Autora: Eleonora1
Traductoras: Alima 21
Pareja: Severus/Remus
Clasificación: PG-13
Advertencia: Mpreg
Negación: J.K. Rowling los posee a todos. Yo simplemente juego con ellos un rato. Oh, y poseo a Sandrine, Daniela, y alguna otra cosa que no reconozcas de los libros.
Resumen: Luego de una transformación, Remus resulta herido y deja a su hija a cargo de su otro padre: Severus Snape
Hola a todos, aquí llegamos con una nueva traducción, esperamos que les guste. Besitos mil
Ser un Padre
Capítulo 1
-¿Andrómeda?
-¿Sí?- preguntó Andrómeda Tonks, levantando sus ojos hacia su marido-. ¿Qué pasa, Ted?
-Sólo me pregunto...- suspiró Ted, entonces bajó el diario "El Profeta" de sus manos-. La luna llena fue anteayer. ¿Has sabido de Remus ya?
Andrómeda palideció inmediatamente.
-Oh, dulce Merlín- susurró-. Estás en lo correcto, Ted. No nos ha enviado una lechuza aún.
-Y siempre lo hace- puntualizó Ted-. Cada día después de la luna llena, nos envía una lechuza. Nunca antes ha fallado en ponerse en contacto con nosotros.
-¿Qué quieres decir, preguntó Nymphadora, su hija-. ¿Quién no ha enviado una lechuza aún?
La chica acababa de bajar con toda la gloria de sus quince años. Ese día tenía el pelo rubio y los ojos verde brillante. Hubiera estado realmente guapa, de no ser por las manchas de chocolate en su blusa blanca y las arrugas en su falda. Aunque debería estar en Hogwarts justo ahora, de alguna manera se las había arreglado para coger una desastrosa gripe mágica casi al final del verano, así que aún permanecía en casa para recuperarse. Regresaría a la escuela una semana más tarde.
-Remus no la ha enviado- la respondió Andrómeda-. Y estamos preocupados de que le haya podido suceder algo.
-¿Entonces, por qué no vas y le echas un vistazo, entonces?- sugirió.
Los adultos intercambiaron miradas.
-Bien, mira, Nymphadora... Le prometimos no vigilarle- explicó Andrómeda, intranquila.
-Exacto- dijo Ted, y suspiró-. No sé realmente si alguien le ha visto desde la muerte de los Potter. Sólo nos envía lechuzas a nosotros, de forma regular una vez a la semana, y siempre el día después de la Luna Llena.
-¿Por qué continúa enviándoles lechuzas?- preguntó con curiosidad la joven bruja-. ¿Por lo menos, por qué de forma tan regular? ¿Hay alguna razón o algo así?
-De hecho... Ted parecía pensativo-. Efectivamente, hay una razón, ahora que pienso más en ello. Tu madre, verás, simplemente no le dejaría vivir solo, no cuando cualquier cosa puede pasar. Se preocupa especialmente durante la Luna Llena.
-Y le obligué a hacer una promesa- continuó Andrómeda, ahora recordando los acontecimientos de años atrás-. Permaneceríamos lejos mientras se comunicara con lechuzas. Una lechuza cada semana, y una el día después de la transformación- dio la vuelta hacia Ted, una sonrisa en su cara-. Así que podemos ir y echarle un vistazo- se dio cuenta.
-Podemos- contestó Ted-. Y lo haremos. Ahora también estoy preocupado. Nunca ha faltado una sola lechuza. Él está, al menos, manteniendo su promesa.
-Vayan, no se preocupen por mí- dijo Nymphadora feliz-. Sólo haré algo de té, no voy a ir a ningún sitio.
Andrómeda rodó sus ojos hacia el techo, intercambiando otra vez miradas con Ted mientras se preparaban para desaparecer. La bruja mayor había dejado su varita en la sala de estar, así que caminó hacia allí. En el momento que agarraba su varita en la mesa pequeña, oyó un ruido estrepitoso y la voz de Nymphadora:
-Oh, mamá, lo siento tanto... Pero nunca te gustó de esa tetera de todos modos, ¿cierto?
Riéndose entre dientes ligeramente, agarró su varita y murmuró las palabras requeridas para desplazarse con magia. Con un ruidoso, "CRACK," desapareció.
