PARTE 3: DUELO BAJO LA LLUVIA

Cuando salí de allí, eché a correr como alma que lleva el diablo, porque ya llevaba un buen retraso. Había planeado recoger a Shigure en un momento y volver a mi puesto de trabajo, pero claro... con todo lo que ocurrió después... Tan pronto como entré por la puerta, me recibió uno de mis hombres:

-¡Por fin, Sargento Mayor! El Capitán Smoker está que echa humo... literalmente -y me pasó mi cazadora azul marino, que me puse mientras corría escaleras arriba a toda velocidad. Me tropecé dos veces por el camino, como es habitual en mí. Si es que no se puede andar con prisas...

Tal como sospechaba, Smoker ya me estaba esperando con un montón de problemas para repartir.

Una densa nube de humo me recibió al abrir la puerta de su despacho, como de costumbre. Con el tiempo me he acostumbrado a no toser, aunque no es que me haga ninguna gracia respirarlo. Al fin y al cabo, quiero tener los pulmones sanos para ejercitarme con la espada y hacerme más fuerte y recuperar todas las espadas sagradas del mundo.

-Tashigi, ¿dónde te habías metido?

-Yo... -empecé, pero fui interrumpida por unos Marines que entraron precipitadamente en la estancia. Y que resultaron ser los que antes habían sido atacados por un misterioso visitante.

-¡Capitán Smoker, señor!

-¡¡Ah!! ¡¡Sois vosotros!! -exclamé aliviada-. ¿Estáis bien? Cómo me alegro de que no os haya pasado nada...

-¡Fue Zoro Roronoa! -declaró uno de ellos, que aún parecía dolorido y magullado-. ¡Zoro Roronoa se coló aquí y nos atacó!

Esa revelación fue una gran sorpresa para mí. ¿Zoro Roronoa, el famoso espadachín del Mar del Este? ¿El de la técnica de tres espadas? ¿Estaba aquí, en Loguetown? No me lo podía creer... Yo que justamente había estado hablando de él con aquel chico en la armería, cuando ese hombre malvado andaba suelto por alguna parte, atacando impunemente a mis hombres, paseándose por mi ciudad... ¡imperdonable!

Por supuesto, Zoro Roronoa estaba en mi lista de espadachines corruptos a los que había que impedir que fueran por ahí blandiendo buenas espadas y usándolas para hacer el mal o enriquecerse. Quizá esa era mi oportunidad de hacer valer mi autoridad y enfrentarme cara a cara con él. Qué satisfacción sería arrestar a uno de los cazarrecompensas más célebres y peligrosos de todos los mares...

La voz ronca de Smoker interrumpió el carro de mis pensamientos:

-Como nunca te enteras de nada, y además has llegado tarde, te pondré en antecedentes, Tashigi.

-S... sí, señor.

-Monkey D. Luffy, el pirata más buscado del Mar del Este, con una recompensa de 30 millones de bellis por su cabeza, está en esta ciudad -empezó, recostándose y poniendo los pies sobre la mesa-. Andamos detrás de él. Y dicen que el tal Roronoa ahora forma parte de su tripulación. Quizá ésta sea nuestra oportunidad de matar dos pájaros de un tiro.

-¡Permítame encargarme de Roronoa, señor! -pedí con énfasis, abalanzándome sobre el escritorio.

El capitán alzó una ceja, mirándome con ojo crítico, pero no dijo nada. Se limitó a fumar sus puros y a llenar la habitación de humo una vez más.

-Reúne a los hombres -replicó al fin-. Vamos a por el tipo del sombrero de paja... y compañía.

Por su expresión, se diría que tenía algo personal contra Monkey D. Luffy... casi como mi cruzada personal contra Roronoa y todos los espadachines malvados de Grand Line. Pero con el tiempo he aprendido a no cuestionar las órdenes de mi peculiar capitán, así que no hice más que asentir con la cabeza. Sólo desearía que dejara de echar humo a todas horas... ¡soy muy joven para ser una fumadora pasiva!

Nos pusimos en marcha rápidamente; para unos Marines experimentados como nosotros, esto es el pan de cada día. Al parecer, Luffy el del Sombrero de Paja había sido visto en la misma plaza del pueblo, junto a la plataforma de ejecución (nuestro mayor monumento histórico, por suerte o por desgracia). Así, sin esconderse ni nada. Estos piratas de hoy en día ya no tienen ni vergüenza.

