Pandemonium es la capital del Infierno en el poema épico El paraíso perdido escrito en el Siglo XVII por el poeta inglés John Milton. Los demonios la construyen en el plazo de una hora, pero sobrepasa todos los lugares habitados por seres humanos. Sin embargo, podría tratarse de un lugar realmente pequeño, dado que los demonios son descritos reduciendo su tamaño para poder entrar.


No había pasado una hora desde que se habían marchado y Hermione ya sabía que había cometido un error al quedarse.

Les habían arrinconado a un lado del Gran Comedor mientras hacían el sorteo. Ella se había sentado en una silla nada más llegar y seguía allí, sin prestar atención al resto de voluntarios que parloteaba a sus espaldas. Escuchaba retazos de conversaciones mientras observaba el deambular de los Sanadores de San Mungo por el Gran Comedor, que a aquellas alturas ya se había convertido en un auténtico hospital de campaña. Había empezado a contar el número de camas que habían instalado entre el día anterior y aquella misma mañana, pero al sobrepasar las ocho docenas lo había dejado estar. La estampa era desmotivadora en todos los sentidos.

- Nos ha tocado en el Gran Comedor –escuchó que decía alguien a su espalda. Los voluntarios se dirigían ya a los sitios a los que habían sido asignados. No parecía que el comentario fuera dirigido a ella, de modo que siguió sentada en la silla sin ni siquiera darse la vuelta para observar a sus compañeros.

- Podría ser peor, tío. La mitad de los que destinen a la enfermería van a terminar vomitando en el jardín, te lo aseguro.

- ¿Ya has hecho esto antes?

- He estado en un par de hospitales de guerra. No eran como este, claro, pero visto uno vistos todos. Lo peor es el olor; se te mete en todas partes y no hay quien se lo quite de encima…

Los chicos se alejaron y Hermione no escuchó más. Tampoco le hizo falta. Cerró los ojos y suspiró con fuerza, preguntándose cuánto tiempo más duraría aquella espera hasta ver de nuevo a sus amigos. Acababa de despedirse de ellos y el tiempo que había pasado desde entonces se le había hecho eterno. Parecía imposible que aquellas dos horas hubieran pasado tan despacio.

Se llevó las manos al rostro y se frotó las mejillas con fuerza, con los codos apoyados en sus rodillas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella ya estaba a su lado. Hermione se obligó a apartar a sus amigos de su mente y a centrarse; así no podría ser de utilidad. Alzó la vista para conocer a la que iba a ser su compañera, preguntándose cómo podía ser posible que hacer un gesto tan simple como aquel estuviera costándole horrores. La chica que había a su lado le miró a los ojos y fue entonces cuando el aletargamiento en el que Hermione se había hundido desde la partida de Harry desapareció por completo.

Se miraron durante un buen rato antes de que Pansy Parkinson apartara la mirada, incómoda.

- Nos ha tocado juntas –fue la única explicación.

Hermione continuó observándola mientras se preguntaba si aquello podía ser en serio o si se trataba de alguna clase de broma de mal gusto. Pansy aguantó un rato más, pero finalmente se decidió y le devolvió una mirada desafiante, como si estuviera retándole a montar la escena delante de todos. Sin embargo, antes de que Hermione supiera si quiera cómo reaccionar ante lo que estaba pasando, Madame Pomfrey pasó junto a ellas y sin apenas detenerse, las llamó para que le siguieran.

A pesar de que en un principio ninguna mostró su intención de seguir a la enfermera, Pansy, tras varios segundos de inactividad, se apresuró tras ella. Hermione se quedó un momento más en la silla y luego se alzó con el presentimiento de que las cosas estaban a punto de complicarse.

La enfermera del colegio les guió hasta el otro extremo del Gran Comedor. Pansy miraba hacia atrás por encima de su hombro, quizá para asegurarse de que finalmente ella les había seguido. Madame Pomfrey se detuvo al llegar a una de las camas más alejadas, cogió un pergamino que colgaba de uno de los laterales y escribió sus nombres en él. Hermione no alzó la vista de la chica mientras la enfermera las bombardeaba a instrucciones.

- Granger y Parkinson… -repitió Madame Pomfrey sin poder evitar un gesto que expresaba muy bien lo irónico de la situación-. De acuerdo, señoritas, ustedes dos colaborarán con los Sanadores de esta sección. Estarán a cargo de estas doce camas, aunque recuerden que el número variará en función de los heridos. Sigan en todo momento las instrucciones de los Sanadores. Ya están al corriente del sistema de Aparición que se utilizará con los heridos; cada cierto tiempo alzaremos las barreras y recibiremos el envío en el jardín interior. Sería recomendable que se organizaran para que una de las dos estuviera siempre en la zona de camas mientras la otra se encarga de recoger al herido, ¿entendido? Ante cualquier complicación consulten siempre con uno de los Sanadores, recuerden que ustedes tan solo son voluntarias.

Ninguna de las dos asintió ni hizo el menor gesto por asegurar a su instructora que habían comprendido. A Madame Pomfrey tampoco pareció preocuparle si lo habían hecho o no. Se marchó sin esperar contestación, en dirección a un par de voluntarias más que a varias camas de distancia parecían un tanto desorientadas, dejando a Pansy y Hermione a solas.

- Esto me hace tanta gracia como a ti –dijo Pansy tan pronto se marchó Madame Pomfrey.

- Lo dudo.

Hermione le dio la espalda en un intento de ocultar su crispación. ¿Pero qué hacía Pansy allí? ¿Hacía cuanto que no la veía por el colegio? Podría haber contado con los dedos de una mano a los slytherin que se habían quedado en Hogwarts tras el ataque de los mortífagos la noche del baile, y desde luego Pansy no había sido una de ellos. Intentó poner algo de orden en el torbellino de ideas que se formaba en su mente más deprisa de lo que era capaz de asimilar.

- Ya sé lo que estás pensando y no me importa –la escuchó decir.

- Ah, ¿sí?

- No he venido aquí a hacer amigas y créeme, que trabajemos juntas no cambia nada. Yo no dejaré de ser una slytherin y tú tampoco vas a dejar de ser una sangre sucia.

Hermione por poco se echa a reír.

- ¿Y de verdad crees que eso me importa?–echó la vista atrás por encima de su hombro y le pareció que Pansy retrocedía un poco más, pues la cama sobre la que se había apoyado se deslizó suavemente sobre sus ruedas, apenas unos centímetros. Aun así, su gesto no dejó ni por un momento de reflejar la arrogancia propia de los miembros de su casa.

- Si no vas a confiar en mí, es problema tuyo.

- Pues entonces será problema mío porque a ti no te confiaría ni el cuidado de las vendas –intentó controlarse para no alzar la voz, pero lo cierto es que estaba muy enfadada, y de haber podido habría enganchado a Pansy del pelo y la habría llevado a rastras hasta la puerta. Sin embargo, sabía que tenía que controlarse, porque si empezaba no podría parar. Y ella había decidido colaborar. No tenía ningún sentido haberse quedado sólo para poner las cosas más difíciles todavía.

Miró a Pansy de reojo. Al parecer había dado por terminada la discusión y se había puesto a comprobar que el listado de material era correcto. Mientras repasaba los frascos y los rollos de vendas, Hermione se palpó el bolsillo del uniforme hasta localizar su varita.


Harry se acercó a Ron. Luna y él hacía rato que volaban un poco separados del resto, y él había decidido no acercarse, pero Neville y Ginny se habían puesto a hablar de plantas y lo que no quería era quedarse sin conversación. Y aunque era cierto que Lupin y Megara volaban a tan solo unos metros por delante y el resto del grupo no andaba demasiado lejos, no tenía demasiadas ganas de dirigirse a los demás. Al menos de momento.

- Tú no estás cuerda, Luna –le decía en ese momento su amigo a su compañera, que se echó a reír ante el comentario.

- ¿Qué dice? –preguntó Harry, deseoso por entrar en la conversación. Luna hizo un tirabuzón en el aire con su escoba, divertida.

- Que cuando nazca mi hermano dejaré de ser el pequeño de la familia y entonces "tendré que madurar, aunque sea a la fuerza".

- Pues esa información te llega tarde. Dejaste de ser el pequeño cuando nació Ginny.

- Me refiero al varón más pequeño –intervino la chica en tono distraído mientras zigzabeaba entre los dos sobre su escoba.

- Estáis muy convencidos de que va a ser un niño… -a Harry le resultaba gracioso que los dos lo dieran tan por sentado. No sabía aun por qué, pero estaba claro que desde el principio todo el mundo había asegurado que el bebé sería niño. A excepción de Ginny, claro. Deseó que su amiga tuviera razón. No le vendría mal una hermana entre tantos chicos Weasley.

- Más nos vale. Ya hay suficiente con dos mujeres Weasley en el mundo. Sin contar a mis tías.

- Te estoy oyendo, Ron –Harry alzó la vista y observó a una enfurruñada Ginny mirándoles por encima del hombro, a varios metros de distancia.

- Me estoy mareando.

Todos miraron de pronto a Luna. No parecía estar mareada un minuto antes, pero lo cierto es que no tenía muy buena cara. Ron arrugó el gesto.

- Eso te pasa por no estarte quieta con la escoba –le dijo-. No has parado de hacer tonterías desde que salimos…

- Es que estoy nerviosa…

- Pues muérdete las uñas, como todo el mundo.

- Quiero vomitar…

- ¡Ah! ¡Aléjate de mí! –Ron hizo un movimiento brusco con la escoba y golpeó a Harry, en un intento por alejarse de Luna, que se había echado a reír.

- ¡Es broma! No estoy mareada en ese sentido –explicó-. Pero… de alguna manera se que en mi cabeza hay algo que no está muy sujeto, no sé si me entendéis.

- En tu caso creíamos que ese era tu estado normal.

Luna ni siquiera pareció ofendida por el comentario de Ron, sino que siguió dándole vueltas a lo mismo.

- Es como… cuando te levantas después de haber bebido demasiado whisky de fuego la noche anterior. Sí, eso eso.

Ron la miró por un momento antes de echarse a reír, aunque no demasiado convencido. Su risa se esfumó con la misma rapidez con que había aparecido.

- Como si tú alguna vez hubieras bebido demasiado whisky de fuego.

A Luna le hizo mucha gracia aquel comentario.

- ¿No te lo crees? Pregúntaselo a Creevey.

Ron la miraba de hito en hito.

- ¿A Colin? ¿Qué dices?

- ¿Es que tú nunca te has pasado un poco bebiendo, Ronald?

Ron, herido en su orgullo, empezó a contestarle algo que Harry no escuchó. Sabía que él había probado el whisky de fuego una sola vez y escupió medio trago antes de salir corriendo a beber agua. Ron no lo recordaba como una buena experiencia.

Continuaron en silencio. Harry debía admitir que el ambiente allí arriba no era tan angustioso como había esperado. En general, la gente se distraía como podía. Algunos conversaban con el del al lado, otros volaban en silencio. Algunos, como ellos, incluso parecían estar disfrutando del viaje, aunque definitivamente, "disfrutar" era un término que les quedaba muy lejos de allí. Volaban a través de las nubes, en aquel momento, sobre unas montañas que no habría sabido donde ubicar. Sabía que iban en dirección hacia el mar. El sol de la mañana se hacía sentir en los dedos de las manos y en las mejillas, aunque todos seguían inclinados bajo sus capas.

Fue entonces cuando la vio.

Volaba por delante de ellos, a la cola de lo que parecía un pequeño grupo de estudiantes. Su pelo alborotado permanecía semioculto tras una capucha que resbalaba poco a poco sobre sus hombros. No tardó ni tres segundos en esquivar a las pocas personas que le separaban de ella y para cuando quiso darse cuenta de lo que hacía ya había llevado una mano a su hombro. La chica le miró, asustada, controlando apenas el movimiento de su escoba con la mano libre que le quedaba.

Fue como si alguien le echara una jarra de agua fría por encima. Soltó su hombro como si le quemara bajo el guante.

- Lo siento –dijo-. Te confundí con otra persona.

Ella no dijo nada y aceleró el vuelo, acudiendo junto a sus compañeros de grupo, que habían contemplado la escena con cara de pocos amigos. Harry la observó alejarse. Ginny y Ron le alcanzaron segundos más tarde.

- ¿Quién era?

Negó con la cabeza. Hizo como si no le hubiera importado, como si lo único en lo que estuviera pensando no fuera en volver atrás a buscarla.

- Nadie.

A lo lejos, negros nubarrones cubrían el cielo tras las montañas. Los últimos rayos de sol acariciaron la tierra y un destello relució en la distancia. Habían llegado al mar.


Molly se sentó en la cama. Había aguantado de pie todo lo que había podido, sabiendo que si alguien la veía flaquear aunque fuera un segundo no tardarían en echarla de allí. Con lo que le había costado convencer a McGonagall, ahora no podía quedar en evidencia. Al fin y al cabo, estaba embarazada, no enferma, y ya lo había estado seis veces antes. A aquellas alturas los mareos podían ser todo lo frecuentes que quisieran, pero no se movería de allí mientras el último de sus hijos no hubiera regresado.

- ¿Molly?

Se levantó como un resorte. Estaba empezando a pensar en alguna excusa creíble cuando vio a Hermione al otro lado de la cama, sosteniendo una bandeja con instrumental.

- Hola cariño, ¿cómo va todo? ¿Bien? – preguntó animadamente. No quería además preocupar a la chica. Sabía que no lo estaba pasando bien con todo aquello.

- Estoy preparando una de las camas, al parecer se olvidaron de llevar todo esto –señaló la bandeja que llevaba en las manos-. ¿Vas a estar aquí?

- Sí, si… -Molly se apoyó en una de las mesas y alisó los pliegues de la cama que había causado al sentarse-. McGonagall no estaba muy convencida, pero ya son demasiados años… y mi familia ha hecho mucho por estar donde estamos. No podía negarme este favor.

Hermione sonrió, pero Molly sabía que lo hacía más por compromiso que por otra cosa. Dudaba que la férrea determinación de Hermione para según qué cosas aprobara que ella estuviera allí, ayudando a las enfermeras, y no reposando en una de las habitaciones como todo el mundo le había sugerido. Se fijó en ella durante un momento. La chica había bajado la mirada hacia los frascos y las vendas que llevaba y se había quedado absorta mientras los observaba. Le pareció que quería decirle algo y por algún motivo no llegaba a decidirse.

- ¿Hay algún problema?

Frunció el entrecejo. Alzó la mirada y volvió la vista atrás, para observar algo que Molly no acertó a adivinar.

- Es mi compañera –se volvió hacia ella. Molly observó a lo lejos y luego volvió la vista a Hermione, sin entender-. Es una slytherin.

Dirigió de nuevo la vista hacia aquella chica morena que en aquel momento hablaba con una de las Sanadoras. No había nada en ella que le hiciera comprender por qué Hermione estaba tan preocupada.

- No es la única slytherin que se ha quedado a ayudar. No todos han ido a la guerra.

Hermione suspiró y Molly supo que aquello no era lo que había esperado oír.

- ¿No te fías de ella?

- No.

- ¿Por qué?

- Porque es una slytherin.

- Hermione… - Molly intentó que aquello no pareciera un reproche, pero lo cierto era que no esperaba ese tipo de actitud en Hermione. La chica siempre había parecido estar por encima de ese tipo de prejuicios-. Eso es muy injusto para ella, y me sorprende que precisamente tú…

- ¿Injusto…? –Hermione se acercó más, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie las escuchaba-. No te lo estaría diciendo si no la conociera, pero te aseguro que no es de fiar. Es una de las mejores amigas de Malfoy…

- Eso no justifica lo que estás diciendo.

Hermione, que aun no había dejado de hablar, se mordió el labio y bajó la vista al suelo, con las mejillas encendidas. Molly se dio cuenta de que no había encontrado en ella el apoyo que buscaba y no supo qué decir. Entendía sus dudas. Era cierto que la mayoría de slytherins había abandonado el colegio hacía unos meses, pero ¿acaso no habría sacado ella a sus hijos de aquel colegio si creyera que pudieran sufrir represalias? Algunos de ellos no eran seguidores del Señor Tenebroso, y no tenían por qué sufrir las consecuencias de pertenecer a aquella casa que, desde luego, había visto crecer a sus más fieles vasallos, pero que no por eso debía ser condenada de la forma en que lo estaba haciendo Hermione. De ser así, Molly sabía que Dumbledore habría puesto solución al problema mucho tiempo atrás. El problema no era aquella muchacha, pensó Molly.

- Cariño, sé que querrías estar con ellos…

Aquello no pareció mejorar la situación. Lo que acababa de decir había sido como una bofetada inesperada para Hermione, y pronto se arrepintió de sus palabras. No tenía que haber sacado el tema. Aquella chiquilla era reservada y no hablaría con ella de cómo se sentía, por mucho que ambas estuvieran en idéntica situación. Decidió volver al tema que les ocupaba.

- En todo caso… si notas algo extraño dímelo y hablaremos con Pomfrey. Pero no te obsesiones; encontrarás a más como ella y si ahora además debemos preocuparnos por los que están aquí nos volveremos todos locos.

Hermione parecía haber perdido las ganas de continuar con la conversación. Asintió sin apenas mirarla y ya se disponía a marcharse cuando antes de dar media vuelta, se detuvo.

- ¿Tú te encuentras bien? Estás algo pálida.

Molly negó con la cabeza, irguiéndose de nuevo.

- Nada de lo que preocuparse. Son los nervios… Vete tranquila. Estoy bien.

