Declaimer: Estos maravillosos, perfectos (…y sexys en el caso de Xiao y Eriol ) y divertidos personajes pertenecen a Clamp, yo solo los pido prestado para que actúen en mis retorcidas historias.
"Rescatando tu Corazón."
(by Verónica)
¿Por qué a Sakura Kinomoto le resultaba tan difícil apartar sus pensamientos de ese hombre? Sería por la ternura que veía en sus ojos cada vez que levantaba en brazos a su sobrina huérfana; O seria el fuego oculto que veía emanar de su mirada… no lo sabía, pero desde que Xiao Lang Li se cruzo en su vida, algo dentro de ambos volvió a sentir…
-Capítulo Uno-
"Una extraña forma de conocernos."
- ¡Esto va a ser un éxito!- dijo Sakura Kinomoto en voz alta. A pesar de que caminaba por una calle muy concurrida tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ponerse a girar, gritar y saltar como una niña pequeña.
- Sabe señorita me gustaría poder llevarla a algún lado para que podamos festejar juntos su "éxito"…-le susurro alguien por atrás.
Ella se echó la melena castaña y rizada por encima del hombro y sus ojos verdes miraron furiosos al extraño que le había hablado, un hombre joven y de traje azul marino.
Alto, rubio e imbécil. ¿No se suponía que lo tipos raros se vestían con trajes de colores estridentes y sombreros grotescos?
El hombre debió captar el mensaje, porque agachó la cabeza, se coloco el maletín de piel bajo el brazo y echó a andar rápidamente.
Sakura, aun así, adoraba Vancouver. Especialmente adoraba China Town, más que nada por que le hacia recordar tanto a su país natal. Y, sobre todo, adoraba a Ying Tao, que había accedido a diseñar una colección exclusiva para Madame Beltsy, la cadena de boutiques para la que era compradora. Aunque era su primer viaje sola, Madame Beltsy contaba con que obtuviera resultados excepcionales, no le bastaba con cualquier cosa.
Sakura se volvió lentamente hacia el escaparate que había visto con el rabillo del ojo. Una humilde tienda exhibía una exótica colección de piezas de jade, tan originales que se quedo sin respiración. ¡Serían el complemento perfecto para la colección de Ying Tao! Abrió la puerta de golpe y entró.
Tras el mostrador había un diminuto hombre asiático algo mayor que ella, quizás cerca de los treinta. Estaba tan absorto en lo que veía con su lupa de joyero, que al principio ni la vio.
- Cerrado -dijo, levantando los ojos con sorpresa e intentando ocultar la pieza-. Olvidé de poner el cartel. Cerrado. Fuera… ¡¡Fuera!!
Dada las exigencias de Madame Beltsy, Sakura no podía darse el lujo de dejarse intimidar. Además media un metro setenta y cuatro, y si quería, podía anonadar a un hombre con un simple parpadeo de sus espesas y rizadas pestañas.
Cerrado o no cerrado, queria esas joyas, en especial esa joya que el hombre intentaba ocultar. Se acercó a él, tomo su mano con firmeza y la volvió a poner sobre el mostrador.
- Cerrado -insistió el débilmente, pero sonrió cuando sus ojos oscuros se encontraron con el verde esmeralda de los de ella. El anillo que sostenía callo sobre el mostrador y ella lo recogió rápidamente.
Se dio cuenta de que él temblaba; estaba acostumbrada a llamar la atención de los hombres, pero nunca había conseguido que uno se echara a temblar.
- Es precioso -susurro, mirando el anillo. Recreaba un dragón exquisitamente trabajado en plata y jade, e iba a juego con el collar que estaba en el escaparate de la tienda. Aunque buscara por cien años no encontraría nada que complementara tan bien la colección de Ying Tao.
- El anillo significa buena suerte, mucha felicidad -apunto el hombree, con cierta tristeza. Miró el dedo anular de ella, sin alianza o anillo de compromiso- Novio. Marido. Bebes.
Madame Beltsy no aprobaba a las mujeres que consideraban esas cosas como prioridad en su vida.