En aquellos momentos, por supuesto, todo lo que tenía que pensar era en la misión que me acababan de asignar, es decir, en seguir al Capitán Smoker y conducir a los soldados a la caza de aquel desvergonzado pirata que, como tantos otros, atracaba en nuestra isla antes de dirigirse a Grand Line.

También quería pensar en la circunstancia de que el famoso Zoro Roronoa estaba en la ciudad y quizá, con un poco de suerte, tendría mi oportunidad de darle su merecido en nombre de la justicia (la excusa) y del noble arte de la espada (la verdadera razón).

En un segundo término de pensamientos, incluso, tenía que dedicar mi concentración a no tropezarme por el camino para seguir el ritmo del Capitán Smoker lo más dignamente posible.

Pero la realidad es que, en aquellos momentos, yo sólo podía pensar en el chico de la tienda de espadas.

En cómo me había recogido amablemente las gafas en aquella calle (aunque después me las hubiera roto) y ayudado a levantarme.

En nuestra conversación en la tienda de espadas, que me había hecho sentirme comprendida hasta el punto de confesarle mi sueño y alegre de conocer a otro fan de las espadas.

En cómo se había puesto inconscientemente en peligro para comprobar su compatibilidad con una katana indómita y legendaria, y salido ileso de la prueba.

En Wadou Ichimonji.

En Sandai Kitetsu.

En Yubashiri.

En cómo se había colgado las tres espadas del cinto, y salido por la puerta, dejándome allí con la boca abierta, y todo parecía estar en su lugar, porque de alguna manera, parecía que siempre había llevado tres espadas en la cadera, que se sentía incompleto sin ellas, como yo sin mi Shigure...

Tres espadas... como Zoro Roronoa... pero claro... ¿cómo iba a asociar...?

¿Cómo no se me ocurrió...?

Todavía me temblaban las piernas.

Y no quería pensar en ello porque entonces mi corazón se iba a poner a dar botes otra vez, y me iba a tropezar de nuevo o cualquier cosa, y no me venía nada bien en ese momento, porque tenía que cumplir con mi deber y concentrarme en ello. Pero no podía dejar de preguntarme si volvería a verle pronto, alguna vez, antes de que se fuera de la ciudad. O si lo podría haber convencido para alistarse en la Marina, aunque de todas formas eso me empezaba a parecer ligeramente más improbable. Claro que nunca se sabe...

Si tengo que admitirlo porque la situación lo requiere, me gustaba. Y me gustaba mucho.

No en el sentido de... bueno, ya sabéis... romántico o algo así. Aunque era atractivo... fuerte... (y que conste que no soy de las que se dejan impresionar por un montón de músculos, ¡de ninguna manera! Soy una Marine competente, y me he enfrentado muchas veces a tipos el doble de grandes que yo, no sé si me explico)... me había parecido agradable... Y la forma en que había desafiado a la maldición de la Sandai Kitetsu...

¡Otra vez no! ¿Por qué no podía dejar de pensar en ello?

Me concentré con todas mis fuerzas en volver a lo que estaba haciendo, porque ya estábamos frente a la plaza y había mucha gente, y el cielo se estaba cubriendo de densos nubarrones negros, y mi subordinado me entregaba en ese momento unos prismáticos para que pudiera localizar al objetivo.

A través de las lentes pude ver el caos que reinaba en torno a la plataforma de ejecución de Gold Roger. Varios piratas habían atrapado a Luffy el del Sombrero de Paja, y le habían puesto unos grilletes, probablemente con intención de hacerle encontrar el mismo destino que el antiguo rey de los piratas.

-Dejemos que ellos hagan el trabajo sucio -decidió mi capitán-, y después arrestaremos a los que queden en pie.

Pero sus palabras básicamente rebotaron sobre mí, porque en ese momento mi atención se estaba concentrando en otra parte. Dos personas más se habían acercado a la plataforma, abriéndose paso entre la multitud; uno de ellos era un hombre de negro, y el otro, el chico de la armería.

-¡Sanji! ¡Zoro! -gritó Monkey D. Luffy desde su comprometida posición.

Un tremendo rayo abrió los cielos, liberando al joven pirata como milagrosamente. El capitán Smoker dijo algo y nuestros hombres corrieron a la plaza, a hacerse cargo de la situación y arrestar a la banda de Buggy el Payaso, mientras Luffy y sus secuaces se daban a la fuga. Pero yo no me enteré de nada. No, porque en ese momento estaba pendiente de los comentarios que resonaban en toda la calle, bajo la lluvia:

-¡Zoro Roronoa!