Hermione dudó, pero finalmente regresó a su puesto. Molly la observó mientras se dirigía hacia allí, cerró los ojos y suspiró, tratando de calmarse. Poco a poco, el dolor fue desapareciendo y sonrió, complacida.

- Te estás portando muy bien –murmuró, acariciándose el vientre con suavidad.


Hermione volvió a su sitio tragándose el orgullo y se dispuso a colocar lo que llevaba en la bandeja en el lugar que le correspondía. Pansy estaba apoyada en una de las camas y leía con interés un pergamino que ella misma había ojeado dos días antes y que contenía las indicaciones más básicas para los voluntarios. A pesar de que cada una parecía entregada a sus tareas, la tensión en aquel lugar era tan palpable que habría podido cortarse en el aire con unas tijeras. Echó un vistazo general al Gran Comedor. No parecía haber más como ella. Si de pronto se hubiera encontrado con Malfoy, Zabini o cualquiera de ellos no lo habría dudado un segundo más y habría ido a buscar directamente a la profesora McGonagall.

Miró a su compañera con disimulo y comprobó que Pansy seguía enfrascada en la lectura de las normas. Parecía tranquila y eso le molestó sobremanera. Habría esperado en ella el nerviosismo propio de alguien que está tramando algo a escondidas. Confiaba en que de ser así pronto cometería un error, pero ¿y si no sucedía así? ¿Y si ella era incapaz de verlo? Después de su breve conversación con la señora Weasley, Hermione sabía que no iba a serle fácil encontrar allí el apoyo de alguien. La mente de los que se habían quedado volaba a esas horas muy lejos de allí, con los que habían partido en la mañana. Incluso ella misma no lograba pensar con claridad ni concentrarse en su trabajo, y sabía que aquello jugaría en su contra todo el tiempo. Tenía que intentar concentrarse únicamente en Pansy. ¿Pero qué demonios hacía ella en el colegio?

Sintiéndose observada, Pansy alzó la cabeza. No tardó en cruzar una mirada con ella. Nerviosa, volvió a ocuparse con la lectura del pergamino, pero segundos más tarde volvía su vista a Hermione.

- ¿Es que no tienes otra cosa que hacer?

- ¿Por qué? ¿Es que te pone nerviosa?

- Por supuesto que sí.

- Ya. Me pregunto por qué será.

Pansy frunció el ceño. No parecía haber entendido la sutil ironía de Hermione, pero en todo caso, si lo hizo, volvió a centrarse en su pergamino. Cuando ya creía que se había desentendido de la conversación y no esperaba recibir una respuesta, escuchó su voz de nuevo.

- No tienes ni idea de nada. Para variar. Te crees tan inteligente que piensas que no hay nada que se te escape.

- ¿Me tomas por imbécil?

Pansy sonrió, pero pronto negó con la cabeza.

- Claro que no… si eres la chica más lista del colegio. ¿Es que se te ha olvidado? Supongo que los profesores han estado algo ocupados últimamente como para recordártelo en cada clase.

Hermione tomó aire para tranquilizar los instintos homicidas que Pansy le estaba provocando. Comprendió entonces que eso era lo que la slytherin pretendía y haciendo gala de un excelente autocontrol, le devolvió el golpe.

- Bromea lo que quieras. Pero lo cierto es que sí; soy la chica más inteligente de este colegio –dijo, mirándola fijamente a los ojos, consciente de que Pansy no esperaba escucharle decir algo así-. De modo que si por un momento has creído que puedes tomarme el pelo como te plazca, más te vale que te quites esa idea de la cabeza.

Se disponía a marcharse. Pansy podía acabar con su paciencia y ella necesitaba un lugar tranquilo en el que pudiera pensar con tranquilidad, lejos de su presencia. Sabía que de ese modo quedaba sin supervisión alguna, pero si se quedaba cinco minutos más no estaba segura de poder seguir controlando su genio.

- Mis padres también están allí, ¿lo sabías?

Tenía que haberse esperado algo como aquello. Asintió apenas imperceptiblemente.

- ¿En qué bando? –se le ocurrió preguntar.

Fue entonces cuando Pansy guardó silencio por primera vez tras el intercambio de acusaciones. Hermione alzó las cejas ante la evidencia de la situación, pero conforme fueron pasando los segundos se preguntó qué es lo que le impedía ir en ese preciso momento sujetar a Pansy y obligarla a confesar.

- Ves como crees que lo sabes todo –y por primera vez, la voz de Pansy pareció desquebrajarse y bajó la vista al suelo.

- Ah, claro. Seguro que tienes una dramática historia que contar en la que tu familia está rota porque tú has decidido luchar contra la causa que defienden tus padres. Conmigo puedes ahorrártela.

Sólo una pequeña parte de ella creía que Pansy pudiera estar, de verdad, en aquella situación. Suponía que de estar infiltrada en el colegio, ella y los suyos ya habrían preparado una buena historia que resultara creíble. Sin embargo, Pansy no reaccionó como ella había esperado. Levantó los pies, los apoyó en el borde de la cama y así, encogida como estaba, permaneció hasta que Hermione decidió que ya tenía suficiente y se marchó de allí sin decir nada.


Volar sobre el mar era parecido a hacerlo sobre el lago, con la única diferencia de que aquellas aguas eran azules, no grises, y que miraras donde miraras, no había en la lejanía ni un punto de cualquier otro color. Todo lo que alcanzaba a ver era de un intenso color azul. Por eso, cuando al volver la vista atrás descubrió el oscuro manto de nubes que parecía seguirles arrugó el gesto.

Miró a su alrededor. Megara volaba a tan solo unos metros por delante, sola. Harry se inclinó un poco más sobre su Saeta de Fuego y aceleró un poco la velocidad, lo suficiente para colocarse a su lado.

- Vienen nubes de tormenta –le dijo-. Están detrás de nosotros.

Megara miró atrás por encima de su hombro. Al hacerlo, un recuerdo se superpuso a la imagen que estaba viendo y Harry contempló a la misma chica con pelo largo y gafas de pasta, volviendo la vista atrás para observarle un día lejano, al poco tiempo de empezar el curso. La imagen se desvaneció antes de que Megara volviera la vista al frente. No parecía sorprendida.

- Contábamos con ello. La mañana ya era nublada en Hogwarts.

Harry no lo recordaba, pero podía ser. Aquella mañana, el tiempo había sido la menor de sus preocupaciones.

- ¿Crees que nos alcanzará?

- ¿Importa eso?

Harry sonrió. Aquella mujer era tan poco sociable como lo había sido de adolescente.

- Supongo que no. Pero estaba pensando en cómo es jugar a quidditch bajo la lluvia y…

- Esto no es un partido de quidditch.

- Lo sé –Harry se encogió de hombros, preguntándose si realmente Megara habría creído que comparaba lo que estaban haciendo con un partido de quidditch-. Sólo era por hablar de algo.

Ella no contestó. Harry no creía que fuera a decir nada más, de hecho, cuando entonces ella dijo lo que pareció un comentario sin importancia.

- Yo no me habría quedado.

- ¿Cómo?

- Que yo no me habría quedado si tú me lo hubieras pedido.

Harry iba a repetirle de nuevo la pregunta, pero fue entonces cuando comprendió. Se quedó un rato sin saber que decir, meditando la respuesta. No sabía a dónde se dirigía Megara con todo aquello.

- No, seguramente no lo habrías hecho –dijo, al cabo de un momento-. Pero quizá te lo hubieras pensado un poco más si hubiera sido Ethan el que te lo hubiera pedido.

La sorpresa se dibujó en el rostro de Megara antes de que pudiera disimularla, y Harry evitó sonreír para no molestarla. Ella volvió a enmudecer, pero Harry sabía que esta vez sí volvería a hablar.

- ¿Qué te hace pensar eso? –preguntó al fin. Con ello, Harry tuvo la impresión de que aquello le interesaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

- No lo sé. Pero antes, cuando he mencionado el quidditch, enseguida has hecho la comparación. ¿Por qué no la haces ahora?

Fue el único momento en que Megara perdió el control de la situación. Le miró con los ojos tan abiertos que Harry no pudo evitar imitarla. Se preguntó, por su expresión, cuándo fue la última vez que alguien se había atrevido a tomarle el pelo de aquella manera y rió abiertamente. Quiso añadir algo más, no fuera a ser que ella se molestara por lo que acababa de decir, cuando de pronto ella volvió la vista al frente tan rápido que el corazón de Harry dio un vuelco.

Se esforzó por ver lo que Megara parecía observar con tanta concentración, pero por más que lo intentaba no veía nada fuera de lo común. Podía decirse que ellos iban a la cola del grupo, y por delante sólo acertaba a verse un montón de gente delante de más gente. Harry se impacientó.

- ¿Ocurre algo?

- La avanzadilla de Dumbledore ha llegado –dijo. Harry observó a la mujer que, con la mirada perdida a lo lejos, parecía concentrarse para escuchar algo que solo ella podía oír-. Están ocultos a varios metros de la fortaleza. No había nadie esperándoles.

- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?

La mirada de Megara se desvió un poco más arriba, hacia una mota de color negro que volaba al frente. Habría sido imposible reconocer a Snape en la distancia de no ser porque Harry ya sabía de antemano quien ocupaba aquella posición.

- ¿Le has leído la mente? ¿Desde aquí? –Harry no salía de su estupor. Desde el profesor hasta donde estaban ellos podía haber fácilmente más de trescientos metros de distancia. Megara no dijo nada, y en su lugar, aceleró el vuelo, se deslizó entre dos magos que volaban a cierta distancia y le perdió la pista.

- Vaya. ¿Qué le has dicho?

Miró a Ethan, que de pronto había aparecido junto a él. Parecía divertido por la situación.

- Nada. Bueno, parece que Dumbledore ha llegado a Azkaban.

- Ah –el auror asintió, pero no le dio demasiada importancia a lo que acababa de decirle-. Habrá ido a avisar a los demás –y luego añadió, con su talante habitual-: Ha salido corriendo, a saber qué habrás dicho para asustarla tanto.


Muchos hombres y mujeres que en principio iban a marchar a Azkaban se habían quedado en Hogwarts. Rodeaban el colegio, permanecían apostados en las torres y se aseguraban de que, en caso de un ataque inesperado, las puertas del castillo no constituyeran un acceso franqueable. El campamento estaba prácticamente abandonado, pues los que no habían partido estaban dentro del colegio, ayudando en lo que podían.

Por supuesto, nadie creía que aquello fuera posible. Todos coincidieron en que el Señor Tenebroso se concentraría únicamente en Azkaban, ya que en Hogwarts, como muy bien habían señalado desde el Departamento de Seguridad Mágica, no se quedaba nada que fuera importante para él. Sin embargo, también acordaron que toda precaución sería poca y por tanto, aproximadamente una quinta parte de los hombres y mujeres que habían acudido allí para ayudar se habían quedado en el colegio. A esto había que añadir el importante papel de las barreras mágicas que rodeaban los terrenos.

Por este motivo, Hermione no veía plausible un ataque desde el exterior. Y en el caso de ser así, tampoco entendía cual era el papel de Pansy, que había sido destinada a la enfermería como la mayoría de los que se habían quedado. Debía aceptar que aquella chica, por si misma, sería incapaz de alzar la varita antes de que alguien alzara la voz y al instante tuviera a veinte magos apuntándole a su alrededor. Pero tampoco podía subestimarla, porque el hecho de que no la considerara en absoluto inteligente no significaba que Pansy no fuera lista.

Estaba pensando en todo esto cuando al llegar a la enfermería, una Sanadora con cara de pocos amigos le cortó el paso.

- No puede pasar aquí –le señaló sin muchos miramientos.

- He venido a buscar a la profesora McGonagall.

- Está fuera, en el jardín. ¿Para qué quieres verla?

Hermione pensó que quizá la Sanadora debería haberle hecho la pregunta antes de decirle donde estaba, mientras farfullaba algo sobre un recado que tenía que darle de parte de la profesora Sprout y tomaba el camino hacia el jardín. Sabía que McGonagall debía estar muy ocupada pero si no lograba hablar con ella antes de que los heridos comenzaran a llegar, luego sería imposible localizarla.

Llegó al lugar en menos tiempo del que había esperado, justo cuando la profesora les explicaba a un grupo de Sanadoras y a Madame Pomfrey lo que parecía ser el funcionamiento de las barreras mágicas del colegio. Aquel motivo por el cual Hermione no había podido practicar para su examen de Aparición sin ayuda de Snape.

- Recuerden que cada hora levantaré las barreras y el envío se hará efectivo en este lugar –les decía McGonagall-. Es posible que los trasladados necesiten ayuda urgente por lo que les ruego estén preparadas cuando les dé la orden de aviso.

- Sigo pensando que el tiempo que estarán levantadas es demasiado poco –comentó una de las sanadoras, con aspecto preocupado.

- Serán unos segundos, los justos para recibir todos los envíos de las diferentes zonas que se establecerán en Azkaban. No puedo prometerles más tiempo, sería peligroso para los que estamos aquí. En cuanto sepamos que están todos volveré a bajar las barreras.

- Será un auténtico trabajo contra reloj –comentó alguien.

- Sí. Por ese motivo es importante que estén preparadas. Los enfermos más graves deberán ser llevados a la enfermería en cuanto toquen el suelo.

- Hablando de eso, aun no sé cómo vamos a diferenciarlos de los simples heridos. Algunos de los voluntarios no sabrían distinguir entre un brazo roto o algo más delicado.

- Lo sé, y es lo que más me preocupa. De ustedes depende que enviemos un herido a la enfermería o al Gran Comedor. Sé que será difícil, pues serán momentos de mucha tensión, pero les ruego que tengan mucho cuidado en sus elecciones. La gente que hay ahí dentro no está habilitada para…

Fue en ese momento cuando alguien la señaló con el dedo. Hermione se sintió descubierta y pronto todo el grupo le observaba desde la distancia. McGonagall la reconoció al instante y se disculpó con las Sanadoras, que siguieron con su conversación, y pronto se dirigió hacia ella al otro lado del jardín. No parecía muy feliz de verla.

- Señorita Granger, espero que tenga una buena excusa para… -comenzó a decir, pero Hermione no dudó en interrumpirla.

- Necesito hablar con usted.

- ¿Qué es lo que pasa?

- Pansy Parkinson.

McGonagall le miró unos segundos, intentando comprender adónde se dirigía. Hermione no dudaba que ya lo supiera, pero aun así la profesora no parecía entender a qué se refería.

- ¿Qué ocurre con ella?

- Ya sabe lo que ocurre con ella. No debería estar aquí. Es una slytherin, es amiga de Malfoy…

- Señorita Granger, cálmese… –la profesora McGonagall miró de reojo a las sanadoras, que habían dejado de hablar y les miraban con curiosidad desde el otro lado del jardín. Hermione había alzado la voz más de lo necesario.

- …estoy segura de que hay algo…

- Cálmese –volvió a decir McGonagall, y esta vez no sonó amable en absoluto. Hermione dejó de hablar, y en seguida le sobrevino el mismo sentimiento de abandono que había sentido antes hablando con la señora Weasley. No podía ser que nadie estuviera tomándola en serio.

Pasaron varios segundos en los que Hermione intentó seguir el consejo de McGonagall, mientras su profesora le observaba con una expresión que pasó de la más severa de las miradas a la más evidente preocupación.

- Sé cómo se siente –le dijo, mientras Hermione negaba con la cabeza y desviaba la mirada a otro lado-. Pero no por ello tiene que descargar su rabia y su frustración contra la señorita Parkinson.

- Como si hubiera sido un santo durante todos estos años –dijo Hermione más para sí misma que otra cosa.

- No estoy diciendo que su actitud haya sido ejemplar –la profesora McGonagall colocó una mano sobre su hombro-, pero su situación es comprometida.

- Ah sí. Sus padres, ¿no? Están en la guerra.

- Efectivamente.

- Supongo que no están precisamente de nuestro lado.

McGonagall retiró la mano con la que había intentado transmitirle algo de comprensión. A Hermione no le gustó como la miró después de aquello y creía que iba a despedirse de ella sin más, pero no fue así.

- Los padres de la señorita Parkinson son mortífagos. No es ningún secreto. Pero su hija hace años que vive bajo la tutela de una familia adoptiva cuando no está en el colegio. Pansy no tiene nada que ver con ellos, ¿cree que de ser así habríamos permitido que se quedara a colaborar? ¿Tan necios nos creen ustedes?

Hermione no sabía exactamente a quién se había referido McGonagall con su última pregunta, pero tenía razones de sobra para creer que había metido a Harry, Ron y los demás en el saco por su actitud en cuanto a la profecía de Diana. Pensó, no por primera vez, que su comportamiento por aquel entonces bien le había costado la imagen que los profesores se habían formado de ella después de tantos años. Enmudeció sin saber cómo defenderse sin arriesgarse a ser humillada de nuevo.

- Pansy no lo ha pasado bien durante los últimos años, y ahora que conoce su historia, comprenda que esta situación tampoco es agradable para ella –suspiró, pensativa-. ¿He de hablar con Madame Pomfrey y pedirle que las cambie de grupo?

Quizá Hermione debería haberle dicho que sí. Por un momento estuvo cerca de darse por vencida y admitir que quizá la enemistad que siempre había existido entre ella y Pansy era la única culpable de todas sus dudas. Eso y la desagradable sensación de ansiedad que no lograba calmar desde la mañana. Y el absurdo pensamiento de creer que si pudiera alargar la mano y tocar a Harry en el brazo toda aquella angustia se le pasaría.

