Disclaimer: No soy J. K. Rowling… si yo fuese J. K. Rowling, este epílogo mostraría a Sirius y Hermione en Gringotts, con cinco retoños, pidiendo una hipoteca.

¡¡¡¡¡Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!! Vale, vale, no seáis bestias y no tiréis tomates en lata, que hacen pupa. Un año y tres meses sin subir el epílogo es mucho tiempo, pero os aseguro que hasta estas vacaciones no he podido sentarme una semanita a escribir. No esperéis escusas: simplemente mi tiempo libre ha estado absorbido por el trabajo, y desgraciadamente los jefes no comprenden las necesidades creativas del personal.

Estoy muy contenta de haber acabado el fic, y os agradezco que no me mandaseis reviews incendiarios para que actualizase. Os aseguro que no es un problema de vagancia: cuando llego a casa sigo trabajando y la conciencia no me permite dedicarme a escribir si tengo una pila de trabajo atrasado (pila que, por desgracia, no se agota nunca). En eso soy un poco "Hermione".

Bueno, no me enrollo más. Los comentarios de la autora, al final del fic, para los que queráis leerlos, y ahora un breve resumencillo de todo lo ocurrido hasta ahora; si queréis lo leéis y si no lo mandáis a paseo.

Resumen:Voldemort está ganando la guerra. Harry ha muerto, y sólo Hermione y Remus quedan con vida. En un último intento desesperado, Hermione viaja diez años atrás al pasado utilizando un "trasportador temporal" y evita la muerte de Sirius. Cuando regresa, ese pequeño cambio en el pasado ha cambiado todo su presente. Ni Sirius ni Harry ni los demás han muerto, Voldemort fue derrotado y los mortífagos están en Azkaban. Y ella, que en su pasado estaba enamorada de Harry, se encuentra casada con... ¡Sirius! (qué suerte tienen algunas...).

Mientras intenta adaptarse a su nuevo presente y se piensa qué hacer con su flamante matrimonio ahora que Harry está vivo y corresponde sus sentimientos, los mortífagos intentan secuestrar a Hermione. En una contienda en la semi-derruida mansión Riddle capturan a varios mortífagos, pero Tonks es herida de gravedad. Remus descubre entonces que su esposa estaba embarazada, y como finalmente ella se recupera, celebran su futura paternidad felices y contentos. Bueno, Tonks concretamente comiendo por cuatro.

Finalmente, Hermione sucumbe a los encantos y mimos de Sirius y pasa la noche con él (y parecía tonta cuando la compramos), pero la felicidad dura muy poco. Hay un malentendido entre ella y Sirius, que no le da tiempo de aclarar: los Malfoy se escapan de Azkaban y consiguen secuestrarla. Es torturada sin piedad por los mortífagos, aunque la chica consigue salvarse sola (con la ayuda involuntaria y bajo coacción del ex-mortífago Snape) y hace que el beso del dementor que le tenían reservado a ella vaya a parar al joven Malfoy, que así queda fuera de combate para siempre. Los aurores ya han conseguido llegar hasta ella, Harry la encuentra y la lleva ante los demás, y la pobre Hermione consigue aclararle a Sirius que es a él a quien ama antes de caer en un estado de inconsciencia que no pinta nada bien.

Hermione ingresa gravísima en San Mungo, donde la cuida una sanadora llamada Gray. Sirius, Remus y Harry, que se han cargado a Lucius Malfoy y Snape, han sido liberados sin cargos por sus muertes, pero a cambio, Portia Santorini, jefa de la Secretaría del Estado Mágico para la Seguridad, le propone a Harry colaborar con ella vigilando que los aurores no se salgan de madre. Harry acepta. A su vez (tiene tiempo para todo, el chico) ha conseguido invitar a cenar a la arisca doctora Gray e incluso ha logrado que la joven caiga en sus redes. Ginny ha intentado que la chica se eche para atrás, por aquello de eliminar rivales, pero parece que Harry y Gray, de momento, han aclarado entuertos. Y, la noche del 23 al 24 de diciembre, el segundo intento de los sanadores tiene éxito: Hermione ha conseguido sobrevivir.

La relación entre Harry y Mina no pasa por su mejor momento cuando ésta presencia cómo Harry abraza emocionado a una Hermione por fin recuperada. Sin embargo, el auror utiliza todos sus recursos, incluyendo un chupito de veritaserum, y consigue que la sanadora confiese que está colada por sus huesos.

Umbridge hace un último intento para fastidiarles la vida a los ex-miembros de la Orden del Fénix: detiene a Sirius, Remus y Harry e intenta conseguir un interrogatorio con veritaserum para inculparlos. Pero no cuenta con los apoyos de Santorini, quien consigue que los tres sean puestos en libertad sin cargos. Finalmente, Sirius vuelve a casa y se reencuentra con Hermione: parece que la felicidad sonríe por fin a los tortolitos.

Y ahora sí, con todos ustedes, el esperado epílogo de…

DE LA SARTÉN... ¿AL FUEGO?

EPÍLOGO: Tan imposible es avivar la lumbre con nieve, como apagar el fuego del amor con palabras (William Shakespeare)

Exactamente a las ocho de la mañana, en el momento en que las primeras luces del alba se filtraban por los ventanales abiertos del dormitorio donde se encontraba, Hermione se despertó. Y precisamente en ese instante, un peso en su cintura le hizo darse cuenta de que no estaba sola.

Estaba acostumbrada a despertarse en localizaciones extrañas. Llevaba años luchando en una guerra terrible, y, en los últimos tiempos, cada noche se quedaba dormida en un lugar distinto. Hogwarts, Grimmauld Place, algún piso de un barrio sórdido de Londres utilizado como refugio improvisado, unos jardines apartados, la húmeda campiña inglesa, un bosque escocés, unas ruinas…

Dos meses antes estaba tumbada sobre la alfombra del despacho de Dumbledore, intentando descansar sin éxito junto a un desolado Remus Lupin, que lloraba sin lágrimas, apretando la mandíbula, la muerte de Tonks.

Un día después había empezado a dormir, sola, en uno de los dormitorios más lujosos, confortables y exquisitos que había conocido en su vida, perdida en la inmensidad de una cama deliciosamente cómoda.

Un mes después había permanecido inconsciente sobre el húmedo suelo de piedra de una tétrica mazmorra, en la antigua y noble casa de los Prince. Las semanas siguientes las había pasado en una cama de San Mungo, ahogada en pociones. Era esperable que al despertarse no tuviese ni la más remota idea de dónde se encontraba.

Pero no, lo sabía perfectamente. Ahora se despertaba en un dormitorio que conocía muy bien, aquel que según Sirius ella misma había planificado detalladamente. Con el inmenso armario abarrotado de sugerentes camisones, uno de los cuales, y sin ninguna duda, era aquel bulto de color borgoña que resaltaba sobre el cálido suelo de madera.

Lo cual volvía a centrar su atención en el peso que notaba en la cintura.

Estaba acostada de lado, de frente a los ventanales, una corriente de aire fresco acariciándole la cara. La luz del alba que conseguía colarse a través de las cortinas bañaba la estancia en una luminosidad fría. Su propio cuerpo, tapado parcialmente por las sábanas, tocado por aquella luz irreal…

Se dio la vuelta en la cama, todavía envuelta en un abrazo posesivo, y ahogó una exclamación. La figura de Sirius completaba la atmósfera onírica, piel morena adoptando un tinte aceitunado con la pátina del amanecer. Dormido. Rebosante de paz, como no recordaba haberlo visto nunca. Los rasgos relajados. A su alrededor un aura de belleza inusual, casi mística.

"Vamos, Hermione, deja de babear"

La bruja más brillante que había pisado Hogwarts suspiró profundamente.

"Has estropeado completamente la magia del momento, ¿sabes?" –le reprochó.

La figura durmiente mantuvo los ojos aparentemente cerrados, pero las comisuras se le curvaron en una sonrisa maliciosa.

"Sí, sí, ahora vas a decirme que estabas en trance, como Harry cuando estaba inspirado y se le ocurría dónde podía estar escondido otro horcrux… a mí no me engañas… tenías la cara que pones siempre cuando te da un ataque libidinoso…"

"Yo no tengo ataques libidinosos" –mintió Hermione con descaro. "He estado demasiado ocupada luchando en una guerra…"

De la impresión, Sirius abrió bruscamente los ojos. La sonrisa se hizo más amplia, e infinitamente más maliciosa.

"En eso tienes razón. Se nota que no estás muy acostumbrada a… eh… la intimidad física"

Hermione se puso rígida e intentó separarse unos centímetros de Sirius, pero el abrazo de él permaneció firme.

"¿Qué quieres decir?"

"Ahora entiendo por qué te has escandalizado tantas veces a lo largo de la noche… supongo que no estás acostumbrada a…"

"Yo no me he escandalizado" –lo interrumpió ella con la voz más calmada que pudo encontrar en su registro.

Él se limitó a enarcar una sola ceja. Hermione enrojeció profundamente.

"Lo dices por… fue sólo un momento… yo nunca había… bueno, tú habías compartido años de intimidad con ″la otra Hermione″, pero todo esto es nuevo para mí y…" –balbuceó considerablemente irritada consigo misma por no ser capaz de adoptar un tono firme y parecer una adolescente tras su primer beso.

"¿Nuevo para ti?" –volvió a preguntar Sirius, enarcando tanto las cejas que parecía que le iba a desaparecer la frente. Parecía estar haciendo auténticos esfuerzos para no troncharse de risa a su costa.

A Hermione le dio un ataque de inseguridad de los suyos. Su experiencia en aquellas lides había sido bastante limitada: una relación más o menos estable pero a trompicones, entre luchas y peleas, y un par de encuentros esporádicos. Hasta entonces, más ocupada en mantenerse con vida que de mantener el pabellón erótico bien alto, su magro curriculum sentimental le había importado un bledo, pero desde que se había descubierto a sí misma abrumadoramente atraída por Sirius, casada con él y al mismo tiempo tranquila, segura y bien alimentada, sin guerras de las que preocuparse, los fantasmas habían vuelto a hacer acto de presencia.

"No le veo la gracia" –musitó, intentando zafarse del agarre de Sirius.

El animago dejó de sonreír e interrumpió su forcejeo colocándose sobre ella y sujetándola suavemente por las muñecas. Antes de que ella pudiese pronunciar ninguna palabra, le besó delicadamente el dorso de los dedos. Hermione se quedó paralizada.

"No has cambiado nada… Cuando te veo ruborizarte así, furiosa, ante mis bromas, me doy cuenta de que sigues siendo la misma y que no te he perdido… que a pesar de los viajes en el tiempo y de tus recuerdos cambiados, te he recuperado…" –susurró Sirius, la voz ronca de nuevo.