-¡Es Zoro Roronoa, el espadachín!

Una lucecita de entendimiento empezó a asomar en mi mente, mientras miraba con ojos como platos al joven del pelo verde, con las tres espadas al cinto, que corría como alma que lleva el diablo escoltando a Luffy el del Sombrero de Paja por las calles de Loguetown. Algo conectó en mi cerebro, asociando y comprendiendo por primera vez. Claro. Zoro Roronoa. Espadachín. Cazarrecompensas. Pirata. Tres espadas. En Loguetown. En la tripulación de Monkey D. Luffy. Era él, sin duda.

"¿¿¿Cómo he podido ser tan tonta???"

Por eso, ignorando las órdenes del capitán Smoker y las llamadas de mis subordinados, eché a correr tras ellos calle abajo, dejando que los otros Marines se encargaran de los piratas en la plaza. Yo tenía otra cosa más importante que hacer. Y era algo personal, una cuestión de honor y de orgullo, maldita sea.

¿Cómo puedo describir lo que sentí en aquellos momentos? Me sentí engañada. Traicionada. Burlada. ¡Qué bien se lo debía haber pasado el tal Roronoa, riéndose con sus amigos de esa Marine torpe y ridícula loca por las espadas! Y yo ahí, como una idiota, intentando ayudarle... metiendo al enemigo en el mismo cuartel de la Marina, sin pensar siquiera en arrestarlo, arriesgando la vida de mis soldados... yo, hablándole de mis sueños en aquella tienda de espadas, abriéndole mi corazón inocentemente, mientras él debía de estar partiéndose de risa por dentro a mi costa... yo, ayudándole a elegir sus nuevas espadas sin imaginar siquiera que podía utilizarlas para algo tan indigno como la piratería y el crimen, flipando en colores al ver cómo podía sentir el alma maldita de Sandai Kitetsu... en fin... yo imaginándomelo ya en la Marina, con su uniforme blanco, viviendo como una persona decente y honrada... ¿cómo iba yo a imaginar que aquel chico de apariencia tan agradable podía ser el mismísimo Zoro Roronoa, el malvado cazarrecompensas?

¡¡¡Ni siquiera le había cobrado mis gafas nuevas!!!

Una oleada de rabia y odio recorrió todo mi cuerpo mientras corría sin parar bajo la lluvia, frenética, persiguiendo a los villanos. Ni siquiera me fijé en que mis hombres más leales me seguían. Sólo pensaba en encontrarle. Me sentía tan estúpida... por haberme dejado engañar así, por haber puesto esperanzas en... bueno, ¿para qué pensar más en ello? Ese cerdo no volvería a reírse de la Sargento Mayor, ¡no, de ninguna manera!

Los dos éramos espadachines, así que sólo había una manera de reparar el agravio: ¡con un duelo!

Contaba con una ventaja sobre ellos, y es que conocía bien el pueblo. Los callejones de Loguetown no tenían secretos para mí. Aprovechando este hecho con astucia, conseguí dar un pequeño rodeo y adelantar a los piratas con una pequeña carrera por las callejas más recónditas de la zona. Y de esta manera les salí al encuentro, empapada de lluvia, pero con la espada desenvainada y la mirada decidida.

-¡Zoro Roronoa! -pronuncié alto y claro, con rabia contenida-. Eres Zoro Roronoa, ¿verdad?

-¡Tú! -exclamó él, fastidiado. Sus compañeros se detuvieron al verme, pero no presté atención a lo que decían. Toda mi concentración estaba puesta en mi adversario. No podía ver nada más que a él a través de la densa cortina de lluvia.

-Debí imaginar quién eras en realidad -le dije, apretando los dientes y tratando de mantener la sangre fría-. Debes de sentirte muy orgulloso por haberme engañado así, ¿verdad?

-Oye, yo no te he engañado -replicó él descaradamente, con una sonrisa de superioridad-. Nunca te dije que NO fuera Zoro Roronoa.

-¡Cállate! -grité, crispada. Por todos los diablos, qué ganas tenía de borrarle esa sonrisa de la cara-. ¡Eres un criminal y como tal debes ser castigado! ¡Te arrebataré esa Wadou Ichimonji, cueste lo que cueste!

Esta vez su sonrisa se convirtió en una mueca desafiante mientras desenvainaba.