- No. No será necesario.

- Eso espero.


Se llevó una mano al brazo mientras se preguntaba qué estaría pasando. Hacía rato que el grupo se había empezado a ensanchar, de forma que ahora estaban bastante más cerca de Snape que antes. Miró hacia atrás para comprobar que las nubes ya casi les habían alcanzado y la simple visión de aquella negrura le hizo tiritar bajo la capa. Ginny apareció por su izquierda, con la mirada puesta en aquel grupo de gente que se había elevado sobre ellos y que sin duda se trataba de Snape y alguno de los aurores. Debían estar cerca.

- ¿Qué crees que pasa? –preguntó. Se había echado la capucha sobre el rostro y solo las puntas de su pelo rojizo asomaban por el agujero, ondeando hacia atrás en el aire.

- No debe faltar mucho. O eso espero. Llevamos horas en la misma posición, ya no sé cómo ponerme. Habría sido mejor venir en hipogrifo.

- No te lo habrían dado, ni siquiera a Buckbeak. Los han reservado para los que ni siquiera saben cómo sujetar la escoba para barrer.

A Harry le sorprendió aquel trazo de buen humor en Ginny, que tan malhumorada había estado durante los últimos días. Todavía le sorprendió más el sentimiento que le inspiró aquel pequeño gesto de buena voluntad. Se dijo que desde que Hermione le había contado lo de Malfoy no había tratado a Gin como se merecía, y ella ni siquiera lo sabía. Si había notado algún cambio en su actitud nunca se lo había reprochado. Si no la hubiera conocido lo suficiente, no sabría que lo que Ginny había querido era no añadirle una preocupación más. Y ahora, aquello tenía tan poca importancia…

- Ginny –le llamó. Ella inclinó un poco la cabeza, con tal de poder verle bajo la capucha, pero el viento la llenó de aire por dentro y se la echó sobre los hombros. A ella no pareció importarle-. Cuando estemos allí, no te separes de tu padre.

Ginny sonrió levemente.

- ¿No te parece que ya has dado demasiadas ordenes esta semana?

Se preguntó si ella sabría desenvolverse. Recordó que tenía un año menos que él. Aun podía acordarse de la primera vez que la vio, el primer año, despidiendo a sus hermanos en King Cross. "Que no le pase nada, por favor".

- No es una orden. Prométemelo.

Su sonrisa se desvaneció. Quizá alguna vez tendrían que haberse sentado a hablar. Quería muchísimo a Ginny y nunca se habían sentado a charlar un rato porque sí, sin que estuvieran los demás. No sabía por qué, pero así había sido y ahora ya no podía hacer nada.

- Te lo prometo, Harry.

Le sonrió. Él asintió y sin decir nada, cogió de nuevo su capucha y se la echó hacia delante, tirando de ella hacia abajo y obligando a Ginny a doblarse sobre sí misma entre risas. De pronto Lupin estaba frente a ellos.

- Harry, Ginny, tenéis que venir al principio. Azkaban asoma en el horizonte. No faltan más de cinco minutos para llegar.


La inactividad no ayudaba a mejorar su estado de ánimo. Pansy, en la cama de enfrente, leía con atención un pergamino y Hermione aprovechó aquel momento para observar detenidamente su expresión, justo en el momento en que la slytherin contraía las comisuras en una especie de sonrisa. Aquel gesto… Hermione lo había visto cientos de veces, en cada una de sus burlas y desprecios. Era igual que Malfoy. No sabía a cuál de los dos había detestado más durante aquellos años.

Estaba a medias con un bocadillo que acababan de dejarle en una de las mesas, junto con una botella de agua y una manzana. Pansy tampoco parecía tener demasiado apetito y su ración seguía donde la habían dejado. Echó un vistazo al gran pergamino que a muy pocos metros de ellas oscilaba en el aire. No comprendía por qué nadie lo había quitado de allí si ya había cumplido su función. Las plumas estaban en el suelo, como si las hubieran tirado de cualquier forma. Hermione se preguntó porqué nadie se había molestado si quiera en recogerlas al acabar. En esas estaban cuando, muy lejos de ellas, un murmullo fue creciendo hasta que se convirtió en un auténtico griterío.

- ¿Qué pasa? –preguntó Pansy. No había nadie más cerca, así que Hermione supuso que se dirigía a ella. No tenía nada que contestarle, pues ella tampoco sabía lo que estaba sucediendo. Así que le dirigió una mirada que distaba mucho de ser amistosa y no dijo nada.

- ¡Han llegado! ¡Están en Azkaban! –gritó una de las voluntarias que se encontraba más cerca. Hermione sintió un nudo en el estómago. Harry ya estaba allí. Apartó el bocadillo definitivamente, ahora sí que sería incapaz de terminárselo.

- ¿Están todos bien? ¿Qué más sabéis? –le preguntó a la chica, que se había acercado para hablar con ellas. Pansy bajó de la cama y se acercó a donde estaban.

- Parece que han llegado todos bien, sin incidentes. No sabemos nada más, cada uno dice una cosa diferente.

- ¿Quién ha recibido el mensaje?

- McGonagall, o eso he oído –dijo, y tan pronto como había llegado se fue para dar la noticia a otra parte. Hermione se apoyó en el borde de una de las mesillas, con la mano en el estómago y cerró los ojos. Pronto el escándalo que se había formado fue volviendo a la normalidad. La gente volvía a hablar en susurros, pero un nuevo nerviosismo se había apoderado del Gran Comedor. Ahora que ya estaban allí, pensó, solo era cuestión de tiempo que aquel lugar empezara a cumplir con la función para la que había sido creado.


A Harry le sorprendió saber que Azkaban no se había alzado en un simple pedrusco en medio del mar, sino que el terreno que servía de base para aquel enorme prisma triangular era medianamente extenso y pedregoso; sobre todo pedregoso. Conforme se fueron acercando, Harry comprobó que lo que en un principio le había parecido costa se trataba en realidad de escarpados desfiladeros donde rompían las olas de aquel mar que de pronto le pareció demasiado embravecido. La capucha voló hacia atrás sobre sus hombros y Harry no tardó en volver a echársela sobre el rostro para protegerse del viento.

Azkaban se alzaba cercana al borde de la isla, en el punto más alejado desde el lugar por el que se iban acercando. No había actividad alguna y Harry no supo si aquello debía haberlo inquietado. Dumbledore hacía rato que había llegado y desde entonces no había dado noticias, por lo que no había motivo para pensar que algo estuviera yendo mal.

Se acercaban en silencio. A pesar del elevado número de personas que volaban tras él, Harry no pudo siquiera escuchar la voz de ninguno de sus compañeros. Los grupos hacía rato que se habían establecido y ya no formaban una sombra sin forma alguna en el aire, sino que cada cual se había dirigido a su sitio y al poner los pies en tierra, la totalidad de la costa quedó ocupada por decenas de personas ocultas entre las rocas. Por un tiempo, Harry perdió de vista la fortaleza. Momentáneamente aliviado, dejó su Saeta de Fuego sobre la roca y se giró para escuchar al profesor Lupin.

- Hay que esperar a Dumbledore y a los demás antes de hacer nada– le dijo a Snape-. No deben andar muy lejos de aquí.

Pequeñas gotas de agua salada le dieron en la cara cuando una ola rompió a tan solo unos metros por debajo de donde ellos se encontraban. Snape permaneció en silencio. Harry se preguntó si estaría intentando comunicarse con Dumbledore.

Les dejó para acudir junto a Ron, intentando no tropezar con las piedras. Ginny y Luna se habían sentado en el suelo, cansadas después del largo viaje. Un poco más allá, los hipogrifos intentaban mantener el equilibrio a duras penas. Aquel terreno no era el mejor para un aterrizaje, pero haberlo hecho directamente sobre la isla habría sido demasiado peligroso.

- ¿A qué estamos esperando? –preguntó Neville.

- A Dumbledore –contestó Harry, apoyándose en una roca-. Al parecer debería estar aquí.

Nadie dijo nada. Todos comprendían que aquella no era una buena señal, si bien aun no tenían motivos para preocuparse.

- Harry –Ethan se acercó, varita en mano, para hablarle en voz baja-. Diles que se levanten si no queréis tener problemas con Snape.

- Arriba, Luna –Ron alargó una mano y ayudó a la chica a ponerse de pie. El viaje les había agotado más de lo que pensaban, pero ninguna de las dos dijo nada. Calladas, se apoyaron discretamente sobre un saliente. Entonces Harry escuchó la voz de su Director tras él.

Le faltó tiempo para reunirse con Snape, Lupin y los demás. Dumbledore le buscó con la mirada y cuando estuvo junto a él apoyó una mano sobre su hombro.

- Me alegro de veros –dijo, afectuoso-. Estábamos esperándoos más al norte y no es fácil moverse en este terreno.

- ¿Cuál es la situación? –intervino Snape.

- No ha salido nadie desde nuestra llegada. La fortaleza está cerrada.

Todos intercambiaron una mirada de escepticismo.

- Es poco probable que no nos hayan visto llegar –aseguró el profesor Lupin-. Quizá vosotros habéis logrado pasar desapercibidos, pero no van a tardar en salir.

- Tendríamos que movernos ya. No podemos permanecer ocultos por más tiempo, si nos atacan ahora estamos perdidos –añadió el señor Weasley.

- Que den la orden a los extremos –concluyó Dumbledore-. No disponemos de más tiempo.

La atención se centró entonces en Ethan y Megara. Harry sabía que los dos habían sido asignados a las secciones que rodearían la isla por ambos lados; los flancos. Aquello era una despedida.

- Esperaré tu señal para empezar a avanzar –dijo Megara. Dumbledore asintió a la muchacha. Antes de irse, Ethan palmeó a Harry en la espalda.

- Buena suerte, chico.

Harry les observó alejarse del grupo y solo entonces pensó que le habría gustado tenerlos a su lado cuando les tocara a ellos salir allí arriba. Vio como se despedían y deseó poder verles cuando todo aquello acabara. Cuando Ethan, sin atreverse a más, extendió una mano a Megara para despedirse y ella le abrazó con los ojos cerrados supo que su historia aun podía tener un final feliz.

- Esperaremos a que se alejen. En quince minutos deberíamos estar ya arriba. Avanzaremos hasta Azkaban hasta que nos encontremos con ellos.

- ¿Y si no sale nadie? –preguntó Harry-. ¿Y si llegamos hasta la misma puerta sin encontrar oposición?

- Eso no ocurrirá –contestó Snape.

- ¿Pero y si…?

- En tal caso abriremos la puerta –dijo Dumbledore-. Ya que para eso hemos venido.

El Director dirigió una significativa mirada hacia abajo. Oculta entre sus ropajes, le mostró una bolsa de tela. Harry no necesitó preguntar lo que contenía. Las tres luces estaban ahí, guardadas en sus respectivos recipientes. De otra manera, al juntarlas, las tres habrían vuelto a desaparecer.

- Recuerda que no debes separarte de mí, Harry –continuó Dumbledore-. Si nos viéramos obligados a separarnos tendrás que hacer todo lo posible por llegar hasta la puerta.

- Lo haré.

- Bien. Di a tus amigos que se preparen. Voy a dar la orden de salida a los flancos.

Estaban a tan solo unos metros de distancia, por lo que Harry no necesitó transmitirles las órdenes de Dumbledore. Cuando llegó, sus amigos ya se habían agazapado entre las rocas, dispuestos a avanzar en el momento en que se les indicara. Al igual que ellos, Harry escuchó como la orden se extendía al resto de secciones y todo el mundo se preparaba para salir. Se colocó junto a Ron. Sentía los nervios en la boca del estómago y al sacar la varita de su bolsillo y sostenerla en el aire, no le sorprendió ver un ligero temblor en su mano.

Miró a su amigo. Ron permanecía en la misma postura que él, varita en mano. Miraba hacia arriba, quizá intentando ver la fortaleza entre las rocas que les daban cobijo. En aquel momento le pareció más fuerte que nunca, más grande, poseedor de un valor que él nunca había encontrado para sí mismo. No temblaba, no tenía miedo. A Harry le invadió un profundo sentimiento de orgullo.

- Gracias por estar aquí.

Ron le miró con curiosidad largo rato. Luego creyó verle enrojecer.

- A mi no me digas esas cosas.

Harry sonrió. Dumbledore dio la orden en ese momento y al mismo tiempo, todo aquel ejército de personas empezó a avanzar. Pronto subieron la empinada cuesta y la cima de Azkaban se dejó ver. Su negra figura se recortaba contra el cielo que poco a poco comenzaba a teñirse de gris. Mientras lo hacían, Harry pensó que cuando regresaran, se llevaría a Ron a Hogsmeade y los dos beberían whisky de fuego hasta acabar vomitando.

Y aquel fue el último pensamiento alegre que la mente de Harry pudo recordar, porque segundos más tarde, de las ventanas de Azkaban salieron las sombras que cubrieron el cielo y los dementores cayeron sobre ellos sin piedad.


Apenas media hora después de haber recibido la noticia, sucedió lo que todos habían temido y esperado al mismo tiempo.

Pansy caminaba agitada de un lado a otro. Hermione no había vuelto a dirigirle la palabra desde su última discusión, antes de haber hablado con McGonagall, pero no le había quitado el ojo de encima en todo momento. No podía decir, sin embargo, que el comportamiento de Pansy fuera sospechoso. A ratos parecía aburrida, a ratos nerviosa. No se mostraba muy diferente a cualquiera de las personas que estaban allí.

Ella tampoco había intentado provocarla. La conversación acerca de sus padres parecía haberle afectado y aunque había hecho algunos comentarios sin importancia en voz alta, tal vez con la intención de que ella le contestara, aparte de eso no había llamado demasiado su atención.

En aquellos momentos permanecía de pie frente a unas estanterías donde apilados, habían dejado varios frascos con mejunjes ya preparados, vendas y demás ungüentos. Parecía que los observaba solo por curiosidad, seguramente para estar entretenida en algo. Pero entonces levantó un brazo y alargó la mano para coger uno de los tarros. Fue cuando hizo aquel simple movimiento que la manga del uniforme, algo más ancha en la zona de los antebrazos, osciló en el aire y mostró la piel que había debajo.

Quizá la mente de Hermione le jugó una mala pasada. Cuando más tarde lo pensó con tranquilidad, solo pudo atribuirlo a los nervios. Pero antes de que la idea terminara si quiera de formarse en su cabeza, Hermione cogió a Pansy de la muñeca, y sin que la chica pudiera llegar a entender lo que estaba pasando, le sujetó la manga y se la retiró hasta el codo. Cerró los ojos de frustración y apartó la vista con desprecio mientras Pansy se recuperaba de la sorpresa.

- No sé qué es lo que tengo que hacer para que me dejes en paz de una vez.

Pansy calló. Hermione también debería haberlo hecho. Era consciente de que aquella forma de actuar dejaba mucho que desear, y que ella nunca se comportaba así. Le ocurría siempre que una situación le venía grande. Tenía problemas para mantener la mente tranquila en los momentos más difíciles, y por eso a veces había acabado mintiendo descabelladamente a los profesores o golpeando a Malfoy en la cara. Por eso ahora acorralaba a Pansy contra la cama, y de no ser porque aquella se golpeó contra la mesita y quedó atrapada entre las dos, estaba segura de que habría intentado escapar. Ninguna de ellas vio como, a un par de metros de distancia, una de las plumas que había permanecido quieta en el suelo se removía perezosa, como si se desperezara después del sueño, para después ascender lentamente hacia la esquina superior izquierda del pergamino.

- Ojalá tengas razón. Pero si no es el caso, ya puedes echar a correr. Porque si tus intenciones son otras a parte de ayudar a los que estamos aquí, no habrá sitio en el que puedas esconderte para que no te encuentre.

Ninguna de las dos se dio cuenta de que algo raro estaba sucediendo en el Gran Comedor hasta que el silencio se hizo pesado, progresivamente denso, como si cayera con cuentagotas sobre la habitación. Fue en ese momento cuando Hermione miró a su alrededor y comprobó que el efecto se extendía como una oleada por la gran sala. Poco a poco todas las personas que había allí se detenían y dirigían las miradas hacia el mismo lugar; el gran pergamino en el que una pluma dorada garabateaba algo que letra a letra iba adquiriendo un significado entendible para todos.

La pluma terminó de escribir aquellas tres palabras y volvió a su lugar.

Aquel día se escribieron muchos nombres en el pergamino. Pero sin ningún motivo, o quizá por el hecho de ser el primero, aquel nombre aparecería tiempo después, muchas veces, de improviso y sin avisar, en la mente de los que presenciaban aquel momento sumidos en el más profundo silencio. Mientras metían unas zanahorias en la cesta de la compra, mientras observaban a su perro roer el hueso que acababan de lanzarle o jugaban con sus nietos a plena luz del sol con una pelota de colores. Para ellos el tiempo se detendría y por un segundo dejarían de ser aquellas personas que atendían la compra, jugaban con su perro o lanzaban una pelota al aire, para volver a estar en un hospital observando un viejo pergamino grande. Y en todos ellos volvería a crear la misma sensación de vacío que vivieron entonces.

Fue de este modo como todos comprendieron que alguien acababa de morir en Azkaban.


El patronus de Harry golpeó de lleno al dementor, que se elevó sobre el cielo y echó marcha atrás. Pronto descendió dispuesto a atacar a un hombre cuya zarigüeya plateada ahuyentaba en esos momentos a dos carceleros más.

