CAPÍTULO DUODÉCIMO: DESPERTAR


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>> Escena en Gris >> (Escena del Pasado)


No podía despertar. Sabía que aquello no podía ser real. Yacía enredado entre las sábanas, en la oscuridad y solitud de su habitación. Su cuerpo gritaba y ansiaba despertar, su mente sin embargo, deseaba revelar…

>> Escena en Gris >>

En el salón de una casa tradicional, se encontraban una mujer y un hombre con dos pequeños, de uno y dos años, que jugaban en el corredor. Una tabla de 'Go' frente a ellos y las piedras negras y blancas esparcidas por el suelo gracias a sus manitas.

La mujer sonrió al ver como sus pequeños aparentaban entender el juego, incluso imitando gestos en sus preciosas caritas que habían visto a los mayores. Su marido y ella tomaban el té juntos compartiendo aquel precioso momento familiar que deseaban nunca terminara. En ese instante se escuchó como alguien irrumpía en la casa. La mujer se levantó a encontrarse con la inesperada visita pero, antes siquiera de poder salir de la habitación tres hombres se introdujeron en la sala. Uno de ellos observó a lo niños con satisfacción.

- ¡No…! - gritó el esposo con pánico en su rostro. Al escucharle, uno de los pequeños empezó a llorar, un niño de visión borrosa. Inició la aventura de levantarse, quería proteger a sus hijos y huir… Y el sonido de un abrupto disparo se esparció por toda la casa.

- ¡Cógeles! – ordenó uno de ellos y, el que no les había quitado la vista de encima, comenzó a acercarse.

Un grito de mujer desesperado, porque ella comprendió y también anheló protegerles. Otro disparo retumbó.

El más mayor de los pequeños luchó contra su opresor, mientras que el menor no comprendía y permanecía impasible. Las lágrimas fluían sin control por su pequeña carita, naciendo en sus preciosas joyas marinas. Estiraba los brazos hacia sus padres, quienes yacían inertes en el suelo de la habitación y pataleaba sobre el pecho del extraño que ahora le sostenía.

- ¡Hazle callar, Karl! – gritó exasperado el hombre caminando fuera de la sala, dándole antes una fría mirada al niño que no paraba de llorar.

El joven que lo sostenía entre sus brazos, le rodeó la cara con su enorme mano, impidiéndole ver y disminuyendo los sonidos desesperados que salían de su garganta. Y el absoluto silencio inundó aquel lugar. Silencio solo roto por un ligero llanto amargo, que se perdía y despedía para siempre de aquel feliz hogar, a través del corredor.

>> Escena en Gris >>

Despertó abruptamente, sudoroso y con lágrimas bañando un demacrado rostro. Se llevó la mano derecha al pecho, dolía dentro, muy dentro y quemaba. No podía respirar. Su garganta luchaba contra él, sus pulmones exigiendo aire urgentemente. Se levantó mareado, completamente aturdido y desnorteado. Se apoyó contra la mesa de arquitecto evitándose caer. Su garganta empezó a gemir absorbiendo brotes de aire, aliviando a sus pulmones. El corazón bombeaba sangre a bocanadas, a un ritmo intensamente frenético e imposible de controlar. Sentía como las venas de su cuerpo se inflamaban, como la sangre corría velozmente en demasía por todas ellas. Resistiendo la presión consiguió salir del dormitorio. Los temblores intentaban apoderarse de él, el sudor frío bañaba todo su cuerpo con angustia contenida y la cabeza quería estallarle en mil pedazos.

Abrió la puerta del cuarto de baño, aún gimiendo impotente por aire. Se ahogaba.

La cerró de golpe y se dejó sostener por sus temblorosos brazos contra la encimera de mármol del lavabo, reposando su cabeza en ellos, doblando su cuerpo fatigado.

Las imágenes resurgían de su memoria como oleadas salvajes de recuerdos olvidados. El aire volvía a faltarle y el corazón se desbocaba. Los temblores se agudizaban y el odio y la ira recobraban un sentido en él. Levantó la mirada despacio, temiendo observarse y cuando por fin lo hizo y encontró sus glaciares irises, fue como si un enorme puñal se clavase en su corazón desgarrándolo desde lo más profundo.

Gritó, aulló y golpeó a su irascible imagen en el espejo estallándolo en mil fragmentos, incrustándose pedazos del material en su mano, sangrando sin cesar. Volvió a gritar y golpeó con el reverso del brazo las estanterías de cristal, arrollándolas, destruyéndolas, convirtiéndolas prácticamente en polvo, provocándose heridas en todos y cada uno de los músculos de su brazo derecho. Y se dejó caer en el suelo, ahora un mar de cristal ensangrentado, llorando desconsolado, padeciendo el mayor de los dolores, temblando y creyéndose morir.

Al escuchar los golpes Ryouga e Hiroshi abrieron sus respectivas puertas de cada habitación, encontrándose cara a cara en el pasillo. Miraron al mismo tiempo hacia la puerta del cuarto de baño. Ryouga negó con la cabeza…

- Enciérrate – le ordenó mirándolo frío – Una sola palabra y morirás. – Volvió a mirar hacia la puerta - Yo haré el informe.

Hiroshi se encerró sin mediar nada más y obedeciéndo. Ryouga se acercó a la puerta y escuchó. Al no oír nada…

- ¡Ranma! – Escuchó éste a través de la puerta - ¡Ranma, abre! – Perdía consistente sangre a través de sus heridas, tiñendo el suelo con ella - ¡Abre la puerta Ranma! – Restregó la mano por su cara, cubriéndola de color carmín – Vamos, no me hagas informar de esto… Abre la puta puerta…

Se levantó con extrema pesadez y somnolencia, respirando agitadamente, aún con lágrimas en los ojos. Su mirada se tornó fría de nuevo y abrió la puerta que le separaba de su interlocutor. Al encontrarse cara a cara, Ryouga le escuadriñó e inconscientemente retrocedió.

- ¿Qué coño has hecho? – suspiró observándole

- Apártate – ordenó él arrastrando la lengua

- No pienso hacerlo – le encaró. Algo andaba muy mal y no podía dejarle salir en ese estado. Sería él mismo quién le reprogramara, de esa manera no habría que dar ningún informe y la misión se llevaría a cabo tal y como estaba planeado.