-Oh, vaya… - exclamó Sakura, con un tono que habría echo a su jefa enorgullecerse de ella-. ¿Lo ha diseñado usted? Lo quiero. Quiero más como este. Quiero…
- No, no -gimió él-. No esta en venta.
Ella miro al vendedor. Tenia la frente perlada de gotas de sudor y parecía a punto de desmayarse. Nunca antes había provocado una reacción así en alguien. Se dio cuenta que miraba hacía la ventana inquieto; Sakura se dio la vuelta y echo una ojeada a la calle. Esta estaba muy concurrida pero, de repente, sus ojos percibieron inmovilidad en medio del ajetreo; había tres hombres parados al otro lado de la calle mirando la tienda. ¿Llamaban la atención porque eran grandes y de raza blanca en medio de un mar de gente pequeña y oriental?¿O era los trajes negros que usaban, en medio de gente vestida con ropa casual y de colores brillantes? ¿O acaso se debía a que tenían cierto aire amenazador?
- Llévese el anillo-dijo él con suavidad-. Ahora salga de aquí.
- No puedo llevarme el anillo. Quiero comprar varios. Y ese collar…
- Márchese ya -dijo, su voz era un susurro- Márchese.
- No lo entiende. Necesito…
- Deje su tarjeta -espeto él con firmeza, casi con ferocidad-. Vuelva más tarde.
El hombre parecía a punto de explotar, así que ella saco una tarjeta del bolsillo, garabateo el nombre del hotel y el nombre de su habitación, y la dejo sobre el mostrador.
- Márchese -dijo él, tras asentir con la cabeza. Ella soltó el anillo-. Lléveselo- ordenó.
Lo miró y casi pudo percibir el olor a miedo. Allí pasaba algo malo, lo bastante malo para nublar su vista por lo de Ying Tao.
- ¿Puedo ayudarlo? –pregunto en voz baja-. ¿Qué ocurre? –fuera lo que fuera, estaba claro que su insistencia no hacia más que complicar la situación, así que, con incertidumbre, le dio las gracias, giro bruscamente y salió del negocio.
Sé incorporo a la muchedumbre y caminó varios metros. La concurrida calle emanaba una increíble vitalidad, y lamento no llevar consigo su cámara fotográfica. Quizá le daría tiempo de ir al hotel por ella y volver antes de que oscureciera.
Aunque Madame Beltsy desaprobaba los hobbies y los consideraba una frivolidad, Sakura era conciente que su sentido estetico, su tendencia artística y se capacidad para elegir composiciones agradables habían sido muy utiles para conseguir ese puesto de trabajo.
Oyó un ruido y volvió la cabeza. Los tres hombres que había visto antes cruzaron la calle y entraron rápidamente a la tienda. Un momento despues oyó gritos. Uno de los hombres salió y se puso a escudriñar la calle.
Su intuición le dijo, sin lugar a dudas, que la buscaba a ella. La expresión dura y fría de su rostro hizo que la invadiera el panico. El dueño de la tienda salió a la calle sujetado fuertemente por uno de los gorilas. Sollozando, recorrió a la multitud con la mirada, ¡¡y la señalo a ella con el dedo!!
En la vereda, los tres hombres la miraron fijamente con ojos amenazadores. Él que sujetaba al dueño de la tienda volvió dentro, y los otros dos empezaron a hacerse paso entre la gente, para llegar hasta ella.
Sintió miedo al comprender que se había convertido en la presa. ¿En qué lío se había metido y como iba a salir de él?
Era imposible escaparse corriendo: ¡Llevaba cinco centímetros de tacón y una falda de tubo muy estrecha! Tenia que utilizar la cabeza, y eso era su especialidad.
Primero, se agacho. No tenia ningún sentido quedarse de pie cuando media bastante centímetros más que la gente de su alrededor. Se esforzó en pensar, solo contaba con unos segundos.
Estaba junto a un coche. Se irgui levemente y miro por la ventana, había una silla para niño en la parte de atrás, y un osito de peluche tirado en el asiento. Sin pensarlo, probó la puerta... estaba abierta.
