Disclaimer: Harry Potter pertenece a JK Rowling.

Summary: Universo Alterno. Han pasado cuatro meses desde la batalla final entre Lord Voldemort y Harry Potter, saliendo el último vencedor del enfrentamiento. Ahora, con tan sólo dieciocho años, el joven mago a cumplido su destino y busca una manera de adaptarse a su nueva vida. Pero ¿Qué pasaría si los espíritus lo enviarán a un universo donde, en esa fatal noche del 31 de octubre de 1981, el muerto hubiera sido él y no sus padres, pereciendo antes de cumplir la tarea que le había sido asignada?


Crossing Wind

Jeune Circe


Huérfano


Sometimes, things that shouldn't have happened, happened…
but destiny has a strange way to set things right.
Two different worlds, two different pasts…
But just one key, one way, one meaning… one man.
A curse and a gift.


31 de Octubre de 1998. Halloween.

La estridente música resonaba en los rincones más insólitos de la Tierra. Grupos de extrañas personas vestidas con largas túnicas multicolores movían sus cuerpos al ritmo de distintas melodías, bailando, riendo, gozando como nunca antes la libertad que les había eludido durante varios años. Algunos años había sido falsa, otros pocos inexistente.

La música, el baile, la charla, la buena comida eran compartidos con viejos amigos y hasta con casuales conocidos.

Los niños corrían de un lado a otro, vistiendo los disfraces más exóticos, cargando risueñas calabazas llenas de dulces, galletas, postres, manjares llenos de azucar.

Distintas razas, distintas clases sociales, distintas edades, distintas formas de celebrar, pero todos ellos unidos por la misma alegría. A nadie le importaba diferenciarse en esta noche, ocultarse, no en esta noche de brujas, en este único y especial día donde podían mezclarse con aquellos que carecían del regalo de la magia sin temor a ser descubriertos, pues la magia reinaba durante este ciclo terrestre.

La comunidad oculta, el mundo mágico de hadas y duendes, y escobas voladoras y poltergeists celebraba gustoso el primer Halloween libre de la terrible amenaza del gran lord oscuro, del poderoso Voldemort.

Lechuzas de todos los rincones de la tierra surcaban los cielos, un único destino en sus ágiles y brillantes mentecillas, cargando cartas, tarjetas, paquetes decorados de forma chusca o elegante, pero todos con un solo objetivo, un valiente de fieros ojos verdes y poseedor de una extraña cicatriz en forma de rayo: Harry Potter.

pOq

Era tarde ya, las manecillas del viejo reloj en la torrecilla de la iglesia señalaban casi las tres de la mañana. Las calles de la vieja villa se encontraban desiertas, oscuras, y húmedas. La lluvia no había cesado durante un par de días, y aun se mostraba implacable. No era una pequeña llovizna como aquellos rocíos de primavera, ni tampoco la que amenaza con tumbar el cielo, pero había sido de un ritmo fluido y constante, con la suficiente cantidad de agua para no tener ganas de aventurarse en ella, sobre todo en el frío clima de octubre.

Un relampago cruzó silencioso entre las apretujadas nubes grises del cielo, iluminando por un segundo los óscuros y solitarios callejones de la villa, surcando justo arriba del pequeño y viejo cementerio. Nombres, fechas y pequeñas leyendas grabadas en piedras ya decadentes por el paso del tiempo. Muy pocas eran recientes, pues esta era una villa muy pequeña, y muy vieja, su población constaba sobre todo de brujas y magos de ya avanzada edad. Por años, nadie se había atrevido a habitar en las solitarias casas, cuyos letreros de en venta estaban ya sobre la maleza de jardínes descuidados o colgando inclinados de uno solo de sus lados. Los eventos de una noche como esta, diecisiete años atrás, pesando demasiado sobre las mentes de aquellos que habían vivido bajo el latigo del terror de Lord Voldemort.

Los actuales residentes esperaban que los eventos recientes, las hazañas de un joven ojiverde del lugar, pudiesen levantarle el castigo a esta vieja villa mágica.

En un momento, justo a la entrada del viejo cementerio, un pequeño y rápido torbellino de colores apareció de la nada, oculto por la lluvia y por los relampagos que surcaban el cielo. Pronto, el torbellino creció y se condensó rápidamente para dar paso a una figura silenciosa, de largo y desordenado cabello negro que caía sobre su inclinado rostro.

La luz de un nuevo relampago iluminó una pequeña piedra que se encontraba en su oreja derecha. Una elegante y pequeña brillante piedra del mismo color que los ojos del joven, verde. El pequeño diamante parecía brillar con luz propia, tal y como esos exquisitos ojos.

Al igual que el diamante, vestía de forma exquisita, elegante: un traje negro, el saco de un botón, con tres bolsillos, el cinturon sobre la delgada cintura negro de hebilla plateada, zapatos negros de cinta, la camisa blanca, y la corbata negra no lisa sino llena de muy pequeños cuadros dándole textura. Sobre el traje llevaba un abrigo largo, azul, abierto, sin abotonar ni amarrar.