Ron estaba a su lado. A varios metros de él, Dumbledore y Snape se abrían paso con sus respectivos patronus. Harry se sentía deprimido, acobardado y desanimado. Habría cogido la primera escoba a mano para salir volando de allí si no fuera porque una voz en su cabeza le decía que aquel miedo no era real, que debía seguir luchando y no podía parar de hacerlo hasta que no llegara a las puertas de Azkaban. Ni los gritos de la gente, ni sus tristes pensamientos, ni las aterradoras figuras de los dementores que cubrían todo aquel cielo grisáceo podían amedrentarlo.

- Ginny, ¡no te quedes atrás!

La pelirroja intentaba deshacerse de su dementor, que al contrario que el resto, que atacaba sin seguir un objetivo concreto, parecía un poco obstinado en perseguir a la misma persona. Fue necesario que Neville invocara a su patronus para que Ginny echara a correr junto con su caballo reluciente, que se desvaneció a los pocos segundos.

El cielo se había oscurecido con bastante rapidez, aunque Harry no sabía si aquel hecho se debía a la tormenta que se les avecinaba o al efecto que tenían los dementores sobre su percepción. El brillo de los patronus se extendía a lo largo de toda la isla y parecía que esta se hubiera sumergido bajo una fina neblina de color blanco. Sin embargo no era tarea sencilla. Los dementores eran demasiados, y recordar un mínimo estado de felicidad le exigía muchísima concentración.

La cierva de Snape pasó corriendo junto a él, seguida de su dueño.

- No te distraigas Potter, ¡sigue avanzando!

Harry corrió, pero no había avanzado más de una decena pasos cuando se vio obligado a lanzar de nuevo a su patronus. Los dementores parecían multiplicarse conforme se acercaban al centro de la isla. Fue entonces cuando empezó a escuchar los gritos. Luna, el señor Weasley y los gemelos, que estaban junto a él, alzaron la cabeza en dirección a Azkaban.

Un relampagueo de color rojo llamó su atención a unos cien metros de distancia. Aquellos hechizos ya no eran debidos a los patronus. Algo o alguien había hecho aparición en aquel lado de la isla. Escuchó la voz de Dumbledore alzándose por encima del grupo.

- Los mortífagos están descendiendo desde la torre. Ahora es fundamental que no nos separemos, ¿habéis entendido? ¡Permaneced juntos hasta llegar a la base!

Harry no podía evitar mirar a su alrededor y buscar a sus amigos con la mirada. Intentaba controlarlos a todos y no podía avanzar si alguno de ellos se entretenía más de la cuenta en la retaguardia. Aquello bien le estaba costando los reproches de Snape, pero no podía evitarlo. Incluso Lupin tironeó de él varias veces al verle casi parado mirando hacia atrás. Una de aquellas veces, alguien pasó corriendo junto a él a tal velocidad que casi cayó al suelo. Asombrado, vio a dos magos vestidos completamente de blanco dirigiéndose hacia donde un grupo de personas se había detenido. Los dos gritaron al mismo tiempo y cuando un potente haz de luz blanca salió de sus varitas y cruzó la distancia que les separaba del grupo, Harry vio con horror como dos dementores se habían inclinado y comenzaban a succionar con lentitud a sus víctimas.

- ¡Potter, que demonios estás haciendo! –Snape lo cogió por el cuello de la capa y echó a correr, y no lo soltó hasta llevarlo junto a Dumbledore, que solo se encontraba por detrás de Lupin y dos de los aurores que formaban parte de aquella sección-. ¡No te muevas de ahí, maldita sea!

Harry trastabilló y perdió el equilibrio, pero antes de caer al suelo, uno de los gemelos logró sujetarle. Avanzaron a trompicones, esquivando los patronus que corrían a su alrededor, cuando entonces Harry lo vio.

No le dio tiempo a avisar. El mortífago les había visto y antes de que pudiera reaccionar, alzaría su varita y lanzaría el hechizo contra ellos.


Cuando una de las Sanadoras se les acercó y en voz baja les dijo que necesitaba que una de ellas le acompañara, Hermione supo que había llegado el momento de prepararse. El primer envío estaba a punto de llegar.

- Yo iré –dijo Pansy, y tras dudarlo un momento, añadió-: si te parece bien.

Hermione no tenía por qué negárselo. Se encogió de hombros y se dispuso a comprobar por enésima vez si tenía a mano todo lo que pudiera necesitar cuando Pansy volviera con el primer herido. Su compañera se fue tras la Sanadora, que se acercó a otro grupo para solicitar a otra de las chicas. Ella se apoyó sobre la cama y se cruzó de brazos, apretándolos fuertemente contra su pecho, con la mirada fija en la puerta por la que ahora desaparecía Pansy y por la que minutos después lo haría ella para relevarla.

Miró una vez más al pergamino y contó seis nombres más. Se le puso la piel de gallina al pensar lo rápido que había ocurrido todo. Siete personas en tan solo unos pocos minutos de diferencia eran demasiadas, sin contar el número de heridos que habría. ¿Serían muchos? Era el primer envío; Hermione había deseado que no llegara nadie.

Pero cuando la pluma escribió dos nombres más supo que aquello no iba a ser posible.

Echó un vistazo a la chica que tenía más cerca. A cinco camas de distancia se movía sin cesar, caminando de un lado a otro, presa de los nervios. Desvió la mirada para no contagiarse, pero se preguntó qué ayuda podría prestar alguien que ni siquiera podía controlar el temblor de sus manos. Quizá a ella le ocurriera lo mismo. Estaba confiada en que podría haber bien su trabajo, como todo lo que alguna vez se había propuesto. Pero si lo pensaba objetivamente, sabía que no tenía forma de saber cómo reaccionaría hasta que no tuviera a un herido ante ella.

No supo cuanto rato pasó hasta que el eco de unas voces retumbó por los pasillos hasta llegar a sus oídos. Se dio la vuelta con rapidez y fijó su vista en el hueco del corredor por donde Pansy había desaparecido. Ahora claramente podía escuchar unas voces, palabras sueltas que no entendía. Escuchó un ruido lejano, que no tardó en identificarlo como el sonido que hacían las ruedas de las camas al deslizarse sobre el suelo. Aquel zumbido se hizo cada vez mayor, hasta que unas sombras se proyectaron en la pared y de pronto, una camilla apareció por el hueco del corredor, seguida de una enfermera que la empujaba a duras penas hasta su lugar. Y luego otra, y otra más. Hermione sintió su corazón encogerse mientras buscaba a Pansy con la mirada.

El Gran Comedor se llenó de movimiento. Las voces de los voluntarios se elevaron mientras algunas Sanadoras les indicaban qué debían hacer mediante órdenes que se escuchaban por todo el salón. Hermione se mordió los labios, impaciente, cuando de pronto vio salir a Pansy empujando una camilla tras ella. Hermione solo pudo ver al paciente durante un segundo, antes de correr a una de las camas y retirar las sábanas. Se preguntó con horror si el color rojo que había visto sobre la sábana era debido a la sangre. Pansy llegó junto a ella y le dio la vuelta a la camilla.

- ¿Qué tiene? –exclamó Hermione mientras bajaba la barra de seguridad de la camilla. La sábana que cubría al paciente, un hombre de mediana edad que parecía estar conteniéndose para no gritar, se había empapado de sangre.

- Tiene cortes por todo el cuerpo que no paran de abrirse, yo me ocupo –contestó Pansy mientras se movía a ritmo frenético-. Vete, fuera todavía quedan unos cuantos.

Hermione no esperó a que se lo dijera dos veces y echó a correr. Atravesó el Gran Comedor y llegó al corredor que conducía al jardín. Si en aquel momento le hubieran dicho las veces que tendría que repetir aquel mismo trayecto durante aquel largo día, no se lo habría creído. Se pegó a la pared para no entorpecer a las enfermeras que corrían en dirección contraria con más pacientes y cuando llegó por fin al exterior observó que ya habían dispuesto tres camillas en cola para que se las llevaran. Echó un rápido vistazo; ya no quedaba nadie más allí fuera. Rápidamente calculó que acababan de llegar unas quince personas.

Se acercó a la primera camilla y empujó con fuerza, antes de que dos voluntarias llegaran tras ella y se ocuparan del resto de heridos. Mientras corría a lo largo del corredor echó una ojeada por encima a la mujer que había recogido. No había sangre, ni ella parecía quejarse de dolor. Cuando salió al Gran Comedor y llegó a su puesto, se colocó junto a la mujer y la observó con angustia.

- ¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?

Retiró las sabanas. Tenía algunas magulladuras en los brazos y su ropa estaba rasgada en algunas zonas, pero Hermione no veía nada más. La mujer no le había contestado.

- ¿Dónde te duele? –preguntó una vez más, pero la mujer negó con la cabeza. Se estaba preguntando si era posible que no hablara su idioma, cuando la paciente abrió la boca y se señaló con el dedo índice-. ¿La boca? ¿Te duele la boca?

La mujer negó enérgicamente con la cabeza. Entonces, con la mano, se indicó la garganta.

- ¿Qué? No entien…

Entonces la mujer hizo un gesto con los dedos que no necesitó traducción.

- No puedes hablar –comprendió de pronto Hermione. La mujer asintió, apesadumbrada-. Te han quitado la voz, no puedes lanzar hechizos.

Pensó con rapidez. Aquella mujer no podía permanecer allí, si bien estaba claro que poco podía hacer en Azkaban. ¿Pero por qué no la habían curado allí antes de traerla de vuelta? Ahora poco importaba. Debía mandarla a las habitaciones, donde reposarían los heridos conforme fueran pasando por las manos de los voluntarios.

- Esto puede curarse con un contrahechizo pero yo no puedo hacerlo. Esperaremos a que venga algún Sanador y luego te enviaremos a las habitaciones, pero antes voy a curarte. ¿Te duele algo más aparte de eso?

La mujer negó con la cabeza. Hermione se acercó a recoger los ungüentos necesarios para desinfectar los cortes y magulladuras y al acercarse a la cortina que le separaba de Pansy, no pudo evitar asomar la cabeza al otro lado.

El hombre de los cortes estaba medio dormido. Seguramente le había dado un calmante, pues el dolor debía ser espantoso. Pansy apuntaba a las heridas con su varita, murmuraba unas palabras y el corte se cerraba, pero al rato volvía a abrirse. Hermione nunca había visto nada igual.

- Voy a llamar a… -empezó a decir, pero Pansy la interrumpió.

- No hace falta, los cortes se van cerrando. ¿Ves? –la chica volvió a pasar su varita por el corte que acababa de curar, y tras hacerlo la herida se cerró del todo, adquiriendo un tono morado en su superficie. Aquellas marcas no tenían pinta de poder irse con facilidad-. Solo hay que hacerlo un par de veces, pero este hombre ha perdido bastante sangre por el camino. Creo que habría que hacerle una transfusión antes de que se le pase el efecto del calmante.

Hermione observó un rato más. Por un momento sintió como si alguien en su interior estuviera haciéndole burla. "¿Ves?" escuchó en su cabeza. "Está ayudando, como tú". Se alejó de allí, corriendo tras ella la cortina que separaba a ambos pacientes.

- Retírese la manga, por favor –murmuró de nuevo junto a su paciente, abriendo uno de los frascos. Al no observar ninguna reacción por parte de la mujer, alzó la vista. Comprobó que ella ya había descubierto el pergamino y en aquellos momentos, observaba como una de las plumas terminaba de escribir otro nombre.

Miró a Hermione. Alzó un dedo y señaló lo que acababa de ver, con una expresión en su mirada que le obligó a apartar la vista de ella y centrarse de nuevo en el frasco de cristal que aguantaba entre las manos. La mujer esperaba una respuesta y ella intentó decir algo, pero no supo qué. Finalmente optó por ignorar que la mujer estaba llorando. Quizá había reconocido alguno de los nombres, o quizá no. Hermione se sintió tan inestable por un momento que tuvo miedo de abrir la boca, y ni siquiera tuvo el valor de hacerlo para despedirse cuando terminó y tras ponerse en pie corrió la cortina tras de sí.


Harry cayó al suelo y el golpe contra las piedras le dejó inmóvil por unos segundos. Cuando abrió los ojos creyó ver entre el polvo y la tierra al profesor Lupin en el suelo, apuntando al frente con la varita y gritando algo que no llegaba a escuchar. Quería ponerse en pie, pero el dolor le había entumecido la pierna derecha y para su sorpresa, descubrió que no podía moverla con facilidad. Para cuando finalmente lo consiguió, el mortífago había vuelto a lanzar un nuevo hechizo que esta vez pasó rozándole la oreja.

- ¡Protego!

Su hechizo apenas sirvió para desviar un tercer ataque por parte del mortífago del que ahora apenas le separaban tres metros escasos. Harry retrocedió, justo a tiempo de que Lupin volviera a interponerse entre él y su atacante.

- ¡Sigue con los demás! –le gritó por encima de su hombro.

- ¿Y qué pasa contigo?

- Os cogeré más adelante, ¡vamos, sigue!

Harry no tuvo más remedio que obedecer. Corrió hacia su izquierda agachado sobre sí mismo y casi de rodillas en el suelo, allí donde los gemelos se habían rezagado para esperarle. Los hechizos habían comenzado a volar sobre sus cabezas. Los mortífagos habían salido de la torre y mientras corrían Harry cayó en la cuenta de que podía escuchar más gritos que antes, más voces alzadas mezcladas con estallidos de hechizos que empezaban a volar sobre sus cabezas. Miró hacia atrás y el pulso se le paró cuando solo encontró tras él al señor Weasley y a Ginny. Los gemelos habían desaparecido.

Alguien gritó frente a él. No fue un grito de dolor, sino de advertencia. Ante él se encontraba el verdadero fragor de la batalla. Vio los haces de luz a tan solo unos metros de distancia y escuchó con claridad los nombres de algunos de esos hechizos. Se preparó mentalmente y alzó la varita. Y centrándose en un mortífago que en ese momento se disponía a atacar a un mago por la espalda, apuntó al frente y atacó con todas sus fuerzas.

Una mezcla de sentimientos le invadió cuando el mortífago cayó al suelo al ser golpeado por el hechizo. La adrenalina corrió por sus venas con la misma rapidez con la que su segundo hechizo cruzaba el espacio que les separaba y volvía a golpearle de nuevo. Echó un vistazo a Ron, que sin previo aviso dirigió otro de sus hechizos hacia aquel hombre que ahora se retorcía en el suelo. No se detuvieron más tiempo; otro mortífago les había visto y ya había alzado la varita contra ellos. Antes de que Harry pudiera preparar el hechizo que les protegería a ambos de su ataque, el señor Weasley apareció ante ellos y con un solo ataque se deshizo de su atacante.

- ¡Seguid, vamos!

Comenzó una auténtica carrera de obstáculos. Dumbledore corría con una velocidad que parecía sacada de contexto para un hombre de su edad. Snape lo hacía a su lado, y cada cierto tiempo, Harry le veía lanzar hechizos que siempre daban en el blanco, alejando a los mortífagos que intentaban cortarles el paso o formando un escudo a su alrededor que les protegía durante algunos segundos.

Un trueno retumbó en la distancia. Un grupo de magos les sobrevoló en escoba, dirigiéndose hacia la torre. Harry cayó en la cuenta de que había dejado de sentirse tan triste como lo estaba momentos antes, casi al mismo momento en que observó que los dementores habían disminuido en número. No pudo hacer menos que alegrarse; el enfrentamiento con ellos siempre exigía un sobreesfuerzo psicológico para no desfallecer y había habido algunos momentos en los que había sido un verdadero suplicio estar allí. Sin embargo, sabía que lo peor estaba por llegar. Había conseguido calmar un poco sus nervios y casi estaba acostumbrándose a los sobresaltos y a la sensación de estar constantemente en tensión, pero por mucho que lo intentara, Harry no podría reponerse a la triste visión que ofrecían los grupos de Sanadores.

Se les veía cada cierto tiempo, generalmente cerca de los acantilados, siempre arrodillados, acompañados de un grupo de aurores que intentaba mantenerles aislados de la batalla. A veces, dos de ellos salían del círculo y se internaban en la contienda. Permanecían juntos y corrían, siempre mirando al suelo, como buscando algo en concreto entre todas aquellas personas. Harry sabía muy bien que buscaban. Había visto a aquellas personas, todas agrupadas, sentadas o tumbadas, envueltas en sábanas, esperando ser llevadas de vuelta al colegio. También había escuchado cómo gritaban algunas de ellas. Cuando pasaban cerca de alguno de esos hospitales de campaña intentaba no mirar, porque era incapaz de pensar en nada después de ver las manchas de sangre sobre su ropa blanca, o la extraña serenidad de un cuerpo inmóvil en el suelo.

Empezó a llover. Sintió primero unas gotas dispersas en la cara, luego vino un relámpago y el ritmo se aceleró. Escuchó a lo lejos cómo Dumbledore daba órdenes a gritos a los aurores que les acompañanan y advirtió cómo estos se separaban del grupo y se adelantaban unos metros. A unos pasos por delante de él, Ron llevaba a Luna de la mano. Antes de que su retina percibiera el brillo verdoso que venía por su derecha, un pensamiento fugaz le vino a la mente y quiso gritarles algo que haría enrojecer las orejas de su amigo como nunca.

Al hacerlo se dio cuenta de que no podía respirar. Sin previo aviso, los pulmones se le quedaron sin aire. Comenzó a toser y pronto cayó de rodillas al suelo. Una niebla verde se extendió lentamente a su alrededor, y más allá ya no pudo ver nada.