- Apártate – volvió a ordenar con la mirada turbia y prácticamente vacía, como si no hubiera nada más en su cerebro. El frío cañón de un arma se colocó frente al rostro de Ryouga.

El joven de ojos pardos le retuvo la mirada, evaluó sus heridas. Y sin saber exactamente el por qué razonable de su actuación, le dejó vía libre. Ranma bajó las escaleras totalmente rígido, dejando un reguero, un rastro por el suelo de las gotas de sangre que se escurrían de las diversas heridas de su brazo, bajo la atenta mirada de su compañero. Cuando le perdió de vista, observó de manera distante y fría el estado en que había quedado el cuarto de baño.

- Espero que tú mismo puedas reprogramarte… - cerrando la puerta y con un toque de amargura comprendió que algo estaba demasiado mal. Algo había rebosado - … yo no puedo hacerlo…

Miró hacia la habitación cerrada que quedaba a su derecha, la de Hiroshi. Cogió su arma, anduvo hasta quedar frente a la puerta, la abrió y se introdujo en el dormitorio. Lo único que se escuchó a continuación fue el tenue y amortiguado relucir de un certero disparo.

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En aquellos mismos instantes, en un lujoso resturante…

- No hemos podido interceptar las mercancías ni una sola vez en todo este tiempo… - decía exasperado, con la mandíbula apretada de rabia - … ¿Ahora me dices que tampoco hemos descifrado los códigos? Lleváis dos meses trabajando solo en eso – cogió la copa con la mano y, la apretó tanto, que a punto estuvo de romperse en mil pedazos de cristal. ¡Maldito Tzen!

- No, no hemos podido – Nobu miraba a Kuno indiferente, sin importarle lo que pensara o dijera – Así que, Bienvenido, último recurso… - levantó su copa y brindó con el aire.

- ¿Sabes en el lío que nos metemos al utilizar el último recurso? – su voz estrangulada

- Queremos acabar con Tzen ¿Verdad? – silencio durante unos segundos - Es la única forma que tenemos de quedarnos con todo lo que tiene y hacerle desaparecer… - y volvió a remarcar, raspando las dos sílabas – TO-DO

Se miraron con tensión durante unos largos segundos… con sus respiraciones marcadas.

- Date por muerto si algo sale mal… - sentenció levantándose de su asiento. Aquello no había sido una queja, era una clara amenaza hacia su compañero. Con desprecio e ira contenida, dejó caer un par de billetes sobre la mesa y se marchó de allí.

- No, no, no Kuno… - dijo con ironía en un susurro, con una mezcla de burla y satisfacción en su voz, una vez que se quedó solo en la mesa - … date tú por muerto…

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Ryouga esperaba fuera, en el porche, a que las chicas salieran de su casa y así dirigirse a clase. Observó la calle con cautela, esperando verle llegar. No había contactado con él en toda la noche y esperaba por el bien de la misión que Ranma hubiese sido capaz de reprogramarse.

Aún no había averiguado qué fue lo que le hizo desequlibrarse. Él era el Mayor, él era el más perfecto de todos. Entonces, si así era ¿Qué estaba sucediendo¿Qué había desencadenado aquella reacción de madrugada? Su mirada se tornó vacía y su mente divagó calibrando opciones sustanciales.

- Kuonji llamando a Hibiki, Kuonji llamando a Hibiki – aquella voz de sonido nasal forzado le sacó de sus pensamiento - ¡Bienvenido al mundo! Ya era hora… - su vista se clavó sobre ella y después la enfocó sobre Akane.

Ignorando los saludos de la que era conocida como su novia, meditó unos instantes sobre si dirigirse o no a la chica Tendo.

- Akane – dijo finalmente, notando como Ukyo se había callado de improvisto - ¿Te ha llamado Ranma?

- ¿A mi? – respondió aturdida ante la pregunta – No… - notó como en el rostro de ella se formaba el gesto que identificaba como pánico - ¿Ha pasado algo Ryouga? – se acercó a él

- No, no, tranquila… - dijo conciliador - … es que anoche salió, por que le llamó algún abogado y se marchó totalmente enfurecido – levantó los hombros, actuando, restándole importancia - … pensé que igual te llamaría para contártelo…

Ella negó con la cabeza – Pues no, no me ha llamado… Luego hablaré con él, gracias por preocuparte– finalizó con una sonrisa.

Y mientras echaron a caminar hacia la facultad, Ryouga no pudo evitar recordarse mecánicamente "No, no me preocupo por él. Me preocupa la misión. Nada debe interferir y si lo hace, debemos eliminarlo. La misión es la prioridad, aunque debamos dar nuestra vida. Solo la misión importa. La misión es la prioridad"

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La cafetería estaba repleta a la hora del 'gran' descanso a media mañana de clases. Akane estaba sentada en una mesa con Yuka, tomando unos cafés. Ryouga Y Ukyo se habían alejado, según ellos necesitaban hablar.

- Espero que lo arreglen… - dejó caer Yuka, bebiendo a continuación un poco de café

- Y yo también – suspiró - … no se porqué últimamente les está yendo tan mal. Pero bueno, las cosas de pareja, ya sabes… - decía sin mucho ánimo.

- ¿A ti qué tal te va con Ranma? – preguntó con interés

- De ensueño, totalmente irreal – una amplia sonrisa de felicidad se mostró en su rostro – No podría tener a nadie mejor. Es… - meditó unos segundos mirando hacia el techo y, de repente, concluyó - ¡Perfecto para mí!

- Me alegro de que al menos a vosotros os vaya bien – Akane le dio un 'gracias' y clavó su vista sobre unos apuntes. Yuka sonrió sospechosamente satisfecha.

Concentradísima en lo que leía, porque no se sentía capaz de ver como Ryouga y su mejor amiga discutían, Akane se llevó un buen susto cuando sintió un agarre en su cintura y un grito en su oído.

-¡MIERDA! – saltó de la silla y miró con rabia al "gracioso" de turno que decidió que aquel era un buen momento para asustarla, ignorando las risas de Yuka - ¡No vuelvas a hacerme eso!