Un momento después, Andrómeda y Ted estaban parados delante de una pequeña cabaña. Miraron alrededor de sí mismos durante un rato, familiarizándose con el desconocido entorno.
En realidad, todo lucía absolutamente bien. El pequeñito jardín alrededor de la cabaña estaba bien cuidado, un par de flores tardías aún rebosaban belleza en el macizo de flores. La cabaña en si misma, aunque aparentemente vieja, tenía una curiosa pintura blanca en sus paredes, y estaba en apariencia en buenas condiciones. Después de todo, parecía que Remus cuidaba de su casa.
Preocupados por hombre lobo, caminaron a la puerta. Andrómeda levantó la mano y llamó, audiblemente.
Por un momento, no oyeron nada. Justo cuando que se preparaban para abrir la puerta, ésta fue abierta desde el interior. Se adelantaron un paso para ver a Remus.
Pero miraron a una pequeña muchacha en frente de ellos.
Ella tenía los familiares ojos ámbar de Remus, y la misma cara redonda y pálida piel. Incluso su nariz levemente respingona era igual a la que tantas veces habían visto en la cara de su amigo. Pero su pelo largo no era castaño; era más oscuro, el más sedoso pelo negro que jamás habían visto, y caía en una trenza hasta su cintura. Llevaba puesta una pequeña túnica azul, y por su tamaño parecía tener unos cinco años.
-¿Quién... quién eres tú?- consiguió preguntar Andrómeda por fin, después de recuperarse de la impresión-. ¿Qué estás haciendo aquí?
-Mi nombre es Sandrine Raïssa Lupin-Snape- dijo la niña, su voz vacía como si ella estuviera repitiendo algunas palabras memorizadas-. Mi mamá fue lastimado en la Luna Llena, y mi padre es Severus Snape. Mamá le dejó una carta. ¿Puede ayudarme?"
Al oír esto, sus miradas fijas no disminuyeron lo más mínimo.
La muchacha se inquietó bajo sus miradas.
-Vengan a ayudar a la mama- rogó-. ¡Está enfermo y no puedo ayudarle!
Aturdidos, siguieron a la niñita mientras caminaba a través del pequeño apartamento. Luego, cuando la muchacha abrió la puerta de un pequeño dormitorio, entraron detrás de ella.
-¡Mami, vinieron!- exclamó-. ¡Justo como dijiste! ¡Vinieron!- corrió a la cama, donde yacía una silueta casi inmóvil.
-¿Remus?- habló en voz baja Andrómeda, conmocionada. Miró a su viejo amigo. El hombre lobo estaba tumbado en su cama, pareciendo medianamente inconsciente. Tenía cortes profundos en la cara, estaba mortalmente pálido, y lucía como si estuviera muerto de hambre, estaba tan delgado.
Remus levantó sus ojos hacia ellos.
-Andrómeda- dijo, su voz áspera y cansada-. Recordaste...- después cerró sus ojos y no habló más.
-¿Mami?- dijo la muchacha con angustia en su voz-. ¿Mami? ¡Mamá, despierta!- miró a los dos adultos, diminutas lágrimas brillando en sus ojos ámbar-. ¡Ayúdenme, por favor!- pidió-. Mamá está enfermo. ¡Él siempre despierta cuando se lo pido!
Andrómeda se agachó y extendió los brazos a la muchacha.
-No te preocupes, pequeña- dijo, su propia voz ronca con las lágrimas-. Ayudaremos a tu mamá. Lo prometo.
Ted caminó al lado de la cama de Remus e intentó tomar su pulso.
-Está vivo- dijo-. Pero inconsciente. No creo que sea prudente moverlo, no sabemos qué le sucedió.
-Fue lastimado en la Luna Llena- dijo la muchacha, no yendo a los brazos de Andrómeda. Ella jugueteó nerviosamente con un mechón de su pelo negro-. Cuando era un lobo. El lobo lo dañó.
-¿El lobo?- repitió Andrómeda, impresionada-. ¿Él era un lobo? ¿Cómo fue que el lobo no te dañó?
-Soy su cachorro- explicó la muchacha con el tono que uno usa para decir algo muy simple a un niño muy pequeño-. El lobo nunca daña a su cachorro- entonces miró otra vez a Remus-. ¿Es capaz de ayudarlo?