Hermione estaba terminando de sanar a un paciente que no dejaba de escupir babosas con cierta añoranza cuando una Sanadora se acercó donde estaban ella y Pansy.

- Sería conveniente que os prepararais de nuevo.

- ¿Otra vez? –Hermione miró incrédula a la enfermera, que ya se alejaba y no parecía tener intención de darle más explicaciones-. Pero aun no hace ni media hora que…

- ¿Y tienes algún problema con eso? –le espetó la Sanadora, claramente enfadada-. Si tú no puedes, que lo haga ella, pero una de las dos tiene que ir allí y tiene que hacerlo ya. Estúpidos voluntarios…

La Sanadora se fue dejándola con la palabra en la boca. La vio alejarse para indicarles con el mismo malhumor que otro envío estaba a punto de llegar a las chicas de al lado, a quienes la noticia les sorprendió tanto como a ella.

- No te preocupes –dijo el hombre, llevándose una mano precavida la boca por miedo a tirar otra babosa-. No ha sido para tanto, son los nervios.

Hermione se giró a Pansy, que en aquel momento asomaba la cabeza tras la cortina.

- Puedo ir yo, si estás ocupada.

Asintió. Pansy desapareció sin decir nada más y ella se quedó sentada en la cama junto al herido. Era un hombre mayor, quizá tuviera unos años más que su padre. A parte de eso y unos arañazos sin importancia, no tenía nada más.

A todos les habían advertido que no debían agobiar a los heridos con preguntas. Pero aquel hombre parecía estar bien. Incluso ya había mostrado su descontento por haberle enviado de vuelta al colegio cuando, según él, aún podía ser de ayuda en Azkaban.

- ¿Están atacándoos con hechizos como este? –preguntó Hermione, sin saber muy bien cómo sacar el tema.

- No. Esto me lo hizo un chiquillo de tu edad con una puntería patética. Imagínate, si llega a darle al mortífago en vez de a mí, antes es capaz de morirse de un ataque de risa.

Hermione clavó la vista en el suelo. El hombre la vio suspirar e intentó animarla.

- Pero bueno, quizá alguno de ellos se atragante con una de esas babosas.

- Seguro.

- Espero que el chico Potter tenga más luces que ese niñato…

Aquel comentario había sido casi un murmullo. Hermione sintió dolor en el pecho.

- ¿Le ha visto…?

- No cariño, allí es imposible ver nada a más de dos metros de distancia. El polvo, ¿sabes? Y la gente. Si no fuera por esas malditas máscaras del infierno apenas podrías distinguirles. Pero he oído que va bien acompañado. Antes acabarán con todos los que le rodean que rozarle uno solo de sus cabellos.

El familiar vocerío que solían generar los envíos se escuchó por detrás de las cortinas. Hermione se levantó sin decir nada y tras considerar que ya podía enviar al paciente a las habitaciones, salió y cerró las colgaduras tras de sí. Se cruzó con Pansy, que arrastraba una camilla con ella, y estaba dispuesta a dirigirse hacia el jardín cuando ella le detuvo.

- ¡Espera! No hay más, no hace falta que vayas.

Hermione miró a su alrededor. Nueve, quizá diez camillas habían aparecido por el corredor.

- ¿Cómo es posible? Han sido muy pocos.

Pansy se acercó a una de las camas para colocar al herido, un chico joven que contraía el rostro en un gesto de dolor.

- Eran más, pero… se los llevaron a la enfermería.

Hermione se mordió el labio. Echó un vistazo al pergamino. Hacía ya un buen rato que la pluma había escrito un nombre tras otro sin detenerse. Desvió la vista rápidamente; aquella visión era una tortura. El miedo a leer alguno de sus nombres era capaz de paralizarla, sentía que sería incapaz de seguir trabajando si eso pasaba. Y al mismo tiempo no lo podía evitar; cuando su mente se despistaba y sus ojos miraban hacia el pergamino les buscaba llena de angustia.

Un alboroto en la otra punta del salón llamó su atención. Varias voluntarias se dirigían corriendo hacia una de las camillas que acababa de entrar. Hermione no pudo saber de qué se trataba antes de que el herido desapareciera entre aquel el laberinto de camas.

- ¿Cómo te llamas? –preguntó Pansy, rasgando las ropas empapadas de sangre al herido que acababa de traer. El chico le miró de reojo y murmuró algo entre dientes que ninguna de las dos entendió. Sin embargo, tras unos segundos, Hermione se agachó un poco más sobre él.

- Govórite li balgarin? –se atrevió a preguntar, sin saber siquiera si estaba diciéndolo bien. El chico abrió los ojos de nuevo y le buscó con la mirada.

- Da –contestó, apretando con fuerza los dientes en el momento en que Pansy terminó de cortar una venda empapada que había sido colocada por algún Sanador durante la batalla. Una herida horrible y tiznada de negro apareció y las dos intercambiaron una mirada. Era sin duda lo peor que habían visto hasta ahora. Aquel chico estaba muy mal, ¿por qué no le habían llevado a la enfermería?

- ¿Hablas su idioma? –preguntó Pansy, intentando desviar la conversación mientras dos frascos volaban a sus manos desde un estante cercano.

- Es búlgaro. No demasiado.

El chico comenzó a hablar con rapidez. Hermione colocó una mano sobre su frente.

- Tranquilo, yo… no puedo entenderte –dijo, intentando recordar lo poco que sabía de búlgaro. El chico no paraba de hablar.

- Intenta distraerle, el calmante va a tardar en hacer efecto y esto hay que limpiarlo ya –Pansy se había puesto guantes y en aquellos momentos empapaba algodón en un líquido verdoso. Hermione cerró los ojos.

- Kak se…? Kak se kazvash?

Hermione creyó oírle decir que se llamaba Iván. El chico siguió hablando, aunque más que eso parecía delirar. Hablaba rapidísimo, deteniéndose solo cuando el dolor no le dejaba continuar. En una ocasión alargó el brazo y cogió la mano de Hermione. Ella le miró sobresaltada.

- Voy a dormirle, está sufriendo mucho.

Pansy alzó la vista de la herida y le miró por un momento, luego se encogió de hombros. A Hermione le pareció verla algo lívida, impresionada por el aspecto de aquella herida que se extendía por todo el torso del chico. Sin dudarlo más, alargó su varita y murmuró las palabras en voz baja. El hechizo comenzó a afectarle al momento, el chico cerró los ojos y aflojó su mano. Hermione deslizó la suya entre las de él y se alejó de la cama. Salió de allí sin decir nada.

Iván siguió hablando unos minutos más, hasta que el hechizo surgió efecto y cayó en un sueño profundo. Pansy siguió limpiándole la herida, agradecida por aquel repentino silencio. Entre todas aquellas palabras sin sentido, lo único que había podido entender con claridad era el nombre de un jugador de quidditch, aquel que había venido al colegio para participar en el torneo de los tres magos hacía ya tantos años. Y ella ni siquiera había llegado a conocerle.


Le arrastraban por el suelo. Primero sintió la lluvia en la cara, luego todas las piedras de Azkaban clavándosele en la espalda. Abrió los ojos, intentando zafarse del abrazo que le sostenía por detrás.

- ¡Harry!

No reconoció el rostro que le miraba bajo la capucha chorreante. Intentó incorporarse, pero un profundo dolor de cabeza le hizo perder el equilibrio. Aquella persona, sin embargo, intentó sostenerle sin demasiado éxito.

- Harry, por favor, muévete...

Harry quiso contestarle que sí, que eso era exactamente lo que pretendía hacer, pero sentía la mente atontada. Balbuceó algo que ni siquiera él mismo entendió y luego escuchó otra voz sobre él.

- Déjamelo a mí. ¡Cúbrenos!

Al instante sintió como si se elevara en el aire y poco después, como si permaneciera colgado de su hombro izquierdo sobre el abismo más profundo. Las piernas apenas le respondían y si se movía era únicamente gracias a su compañero, que le llevaba a duras penas sujeto por la cintura.

Abrió los ojos y sacudió la cabeza. Aquel rostro cercano al suyo y bañado por la lluvia fue definiéndose poco a poco y al cabo de unos segundos casi pudo pronunciar su nombre.

- Trevor… -susurró. Quiso decirle que le soltara, que ya podía caminar, pero no pudo seguir hablando. Tenía muchísimo sueño. Si su amigo le hubiera soltado se habría tirado en cualquier sitio a dormir, y aquel pensamiento tan absudo casi le hizo reír. No supo cuanto rato pasó hasta que por fin Neville tuvo compasión de él y le dejó sentado en el suelo.

- ¿Qué ha ocurrido? –escuchó que decía una voz. También la conocía. Entreabrió los ojos y una larga barba blanca cayó sobre su pecho. No sabía dónde estaba, pero la lluvia ya no le molestaba tanto como antes en la cara. Se preguntó si era allí donde iban a dejarle para dormir.

- No lo sé, le vi llevarse las manos a la garganta y luego cayó al suelo.

- Se desmayó, no sé cuánto rato…

Ginny había empezado a hablar. Ahora sí era capaz de verla. Estaba sobre él, extendiendo su capa empapada a cierta distancia sobre su cabeza. Miró a su izquierda para ver a quién se dirigía y esta vez sí vio a Dumbledore, con la piel reluciente a causa del agua y el sudor. El hombre extendió su varita y murmuró unas palabras en voz baja. Harry sintió desvanecerse la niebla de su cabeza a oleadas y la imaginó saliendo como humo por sus orejas. Después de eso, apareció Neville, que seguía arrodillado a su lado. Miró los tres rostros que le rodeaban sin decir nada durante un momento y luego empezó a incorporarse despacio, ayudado por Dumbledore.

- ¿Estás bien? –preguntó el hombre.

Asintió sin demasiado entusiasmo. Podía ponerse en pie, lo que ya era un logro. Sin embargo, al hacerlo un profundo dolor en las piernas le sobrevino y no pudo evitar una mueca de malestar que le habría gustado por todos los medios evitar. Aquel día había caído demasiadas veces al suelo como para no sentir ahora las secuelas de todos aquellos golpes.

- Debemos intentar avanzar –continuó Dumbledore, y luego miró sobre su hombro-. ¡Severus!

Pero el profesor Snape no contestó, o Harry no pudo oírle. El señor Weasley se acercó al grupo en aquel mismo momento y tras asegurarse de que el herido estaba bien, les instó a seguir.

- No podemos quedarnos aquí. Snape y los aurores no dan abasto al frente.

- Nos movemos, Harry ya se ha recuperado.

- Charlie y los demás no han llegado todavía…

Harry miró a su alrededor. Se habían resguardado entre unas rocas y un grupo de Sanadores les separaba del campo de batalla, por eso disponían de aquellos minutos de descanso. Las nubes habían oscurecido el día y todo se veía de un lóbrego color gris, salpicado aquí y allá de hechizos de vivos colores que se reflejaban en el agua que caía sin cesar. Ginny pareció entender lo que estaba buscando y no pudo esconder su aflicción.

- ¿Dónde está?

- Se quedó atrás. Hirieron a Luna en un brazo.

- ¿Está bien?

- No lo sé –Ginny tenía la cara ennegrecida a causa de la suciedad y la lluvia. Negó con la cabeza, nerviosa-. Él echó a correr, les perdí de vista y entonces te ví en el suelo…

- Estarán bien –aseguró Harry, intentando infundir en su voz el ánimo que era incapaz de sentir por dentro. Ginny asintió, apretando los labios con fuerza. Le dio la impresión de que se esforzaba por no llorar delante de todos-. Estarán bien.

- Chicos, hay que moverse –les dijo el señor Weasley, cogiendo a su hija de la mano y tirando de ella. Tras marcharse, Neville intercambió una mirada con él.

- ¿Crees que debería volver con ellos?

Harry se detuvo a pensarlo. Estaban Dumbledore, Snape, el padre de Ron, Ginny y los aurores. Contaba con que pudieran llegar sin demasiados problemas hasta la torre, pero Ron y Luna lo tendrían difícil. Quizá se hubieran encontrado con los gemelos, pero de no ser así, y más teniendo en cuenta que Luna podía estar herida, Harry no estaba seguro de que pudiera volver a verlos antes de entrar a Azkaban.

Tomó una decisión.

- Vuelve atrás y búscales –le dijo-. Le diré a los demás que te he perdido de vista, pero daos prisa. Si Luna no puede seguir que se quede con los Sanadores y que la envíen de vuelta al colegio, pero tenéis que hacer todo lo posible por llegar hasta nosotros, ¿de acuerdo?

Neville asintió y echó a correr. Harry le vio desaparecer varios metros más adelante entre la gente y sin esperar más tiempo corrió para reunirse con el señor Weasley.

Ginny miró hacia atrás y se percató de la ausencia de Neville, pero Harry le hizo una señal y ella apenas balbuceó, algo desconcertada. Estaba a punto de volver la vista al frente cuando un gesto de horror se dibujó en su rostro, al tiempo que tiraba con fuerza de la mano de su padre para alertarle.

- ¡Harry…!

El haz de luz pasó entre ellos como una exhalación y derribó a una mujer que estaba a unos escasos pasos de distancia. Harry se dio la vuelta y entre el gentío vio con claridad al mortífago, que todavía le apuntaba con la varita en alto. Sin pensarlo más, Harry se armó de valor y lanzó un hechizo que rebotó antes de llegar a su atacante y salió despedido tras él. Comprendiendo que solo podría ganar en las distancias cortas, echó a correr en su encuentro.

Escuchó claramente como le llamaban y le gritaban que volviera atrás, pero no se detuvo. A partir de aquel momento no se detendría ante nada ni ante nadie. Alentado por aquel arrebato de adrenalina, gritó una vez más el nombre del hechizo que, al igual que antes, rebotó antes de llegar a su oponente. El mortífago le esperaba, haciéndole una señal de bienvenida con la mano y Harry pudo imaginar la burla dibujada bajo la máscara. Volvió a atacar cuando estaba tan solo a dos metros de él y no pudo detenerse a tiempo cuando una vez más, este volvía a rebotar ante un escudo invisible.

Harry solo paró cuando el mortífago le cogió por el cuello y apretó con fuerza. Intentó soltarse, pero en contra de lo que pretendía con su forcejeo, aquella mano apretaba más y cada vez más su garganta. Empezó a toser y creyó escuchar su voz bajo el metal. No podía respirar. Los oídos empezaron a pitarle y sintió como la desesperación se apoderaba de él. Tenía que hacer algo. No podía hablar ni mover su varita, pero tenía que hacer algo antes de desmayarse.

Levantó un pie y golpeó al mortífago en el estómago. Aquel hombre gritó y le soltó como si estuviera ardiendo, momento que Harry aprovechó para, tirado en el suelo como estaba, coger bocanadas de aire con urgencia. Alguien atacó desde detrás y pensó que venían en su ayuda. Se arrastró por el suelo entre la gente, a riesgo de ser pisoteado, hacia donde creía que se encontraría con el señor Weasley y los demás. Podía escuchar cómo alguien gritaba su nombre entre la multitud.

Sin embargo, alguien pisó su capa y le obligó detenerse. Se dio la vuelta y vio con horror que el mortífago había vuelto a alcanzarle. Podría haber sido cualquiera, pero su forma de moverse, el brillo de sus ojos tras los negros agujeros, incluso el murmullo de aquella voz de hombre que se confundía con el de la lluvia le hicieron entender a Harry que se trataba del mismo perseguidor de antes. Pataleó, intentando por todos los medios que no le pusiera la mano encima mientras pensaba desesperadamente en el hechizo que pudiera librarle de él. Sin embargo, el mortífago fue más rápido.

Entre la lluvia, los gritos, las piedras del suelo, el peligro de ser pisoteado, el miedo que sentía al comprobar que nadie había ido a ayudarle y la impotencia de saber que no podía escapar, Harry ni siquiera lo vio venir. El mortífago gritó algo, eso seguro, y al momento una luz salió de su varita y Harry sintió el dolor más intenso que había sufrido hasta aquel momento concentrado en su brazo derecho. Sintió el grito desgarrándole la garganta y lloró, apretando con fuerza los dientes y notando el sabor metálico de la sangre en la boca.

Boca abajo y sujetándose con fuerza el brazo herido, vio su varita tirada en el suelo, a pocos pasos del mortifago que se disponía a atacarle una vez más. Sin ni siquiera saber cómo fue capaz de sobreponerse, alargó la mano izquierda y rodando sobre su espalda alcanzó la varita. Sujetándola con fuerza, la elevó todo lo que pudo, hasta notar la punta a quemarropa sobre el cuerpo del mortifago.

- ¡Dolor extrudo!

La onda expansiva lanzó a su atacante de espaldas contra las rocas, saliendo de esta forma de su campo de visión. Intentó reclinarse con la ayuda de su mano zurda. La capa, empapada ya de agua y sangre, se le había desgarrado y Harry vio con horror el aspecto de su brazo. Iba a necesitar ayuda. El dolor era inaguantable y la sangre demasiada.

- ¿Potter? ¿Eres el chico Potter?

Un hombre se había detenido junto a él y le miraba bajo su capucha. Harry estaba seguro de que no le conocía, pero antes de que pudiera decir nada, aquella persona se había agachado junto a él

- ¿Estás bien?

No, no lo estaba. Con mano temblorosa se tocó el hombro y al instante sintió el calor que emanaba su propia sangre entre los dedos.

- Necesito encontrar a un Sanador, me han herido en un brazo –intentó hacerse entender. El hombre le observó la herida e hizo un gesto que obligó a Harry a apartar la vista. Luego miró a su alrededor.