Entró, arrastrándose por el suelo, y se lamentó un instante por los desperfectos que sufriría su falda gris recién estrenada. Cerro la puerta con suavidad. En el suelo había una preciosa manta acolchada y, rápidamente se tapó con ella.
Los oyó acercarse, hablando entre ellos.
- Estaba aquí hace unos segundos. ¡¡Maldita sea!
- La mujer es una autentica muñeca, así que no será difícil encontrarla.
¡Muñeca! En otras circunstancias, habría disfrutado obligando al tipo a retractarse.
Le pareció que se habían parado al lado del coche. Con el pulso a mil, levanto una esquina de la manta y echó un vistazo; casi se le paro el corazón. En la vereda, a centímetros de la ventanilla, había un hombre que más bien parecía un gigante, pero no se le ocurrió mirar dentro del coche. Con una mueca de enfado, siguió su camino, y ella suspiro aliviado.
Decidió esperar unos cinco minutos y asegurarse de que lo hacia mirando su reloj de pulsera: esos cinco minutos se le estaban haciendo eternos. Después se sentaría con cuidado, miraría a su alrededor, y si no había moros en la costa, volvería al hotel y llamaría a la policía. ¿Y qué iba a decirles?
- Cada cosa a su tiempo –se amonestó. De momento no tenia siquiera acceso a un teléfono. Lamentablemente ese día se había olvidado su celular en el hotel. ¡Como odiaba ser tan despistada con esas cosas!
Se trago un gemido cuando oyó un ruido en la puerta del conductor. ¡La habían encontrado! Escondio lo más posible la cabeza bajo la manta.
Clic. La puerta se abrio.
Sal corriendo. No, espera .
Una bolsa cayo en el asiento de atrás, y la siguió una segunda. El asiento delantero crujio ante el peso de alguien sentándose. Un aroma delicioso invadio el vehículo: a tierra mojada y a loción para después de afeitarse. Un olor cien por cien másculino.
¿Qué había hecho? ¿había salido de Guatemala para meterse en Guatepeor? Podía ser un maniaco, un asesino en serie, un violador, un…
Calmate , se ordeno. Era imposible que el destino la pusiese en peligro dos veces el mismo día. Miró el asiento para niño y el osito. El conductor era un papá que volvía a casa con su mujer y su hijo tras un duro día de trabajo. Un asesino en serie no podia oler tan… divinamente.
El motor del coche ronroneo y comprendió con alivio que esa era la mejor escapatoria. El papá conductor la llevaría sana y salva a la periferia. Cuando salieran del coche y se reuniera con su mujercita y su bebe, ella podría escapar, buscar un teléfono publico, pedir un taxi y volver al hotel.
Después llamaría a la policía con un poco de suerte podría embarcar al próximo vuelo a Nueva York a más tardar esa misma noche.
Suerte. ¿No se suponía que eso era lo que debía traerle el anillo?
El coche arranco y se incorporó a la autopista.
Un hombre gordo , se dijo con firmeza, con el traje arrugado, anteojos fuera de moda y el pelo repeinado para tapar la calvicie .
El hombre puso música. Una voz cantaba sobre una mala mujer y la guerra en el mundo. El tarareaba, absorto en su mundo. Su voz la tranquilizó, aunque no era una voz fea. Sin duda era la voz de un papá: agradable, profunda y tranquila.
Noto que su pulso se regularizaba un poco. Se aparto la manta de la nariz para que no le diera cosquillas. Intento descubrir hacia donde iban, pero hubiera sido imposible saberlo aunque hubiera conocido la ciudad, que no era el caso.
Pasaron los minutos. Miró el reloj, recordando que cada segundo se iba a hacer eterno. Una hora después, comenzó a ponerse nerviosa.
Era una ciudad grande, pero ¿Dónde vivía él? Ahora ya no podía cambiar de plan y no sabía que hacer. ¿Sentarse en el asiento y decir "¡Sorpresa!" ?Así solo conseguiría que se mataran los dos.
Media hora más , pensó. Después tendría que poner en práctica el plan B, si se le ocurría uno.
Estaba agotada, y tenia los hombros tensos. El coche seguía su camino, parando en los semáforos y volviendo a arrancar. Era muy incomodo estar apretujada en el suelo, pero había escapado.