- Lo siento, lo siento… - aunque mostraba una sonrisa, sus ojos azules denotaban por contradicción una seriedad absoluta – no pensé que te asustarías tanto… - le dio un suave y dulce beso en la frente y le acarició la cabeza, sentándose a continuación a su lado.

Akane miró a su compañera con complicidad femenina y negó con la cabeza, indicando un claro "¡Hombres!", con hastío. Después, observó a Ranma, que estaba leyendo sus apuntes y se percató con asombro de su mano vendada.

- ¿Qué te ha pasado en la mano?

- Anoche se me resbaló un vaso y me corté… – levantó la mirada hacia Akane sonriéndola, de forma que ella sintiera que no era importante. - … no te preocupes. - Después, en el camino que sus ojos recorrieron para posarse de nuevo sobre los apuntes, Yuka recibió una orden.

- ¡Uy! Yo tengo que ir a recoger unas cosas – se levantó deprisa, como si en verdad se hubiera despistado - ¡Nos vemos chicos! – y se marchó de allí, casi sin dar tiempo a que se despidiesen. Pero no sin antes dar un vistazo al asunto Hibiki.

Akane quedó estupefacta con la inesperada ida de Yuka. Después de unos segundos de silencio entre los dos, ella decidió abordar el tema…

- Ryouga me ha contado lo de anoche… - su voz denotaba preocupación

Ranma sintió fuego por dentro. Su mirada se volvió opaca y helada, sus músculos se tensaron. Dejó de respirar. ¿Aquel imperfecto le había contado algo de lo que pasó realmente?

- ¿Qué es lo que te ha contado exactamente? – arrastró la lengua entre sus dientes

- Pues que algún abogado te llamó y que… saliste enfurecido de casa… - Akane deslizó la mano por su espalda, notando la rigidez de Ranma - ¿Estás bien? – Susurró dulce agachando un poco la cabeza, buscando el contacto visual - ¿Quieres contármelo?

- No, no importa… - llevó su mano sobre la muñeca de Akane. Necesitaba entrelazar sus dedos con los de ella, sentir su piel, su fragilidad, su dulzura… - … es lo de siempre… - besó el anverso de su pequeña mano y clavó su vista sobre la de ella. Al contemplarla, supo que todo merecería la pena. Todo. Absolutamente todo.

- Ya sabes que si necesitas hablar yo… - en ese momento su teléfono móvil comenzó a sonar. Deshizo el contacto entre ellos con una brusquedad no intencionada - … siempre estaré a tu lado – Abrió la mochila y rebuscó en el bolsillo sin apartar la mirada de Ranma – Puedes contarme lo que sea cielo… - sacó el aparato y al ver lo que aparecía en la pantalla, susurró con una sonrisa – Es papá...

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Acababan de entrar a la casa. No se habían dirigido la palabra desde que se vieron en la cafetería, después de que Ryouga tuviese la discusión con Kuonji. Ambos debían explicaciones que no estaban dispuestos a dar, pero estaban obligados al mismo tiempo a hacerlo. El sonoro golpe de la puerta al cerrarse se esparció por todo la casa. Ranma lo obvió y comenzó a subir las escaleras.

- Ranma – Escuchó remotamente la voz de su compañero y paró en seco en medio de la escalinata - ¿Qué demonios hiciste anoche?

Le observó por encima del hombro, sin ningún ápice de sentimiento en su rostro.

- Nada – las imágenes se agolparon en su mente nuevamente, tan rápido que apenas pudo digerirlas. – Anoche no pasó nada – repitió de forma mecánica.

- Si no me lo explicas, tendré que informar a 'Raíz' 3.0.5 – Ryouga anduvo hasta el comienzo de la escalera – Y por algún extraño motivo no es algo que quiera hacer, pero estoy obligado. La misión es…

Ranma se dio la vuelta, quedando cara a cara con él y, como si sus ojos se hubieran quemado en llamas de ira, le interrumpió.

- Exacto, la misión es lo primero. – Se condenaron con los irises - Pase lo que pase, tenemos un deber. Yo lo estoy cumpliendo 2.1.1. No puedes avisar a 'Raíz' porque es demasiado tarde para sacarme del plan – Y, por primera vez, dejó entrever un sentimiento. Sus labios formaron una pequeña sonrisa. Victoria – Esta noche posiblemente me encontraré con él – Ryouga abrió ligeramente los ojos y tensó aún más su cuerpo – Preocúpate de hacer tu trabajo y prepararlo todo, que yo me ocuparé del mío.

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19.00 de la tarde.

Ranma salía de la ducha, con una toalla enrollada a la cintura y la espalda completamente roja y arañada debido a la casi insoportable agua caliente que se derramó por ella. El cuarto de baño estaba lleno de vaho, los cristales totalmente empañados. El espejo había sido repuesto, cómo era de esperar. Incluso respirar podía ser dificultoso, abrumador. El aire se filtraba en los pulmones pesadamente, haciéndoles reclamar angustiosamente por más. Era algo extremo.

Enredó los dedos entre su pelo y lo llevó hacia atrás. Después se apoyó, cargando todo su peso en sus brazos, sobre la encimera de mármol de lavabo. Sus músculos se tensaron de inmediato, ensanchándose, removiendo la sangre y en auge. Sus manos agradecieron el frescor del material en donde se plasmaban. Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia delante. El cabello se deslizó de donde fue colocado, cubriéndole el rostro, derramando gotas de agua desde sus filamentos azabaches. Un agudo dolor de cabeza se estableció en él en el preciso instante en el que se encerró en el cuarto de baño. Un dolor que había intentado apaciguar de mil formas; entre ellas, desviar la atención de los mensajes de dolor que percibían sus terminaciones nerviosas y que entregaban a su cerebro hacia otro punto de su cuerpo, abrasando prácticamente su espalda. Sabía por qué se estaba produciendo ese intensísimo dolor; esas memorias le atormentaban. No quería mirarse al espejo, porque sabía que en cuanto sus ojos se reflejasen en él, su subconsciente le traicionaría y no quería perder el control, no volvería a perder el control, porque él era perfecto.