-Así lo espero, pequeña- dijo Andrómeda, sin intentar parar las lágrimas que caían por sus mejillas-. Realmente espero eso. Extendió los brazos otra vez, y esta vez, la muchacha se acercó a ella. La abrazó firmemente, intentando calmar tanto a si misma como a la niña. Luego la dejó alejarse un poco y sonrió tan tranquilamente como podía-. ¿Cuál era tu nombre?- preguntó.
-Sandrine Raïssa Lupin-Snape- contestó, pronunciando el nombre a la manera francesa-. Lupin es por mamá y Snape es por mi padre, pero él no sabe de mí.
-Entiendo- contestó Andrómeda, a pesar de que no entendía en absoluto-. ¿Dijiste algo sobre una carta?
-¡Oh!- exclamó Sandrine, su expresión alegre otra vez-. ¡Sí! Mamá dejó una carta para darle.
-¿Él sabía que veníamos?-preguntó. Este hecho era un poco sorprendente. Remus, en su condición actual, realmente no podía escribir nada. Por lo tanto, había tenido que escribir la carta antes de la Luna Llena.
Había estado prediciendo algo así.
-Por supuesto- contestó Sandrine, despreocupadamente-. Dijo que si resultaba herido o moría, dos personas vendrían aquí, y esas personas eran amables y debería confiar en ellas. Y debería decirles quien soy y darle una carta, y vinieron, justo como dijo- entonces se soltó de ella y salió corriendo de la habitación.
Andrómeda y Ted intercambiaron miradas.
-¿Bien?- preguntó Andrómeda nerviosamente mientras Ted terminaba su reconocimiento.
-Vivirá- contestó brevemente Ted-. Si conseguimos ayuda inmediatamente. Iré y traeré a otros aquí también, preocúpate de la niña.
-De acuerdo- asintió ella. Entonces, con un tono asombrado, dijo:
-Sabes... lo que dijo sobre su padre...
Ted asintió.
-Imagina- sólo dijo él-. ¿Recuerdas cómo Remus parecía estar mejor junto con Snape que con nadie más?
Andrómeda no pudo sino estar de acuerdo.
-Sólo me pregunto porqué no dijo nada a nadie.
-Tenía sus razones, estoy seguro- con estas palabras, Ted desapareció.
-¿Donde fue?- Andrómeda oyó una pequeña voz desde el umbral.
-Fue a traer ayuda para tu mama- dijo, sonriendo suavemente. Entonces notó algo en la mano de la muchacha-. ¿Esa es la carta?- preguntó.
Sandrine asintió.
-Debe leerla- dijo, entonces subió a la cama de Remus y se sentó a pie de la cama, muy cuidadosa de no tocar a su padre hombre lobo.
Andrómeda abrió el pergamino.
Andrómeda, Ted, si son ustedes, decía la carta, o cualquier otra persona. Si están leyendo esta carta, significa que he sido lastimado o muerto durante la transformación de Luna Llena. Por tanto, pido su ayuda.
La niña que les dio esta carta es mi hija, Sandrine. Sandrine Raïssa Lupin-Snape. Nació el 6 de junio de 1982. Por la gracia de Merlín, ella no es licántropo. Su padre, como ella ya les debe haber dicho, es realmente Severus Snape, a quien estoy pidiendo que informen del caso.
Parpadeó. De hecho, Remus obviamente había estado prediciendo algo así. Probablemente había escrito esta carta hacía años, además de que enseñó a su hija cómo debía comportarse cuando "las dos personas," Andrómeda y Ted, vinieran. También se dio cuenta de que la muchacha tenía casi siete años, no cinco, como pensó, era simplemente tan pequeña y ligera como Remus lo fue siempre.
Si estoy muerto o muero por mis heridas, pido a Severus que cuide de la niña, o en el caso de que sea incapaz o poco dispuesto a hacerlo, a Andrómeda y Ted Tonks, que son su madrina y padrino. Ella Asistirá a Hogwarts en 1993, porque muestra ya signos de magia. Dejo todas mis posesiones a ella, no que sean muchas. La llave de mi cámara acorazada en Gringotts, 113, está en el cajón superior de mi mesita de noche.
Sólo puedo pedir que ayuden a mi pequeña hija y a mí.
Remus Lupin
-¿Qué dice?- preguntó Sandrine tan pronto como bajó la carta de sus manos.
