Capítulo 27Confianza.

En ti, Señor, he puesto toda mi esperanza: no sea yo confundido eternamente. (Te Deum)

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Casi el mediodía. Edward regresaba al hogar, las piernas débiles, soportando el peso de su inconcluso corazón. El sol le borraba la sombra y los sentidos, dejándole crepitar en la piel una luz ardiente. Contrario a su propia suposición, no estaba sordo al universo por completo, pues al ingresar en la cocina oyó la sentencia con perfecta claridad:

-Al te vio.

-¿Eh?

-Que Al te vio. Besando a Roze. –Hubo una mirada fugaz pero terrible, autoexplicativa, de parte de Winly.

-Ah, es que… yo…

-Sí, lo que digas. Pero te aconsejo dar unas vueltas para pensar qué le dirás a Al antes de subir las escaleras, porque como le hagas llorar de nuevo, te prohibiré entrar en mi casa.

Fue bastante para hacerle retroceder sobre sus pasos, internarse en el lavadero y decidir pensar. Decisión audaz si las hay.

-A Winly le encantaría la idea de una boda doble.

Ah… eso. Eso había dicho el tonto, tonto Alphonse. Si los malentendidos fueran sanguijuelas, no habría otras más gordas que las de la familia Elric. Lo que quedaba por decir era un exceso de oscurecimientos. Tanta palabra acumulada le empantanaba el paladar, creando una blanca extensión entre los objetos y sus nombres. Pero para que el agua se viera limpia, alguien tendría que tomarse el trabajo de ensuciarse hasta los codos y quitar el fango que aguardaba en el fondo. Salió.

Ignoró el azul inquisidor, su preocupación dulce, su amor de mujer, su decepción. Hizo del subir una ceremonia, reafirmando su determinación en cada escalón. Dio tres golpes en la delgada madera que lo separaba de su hermano.

-¡No hay nadie!

Y la voz de Alphonse fue pura, transporte de identidad.

De una patada, derribó la puerta sellada con alquimia. Contempló a aquella masa convulsa, húmeda de llanto, arrinconada contra el borde de la cama; un hoyo en el suelo cuyas manos enguantadas amagaban el gesto de ahuyentarlo. Mas él, que de algo tenían que servirle la edad, las memorias extra, la costumbre del horror, se le adelantó, encadenándole las muñecas.

-Esta vez… hablaremos.

El tironeo incesante y las lágrimas le hicieron compadecerse. Arrodillándose, le secó y besó las mejillas.

-No voy a casarme con Roze, fue un malenten--

-¡¡Dijiste que me amabas!!

A esto Edward reaccionó con un espasmo. No era lo que esperaba; no se le parecía ni un poquito. Atinó a la inmovilidad, las pestañas como atadas a las cejas.

-¡¡Y dijiste… dijiste que podía confiar en ti!! ¡¡Que podía confiar…!!

-S—sí puedes conf--

-¡¡NO!! ¡Son todas mentiras, mentiras, eres igual a todos los otros, la misma maldita cáscara repleta de mentiras!

-A—Al, de qué estás ha--

-¡Cállate! ¡Ya no quiero oír más nada! Es todo falso, falso, a nadie le importo en realidad, a nadie le importaré nunca… y yo creí… yo que creía que tú…

La cara de niño estaba contraída de rencor, prescindiendo de palabras para vomitar el odio insaciable. Forcejeaba con las cadenas semejando un animalito rabioso, una pequeña y bella mascota que hubiera sido malamente descuidada por sus dueños, maltratada, violentada sin motivo. Tenía los ojos irritados como si hubiera querido arrancárselos, y fallado.

Edward, por su lado, estaba consternado. No le resultaba razonable relacionar el asunto con Roze. No, en lo más mínimo.

Estuvieron así largo rato, apartados, sin verse, luchando con sus respectivas tendencias a la confusión. Winly estimó propicio el no llamarlos a almorzar.

-Marta… -Habló Alphonse, al fin. -…está muerta.

-¿Q—qué?

-No sólo eso. Sé que no es lo único en que me mentiste. Porque todos me han mentido siempre, en todas las cosas. Marta era mi amiga, una amiga verdadera. Murió dentro de mí, me tendrían que haber matado a mí, pero no, no, yo era esa estúpida armadura y sólo podía cobijar su sangre… ahora está muerta. No podemos ir a visitarla. Estúpido niisan.

-Yo… yo no lo sabía… muerta… Al, perdóname, yo…

-Y… Roze… Vas a casarte con Roze, ¿No es cierto? No querías que yo me casase, pero te casas tú.