Su mano derecha viajó hasta su nariz, presionándola. No importaba cuantas veces lo hiciera, Harry odiaba aparecerse, odiaba la sensación que quedaba en su cabeza, en la boca de su estomago. Únicamente lo hacía por que era el modo más práctico y rápido de viajar.

Tomando una enorme bocanada de aire, elevó el rostro hacia el cielo, el agua resbalando por su rostro, por su frente, descubriendo la famosa cicatriz en forma de rayo, la razón por la que ahora usaba el cabello largo. Esa marca que lo dejaría señalado de por vida, incluso muerto, quedando libre de ella únicamente hasta que los gusanos y el paso de los días hubiesen devorado la carne de sus huesos.

Una sonrisa curveó sus labios ante los oscuros pensamientos que surcaban su mente, sintiendo el agua que resbalaba por su rostro en una caricia lenta y fría, dibujando sus facciones, por su nariz, por sus labios y ojos, hasta llegar a su cuello y recorrerlo lentamente y perderse mas allá del cuellos de su camisa, humedeciendo la camisa interior. Era una sensación placentera, pero sabía que quizás le causaría un resfriado. Quizás, pues nunca había estado enfermo en su vida. Aún así...

Al tiempo que elevaba el cuello del abrigo, el mago comenzó a caminar por entre las tumbas, con paso firme y seguro como si fuera el dueño del lugar, sorteando las tumbas que se cruzaban en su camino, hasta detenerse frente a una lápida de piedra blanca, amplia, donde se encontraba gravada la siguiente leyendan en letras entrelazadas y de trazos largos y elegantes: En memoria de James Potter y Lily Potter.

Los ojos verdes recorrieron la lápida hasta clavarse con dureza en la fecha de deceso ya casi ilegible por el paso del inclemente tiempo: 31 de Octubre de 1981.

Diecisiete años.

Le parecía increíble que hace diecisiete años vivía siendo un huérfano. Cuando no haces las cuentas, tu percepción te engaña y los hace parecer menos, pero cuando sacas el dígito exacto es cuando te sorprendes, y por más días y años que cuentes o intentes restar, el número exacto siempre resulta.

Diecisite años. Seis mil dos cientos cinco días. Ciento cuarenta y ocho mil novecientas veinte horas.

¿Qué sería tener padres ahora? ¿Qué se sentiría tener a alguien siempre pendiente de ti? Aconsejándote, riñiendote, apoyándote, compartiendo una broma, un logro, extendiendote la mano cuando estas sobre el suelo.

Harry había tenido a Sirius, por poco tiempo, pero lo había tenido, aunque nunca estuvo con él el suficiente tiempo para calmar esa hambre, esa sed, que no sabía que tenía, que había permanecido oculta bajo llave, hasta que conocío a sus amigos, Ron y Hermione. ¡Cielos! Ello si que lo tenían, que lo poseían, que se saciaban a manos llenas. Harry nunca lo admitiría abiertamente, pero la verdad era que había sentido envidia de sus dos amigos, había añorado ser como sus dos amigos, o como tantos otros chicos en la escuela. Incluso Neville tenía a alguien que se preocupaba por él. Y Harry... bueno, sólo digamos que Harry podía estar agradecido por que tenía un techo sobre su cabeza, pero no podía estar agradecido por la comida, esa siempre le pareció escasa, excepto por aquella que lograba robarse y que se le daba. Las sobras, peor que a un perro.

Hincándose sobre una sola pierna, sobre el piso enlodado y mojado, frente a la lápida, sin importarle el costoso traje, su dedo índice acaricio las letras y números de los nombres y de las fechas, y dejando un rastro dorado que después se desvanecía suavemente, los números y letras volvían a estar impresos fuertemente sobre la piedra blanca, como si acabasen de ser cincelados.

Cuando la lluvia comenzó a calmarse, sacando su larga vara de madera oscura, Harry hizo aparecer un ramo de lilis blancas, con un par de lilis rojas en medio.

El mago aspiró el olor de las flores, y depositó un suave beso sobre las rojas, dejándolas al pie de la lápida justo cuando la última gota de la lluvia caía desde el cielo.

Está hecho. Murmuró, y cualquiera pensaría que se refería al embellecimiento de la tumba, pero sus palabras tenían un significado más profundo: está hecho, él esta muerto, pueden descansar en paz, yo al menos lo intentaré.

Un brisa de viento acarició su rostro.

La guerra había acabado hacia tan solo unos meses, pero para Harry todo aún parecía tan surrealista. Sentía que ya no tenía un propósito, y no era tan fácil empezar una nueva rutina en donde tu vida ya no corre tantos peligros.

Y aún se sentía expuesto. El joven mago no podía encontrar una familia de magos sin que estos le reconocieran de inmediato y se comportaran demasiado amable con él. Por eso el pelo largo, para ocultar la cicatriz en su frente, por eso había sanado sus ojos, para ya no tener que usar los anteojos que lo identificaban tanto como el vivo retrato de su padre, por eso frecuentaba poco los lugares mágicos a menos de que tuviera que hacerlo.

