El fin del Mundo está cerca. Ó por lo menos eso era lo que pensaban muchos alarmistas al término del milenio pasado. El cambio de siglo, junto con el de milenio, implicaba por sí mismo un acontecimiento que sin duda quedaría marcado en la historia de la Humanidad.

Dos mil años de la Era Moderna no eran cualquier cosa, aún cuando hubiera personas que se rigieran por calendarios mucho más antiguos, ó incluso cuando estudios históricos habían sacado a la luz que en realidad el fin del milenio había sucedido con varios años de anticipación, debido a negligencias humanas en la medición de los tiempos.

No obstante el discurso apocalíptico utilizado por profetas de la nueva era, morbosos, trastornados y estafadores oportunistas, el mundo recibió el Primero de Enero del año 2000 sin complicación alguna. Ninguna clase de calamidad ó catástrofe bíblica se abatió sobre la indefensa y desprevenida Humanidad, a no ser los múltiples especiales televisivos que se sucedieron uno tras otro en todas las cadenas de televisión.

Así es, para el alivio de los muchos, y la desilusión de los muy pocos, el tan ansiado y temido año 2000 llegó como cualquier otro año más, sin traer consigo más que la cuesta de Enero y buenos deseos para el resto de su duración.

Fue hasta el final del octavo mes que el desastre ocurrió. El 21 de Agosto del año 2000, aparentemente salido de la nada, una roca espacial, tan grande como el Everest, impactó de lleno nuestro planeta Tierra. No hubo tiempo para prepararse ni idear un ingenioso plan para salvar el mundo. Para cuando los científicos detectaron el meteorito ya era muy tarde para cualquier cosa, salvo rezar.

El meteoro asesino impactó de lleno contra el Polo Sur, en el continente antártico, evaporándolo casi en el acto. El impacto sobra decir fue tremendo, con la fuerza equiparada de la detonación de todo el arsenal nuclear de las naciones del Primer Mundo. Debido a esto, el eje del planeta se inclinó unos cuantos grados de más, afectando su órbita y trayendo consigo una ola de fenómenos naturales que sembraron la muerte y destrucción por todas partes.

Ese fatídico 21 de Agosto del año 2000 ocurrió el Segundo Impacto, nombre dado por los medios a la catástrofe global, haciendo alegoría a la hipótesis de que fue un meteoro de características similares lo que ocasionó la extinción de los dinosaurios, siendo entonces este suceso el Primer Impacto.

Sin embargo, el dinosaurio no contaba con los recursos de los que el ser humano disponía en el momento del desastre. Cierto fue que ese día tristemente célebre más de la mitad de la población mundial pereció. Estamos hablando de unas tres mil millones de almas, aproximadamente. Y contemos también las otras mil millones que murieron en las réplicas e incontables conflictos bélicos que se sucedieron en el transcurso de los siguientes diez años. Y sin embargo, la Humanidad había conseguido subsistir.

Luego de un penoso y sangriento reacomodo en el orden global, por fin los sobrevivientes podían levantarse y comenzar de nuevo, bajo el amparo y cobijo de la todopoderosa Organización de las Naciones Unidas.

Esta es la historia de un mundo muy semejante al nuestro, pero a la vez bastante distinto en varios aspectos. Mucho más avanzado tecnológicamente en varios rubros y en otros tantos más sorprendentemente rezagado al de nosotros.

El planeta del que hablamos es una Tierra que, por ejemplo, jamás vio a George W. Bush asumir la presidencia de los Estados Unidos de América ni tampoco pasó por los dos periodos de dicho presidente. Los habitantes de este mundo tampoco vieron absortos por sus pantallas de televisión el ataque terrorista del 11 de Septiembre del 2001 al World Trade Center, el más difundido del que se tenga memoria, ni tampoco tuvieron que padecer sus consecuencias como las dos invasiones subsecuentes a Afganistán e Irak, ni la permanente guerra al terrorismo; ni mucho menos presenciaron el ascenso al poder del primer presidente negro en la nación más poderosa de nuestro orbe.

De igual modo, en esta realidad no ocurrió el segundo terremoto más grande en la historia de nuestro mundo, ocurrido el 26 de Diciembre del 2004, ocasionando un enorme tsunami que barrió con el sur asiático, destruyendo las poblaciones situadas en la costa de países como Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, India, las Islas Maldivas, Birmania o Myanmar, y Malasia. Ni mucho menos sufrió la pandemia de influenza AH1N1, decretada por la OMS en el 2009 y que puso a nuestro planeta en alerta máxima pero que la vez lo empujó a una psicosis masiva como nunca antes se había visto.

Este mundo, reflejo del nuestro, se enfrenta a circunstancias aún más adversas. Esta Humanidad se recupera lenta, vacilante, de un evento de extinción masiva que la dejó con menos de la cuarta parte de su población original. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la O.N.U. que perseveraron en la catástrofe, Estados Unidos, Alemania, China y Rusia, expanden vorazmente sus territorios obliterando a las poblaciones nativas, repartiéndose el globo de común acuerdo.

Pero más que nada, en este mundo el futuro ya nos ha alcanzado. El mañana es ahora, y lo imposible convive con lo cotidiano. Bajo esta premisa las personas viven el día a día en busca de perseverar, cumplir sus sueños y ambiciones, alcanzar la tan esquiva felicidad, al igual que nosotros. Este es su mundo, y esta es su historia.

Han pasado ya casi quince años desde el Segundo Impacto y el tiempo, como en todas partes sigue su marcha, implacable. Es el año 2015 Después de Cristo.