JUEGO DE DOS
Lady Sakura Lee
Parte 1:
La noche era tranquila y oscura. Sin embargo, entre las sombras, tres siluetas se movían sospechosamente y esquivando cada guardia de seguridad de la exclusiva torre "Kaze", domicilio de acaudalados personajes del mundo del negocio y la política. Subieron rápidamente al ascensor, la hora facilitaba las cosas, ya nadie se encontraba despierto a las 12 de la noche. En el piso 30, salieron presurosas del ascensor y corrieron velozmente hasta llegar a la puerta 3010. Con destreza, una de esas personas deslizó una tarjeta magnética y al instante la puerta se abrió. Cerraron la puerta tras sus espaldas y una de ellas, mirando a la más pequeña, habló:
-Escucha, tenemos que dejarte aquí. Tú debes hacerlo, ya sabes, órdenes de ella. Sabes bien lo que hay que hacer. Tienes que activarla con el control remoto de su televisor, así mañana o tal vez esta misma noche, cuando quiera ver su programa favorito... cabum!. Escapa sin ser vista. Te dejamos... ya sabes, ella quiere que nos encontremos en la fiesta... ¿has entendido todo?
La pequeña sólo afirmó con la cabeza, mientras las otras dos mujeres la miraron unos segundos con lástima, luego la dejaron. Sola en aquel lujoso y obscuro departamento, caminó lentamente hacia el sillón más amplio de la sala, y se sentó con las manos en la cara. No podía dejar que el corazón latiese con violencia. Estaba asustada, aterrada. Estaba cansada de todo, de todos. Deprimida, sin su padre y madre, su vida había cambiado drásticamente hacía ya varios años. Estaba sola en el mundo. Y estaba cansada de sufrir. No quería cumplir las órdenes que le había sido encomendada tampoco. No era capaz de hacerlo.
-Ella debe estar loca- Se dijo apenas, como temiendo que esa persona la escuchase. Un escalofrío recorrió su espalda. Debía obedecer, o las consecuencias... las lágrimas cayeron sin aviso sobre sus mejillas. No podía evitarlo. Extrañaba mucho a su padre. Extrañaba mucho recibir una palabra cariñosa, una caricia, una demostración de afecto de alguien. Su vida era oscura y nada podía hacer para cambiarla. Era su culpa también, por ser débil y cobarde, por no ser capaz de encarar a esa mujer. Miró la pequeña mochila que estaba sobre el suelo y la abrió, para encontrar aquel peligroso aparato. Lo miró tristemente. En qué demonios se había convertido! Nadie de su edad ni siquiera conocía esa clase de artefacto. Debía hacerlo... debía cumplir aquel mandato. Activarla con el control remoto del televisor. En eso estaba, pensando, cuando casi sin percatarse, la puerta se abrió lentamente y una persona entraba al departamento. La chica miró aterrada. Con el artefacto en sus manos, quiso escapar mirando hacia todos lados buscando una salida. Derrotada, se acercó presurosa a la chimenea como un animal a punto de ser cazado, y con el corazón completamente desbocado, cerró los ojos y esperó a ser descubierta.
Cansado de la dura jornada, el hombre entró a su departamento con la única idea de descansar. Encendió el interruptor de la luz mientras cerraba la puerta, al voltearse, lo primero que vio fue a una extraña junto a su chimenea. Al joven le costó reaccionar de qué se trataba. ¿Acaso un ladrón? Pero el sospechoso aparato que llevaba en sus pequeñas manos le debeló que no era un ladrón. Lo que la mujer tenía era una bomba, y estaba completamente en shock.
El hombre de largo cabello oscuro, piel levemente bronceada y unos increíble ojos color miel la miró aterrado. Aquella mujer tenía una bomba y estaba dispuesta a hacerla explotar junto con ella.
-No... no... no te acerques- Le dijo ella con voz temblorosa. El chico levantó su mano e intentó hablarle con delicadeza, pero con firmeza.
-Escucha... tranquila... no te haré daño... sé que no quieres hacerlo.- Cuando él le habló ella levantó más su rostro y sus cabellos, algunos esparcidos en la cara, la dejaron al descubierto, fue entonces que él pudo ver completamente su rostro. Era pálida, muy pálida, pero tal vez su palidez era debido a la situación en que se encontraba, sus ojos eran grandes y castaños, su frente alta y sus cabellos oscuros caían sobre sus hombros en pequeñas ondas y sobre su frente. No tenía más de 20 años.