Apenas comenzaba a ponerle un orden a su nueva vida, poco a poco, paso a paso.

Aún frecuentaba a sus amigos, o ha aquellos que habían logrado sobrevivir.

Harry, como mucha gente en la comunidad mágica, incluso en el mundo muggle, había perdido mucho en esta guerra. Con ironía pensaba que quizás hasta extrañaba al lord oscuro, esa sensación de tenerlo en la parte de atrás de su cabeza todo el tiempo.

Desde el momento en que la profecía le había sido revelada, y en parte empujado por la dolorosa perdida de Sirius, todo en su vida había girado entorno a la caída del lord, preparándose física y mentalmente para enfrentar a su enemigo.

La verdad era que Harry se sentía sólo, incluso abandonado. Todos sus amigos y conocidos estaban haciendo lo posible por retomar sus vidas, y obviamente, Harry era lo último que estaba en sus cabezas.

Como siempre, desde aquella vez que lo dejaron a la puerta de la casa número 4 en Privet Drive, Harry Potter estaba sólo, y por más vueltas que le diera al asunto en su cabeza, no dejaba de ser doloroso, triste, pero real. Y sólo se tendría que levantar. Y de nuevo esa palabra venía a su cabeza: huérfano.

Era curioso, nunca había pensado que esa palabra lo definiera. Toda su vida había pasado sabiéndose sin padres, pero nunca había pensado en esa palabra. Sonaba tan ajena a él. Pero eso es lo que él, lo que Harry Potter, el niño-que-vivió, era. Un huérfano.

Con una última mirada hacia la tumba de sus padres, Harry deseo no haber sido el niño-que-vivió, deseo tener a sus padres con él, tal vez un par de hermanos. Quién sabe lo que sería de su vida si James y Lily Potter hubieran sobrevivido esa fatal noche hace diecisiete años.

pOq

El Gran Salón estaba convertido en una verdadera fiesta. Calabazas flotantes que subían y bajaban soltando risotadas de diferentes tipos y estilos. Murciélagos que volaban de un lado a otro, pasando sobre las cabezas de distraídos estudiantes que soltaban gritos de terror al sentir algo vivo sobre sus cabezas. Montañas de dulces, piramides de calaveras de chocolate y azúcar portando los colores de la cada una de las casas y con los nombres de alumnos y profesores en sus frentes.

Era una verdadera muestra de alegría y felicidad. Muy bien merecida después de los pasados Halloween. Tanto que los profesores y los alumnos se les permitío ir disfrazados, de lo que quisieran, pero disfrazados. Incluso habían permitido la entrada de exalumnos y de las familias que quisieran venir a compartir este día con ellos, un suceso muy extraño puesto que los padres raras veces se les permitía la entrada a los terrenos escolares.

Muchos esperaban que Harry Potter viniera a esta celebración. Se le había visto muy poco desde los últimos sucesos de la guerra, y los magos y brujas querían asegurarse que el héroe del momento estuviera feliz y en el mejor estado posible.

En una de las esquinas de la mesa de Gryffindor se encontraban varios de los amigos del ojiverde, lo cual hacia suponer que el chico en verdad vendría, de hecho, sus amigos estaban muy seguros de que vendría, pues Hermione y Ron lo habían obligado prometer que lo haría. Y Harry nunca rompía sus promesas, nunca. Se lo repetía Hermione una y otra vez, aunque sus ojos no podían evitar viajar de vez en cuando al reloj que decoraba su delgada muñeca, y sus dedos no podían evitar sacar su frustación en la pobre servilleta que tenía fuertemente agarrada. Pero es que ¿dónde podía estar? Se hacia tarde.

- Relajate 'Mione – escuchó que la voz de Ron le decía, al tiempo que sus manos le arrebatan la servilleta de las manos. Hermione volvió su mirada hacia el rostro de Ron, hacia esos sinceros, sonrientes, ojos azules – seguro que algo se le atravesó en el camino, verás que pronto llegará

- ¿A las tres de la mañana? – hizo un gesto de fastidio con las manos – Sabes cómo son los Halloween para Harry, siempre ocurre algo malo

- Si, pero ya no esta él, ya no hay mortígafos locos a la vuelta de cada esquina esperando hacerse de un pedazo de Harry

- ¡Ron! - exclamó horrorizada, imaginándose a mortifagos ocultos en esquinas con cuchillos en sus manos, esperando a un desprevenido Harry que camina por la calle en dirección a ellos

- Ok, mala idea, olvidemos esa imagen. Pero piénsalo, es Harry, el Harry Potter. No un bebé que a penas sabe chuparse el dedo, ¡y aún así! Recuerda lo que pasó hace diecisite años - terminó con una sonrisa

¿Diecisiete años? ¡Pero claro! Pensó Hermione. Ron tenía razón, seguramente Harry estaría visitando la tumba de sus padres. Ahora que lo recordaba Harry había mencionado que tal vez iría. Hermione le plantó un enorme besó en los labios al pelirrojo, quién paso de sonriente, a sorprendido, y de sorprendido a un hombre que camina sobre la Luna.