Una punzada en el parietal derecho le hizo estremecerse, apretando fuertemente los ojos y doblándose sobre la encimera, como la otra noche. Apoyó la frente sobre su brazo, que se refrescaba sobre el mármol; todo le daba vueltas, todo dolía… pero, no era un dolor que no hubiera experimentado anteriormente. No era el dolor lo que le hacía doblegarse y estremecerse casi en espasmos. Era ser consciente de que estaba perdiendo el control. Estaba luchando consigo mismo. Luchaba contra una de las zonas casi incontrolables del cerebro. Pero él lo dominaría, él podría hacerlo. Porque él era perfecto.

Se incorporó nuevamente con angustiosa pesadez y observó su reflejo borroso en el espejo. Miró su mano por inercia, reconociéndose, llena de arañazos del anterior cristal que había estallado. En ese preciso instante, el punzante dolor renació. Apretó los ojos con fuerza, no quería recordar, no, no, no, no quería recordar. Dejó caer la mano sobre el espejo empañado, a la altura de su rostro, sosteniéndose. Cuando apaciguó ligeramente el martillear en su cabeza, observó de nuevo su silueta difuminada, dudando… No quería verse, no quería perder el control… pero, por primera vez en toda su vida, algo totalmente prohibido para él se impuso sobre su mente: Su corazón. Y entonces, sus recuerdos se plasmaron en su visión, difuminando ante el espejo la imágen de lo que no le estaba permitido, de lo que le devolvió a la vida: ELLA.

Y su mano entonces resbaló, haciéndole descubrir su propio reflejo, oscuro y distante. Enfocando su vista sobre sus gélidos irises cobalto… Y supo que no volvería a perder el control. Porque su motivo para no hacerlo era mayor que su propia necesidad.

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Akane corría del cuarto de baño a su habitación. De su habitación al cuarto de baño. Del cuarto de baño a la habitación de Ukyo y volvía a correr por el pasillo hasta su dormitorio. Ésta última, exasperada y prácticamente agotada de ver tanta carrera de arriba abajo, decidió levantarse de la cama, tirar la revista al suelo y meterse en el cuarto de baño, en dónde estaba Akane, para intentar calmarla.

- ¿Quieres tranquilizarte? No entiendo por qué te pones tan nerviosa… – preguntó observando como su amiga se enfundaba en un vestido ajustado y largo de color argentado.

- ¡Ah! Mira, ya me salió mal una vez – dijo girándose, con mechones de pelo cayéndole sobre la cara – No quiero que me vuelva a salir mal… - se miró en el espejo mientras luchaba contra el vestido, que caprichosamente y sin su consentimiento se había empeñado en no enfundarse más allá de sus caderas - … va a salir bien. TIENE que salir bien…

- ¡Ay Dios mío! – Ukyo tiró desde la parte trasera del vestido hacia arriba, consiguiendo colocarlo a la altura del pecho, en su correcta posición – Akane no puedes controlar todo. No me gusta verte destrozada cada vez que tu padre te da plantón – ajustó la cremallera – Hazme un favor y hazte un favor – colocó sus manos sobre los hombros desnudos de Akane – Disfruta con tu chico esta noche y olvídate de todo lo demás. Tienes una joya de hombre como pareja. Y evidentemente que no es lo mismo que un padre… ¡¡CIELO, Es infinitamente mejor!! Así que mira – su voz destellaba ligera soberbia -, si él no viene olvídalo y pásalo bien con Ranma - la sonrió en el espejo – Ya me gustaría a mi tener a alguien así a mi lado… - dijo con cierta melancolía, agachándose y arreglando la parte trasera y baja del vestido.

Akane se quedó de piedra ante lo que acababa de escuchar. Giró la cabeza despacio seguida de su torso. La observó, allí en cuclillas, escondiendo el rostro bajo su cabello castaño, como no queriendo reaccionar.

- ¿Ukyo? – Preguntó con delicadeza - ¿Qué ha pasado?

- Nada, no ha pasado nada… - sollozó y deslizó la palma de su mano sobre el suave raso de color plata, como si aquello pudiera reconfortarla - … no te preocupes…

- ¿Cómo que no me preocupe? – su voz desprendía ofensa. Se agachó con extrema mesura. Quería buscar su rostro, su mirada. Ukyo rehuía, como siempre – Mírame - Posó sus manos en sendas mejillas y la obligó a enfrentarse a sus ojos y, ante aquel contacto arrollador, cargado de significado, rebelador, al que Akane sabía jamás Ukyo había podido hacer frente, su amiga se desplomó en el suelo, llorando sin consuelo alguno - … Llora… - susurró, abrazándola con ínfima ternura y acariciándola la cabeza, enredando su finos dedos sobre el sedoso y largo cabello castaño - … Llora todo lo que necesites, no te dejes nada…

- ¿Por qué?¿Por qué? – Murmuraba a borbotones, con voz rota - ¿Por qué?

- Shsh… - Akane la aproximó aún más a sí, meciéndola con delicadeza – No pienses en eso ahora…

- Yo le quiero – dijo con amorosa amargura – Yo le quiero Akane… - se abrazó a ella, agarrándose con extrema necesidad al consuelo que estaba recibiendo – Le quiero…

- Lo sé – susurró apretando las labios, conteniendo sus propias lágrimas – Lo sé…

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Ranma comenzaba a distanciarse mentalmente de todo lo que le rodeaba, de todo sentido, preparándose para lo que sabía vendría. Frente a un espejo de cuerpo entero, anudaba mecánicamente la corbata alrededor del cuello, como complemento de su atuendo. Se miraba fijamente a los ojos a través de su reflejo, como queriendo profundizar en sus pupilas, atravesarlas, fluir por su interior y arrancar el problema de cuajo. En ese preciso instante, Ryouga entraba con un enorme rollo de papel en las manos. Pasó tras de él y los dejó sobre la mesa de arquitecto.

- Planos nuevos – se limitó a decir apoyándose contra la pared. Justo detrás de Ranma, observando su imagen reflejada.