-Yo... lo haré... sí... lo haré...
Inuyasha, que era el nombre del joven abogado al cual la chica había entrado al lujoso departamento para poner la bomba, la miró sin entender al principio, pero luego se dio cuenta que no podía albergar algún sentimiento de lástima o piedad por alguien que intentaba eliminarlo. Lo importante aquí era salvar su vida.
-Espera niña... no sé por qué quieres hacerlo... yo no te he hecho nada... mira, si me lo cuentas todo, puedo ayudarte, lo prometo.
La chica lo miró esperanzada y sus ojos, hinchados con las lágrimas, se iluminaron. Luego de algunos tensos segundos, ella se puso de pie, y al hacerlo, dejó la manija en el suelo. Inuyasha se acercó a paso presuroso sobre el objeto y lo miró tratando de encontrar algún dispositivo para anular la detonación de la bomba. En eso estaba cuando escuchó la suave voz de ella.
-Es falsa... no sería capaz... de cometer esa clase de acto... hasta para eso soy una cobarde.
Inuyasha la miró entre aliviado y sorprendido. Suspiró pesadamente y se le quedó mirando. La chica era algo pequeña, de aspecto casi infantil y delicado, eso lo sorprendió de sobremanera. No podía albergar en él un sentimiento de rencor o reproche ante esa criatura. Esbozó una pequeña sonrisa y se dirigió al gran sofá para tumbarse en el con relajo. La chica miraba atentamente cada uno de sus movimientos.
-Dijo que me ayudaría... lo prometió.- Dijo la muchacha. Él suspiró nuevamente y pasó una mano por su cabello.
-Ah... es cierto... pero primero dime cómo te llamas.
-Kagome... Kagome Higurashi.
-¿Higurashi?... ¿Eres hija el Sr. Ginta Higurashi?- Preguntó él con interés. Ella lo miró tristemente.
-Mi padre... pero ya no esta conmigo.
-Lo sé- Dijo él sin dejar de mirarla.- No puedo creer que seas tú- Sonrió casi divertido. Kagome lo miró sin entender y comenzaba a sentirse avergonzada ante su insistente mirada.
-Me... me... ¿conoce?- Preguntó ruborizada.
El joven adoptó una actitud pensativa, pero sin dejar de sonreír.
-Verano en Londres... en la embajada... el cumpleaños de un niño.
-¿Londres?- Repitió ella asombrada. Mi padre una vez me contó que fuimos a Londres, pero yo era muy pequeña, no lo recuerdo, salvo algunas cosas.
-El cumpleaños del hijo del embajador, osea, yo.- Sonrió- Cumplía 13 años y me sorprendió mucho ver que uno de los invitados era una tímida niña de 4, hija de uno de los amigos de mi padre, hija del Sr. Higurashi.
-No... no lo recuerdo... - Dijo ella apenas, tratando de evitar su insistente mirada.
-Bueno... de todos modos eso no importa ahora... ¿pero... porqué haces esto?... conocí a tu padre y...
-Bueno, tal vez sepas que él, cuando yo tenía 10 años, se casó con Lady Kagura.- Interrumpió ella.
-Ah, es cierto. La presidenta del consejo de empresarios del país.
-El título lo heredó de mi padre al morir.
-Sé que esta en contra de las nuevas reformas para los trabajadores.- Acotó Inuyasha.
-Sabe que usted es el abogado del gobierno y que esta en contra de las políticas del consejo de empresarios.
-Es cierto. – Dijo él triunfal, permitiéndose sonreír ampliamente.
-Pues... fue ella... quien me obligó a poner la bomba.
El joven abogado la miró aterrado. Nunca creyó que defender a los trabajadores de las políticas esclavizantes de los empresarios podrían poner en riesgo su vida.
-¿Ella?- Preguntó incrédulo.
-Lo ha intentado varias veces a través de mí... sabe que no puedo contrariarla... ya he aprendido cómo se desactiva una bomba, es por eso que no ha sucedido nada, ella cree que las bombas fallan... sin embargo... ha empezado a sospechar... hoy... era mi última oportunidad... si no lo hago... - Ella no pudo evitar que la voz se quebrara y dejó de hablar, mirando avergonzada el suelo.