- Ron, eres un genio - exclamó la chica

- Lo sé - fue todo lo que pudo salir de la boca del chico quien había brincado de la Luna a Marte

.o.

Una chica se movía gracialmente por entre los estrepitosos estudiantes, eludiendo con habilidad innata ser tocada por ellos, como agua escurriéndose entre piedras. Un fantasma entre la multitud.

Su traje era sencillo pero daba un aire de elegancia a su esbelta figura. Un simple vestido en tonos azules, que resbalaba por sus hombros, exponiendo un blanco cuello. El largo cabello rizado caía cual negra cascada, tocando tentativamente los muslos. Un antifaz cubierto de plumas blancas cubría un par de misteriosos ojos grises, casi blancos, que observaban fríos y calculadores a las figuras que osaban interponerse en su camino.

La chica continuó caminando, observando desdeñosamente a los estudiantes hasta que sus ojos se posaron en la figura de un hombre anciano, vestido con una elegante túnica azul y un enorme sombrero.

- ¿Albus Dumbledore, correcto? – preguntó, pero sus palabras sonaron más con ironía que con duda.

El anciano profesor de Hogwarts se giró hacia la extraña joven, olvidando momentáneamente a sus colegas, intrigado por el exótico acento que se escondía entre las notas de aquella voz.

- Absolutamente correcto, señorita ¿En qué puedo servirle?

- Necesito hablar con usted – Albus centro toda su atención en la chica – a solas, si no le incomoda

Los ojos de ambos se cruzaron momentáneamente, hurgando en la mente, en el alma, seguidos por un corto silencio.

- Muy bien – respondió al fin, extendiendo su brazo señalando la enorme puerta – sígame, por favor

pOq

Un pequeño elfo doméstico caminaba sobre la alfombra de un largo y grueso corredor, limpiando mágicamente los cuadros y esculturas que se encontraban apostadas a cada lado del pasillo. De vez en cuando se detenía frente a una de las enormes puertas de cedro para revisar que el interior careciera de partículas de polvo que pudieran dañar la elegancia de aquella mansión.

La pequeña elfa acababa de cerrar una puerta especialmente enorme y decorada, cuando sus sensibles oídos capturaron un sonido dentro de la aparentemente vacía habitación.

Armándose del valor característico de su raza, la joven elfa entreabrió la puerta, adentrando con sumo cuidado la cabeza.

Los enormes y redondos ojos escudriñaron la oscura habitación.

Se trataba de un exquisito salón rectangular de baile, la mitad de grande que el Gran Salón de Hogwarts. Formidables candelabros colgaban del alto techo, el cual soportaba un interesante diseño de ninfas danzando con apuestos jóvenes de mejillas sonrosadas. El brillante piso era de un blanco aperlado y corría limpiamente por todo el área de la habitación, como si se tratase de una sola baldosa. El salón poseía tres puertas, dos de ellas ubicados en los extremos más alejados del salón, encarándose; la tercera, que servía de entrada a la elfa, enfrentaba una serie de altos ventanales, cada uno inmediatamente después del anterior.

Un salón exquisitamente planeado.

En el centro de aquél magnífico salón, una sola figuraba se encontraba de pie, creando un pequeño charco con el agua que destilaba de sus selectas ropas.

- ¡Señor Harry Potter! – exclamó alegremente la elfa, corriendo en dirección de su amo.

El chico elevó sorprendido el joven rostro, dibujándosele inmediatamente después una sonrisa en los labios.

- Hola, Dinky

- ¡Oh, señor! ¡No sabe el susto que le ha metido usted a la pobre Dinky! - volvió a exclamar, mientras sus enormes ojos observaban minuciosamente a su mano y sus delicados oídos captaban el pequeño plap plop de las gotas de agua al chocar contra el piso.

- Discúlpame, Dinky, no era mi intención. Creo que debí haber entrado por la puerta principal, como una persona normal - dijo Harry con una leve sonrisa en los labios

- ¡No, señor, no hay problema! - exclamó horrorizada de que su amo tuviera que cambiar sus hábitos únicamente por sus nervios - Pero, señor ¿Qué le ha pasado? – cambio de tema la pequeña elfa, secando de inmediato a Harry con un chasquido de sus alargados dedos. Un torbellino de aire caliente, salido desde sus pies, impulsándose hacia arriba, envolvió al joven, elevando el largo saco y los cabellos azabache. El ojiverde cerró los ojos, disfrutando de la sensación de calor después de estar bajo la lluvia. Un suspiro escapó de los labios de Harry el terminar ese momento mágico - Señor - se atrevió a hablar la elfa, bajando las alargadas orejas en señal de sumisión - no fue a la fiesta, ¿cierto? - sus redondos ojos echándo un vistazo rápido al reloj dentro del salón. Las 4 de la mañana.

