelente estudiante, adora la filosofía, a veces converso con ella sobre eso. Que no haya ido a la universidad no significa que haya dejado de leer.
Leo para calmar la ansiedad, para no pensar, para no recordar.
Kodachi es tan dulce la mayoría del tiempo. Pero de pronto tiene esos arrebatos, en donde lo manda todo a pique, no es consciente de las consecuencias, es muy agresiva y potencialmente peligrosa. Antes lo pagaba conmigo, ahora comparto la carga con Ranma Saotome, un artemarcialista extremadamente fuerte que sucede que es el nuevo (y primer y único hasta el momento) 'objetivo romántico' de la señorita Kodachi. Casi siempre el señorito Kuno acude en su ayuda. Debería prohibir a Kodachi saber tanto sobre química. Dados sus 'arrebatos', es peligroso. Pero no lo haré. Ella es consciente del daño que causa. Soporta largas y tediosas charlas con su hermano sobre eso.
Kuno ha sabido hacer, siendo tan joven, lo que yo no supe: proteger, cuidar y educar a su hermana.
Pero soy tan inútil.
Recuerdo que hace poco me escapé de casa, en un momento en que creí que explotaría y decidí huir por un tiempo de la tensión. Aparecí en casa de Saotome, y me trataron con cariño y respeto. Kuno y Kodachi me tratan con cariño, a su manera, pero Kuno es frío con casi todo el mundo, y Kodachi parece que me tema, me evita, así que ser aceptado y cuidado, y que alguien se preocupe por mí y me pregunte qué deseo, me hizo sentir bien. Pero tuve que volver, a mi hogar, aunque sea un hogar donde el dolor y las memorias me persigan.
Recuerdo la cara de la señorita Kodachi al verme de nuevo. Me abrazó y lloró, pidiéndome que no la dejara, que no me fuera, que no la abandonara. ¿Cómo se le ocurre pensar que me largaría para siempre¡Jamás! Sólo era un descanso, un respiro, no un abandono, no podría.
Ella todavía es mi ángel. Y necesita que la cuiden, y Kuno también, aunque menos, es demasiado fuerte.
Soy un ser despreciable, tan débil, tan patético. Debería saber más como ayudar, y no huir como un cobarde.
A veces, tras uno de sus ataques de pérdida de control, Kodachi me evita por días. Pienso en qué puedo haber hecho para causar la reacción en cadena. Generalmente hay un detonante. Es culpa mía que le pase. Creo que me odia, de alguna manera, aunque me necesita para cubrir sus necesidades. Al fin y al cabo, soy la única persona con la que habla fuera de las compañeras de gimnasia, quienes, por cierto, no la conocen. Apuesto a que ninguna de ellas sabe que su filósofo favorito es Platón y que puede hablar horas enteras sobre su famosa caverna, preguntando cómo será el modelo ideal del 'dolor'. Si el dolor se parecerá a lo que sentimos, o si su hermano ha sufrido tanto que ya ha conocido el verdadero dolor, no sólo una sombra proyectada en una pared.
Ella no se merece esto. Kuno no se merece esto.
Se merecen una familia que les cuide y les proteja. Alguien que no le importe darlo todo por ellos. Alguien en el que puedan confiar, un hombro sobre el que llorar, no un debilucho e inútil criado que no ha sabido hacer nada bien en su vida, ni tan sólo su trabajo.
Desearía ser más fuerte para ellos. Pero no lo soy.
A veces deseo huir y empezar de cero, formar una familia lejos y olvidar el pasado.
Pero ellos son mi familia. Kuno es como mi hermano. Y Kodachi… Kodachi sigue siendo mi ángel. Alguien que no está preparado para enfrentarse al futuro sola.
Yo tampoco lo estoy.
Quiero mejorar, en serio lo deseo, pero no soy fuerte, sólo soy un inútil que ha incumplido todas las reglas básicas en las que debería de haber basado su vida, involucrándose demasiado. Sintiendo demasiado por una familia que no es la propia, porque ellos nunca podrán verme como alguien de su clase, nunca. Es duro de aceptar, pero cierto. Soy un criado, un sirviente, y nada más. No debo hacerme ilusiones, pero las hago. Debería de ser más callado, más profesional, más frío. Pero no puedo, soy un pésimo sirviente, un pésimo ninja y sería un pésimo amigo si alguien se rebajara a ser mi amigo.