Hermione abrió la boca y la cerró otra vez, sin palabras ante la evidente mirada de adoración de Sirius, que todavía sostenía las manos de ella entre las suyas, acariciándole el pulso suavemente con los pulgares. Toda su inseguridad se fue por el desagüe.

"Creo que tengo celos de ″la otra Hermione″" –confesó en un arranque de sinceridad, la voz apenas un murmullo.

Sirius siguió acariciándole las muñecas, serio, como si estuviese pensando en algo y no la hubiese oído. Hermione pensó que así era, hasta que la voz grave del animago se oyó de nuevo.

"Celos de ti misma… absurdo, pero a la vez tan típico de ti…"

"¿Típico de mí?"

"A veces me asombra observar en ti las mismas reacciones que he visto tiempo atrás. Es una sensación de deja-vú constante…"

"¿En serio?" –preguntó la joven, sorprendida. "Yo… pensaba…"

"Ya sé lo que pensabas" –la interrumpió Sirius sonriendo de nuevo de forma maliciosa. "Probablemente que esa que llamas la otra Hermione era mejor que tú en todos los aspectos… Ya te he dicho que sois la misma persona… absolutamente la misma…" –añadió, enarcando una ceja de forma sugerente.

"Qué… ¿qué quieres decir?" –acertó a preguntar Hermione ruborizándose otra vez.

Sirius soltó una mano de sus muñecas para apartarle un mechón de pelo de la cara. Deslizó los dedos bajo la mandíbula, se inclinó sobre ella y se acercó lentamente, depositando un suave pero abrasador beso en sus labios. Otra vez… de cero a cien en cuatro segundos…

"Esa otra Hermione de la que tanto hablas… también se escandalizaba… al principio…" –susurró.

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El día de Año Nuevo sorprendió a todo el mundo con una plácida calidez. Cuando Hermione consiguió arrastrar a Sirius fuera de la cama, los elfos domésticos les tenían preparado un suculento desayuno junto a la piscina, como hacían cuando el buen tiempo lo permitía.

Hermione se dejó caer con un suspiro de satisfacción en la silla de madera crujiente. El sol brillaba bien alto en el cielo, y aunque la temperatura no era veraniega, la ausencia de brisa hacía que sus rayos le calentasen suavemente las mejillas. La enorme piscina no estaba encastrada en el terreno y alicatada con azulejos, al estilo muggle, sino que consistía en un auténtico lago irregular de pequeño tamaño, rodeado por piedras de granito que brillaban con destellos grises en las zonas que reflejaban la luz del sol. La superficie del agua, suavemente ondulada, reflejaba un cielo apacible carente de nubes.

"¡Ah…!" –suspiró la joven auror con deleite, los párpados cerrados y orientados al sol. "¡Esto es vida!"

Sirius la miraba divertido, mientras Hermione iba llenando su plato hasta dejarlo rebosante de comida. Ella untaba tostadas, vertía cantidades ingentes de zumo en su vaso y devoraba huevos con jamón como si se tratase de su última comida. El animago observaba satisfecho cómo parecía feliz y hambrienta, pero a la vez algo distraída, como si estuviese pensando en algo.

"¿Me vas a decir lo que te pasa o te sirvo un vaso de veritaserum?" –tanteó.

"¿Eh?" –acertó a preguntar ella, sorprendida. Ante la cena enarcada de Sirius, tuvo que abandonar sus planes de negar la evidencia y admitió que estaba rumiando algunas ideas.

"¿Cómo cuales?" –preguntó Sirius.

"El futuro" –respondió Hermione, masticando porridge1 con parsimonia.

"¿Con o sin transportador temporal?"

"Sin"

"¿Podrías concretar un poco más?"

"He estado pensando en lo que voy a hacer durante el próximo año. Ya sabes, la Dra. Gray me ha dicho que nada de niños, hechizos debilitantes ni maldiciones…"

"Lo recuerdo perfectamente" –repuso Sirius súbitamente muy interesado en sus palabras. Sabía que para alguien como Hermione, la idea de pasarse un año haciendo papeleo burocrático en la oficina de aurores era tan atractiva como darse un banquete de babas de gusarajo.

"Llevo toda la vida luchando, escondiéndome y sobreviviendo a duras penas. Todavía no me creo del todo que el viaje al pasado haya modificado el presente hasta este punto, pero ya no tengo la sensación de irrealidad que tenía al principio, de que estaba soñando y que en cualquier momento iba a despertarme y volver a la guerra…" –Hermione se interrumpió durante unos momentos, pensativa, mientras Sirius la observaba sin decir nada. "El caso es que después de todos estos años, no me veo perdiendo el tiempo en el Ministerio, rellenando papeles o… dedicada a cualquier tarea administrativa sin importancia…" –finalizó, mientras Sirius daba brincos en su interior al comprender las oportunidades que esto le brindaba.

En realidad, Hermione estaba metida de lleno en un sentimiento de euforia incontrolable. De estar a punto de morir, se encontraba libre y segura. De llorar en silencio durante dos años la pérdida del hombre a quien amaba, a disfrutar sin límites de un amor correspondido. Del infierno a algo que, si bien no era el cielo, se le parecía sospechosamente.

Y no tenía ninguna intención de desaprovechar el momento rellenando pergaminos autocopiativos.

"¿Y tienes alguna idea de lo que sí te ves haciendo?" –interrogó Sirius, tratando de mantener la compostura a base de acercarse una taza de café a los labios.

Hermione negó con la cabeza.

"No quiero tareas administrativas" –repitió. "Estoy pensando en cambiar de trabajo durante este tiempo, pero no sé qué hacer"

Sirius dejó a su lado la taza de café y se secó los labios con la servilleta. Hermione se preguntó si esa naturalidad que hacía que hasta el gesto más delicado resultase en él tan masculino era una habilidad genética de los Black o era algo genuinamente "made in Sirius".

"Entonces, tengo algo que proponerte" –dijo el animago satisfecho.

"¿Por qué pienso que no va a gustarme?" –preguntó Hermione pensando justamente lo contrario.

"Sabes que vas a decirme que sí" –repuso Sirius. Se levantó, cogió su varita y mediante un hechizo convocador su enorme y brillante moto apareció a sus pies en unos segundos. El merodeador se calzó unos guantes de piel con agujeros para los dedos y se ajustó la cazadora de cuero que acababa de hacer aparecer junto con dos cascos.

"¿Cascos?" –preguntó Hermione insegura de si aquello era una buena o mala novedad.

"No quiero que vueles mucho rato, estando todavía convaleciente" –explicó montando a horcajadas en el rugiente aparato mientras le tendía uno de los cascos a la joven auror. "Si vamos a ir por tierra, podemos encontrarnos con la policía de tráfico y no quiero problemas. Obviamente, además, la matrícula no es legal en el mundo muggle…"

"Obviamente" –replicó Hermione con una mueca. "No sé si quiero montar o no en ese cacharro"

Sirius se la quedó mirando con su apabullante sonrisa bien dibujada en la cara, rezumando malicia. "No sabes cuántas hubieran dado lo que fuese por estar en tu lugar ahora mismo"

Hermione se ruborizó intensamente al darse cuenta de los múltiples significados que podrían atribuirse a las palabras del animago. A regañadientes, se colocó el casco y se sentó a horcajadas detrás de Sirius, sujetándose delicadamente a su cintura.

"Vamos, no es el momento de ser tímida ahora" –se burló Sirius tomando sus brazos y abrazándose con ellos, de forma que Hermione quedase firmemente sujeta a él.

El viaje no duró más de media hora, aunque Hermione estaba segura de que habían superado los límites de velocidad durante la mayor parte del trayecto. Finalmente, llegaron a las orillas de un precioso y enorme lago. Sirius disminuyó la velocidad, salió de la carretera y se introdujo con la moto por un sendero sin asfaltar que desaparecía en la espesura de un pequeño bosque.

"¿Dónde estamos?" –preguntó Hermione con curiosidad, todavía firmemente sujeta a la cintura del animago. Éste no le contestó, pero paró la moto, lo que le dio la oportunidad a la joven auror de saltar a tierra y sacarse el casco, ansiosa por averiguar qué significaba todo aquello.

Sirius, sin desmontarse todavía, se deshizo del casco y los guantes, con deliberada lentitud. Hermione tuvo que reconocer mientras contenía el aliento que aquella indumentaria lo hacía todavía más atractivo, si cabe. Mierda, mierda, mierda. Tonks tenía razón: estaba perdida.

"Estamos a unas treinta millas de casa, en Kent. Este lago, Bewl, es bastante turístico, pero tiene una zona fácil de ocultar a los muggles. Servirá…" –finalizó el animago con tono misterioso, mientras aparcaba la moto a un lado y le lanzaba un encantamiento de ocultación.

"¿Servirá? ¿Para qué?" –volvió a interrogar Hermione.

Sirius no dijo nada. La miró con aquellos intensos ojos grises lanzando destellos de malicia, la agarró de la muñeca y la arrastró junto a él por el sendero de tierra, que serpenteaba haciéndose cada vez más estrecho. Al cabo de un rato, el bosque se hacía más y más denso, hasta que, de golpe y porrazo, los árboles se acabaron y la orilla de un recoveco del lago apareció ante ellos, oscurecida la superficie del agua por las frondosas copas de los fresnos que la rodeaban. Estaban en una de las zonas más apartadas del lago, o eso parecía, ya que en aquella parte no había señales de los innumerables hotelitos o Bed & Breakfast que había visto por el camino. En realidad, no se veía ninguna señal de presencia humana por los alrededores.

"¿Vas a decirme ya de qué va todo esto?" –volvió a preguntar Hermione, más intrigada que irritada.

Sirius se acercó a la orilla. Apuntó a la superficie del agua con la varita y, aparentemente, realizó algún encantamiento no verbal. Hermione lo miraba expectante, preguntándose qué iba a sacarse el animago de la manga. Aunque no fue de la manga de donde lo sacó.

Hermione contenía la respiración, vigilante, cuando la lisa superficie líquida perdió su tersa suavidad para convertirse en una textura ondulante y opaca. La joven auror esperaba que el agua del lago sufriese una transformación, pero no era eso lo que Sirius estaba provocando con su hechizo. Despacio, desencadenando un oleaje oscuro y ruidoso, una estructura de madera comenzó a surgir de las aguas.

Al cabo de un minuto, Hermione se dio cuenta de que se trataba de un mástil.

"¡Un… es un velero!"