Una sonrisa, que alcanzó a tocar sus ojos, se formó en los labios del chico.

- No me sentía con ánimos de ir a una fiesta de disfraces – respondió, y después de guiñarle el ojo a Dinky para demostrarle que todo estaba bien, se encaminó a la puerta – ¿Asumo que aún no regresa el profesor Dumbledore, cierto?

Al término de su educación mágica en Hogwarts, Harry, convencido por el anciano director, se había mudado temporalmente a la casa del viejo mago, quien se había convertido en amigo y mentor del joven Potter. Los Weasley's habían sido una opción más, pero Harry había decidido darles tiempo espacio para llorar las pérdidas en la guerra.

- Es correcto, señor – respondió ella atareada, trotando detrás del mago – ¿El amo desea algo de cenar?

- Creo que a estas horas sería desayunar - corrijió de buena gana el chico, sonriéndole - Pero aún así, no. Gracias, Dinky – la elfa asintió – Estaré en mi habitación por cualquier cosa que se ofrezca.

La mansión Dumbledore era enorme, elegante, antigua, de un delicado estilo victoriano marcado en el año 1835 por la reina británica Victoria I.

Los pasillos eran largos y alfombrados, mostrando la colección de piezas artísticas pertenecientes al director de la escuela de magia y hechicería.

La vida para Harry no había sido la misma después de su quinto año, dando un giro radical de 180º grados a su aburrida rutina diaria.

Entrenamientos y clases extras formaron parte de su currículo, y sólo cuando Albus le consideró lo suficientemente preparado – y por la terquedad del pupilo y el rumbo oscuro que tomaba la guerra – el director le envió en su primera misión. A partir de ella todo lo demás se había desatado fácilmente. Misiones, viajes, peligros, razas. Descrito en simples y sencillas palabras: había ganado una dotación interminable de aventura. Pero también se había terminado el quidditch, las constantes charlas con sus amigos, incluso llego faltar a las clases.

Al final de su sexto año contaba con los conocimientos necesarios – y muchos más – para aplicar los NEWT's. A los diecisiete años, Harry Potter se había graduado de Hogwarts, a tan solo seis años en ella. Pero no por eso la abandonó completamente.

La guerra alcanzó un punto tan alto que la sagrada escuela se había convertido en refugio de los principales blancos del lord oscuro, por lo tanto, era deber del señor Potter velar por la seguridad de dichas personas y de excompañeros.

El ultimo año había sido bastante agitado. El joven mago vivió entre misiones, conociendo a los seres más exóticos, aprendiendo de ellos, y también sobreviviendo a los intentos de asesinato de Voldemort.

Pero al fin todo eso había acabado con el término de la Guerra.

Que bueno, ¿no? Pensaba con sarcasmo.

Sus pasos formaban un perturbador eco en el solitario pasillo del ala este pero pronto alcanzó una puerta labrada en oscura madera. Su habitación.

Cerrando la puerta tras él, lanzó el abrigo junto con el saco sobre la adoselada cama, y se adentró a la alcoba al tiempo que aflojaba la corbata y desabotonaba los botones de la camisa que aprisionaban sus muñecas, encaminándose a las puertas de cristal que abrían hacia un balcón.

Abriendo las cortinas con un movimiento único y fluído, el mago recargó su frente sobre el frío cristal, soltando un enorme suspiro que le empañó, formando un suave redondel blanco frente a sus labios. Y cerró los ojos, disfrutando del silencio que inundaba su alcoba, excepto por el leve pero ahora incrementado por el silencio tic tac del reloj.

Cerró los ojos. Sus respiración tranquila y profunda.

Piensa, Harry, piensa.

Sin despegar la frente de la ventana únicamente girando un poco su cabeza, alcanzó a echar un vistazo al escritorio en su alcoba (enorme esritorio de madera rojiza, que reflejaba como un espejo cuando Dinky lograba limpiarlo), sus ojos se posaron sobre una pequeña montaña de cartas que ocupaban una parte de la superficie, la otra parte contenía cajas de distintos tamaños. Y al fijarse más podía ver que había otras cajas en el suelo, al lado del escritorio. Harry observó aquello con total indiferencia que después dio paso a una mueca de fastidio en sus labios. Pero qué demonios...

Harry no comprendía, no le encontraba sentido a la manía que apresaba al mundo mágico. ¡¿Regalos, en Halloween? Seguro que dentro de las cajas encontraría dulces (de todo tipo de dules y golosinas) y que las tarjetas preguntarían por su salud y le darían de nuevo las gracias.

Harry no quería las gracias de nadie, con que lo dejaran en paz bastaría. Pero no, la comunidad mágica estaba empeñada en atormentarlo. Tal vez era una prueba o un nuevo método para deshacerse de él. Sobrevive a esto, Harry, y serás un miembro más de la comunidad, un miembro normal. O algún tipo de ritual del mundo mágico del que todavía no tenía conocimiento.