Una vez casi tuve una amiga, una cocinera. Pero estuvo poco tiempo. Era relajante, yo era muy joven, casi recién salido de la adolescencia. Ella me hablaba mientras cocinábamos o hacíamos otras faenas. Me contaba de su vida anterior, de recetas de cocina, de su familia, que vivía lejos, de que el jardinero había plantados sus flores favoritas en el jardín, y si me gustaría verlas. Cosas, detalles, esos pequeños momentos que se atesoran, cuando se está relajado y no hay preocupaciones, ni gritos, ni angustia, ni culpa, ni remordimiento, solamente ella, yo, un té y hablando de cosas insustanciales. Desgraciadamente, duró muy poco, por motivos obvios. Estaba enamorada del jardinero y se quedó embarazada, y ambos se fueron de la casa. Típico¿no? Creo que Kuno no les echó, pero debió de dejar claro que nada de "malas influencias en su hermana" en ese tono adulto que esgrime cuando nadie le ve.
Porque, por favor, nadie se creerá que Kuno es el hentai que aparenta ser persiguiendo a dos chicas que ni tan sólo son su tipo. ¿No? Y además¿cómo es que alguien con su fuerza física se deja machacar tan fácilmente?
Yo lo sé. Por amor.
Kuno está enamorado de Nabiki. Lentamente, el sentimiento se ha ido construyendo. Sé que la 'rescata' de sus problemas económicos. Lo sé porque yo saco el dinero del banco. Y porque su voz pierde esa seriedad y frialdad cuando habla de ella, aunque sea un poco.
Y porque cuando la mira y cree que nadie le ve, sonríe estúpidamente, mientras sus ojos se deslizan por el cuerpo de la joven.
No que yo le acuse, por supuesto. Nabiki es hermosa, por supuesto, cualquiera puede ver eso.
No me miréis así. No tengo ninguna oportunidad con las mujeres, lo sé, pero eso no quita que no aprecie la belleza.
Ranma-chan es sexy, Akane también lo es. Algunas de las prometidas de Ranma con las que éste se pelea también lo son. El problema es que están todas más inestables, mentalmente hablando, que Kodachi, si es posible. Porque Kodachi sólo lo está en uno de sus arrebatos. Una vez al mes, o menos, si hay suerte. Pero ellas son así TODO el tiempo. Admiro a Ranma. Yo no lo soportaría.
Pero por supuesto, no tengo ninguna oportunidad con las mujeres. Ya lo he dicho. Soy bajo, feo, bastante tonto, no tengo ninguna habilidad especial y mis únicas virtudes son la cobardía y mi especialidad: las meteduras de pata.
Me gustaría tener algún amigo al que contarle mis problemas, alguien que pudiera a comprender lo que es vivir con la locura y convivir con el dolor.
Amor.
Algo que yo no merezco. No después de todo lo que he hecho en la vida.
También he pensado en hablar con Kodachi, pero… no cero que ella desee que le cuente mis problemas, probablemente la incomodaría. Si ella fuera feliz, y Kuno también, la mayor parte de mis 'asuntos' se solucionarían.
Pero no tengo derecho a ser egoísta. Ellos me necesitan, y eso es lo que soy, un egoísta. Porque debería de haberles protegido, y mira dónde estoy, y dónde están ellos.
Hace seis meses murieron mis padres. Creo que fue como una reacción en cadena. Empecé a agobiarme por casi nada, mi mente no pensaba bien, me hundí en mi propia miseria y auto-culpabilidad.
Esa noche no pude hacer nada más que lo que hice. Era culpa mía, todo es culpa mía. Por ser débil, por no estar donde se me necesita, por no hacer nunca nada bien.
Lloré. Lloré durante horas, mientras Kodachi me consolaba, me tranquilizaba, me acunaba, empleando los mismos métodos que yo diez años antes empecé a usar con ella cuando murió su madre. Kodachi me acunó hasta que me dormí. Me consoló, secó mis lágrimas.
Tengo 26 años, y una joven de 16 tuvo que consolarme. Pero no podía aguantar más. O explotaba, o moría.
Aunque a veces deseo que fuera lo segundo.
Pero no debo pensar así. Seguiré viviendo mientras alguien me necesite.
Porque en la vida, uno nunca obtiene lo que desea. De lo contrario, nada sería como es.
Nada.
Pero las cosas evolucionan de una manera especial, nunca para mejor o para peor, en balance, sólo… cambian. Muchas personas mejoran. Muchas personas sufren.
Millones de personas sufren cada día. Y no se puede hacer nada, más que luchar para que todo vaya a mejor, si es que hay alguna posibilidad de que algo vaya a mejor, alguna vez, algún día.
Siempre temo que la vida no sea suficiente para hacer olvidar a la señorita Kodachi y al señorito Kuno lo que han vivido.