-No, no, Al, eso quería decirte, que nada de eso es cierto…

Y entonces, hubo algo que Edward nunca le había visto. Una expresión de burla, sobradora, lindando con el asco. Alphonse descreía. Descreía de todas las cosas, porque nada existía en este mundo que no estuviera dispuesto a herirlo al primer descuido.

-Estoy… estoy diciendo la verdad…

-¿Y lo de hoy?

-Eso fue un error… ella me besó.

-¿Te forzó?

-No, sí, quiero decir…

-Ajá. No, pero sí.

-Al… nunca… nunca te había visto así.

-Tanta mentira rindió sus frutos.

-Qué estás diciendo… Al, mi pequeño hermano, tú no eres así…

-Tú Al tal vez no lo fuera. Te he dicho que yo no soy él.

El fulgor de las sábanas y las paredes decrecía, arrastrado por la tarde que venía a consumirse en silencios. Quedaba, sin embargo, un brillo gris en las cosas, un resplandor de sueño que ralentizaba los movimientos y guardaba los sonidos, distanciándolos de la lengua seca.

-Al… ¿Qué te hizo odiar así?

-Tan pequeño, tan hermoso… -Decía Alphonse entre dientes, sonriéndose. La pregunta le dolió demasiado y no estuvo seguro de conocer la respuesta. Sólo entornaba los párpados, queriendo huir.

-¿Qué te hizo odiar así?

-Niisan, tú deberías comprender… Desperté desnudo y sin nada, en un nido de muerte. Nadie jamás me explicó cosa alguna. Me obligaban a asumir como natural la ignorancia: tú habías desaparecido, todos eran de pronto mayores que yo, había sangre por todas partes; y sin embargo, nada de esto tenía razón de ser. Por nada podía preguntarse. Esperaban que yo fuera pequeño y hermoso. Y lo fui. Pequeño y hermoso. Nada más… ¡Nada más!

Como empujado por la exclamación, Edward se echó hacia atrás. El aire, denso, pasó a ocupar su lugar y no quería permitirle volver a su posición, por lo que permaneció así, inclinado. De alguna forma, comprendía. Entrelazando las manos ocultas entre las rodillas, con la mirada baja, sonrió.

-Si creías que yo debería comprender… ¿Por qué no habías sido sincero conmigo? Parece que llegué tarde para protegerte, como siempre. Entiendo que me odies. Esperaba que lo hicieras, de todas maneras.

Alphonse exhaló un vaho tembloroso, esquivando la imagen de su hermano como él esquivaba la suya. Intentó acomodarse, pero las cadenas lo reubicaron en la misma pose ridícula.

-Eso es lo peor. Que no puedo odiarte. –Y ante eso, Edward levantó la frente, buscando pruebas de lo que acababa de oír. –Eres tan porquería como todos, tan mentiroso como todos… pero a ti no puedo odiarte.

-Al…

-Lo que más me dolió al verte fue la posibilidad de que yo no te gustase. Era lo único en lo que podía pensar. Pero cuando me dijiste… me dijiste que me amabas… te creí. Planeé, todavía tan ingenuo, fundar una nueva vida sobre eso, una vida verdadera que comenzaba con un amor verdadero. Fui tan estúpido, niisan. Otra y otra vez, tan estúpido…

Nuevamente, las lágrimas. No obstante, éstas caían lento, reprimidas, hijas ya no de la angustia, sino de la resignación. Edward se aproximó y, como si no fuera percibido, se le habilitó a acariciar los pómulos mojados, los hombros caídos, y al fin estrecharlo contra sí, suave.

-Perdóname, Al…

-No… no harás que te crea de vuelta…

-Yo no te mentí, debes creerme.

La cabeza cobijada en su pecho negaba, olvidada de todo, mecánica.

-Al. Yo cuidaré de ti. Debes creerme. Te amo, es la única seguridad que me ha mantenido con vida hasta ahora. Lo de Marta… no lo sabía. Lo siento, pero no podía saberlo. Y Roze… tienes razón, yo no me aparté cuando me besó. Pero no me casaré con ella. No quiero nada con ella. Ya se lo he dicho, puedes preguntárselo.

Otro gran espacio se abrió en el tiempo. Alphonse estaba quieto, como desmayado. Edward permanecía en tensión, a la expectativa. Acariciaba, automático, el pardo cabello sedoso y desprolijo. El rojo del poniente ya se apoderaba de las cosas, torneándolas con su dorado ciego. La cama se anaranjaba en soledad, preponderante sobre los demás objetos que se entintaban mínimamente, dominados por sus propios colores. Edward observaba a los minutos demorarse en los muebles con deliberada mala intención, con el deseo explícito de perturbarlo y apagarle el ánimo de defenderse de la vida. Imperceptible, mudo, desapareció las cadenas porque su vista lo atormentaba. Pensó en su llegada a Rizembul y en las aspiraciones extrañas que había traído. También pensó en que se le había pronosticado, allá del Otro Lado, que no había posibilidad de honestidad para él.