Cómo si de un mecanismo que reaccionase a través de órdenes mediante voz, el joven de ojos azules obvió por primera vez su silueta dibujada en aquel cristal reflectante y caminó con elegancia y paso firme silencioso, hasta la mesa con aquellos planos nuevos. Sin siquiera dirigirle una mirada a su compañero, comenzó a estudiarlos. Sus irises se aclararon, moviéndose con pausada velocidad y seguridad, recorriendo, sus pupilas memorizando cada palmo, cada centímetro de aquellos papeles y de la información que contenían. Levantó la hoja y estudió la siguiente. Al cabo de un par de minutos, sus ojos dejaron de ser presa de aquellas lineas y figuras negras, volviendo sus glaciaciones a obscurecerse. Se arregló el pantalón de nuevo. Caminó hacia la cama, cogió su arma favorita, la más letal, efectiva y silenciosa de las cuatro que tenía sobre el colchón y se la enfundó en la parte trasera del pantalón. Agarró la chaqueta del traje y colocándosela anduvo fuera de la habitación.

Bajando las escaleras, fue como si volviera a conectarse al mundo. Sus sentidos se agudizaron, por su mente comenzaron a fluir imágenes de Akane; fluyó su aroma, la calidez de su tacto, la suavidad, el dulzor de su sonrisa, la sonoridad de su voz… Cerró los ojos con pesadez y se recordó lo que debía hacer esa noche. Basta de imágenes suyas, basta de sentir. Basta de sentir lo prohibido.

- 3.0.5… - escuchó al llegar al final de la escalera. Se giró. De nuevo sus ojos se ensombrecieron al encararle - … Mantenme informado - Ryouga se perdió de su vista como un felino, como si nunca hubiese existido su presencia. Solo quedaba el recuerdo de su figura.

Ranma observó aquel lugar vacío durante unos segundos más, con una sospechosa sonrisa afectada en su rostro. Caminó hacia el sofá, cogió el tres cuartos negro y anduvo hacia la salida con paso firme pero, antes de desaparecer de allí, susurró caprichosamente a una nada que, en realidad, escondía un destinatario – Seguro…

La puerta se cerró despacio…

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Ranma conducía por la carretera principal que unía el campus con la ciudad. Akane apenas había hablado desde que se encontraron hacía diez minutos. Se limitó a sentarse, con las manos en su regazo y a observar a través de la ventana. A juzgar por sus gestos y lenguaje corporal, estaba enfadada.

- Estás muy callada… - dijo al tiempo que observó el retrovisor y cambiaba de carril, colocándose en el de entrada a la ciudad.

Akane giró el rostro con parsimonia, como no queriendo encararle.

- ¿Tú sabías lo que quería hacer Ryouga? – preguntó recolocándose en el asiento, girando su torso de tal forma que quedase de frente a él. Aquellas palabras descolocaron a Ranma durante unas milésimas de segundo.

- ¿A qué te refieres?

- ¿Cómo que a qué me refiero? – Prácticamente gruñó – Ryouga ha dejado esta mañana a Ukyo

La mandíbula de Ranma se contrajo.

- ¡Mierda! – masculló en alto como queja. Eso se desviaba de los planes - ¿Cómo iba a saberlo?

- Porque sóis amigos – Afirmó queda - ¿No te ha comentado nada sobre que les iba mal o que pensara dejarla?

- Los hombres no hablamos de eso, Akane. Ni siquiera preguntamos – explicó serio, observando absolutamente todo lo que le rodeaba. Memorizando las matrículas de los coches, el modelo y el color que le correspondían. Tratando de divisar algún objetivo – Y si nos preguntan, siempre diremos que va bien.

- Ukyo está destrozada – susurró con tristeza, bajando los párpados - ¡Mierda! No podía haberla dejado otro día, no. Tenía que ser precisamente hoy. ¡Hoy! Que tengo una cena con mi padre, al que solo veo un par de veces al año si llega, y con mi novio… Cuando no puedo quedarme para apoyarla y acompañarla… - apretó los labios y dispuso la vista al frente, observando la carretera.

- Eh… - susurró él cogiéndola de la mano, acariciándola, confortándola - … No quiero que pienses en eso ahora. Se que es difícil, pero no lo hagas.

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Su mesa se encontraba en una zona especial, reservada solo para unos pocos privilegiados. El salón rebosaba elegancia, distinción y riqueza. Era como una exquisita burbuja de cristal separada del resto de habitaciones y comensales por grandes puertas de vidrio, rematadas en baños de oro y pigmentos blancos. Cortinas de terciopelo rojo eran tendidas a los lados de las vidrieras, preparadas para poder conceder intimidad si así era requerido. Las notas de un piano se perdían en el aire, acompañados de una voz suave de mujer susurrando una armoniosa melodía.

La cálida luz de las velas se reflejaba en el inmaculado rostro de Akane, quién lucía una hermosísima y dulce sonrisa feliz y una mirada límpida y brillante. Esa misma luz traspasaba el color rubí de la copa de vino que permanecía frente a ella, y ésta a su vez, tornasolaba su escote con una capa de tersedad granate. Se había sentado de tal forma que podía vislumbrar desde su posición las puertas principales de entrada al hermosísimo salón.

Ranma se dedicó unos segundos a observarla con fascinación camuflada. Era lo más frágil, sincero y bello que había contemplado jamás. Lo más vivo, delicado y cálido. Sus irises cobalto, ahora grisáceos, dirigieron a sus retinas sobre cada comensal, cada camarero, cada ser que respirase y tuviera capacidad de moverse. Memorizó sus rostros, analizó sus cuerpos, calculaba distancias, probabilidades, desencuadres, errores en la escena, desconcoordancias. Su vista se detuvo en la misma dirección en la que Akane se encontraba, solo que se enfocaba más allá de donde estaba ella. En dos hombres concretos, sentados en diferentes mesas, cercanos a la otra puerta de entrada.

- Gracias por venir… - escuchó lejano. Su enfoque varió a una distancia más corta, plasmando toda la atención de su mirada sobre ella.

- No tienes por qué dármelas… - cogió su mano y acarició el anverso con la yema de sus dedos, sintiendo la suavidad de la seda en sus manos - … me alegro de estar aquí. Aunque espero que no sea muy duro conmigo…

Akane rió con suma delicadeza, agachando la mirada.