Espero que así sea.
Hace poco volvió su padre.
No pude evitarlo, tuve que avisar al señorito de quién era el nuevo director. Nunca he visto tanta rabia tan bien contenida.
Le ha denunciado. Ha vuelto con todo el proceso de encarcelarle, justo ahora, que su hermana está peor de su 'problema' por el estrés que la persecución de Ranma la somete, tiene que vigilarla casi todo el tiempo. Además, tiene la cuestión de sus propios estudios, de sus entrenamientos de kendo, de sus ocasionales ayudas a Nabiki, de crecer, de vivir.
Y ahora, tiene que volver a la rueda de policía, jueces, médicos, psiquiatras, y eso, a nada de la graduación.
No creo que pueda sólo. Pero estaré allí para ayudarle, para servirle, para ser su sombra, para hacer lo que él no pueda hacer. Sé ser invisible. Sé pasar desapercibido. Muchos días acudo al instituto del señorito Kuno, por si necesita algo, pero sólo unas pocas veces he sido detectado, así que creo que me escondo bien.
Como si alguien se molestara en mirar hacia donde estoy yo.
Nadie se molesta en tomarme en cuenta, en saber si estoy.
Pero estoy siendo injusto, aunque sólo sea un poco, creo que la señorita Kodachi y el señorito Kuno me echarían de menos, más Kodachi, Kuno es más independiente. Pero pronto se olvidarían de mí, en cuanto encontraran a un mayordomo más competente que yo. Alguien que sepa lo que hace, alguien digno, alguien que valga, alguien que no sea un cobarde y un débil patético.
Pero mientras me necesiten o me acepten, estaré aquí.
Porque da igual la angustia y las pesadillas que todavía tenga por las noches al recordar lo que sucedió.
Porque da igual lo que yo sienta.
Porque lo que importan es que este par de jóvenes vivan, y sean felices.
Porque no importo yo, sólo ellos.
Sí, porque eso es lo que importa.
Gracias por no haberme abandonado. Por eso, os pido perdón con un capítulo más largo de lo normal. Siento que el personaje es un poco original, y por eso me he tomado más que libertades en crearle un pasado, porque a este personaje sólo se le conocen dos aspectos: uno, es el más que fiel sirviente de la familia Kuno (aunque no del padre, como se ve en un capítulo, el que siempre menciono), y haría lo que fuera por ellos, y dos: es un ninja. A partir de ahí, campo libre para la imaginación.
Ahora que habéis leído el capítulo, quisiera hacer una declaración de por qué he diseñado el personaje así. En el capítulo de dónde saqué la inspiración, se observa a Sasuke indicando a Kuno que el director es su padre, y eso me llevó a pensar. Si los ninjas deben su honor al cabeza de familia, debería haber acudido inmediatamente al director y ofrecerle sus servicios, sobre todo, dado lo extremadamente fiel que es el personaje. Sin embargo, se dedicó a decirle a Tatewaki quien era, y ni habló con él. Eso, en mi transducción a mi lenguaje, implica que el mayordomo no ve al director como miembro de esa familia, lo que sí hace, en cambio, con sus dos hijos. Bueno, punto explicado, espero.
Otro punto a explicar: este fic está basado en el animé. No he leído el manga, y la serie la he visto en catalán, a pesar de no vivir en Cataluña. Eso implica que puede que algunas expresiones que utilicen mis personajes serán diferentes de las versiones es español, o en inglés, o en japonés, pero son las traducciones al español de las expresiones catalanas empleadas. Lo digo por su comento algún aspecto de eso en futuro capítulos, que quede claro.
Si alguien quiere oír la música que inspiró este capítulo, que escuche:
"The Unforgiven" y "Nothing else matters", de Metallica
"Nanana", de The Kelly family
"A cor ouvert", de Pierrick Lilliu
"Iris", de Go Go Girls.
"Real to me", de Brian McFadden
"Boulevard of broken dreams", de Greenday.
Una selección de Him, otra de Haendel (sí, yo escucho música clásica alternada con gótica y rock¿pasa algo?)
Aunque me avergüenza pedir que dejéis un comentario, dado el enorme lapso de tiempo transcurrido hasta esta actualización, rogaría lo hicierais, sugerencias ayudan a esta pobre autora a salir de su atasco indefinido en esta historia. También se admiten críticas encarnizadas.
Y, antes de despedirme, agradecer infinitamente a mis lectores su fidelidad, y a Mou Tzu Saotome su insistencia en todos sus replys para que continuara con la historia.
Gracias otra vez.
Davinci