La primera vez que esto pasó (en su cumpleaños) Harry terminó estallando, provocando la gracia de Dumbledore y de sus amigos. Hermione le pidió que se tranquilizara, argumentando que la fiebre Harry Potter pasaría en unos cuantos meses, cuando todo mundo volviera a sus actividades cotidianas. Tal vez tendría unos cuantos fans extremadamente fieles, su nombre aparecería en los libros de historia, pero la fiebre Harry Potter (como Ron la había batizado) terminaría pronto. Aunque, lamentablemente, no tan pronto como a Harry le hubiese gustado.

Si esto era ahora en Halloween (una festividad en donde por ningún motivo Harry debía de ser involucrado... oh... espera, quizás la comunidad mágica se había enterado de cómo habían sido todos los Halloweens pasados para Harry), ¿qué sería en Navidad? Le aterraba pensar en ello. Bueno, no creo que peor que el 31 de Julio. Pensó. Recordándo con una mueca de fastidio como ese día había sido convertido en fiesta nacional no oficial, puesto que hasta la fecha aún se debatía dentro del Ministerio de Magia si su cumpleaños, o el día que venció a Voldemort (por última vez y para siempre) sería conmemorado convirtiéndolo en festvidad nacional dentro del calendario mágico.

Harry en verdad se hacia más a la idea de que le convendría por el momento, y probablemente un año o dos, desaparecer del radar del mundo mágico, alejarse totalmente de ellos. Así no lo lograrían sacar de quicio y logrando lo que nunca antes, que los terminasé odiando y se convirtiera un hermitaño (¿Acaso no eres uno ya?), el único problema que encontraba en su lógica resolución eran sus amigos, ¿qué pensarían ellos? Lo entenderían, todos y cada uno, de eso estaba seguro.

Un año sabático, haciendo lo que él quisiese, en lugares en donde nadie conoce al famoso Harry Potter, sonaba en verdad tentador, sonaba a una solución.

Tomaría el consejo de Albus, se iría a un largo viaje. Recorriendo el mundo como un simple viajero, no como el mago que derrotó a Voldemort, sino como simplemente Harry. Al fin le daría un buen uso a toda la fortuna que Sirius le había heredado.

pOq

El golpeteo de la lluvia resonaba en la oficina del director. La chimenea estaba encendida, soltando el crujir de los maderos al sucumbir a la fuerza del fuego.

- Tome asiento, por favor – replico el director, colocándose en su habitual asiento, detrás del enorme escritorio de caoba

- No será necesario, no tengo pensado robar mucho de su tiempo – respondió ella

Albus la estudio con serios ojos azules, el constante brillo había desaparecido completamente de ellos.

- Su nombre. Me gustaría llamarle de alguna manera durante nuestra pequeña charla

- Dejémoslo en Circe, señor

- ¿No eres humana, cierto?

- No profesor, pensé que eso ya estaría claro

- Entonces ¿qué...?

- Un espíritu – respondió antes de darle tiempo de terminar su pregunta – Nada vivo, pero tampoco muerto – un extraño brillo apareció en las pupilas del viejo director de Hogwarts, imaginándose las posibilidades que un espíritu traía a sus puertas. Era bien sabido que ellos poseían un conocimiento no terrenal, el pasado, el presente... el intrigante futuro – Guarde sus preguntas, señor, no vine a responderlas o me importa, tan sólo estoy aquí para entregar un mensaje

El director se inclino sobre el escritorio, acortando un poco más la distancia, con los dedos de las arrugadas manos entrelazados.

- ¿Un mensaje? – preguntó – ¿Relacionado con...?

- El señor Harry Potter – volvió a responder ella, arrancando de sus labios las preguntas y dándole las respuestas ansiadas

Al escuchar estas sencillas palabras Albus sintió el color dejar su cara, cayendo hasta la altura de sus pies, dejando una lívida palidez.

- ¿Qué es? – preguntó rápidamente. El chico era como un nieto para él. Hacía dos años habían hecho las pases por lo ocurrido durante su quinto año, y el joven confiaba, de nueva cuenta, plenamente en él. Dumbledore simplemente le adoraba y no podía evitar el desear protegerle, y fue por eso mismo que el viejo director percibió, para su pesar, que el chico estaba perdido, confundio, desde la muerte de su enemigo, que Harry Potter había perdido el rumbo de su vida, aquella meta que le impulsaba a seguir adelante sin importar lo que hubiese en el camino pues lo único importante era llegar a ella. Albus muchas veces lo había encontrado con los ojos clavados en la fotografía de sus padres, con la mente vagando por otros lados, una mirada de añoranza en los ojos verdes. Harry añoraba a sus padres – ¿Está herido? ¿Está...?

- Deje de preocuparse. Nada parecido ha pasado – los fríos y penetrantes ojos grises se clavaron en los suyos

- ¿Entonces...?

Circe sonrió enigmáticamente, lamiéndose el labio superior en un gesto de placer, anticipándose a la reacción del viejo director.