- Después de no presentarse la otra vez y de cómo me puse yo, pensé que no querrías venir – Sus largas y espesas pestañas negras se levantaron, dejándole ver sus subyugantes ojos pardos – Ya sabes, por si no aparecía…

- No podría dejarte venir sola – Por supuesto que él no podía faltar a esa cita - Aunque no me hubiese sentado aquí, te estaría esperando fuera.

Ella volvió a sonreír y se deslizó hacia atrás en el respaldo, rompiendo el contacto de sus manos. Como si hubiera perdido la compostura, Akane se sentó derecha y se estiró buscando la puerta de entrada. Le había parecido verle, por lo que una ligera sonrisa asomó sobre sus labios. En efecto, ahí estaba ¡Por Fin! La sonrisa se agrandó llena de ilusión y esperanza. Se puso de pie como un resorte.

Ranma se alteró durante unas milésimas de segundo. Sus sentidos se agudizaron al máximo y su cerebro comenzó a procesar información a velocidades vertiginosas. Clavó la mirada sobre ella, analizando su lenguaje corporal, su mirada y sus gestos faciales. La sonrisa, la sonrisa… Como si todo sucediera a cámara lenta, giró la cabeza hacia la puerta de entrada principal, a la cual quedaba de espaldas. Sus ojos cobalto se deslizaron por un recorrido que le pareció eterno y, cuando llegaron a su destino, a unos veinte metros de donde se encontraba, sus pupilas hallaron en aquella silueta de varón unos penetrantes ojos negros que se clavaron sobre los suyos con superior autoridad. Se retuvieron la mirada con frialdad unas micromilésimas de segundo, que significaron demasiado para el escaso tiempo durante el que se encontraron. Una inapreciable brisa le acarició haciendo que sus asombrosos reflejos reaccionaran de manera automática, reclamándole con urgencia que se girase. Y mientras sus ojos marcaban el anterior recorrido en dirección opuesta, sus tímpanos comenzaron a recibir los sonidos ambientales de la sala de forma distinta y amplificada. Todo había cambiado, él no debía entrar por ahí, por la puerta principal. Y se vió obligado a calcular de nuevo su estrategia. Sus ojos azules se cubrieron de oscuridad, su mirada se congeló. El tiempo se desbocó. Akane estaba de pie, esperando la llegada de ese hombre, como inherte y asuente de todo. De repente, una sombra que no concordaba en la escena apareció tras ella. Un cuchillo, un cuchillo. Antes casi de que se hubiera dado a conocer, Ranma saltaba sobre la mesa quedando de cuclillas. Akane cayó al suelo como una muñeca de trapo, al recibir el contacto poderoso, decidido e inesperado de su acompañante, que la empujó con una sola mano. Y un grito desgarrador se escuchó en todo el comedor, alertando a los presentes. La afilada hoja de plata yacía clavada en la mano de la sombra, un hombre de una complexión similar a la de Ranma que le miraba con desconcierto. El cuchillo se hundía hasta la empuñadura, atravesando no solo la mano, si no también la mesa. Había sido hincado recto sobre la vaina sinovial de los músculos flexores, para ser después retorcido, dejando así la mano completamente inútil. El mantel blanco impoluto se ensangrentaba. Sin tiempo para que casi nadie asimilara lo que estaba sucediendo, las manos de Ranma se posaron a ambos lados de la cabeza de la ahora descubierta sombra, haciendo crujir huesos, rompiéndole el cuello con precisión y soltura. El cuerpo se desplomó.

Los gritos no tardaron en aparecer y diferentes y nuevos sonidos de angustia se esparcieron en la sala. Pasos apresurados y sonidos metálicos. Ranma agarró el cuchillo del cubierto de Akane y lo lanzó hacia su izquierda, clavándoselo entre ceja y ceja al único hombre de toda la sala que había sido capaz de reaccionar a esa vertiginosa velocidad. Un hombre como él. Siluetas moviéndose de un lado a otro y algunas con un solo objetivo.

Los sonidos metálicos se hicieron audibles. En su misma posición llevó la mano hacia su espalda, giró la cabeza hacia el hombre de mirada negra, ahora cargada y llena de súplica. Su voz retumbó en la habitación - ¡¡Sacádlo de aquí!! – otorgando órdenes. Dos guardaespaldas salieron de la nada, arrastrándo al varón de mirada azabache fuera de allí. Un disparo. Ranma saltó de la tabla. Recordando y calculando la posición en la que se encontraban los que iban hacia ellos, dio tres tiros hacia la derecha por sobre la mesa que les cubría. Uno de los hombres había caído.

Aplastó la muñeca de Akane con su mano libre y la ordenó correr, pero ella no podía moverse, estaba en shock. La arrastró a trompicones y agachados por entre los pasillos que formaban las mesas. Más disparos. Ranma la aplastó contra el suelo. Akane gritó y se quedó sin aire al recibir todo el peso de la corpulencia de él. Y suspiró inconscientemente aliviada cuando se apartó de encima. Ranma se descubrió y disparó sobre los dos hombres que se aproximaban por la derecha. Un impacto, arde la piel, el dolor se desparrama entre las fibras, recorre los músculos… Le habían alcanzado. Estaba herido, en el hombro izquierdo. "Cambio de planes".

Saltó sobre la mesa como un felino, irradiando rabia y auto-control, aplastando los platos de exquisita cerámica. Agarró nuevos cuchillos y los lanzó hacia sus objetivos. No eran como él. Saltó al suelo y corrió hacia ellos, moviéndose con asombrosa velocidad y cambiando inesperadamente de dirección, haciendo que no le pudieran contemplar como objetivo, consiguiendo así que fallaran en los disparos. Quedaban dos. Disparó al primero y el varón se desplomó en el suelo. Según se desplazaba, agarró otro cuchillo. Se movió por entre los pasillos agazapado entre las mesas y sorprendió al hombre por detrás, agarrándole la cabeza con su brazo y desgarrándole la garganta con la afilada hoja, sin un ápice de sentimiento. Había escuchado como pedía refuerzos. Cuando el cuerpo se descolgó sobre el brillante y ensangrentado suelo de mármol corrió hacia Akane. Debía sacarla de allí.