Eso era de agradecer. Y también que no tenía ganas de estornudar, ni de ir al baño. Podría haber estado acurrucada en un autito pequeño y sucio, en vez de ese auto grande y lujoso.
Sintió que una maravillosa lasitud invadía sus músculos tensos. El aroma y la voz profunda del paternal conductor la envolvieron.
Por favor, Dios mío , rezó para sí, no permitas que me duerma. Haz que lleguemos cuanto antes .
No debía dormirse, desde luego que no… lo último que oyó fue la voz del locutor: "Y ahora, Alex Trusth canta: Preguntas sin respuestas…"
Xiao Lang Li resistió el impulso de gritarle al caro auto rojo que acababa de cruzársele. Lo que le hizo controlar su mal humor fue ver que el coche llevaba una silla para niños en el asiento trasero.
Sabía cuanta presión ejercía los niños sobre un adulto. Probablemente la mujer que conducía el auto a toda velocidad iba a la guardería.
Lo mismo que él. Excepto que su guardería estaba a noventa minutos de autopista y no era un centro oficial. Lo único oficial era que se aprovechaba de la bondad de su vecina. Y tenía la esperanza de poder seguir haciéndolo, pues su misión había fracasado totalmente.
Fue a Vancouver para entrevistar a la señora Petrovska para un puesto de niñera. A pesar de los problemas de idioma que tuvo al hablar con ella por teléfono, le había caído bien; sonaba cariñosa, amable y mayor.
Era cariñosa, amable y mayor. Su apartamento situado en la ruidosa China Town, estaba impecablemente limpio.
Pero todo se complicó cuando le presentó a si nieta. Annie iba vestida con un top rojo y una minifalda de cuero. Un percing le atravesaba la nariz, llevaba cadenas enrolladas en los brazos y un par de tatuajes en la espalda y hombro.
Afortunadamente, se quedó tan horrorizado como él cuando su abuela la miró con aprobación y anunció que ella era la candidata al puesto de niñera.
La discusión que siguió tuvo lugar en ruso, pero se hizo una idea bastante clara de lo que se decían. Escapo hacia la puerta cuando la chica paso del ruso al inglés diciéndole a su abuela donde se podía meter a Eliza.
Ese era su pueblo. Tan pequeño, que probablemente hubiera cabido ahí.
Eliza. Un diminuto pueblo de montaña, situado en medio de la nada, al borde del parque natural Garibaldi. Para llegar a Eliza , había que recorrer más de ciento cincuenta kilómetros por una carretera retorcida, empinada y rodeada de acantilados. No estaba lo suficientemente cerca del centro alpino Whistler-Blackcomb como para ser un pueblo atractivo.
Era principios de febrero y Vancouver ya proclamaba el inicio de la primavera: el pasto estaba verde y se abrían las primeras flores. Pero Eliza aún seguía envuelta en un manto de gélido blancor, habría nieve por lo menos durante un mes más. Era el lugar perfecto para dirigir una academia especializada en búsqueda y salvamento, y para escribir artículos sobre técnicas de búsqueda y rescate en la alta montaña, solicitados por revistas profesionales.
Pero nadie queria vivir allí.
Alex Trusth, en la radio, comenzó a cantar sobre preguntas sin repuestas…
- Bah, dímelo a mí –mascullo Xiao.
Llevaba tres meses buscando una niñera desesperadamente. Levaba tres meses haciendo de padre y madre.
Sólo hacía seis meses desde esa llamada, en mitad de la noche, que cambió su vida para siempre.
Su hermano gemelo y su cuñada murieron cuando su avion se estrello en la niebla. Naia, su preciosa sobrina de cinco años, se quedo tan sola en el mundo como él. Y por razones que nunca llegaría a conocer, su hermano y su cuñada lo habían nombrado tutor de la niña.
A él. Xiao Lang Li. Un experto en búsqueda y salvamento alpino de fama mundial. Xiao Lang Li, líder de más de mil rescates exitosos. Xiao Lang Li. Totalmente incapacitado para ocuparse una niña de cinco años. Sereno e imperturbable en cualquier crisis menos en esa.