- Usted ya no tendrá por que preocuparse por el futuro. Las guerras cesarán, pero no permanentemente, sin embargo puedo decirle que vienen muchos años de paz para la comunidad mágica. Demasiado tiempo si lo vemos desde el punto de vista de los mortales, muchas generaciones mortales disfrutarán la paz que el señor Harry Potter les obsequió.

El anciano director observó confundido a Circe, tratando de descifrar el verdadero significado de esta información que le daba tan libremente, o eso parecía, ¿acaso no había dicho que venía hablar de Harry? ¿qué tenía que ver esto que le decía con el muchacho? Dumbledore se acomodó las gafas sobre los ojos azules. Incluso para él, un experto en adivinar los caracteres, sentimientos y motivos de la gente, le estaba costando trabajo entender a esta mujer frente a él, de hecho estaba fracasando rotundamente. Lo que sí podía suponer de su invitada era que no daba nada libremente, de hecho, Albus sentía que solo estaba jugando con él antes de darle el tiro de gracia.

- Es bueno escuchar que tendremos años de paz en el futuro, sobretodo de una fuente tan confiable como usted... – el viejo director se lamió el labio superior. Bien, si ella quería jugar con él, él no se lo permitiría, pensó, preparándose para redirigir el rumbo de la conversación a lo que a él en verdad le importaba - En cuanto a Harry...

- Usted ya no tendrá que preocuparse por el señor Potter - interrumpió ella descortésmente, clavando sus ojos grises en los azules

- ¿Qué? - pánico y confusión apresaron a Dumbledore. Eso no era lo que esperaba, o mejor dicho, eso no era lo que él quería escuchar, no ahora, no al fin que el chico había cumplido con su parte de la profecía

- Él se irá lejos – Dumbledore abrió los ojos en enorme sorpresa – a un lugar donde usted no podrá hallarle, alcanzarle

- Pero acaba de decir que...

- No hablo de la muerte, sino de cruce de dimensiones. Usted sabe que es eso. Aunque para el mundo mágico tan sólo son viles teorías, para nosotros, seres superiores, es una realidad – respondió con socarronería, sonriendo, provocando un silencio en la habitación. Albus demasiado nervioso y confundido para decir algo, Circe disfrutando del dolor del anciano. Ella no era lo que se consideraba oscuro, en su tiempo había servido al bien como guerrera, incluso ahora era mensajera de la luz, simplemente tenía métodos... poco ortodoxos – Un error ocurrió hace diecisiete años, un error que jamás debió haber ocurrido

- ¡Y ahora quieren llevarse a Harry para que componga sus ineptitudes! – rugió Dumbledore, poniéndose de pie tan de prisa que la silla terminó en el suelo. Circe no se inmuto con la reacción del anciano. Era justo lo que esperaba

- No es una opción, señor, es un hecho. Podemos disponer de la vida del señor Potter como mejor nos parezca, después de todo, él tan solo es una herramienta, nuestra herramienta, ¿acaso no lo creamos para que viniera a salvar sus lamentables y patéticas vidas? Su nacimiento fue predicho, su tarea aquí asignada antes de que sus padres copularan para crearlo. Y esta segunda tarea también se le fue asignada. Todo la vida de este Harry Potter estaba escrita incluso antes de que cortaran el cordón umbilical.

- ¡No lo permitiré! ¡Su trabajo ha terminado! ¡Paz es lo que necesita ahora!

Circe no prestó atención al mago, y observó un pequeño y elegante reloj que rodeaba la delgada y blanca muñeca, y luego sonrió enigmática, perversamente.

- Esta hecho. Hasta nunca, señor Albus Dumbledore – y tal como había aparecido, se desvaneció, dejando atrás una simple brisa de aire.

El director no perdió un segundo más y corriendo hacia la chimenea, grito fuertemente mientras lanzaba un puñado de polvos flú: ¡A la mansión Dumbledore!

pOq

El ruido del cierre resonó en la silenciosa habitación. Era un pequeño maletín pequeño, similar a una bolsa en la que los carteros llevaban sus entregas, pero más pequeña, de color negro, de cuero ya desgastado pués la bolsa era vieja. El mago llevaba pocas cosas en ella, cosas que no podría dejar atrás: la Saeta de Fuego primer regalo del animago Sirius Black; el par de espejos mágicos que una vez habían pertenecido a su padrino y a su padre, recordatorio de su estúpido y apresurado comportamiento al final de su quinto año que había causado la dolorosa pérdida; el mapa del merodeador, creado por cuatro amigos que habían sido separados por el amargo sabor de la guerra; el ensangrentado diario del licántropo Remus, única pertenencia importante para él que había dejado al cuidado del hijo de James mientras aun estaba agonizante sobre el suelo del campo de batalla, el libro más preciado que jamás había dejado atrás; y el valioso álbum fotográfico, regalo del semigigante Hagrid, además de un baúl lleno de una parte del dinero que había dejado Sirius para él, y la capa de invisibilidad de su padre. Todo esto cabia en la pequeña bolsa gracias al útil y práctico hechizo empequeñecedor.

Estaba listo, bueno, casi. Tenía que llevarse algunos cambios de ropa.