Sirius asintió con la cabeza, sin decir nada. El mástil dio paso al velamen de un velero de, como mínimo, treinta y cinco metros de eslora, que parecía salido de algún museo marítimo, pero impecablemente conservado. Era recio, regio y elegante, hecho indudablemente para navegar y no como objeto de ostentación. Lámparas de bronce salpicaban aquí y allá la cubierta, albergando velas encendidas que le daban al barco un indudable aire añejo, casi medieval.

"El Mordekhai, el velero de los Black" –confirmó Sirius con un cierto tono de orgullo mal disimulado. "En su época, no había un velero más rápido y resistente. Lo compró mi tatara tatara tatarabuelo Arcturus Black para su esposa, Callidora. No era el más bonito ni el más lujoso, pero ningún barco de la época se le podía comparar. Antes de que Arcturus lo comprase, formó parte de la flota que comandaba Sir Francis Drake, en la batalla contra la Armada Invencible. Salió indemne, claro, aunque supongo que los hombres de Drake debieron de sospechar que el galeón que tripulaban no era del todo normal…"

Hermione seguía mirando al velero con la boca abierta, no pudiendo sino discrepar de la opinión de Sirius. El Mohrdekai podía, efectivamente, no ser el más bello ni el más lujoso, pero indudablemente tenía algo que dejaba sin aliento. Se notaba que estaba hecho para resistir cualquier galerna. A pesar de su excelente estado de conservación, la madera había sido barnizada y reparada en cientos de ocasiones.

"De… ¿de dónde lo has traído?" –balbuceó Hermione.

"Estaba anclado en un pequeño lago junto a Loch Arkaig, en Escocia, con unos cuantos hechizos de ocultación" –contestó Sirius. "Todos los Black aprendimos a navegar casi antes que a andar. Los barcos mágicos pueden sumergirse en un lago o un océano y salir a la superficie en cualquier otro. Es el mismo hechizo que utilizaba el velero de Durmstrang, y el valor de un barco mágico viene dado por su capacidad de trasladarse mediante este hechizo de un mar a otro. Eso, y su rapidez" –explicó el animago.

Hermione llevaba tanto rato con la boca abierta que empezó a dolerle la mandíbula. Cerró la boca y se acercó a Sirius, quien le pasó un brazo por la cintura mientras lanzaba una mirada apreciativa al velero.

"Te propongo tomarnos un año sabático" –explicó. "Un año recorriendo el mundo… podemos ir a donde quieras y en el orden que quieras. Solos, tu y yo"

Hermione despegó los ojos de la maravilla que tenía ante sí y los fijó en el animago. Los iris grises de Sirius permanecían fijos en ella, chispeando de pura diversión al ver que ella babeaba literalmente ante la visión del barco. Hermione odiaba volar, esquiar, y cualquier otro deporte que acarrease la posibilidad de deslizarse a alta velocidad por cualquier superficie, pero adoraba el mar. Y Sirius, probablemente gracias a su matrimonio con la otra Hermione, lo sabía.

"¿Un año entero? ¿Navegando?" –preguntó con el mismo tono de una niña de cinco años a la que Santa Claus promete su deseo más anhelado.

"Prometo aceptarte como grumete, pero recuerda que yo soy el capitán del barco" –le recordó Sirius. "Te enseñaré a tripular el Mordekhai… a cambio de ciertos favores, claro…" –bromeó.

Hermione se desprendió de Sirius de un codazo, ocultando el rostro ruborizado al avanzar hacia la orilla del lago. Paseó su mirada con deleite por el negro casco del galeón… claro, no podía ser de otro color el velero que había pertenecido a los Black durante siglos… se volvió bruscamente hacia Sirius.

"Cuando era pequeña, antes de ir a Hogwarts, solía navegar con mi padre en un pequeño bote de vela… íbamos a pescar…" –explicó.

"Lo sé…" –reconoció el animago esbozando el amago de una sonrisa. "Nunca te enseñé el Mordekhai hasta ahora … no tuvimos tiempo" –se acercó a ella y la abrazó por la espalda, mientras ella se recostaba contra él. "Mientras estuviste inconsciente, en San Mungo, decidí que si te sucedía algo me marcharía de aquí, de Inglaterra… aunque lo que tenía previsto no era precisamente un viaje de placer. Creo que mi plan del año sabático es el mejor motivo para que el Mordekhai leve anclas de nuevo"

Hermione cerró los ojos y se lo imaginó. Lo podía ver con nitidez. Ella y Sirius, navegando por las cálidas aguas del Índico, por el enfebrecido oleaje del Cabo de Hornos, por las frías aguas del Atlántico… fondeados en una isla del Caribe, viendo una puesta de sol, mientras el atractivo capitán del Mordekhai inclinaba hacia ella el rostro curtido por el sol y la salitre. Jadeó. Abrió los ojos de golpe y se giró hacia Sirius, quien la miraba con la sonrisa malévola y la expresión inequívoca de quien estaba leyendo sus pensamientos con claridad.

"¿Significa tu cara que te agrada la idea?" –inquirió el animago con sorna.

"Es un sueño hecho realidad"

"¿El barco o yo?"

"El barco, imbécil"

Pero Sirius Black supo, con total seguridad, que si en algún momento de su vida Hermione había mentido con total desfachatez, era ese.

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Siete meses más tarde…

Sirius le dio un trago a su cerveza de mantequilla, mientras se secaba el pelo con una toalla. Se apoyó en la barandilla de la cubierta, observando cómo Hermione nadaba bajo la luz de la luna con el descarado júbilo de una nutria, y sonrió. Indudablemente se encontraba en su elemento.

El Mordekhai estaba anclado en una bahía semioculta por la exuberante vegetación tropical, junto a un poblado indígena. A lo lejos se vislumbraban las luces del poblado, básicamente lámparas de aceite y hogueras, ya que estaban fondeados en una pequeña aldea remota de las costas de Sri Lanka, a donde habían llegado después de navegar sin rumbo por el Índico. Durante el día, él y Hermione se habían acercado hasta la aldea, donde la población, de etnia cingalesa, los había recibido con curiosidad y afable amabilidad. Habían comprado té, especias, fruta, y unas tortas de harina deliciosas. Afortunadamente, el poblado era lo suficientemente pequeño y apartado como para que recibiesen escasas visitas de turistas y por tanto no les llamase la atención el pintoresco aspecto del barco. Cuando se acercaban hasta núcleos de población más grandes, tenían que hechizarlo para que a ojos muggles pareciese un simple yate.

A Hermione aquella bahía le había parecido el paraíso. Las aguas eran poco profundas, y el calor no llegaba a ser sofocante. El agua estaba tibia como un baño caliente, pero transparente y cristalina durante las horas del día, atestada de peces de colores que se le acercaban jugando, brillando con colores jugosos bajo los rayos del sol. A lo lejos, ahora que había anochecido, se oían los gritos excitados de los niños de la aldea, y las luces de las hogueras iluminaban las chozas con un tinte dorado.

"¿Todos los Black se cansan igual de rápido?" –le gritó a su esposo, que la miraba desde la cubierta.

"A ver si me repites eso un poco más tarde" –le contestó Sirius con desvergüenza.

Hermione agradeció que la atmósfera nocturna ocultase sus mejillas enrojecidas. Llevaban varios meses navegando, y la sensación de exultante felicidad no cesaba. Se sumergió en las cálidas aguas y emergió bruscamente, echándose el pelo hacia atrás. Ah, qué placer… qué diferente era nadar en aquellas aguas tibias en lugar de la fría costa británica…

Nadó con soltura hasta la escalerilla del barco, por la que trepó hasta la cubierta. Allí, Sirius la recibió con una esponjosa toalla, un tierno abrazo y un beso. En cubierta, a la luz de uno de los candiles de bronce, la mesa les esperaba con la cena humeante.

"Me recuerdas a Lord John Roxton2" –murmuró ella mientras Sirius la abrazaba, envolviéndola con su piel ya seca y caliente en un abrigo más cálido que el de la toalla.

"¿Quién?" –interrogó él mirándola curioso.

"Lord John Roxton… un héroe de mi infancia… un lord inglés amante de la aventura y el peligro… es un personaje de un libro muggle…" –explicó ella.

"Cómo no…"

"Oh, vamos… no todo lo que sé lo he leído en los libros"

"Claro, el resto te lo he enseñado yo"

"Insufrible egocentrismo Black…"

Durante unos minutos sólo se oyó el arrullo de la brisa húmeda y caliente en las palmeras, el chapoteo de los peces y alguna que otra respiración más profunda de lo habitual.

"Mmmmm… estoy hambrienta" –declaró Hermione mientras aceptaba la cerveza de mantequilla que le tendía Sirius.

"Yo también" –murmuró el animago a su oído. "Aunque puedo esperar a después de cenar"

"¡Sirius!"

Hermione intentó adoptar un gesto serio, pero no pudo evitar que la sonrisa de Sirius la derritiese por dentro.

"¿Siete meses junto y todavía ni un atisbo de tu espíritu merodeador?" –preguntó el animago divertido. "Va a ser que careces absolutamente de él, Hermione…"

"No creo que vaya a necesitarlo nunca" –replicó ella.

La réplica de Sirius murió en sus labios cuando se vieron interrumpidos por un suave aleteo. Una lechuza de buen tamaño con plumas doradas y grises voló hacia el barco para finalmente posarse junto a una enorme fuente con atún asado. Sirius y Hermione se miraron, sin saber si se trataba de un ave local atraída por el sabroso olor a pescado o un correo procedente de Londres. Un pergamino atado a la pata de la lechuza les dio la respuesta.

"Trae una carta…" –murmuró Sirius al tiempo que desataba el pergamino del áspero miembro del ave y la premiaba con una porción de atún que la lechuza se llevó en el pico para devorarla ansiosa en la cubierta. La voz del ex-convicto vibró ligeramente con la emoción. "Es de Remus. Por fin hay un nuevo Lupin entre nosotros"

"¿Cómo la han llamado?" –preguntó Hermione excitada, intentando leer la carta por encima del hombro del animago.

Sirius ahogó una risa. "Me temo que la han llamado Charles"

Hermione se quedó atónita. Tonks estaba absolutamente convencida de que iba a ser una niña.

"¿Charles?"

Sirius enarcó una ceja.

"Parece que mi prima no anda muy fina de intuición últimamente, ¿eh?" –repuso divertido. "Debe de ser que tanto chocolate atrofia el tercer ojo"

"Charles Lupin" –pronunció Hermione emocionada.