-¿Estas en peligro?.- Preguntó él casi sin creerlo. Ella no lo miró. Él se levantó de su asiento y caminó pensativo lentamente hacia el ventanal que mantenía aún las cortinas abiertas, dejándose ver una maravillosa panorámica de la ciudad.
-¿Te... te maltrata?- Preguntó apenas. Ella tragó saliva dolorosamente, casi sin atrever a decir la verdad que la consumía.
-Soy débil y cobarde... mi padre me dejó una herencia de la cual... no puedo hacer uso hasta que tenga 18 años.
Inuyasha frunció el ceño intrigado y se volteó a mirarla.
-¿Y que edad tienes?
Ella le sonrió débilmente.
-17.
-Vaya... eres muy pequeña... ahora entiendo... tu madrastra es tu tutora y te obliga a hacer esta clase de cosas.
-Necesito que me ayude- Dijo ella mirándolo con fervor. Él se detuvo en los inocentes y cálidos ojos de ella que le miraban con esperanza. Se acercó más y se detuvo mirándola con algo de pena. Era tan débil que necesitaba de su ayuda. Así era él, por eso había escogido la profesión de abogado, para ayudar a los desamparados. Al fin le habló.
-Escucha... creo tener la solución. Vete a tu casa y trata de no hablar con tu madrastra hasta mañana. ¿No hay una recepción de empresarios en el club ecuestre? Tu madrastra irá, y yo también porque aunque no lo creas, no todos en el consejo estan de acuerdo con las reformas que quiere instaurar tu madrastra. También hay empresarios buenos. Bueno, tú irás también. Allí nos veremos... y me presentaré como tu novio. Lady Kagura ya no podrá obligarte a hacer nada en mi contra, creo que hasta eso le gustará, porque creerá que me tiene en sus manos.
Kagome lo miró atónita. ¿Fingir un noviazgo? No era esa la clase de ayuda que esperaba. Se llevó la mano a la boca por que al fin y al cabo, la idea le pareció realmente descabellada. Ella, una simple muchacha, de novia con el abogado más cotizado tanto política como socialmente. Él la seguía mirando con una sonrisa, fue entonces que ahí ella se tranquilizó.
-Pero... ¿un noviazgo¿No lo perjudicará eso?- Lo decía por que era bien conocido por todos que aparte de su buena reputación como abogado, también era bastante conocido por sus numerosos y apasionados romances con las mujeres más hermosas de la ciudad.
-Emmm, bueno... no... al contrario... esto me ayudará también- Dijo más para sí mismo mirando el techo. Kagome se le quedó mirando sin darse cuenta, hasta que al fin él la miró nuevamente y le habló.
-¿Te sientes bien?
-Oh, sí... sí... le agradezco mucho... agradezco lo que hace por mí.- Respondió ella avergonzada. El joven abogado no pudo nuevamente dejar de sentir pena por aquella niña. Una pobre huérfana en manos de su cruel madrastra... pero quién lo creería... tal vez esta niña podrá ser su propia salvación.
-Haré que mi chofer te lleve a casa... ya es tarde, no debes andar sola a esta hora. Tokio es una ciudad peligrosa.- Dijo él preocupado.
-Oh, no, no pasará nada... conozco a la gente de aquí... y es buena... no es necesario que se moleste.
-Claro que no, no te irás sola. Mi chofer te llevará a casa y nos veremos mañana, en la recepción.
Ya era de madrugada y Kagome salió lentamente de la negra limosina propiedad del abogado. El chofer esperó a que ella cerrara la reja de entrada y fue entonces que partió. Kagome notó que no había luces en la casa y que además, en el porche, no estaba el Ferrari de su madrastra. Tal vez ella se encontraba en una de sus tantas fiestas con los "amigos" del club de empresarios esperando la noticia de la muerte del abogado. Kagome subió las escaleras de la mansión, antigua y ahora sombría, que antes fue punto principal de reuniones y que ahora parecía más un mausoleo, un gran y lujoso mausoleo. Al llegar a su habitación, levemente decorada, encendió la lámpara de la mesa de noche y se sentó al borde de la cama con las manos en la cara.
-Ay, Dios... ayúdame... ayúdame a salir de este problema- Se dijo, al imaginar la reprimenda que le esperaba de parte de su madrastra cuando supiera que nuevamente, sus planes habían fracasado.
Continuará...