Ella seguía en la misma posición, boca abajo contra el suelo, con la mirada perdida al frente.

- Levántate – ordenó él remoto, cogiéndola del brazo y tirando hacia arriba.

Cuando Akane recibió su contacto, le miró aterrorizada. No sabía qué era lo que sucedía pero de repente sintió la necesidad de huír de él. Al encontrarse con su zafirina mirada empezó a chillar - ¡No, no! – intentó levantarse desesperada, resbalando varias veces sobre el suelo barnizado por culpa de los tacones.

Ranma se apresuró a atraparla de la cintura y la cargó sobre su hombro aún estando herido. Ella seguía gritando, pataleando, intentando zafarse. La sintió romper a llorar.

Salió de allí por una de las puertas de servicio que daban a la callejuela de atrás del restaurante, donde había aparcado el coche con previsión. Un disparo, que pasó muy cerca de su cabeza a juzgar por el impacto del aire sobre su nuca, resonó en el ambiente. Akane chilló de nuevo por el estruendo. Ranma giró la cabeza y le observó, con infinita frialdad, al final de la calle. Aquel hombre no era como él. Abrió el coche y tiró a Akane dentro, cerrando después las puertas con el mando, impidiendo que pudiera ser abierto desde fuera y desde dentro. Ella, en una mezcla de desesperación, preocupación y temor, se pegó al cristal, golpeando la ventanilla y llamándole agitada. Observó como Ranma levantaba las manos, en señal de rendición. Fue entonces cuando se percató de que él estaba herido.

- ¡Estoy desarmado! – le escuchó decir comenzando a caminar en dirección al hombre que le apuntaba al otro lado del callejón.

- ¡Al suelo! – Ordenó - ¡Al suelo! – repitió afianzando su apunte

Ranma le miraba fijamente, calculando. Le necesitaban vivo, era por eso por lo que aún teniéndole así, el hombre no se atrevía a dispararle. Hizo amago de obedecerle, pero cuando dobló parcialmente su cuerpo, se llevó rápidamente la mano hacia atrás y disparó contra aquella silueta dos veces.

Akane observaba todo incrédula. Le vió correr hacia el hombre. Le vió cogerle por el cuello y aplastarlo contra la pared. Le vió golpeándole y hablarle.

Ranma apenas tenía que hacer esfuerzo para mantenerle sostenido en vilo por el cuello y despegado del suelo.

- Dame el nombre de la persona para la quién trabajas – dijo con voz tensa y obscura.

Sentía como el cuerpo se estremecía, como luchaba por soltarse y por respirar. Podía sentirle morir entre sus manos y por unos instantes le agradó. Ranma endureció la mirada y repitió su mensaje, con voz aún más grave

– Un Nombre – el hombre parecía negarse a contestar, pero dudó por unos instantes el que le entendiera. No era japonés, ni oriental. Podría haber aprendido frases cortas para utilizar en situaciones planificadas, mientras esperaba por los refuerzos. Así que volvió a repetir de manera descontrolada – 'имя' – en ruso – 'A name'– en inglés – 'Un Nom' – en francés – 'Ein Name'– en alemán – 'Un Nome' – en italiano – 'En nominera' – en sueco – 'jeden navrhnout' – en checo.

- No…n…no… - intentaba respirar, aullando en japonés - …no se nada…

- Mientes – su voz se rasgó y apretó aún más sus dedos en el flácido cuello del hombre – Dame un nombre – arrastró la lengua, remarcando cada sílaba.

- No… - comenzó a llorar. Se estaba ahogando.

Ranma entre cerró los ojos, abrió la mano y le dejó caer al suelo. Miró hacia el coche. Ella estaba observando todo, ella estaba observando todo. El hombre tosió y respiró forzadamente buscando aire. Una patada se estrelló en su estómago. Ranma le agarró de la pechera y colocó el cañón de su arma dentro de su boca. Su irises se endurecieron, el azul cobalto de sus ojos parecía ahora negro.

- Dame un nombre – repitió de forma mecánica – Dame un nombre – volvió a decir. Observaba al débil que yacía bajo su mando, temblando, lacrimoso, retorciéndose… y eso le llenó de ira – Dame un nombre, dame un nombre – afianzó el cañón del arma sobre él – ¡Dame un nombre! – gritó golpeándole la cabeza contra el suelo.

- Khjhunahao – balbuceaba sollozando adolorido. El arma fue extraída de su boca de un tirón y fue arrinconado contra la pared – ¡¡Kuno, Kuno, Kuno, Kuno!! – gritó desesperado.

Ranma sonrió forzadamente. Agarrándole del pelo volvió a golpearle la cabeza contra la pared, dejando al hombre inherte, inconsciente. Estuvo a punto de perdonarle la vida. Pero no podía hacer eso, no, no podía. Se levantó despacio, como una elegante pantera y, con rotunda decisión, le clavó un tiro entre los ojos. Muerte segura, indolora e instantánea.

Caminó hacia el coche, tirando el arma en el callejón. Frunció el ceño, sintió una hebra de dolor recorrerle el brazo. Se quitó la chaqueta, yaciendo ésta también sobre el asfalto. La camisa estaba teñida de granate. Abrió la puerta del conductor y se metió en el Porsche.

Akane retrocedió de inmediato en su asiento, pegando su espalda a la ventanilla, con la respiración agitada, sin dejar de mirarle. Sentía que se ahogaba. ¿Qué era lo que había sucedido¿En qué lío estaba metido¿Con qué clase de hombre…? Pero sus pensamientos se paralizaron cuando escuchó el chirrido de las ruedas de un coche y las luces se dispararon hasta la posición en la que estaban. Giró la cabeza y miró hacia los focos, deslumbrándose.

Ranma observó a través del retrovisor. Arrancó la manga de su camisa de seda. Akane, al escuchar el característico sonido de tela rasgada le miró horrorizada. Un gemido involuntario se escapó de entre sus labios al contemplar la herida, la cantidad de sangre que fluía de ella y que recorría el musculoso brazo del joven.