De alguna manera se estaban congeniando bastante bien él y la criatura que tanto se le parecía. De alguna manera esa dulce niña, con su genio, su charlas interminables, sus gritos llamando a su mamá en medio de la noche en sueños, estaba ayudándole a soportar el dolor de su corazón herido.
Cuando la niña llego a su vida, pensó que ser su tutor suponía ser lo mejor para ella. Y eso implicaba buscar una pareja maravillosa y amante de los niños para que la criara y amara.
Pero una semana después comprendió, asombrado, que aunque removiera el mundo entero nunca encontraría a alguien que la quisiese tanto como él mismo.
Y tuvo que aprender, de llantos, de ositos de peluche para dormir, de muñecas para jugar, de pieles tan sensibles que había que comprar un jabón especial para lavar su ropa, de dibujos animados, y que las hamburguesas con papas fritas son un manjar para los que miden un metro de altura.
Pero este mes ella quería peinarse con trenza de raíz.
Suspiro. No creía que llegara a hacer la trenza bien, ni tampoco se atrevería a dejar de intentarlo. Naia terminaba con unos peinados bastante exóticos mientras él intentaba, con unas manos que eran capaces de realizar una docenas de nudos sin problemas, pero no conseguir un resultado que se asemejara a la foto.
A la foto de la madre de la niña.
Compaginar ese salto a la paternidad con su trabajo era un reto mayor que rescatar a un esquiador de un precipicio con un helicóptero en medio de una tormenta de nieve. En menos de veinticuatro horas tenia que dar un curso intensivo de rescate de cuatro días de duración.
Cuando Naia llegó tuvo que llevarla con él a un rescate, simplemente por que cada ves que intentaba separarse de ella se ponía histérica. Como su perdida era tan reciente y era una situación de emergencia, rompió sus propias normas. A ella le encantó ser el centro de atención de salvamento, seguirlo mientras iban al Diamond Head, y que los miembros de la partida de búsqueda se turnaran para llevarla en hombros. Por suerte era agosto y una expedición sin complicaciones, si es que eso existía.
A ella le encanto, pero Xiao noto que su presencia disminuía su concentración. Una parte de él estaba siempre pendiente de ella, cuando necesitaba concentrarse al cien por ciento en lo que hacia,
Pero fue ella quien les pidió que parasen porque había oído un ruido. Él no había oído nada, ni tampoco los demás. Pero la niña se escabullo de entre sus brazos y echó a correr.
Xiao Lang se enfado mucho, pero ella corrió directamente hacia una cueva donde se encontraba un agotado montañista al borde de la muerte. Un hombre que no estaba en condiciones de emitir ningún sonido.
Cuando le pregunto como lo había encontrado al hombre, ella solo se encogió de hombros.
- No lo sé. Oí algo.
Por un golpe de suerte, o del destino, su presencia en el rescate fue muy valiosa pero no confiaba en que eso durara los cuatro largos y difíciles días del curso. No era el tipo de niña que aguantaba sentada al final de la clase con una hoja de papel y lápices de colores dibujando.
Lo llamaba tiíto, un apodo poco halagador, que le encantaba dicho por ella. Pero le gustaba menos cuando lo escuchaba por enésima vez en el mismo día. Y mucho menos si estaba intentando dar una clase.
Candy, su bondadosa vecina lo ayudaría.
Por desgracia, siempre lo había mirado con más interés que el de una sencilla vecina, y estaba aprovechándose descaradamente de que necesitaba una niñera para intentar involucrarse en su vida personal.
Era incapaz de creerse que no tuviera vida personal y que lo prefería así.
Pero podía ser peor. Candy era bonita y bastante simpática. Era madre soltera de dos traviesos niños. ¿Qué importaba que su conversación se limitase a los culebrones que podía ver gracias a la enorme antena parabólica que adornaba su jardín?
Además, le gustaba Eliza y no deseaba vivir en otro lugar. Podía hacerse cargo de los lazos y rizos que Naia quería. Una trenza de raíz era pan comido para ella. Además era capaz de preparar cosas increíbles y deliciosas con atun y cereales.
