Nuestra historia comienza una fría noche de invierno.

Eryen, una mujer joven y aparentemente frágil, aprieta los ojos y los dientes con fuerza, intentando poner todo su empeño en que nazca su hijo.

El padre, dando vueltas por la habitación, lanza fugaces miradas a la mujer, sin atreverse a acercarse más a ella.

Dos rollizas comadronas cuidan a la mujer, que se ve agotada por el esfuerzo de dar a luz, y llora y grita y suplica el abrazo de su hombre, que, sin embargo, hace oídos sordos y sale de la habitación, sintiendo que el cielo se precipita sobre su cabeza.

Pasan los minutos, y tal vez una hora, y un llanto se deja oír tras las paredes.

Un recién nacido saluda a su nueva vida, y la mujer, llorosa, lo abraza y besa, llamando jadeante a su marido, que sigue fuera, sentado, con los ojos abiertos fijos en el suelo, maldiciendo la hora en que conoció a esa mujer...