- ¿Estás solo?

- Me he separado de mi grupo. Deben estar buscándome…

- Está bien, vamos a ponerte de pie, ¿de acuerdo? ¿Crees que podrás?

Harry asintió y aferrándose a aquel hombre con su brazo sano pudo incorporarse. El dolor en el hombro le recordó que necesitaba encontrar un Sanador con urgencia. Y también le recordó que un mortífago parecía demasiado obstinado en su tarea de acabar con él. Miró a su alrededor y le buscó, sin éxito. Sin embargo, lejos de tranquilizarle, aquello provocó en él una sensación de ansiedad que su compañero pudo percibir sin demasiada dificultad.

- Oye, cálmate chico.

Era incapaz de ver más allá de tres metros. Aquella maldita lluvia lo estaba complicando todo, pero la idea de que el mortifago pudiera estar observándole desde la distancia no iba a abandonarle. No podría seguir. El mortífago le estaba observando, y en cuanto diera media vuelta para avanzar junto a aquel hombre le atacaría por la espalda.

- Me está mirando –murmuró.

- ¿Qué?

De alguna forma lo sabía. Sabía que no había podido deshacerse de él tan fácilmente y que en aquel momento le estaba mirando. Y seguro que disfrutaba viendo como él se esforzaba por encontrarle, incapaz de ver algo más allá de la gente que peleaba y se empujaba alrededor de él.

Se quedó muy quieto y observó a su alrededor bajo la capucha chorreante. Tenía que estar preprado para esquivar el ataque que no tenía forma de saber de dónde vendría. Sentía los nervios a flor de piel. Apretó fuertemente los labios y poniendo toda su fuerza de voluntad en aparentar normalidad, se dio media vuelta y empezó a andar muy lentamente.

- ¿Quieres que te acompañe? –preguntó el hombre, sin embargo Harry no le contestó. Estaba contando los pasos. Estaba seguro que el ataque estaba a punto de producirse. Unos segundos más y tendría que tirarse al suelo para esquivarlo. Unos pasos más, estaba seguro, unos pasos más y…

Nunca supo cómo llegó a saberlo. Un estremecimiento, una vibración en el aire le hicieron sentir que debía darse la vuelta y defenderse. En aquel momento; en aquel mismo segundo.

- ¡Protego! –gritó con todas sus fuerzas. El hechizo se desvió y horrorizado, Harry apenas tuvo tiempo de avisar al hombre que, todavía esperando una respuesta, se había quedado a su lado para ayudarle. El hechizo le dio de lleno en el pecho y aquel hombre cayó al suelo entre convulsiones y gritos de dolor. Casi al instante, los que se encontraban a su lado y habían escapado por poco a su misma suerte se agacharon para socorrer al herido.

Harry quiso quedarse a ayudarle, como había hecho él. Pero una voz en su cabeza le dijo que no lo hiciera, que el mortífago estaba cerca, que estaba tras él, a su derecha, y que el momento para acabar con él era ese y no otro. La idea de abandonar allí a aquel hombre que no había dudado en detenerse para ayudarle le provocó un sentimiento de vergüenza que le hizo sentirse tan rastrero como en su momento lo había sido el mismo Peter Pettigrew, pero aquella voz tenía razón. Moriría si no iba a su encuentro. Y en cuanto alzó la cabeza y volvió a ver a aquel mortífago a tan solo unos metros de distancia, no fue necesario pensarlo más.

Corrió hacia él, esquivando a la gente en su camino. El mortífago también había echado a correr hacia él. Era imposible que los dos sobrevivieran esta vez. Uno de los dos iba a morir. Y cuando Harry resbaló y cayó al suelo y repentinamente, se vio a los pies del mortífago, no le cupo ninguna duda de que iba a ser él.

El mortífago levantó la varita. Y entonces Harry escuchó a lo lejos un sonido que le heló la sangre en las venas.

Una ráfaga de viento azotó las gotas de lluvia sin piedad. Al mismo tiempo, una sombra oscura, consistente y amenazadora tomó forma tras el mortífago. Harry sintió sobre su piel una caricia helada que más tarde identificó como un hechizo protector, se llevó los brazos al rostro y al momento, un gran chorro de fuego se abrió paso desde el cielo y envolvió al mortífago en llamas.

Abrió los ojos cuando dejó de sentir el ardor de la llamarada y la lluvia volvió a caer sobre él, a tiempo de ver como el Ridgeback Noruego batía una vez más sus alas en el aire y se alejaba de allí con su jinete. Dos, tres, cuatro… hasta cinco dragones pudo contar antes de ponerse en pie y mirar asombrado a su alrededor. Uno de ellos proyectó una lengua de fuego que recorrió toda la parte sur de la isla y dejó una columna de humo a su paso. El gruñido que salía de sus gargantas sonaba aun por encima del estrépito y el caos que reinaba allí abajo.

Entonces le empujaron. El dolor volvió casi al mismo tiempo que Harry miraba a su alrededor, buscando al señor Weasley entre toda aquella gente. Dio varias vueltas sobre sí mismo, llamó a Ginny. Después al profesor Dumbledore. Nadie le contestó ni pudo escuchar sus voces por encima de las de los demás. De pronto, aquella pequeña isla le pareció un mundo.

Se había quedado solo.


Hermione no supo el motivo hasta mucho más tarde, pero por alguna razón, los envíos empezaban a sucederse en periodos de tiempo más largos y al Gran Comedor cada vez llegaban personas con heridas más graves.

No sabía cuántas horas habían pasado desde que todo aquello comenzara en la mañana. No tenía hambre, pero no podía saber si era por falta de apetito o porque todavía no era ni medio día. A ella le parecía que llevaba días enteros allí dentro. Había atendido a más de veinte personas, sin contar a las que se habían quedado con Pansy. Algunas de ellas habían sido llevadas a las habitaciones, otras seguían en las camas, esperando a que alguna Sanadora se dejara caer por allí y considerara oportuno trasladarlas. No conocía a ninguna de ellas. Durante toda la mañana había tenido la esperanza de encontrarse con alguien del colegio a quien pudiera asediar a preguntas sin ningún tipo de reparo. También había fantaseado con encontrarse allí a alguno de sus amigos. Pero ni ella ni Pansy habían tenido esa suerte, y aunque había pensado un par de veces en darse una vuelta por el comedor en busca de algún conocido, cada vez que se decidía a hacerlo volvía a llegar otro envío y tenía que quedarse.

- ¿Granger?

Alzó la vista. Frente a ella, un chico muy alto, uniformado de blanco, le observaba con curiosidad. Permanecía a unos metros de ella, como si estuviera de paso por allí y no quisiera detenerse del todo.

- ¿Eres Hermione Granger? –volvió a preguntar, antes de darle tiempo a contestarle.

- Sí, soy yo –contestó, algo extrañada. Era la primera vez que le veía-. ¿Qué…?

- Tienes que venir conmigo –el chico se dirigió a ella con paso apresurado y sin mediar más palabra, le cogió por el brazo y echó a andar. Hermione, por pura inercia, se sujetó a los barrotes al pasar junto a una de las camas para detenerse.

- Espera, espera… ¿quién eres? ¿Qué pasa?

- McGonagall me ha enviado a buscarte –dijo el chico, cogiéndola de nuevo por el brazo-. Tienes que presentarte en la enfermería.

- ¿Cómo? –Hermione se detuvo en seco y el chico se volvió de nuevo, visiblemente molesto-. ¿A la enfermería? ¿Qué ha pasado?

El Sanador resopló con desespero y por un momento, pareció tan agobiado que Hermione estuvo segura de que iba a gritarle. Sin embargo, tras una fugaz mirada a su alrededor y tras asegurarse de que todo el mundo parecía estar lo suficientemente ocupado como para no prestarles atención, se inclinó sobre ella.

- Necesitamos ayuda, ¿de acuerdo?

Se dio la vuelta y continuó andando, probablemente considerando que ya le había proporcionado suficiente información. Sin embargo, la mente de Hermione se alborotó de tal manera con lo que le había dicho que en cuanto abandonaron el Gran Comedor y se internaron en el corredor de piedra, ella volvió a interrogarle, esta vez detenerse.

- ¿Cómo que necesitáis ayuda? ¿Qué ayuda?

- Necesitamos más Sanadores.

- ¿Cómo podéis necesitar más Sanadores? –el nerviosismo le hizo alzar la voz y lo que era simple incomprensión sonó como un serio reproche-. ¡Si ya están todos en la enfermería! ¡Ahí dentro solo estamos los voluntarios…!

- Curando hechizos que en la mayoría de los casos los ha causado alguien de nuestro mismo bando por error –dijo el chico, acelerando el paso. Hermione casi corría a su lado.

- ¿Es que hay muchos heridos?

- ¿Cuántos sois en el Comedor? –preguntó el chico, sin prestarle demasiada atención. Hermione calculó rápidamente.

- Cuarenta, cincuenta… no lo sé, ¿por qué?

- Las camas, ¿hay muchas ocupadas?

- Pues, no lo sé, quizá la mitad… ¿me quieres decir que es lo que ocurre?

El joven Sanador le miró de reojo, pero no contestó. Hermione se llevó una mano al estómago e intentó calmar los nervios. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Más Sanadores, más camas? La enfermería del colegio era pequeña pero ella sabía que la habían habilitado para más de cincuenta personas. ¿Es que ya estaba llena? ¿En tan poco tiempo?

- Pero… no podemos estar tan mal…

El chico no contestó. Habían llegado al jardín; Hermione podía ver la puerta de la enfermería al otro lado. Un extraño silencio lo envolvía todo allí fuera y sus pasos resonaron con intensidad sobre el empedrado. No había nadie, ni camillas, ni enfermeras. Ambos se detuvieron un instante antes de entrar, frente a la puerta. Fue entonces cuando el chico se giró y le miró por encima del hombro.

- No te quedes parada ahí dentro o estorbarás. Sígueme y yo te llevaré hasta tu profesora.

Hermione ni siquiera asintió. El dolor en su estómago se acentuó y el chico abrió la puerta de la enfermería.


Harry se agachó a tiempo de esquivar un último haz de luz. El hechizo rebotó en el escudo que una de las mujeres que le rodeaba había convocado apenas un par de segundos antes. El mortífago, bastante malherido ya, se vio entonces rodeado y un sinfín de hechizos se dirigieron a él desde diferentes direcciones. No pudo evitar pensar que un solo ataque habría sido suficiente para acabar con él, pero a aquellas alturas del día, Harry había detectado cierto rencor entre los compañeros de batalla que habían visto ya caer a demasiados amigos durante la contienda.

Nadie le acompañaba en su camino hacia las puertas de la torre, allí donde esperaba encontrarse con Dumbledore. Sin embargo, la gente reconocía enseguida al pasar al "chico Potter", y tras reponerse a la sorpresa inicial de saber que estaba sólo, ninguno de ellos dudaba en abrir el camino a quien reconocían como la persona clave para acabar con aquella guerra.

Sin embargo, la mala suerte había querido que ninguno de aquellos grupos de Sanadores que había estado viendo aquí y allá antes de separarse de su grupo se cruzara en su camino. Una chica, después de ver de qué manera la sangre manaba de aquella herida y cómo la piel adquiría poco a poco una tonalidad oscura en torno a ella, le obligó a detenerse un momento y arrancando un trozo de tela de su capa le había vendado alrededor, deteniendo así la hemorragia, pero no el dolor. Harry intentaba ignorar el hecho de que, por mucho que se esforzara, no podía levantar el brazo por encima de su hombro.

La lluvia no parecía tener intención de parar. Sus ropas estaban ya totalmente caladas y le impedían moverse con libertad, de manera que Harry no sabía hasta qué punto debería deshacerse de aquella capa que pesaba cada vez más sobre sus hombros y ya estaba tan empapada de agua y sangre como del lodo que se había formado en el suelo.

No estaba demasiado lejos. Había intentado avanzar por el lado derecho, muy cerca del borde por debajo del cual rompían las olas. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que perdiera el contacto con el señor Weasley y los demás, pero tenía total confianza en que cuando llegara junto a la torre podría reencontrarse con ellos. Si al llegar no estaban allí… Harry prefería no pensarlo.

Escuchó muy cerca el gruñido de un dragón y se arrodilló rápidamente en el suelo, cubriéndose con su capa. Ya había descubierto que de alguna manera, los jinetes que les montaban lograban lanzar un hechizo ignifugo sobre el grupo de personas que rodeaba al mortífago y objetivo del dragón. Aun así, aquellos ataques eran tan imprevisibles como desagradables y en cuanto escuchaban el particular sonido que surgía de las gargantas de aquellas bestias y que generalmente precedía a las llamaradas, todos se tiraban al suelo e intentaban protegerse con lo que tuvieran a mano.

Se puso en pie con dificultad. A pocos metros de distancia, tres mortífagos habían caído víctimas del poderoso ataque. Nadie lamentaba aquellas muertes que Harry consideraba crueles e innecesarias, pero uno de los dragones había caído en el mar con su jinete en un ataque sincronizado por parte de varios mortífagos, y desde entonces, los dragones vengaban a su compañero caído con llamaradas más abundantes y agresivas.

Un cuarto mortífago había podido escapar a tiempo de las llamas, y era aquel mismo que se encontraba frente a él, aun levantándose del suelo. Harry se preparó mentalmente y cuando el mortífago atacó, no tuvo dificultad en desviar el hechizo, al tiempo que avanzaba hacia él dispuesto a responder con un ataque. Sin embargo, no había dado ni dos pasos cuando una luz impactó en el pecho del mortífago y este cayó al suelo, donde permaneció inmóvil y fue rematado por un nuevo ataque.

Había aprendido a no detenerse durante el camino. Habían sido ya muchas veces las que había querido agradecer a alguien su ayuda o socorrer a algún compañero que había caído. Sin embargo, pronto entendió que si se detenía cada vez que sentía el impulso de hacerlo nunca llegaría a su destino. De esta manera, Harry seguía avanzando sin llegar a conocer la identidad de todas aquellas personas que le ayudaban y le acompañaban aunque tan solo fuera en un trecho del camino, cruzándose solo muy de vez en cuando con algunos compañeros del colegio o gente que había conocido en algún momento de su vida, como Madame Rosmerta, la propietaria de Las Tres Escobas, que le dio de beber e insistió fútilmente en que esperara a que encontrara un Sanador para que viera su brazo.

Se detuvo un instante, agazapado entre unas rocas, para observar la torre que se alzaba en la distancia. Consideró el desviarse hacia la mitad de la isla y recorrerla por el otro lado, que había sido el camino elegido por Dumbledore, pero cruzar aquella distancia podía llevarle un tiempo que no podía permitirse. Debía seguir en aquella parte y avanzar, como lo había hecho hasta ahora, sin alejarse demasiado de las rocas que siempre podrían darle refugio cuando lo necesitara.

Dicho y hecho, Harry salió de entre las rocas y pronto volvió a verse inmerso en la batalla. Siguió avanzando hasta que un poco más adelante, y sin saber por qué, se fijó en una chica que parecía tener dificultades con un mortífago. Estaba sola y en clara desventaja. Le costaba ponerse en pie y tardaba en atacar, con lo que el mortífago siempre lograba derribarla en una especie de juego que a todas luces parecía divertirle. La chica gritaba e intentaba escapar arrastrándose por el suelo.

Harry se fue acercando con intención de ayudar, y cuando estaba a tan solo diez metros, comprobó con sorpresa que conocía aquel rostro encogido en una mueca de miedo.

- ¡Cho! –gritó, para decirle que se tranquilizara, que ya iba en su ayuda.


Los primeros segundos en la enfermería transcurrieron en una dimensión extraña y definitivamente no real en la que el silencio se pegó a los oídos de Hermione. Su retina registró toda la actividad caótica en que se había convertido aquel lugar como una sucesión de escenas de cine mudo; la Sanadora que tapaba con sus manos una herida sangrante, el hombre que se retorcía de dolor en la camilla, la chica que lloraba aterrorizada ante la visión de su pierna destrozada, las cabezas vendadas, las sábanas manchadas, los cuerpos inmóviles… Fue cuando una enfermera le golpeó la cadera al pasar junto a ella que la burbuja insonora se rompió y el barullo llegó hasta sus oídos con tal intensidad que Hermione sintió ganas de echar a correr en dirección contraria y desaparecer de aquel lugar para siempre.

El Sanador caminaba por delante, abriéndose paso entre sus compañeros y algunos voluntarios que, como ella, habían terminado ayudando también en la enfermería, obedeciendo las órdenes que volaban en todas direcciones pidiendo más agua, más vendas, más ungüentos y más bolsas de sangre.

No sabía por qué, pero olía horriblemente mal.

Se detuvo bruscamente al chocar contra la espalda de su compañero, que le hizo una señal para que se colocara frente a él. Colocando una mano en su hombro, le guió para finalmente apartarse del pasillo central y colocarse junto a una de las camas. Tres Sanadoras se inclinaban en aquel momento sobre una chica de su edad, afortunadamente dormida, a la que aplicaban diferentes hechizos sobre su piel abrasada.

- Profesora –dijo de pronto aquel Sanador-, Granger está aquí.

Una de aquellas mujeres alzó la vista y Hermione se encontró con el preocupado rostro de la profesora McGonagall.

- Louise, hazme el favor… -pidió la profesora, haciéndose a un lado. El Sanador asintió y rápidamente se colocó en su lugar para continuar aplicando aquel hechizo que poco a poco regeneraba la piel de aquella chica ante la atónita mirada de Hermione.