Dando unos cuantos pasos sobre la suave alfombra, se acerco al armario y abrió las puertas de madera. Dentro de él había todo tipo de túnicas y ropas muggles. Jamás en su vida había tenido tanta ropa, la mayoría habían sido regalos por supuesto, muy poca la había comprado él.

Sus manos viajaron por los ropajes, acariciando lentamente la tela, disfrutando del contacto, cerrando los ojos. Desde niño le había llamado la atención como Dudley se paseaba dentro de los armarios de su madre, dejando que su sonrosado e hinchado rostro fuera acariciado por los vestidos y abrigos. Él siempre había querido hacerlo, pero nunca pudo. Cuando al fin había tomado el valor para hacerlo, su tío Vernon lo había atrapado abriendo las puertas del armario y le había dado una paliza que en su joven vida olvido.

Obligándose a tragarse ese maldito y amargo recuerdo, Harry comenzó a sacar un par de pantalones de vestir, otro par de mezclilla, ropa deportiva, playeras y camisas, y ropa interior, zapatos. Oh, claro que Harry sabía hacer una maleta, no era tan descuidado, había aprendido varias cosas en los últimos años, órden y disciplina por ejemplo.

Acercándose a la cama, volvió a colocarse el abrigo y después prosigio a acomodarse de nuevo las mancuernas, la corbata se la quitó por completo y la enrrolló rápidamente entre sus dedos para después lanzarla adentro de su bolsa.

Harry se irguió, observando su alcoba, alcoba que no vería en mucho tiempo. Pero más que los objetos, el ojiverde echaría de menos los buenos recuerdos, el sentimiento de bienvenida que le había acogido en este sitio. Era tentador quedarse, pero, las aves tienen que dejar el nido, sonrió.

El mago deslizó la bolsa sobre su cuerpo, quedándo el tirante sobre su hombro izquierdo, y la bolsa del lado derecho de su cadera.

Acercándose al escritorio, prosiguió a escribir una nota a Álbus, era mejor que una larga y triste despedida, él siempre había sido malo para eso, odiaba despedirse, no sabía que decir y se quedaba mirando a la persona con el cerebro trabajando a mil por hora pensando qué decir.

Observando el desastre en su escritorio, pero sobretodo la pila de cartas, el mago soltó un bufido molesto. Todas ellas no eran más que cartas vacías de personas que no le conocían.

Con un movimiento de sus largos y elegantes dedos, las cartas comenzaron a volar rápidamente, una detrás de la otra, hacia la chimenea, avivando el fuego con papel y cera y tinta. Los ojos verdes observaron hipnotizados como el fuego las devoraba, poco a poco, lentamente. Urgido por querer partir de inmediato, Harry tomó el atizador para hundir las cartas en las llamas y terminar rápidamente, pero antes de que pudiera hacerlo, una carta, a la punta de la montaña, con las cartas a su alredor protegiéndola, llamó de manera súbita y desesperada su atención. Como hechizado por la maldición imperius, Harry soltó el atizador, y se hincó, rescatando la carta.

Los ojos verdes se posaron sobre ella. La carta era realmente simple, de un lindo sobre en tono azul que tenía únicamente escrito en brillantes y elegantes trazos su nombre: Harry J Potter. Su interior celosamente guardado por una enorme gota de cera del mismo color que las letras, roja, sin ningún escudo impreso en ella.

El mago se puso de pie, y con movimientos torpes y desesperados, rompió el sello y sacó la carta.

El sobre cayó al fuego, una expresión de sorpresa escapó al mismo tiempo de sus labios.

Dinky entraba justo a tiempo para observar como su amo desaparecía en una explosión de luz.

pOq

Dumbledore se encontraba en la alcoba del chico, su nieto adoptivo. La carta sostenida entre sus arrugadas manos, escuchando con atención y sombría expresión lo que contaba la elfa.

Dinky le contaba al director todo lo ocurrido durante su ausencia, soltando lagrimitas por la desaparición del joven amo.

Los azules ojos se depositaron sobre las ventanas, presionando fuertemente el pedazo de papel. Quizá este... viaje, no era mala idea. De hecho, el director comenzaba a encontrar las bondades que parecían desbordarse de un simple pedazo de papel y de los fríos ojos casi blancos de Circe.

Una oportunidad, un regalo había llegado a las manos de Harry, y quizá en ese otro mundo el chico podría encontrar una vida, podría encontrar felicidad, después de todo la carta sólo contenía una línea:

Bienvenido a casa, Harry Potter


TBC...


¿Qué tal? ¿Debo continuar? O.o -Aoi: ¬¬ nah, escribes horrible Circe: ¬¬... Aoi: -.- sólo digo la verdad- Bien, la verdad es que ya no deseaba publicarlo, no lo sé, siento que no es demasiado bueno para estar arriba ¿Ustedes que opinan?

Fantasy is a necessary ingredient in living.
It's a way of looking at life
through the wrong end of a telescope.
Dr. Seuss