-No mucho- agitó su cabeza-. Apenas quien eres, cuando naciste, y con quien vivirías si algo le sucediera- miró a la niña-. ¿Te dejaba esta carta cada Luna Llena?
Sandrine asintió.
-Decía que cuando era demasiado joven para dármela la sujetaba en mi ropa- la estudió cuidadosamente-. ¿Cuál es su nombre?- pidió repentinamente.
-Andrómeda Tonks- contestó-. Puedes llamarme Andrómeda. Y mi marido, el que se fue, es Ted."
-Vale- asintió Sandrine-. Papá dijo que debo confiar en ustedes, y creo que tenía razón. Es simpática.
-Gracias- dijo, sonriendo suavemente.
Repentinamente, oyeron la puerta abrirse.
- ¿Donde está?-gritó una voz femenina.
-Está aquí- contestó Andrómeda. Se tranquilizó. Reconoció la voz de Daniela Smithson, un miembro de la Orden, sí, pero también una medibruja experimentada. Seguramente podría ayudar a Remus.
Pronto Daniela se precipitó en la habitación. Levantó una ceja cuando vio a Sandrine, pero no preguntó nada, Daniela era de las que nunca mostraba su curiosidad. En lugar de eso, fijó los ojos en Remus.
-Uh-oh- murmuró, agitando la cabeza. Después de un breve reconocimiento muy similar al que había hecho Ted, chasqueó la lengua-. Tenemos que llevarlo a San Mungo...
-¿Es seguro moverlo hasta allí?- preguntó Andrómeda, suspicazmente.
-Creo que sí- contestó Daniela, colocando un mechón de su pelo dorado detrás de su oreja-. Sólo tenemos que esperar hasta que Ted vuelva, dijo que iría a traer a Mark y Louis.
-¿Mark y Louis?- Andromeda no pudo evitar sino reírse entre dientes-. ¿Y cómo, ruego me digan, van a ser de utilidad en este caso?
Daniela la miró astutamente.
-Tal vez no son medibrujos, pero pueden ser de utilidad- dijo.- Recuerda que Mark está autorizado para crear trasladores siempre que lo vea necesario, una verdadera ventaja de tener un funcionario del Ministerio por marido, y Louis es bastante fuerte para llevar a Remus durante el viaje en traslador y no bajarlo o dejarlo caer cuando lleguemos al hospital.
-Llevaré a la niña a nuestra casa- dijo-. Si Remus va al hospital, alguien tiene que cuidar de ella hasta que informemos al otro padre.
Daniela asintió brevemente, pero sin embargo no preguntó nada más, algo que era muy agradecida de. Si Daniela hubiera preguntado algo, pronto haría preguntas para las que Andrómeda no tenía respuestas, como cómo y cuando y porqué.
-¿Tienes hambre?- preguntó a Sandrine.
-Un poco- admitió la muchacha-. Comí chocolate por la mañana, pero después he estado ayudando a mamá y no tuve tiempo para comer nada.
Asintió.
-Muéstrame la cocina y nos prepararé algo para comer, ¿vale?- sonrió-. No te preocupes. Daniela cuidará bien de tu mamá.
Sandrine asintió y resbaló de la cama. Siguió a Andrómeda a la cocina, sin decir una palabra en todo el tiempo.
-Ahora sabemos que está mal con tu amigo- dijo la medibruja a la que Andrómeda acababa de preguntar sobre el estado actual de Remus-. Aparentemente, mientras se transformaba en la última Luna Llena, había olor de un desconocido en su casa. Como el lobo no está acostumbrado al olor de nadie sino él y su cachorro, prácticamente enloqueció. Intentando alcanzar al desconocido pero no pudiendo, se mordió y arañó de una forma mucho peor que habitualmente, además de que se arrojó contra las paredes varias veces. No sólo tiene cortes profundos y heridas, sino también severas heridas internas.
Jadeando con sorpresa, Andrómeda juntó sus manos apretadamente-. ¿Se... se recuperará?- preguntó, desesperada por una respuesta.
-Con un poco de suerte, sí- contestó la medibruja-. Tiene todas las posibilidades para recuperarse por completo, si va todo a bien- echó un vistazo a sus papeles, entonces preguntó-. ¿Hay alguien que sea capaz de cuidar de la niña durante el tiempo que el Señor Lupin esté en el hospital?