El coche que estaba al otro lado de la calleja aceleró en su dirección. Ella gritó su nombre en auxilio; 'Ranma'.

- Agárrate – Aceleró el coche y salió disparado en sentido contrario. Segunda y Tercera. Se precipitaron a una de las calles principales, atestada de vehículos que se deslizaban en ambas direcciones. Sostuvo el volante con una sola mano y giró evitando así accidentarse. Lo hizo tan bruscamente que Akane estuvo a punto de golpearse la cabeza contra el cristal de la ventanilla y chilló cuando se magulló el cuerpo contra la puerta. Cuarta, 90 km/h.

Con gran esfuerzo, sujetó el volante con la mano izquierda y llevó sobre la cabeza de Akane su mano derecha.

- Agáchate – ordenó empujándola hacia abajo, obligándola a meterse en el hueco que quedaba entre la guantera y el cómodo asiento – Y procura no golpearte… - Ignoró sus quejas.

Ranma observó por el retrovisor a qué distancia se encontraban sus persecutores. Con el vehículo que portaban no podrían darles alcance, no era suficientemente potente. Quinta, 115 km/h. Pero si que era lo necesario para seguirles hasta que a uno de los dos vehículos se le terminase el combustible. Debía darles esquinazo. Sexta, 280 km/h. Recuperó el control del volante con la diestra y adelantó y esquivó a diversos coches con pasmosa facilidad. El plano de la ciudad se dibujaba en su cabeza y su cerebro le indicaba automáticamente qué caminos escoger. Giró e invadió el carril de sentido contrario. Sus persecutores se deslizaron por la carretera al frenar para intentar seguirle como si ésta estuviera impregnada en mantequilla. Había ganado unos cientos de metros. Redujo a Quinta, 190 km/h, haciendo que el motor del Porsche rugiera revolucionado, casi ahogándose. Necesitaba potencia, potencia.

Aceleró y aceleró. Giró en la primera calle que encontró a la izquierda. Cambió a sexta, 230 km/h. Akane gritó algo que no llegó a comprender. Volvió a girar en la primera a la izquierda. A punto estuvo de chocar frontalmente contra otro vehículo, pero sus ávidos reflejos evitaron el accidente. Redujo a quinta, cuarta, aceleró, cambió a quinta. Volvió a cambiar el sentido de la marcha en la siguiente calle amplia que encontró. Giró de nuevo, esta vez en la segunda a la derecha. Iban a salir de la ciudad.

Callejeó durante minutos que parecieron interminables. Finalmente consiguió darles esquinazo. Divisó numerosas veces la carretera, cercieorándase de que nadie les seguía. Observaba a los ocupantes de los vehículos, memorizaba rostros, matrículas, coches y modelos… Buscaba errores, distorsiones en la escena.

Ahora se movían por una pequeña carretera, oscura y brumosa, por la que todavía no había pasado ningún otro coche. De repente, sus ojos se cerraron un instante. Los abrió de golpe y recordó su herida. Rápidamente, su mente comenzó a trabajar en distraer la somnolencia que le invadía a causa de la pérdida de sangre. Miró hacia ella, acurrucada en aquel pequeño hueco; despeinada, asustada, temblándole la mandíbula, con los ojos rojos por el llanto y una mirada clavada en él que irradiaba terror.

- Sujeta el volante – ordenó con tono frío, dejando de observarla. Dolía, dolía mirarla. Ella no se movió - ¡Sujeta el volante! – gritó acelerando y continuando pendiente de la carretera. Akane seguía sin desplazarse - ¡Coge el volante a no ser que quieras morir! – Como un resorte ella se volvió a sentar en el lugar del co-piloto y se hizo con el mando direccional del Porsche. Las lágrimas volvieron a invadirle las mejillas.

Ranma agarró el trozo de tela que había rasgado de la manga de su camisa y se hizo un torniquete en el brazo. Gimió cuando sintió la presión de la tela sobre la herida. La bala estaba dentro, lo que ayudaba por una parte a que la hemorragia no fuese mayor. La boca comenzaba a secársele.

- ¿Quién eres? – Escuchó su preciosa y suave voz en un murmullo tembloroso - ¿Por qué te persiguen?¿Qué quieren de ti?

Él sonrió con dolor. Estaba viva. Estaba vivo. Volvió a tomar el control del coche. Al rozar su tersa piel con sus manos mancilladas, Akane se asustó pero, sin saber muy bien el por qué, no retrocedió. Le observó con una mezcla de confusión, temor y amor. Necesitaba saber.

- Te persiguen a ti… - susurró clavando su mirada zafirina dulce y sincera sobre ella - … No a mí…

No supo por qué, pero a pesar de lo que acababa de suceder, le creyó. Le creyó. Akane, palideció de repente, moviéndose despacio dejó que su espalda reposara en su asiento. No pudo más. Su estómago se contrajo y las náuseas se apoderaron de ella.


Hacía tiempo que no actualizaba ésta historia y, a pesar de que dije que quería finalizarla antes de seguir publicándola, envié este capítulo porque hay muchas personas que me andan persiguiendo para que la continúe y, como una manera de apreciar y demostrarles su gratitud por todo el apoyo que me dan, quería darles este pequeño regalo

Espero que os haya gustado y sorprendido éste capítulo. Ya avisé que las cosas estaban por desbordarse y creo que ya ha llegado el punto en el que todo se ha derramado y empieza lo frenético... Sé que hay alguna parte que puede resultar confusa y no muy gráfica, pero la idea era precisamente que os sintieráis confundidos a medida que leiáis la escena. Ojalá que me enviéis vuestros comentarios y opiniones ;) Podéis hacerlo mediante la dirección de correo electrónico o a través del foro de mi página 'Silver Sand' (encontraréis ambas direcciones en mi perfil)

Gracias a todos los que estáis leyendo ésta historia. Gracias a los que me mandáis mensajes para preguntar por ella y sobre todas las cosas, quería daros las gracias por vuestra infinita paciencia. ¡Sóis geniales!

Muchos Besos y un fuerte abrazo,

AnDrAiA