"Charles Edward Lupin" –completó Sirius con una ancha sonrisa. "Escucha esto…" –Sirius carraspeó ligeramente; "…llegaron a San Mungo diez minutos antes de que naciese Charles porque aunque llevaba más de doce horas de contracciones, Tonks pensaba que aquellos dolores se debían a una indigestión y no se atrevía a decirle nada a Remus…"

Hermione ahogó la risa.

"También dice que Tonks se empeñó en ir en un taxi muggle, y que iba cambiando de color de pelo y de ojos cada vez que se paraban en un semáforo. Remus asegura que tuvo que desmemorizar a media población de Londres" –continuó Sirius. "Añade que el verdadero inconveniente fue desmemorizar al taxista, porque cada vez que lo hacía el pobre hombre no recordaba a dónde tenía que llevarles"

"No puede ser… pobre Remus"

"Quieren que volvamos" –continuó Sirius con evidente tono de orgullo. "Quieren que tú y yo seamos los padrinos del pequeño Charles"

"¿Qué?" –exclamó Hermione sorprendida, tirando del pergamino para comprobar que Sirius decía la verdad. "Es cierto, Sirius… me encantaría…" –murmuró mientras dirigía su mirada al animago.

Sirius le pasó el brazo por los hombros y la abrazó suavemente.

"Claro que iremos" –concedió besándole el pelo. "Además, el pequeño Charles tiene que empezar a aprender lo que significa ser un merodeador"

"Ya estamos…"

"Mira aquí: dice que Cordelia y Wilkes se han prometido… vaya… parece que tu estancia en San Mungo ha liberado una tormenta hormonal… Ron y Artie se han ido a vivir juntos"

"¿Ron se ha ido a vivir con Artemisia?" –inquirió Hermione curiosa. "¿Y qué dirá Molly de todo eso?"

"Parece ser que Molly está soltando todo su temperamento Prewett" –respondió el animago divertido. "El apartamento de Camden Town3 que comparten ha sido invadido por howlers… el pobre Arthur ha mediado en el asunto y parece que Molly ya está más tranquila"

"¿Qué más?" –preguntó Hermione. ¿Qué hay de Harry y Mina?"

"Harry insiste en que te echa terriblemente de menos y que volvamos cuanto antes…" –explicó Sirius frunciendo el ceño. "Está claro que Harry ha heredado la temeridad Potter…" –comentó fingiendo sentir unos celos inexistentes, pero se interrumpió al sentir el codazo de Hermione en las costillas. "De momento parece que a estos no les ha entrado la prisa ni por formalizar la relación ni por vivir en pecado"

"Vivir en pecado… te pareces a Molly…" –se burló Hermione. "¿Qué más dice?"

"Poco más" –finalizó Sirius terminando de leer el pergamino. "Mina te recuerda que deberías haber pasado otra revisión, y que no se fía de los sanadores que te examinaron en Mumbai… podemos aprovechar este viaje para conocer a Charles, para que Harry te acapare unos días y para que Mina te haga un reconocimiento completo… además, tengo ganas de ver a Cordelia…" –esta vez fue el turno de Hermione de fruncir imperceptiblemente el ceño. "Espero que nos inviten a la boda… será divertido ver quién de los dos va más emperifollado…"

Hermione contuvo la risa.

"¿Cuándo vamos?"

Sirius se rascó la nuca y desplegó unos pergaminos llenos de símbolos náuticos. Desplazó la mirada a un extraño artilugio que colgaba de una de las paredes de cubierta, lo descolgó y manipuló varias pequeñas manecillas.

"Saldremos mañana temprano; el viento caliente soplará en dirección noroeste, y si no encontramos ninguna tormenta tardaremos un día y medio en llegar al mar Rojo. De ahí saltaremos al estrecho de Gibraltar, y subiremos por el Atlántico. En tres días estaremos en casa. Pero podemos avanzar más rápido si tienes prisa por llegar…"

Hermione lo miró con los ojos entrecerrados. Sí que quería volver a ver a Harry, a Remus, a Tonks, a Ron y a todos los demás, pero no sentía realmente prisa por volver. Siempre y cuando estuviese con Sirius, ella ya se sentía en casa.

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"Si no he comprendido mal, Portia, lo que quieres es que comience a involucrarme en política" –resumió Harry con un mal disimulado gesto de desagrado.

"¿Por qué parece que te esté proponiendo convertirte en mortífago?" –preguntó Santorini con un suspiro.

Harry esbozó una sonrisa divertida. Su relación profesional con Portia Santorini había evolucionado mucho en aquellos meses en los que había colaborado secretamente con ella, y había pasado de ser eso, una estricta relación profesional, a una camaradería informal, casi familiar. Parte de la culpa la tenía la presencia de la sobrina de Portia en la vida de Harry, pero la verdad era que Santorini había, de alguna forma, "adoptado" oficiosamente a Harry como delfín.

"Sabes que a mí no se me dan bien los torcidos caminos de la diplomacia, Portia" –terció el Elegido, esbozando una sonrisa irónica. "Me has invitado a, al menos, la mitad de las cenas oficiales que has celebrado en Rosefield Park. El mejor momento de esas cenas ha sido la hroa de volver a casa…"

"Las reuniones sociales pueden ser tediosas, pero ocupan un porcentaje mínimo del tiempo de trabajo. Como consejero de la Secretaría, un puesto oficial pero todavía sin excesiva responsabilidad, podrías ir habituándote al trabajo, a las obligaciones que un cargo político conlleva, y a los entresijos de la diplomacia. Podrías dedicarle un cincuenta por ciento de tu tiempo a tu cargo actual de jefe de aurores…" –intentó negociar Santorini.

"Portia, en este momento, aunque todo está bastante tranquilo, tenemos tres bajas en nuestra sección: Sirius, Hermione y Tonks" –suspiró Harry pasándose la mano por el pelo. "No estamos en el mejor momento para que yo me tome unas vacaciones o me pase la mitad del tiempo jugando a la política"

"¿Jugando?" –preguntó Santorini con serenidad, sin dejar adivinar su grado de frustración. "No creo que jugar sea la palabra adecuada…"

Harry la interrumpió con un gesto de la mano. Bajo ningún concepto quería ofender a Portia, pero tampoco estaba dispuesto a caer en sus artimañas diplomáticas.

"No me malinterpretes: entiendo lo que me propones y también comprendo que los cambios hay que hacerlos desde arriba, pero para eso ya estás tú. Yo he colaborado contigo todos estos meses, y la autoridad de Umbridge está debilitada, tan debilitada de hecho que como has dicho el Ministro de Magia se está planteando su permanencia al frente de la OVA…"

"La caída en desgracia de Umbridge supone para mí el momento perfecto para dejar mi cargo, Harry" –Santorini fijó la mirada suavemente en el auror, intentando darle a entender lo que se proponía sin verbalizarlo demasiado.

El joven Potter parpadeó varias veces. Si Portia le hubiese dicho algo así varios meses antes, se hubiera quedado perplejo esperando a que continuase. Pero varios meses en contacto con su sutileza argumental le habían agudizado las neuronas.

"¿Vas a dejar la jefatura de la Secretaría del Estado Mágico para la Seguridad?" –preguntó con asombro. "Hay pocos cargos por encima del tuyo, Portia"

Santorini asintió lentamente. No le importaba hacer a Potter partícipe de sus planes; sabía que el auror era de fiar y de una discreción ilimitada, y además la conocía lo suficiente como para no adjudicarle una ambición desmedida.

"El Ministro de Magia me ha ofrecido ser la Primera Consejera" –explicó. "Todavía no se ha hecho efectivo el nombramiento, por supuesto, pero en unos meses el Primer Consejero va a jubilarse; Bowman McHorn lleva padeciendo varios años de dolores de espalda como consecuencia de una caída en escoba, y no quiere seguir mucho más tiempo en el puesto… de momento he pensado en Gawayn Salisbury para sustituirme, pero el viejo Gawayn también quiere jubilarse pronto… de modo que mientras Salisbury aguanta en el cargo yo tengo que ir preparando a alguien para que me sustituya definitivamente"

Harry se pasó la mano por la mandíbula, pensativo. Entendía perfectamente la prisa que le había entrado a Santorini, pero él podía hacer bien poco para ayudarla. Se levantó de la silla que ocupaba en el despacho de la Secretaría del Estado Mágico para la Seguridad y se puso a caminar lentamente por el mismo.

"Yo no estoy interesado en ese puesto. De momento, mi única ambición es ser auror, la diplomacia no es lo mío y aunque respeto a mucha gente que he conocido en estos meses, no me interesa la política. Nunca me ha interesado, de hecho. Además, nadie en mi grupo tendría el mínimo interés en sustituirme: Sirius se reiría en mi cara si le propusiese ser jefe, Remus es un licántropo y se autoexcluiría de entrada, Kingsley le tiene excesivo apego a las normas para trabajar con "Ojoloco", a Ginny le falta experiencia y Cordelia… a Cordelia dejémosle los interrogatorios…"

"¿Y tus amigos, los famosos Weasley y Granger?" –sugirió Santorini viendo cómo sus posibilidades de contar con Potter en su equipo se diluían como el láudano en una infusión de raíces de mandrágora.

"¿Ron?" –preguntó Harry con una mueca. "Ron y diplomacia son dos palabras que no pueden ir juntas en la misma frase" –continuó con una sonrisa irónica. "En cuanto a Hermione… bueno, todavía le quedan bastantes meses para que los sanadores le permitan trabajar de nuevo…"

"No tenemos tanta prisa, Harry" –acotó Santorini vislumbrando un leve rayo de esperanza. "Por lo que me has contado, ella parece tener aptitudes de liderazgo desde Hogwarts… si yo me incorporo al nuevo puesto en seis meses, Salisbury podría sustituirme durante un año si se lo pido: me debe unos cuantos favores" –continuó con un gesto de la mano. "Tú podrías dedicar la mitad de tu tiempo a organizar a tu grupo de aurores y compaginarlo con ser consejero de la Secretaría"

Pero Harry ya no escuchaba a Santorini. Una idea se empezaba a formar en su práctica cabeza.

"¿Sabías que Hermione fundó en Hogwarts una Sociedad para la Promoción del Bienestar de los Elfos?"

"¿Cómo dices?"

"Cuando Hermione se enteró de que en todo el mundo mágico había elfos domésticos que trabajaban en condiciones cercanas a la esclavitud, se indignó completamente. Ella es hija de muggles, ya sabes, y en el mundo muggle la esclavitud se abolió hace siglos, así que su sentido de la justicia la obligó a abanderar la causa de los elfos domésticos aunque ella no obtenía ningún beneficio de todo aquello"

Santorini se quedó pensando un rato, evaluando la proposición que le estaba haciendo Harry.