McGonagall guardó su varita en el bolsillo del uniforme y se deshizo de unos guantes que arrojó a una pila de material ya usado.

- Hermione, no te pediría esto si no fuera de veras necesario –la profesora estaba nerviosa y ella no pudo menos que asentir, sin saber muy bien qué decir-. Los heridos ya son muchos y no van a dejar de llegar.

- Entiendo –murmuró Hermione con voz temblorosa. Aquel lugar era horrible. Lo último en lo que quería pensar era en quedarse.

- Se que puede hacerlo –continuó McGonagall, colocando una mano en su hombro, instándole a mirarle a los ojos-. No podemos hacernos cargo de todos los heridos pero ayudaremos en todo lo que haga falta a los Sanadores. Quédese conmigo y siga mis indicaciones.

Hermione asintió sin poder decir nada y para cuando quiso darse cuenta, había sido arrastrada hasta una camilla donde una mujer que parecía a punto de desmayarse gemía bajo la manta.

- Retire las sábanas.

Hizo lo que McGonagall le había pedido y segundos más tarde se llevó la mano a la boca. Intentó sobreponerse a la arcada cerrando los ojos. Aquella mujer tenía un alambre de espinas enrollado en torno a su cuerpo que parecía cerrarse más en torno a él con cada segundo que pasaba. Tenía la piel totalmente desgarrada en torno a él.

- Merlín –escuchó susurrar a McGonagall. Abrió los ojos y apretando con fuerza los labios, se obligó a mirar de nuevo la herida. Temblando, se atrevió a alzar la mano y rozar con un dedo uno de los alambres que se clavaba en el brazo de aquella mujer, que debía estar completamente anestesiada. El metal reaccionó ante el contacto, cerrándose alrededor de la carne como si fuera una serpiente-. No lo toque, ya he visto varios como este. El hechizo no es complicado, pero deberá buscar a una Sanadora que pueda venir para realizar una transfusión de sangre, ¡dese prisa!

Hermione miró a su alrededor y se alejó rápidamente de la camilla. Sin pensarlo demasiado se abrió paso hasta llegar al pasillo por donde habían entrado ella y el Sanador. Corrió hacia a la primera Sanadora que encontró en su camino.

- Perdone necesito una transfusión…

La mujer ni siquiera llegó a detenerse y pasó por su lado sin prestarle atención. Sin perder más tiempo, Hermione dio media vuelta y se dirigió esta vez a un hombre con el que se chocó en medio del pasillo y que se excusó gritándole algo que apenas pudo entender. Volvió a intentarlo con tres Sanadoras más. A todas ellas les explicó lo que necesitaba y ninguna de ellas se paró para escucharla. Hermione se quedó en medio del pasillo, sin saber qué hacer, viendo el ir y venir de aquella gente que no reparaba en ella y permaneció así durante varios segundos, hasta que cansada y enfadada, sujetó a la primera Sanadora que pasó por su lado por el uniforme y tiró de ella hasta obligarla a detenerse por completo. Aquella mujer intentó excusarse como todas las demás, pero cuando la mano de Hermione le impidió seguir avanzando dio media vuelta con la intención de deshacerse de ella de no muy buenas maneras.

- Una mujer se está desangrando y morirá si nadie le hace una transfusión. No tengo intención de salir a buscar a una de vosotras cada vez que la necesite, así que vaya y enséñeme como se hace.

La Sanadora le miró sorprendida al principio, sin ocultar su enfado. Luego pareció pensar en sus palabras.

- Llévame con ella –dijo finalmente.


El golpe le dejó sin aliento y al instante Harry volvía a estar boca abajo, en el suelo, con la boca llena de barro y un pie aplastando su cuerpo contra el fango. Pataleó furioso y pronto se dio cuenta de que con la fuerza de un brazo no podría incorporarse. No podía hablar tampoco, y el miedo y la falta de oxígeno volvieron a paralizar sus pensamientos. Tenía que hacer algo. Empujar a su atacante, lanzarlo lejos, liberarse de su agarre. Como pudo, Harry apuntó a ciegas tras su espalda y al instante, sintió la magia corriendo a través de su sangre hasta salir disparada por la varita, llevándose por delante al mortífago.

Se arrodilló como pudo, tosiendo y escupiendo barro. Miró hacia el frente a tiempo de ver como Cho había logrado ponerse en pie y volvía a vérselas con el mortífago, aunque la chica apenas podía mantenerse en equilibrio. Harry avanzó unos metros, llamándola por su nombre. Ella no parecía oírle.

Tuvo que darse la vuelta. El mortífago que le había empujado contra el suelo estaba de nuevo frente a él, malherido y furioso. Se lanzó contra Harry en un arrebato de cólera, antes de que él ni siquiera pudiera pensar en defenderse. Los dos cayeron al suelo, con tan mala suerte que ambos perdieron las varitas por el camino. Mientras intentaba liberarse de su oponente, volvió a dirigir una mirada hacia Cho.

- ¡Cho! –gritó, todo lo alto que pudo-. ¡Corre!

Ella desvió la vista hacia donde él se encontraba, sin llegar a verle. Acababa de lanzarle un hechizo al mortífago que había partido su máscara, y este aprovechó aquellos segundos de distracción para acercarse a ella y sujetarla por el cuello de su capa frente a él.

- ¡CHO, CORRE! ¡POR FAVOR, CORRE!

Él la empujó y Cho se quedó sentada en el suelo, temblando. Ya no intentó escapar. Presa de los nervios apenas alzó la varita para defenderse y empezó a llorar cuando el mortífago pasó tras ella, acariciándole el pelo en un gesto obsceno y burlón. Harry se retorció en el fango. Pataleó entre los brazos del mortífago y logró arrancarle la máscara, tras lo cual la emprendió a puñetazos contra su cara. Sin embargo, él seguía sosteniéndole contra el suelo, impidiéndole cualquier posibilidad de escapar. Harry miró al frente, angustiado.

El mortífago cogió a Cho por el pelo y tironeó hacia arriba. Ella no dejó de gritar hasta que él la puso en pie y le apuntó a la cara con su varita.

- ¡NO! ¡NO, POR FAVOR!

De pronto su varita había volado a su mano. Harry se retorció, hasta colocarse encima de su enemigo y sin pensarlo demasiado, hundió la punta en su estómago y soltó el hechizo. Se puso en pie tan rápido como pudo y con los ojos borrosos buscó a Cho.

A trompicones, y casi arrastrándose por el suelo, caminó hacia donde la chica había peleado contra el mortífago. Él había desaparecido. A ella la vio a los pocos metros, en el suelo, y cuando llegó a su lado y pudo verla con claridad se llevó una mano a la boca y ahogó un grito que aunque no salió de su garganta, le destrozó por dentro.

Cho tenía los ojos abiertos, y movía los labios, pero no podía hablar. El hechizo le había quemado parte de la cara y su ropa estaba hecha girones, casi carbonizada. Harry se arrodilló junto a ella, sin poder creer lo que estaba viendo, y no pudo aguantarse las lágrimas cuando alargó una mano y apenas rozó su frente en carne viva con dedos temblorosos.

- ¡Ayuda! –gritó, mirando desesperado a su alrededor-. ¡Necesito ayuda!

No vio ninguna túnica blanca acudiendo en su auxilio. Estaban solos, lejos de todos, apartados casi entre las rocas. Nadie les vería desde allí. Miró a la chica, impotente, y descubrió que ella había abierto mucho los ojos, como si estuviera asustada.

- Cho -murmuró, viendo que la chica reaccionaba-. Cho, soy Harry…

Estaba ciega. No sabía dónde mirar. Pero cuando escuchó su nombre el gesto de su cara se relajó, y su boca se torció en una sonrisa apenas perceptible. Después dejó de temblar, y ya no se movió más.

Harry se quedó con el cuerpo de Cho en los brazos, mirando su rostro desfigurado. Acarició sus mejillas y le limpió el barro de los labios. Le besó en la comisura mientras lloraba, apretando su pelo con fuerza entre los dedos y permaneció allí en el suelo durante más tiempo del que luego fue capaz de recordar.

Al cabo del rato volvió a dejarla en el suelo. Se quitó la capa, envolvió su cuerpo en ella y la cogió en brazos, a pesar del intenso dolor del brazo malherido. Caminó así varios metros, sin saber dónde dirigirse, hasta que un sonido le hizo detenerse. Dio media vuelta para ver que entre las rocas, más abajo, un hipogrifo asustado se había arrinconado y caminaba nervioso de lado a lado. Se acercó hasta él, colocó el cuerpo sin vida de Cho entre las alas y luego le palmeó el lomo. El animal alzó el vuelo.


- Que le limpien y cierren la herida, ya no podemos hacer nada más.

Una voluntaria se llevó al enfermo tras la orden de la Sanadora a la que Hermione y McGonagall ayudaban desde hacía casi media hora. El herido era un hombre mayor, quizá demasiado como para haber tenido que ir a Azkaban, que había llegado con un corte ridículo en el brazo. Por ese motivo había sido destinado al Gran Comedor, pero con el paso de las horas, el corte empezó a abrirse. Cuando llegó a la enfermería le llegaba a la punta de los pies.

Hermione había ayudado a limpiar aquella horrible herida por dentro, que dejaba a su paso una piel ennegrecida y unos coágulos de sangre del tamaño de su dedo pulgar. La Sanadora, tras muchos esfuerzos y varios contrahechizos fallidos, había conseguido detener el avance de la enorme incisión. Por desgracia, no estaba segura de que el corte no volviera a abrirse horas más tarde y, como les había dicho a ambas, no podía quedarse a observar de brazos cruzados como si no tuviera nada que hacer.

Hermione había aprendido a no contestar a las Sanadoras, que continuamente se quejaban de la falta de espacio, de material y de personal cualificado. Se mostraban a disgusto en compañía de los voluntarios y parecía que únicamente toleraban su presencia allí por la difícil situación que atravesaban, lo cual había ocasionado una pequeña discusión entre McGonagall y una de las empleadas de San Mungo especialmente irritable.

- Voy a alzar las barreras, señorita Granger –escuchó de pronto. McGonagall se limpiaba en aquellos momentos la varita en el uniforme, dejando una marca roja que se sumaba a las muchas otras que adornaban la tela-. Quizá quiera salir a que le dé el aire y de paso hacerse cargo del envío.

Hermione asintió y tras despedirse de ella se encaminó al jardín. Algunas voluntarias habían salido y preparaban las camillas que más tarde transportarían a los recién llegados hasta el Gran Comedor o a la enfermería, en el peor de los casos. Hermione había visto ya dos envíos y había presenciado como McGonagall alzaba las famosas barreras mágicas del colegio, apenas el tiempo necesario para recibir a todos los grupos, que normalmente eran cuatro o cinco. Los pocos minutos que pasaba allí fuera, esperando, constituían un alivio para todos los que salían a recibirles.

Un grupo de gente apareció por la esquina opuesta del jardín. Los voluntarios del Gran Comedor llegaban para recoger también a los suyos y Hermione oteó en la distancia para ver si encontraba a Pansy. Pudo verla minutos más tarde, corriendo apresurada para colocarse junto a sus compañeros. Parecía tan cansada como ella. Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared, con la mirada perdida en algún lugar de aquel trozo de cielo que podía verse desde el jardín.

De pronto sintió la vibración.

Hermione no sabía explicar en qué consistía aquella diferencia, pero lo cierto es que durante aquellos breves segundos en los que las barreras permanecían alzadas sentía un cosquilleo vertiginoso muy similar al que experimentaba al usar un traslador. Aquella extraña sensación desaparecía tan pronto como el jardín se llenaba de personas, la mayoría de ellas incapaces de tenerse en pie. Un relampagueo precedía siempre a aquella vibración, con lo cual los heridos venían siempre acompañados de unos lucilos de colores que Hermione atribuía a los restos del hechizo que les había enviado hasta allí.

Se apresuró a recoger a una chica que había aterrizado a tan solo unos metros. Con un movimiento de varita acercó una camilla hasta su lado y subió a ella a la chica. Le observó durante unos segundos para evaluar los daños; cortes, moraduras, arañazos y a juzgar por el silbido que producía al respirar, algo dañándole los pulmones. El protocolo ordenaba mandar a aquella chica al Gran Comedor y a Hermione no le quedó más remedio que mandar la camilla hacia los voluntarios que esperaban al otro lado.

Inspeccionó a tres personas más, mandó a dos de ellas a la enfermería, y estaba colocando a una cuarta sobre la camilla cuando un alboroto a su espalda llamó su atención. Un hombre había cogido a una voluntaria por el brazo y se negaba a soltarla. La voluntaria era Pansy. Todos los que asistían a la escena observaban sin comprender lo que estaba pasando.

- Tu eres la hija de Parkinson –decía el hombre mientras Hermione cubría con una sábana al herido que transportaba su última camilla.

Pansy miraba a todas partes, buscando en los demás la explicación que ella no podía encontrar. Se le veía incómoda, mientras intentaba zafarse del agarre de aquel hombre que seguía sujetándole por la muñeca a pesar de las insistencias de otros dos voluntarios para que la soltara.

- No me dio tiempo a llegar –siguió el hombre, mirándole con rabia contenida-, y tu padre mató a mi hija.

Pansy palideció ante aquellas palabras. Incluso Hermione sintió una repentina compasión y se sorprendió preguntándose qué culpa tenía ella de todo aquello.

- Pero estamos en paz, ¿entiendes? Porque yo he matado a tu padre.

Una de las Sanadoras veteranas intervino y liberó por fin a Pansy de la mano de aquel hombre que lloraba sin consuelo en la camilla. Ella quedó inmóvil, observándolo alejarse hasta perderse de su vista. Luego comenzó a temblar y las enfermeras la sujetaron antes de caer al suelo.

- Papá –murmuró, echándose a llorar, haciendo esfuerzos por escapar del abrazo de las enfermeras-. Papá, papá, papá…

Hermione aguantó las ganas de llorar que de pronto sintió en la garganta. Pansy había caído como un peso muerto y era llevada a rastras por las enfermeras. Llamaba a su padre a gritos mientras una Sanadora inyectaba algo en su brazo. ¿Porqué no la duermen? se preguntó. Porque el dolor no desaparecerá, volverá cuando despierte, se contestó al momento, mientras empujaba la camilla hasta la enfermería.

Aquel lugar se llenaba de nuevo. Hermione dejó a aquella chica en manos de las Sanadoras que salieron a su encuentro y se preguntó dónde habrían llevado a Pansy. Pensó que quizá debería buscar a algún Slytherin, alguien que pudiera estar con ella. Le sobrecogió pensar por primera vez lo sola que aquella chica estaba en aquel lugar y la desesperación que debía estar sintiendo. Un horrible sentimiento de culpa se había instalado en su cabeza y se resistía a abandonarla.

Escuchó la voz de McGonagall llamándola a lo lejos. No podía hacerlo aunque quisiera, pensó mientras iba a su encuentro. No podía buscar a ningún slytherin, ni podía si quiera ir ella misma y hacerle compañía. Así eran las guerras. La gente se moría. A muchos de aquellos heridos que dormían gracias a los piadosos hechizos de somnolencia les esperaban las peores noticias cuando despertaran. Aun en el mejor de los casos, que sería ganar la guerra y desterrar definitivamente el miedo a Voldemort de sus vidas, enfrentarse a la realidad iba a suponer un duro golpe para la mayoría.

¿Y si perdían?

¿Qué les esperaba si todo aquello no servía para nada?

¿Cómo podía pensar que todo iba a salir bien cuando todo su alrededor le recordaba justamente lo contrario?

Y quizá fue por eso, cuando llegó hasta la camilla y vio quien estaba allí tendida, que sus ánimos tocaron suelo.

Lavender tenía tanta sangre sobre su estómago que Hermione apenas podía ver dónde estaba la herida. Escuchó una orden y todo el vendaje que alguien había enrollado en torno a su cuerpo se rasgó a toda velocidad. McGonagall limpió con cuidado la zona, pasando unas gasas empapadas en agua por su piel mientras la Sanadora que había con ellas se preparaba para aplicar el hechizo que fuera necesario. Hermione no podía moverse.

Era Lavender. Pero igualmente podría ser Ginny. O Luna. O Ron, o Harry, o Neville.

Una vez más volvió a hacerse la misma pregunta.

¿Qué estaba haciendo ella allí?

Observó a McGonagall, que se había detenido y miraba a Lavender sin saber muy bien qué hacer. La Sanadora observaba a su compañera de habitación sin comprender lo que estaba pasando. Angustiada, Hermione bajó la vista.

No había ninguna herida sobre la piel de Lavender. Y sin embargo, todavía quedaban sobre ella las marcas de la sangre reseca que McGonagall no había podido quitar. ¿Podía ser…?

- ¿No es suya? –preguntó Hermione, esperanzada.

- Eso parece –murmuró la Sanadora en voz baja, mirando aquel cuerpo a simple vista intacto-. Sin embargo está dormida. Y traía muchas vendas.

Pasaron varios segundos en los que la Sanadora pareció evaluar la situación. Finalmente se encogió de hombros.

- Averigüen lo que le pasa y avísenme cuando sepan algo, no puedo quedarme aquí.

Se marchó sin darles tiempo a replicar. Hermione intercambió una mirada con McGonagall y luego observó el rosto de su compañera. Lavender… No hacía ni dos semanas que había escuchado cómo le decía a Parvati el miedo que le daba pensar en aquella guerra. Hermione le cogió de la mano y la apretó suavemente entre las suyas. McGonagall aprovechó la ocasión para sentarse en un taburete que apareció súbitamente tras ella.