-Inténtalo.

Las hojas de nuestras katanas chocaron por primera vez. Sólo entonces me percaté de que su compañero, el hombre del traje negro, hacía aspavientos y gritaba:

-¡Tú, cabeza de repollo! ¿Qué le has hecho a esta bella señorita?

Supuse que la señorita debía de ser yo, aunque lo de bella no acabara de cuadrarme demasiado; pero por si acaso, le interrumpí con voz enérgica:

-¡Mantente al margen, esto es algo entre él y yo!

-Eso es -corroboró Roronoa, para mi sorpresa-. Vosotros id delante, ya os alcanzaré.

Monkey D. Luffy y su compañero no ofrecieron resistencia y continuaron su camino, dejándonos solos con nuestro duelo. Aún pude oír al otro pirata gritar: "¡Zoro, si le haces un solo rasguño a esa dama eres hombre muerto!", pero pronto volví a concentrar mi atención completamente en la batalla. Un espadachín no puede permitirse bajar la guardia ni un segundo.

Comenzó el duelo. Roronoa desenvainó otra de sus espadas con la mano libre y de esta manera contuvo mis ataques con dos katanas, mientras que yo sujetaba la empuñadura de mi Shigure con ambas manos. Ataqué con todas mis fuerzas, y apliqué todas mis técnicas para bloquear sus estocadas.

Era fuerte. Y rápido. Y su técnica era excelente, aunque yo no me quedaba atrás. El suelo mojado y la torrencial lluvia hacían aún más difícil la maniobra, obstruyendo mi visión y amenazando con hacerme resbalar en cualquier momento, pero hice un esfuerzo supremo por mantenerme firme.

A pesar de todo, no duré mucho.

Me avergüenza admitir que, al cabo de pocas estocadas, Roronoa consiguió desarmarme limpiamente. Shigure saltó de mis manos y cayó a pocos metros, mientras yo retrocedía hasta que mi espalda chocó contra un muro cercano, huyendo del filo de Wadou Ichimonji.

En ese momento supe que mi fin había llegado. Es el riesgo que asume todo espadachín, especialmente si dedica su vida a la justicia y tiene que enfrentarse casi a diario a piratas y malhechores. Es un destino que aceptamos cuando ofrecemos nuestra vida al camino de la espada, y sabía que al menos debía sentirme orgullosa y contenta por tener la oportunidad de morir en combate... aunque sentía rabia por lo rápido que había sido todo. Eso sí, recibiría el golpe de gracia con los ojos abiertos, como manda el código del valor.

Para mi sorpresa, la hoja de su katana pasó por mi lado y se clavó en el muro, muy cerca de mi cabeza, pero sin rozarme.

Otra vez volvió a mí esa sensación, como si el corazón se me hubiera parado y de repente recordara que tenía que volver a funcionar, poniéndose a latir como un loco.

Roronoa acercó su rostro al mío. Muy cerca. Traté de retroceder, pero el muro me lo impedía. Sus ojos tenían un brillo extraño... Un relámpago repentino iluminó su amarga sonrisa, sobresaltándome.

-No puedo dar esta espada a nadie, pase lo que pase -me dijo. Su mirada casi daba miedo, aunque en su voz había una nota de tristeza... casi como si quisiera pedir perdón por no poder entregármela.

Y por si mi sorpresa no era ya suficiente, mi rival hizo algo que me dejó aún más perpleja, y que jamás podré perdonarle. Envainó de nuevo sus espadas, y dio media vuelta.

-Tengo que irme. Hasta nunca.

Una nueva oleada de ira me subió por el pecho. No contento con engañarme y derrotarme, Roronoa pretendía humillarme perdonándome la vida. Eso sí que no. Con la voz temblorosa de rabia, chillé:

-¡¿Por qué no me matas?!

Él se volvió un momento y me miró, sin contestar. Pero no hacía falta, yo ya sabía la razón.

-Es porque soy una mujer, ¿verdad? -continué, encarándome con él-. ¡Deberías saber que en un verdadero duelo no hay hombres o mujeres! ¡No hay nada más humillante que saber que alguien no se ha empleado al máximo por una simple cuestión de discriminación!

-¡C... cállate! -gritó él, como si mis palabras le hubieran golpeado. Pero no me callé:

-¿Qué sabrás tú? ¿Cómo vas a saber lo que es... vivir toda tu vida deseando haber nacido hombre? ¡Yo no desenvaino mi espada por diversión!