"Alguien comprometido políticamente desde la escuela… pero ella no ha tenido nunca ningún contacto con la política de verdad…"

"Portia, Hermione tuvo extraordinarios en todos sus T.I.M.O.S. y en los E.X.T.A.S.I.S. Su curriculum es impresionante, fue la número uno de la promoción de Hogwarts y la número uno en la academia de aurores. Sus conocimientos teóricos son apabullantes…" –Harry sabía que algunos de los datos que estaba enumerando correspondían a la otra Hermione, pero al fin y al cabo, lo que contaba era lo que figuraba en los registros mágicos, y además estaba convencido de que la nueva Hermione era aún más dura que la otra.

"El mundo mágico te conoce a ti, Harry… la prensa ha escrito toneladas de pergamino sobre ti, y aunque nadie pone en duda la ayuda que pueden haberte proporcionado Weasley, Granger, Black o Lupin, es en ti en quien confía el pueblo…"

"Entonces… ¿me estás ofreciendo el puesto por mi capacidad o por ser el Elegido?" –terció Harry con una expresión irónica.

Santorini elevó las palmas, capitulando. A Harry no le faltaba razón: cierto que el joven Potter era especialmente hábil, pero el auténtico valor de su fichaje por la Secretaría del Estado Mágico para la Seguridad era el haber derrotado a Voldemort. El mundo mágico lo conocía y lo adoraba. Otros Ministros de Magia, como Fudge o Scrimgeour, habían fracasado a la hora de tentarlo con el poder. Conseguirlo en sus filas era una maniobra maestra que le abría directamente las puertas del despacho del Ministro de Magia.

Suspiró. Sin embargo, Harry no era de los que negociaban con sutileza. Entendía perfectamente lo que Portia pretendía, y aunque no la criticaba por ello, no estaba dispuesto a jugar a ese juego. Lo único que le ofrecía era a un miembro del "trío de oro", como alternativa. Aunque el hecho de que su adquisición contase con el beneplácido del Elegido podía contar mucho a su favor.

Portia se despidió de Harry después de escuchar sus argumentos, sin dejar que su frustración fuese evidente para el auror. Después de unos minutos sentada en su mesa, mirando al vacío con concentración, llamó a su secretario particular. Éste entró con diligencia, preguntando sin dilación qué necesitaba su jefa.

"Necesito toda la información que pueda obtener sobre Hermione Granger, clasificada o no, profesional o personal, notas de prensa, artículos en periódicos, cotilleos de Rita Skeeter… absolutamente todo"

"Me llevará unos días recopilarlo" –le informó el secretario, tomando notas a vuelapluma. "Los amigos de Potter siempre han sido bastante jugosos para la prensa"

"Tómate todo el tiempo que quieras, pero quiero una información fiable y completa sobre ella. También quiero que me traigas todo lo que puedas encontrar sobre su marido, Sirius Black. Sobre todo el sumario del proceso en el que fue declarado inocente de los cargos que lo llevaron a Azkaban, si fue indemnizado por el error, todo lo que encuentres. También quiero que investigues sobre sus padres, noviazgos anteriores, y sobre todo quiero que me traigas todos los esqueletos que puedas encontrar en su armario. Cualquier cosa con la que la prensa pueda destrozarla"

Su ayudante se limitó a asentir con la cabeza. Llevaba varios años trabajando con Santorini, y sabía que su función se limitaba a cumplir con el trabajo que le encargaba, sin preguntas ni comentarios, aunque no dejó de sorprenderle ese súbito interés por uno de los miembros más mediáticos de la Orden del Fénix. Salió del despacho de Santorini y se sentó en su mesa, pensando por dónde empezar. Quizás un viajecito por el Londres muggle fuese el mejor punto de partida.

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En el salón de Marauder Manor un grupo de personas rodeaban a un bebé que, ajeno a la expectación que provocaba, dormía plácidamente en su capazo, con las manitas pegadas a la boca y una espesa mata de pelo rubio, que había oscilado peligrosamente del violeta al verde durante la ceremonia de su bautizo, rizándose sobre su cabecita.

"No hay duda, es un futuro merodeador" –concluyó Sirius inclinándose sobre el pequeño.

"Aleja tus sucias zarpas de mi hijo, primo" –lo amenazó Tonks mirándolo desafiante. "Cualquier intento de subirlo a una escoba antes de los once años, y el antiguo y noble linaje de los Black terminará contigo. Y eso incluye otros artefactos voladores" –añadió al percibir la sonrisa torcida de Sirius.

"No te preocupes, que su madrina mantendrá alejadas las malas influencias" –terció Hermione francamente divertida.

Sirius y Hermione estaban encantados en su recientemente estrenado rol de padrinos. El fuerte sol de agosto se filtraba intenso por los ventanales, y Hermione, después de siete meses navegando por todo el mundo, se encontraba fuerte, llena de energía y con la piel tostada por el sol. Miró a Sirius: la piel bronceada y el intenso brillo en los ojos que aparecía cada vez que miraba a su ahijado lo convertían en el hombre más atractivo de la reunión.

"¿Qué te ha dicho Gray"? –le preguntó Tonks a Hermione con gesto de preocupación, mientras acunaba ligeramente a su hijo.

Hermione elevó los ojos al cielo.

"Sigue sin dejarme trabajar" –resopló la auror. "Todas las pruebas dicen que estoy perfectamente, pero no puedo reiniciar la vida normal hasta enero"

"Cosa que yo encuentro de una enorme sensatez" –intervino Sirius pasándole un brazo sobre los hombros.

"Me encuentro perfectamente"

"No dirías eso si te alcanzase alguna maldición" –terció Sirius.

"Yo encuentro que Mina hace bien en ser precavida" –añadió Harry. "A pesar de que quedamos sólo seis en activo, las cosas están tranquilas y no hay ninguna prisa para que te reincorpores. Eso, en el caso de que lo hagas…"

Hermione lo miró sobresaltada.

"¿Por qué no voy a poder hacerlo? En cuanto los sanadores me den el alta, volveré a trabajar como antes"

Harry la tranquilizó con un gesto.

"Claro que puedes reincorporarte en cuanto Mina te lo permita" –aclaró. "Pero no quiero que corras ningún riesgo"

"No te preocupes, Harry" –le recomendó Sirius abrazando a Hermione por la cintura de forma posesiva. "Ya estoy yo aquí para vigilar que no haga tonterías"

Hermione miró a Sirius, luego miró a Harry, elevó los ojos al cielo y a continuación intercambió una mirada de resignación con Tonks.

"Ya, qué me vas a decir a mí, que llevo nueve meses con Remus lanzando hechizos amortiguadores a mi paso" –explicó la metamorfomaga con un suspiro.

En ese momento, un "plop" a escasos metros de ellos anunciaba la llegada de Ron Weasley.

"¡Eh, siento llegar tarde!" –se disculpó. "¿Dónde está el enano?"

Un ligero gorjeo procedente del capazo dio a entender que el "enano" se había dado por aludido.

"No llames así a mi hijo" –gruñó Remus.

"Vaya, parece que se ha aburrido de estar ahí tumbado sin hacer nada, ¿eh? ¿Una vueltecita en escoba con el tío Ron?"

"Por encima de tu cadáver" –replicó Tonks tomando en brazos al bebé.

El pequeño metamorfomago bostezó ligeramente y abrió de par en par sus ojitos dorados. Miró a su alrededor con cierta perplejidad en los brazos de su madre y esbozó una sonrisa desarmante al ver a su padre, que alargó los brazos hacia él, lo sostuvo en alto y le hizo cosquillas en la barriga. Ron se acercó también y el bebé lo celebró transformándose rápidamente en pelirrojo.

"Vaya, si parece un Weasley" –exclamó Ron siendo fulminado rápidamente por la mirada acerada de Remus. Tonks se limitó a poner cara de circunstancias y musitar un "son como niños" que sólo acertó a oír Hermione.

"Sí, y ayer tenía una mata de pelo negro que lo hacía parecerse a un Potter" –terció Sirius con una risilla. "Parece que tiene una cierta tendencia a parecerse a todo el que se le aproxima"

"A mí me pasaba igual, según mi madre" –explicó Tonks observando satisfecha los juegos entre padre e hijo. "Pero de momento sólo le cambia el color del pelo. Los ojos siguen siendo los de Remus" –aclaró, mientras el aludido se esponjaba de orgullo.

"¿Qué tal lleva Molly lo de que vivas con Artie?" –le preguntó Hermione a Ron.

"Ya lo va aceptando mejor, no le queda más remedio" –respondió Ron aceptando un vaso de cerveza de mantequilla que le alargaba Sirius. "Con la cantidad de guardias y de noches que pasa ella en San Mungo, si no viviésemos juntos sería imposible vernos más que un día al mes, y además el apartamento de Camden nos queda más cerca a los dos de donde trabajamos. Mamá se pasó un mes prácticamente sin hablarme, estaba enfadadísima, pero ya se le ha pasado. Lo bueno de todo es que la culpa me la echaba a mí, estaba convencida de que a Artie no le hubiera importado casarse, y que era yo el que… cómo dijo… ah, sí, el que me estaba aprovechando de la pobre chica…"

"¿Y la realidad es…?" –preguntó Tonks en plena vena cotilla.

"La realidad es que Artie no quiere ni oír hablar de boda hasta que no termine su entrenamiento en San Mungo, como sanadora en prácticas, y yo tampoco tengo ningún interés, de momento" –explicó el pelirrojo haciendo que su varita sacase chispas de colores para entretener al pequeño Charles, que sonreía con cara de atontado ante el despliegue de colorines en brazos de su padre. "Llevamos muy poco tiempo juntos"

"¿Y tú, pequeño Potter?" –inquirió Sirius desordenando el pelo de su ahijado. "¿No tienes tentaciones de sentar la cabeza con tu preciosa sanadora?"

Harry enrojeció intensamente y alargó los brazos para tomar en ellos al pequeño Lupin, que, como había dicho Tonks, transformó su pelusilla roja en una espesa mata de cabello negro disparado en todas direcciones.

"Vamos, Charlie… tú y yo somos los únicos sensatos aquí" –gruñó, llevándose al pequeño en brazos hacia los jardines de la casa.