Entonces el pequeño, sin alzarse y como ajeno, como distante, habló.

-¿Crees en la felicidad, niisan?

Y luego el último rayo les rozó los flancos, ensanchándoles las sombras, penetrándolos de negrura. El cielo temblaba pero no se le iba la esperanza de que el día volviera.

-Creo… -Quería decir la verdad. Debía decir la verdad. –Creo en ti, Al.

Ahora sí Alphonse se mostró, y eso que mostraba recuperaba la luz, ignorando que ésta había huido y que la noche no era amenaza sino hecho. Mostró además las manos, como si nunca hubiesen estado amarradas, y las elevó para sostener el rostro de Edward, que se caía por la presión del recuerdo.

-Tonto, tonto niisan. Eres lo único que tengo. La felicidad eres tú.

Y se encorvó para ir a acurrucarse en el hueco de su cuello, abrazándose a él y poniendo todo su empeño en no pensar. No lo conseguía, y sentía dolor en muchos sitios. Edward, que no entendía, sufría por motivos iguales.

-Niisan… no quedó nada de su cuerpo. De Marta. Pero aún así quisiera… cerca de mamá… quisiera…

-¿Construirle una…?

-Sí. Sí, quiero construirle algo bonito adonde pueda llevarle flores.

-Está bien. Mañana iré contigo y lo haremos.

-Al despertarnos.

-Está bien.

Contenidos uno en el otro, palpitaban al unísono. Las primeras estrellas coronaban el agua marchita acumulada en sus ojeras. Había viento, y tinieblas, y vacilación. No obstante, estaban mejor: estaban menos solos que antes. Solos, pero menos.

-Y no verás más a Roze.

-¿Al…?

-¿Qué? No quiero que vuelvas a verla.

-Pero, Al… yo le prometí… le prometí visitar a Edo. Ya sabes que tiene esos sueños y que yo soy el único que…

-¡No quiero que la veas! —Exclamó el menor, indignado—. ¡Siempre tienes excusas! Pero ahora no quiero que la veas. Hoy yo iba a buscarte, ¡Creí que estarías triste por lo que había sucedido! Y en cambio, estabas… estabas… besándola... ¡Como si tal cosa!

Edward lo soltó para agarrarse la nuca, que le abrumaba dándole punzadas. Sentía vergüenza y, al mismo tiempo, un raro tipo de regocijo: había ido a buscarlo, a él, al culpable, había ido para redimirlo. Había ido, y había sentido celos.

-Al… Yo no quería ir, yo quería quedarme contigo y nada más, aún si me aborrecías. Pero… mira, te doy mi palabra de no visitarla sin ti… de no estar a solas con ella… lo que quieras…

-Y yo tengo que confiar, ¿uh?

-Dios, Al… haría cualquier cosa por ti. Debes creerme. Si tan sólo supieras todo lo que he hecho para recuperarte…

La noche se asentaba en sus discusiones circulares. Con sus estómagos inflados de sentimientos, no percibían el hambre que los carcomía. Las horas, de algún modo, no existían. Parándose, andando hasta la cama y sentándose allí, disponiéndose para la dura jornada, Alphonse habló con la autoridad que le pertenecía.

-Dímelo. Dí qué hiciste y lo sabré.

Edward se mordió el labio, hundiéndose en los ojos amados y temidos.

-Está bien.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Próximos Capítulos: interludios, monstruos, sueños: no una historia sino la sensación de una historia: no una vida sino una preparación para la muerte: he ahí las proporciones de la verdad.

Notas de la Autora: como prometí, tardé todo lo que pude en subir este capítulo. Decidí no corregir ciertas cosas para poder hacerlo. Por ejemplo, la forma de expresión de Al, que es altamente OOC. Pero ustedes ya estaban avisados de estas cosas. Seguiré actualizando así, siempre entre largos espacios, con un rumbo torcido. Estoy escribiendo poesía y otras obras originales; lo cierto es que no me apetece escribir fanfics sobre esta serie. Pero Y al Regresar a Casa... tendrá el final que merece. Tiene que ser así, no puedo permitirme el abandono. Mis mejores deseos a todos, ¡hasta luego!

Este capítulo fue comenzado el 02 de Enero de 2007, y su corrección acabó hoy, 30 de Agosto de 2008.