Prólogo
Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería
Época Actual
Los rayos del sol entraban tímidamente a través de las ventanas, como si no se atrevieran a posarse sobre tantas cosas rotas.
Habían pasado veinte minutos desde que Harry había salido del despacho, con el peso del mundo cargado sobre sus hombros, y el profesor Albus Dumbledore todavía estaba sentado en su silla, sin poder moverse.
Estaba tremendamente cansado. Pero estaba todavía más triste. No se había sentido así de abatido desde aquella horrible noche, hacían prácticamente dieciséis años. Desde entonces, no había vuelto a sentir esa terrible derrota. La misma sensación de haber fallado de la manera más estruendosa. El mismo espantoso sentimiento de ahogo y angustia que casi lo aplastó la noche en que Harry Potter llegó al mundo y supo que dependía de él que ese niño llegara a tener las oportunidades que sus padres habían soñado para él. Que estaba en sus manos la responsabilidad de que Voldemort ni siquiera supiera que todavía vivía.
La parte racional de su cerebro le decía que había hecho mal en no contarle toda la verdad al chico. Que debería haberle dicho esa parte de la historia que sólo Severus Snape y él conocían. Debería haberle explicado que en realidad nunca hubo duda alguna acerca de quién era el niño del cual hablaba la profecía. Tendría que haberle hablado sobre por qué siempre supo que era él y no Neville Longgbottom quien vencería a Voldemort.
Pero la otra parte de su cerebro, la que hizo que su alma se hinchara de orgullo cada vez que ese niño había demostrado cuán digno hijo de sus padres era, le dijo que era mejor no hacerlo. Que esa información, más que ayudarlo, lo sumiría aún más en ese lago de desesperación y dolor en el que parecía que los eventos de esa noche en el Ministerio lo habían sumergido.
¿Qué sentido tenía contarle toda esa historia? ¿Cómo podía explicarle siquiera las razones por las cuales no se la contó antes? ¿Acaso era suficiente con decirle que se había callado porque de todas maneras, era algo irremediable? Ni siquiera ahora, después de todos esos años, él pensaba que fuera algo irremediable.
Al fin y al cabo, se suponía que deberían haber muerto. Nadie sobrevivía al Avada Kedavra. Excepto ellos. Excepto Harry.
De repente, un destello verde refulgió en la chimenea, llamando su atención, y la cabeza de una mujer de edad indescifrable y expresión ansiosa apareció flotando entre las llamas.
- ¡Por fin! ¡Hace una hora que estoy intentando localizarlo! ¡Creí que nunca volvería!
Dumbledore se puso de pie y se acercó presuroso al hogar.
- ¡Phoebe! ¿Qué ocurre?
- Debe venir, profesor. Es urgente.
Un temor profundo le atenazó las entrañas.
- ¿Qué pasó?
El rostro de la mujer era una extraña mezcla de emociones.
- Yo… no sé cómo ocurrió, señor. Todo era normal y de repente…
Dejó la frase inconclusa, como si lo que fuera que había sucedido estuviera más allá de su capacidad para procesarlo. Dumbledore se agachó y apretó los puños, tratando de controlar el temblor que lo sacudió.
- ¿De repente qué? ¡Phoebe!, ¿qué ha pasado?
- Ellos… despertaron.