Lo cierto era que Harry estaba pensando en formalizar su relación con Mina, pero temía que la irascible sanadora le diera con el anillo de compromiso en las narices. La aversión de Gray al protagonismo era aún mayor que la suya, pero Harry ya estaba acostumbrado a salir en los periódicos y que cotillas como Skeeter escribiesen lo que les diese la gana sobre su vida privada. Un tal Laurentius Busybody había publicado un artículo en "Corazón de Bruja" con fotografías de Harry y Mina en una cita privada. La sanadora había montado en cólera y Harry había tenido que ejercer todo su poder de persuasión (y algún hechizo paralizante) para evitar que saliese corriendo a la redacción de la revista a lanzarle una maldición al incauto periodista. Sin embargo, se había negado desde entonces a salir a cenar en público y sólo se veían en sitios muy discretos o en la casa de alguno de los dos. Harry, que era consciente de que cada vez le costaba más estar lejos de Mina, estaba deseando que ella accediese a compartir algo más que escasas citas, digamos que furtivas. Empezaba a tener dudas sobre el interés de la sanadora en la relación o sobre si la presión mediática podría afectarla tan profundamente que decidiese que no merecía la pena.

El pequeño Charles debía de percibir el desasosiego del joven auror, porque volvió a recuperar sus mechones rubios, gorjeó un ratito y apoyó la cabecita en el pecho del Elegido, jugueteando con los botones de su chaqueta. Harry le acarició los rizos, pensativo, y fue a sentarse a la sombra de un sauce. Su hilo de pensamiento fue interrumpido por unos pasos suaves, y un cuerpo cálido se aproximó a él.

"¿Algo en lo que pueda ayudar?" –interrogó Hermione sentándose a su lado, tanteándolo con discreción.

Harry enarcó una ceja y negó suavemente con la cabeza, pero pareció pensárselo mejor y se encogió de hombros.

"Necesito un manual para comprender a las mujeres"

Hermione esbozó una sonrisa.

"¿Aún estamos así?" –preguntó divertida. "Pero si Mina está colada por tus huesos…"

"No digo que no le guste" –rectificó Harry con un resoplido. "Pero se niega en redondo a hacerlo público… no puedo ir a buscarla a San Mungo, no puedo llevarla a cenar… ¡parece que esté saliendo con Voldemort!"

Hermione reprimió una risilla.

"Vamos, si se te come con los ojos…"

"Pues se me querrá comer en el más absoluto de los secretos…" –gruñó Harry.

"¿Y le has explicado que no te sientes cómodo llevándolo en secreto?" –le preguntó Hermione con tacto.

"Tengo miedo de que salga huyendo si la presiono demasiado" –respondió el auror, frustrado.

Hermione suspiró, encantada. Bueno, estaba claro que Harry estaba colado por aquella chica, y la sanadora no parecía albergar sentimientos menos profundos por el auror… claro que Harry nunca se había caracterizado por su vasto conocimiento del alma femenina.

"Yo hablaría con ella, Harry… con calma, por supuesto, pero creo que merecería la pena que Mina supiese lo que te preocupa. A lo mejor ella cree que tú estás de acuerdo en llevar las cosas en secreto, o igual está tan frustrada como tú por no poder ir a cenar por ahí sin que os sigan varias plumas a vuelapluma… habla con ella… aunque no consigas nada, al menos te desahogarás un poco"

Harry alargó la mano que no sostenía al pequeño Lupin, ahora sumido en el más profundo y tranquilo de los sueños, y cogió la de Hermione, apretándosela afectuosamente. Ella seguía siendo su mejor amiga, y aunque las circunstancias habían provocado su separación, la seguiría queriendo para siempre. Ahora estaba enamorado de Mina, pero Hermione seguiría siendo para él su amistad más preciada.

"Escucha… con respecto a lo de reincorporarte al trabajo… tengo algo que proponerte"

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Portia Santorini estaba reunida con su secretario personal, quien había transportado toneladas de pergaminos, periódicos, expedientes e información clasificada sobre Hermione Jane Granger Black, que ahora aparecían esparcidos por todo el despacho.

"Un historial implecable, ¿eh?" –comentó Santorini terminando de hojear el expendiente académico de Hermione.

"Lo único que he encontrado que se pueda considerar negativo sobre ella es algún artículo de Rita Skeeter de cuando tenía quince años" –explicó el secretario alargándole un ejemplar de "Corazón de Bruja". "Esa arpía de Skeeter publicó que Granger estaba jugando con los tiernos corazones de Krum y Potter, flirteando con los dos"

Portia Santorini esbozó una sonrisa divertida.

"Esto no pega mucho con el resto de su historial, y además Potter sigue siendo íntimo amigo suyo… hace años que Skeeter no tiene ninguna credibilidad, por ahí no podrán atacarla. Además… a los quince años todos hicimos alguna tontería…" –descartó con un gesto de la mano.

El secretario personal de la Jefa de la Secretaría del Estado Mágico para la Seguridad miró a su superior con curiosidad. La verdad es que todo lo que había averiguado sobre Hermione Granger lo había dejado impresionado. La chica tenía unos principios inamovibles, un expediente académico brillante y, dejando aparte un cierto carácter de empollona, todos a los que había interrogado, con extrema discreción, hablaban maravillas de ella.

"¿Qué es esto del P.E.D.D.O.? Ah, aquella sociedad de la que había hablado Harry, para el bienestar de los elfos domésticos… vaya…"

"Granger no se limitó a ayudar en la sombra a Potter… su historial de San Mungo es todavía más extenso que el académico. Casi la matan en varias ocasiones, pero las lesiones nunca fueron tan graves como esta última vez, en que nadie daba un knut por su recuperación. Estuvo un mes en la Unidad de Cuidados Intensivos Mágicos, inconsciente, y finalmente se recuperó casi por completo, pero la obligaron a abandonar su puesto de auror durante un año. Aún le quedan meses de no exponerse a maldiciones ni hechizos de ningún tipo"

"O sea, que le conviene una vida tranquila…" –concluyó Santorini.

"No necesariamente. Un sanador de San Mungo, un tal Wilkes, me dijo que a pesar de que nunca había visto un caso como el suyo, la recuperación se preveía completa. En seis meses puede estar trabajando de nuevo"

"¿Y su marido, Sirius Black?"

El secretario personal de Santorini intentó sin éxito reprimir una sonrisilla.

"Ése es otro tema. Un rebelde. Desde que estuvo en Hogwarts parece pensar que las reglas se han hecho para romperlas. Heredero de una de las familias más prestigiosas del mundo mágico, los Black. Simpatizantes del-que-no-debe-ser nombrado, con una fortuna que ni Black ni sus hijos conseguirían dilapidar por mucho que lo intentasen… relacionados por sangre con los Malfoy, los Crouch, los Beurk y los Prewett. El hermano pequeño, Regulus, se unió a las filas del-que-no-debe-ser nombrado y después de cambiar de idea, consiguió robar uno de los horcruxes… sin embargo, no pueden atacar a Black diciendo que su familia simpatizaba con el-que-no-debe-ser-nombrado, porque él los abandonó tan pronto acabó Hogwarts y se independizó. Además, está casado con una hija de muggles…"

"¿Los cargos que lo llevaron a Azkaban?"

"Todo fue revisado en un segundo juicio que llevó a cabo el Wizengamot. Hay que decir que Black se comportó con una elegancia encomiable cuando rechazó cualquier indemnización por haber sido condenado sin pruebas y sólo exigió un artículo extenso en El Profeta con una disculpa pública del Ministerio de Magia. La credibilidad del Wizengamot podía haber quedado francamente lesionada, ya que realmente no se le juzgó adecuadamente; se le mandó a Azkaban saltándose a la torera todas las leyes procesales mágicas. Poco tiempo después de que Potter derrotase al-que-no-debe-ser-nombrado, hubo una breve reseña en El Profeta informando del compromiso entre Black y Granger, y hace tres años que celebraron su boda. Antes de eso, la lista de sus conquistas era más larga que el curriculum de su esposa, pero desde que se casó no ha dado lugar a habladurías. El padrino de bodas de Black fue ni más ni menos que Potter…"

Santorini pareció bastante sorprendida con la noticia.

"¿Harry?"

"Eso parece contradecir los comentarios de Skeeter sobre los comportamientos inadecuados de la joven Granger… de cualquier forma, parece que la amistad entre Granger y Potter, así como con el otro muchacho, Weasley… se ha mantenido firme a lo largo de los años"

"Un apoyo incondicional… esto podría servir…" –murmuró Santorini pernsativa.

El secretario se mantuvo discretamente callado mientras su jefa rumiaba la ingente información que le había proporcionado. Volvió a fijar la vista en el curriculum académico de Hermione y asintió lentamente con la cabeza.

"Necesito una reunión con la prensa para mañana" –ordenó con suavidad. "Anule el resto de los compromisos, y asegúrese de que nadie nos molestará" –Santorini se levantó y se dirigió al ventanal que daba al jardín inexistente. "Contacte con El Profeta y con la revista Actualidad Mágica; hable con los directores de toda la prensa mágica mínimamente seria. Quiero un suplemento especial sobre Potter y los que lo ayudaron a derrotar a Voldemort, haciendo especial hincapié en Granger y Black; utilice cualquier excusa: quiero un artículo extenso, veraz y objetivo sobre Potter y Granger, que explique el papel que jugó ella en la derrota de Voldemort. Consígame un parte médico de San Mungo, explicando lo sucedido hace unos meses. En resumen, quiero que Granger salga de la sombra…"

El secretario asintió discretamente y salió del despacho, dejando a una pensativa Jefa de la Secretaría del Estado Mágico para la Seguridad. En seis meses Bowman McHorn se jubilaría y el puesto de Primera Consejera sería suyo, lo cual suponía el trampolín desde el que pensaba lanzarse al Ministerio de Magia. Gawayn Salisbury podría sustituirla durante un año, y eso le daría un margen de un año y medio para que el público comenzase a conocer a Hermione Granger. Afortunadamente, no hacía falta maquillar demasiado al personaje: su trayectoria personal era suficientemente impresionante como para crearle una bonita aureola de persona comprometida e intelectualmente brillante; además, había conseguido reformar a un irredento casanova como Sirius Black, lo que añadía varios puntos a su score y le daban cierto morbo. Incluso las fotos de la pareja rezumaban atractivo y quedaban bien en las revistas.

Santorini tomó asiento en su cómoda butaca de cuero y sonrió satisfecha. Sabía los hilos que había que mover para crear un personaje político. Ahora sólo necesitaba saber ofrecerle a Granger todo lo que ella pudiese desear.

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Cuando el timbre de la puerta de Mina Gray sonó insistentemente, la sanadora se preguntó con curiosidad quién podría ser un caluroso domingo por la tarde. El viernes había cenado con Harry en el apartamento del joven auror, pero tenía guardia el sábado, así que se había marchado después del postre, tras intercambiar unos cuantos besos más bien tibios. Gray notaba a Harry pensativo y un tanto seco, pero suponía que con tres bajas en su grupo éste se encontraba un poco saturado de trabajo y responsabilidades. Mina tenía miedo de agobiar al auror, así que mantenía cierta distancia entre ambos, intentando no presionarlo para que le contase qué demonios le ocurría. El problema era que no se daba cuenta de que su miedo a agobiarlo estaba causando que el joven interpretase su actitud como de indiferencia.