-Sí- contestó ella firmemente-. Yo y mi marido cuidaremos de ella, como Remus deseaba, si nadie más ayuda. Sin embargo, como Remus también pidió en su carta, primero voy a contactar con el otro padre de la niña.
-Muy bien- la medibruja hizo algunos garabatos en sus papeles, entonces dijo-, ¿quieres que le enviemos una lechuza ahora? Actualmente Sandrine está bajo el cuidado de una de nuestras medibrujas, no necesitas preocuparse de ella.
-Sí, creo que será lo mejor.
ºººººº
Severus Snape frunció el ceño mientras una lechuza picoteaba en la ventana de sus habitaciones personales. Levantándose del sofá, caminó hacia la ventana y la abrió, permitiendo a la lechuza la entrada. La lechuza voló adentro, dejando caer una nota en la mesa, luego levantó el vuelo otra vez, aparentemente no había recibido orden de esperar una respuesta.
Frunciendo el ceño otra vez, tomó el trozo de pergamino.
Hay alguien en San Mungo a quien le gustaría verle, leyó en la pequeña nota. Está en la habitación número 237. Llegue tan pronto como le sea posible. Andrómeda Tonks."
Resopló. ¿Quién podría requerir su presencia? Todavía más, ¿quién llamaría a Tonks para contactar con él en vez de enviar una lechuza directamente? Dio la vuelta a la nota para ver si había alguna clase de explicación allí.
Viendo el otro lado de la nota, se congeló. Con la misma, letra clara, estaba escrito allí, en el revés de la misiva:
P.D. Si alguna vez amaste a Remus, vendrás. – AT
Severus recordó todas esas tranquilas noches, tumbado al lado de su amante, sus brazos envueltos alrededor de la estrecha cintura, la cabeza de Remus apoyada contra su hombro. También recordó todas las promesas de amor susurradas, toda la intimidad, la cálida seguridad de caricias que intercambiaban en esas largas noches, además de los días que pasaban volando mientras estaba con Remus, pero avanzaban dolorosamente lentos cuando estaba separado de su único amor. Recordaba cada momento de cada día que pasó con Remus, cada ola del calor que atravesaba su cuerpo con un simple toque del hombre lobo, cada íntimo momento del amor compartido.
Pero más que otra cosa, recordaba la mirada dolida en la cara de Remus cuando le dijo que ya no lo amaba. Y recordaba la culpabilidad y el dolor en su propio corazón por tener que mentir a su amante.
Tuvo que hacerlo, al menos eso era lo que continuaba diciéndose a sí mismo. No había nada que gustara más a Voldemort, que usar a las personas que la gente más amaba contra ellos mismos. Si su relación con Remus hubiera sido descubierta, Remus habría resultado lastimado como castigo hacia él cada vez que fallara al Señor Oscuro. O, aún peor, el hombre lobo habría sido forzado a volverse del lado oscuro, y ese era un destino que nunca desearía a su amante.
Entonces, cuando Voldemort fue derrotado, sólo un par de días después de su ruptura, se sintió aliviado, ahora nada podría dañar a Remus. Pero, también se había sentido decepcionado, porque Remus ahora lo odiaba. No había marchas atrás una vez que había dicho aquellas palabras.
No se había olvidado de su amor a pesar de los años. Había creado en verdad una gruesa, dura cubierta. Nunca mostró ningún sentimiento por nadie. Pero a veces, esperaba que pudiera haber sido diferente, que quizás hubiera podido vivir con Remus. El peor dolor, con diferencia, era cuando veía niños, no los mocosos molestos que tenía que enseñar cada día, no, sino niños pequeños con ojos grandes y sonrisas adorables. Siempre que los veía, se atrevía a pensar que podrían ser suyos. De Remus y él. Nada deseaba tanto como sus propios niños; un pequeño pedacito de la perfección que era Remus, incluso corrompido con su propia oscuridad, era más de lo que podría pedir jamás.
Y amaba a Remus. Aún lo amaba.
Severus Snape dejó sus mazmorras. Una vez que alcanzó el exterior de las barreras anti-aparición de la escuela, desapareció inmediatamente, apenas para aparecerse en un callejón cerca del hospital San Mungo.