Él tenia veintiocho años y estaba dedicado totalmente a su trabajo. Nunca había pensado en el matrimonio.
Pertenecía a las montañas. Entendía mejor que nadie su glorioso aislamiento y crudeza, eran un misterio que atraía; las amaba, y nunca había necesitado otra cosa.
Pero Naia si necesitaba otra cosa. Una mamá.
Se imagino volver a casa y ver a Candy todo los días. Todo su ser se revelo con la idea. No podía hacerlo. Ni siquiera por amor a Naia.
- Una niñera –dijo con voz firme, y dirigió una mirada suplicante al cielo-. Una pequeña ayuda-. apago la radio.
Dejo la autopista y cuando estaba a diez minutos de Eliza oyó el ruido en la parte de atrás. No capto lo que era: un suspiro, el crujido de una prenda.
Era un hombre que confiaba plenamente en sus instintos, y se le erizo el vello de la nuca.
Había alguien atrás.
Lo supo con tanta seguridad que se pregunto si no lo sabía desde el principio. Pero no demostró que lo sabía, mantuvo la velocidad y echo una ojeada a las puertas. Ninguna de las puertas de atrás tenia puesto el seguro.
Se maldijo por su estupidez. En Eliza nadie cerraba los coches. En Vancouver, por ser una gran ciudad, tuvo la precaución de cerrar la suya al salir, por se olvidó de las demás.
No tenia ninguna atención de llevar a un psicópata, posiblemente armado, hasta la puerta de Candy y poner la vida de ella, sus hijos y Naia en peligro.
Tomo una decisión. Llevo el coche hacia el costado de la carretera y lo paró, pero no apago el motor. Sacó una navaja del bolsillo de sus vaqueros, y como un rayo, se lanzo sobre el asiento trasero y levanto la manta que cubría a la persona que había en el suelo.
La sorpresa lo atenazó. La mujer que lo miraba con enormes ojos verdes y una mata de pelo castaño alborotado, era absolutamente preciosa.
Aunque como estaba muy oscuro, quizás se había equivocado. Alzó la mano y encendió la luz del techo. Ella parpadeo, con luz parecía aun más bella. Suspiro y guardo la navaja en el bolsillo.
El terror animal desapareció de los ojos verdes.
- Supongo que no serás niñera ¿verdad? –pregunto irónicamente Xiao Lang. No, había pedido una pequeña ayuda, y por como estaba la chica, pequeña no era. De hecho, parecía estar atascada, así que la tomó de la muñeca y la ayudó, sin gentileza, a sentarse junto a él.
Llevaba puesta una falda gris muy estrecha, que se le subió al sentarse, dejando unas piernas largas y esbeltas de una cremosa piel blanca a la vista. Ella vio la dirección de los ojos y tironeo de la falda hacia abajo.
-¿Una niñera? –pregunto débilmente-. ¿Cómo Mary Poppins?
-Mmmm –asintió él.
Aunque no tenia mucha experiencia en esas cosas, era obvio que la chaqueta y la falda eran muy caras. La blusa, aunque arrugada, se le pegaba al cuerpo como si fuera de seda. Llevaba un maquillaje discreto y sutil. Estaba claro que no era una hippie que había entrado al coche a tomar una siestecita. Más bien parecía una damisela en apuros.
Eso era su especialidad. Los rescates.
- ¿Quién eres y qué haces en mi coche?
- Es una historia muy larga.
- Pues más vale que empieces –ordenó, cruzándose de brazos.
- ¿Dónde estamos? – pregunto ella, mirando la oscuridad que los rodeaba.
- ¿Y sí primero contestas mis preguntas?
- ¿Le importaría que las contestara después?.
- ¿Despues de qué?
- Después de que me lleves al baño más cercano –tuvo el descaro de sonreír. Una sonrisa deslumbrante que le paralizo el corazón por unos segundos-. Es urgente.
Continuara…Nota de la Autora:
Nueva historia publicada!!! Nueva aventura!!! Snif, snif, snif… Soy Feliz!!!! Espero que les guste esta nueva locura mía. Espero sus reviews para saber si vale la pena seguir escribiendo esta historia.
Ja ne.