La sanadora abrió la puerta, tocándose imperceptiblemente la varita que llevaba en el bolsillo trasero de los pantalones, para darse de morros con el salvador-del-mundo-mágico, tan serio como si viniese de un funeral, mirándola con sus intensos ojos esmeraldas como si ella fuese uno de sus detenidos.

"¡Harry!"

"¿Puedo pasar?" –preguntó el joven Potter apoyándose en el dintel de la puerta.

"Cla… claro" –acertó a responder ella, abriéndole del todo la puerta.

El auror la saludó con un casto beso en la mejilla y se adentró en el fresco interior de la casa, a salvo de las altas temperaturas del Londres estival.

"Eh… ¿va todo bien?" –aventuró la sanadora al ver el semblante serio del joven moreno. Se sentó a su lado en el mullido sofá del salón, mirándolo con perplejidad. Harry le devolvió la mirada y por primera vez se dio cuenta de que ella iba vestida con unos pantalones cortos y una camiseta, tenía algunos arañazos y llevaba la varita bien visible.

"¿Qué estabas haciendo?" –inquirió con curiosidad.

"Limpiando el desván" –respondió ella con una mueca de desagrado. "Esta casa pertenecía a la familia de mi padre y sólo he vivido yo aquí en los últimos años. El desván está lleno de pequeñas pestes de todo tipo y durante mucho tiempo me he limitado a poner un hechizo de aislamiento en la puerta para que no pudiesen salir. Odio las limpiezas…" –explicó Mina cara de no gustarle demasiado esa debilidad suya. "No soporto entrar en el desván y empezar a oír toda clase de ruiditos desagradables…"

Harry sonrió ligeramente. Por supuesto, a la orgullosa sanadora no se le había pasado por la cabeza pedir ayuda a un experimentado auror… antes hubiera dejado que los duendecillos de Cornualles le arrancasen la cabeza.

"Vamos" –propuso el auror poniéndose en pie de un salto. "Limpiaremos el desván en cinco minutos y luego podremos hablar con calma"

"Déjalo, ya puedo yo sola…" –intentó escaquearse la sanadora, visiblemente ruborizada.

Harry enarcó una ceja.

"Vamos, para un auror una limpieza así es cosa de cinco minutos… hasta Cordelia podría hacerlo sin despeinarse" –explicó pensando que era el orgullo endiablado de Gray lo que le impedía aceptar su ayuda.

"De verdad que no hace falta…" –se resistió la sanadora con voz débil.

Harry le tomó las muñecas y la miró con seriedad.

"Mina… déjame ayudarte por una vez, por favor…" –le pidió. "Ya sé que puedes hacerlo sola, pero yo me dedico a esto…"

La sanadora claudicó con un suspiro y asintió con la cabeza. El verdadero motivo por el que no quería subir con Harry al desván no tenía nada que ver con su orgullo, pero al fin y al cabo quizás tuviese suerte y el auror fuese el primero en toparse con lo que realmente la atemorizaba, allí arriba.

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"¡Incarcerus!"

"¡Inmobilus!"

Mina observaba con la boca abierta cómo Harry, sin que se le despeinase (más) el flequillo, acababa casi sin mirar con los diferentes seres repugnantes que habían habitado durante años aquel cuartucho lleno de muebles mohosos. Estaba tan alelada mirándolo trabajar con la misma indiferencia con la que un muggle limpiaría las telarañas, que no se dio cuenta de que la catástrofe estaba por llegar.

Dio un par de pasos a un lado, apoyándose sin querer en la puerta de un armario apolillado que cedió con su peso, cayendo al suelo de madera en medio de una nube de polvo.

Sobresaltado por el ruido, Harry se dio la vuelta y la mandíbula se le desencajó de la sorpresa.

Mina miraba, con los ojos abiertos como platos, a un Harry Potter igualito a él, que la miraba a su vez con sorna desde el interior del destartalado armario.

"Hola, Mina" –sonó acariciadora la voz del falso Harry, apoyándose con indolencia en uno de los tablones de madera. Tenía un gesto de chulería más propio de un joven Sirius que del auténtico Harry. "Han sido unos meses divertidos, pero creo que es mejor que dejemos de vernos… no tenemos muchas cosas en común, ¿sabes?"

Harry vio que Mina palidecía bruscamente, sin saber qué hacer. Lanzó una mirada nerviosa hacia el auror, visiblemente incapaz de moverse ni actuar. Harry apuntó a su otro yo con la varita y, con gesto de hastío, pronunció el hechizo.

"¡Riddikulus!"

El boggart se convirtió en un dementor vestido con un llamativo traje de odalisca que intentaba con bastante poca gracia bailar la danza del vientre, para a continuación vaporizarse ante las narices de la pareja.

El incómodo silencio que se hizo a continuación podía haberse cortado con un cuchillo.

"¿Te da miedo que te deje?" –lo primero en oírse fue la voz grave de Harry, que miraba a la sanadora con disimulada sorpresa.

Mina suspiró profundamente, mientras intentaba por todos los medios salvar la cara.

"No es mi mayor miedo, Potter" –aclaró con sorna. "Pero has llegado sin que te esperase, y con esa cara de palo que traías, yo… he pensado…"

Harry no llegó a oír lo que la sanadora había pensado, porque antes de que ésta pudiese intuir su movimiento, llegó hasta ella con dos grandes zancadas y, sujetándola firmemente por la cintura, la besó hasta dejarla sin aliento.

"Quiero más…" –susurró Harry al oído de Mina. "Estoy harto de no poder salir a cenar contigo. Me importa un bledo salir en la portada del Profeta, del Quisquilloso o de Corazón de Bruja, o de todos a la vez. Quiero poder ir a buscarte a San Mungo, pasear contigo por el Callejón Diagon, y quiero…" –pareció dudar un momento, pero aflojó el abrazo y soltando una mano rebuscó en sus bolsillos –"…no quiero que te entre un ataque de pánico, pero me gustaría que llevases esto…" –añadió, acercándole a la sanadora una cajita forrada de terciopelo negro.

Mina tragó saliva, todavía aprisionada por el abrazo de Harry. Cogió la cajita y la abrió con cuidado, intentando no pensar en lo que parecía contener. Efectivamente, al abrirla, un sencillo aro de oro con un diamante engastado dejaba pocas dudas a la imaginación.

"No tiene que ser ahora, no quiero que te dé un ataque de los tuyos… pero quiero que nos vean juntos y que te vean esto puesto. No necesito fijar fechas ni formar la familia que no tuve… por mí, el matrimonio y los hijos se pueden esperar… pero quiero algo que diga que hay un compromiso entre nosotros…"

La expresión dubitativa de Mina dio paso a una tímida sonrisa. No tenía sentido negar ahora lo que sentía por él, y de todos modos dudaba que Harry tuviese el suficiente ojo interior como para adivinar lo que iba a pasar con el boggart y dirigirse a su casa pertrechado con un anillo de compromiso. Sacó el anillo de su tenso lecho de terciopelo, se lo colocó en el anular, tiró la cajita varios metros hacia atrás y cruzó los brazos tras el cuello de Harry, al tiempo que acercaba los labios a los suyos.

"Yo también quiero más…" –murmuró a escasos milímetros de su boca.

"¿No más esconderse?" –inquirió Harry sin dejar que consumase el beso. Mina negó con la cabeza. "¿No más citas a escondidas? ¿Podremos quedar a menos de diez millas de San Mungo?"

"Mañana puedes recogerme a las seis de la tarde, en el vestíbulo principal, y prometo recibirte con mi mejor beso para que todos vean que eres irresistible" –bromeó ella.

"Mmmmmmm… prefiero que me demuestres de otra forma lo irresistible que soy" –murmuró Harry dándole pequeños besos en el borde de la mandíbula para finalizar acariciando los labios de ella con los suyos.

Y Mina, claro, se lo demostró.

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"Si no entiendo mal, lo que me ofrece es trabajar en la Secretaría del Estado Mágico para la seguridad… como paso previo a ocupar su puesto algún día…" –resumió Hermione apoyándose de forma rígida en el respaldo de la silla. A su lado, Harry permanecía callado.

"El señor Potter me ha hablado mucho de usted, señora Black… y yo misma me he ocupado de revisar su trayectoria profesional. Está de sobras capacitada para el puesto, pero no tiene ni idea de política. Su cargo sería el de consejera, y dado que en el mismo es poco probable que recibiese hechizos o maldiciones, podría incorporarse tan pronto como quiera" –le explicó Santorini con voz neutra.

Hermione miró a Harry dubitativa. Desde que él le había hablado de las intenciones de Santorini, su cabeza no había parado de sopesar pros y contras.

"Usted es una auror capacitada, y es evidente que el cuerpo de aurores perderá a un miembro muy importante si usted lo abandona, pero piense en todo lo que se le ofrece: es mucho más sencillo luchar contra gente como Umbridge desde mi puesto que desde el suyo. Estoy segura de que le gusta su trabajo, pero lo que yo le ofrezco es otra forma de luchar contra la magia oscura"

"Efectivamente, me gusta mi trabajo…" –reflexionó Hermione pensativa. Aunque ahora que Voldemort estaba derrotado y la mayor parte de los mortífagos a buen recaudo en Azkaban, quizás había llegado el momento de hacer algo más. En su pasado, Hermione no había tenido demasiado tiempo que dedicar a la lucha por los derechos de los elfos, o a mejorar las relaciones entre las diferentes razas que poblaban el mundo mágico. Lo que le ofrecía Santorini era poner en práctica las ideas por las que había luchado siempre, aunque no a golpe de varita, sino mediante otras técnicas más sutiles.

"Señora Black, esto no es un contrato mágico vinculante" –aclaró Santorini con un gesto de tranquilidad. "Usted ha sido herida gravemente hace pocos meses. Un puesto de responsabilidad, en el que pueda tomar decisiones, pero en el que su salud no corra peligro, debería ser algo muy apetecible en este momento. Pero, además, si más adelante quisiera recuperar su puesto como auror, tanto el señor Potter como yo estaríamos más que dispuestos a hacérselo posible" –aunque Santorini utilizase este argumento para convencer a Hermione, estaba segura que la joven tenía madera de política.

Hermione miró a Harry, quien asintió con la cabeza.