Habitación número 237. Allí estaba, justo delante de él.
Severus pensó en las posibilidades otra vez. Asumió que fue Remus quien había pedido a la mujer, Tonks, que contactara con él. ¿Pero qué le habría podido suceder a Remus?
"Intenta otra vez", pensó amargamente. "¿Qué no podría haberle sucedido?"
Había tantas posibilidades. ¿Quizás había ido algo mal durante la transformación? ¿Quizás un hombre que odiaba a los hombres lobo había descubierto lo que era y le atacó? ¿O quizás sólo tenía una enfermedad, algo que el sistema inmune de su hombre lobo no podía combatir?
Sea lo que fuese, había sólo un camino para descubrirlo. Y ese camino era pasar adentro. Con un hondo suspiro, el Profesor de Pociones abrió la puerta, entrando a la habitación del hospital.
Severus miró a las dos personas en la habitación. En la cama del hospital yacía efectivamente Remus Lupin, luciendo extremadamente delgado, enfermo y débil. En una silla pequeña al lado de la cama se sentaba una niña pequeña, quizá de seis años, garabateando en un trozo de pergamino. Llevaba puesta una túnica verde con forro azul, y su pelo, largo y negro, estaba sujeto en una coleta. Con excepción del pelo negro, lucía como una réplica en miniatura del hombre lobo.
-¿Quién es usted?-preguntó la pequeña, levantando sus brillantes ojos ámbar hacia él mientras estaba de parado allí por un momento, demasiado atontado para decir nada.
-¿Yo? Soy Severus Snape- contestó, forzándose para volver a la realidad.
-¿De verdad?- la cara de la niña pareció iluminarse. Tiró el pergamino y la pluma al suelo, se puso de pie y corrió hacia él-. Mi nombre es Sandrine Raïssa Lupin-Snape- dijo alegremente-. Eres mi padre.
-¿Err... Excúsame?- simplemente miró a la jovencita. La había oído mal o algo así. Esto no podía ser verdad, esto era demasiado extraño para ser verdad.
La niña, ¿Sandrine, sonrió.
-Mamá dijo que no sabías- explicó-, pero eres mi padre- entonces dio la vuelta-. ¿No es él mi padre, mamá?- preguntó en voz alta. Saltó al lado de la cama y preguntó otra vez-. ¿No es él mi padre?
No hubo respuesta.
-No juegues conmigo, mami- gimió-. ¡Mami, di algo!- volteó su cabeza para mirar a Severus, que aún estaba demasiado atontado para moverse-. Dile algo- ordenó firmemente-. Estaba despierto. ¡Dile que deje de jugar y me conteste!
Severus se obligó para caminar adelante. Paró al lado de la cama y miró la silueta inmóvil que yacía en ella.
-Um... ¿Lupin?- pidió vacilante-. ¿Lupin? ¡Despierta!
Aún así, el hombre lobo no respondió.
Notándose levemente nervioso, y sintiendo la intensa mirada de la niña fija en él, cogió una mano y examinó el pulso. Estaba allí, pero era muy débil, casi inexistente.
Sin dudar un momento, presionó el botón que se utilizaba para llamar a la medibruja de guardia.
-¿Qué pasa ahora?- preguntó Sandrine, sonando preocupada-. ¿Algo está mal con mamá?
-Nada está mal- dijo, fingiendo una sonrisa-. Tu... mamá... está sólo un poco cansado. Llamé a una medibruja para que le cuide.
-Bien- la pequeña aún no apartaba su mirada de él.
-¿Qué te está molestando ahora?- preguntó, sintiéndose levemente nervioso bajo mirada de esos ojos ámbar.
-Mamá dijo que si sucedía algo, alguien tenía que cuidarme- contestó-. Dijo que si tú no querías, entonces Andrómeda y Ted lo harían. ¿Me cuidarás?
-¿Yo qué?- Severus no se había sentido tan nervioso en muchos, muchos años. Ni siquiera durante su juicio. La última vez había sido... La última vez había sido cuando había tenido que mentir a Remus para mantenerlo a salvo.
-¿Quieres cuidarme? Hasta que mamá mejore, por supuesto.
-Bien...- vaciló por un momento, entonces suspiró-. Sí- dijo con una voz muy suave-. Sí, te cuidaré.
Continuará…