Entonces, una diminuta gota de sangre apareció en el vientre de Lavender. Hermione la observó con extrañeza.

Era de un fuerte color rojo brillante. Sangre limpia. Hermione deslizó la mano por encima y la hizo desaparecer.

Al instante, una nueva gota de sangre surgió de la nada. Esta vez Hermione la observó fijamente. ¿Estaba haciéndose más grande?

- Profesora…

No, no era impresión suya. La gota se había hecho más grande y ahora formaba un pequeño charco sobre el abdomen de Lavender. Una voz de alarma sonó en su cabeza, aquello no era normal.

- ¡Profesora!

En los breves segundos que McGonagall tardó en incorporarse y ponerse en pie, el charco de sangre había crecido hasta alcanzar ambos lados y empezaba a resbalarle por la cintura. McGonagall reaccionó con rapidez.

- ¡La herida! ¡Pongale las manos encima!

Colocó las manos encima de su abdomen y apretó. No paraba de temblar. McGonagall se dio cuenta y colocó las suyas sobre las de ella, apretando con fuerza. Hermione sintió la sangre caliente filtrándose entre sus dedos y pronto sus manos se mancharon de rojo bajo las de McGonagall, que las soltó únicamente para coger los vendajes que alguien le tendía en aquellos momentos. Dos Sanadores aparecieron tras ella y obligaron a Hermione a retirarse, empujándola contra la pared. Allí se quedó paralizada, sin poder quitar la vista del rostro de Lavender, hasta que pronto fue imposible ver cualquier rastro de su amiga entre todas aquellas personas.

Entonces sintió que no podía respirar. Había llegado al límite de sus fuerzas.

Se ahogaba. Se llevó las manos al pecho, asustada, y buscó una salida desesperadamente. Localizó a lo lejos la puerta que conducía al jardín. Caminó como pudo hasta llegar allí, y recorrió el oscuro corredor apoyándose con una mano en la pared. Cuando salió por fin al exterior se dejó caer en uno de los bancos. Cogió una bocanada que le dolió en los pulmones y gritó hasta quedarse sin aire.

Todo estaba saliendo mal.

¿Por qué? ¿En qué se habían equivocado? Desde el verano no habían hecho otra cosa que leer aquella maldita profecía. ¿Qué es lo que no habían entendido? Hermione ahogó las ganas de llorar. La rabia y la impotencia le impedían llegar a una conclusión, mientras el tiempo pasaba y lejos de allí Harry se jugaba la vida.

Harry.

Lloró. Gritó mientras lo hacía, sin importarle si alguien le estaba viendo, sin avergonzarle lo que pudieran estar pensando. Durante días se había tragado las lágrimas y el orgullo le había impedido desahogarse con nadie, ni siquiera con Ginny. Golpeó aquel banco de madera con todas sus fuerzas y un rato después, cuando había parado de llorar y las imágenes de todo lo que había vivido aquel día se mezclaban con las de otros más lejanos, la calma llegó a Hermione. Su mente voló lejos de la enfermería, del Gran Comedor, del colegio, se elevó por las montañas y llegó hasta aquel lago cuyas aguas eran rojas desde el día en que una novia había saltado desde su roca más alta. Y al llegar allí, de repente, Hermione supo lo que debía hacer.

Se puso en pie. No quería pasar de nuevo por la enfermería, donde aun tardarían en notar su ausencia, de modo que se acercó a la entrada del Gran Comedor y aprovechando el caos que había en el interior, se dirigió a la salida y luego corrió hacia los dormitorios de las chicas, aislado de pacientes hasta el momento. Subió las escaleras, llegó a la Sala Común y después a la torre de los dormitorios. Subió los peldaños de tres en tres, llegó hasta su habitación, entró bruscamente y dejó la puerta abierta. Corrió hasta la mesita de noche y rebuscó entre los cajones hasta que por fin encontró lo que buscaba. Extrajo el papel del colgante y comenzó a leer. Aquellas palabras seguían sin tener ningún sentido para ella. Se llevó las manos a la cara y respiró profundamente, obligándose a sí misma a hacerlo con calma. Acercó la silla a la mesa y comenzó a leer otra vez.


Estaba cerca, realmente cerca de la torre, cuando una mano se cerró en torno a su brazo y le hizo darse la vuelta. Tuvo que observarle un momento antes de reconocer el rostro de Ron bajo la capucha. Después, los dos amigos se fundieron en un abrazo del que sólo fue testigo un malherido Neville que sostenía a una semiinconsciente pero sonriente Luna en los brazos.

- Hemos encontrado a gente que te había visto y decía que estabas solo –le gritó Ron-. ¿Por qué? ¿Dónde están los demás?

- Les perdí poco después de que tú volvieras atrás a por Luna –dijo, y al instante dirigió una mirada al rostro de su amiga-. ¿Cómo está?

- Mal. Pero se niega a volver. Hemos intentado dejarla con los Sanadores y ha sido peor.

- Pero, ¿qué le ocurre?

- Nos atacaron a los dos y nos defendimos como pudimos, pero al final le dieron. Suerte que nos encontró Neville. No parece que esté herida pero se ha quedado muy débil. Apenas puede andar.

Luna miró a Harry bajo su capucha, sin decir nada. Le guiñó un ojo y Harry no pudo evitar un gesto cariñoso al acariciarle la frente sobre la capucha. Ron se interesó por su brazo.

- No he podido detenerme, no he encontrado a ningún Sanador.

- Pero… ¿es doloroso? No tiene buena pinta…

- No, que va. ¿Y vosotros?

- Nada de qué preocuparse.

- ¿Visteis a Fred y George?

Ambos negaron con la cabeza. Los gemelos habían desaparecido poco antes que ellos y Harry había confiado secretamente en que estarían todos juntos.

- Debemos seguir –dijo entonces Neville-. Dumbledore dijo que nos reencontraríamos bajo la torre. Seguramente ya estarán allí esperándonos.

- Habrán mandado a alguien a buscarte –continuó Ron-, pero Neville tiene razón, tenemos que seguir avanzando. Y ahora sí que deberíamos intentar no separarnos.

Se pusieron en marcha. Ron se hizo cargo de Luna, mientras Neville y Harry se encargaban de cubrirles. Acordaron que, a ser posible, no se involucrarían en más ataques y se dedicarían únicamente a defenderse de los hechizos que volaban sobre sus cabezas hasta encontrarse con los demás. Quizá por esto o porque finalmente se encontraba con sus amigos, Harry sintió como si se aligerara de un pequeño peso y descubrió que de pronto se sentía más aliviado.

Y así avanzaron hasta que, de pronto, escucharon como alguien les llamaba a gritos por sus nombres. A tan solo veinte metros de la gran puerta de Azkaban, aquellas voces tan familiares les guiaron hasta el resto de sus compañeros, y cuando por fin pudo ver la larga barba de Dumbledore entre la gente, Harry no pudo evitar pensar que todo lo malo había acabado.


Antes de llevar a cabo lo que se proponía, y aun sabiendo que no iba muy sobrada de tiempo, Hermione se dirigió a las habitaciones de los chicos donde sabía que estarían sus padres.

McGonagall ya les había dicho que no había lugar para ellos en una enfermería en la que, desgraciadamente, serían incapaces de curar el noventa por cien de las heridas que se presentaran. Sin embargo, no pudo desestimar la ayuda de aquel par de médicos muggles, especialistas en odontología, que se negaba a abandonar el Colegio si su hija no volvía a casa con ellos.

Una puerta entreabierta le hizo detenerse. Pensando que quizá podría preguntar allí si alguien había visto a sus padres, asomó la cabeza con precaución y echó un vistazo al interior.

Dos de las camas estaban vacías. En una tercera, hecha un ovillo sobre las sábanas y con la mirada perdida en un punto de la ventana, Pansy lloraba en silencio. Junto a ella no había ni una enfermera, ni un voluntario que pudiera acompañarla en su dolor. Hermione avanzó unos pasos, hasta que la chica alzó la vista y la vio. Las dos se observaron largo rato sin decir nada.

- Déjame en paz –dijo de pronto Pansy-. Te lo ruego, déjame en paz.

Hermione asintió sin decir nada y retrocedió, sintiéndose despreciable por la forma en que la había tratado durante todo el día. Juntó la puerta tras de sí y continuó la búsqueda de sus padres con un hondo pesar en el corazón.

Pudo escuchar sus voces al pasar junto a una habitación que tenía la puerta cerrada. Hermione puso una mano en el pomo, pero se detuvo unos instantes para oír a escondidas la conversación que venía del interior.

- Son solo unos niños. Y me siento mal por…

- ¿Por alegrarte de que Hermione no fuera con ellos? Helena, es normal que te sientas así.

- No quiero imaginarme como debe sentirse Molly Weasley. Todos sus hijos, su marido…

Hermione apoyó la frente sobre la superficie y pensó en cómo se sentirían cuando se enteraran. Nunca se perdonaría el dolor que estaba a punto de causarles, pero no podía perder más tiempo. Cada segundo podía ser crucial, de modo que tomó aire y llamó a la puerta con un suave golpeteo. La abrió sin esperar respuesta.

Tres de las camas estaban ocupadas. Sus padres permanecían juntos, al lado de la ventana. Al principio no dijeron nada, obviamente no esperaban encontrarla allí arriba. Sin embargo, cuando vieron su uniforme manchado corrieron hacia ella.

- Hermione, ¿qué ha pasado?

- Estoy bien, mamá…

- Pero, ¿qué es toda esta sangre?

- No es mía… Sólo venía a ver como estabais. Me han dado un descanso.

- ¿Cómo están las cosas allí abajo? –preguntó su padre.

Hermione negó con la cabeza.

- Mal.

Nadie dijo nada. Alguien comenzó a toser y a quejarse y la madre de Hermione desapareció. Su padre se quedó con ella, pensativo. Le miró durante varios segundos antes de decidirse.

- ¿Hay noticias de tus amigos? –preguntó finalmente, no muy seguro de querer saber la respuesta.

- No –contestó, incapaz de añadir nada más.

Su padre le acarició las mejillas y sonrió.

- Que no haya noticias es una buena noticia. No sufras. Estarán bien.

Asintió en silencio y se dejó reconfortar, cerrando los ojos y apretando su mejilla contra la mano de su padre. Su madre volvió a reunirse con ellos.

- Bueno, será mejor que regrese. Si se entera de que me he ausentado Madame Pomfrey se enfadará.

Sus padres asintieron, apenados ante la visión que les ofrecía Hermione. Pocas veces la habían visto más triste que aquellos días que habían pasado ayudando en el Colegio. Ella les abrazó a ambos y sonrió brevemente antes de dar media vuelta.

- Estamos orgullosos de ti, Hermione.

Se detuvo. Aun encontró el valor suficiente para mirarles y sonreírles una vez más.

- Y yo de vosotros.

Salió sin hacer ruido y cerró la puerta tras ella. Sus padres se quedaron un rato más en la entrada, en silencio, lamentando una vez más aquella situación. La madre de Hermione caminó hacia la ventana y observó la lluvia caer tras el cristal. Entonces un pensamiento cruzó por su cabeza con tanta rapidez que tuvo que hacer un esfuerzo por retenerlo. Lo pensó durante un momento, mientras poco a poco sentía aquel nudo en el estómago que tan bien conocía y que siempre era precedido por los males presentimientos. Se giró hacia su marido.

- ¿Qué Madame Pomfrey se enfadará…? ¿No decía que le habían dado un descanso?


Snape y los aurores habían formado una barrera que les aislaba momentáneamente de la contienda. Después de atender a Luna, que era quien peor aspecto tenía, el mago se llevó a Harry aparte y mientras desliaba el precario vendaje que había en torno a su brazo, le habló en voz baja.

- Harry, no tengo buenas noticias.

Harry creyó por un momento que iba a desmayarse. Reunió toda su fuerza de voluntad para aparentar todo lo contrario.

- ¿Qué ocurre?

- Como habrás comprobado, hemos perdido a la mitad de nuestra sección –dijo, deshaciéndose de aquella tela y observando la herida con atención-. Créeme, que me alegra saber que la parte que no hemos perdido es precisamente aquella que tú tanto te obcecaste en conseguir.

Harry se mordió el labio cuando Dumbledore apretó con fuerza sobre la carne malherida mientras murmuraba unas palabras de lo que, a todas luces, parecía un hechizo sanador.

- ¿Son esas las malas noticias, señor?

Dumbledore hizo aparecer un vendaje de la nada, seco y limpio, y procedió a enrollarlo de nuevo sobre su brazo.

- Me temo que no voy a poder acompañaros al interior de Azkaban, Harry.

¿Cómo?

- En cuanto las puertas se abran, los mortífagos sabrán que hemos entrado y volcarán todos sus esfuerzos en llegar hasta ti. Lo intentarán de todas las formas posibles. Si voy con vosotros mientras Severus y los demás se quedan en la puerta, es probable que nos alcancen cuando estemos dentro. ¿Comprendes, Harry?

No. En absoluto. ¿Y qué iba a pasar entonces? ¿Qué era él quien iba a enfrentarse solo contra Voldemort? ¿Pero es que eso tenía algún sentido? ¿Qué se suponía que tenía que hacer cuando lo tuviera delante?

- Por eso he decidido que, al menos hasta que consigamos más refuerzos, voy a permanecer en la entrada junto a los demás. Te prometo que nadie entrará a la torre mientras nosotros permanezcamos junto a la puerta.

¿Qué nadie entrará en la torre? ¿Pero es que ese hombre no entiende que lo que a él le preocupa es lo que ya hay dentro?

- Una vez sepa con toda seguridad que la entrada está bien protegida, te prometo que acudiré junto a vosotros, Harry.

Dumbledore se puso en pie. Harry no sabía qué decir. La cabeza le daba mil vueltas cuando una mano apareció en su campo de visión, ofreciéndole ayuda desde las alturas. Ron estaba a su lado, acompañado de Ginny, Neville y Luna, que parecía del todo recuperada. ¿Sabrían ellos ya que se habían quedado solos?

Aceptó la mano de Ron y se puso en pie. Frente a ellos, Dumbledore les contemplaba sin poder disimular una infinita satisfacción. Incluso Snape, a lo lejos, se había dado la vuelta para observar lo que estaba por acontecer.

Entonces, sin mediar más palabra, aquel hombre abrió una bolsa de tela y metió la mano en su interior.


Atravesó las puertas y echó a correr. Quince segundos más tarde la lluvia que caía furiosamente sobre ella ya le había empapado por completo. Sabía que no tardarían en verla, y aunque nadie pudiera comprender lo que se proponía, también sabía que los magos apostados en las torres no dudarían en dar la voz de alarma si veían a alguien corriendo por los alrededores del colegio con intenciones desconocidas. Apretó con fuerza el mapa que llevaba en las manos. Sentía que le faltaba el aliento, las piernas cansadas, los gritos de alguien a sus espaldas, pero no podía detenerse, no antes de que se alzaran las barreras mágicas. Solo se detendría el tiempo necesario para poder realizar el encantamiento, no podía arriesgarse a más. Así que siguió corriendo hasta que alcanzó a ver los aros del campo de Quidditch. Sus padres corrían tras ella, llamándola a gritos.

Hermione cerró los ojos y se concentró en visualizar la enorme cárcel de Azkaban, rebuscando en su memoria los recuerdos de hacía ya cuatro años. Sirius le había hablado de ella. Una noche de insomnio, en Grimmauld Place. Creía que podría llegar si lograba concentrarse lo suficiente, pero no podía fallar. Ni siquiera sabía las probabilidades que había de conseguirlo. Un mínimo error en los cálculos y aparecería en medio del mar, y aquello sería horrible. Se detuvo, pues no podría conseguirlo si seguía corriendo. Por algún motivo un pensamiento absurdo le cruzó la mente. Se preguntó por qué Pansy se las había arreglado todo el día para ser la primera en recibir a los enfermos con cada envío. Desechó aquel pensamiento de su cabeza y reorganizó sus ideas. La lluvia le golpeaba por todas partes, le molestaba en los ojos, se le metía por la nariz, la notaba como moles de latigazos sobre la piel. La lluvia. Como aquella tarde de verano en la Madriguera. Como aquella vez en que ella y Harry corrieron empapados por el campo de quidditch. La lluvia. Harry.

El giratiempo.

Buckbeak.

Sirius.

Azkaban.

Hubo una pequeña ondulación en el aire. Un nuevo envío había llegado al colegio. Los padres de Hermione miraron hacia atrás, tan solo un momento, a tiempo de ver las luces a través de la espesa cortina de agua. Las barreras de Hogwarts volvieron a caer.

Para cuando volvieron la vista al frente, Hermione ya no estaba.


Notas de la autora: Estoy demasiado agotada como para hacer la nota en livejournal y por otro lado, hacerlo al final del capítulo me trae buenos recuerdos. El final se acerca, como os habréis imaginado al terminar de leer el capítulo. Un capítulo más, un epílogo (ambos en una única actualización) y c'est fini. ¿Cuándo? Ahhh, eso nunca se sabe, creo que ya lo sabéis. Los capítulos de esta historia, de un tiempo a esta parte, aparecen cuando uno menos se lo espera (que es cuando a mi me golpea la inspiración, no os voy a mentir). Pero bueno, poco a poco y con calma, al final todo llega.

Como siempre, espero que hayais disfrutado con la lectura tanto como yo lo he hecho con la escritura. Hasta el próximo capítulo ;).