-¡Calla! -repitió, mirándome con la cara desencajada, como si hubiera visto un fantasma-. ¡No quiero oírte! ¡Te odio! ¡No te soporto, no soporto el hecho de que existas!

Esta vez fui yo la que resultó golpeada por sus palabras. El corazón me dio un vuelco. ¿Por qué me odiaba tanto? Es decir, era él el que me había engañado, derrotado y humillado a MÍ, ¿no? Por alguna razón, aquello me dolió casi tanto como la herida en mi orgullo, y bastante más que cualquier herida de espada.

-¿Qué...?

Roronoa tomó aliento y me señaló acusadoramente con el dedo.

-¡Tu cara! ¡Te odio porque tienes exactamente la misma cara que mi amiga de la infancia, que murió hace años! ¡Y ahora dices exactamente las mismas cosas que decía ella! ¡¡Haz el favor de dejar de imitarla!!

Mis ojos se abrieron como platos. Ahora entendía muchas cosas...

Pero aun así, no dejaba de ser una razón bastante extraña para comportarse así conmigo.

-¡No seas infantil! -espeté-. ¡¿De dónde te has sacado esa tontería?! ¡Yo siempre he sido así, no estoy imitando a nadie! ¡No conozco de nada a esa amiga tuya de la que hablas! ¡Y es muy descortés por tu parte echarme la culpa de algo que no puedo evitar!

-¡Al menos deja de hablar como ella!

-¡¿De qué me hablas?!

Nuestras miradas se cruzaron unos instantes, desafiándonos y descargando todo el odio acumulado. Maldito Roronoa, me estaba poniendo la cabeza patas arriba con aquella discusión estúpida. Maldito, maldito, maldito, maldito, maldito...

No pudimos terminar nuestro duelo verbal, porque de repente, algo extraño sucedió. Un fortísimo viento sacudió la ciudad, arrastrando grandes cantidades de agua y el sonido de los truenos. Antes de que pudiera darme cuenta, mis soldados y yo fuimos barridos y lanzados por los aires con la potencia de un huracán. Roronoa desapareció de mi vista, y probablemente aprovechó la ocasión para escapar.

Se había escapado...

No, no podía ser. Teníamos que ajustar cuentas. No podía dejarle marchar.

Cuando quise darme cuenta, Loguetown era un caos. Por todas partes había restos de la batalla; mis hombres estaban aturdidos, magullados e incluso inconscientes. Me incorporé con dificultad, y recogí mi espada, que afortunadamente aún estaba conmigo. Tras asegurarme de que todos estaban bien, corrimos al encuentro del capitán Smoker, que tampoco había sido capaz de arrestar a los piratas.

Cuando llegué, Smoker estaba muy enfadado. Pero que muy enfadado. Más de lo normal. Caminaba con pasos enérgicos entre sus subordinados y daba órdenes con voz firme:

-Preparad un barco. Atraparé a ese niño del sombrero de paja. Me voy a Grand Line.

No me lo pensé dos veces. Son esas decisiones que se toman sin pensar, pero que te marcan para el resto de tu vida. De alguna manera sabía que no podría quedarme en Loguetown y seguir con mi aburrida vida como si tal cosa; mi honor, mi orgullo y mi amor propio estaban en juego, y todo por culpa de aquel espadachín. Aferrando desesperadamente mi espada, me planté delante del capitán Smoker y declaré:

-Voy con usted, señor.

-¡¿Usted también, sargento mayor?! -exclamaron varios hombres.

-Nunca perdonaré a Zoro Roronoa -dije firmemente-. No descansaré hasta derrotarle con mis propias manos. Si tengo que perseguirle hasta los mismos confines de la Grand Line, que así sea.

El capitán Smoker me miró un momento, de arriba abajo. Ahora creo que probablemente estudiaba mis posibilidades de supervivencia en un sitio como la Grand Line. Finalmente asintió con la cabeza y siguió su camino sin decir nada.

Eché a andar detrás de él, derrotada pero decidida, bajo las sorprendidas miradas de los otros Marines.

NOTAS DE LA AUTORA: Lo que es la historia ya está, al menos la saga de Loguetown... pero no creáis que he terminado de escribir, aún quiero añadir un epílogo. O quizá, si me veo lo suficientemente aburrida, continúe con los viajes de Tashigi por la Grand Line... todo puede ser :P Gracias a Nokoru (mi lectora de pruebas) por sus comentarios .