"Sin embargo, hay algo que debe saber" –continuó Santorini sacando un ejemplar del Profeta de uno de los cajones de su escritorio. "Si decide aceptar mi propuesta, la opinión pública debe conocerla más a fondo. Este es un ejemplar de un número especial de El Profeta que será repartido junto con el número habitual dentro de… digamos… un mes"

Hermione no podía salir de su asombro. A lo largo de veinte páginas, ilustradas con fotografías mágicas en movimiento, estaba resumida la historia de la Orden del Fénix y de aquellos que habían ayudado a Harry a derrotar a Voldemort. "Los otros héroes en la sombra", se titulaba el artículo, y desmenuzaba, con un estilo escrupulosamente veraz, quién era quién en la Orden del Fénix. Sirius, Lupin, Ojoloco, Tonks… todos ellos estaban minuciosamente retratados, sin excesivos oropeles aunque de una forma un tanto descaradamente partidista. Los personajes en los que hacían más hincapié eran Hermione Granger y Ron Weasley, como amigos íntimos del salvador del mundo mágico. Si bien los comentarios sobre el matrimonio entre Hermione y Sirius eran un tanto almibarados, la chica no pudo menos que admitir que el periodista que había escrito aquel artículo se había documentado a conciencia. Miró a Harry, que leía el artículo por encima de su hombro, y a Santorini, que la miraba a su vez de forma impasible.

"Esto también es la política, señora Black" –afirmó la mujer de mayor edad asintiendo lentamente con la cabeza. "Todo el que se mete en esto debe saber que su imagen va a ser pública en cierta medida, y que su trabajo conlleva además una considerable proporción de relaciones sociales. Fiestas, recepciones, cenas… todo eso es también una parte mínima, pero obligatoria, de la política mágica. No voy ocultarle que su condición de hija de muggles no es habitual en este mundo y que hay muchos que no se lo van a poner fácil, pero estoy segura de que precisamente esto constituirá un acicate para usted. Si hubiese habido más hijos de muggles en puestos de poder hace treinta años, la subida al poder del-que-no-debe-ser-nombrado hubiese sido considerablemente más escarpada"

Si había un argumento perfecto que Portia Santorini hubiera podido esgrimir para convencer a Hermione Granger, era ése.

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Cuando Hermione llegó a Marauder Manor, cansada después de varias horas en el despacho de Santorini, todo lo que le apetecía era darse un baño caliente y echarse a dormir. Harry se había ofrecido a llevarla de vuelta a casa en escoba, pero la chica había decidido utilizar la red flú para llegar cuanto antes y reflexionar un rato metida en la gigantesca bañera de su dormitorio, antes de que llegase Sirius.

Sin embargo, cuando estaba en el suelo del salón sacudiéndose la ceniza de sus tejanos, una mano morena la ayudó a levantarse, sobresaltándola.

"Mmmmmm… ¿te había dicho alguna vez lo bien que te sientan los polvos flú?" –le preguntó Sirius con voz acariciadora, mientras la acercaba suavemente por la cintura y le besaba sensualmente el lóbulo de la oreja.

"Eh… ah… yo…" –balbuceó Hermione incapaz de articular nada coherente mientras una sensación electrizante le atravesaba la columna vertebral con cada beso de Sirius. "Iba a darme un baño…"

"Una idea excelente. ¿Te apetece compañía?" –propuso Sirius mientras le acariciaba la piel de la cintura por debajo de la ropa y empezaba a desabrocharle con desesperante lentitud los botones de la blusa.

Al cabo de unos segundos, Hermione se había derretido hasta tal punto que era lo más parecido a un charquito a los pies del merodeador. Todos sus planes de un baño relajante, a solas, para reflexionar sobre la propuesta de Santorini, se habían ido al garete. Logró a duras penas ahogar un gemido y sus puños se cerraron sobre la camisa del animago. Winny, la pequeña elfina que solía prepararles la cena se apareció a pocos metros de ellos con intención de ofrecerles un suculento banquete, pero cuando vio el febril apasionamiento en el que estaba inmersa la pareja los ojos casi se le salen de las órbitas y, colorada hasta las puntas de sus orejillas puntiagudas, desapareció lo más rápidamente posible que le permitieron sus poderes mágicos en dirección a la cocina.

Horas después, Hermione apoyaba la espalda, sentada en la bañera, en el pecho moreno del animago. El agua caliente, cubierta de una espesa capa de espuma fragante, los cubría casi hasta el cuello. Hermione tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el hueco del cuello de Sirius, quien le acariciaba los hombros y la porción superior de los brazos con ensoñadora lentitud.

"Así que Santorini te quiere en su equipo…" –murmuró Sirius al oído de Hermione.

"Mmmmmmm…" –asintió la chica incapaz de verbalizar algo en algún idioma conocido.

"No me parece mala idea" –constató Sirius inclinando ligeramente el cuello de la chica y mordisqueando sutilmente la piel bronceada donde latía el pulso. La sensación hizo que Hermione reaccionase y se incorporase ligeramente.

"¿No?" –preguntó girándose hacia el animago. "Pensé que no te gustaba demasiado todo esto de la política. Cuando vivías en Grimmauld Place no parecías tener una opinión demasiado buena de…"

"Cuando tú tenías quince años yo era un preso fugado de Azkaban que albergaba un cierto resentimiento contra el mundo mágico… no sin razón, debo añadir…" –la interrumpió Sirius mientras le acariciaba los costados con manos hábiles. "La clase política del mundo mágico siempre se ha nutrido de las más racistas y despreciables familias de sangre limpia, pero ahora que Voldemort está bien muerto y enterrado, las cosas son diferentes. Santorini tiene razón: la presencia de hijos de muggles en política es algo muy positivo para que la discriminación vaya desapareciendo progresivamente… Además, si te hubieran ofrecido algo así cuando te dieron el alta en San Mungo lo hubieras aceptado sin dudarlo…"

Hermione volvió a apoyarse en Sirius y tuvo que reconocer que éste tenía razón.

"Además" –murmuró el animago, su voz produciendo una ligera vibración en el cuello de la chica–, "a lo mejor no te vendría mal evitar el trabajo de campo unos meses más… si los sanadores te permiten por fin tener hijos…"

Hermione abrió los ojos de golpe. Se incorporó, se separó de Sirius y cambió de posición, mirándolo de frente. Sirius le limpió un copo de espuma que se había posado en su nariz e, inclinándose hacia ella, la besó con suavidad.

"Hijos…" –murmuró ella con voz suave. A su mente vinieron las imágenes de Sirius jugando con el pequeño Charles Lupin, haciéndolo reír con tanto entusiasmo que el enano se había hecho caca encima. La verdad es que desde que la sanadora le había prohibido los embarazos se había obligado a sí misma a olvidar el tema, pero Sirius tenía razón: en unos meses esa prohibición desaparecería.

"Si prefieres esperar, yo no tengo ningún problema, pero cuando Mina te prohibió quedarte embarazada vi que no te hacía ninguna gracia, así que pensé que…"

El animago no pudo continuar. Hermione se le había lanzado al cuello con tanto ímpetu que una oleada de agua espumosa saltó de la bañera y salpicó las baldosas, y ahora lo estaba besando con tal ardor que Sirius empezó a notar cómo la temperatura ambiente subía unos cuantos grados.

"¿Esto quiere decir que le encuentras nuevos atractivos a la propuesta de Santorini?" –inquirió Sirius divertido, separándola ligeramente.

Hermione lo miró con los ojos brillantes. Ante ella se abría un nuevo horizonte de posibilidades: un trabajo que cumplía muchas de sus expectativas, que le ofrecía la posibilidad de cambiar las obsoletas reglas sociales y políticas del rancio mundo mágico; un amor correspondido que la hacía más feliz de lo que nunca había sido en su vida, y la posibilidad de acunar entre sus brazos a un pequeñajo de ojos grises y brillantes mechones negros. O una pequeñaja de ojos grises y brillantes mechones negros. O un pequeñajo de ojos castaños y pelo alborotado. O una pequeñaja de ojos castaños y rizos negros. O…

Hermione salió de su ensoñación cuando notó que Sirius había parado sus relajantes caricias. Elevó los ojos y vio allí, mirándola con evidente adoración y una sonrisa torcida que presagiaba que en un par de horas no la dejaría salir de la bañera. Recordó las últimas palabras del otro Remus, al que ella había conocido tan bien, preguntándole si al utilizar el transportador temporal no le importaba arriesgarse a saltar de la sartén al fuego. Se acercó lentamente a Sirius, deseando hambrienta el contacto con la piel bronceada del animago, y pasándole los brazos por el cuello se paró a unos milímetros de su boca.

"Si esto es el fuego, espero arder eternamente" –murmuró.

Y por la respuesta de Sirius, él parecía pensar lo mismo.

FIN

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Y ahora sí, por fín, este es el final definitivo del fic. Me da pena, la verdad, pero por otro lado con mi trabajo actual tampoco es que tuviese mucho sentido andar actualizando una vez al año.

A todos los que habéis disfrutado con la lectura, gracias. A todos los que os ha gustado el fic hasta ahora, espero que el epílogo también os guste. A todos los que habéis dejado review, muchas gracias, y a todos los que habéis dejado esos reviews tan elaborados y maravillosos, muchísimas, muchísimas gracias. Al fin y al cabo, un escritor (aunque sea un escritor de fics) escribe para un público, para ser leído, y para compartir las (locas) ideas que a uno se le pasan por la cabeza.

El dejar el fic aquí, con todo un futuro por delante para Sirius y Hermione, ha sido premeditado. Para nadie es un secreto que yo he odiado profundamente el epílogo de los libros de Rowling, porque pasa de los tenebrosos días de la segunda guerra, durante los cuales nuestro trío de oro vive peligrosamente con la sombra de Voldemort ciñéndose sobre ellos, cada vez más cerca a medida que pasan los meses, al aburguesamiento más… soporífero, cargados de niños y con mi querida Hermione lanzándole confundus al examinador de Ron para que éste apruebe el carnet de conducir… en fin, sin comentarios. Nuestros protagonistas pueden tener hijos, una casa y si me apuras una hipoteca, pero jamás dejarán de ser la verdadera esencia de la Orden del Fénix.

Bueno, no sigo que me pongo melancólica. Ha sido un placer, de verdad. Un beso enorme para todo el mundo, y espero haberos proporcionado momentos agradables.

Lara

1 Porridge: gachas de avena, desayuno típico inglés.

2 Lord John Roxton: aristócrata aventurero inglés, personaje de la novela "El Mundo Perdido" de Sir Arthur Conan Doyle.

3 Camden Town: barrio londinense.