Nota de Autora: este fanfic es un AU (Universo Alterno, por sus siglas en inglés). Esto implica que no se desarrolla en el universo del anime ni del manga. La historia se centra en pleno siglo XXI, y claro habrán ciertos cambios con los personajes, los cuales descubrirán poco a poco. Sin nada más que agregar, disfruten la historia.

Sin Rastro.

Por: Meiko Akiyama.

Capítulo 1: "El Robo"

El Shikon No Tama siempre fue un tesoro muy apreciado. Antes era propiedad de un viejo millonario, quien se lo había obsequiado a su esposa como regalo de bodas. Al morir él, su hijo heredó esta valiosa joya. Pero al parecer el joven no apreciaba ni su belleza ni su valor, de modo que optó por venderla a un museo, obteniendo por ella una jugosa suma de dinero. Desde entonces, fue propiedad de un museo muy reconocido en Japón. Sin embargo, los directores sabían que era muy arriesgado mostrarla al público. Era prácticamente inducir a un robo. De modo que el Shikon No Tama permaneció alejado del ojo público durante más de cincuenta años.

Un día, la directora Kaede Matsuyami tomó la decisión de abrir una exposición que contenía en su repertorio la valiosísima y casi legendaria joya. La ceremonia de inauguración estuvo repleta de las más destacadas figuras de la ciudad y muchos representantes de periódicos y medios de comunicación. La velada había durado más de lo esperado, puesto que todos los presentes deseaban apreciar con detenimiento del Shikon No Tama. Se dijo que en tiempos ancestrales, había encerrado inmensos poderes y que muchísimos demonios luchaban para obtenerla. Pero aquella noche tan sólo era otra valiosa pieza de colección.

A pesar que durante todo el evento había existido una fuerte vigilancia policial, comandados por el reconocido Myôga Higurashi; no había ocurrido ningún incidente ni ninguno de sus agentes habían visto nada sospechoso. Myôga le había advertido a todo su equipo acerca de lo importante que era la vigilancia aquella noche. Se sospechaba que los "Inu" tenían un gran interés en el Shikon No Tama. Myôga llevaba muchos años de carrera dedicados a capturar aquella organización de ladrones especializados. Había logrado capturar a unos cinco miembros de la organización. Pero no pudo sacarles demasiada información, sobre todo porque ellos no eran conocedores de mucho. Eran apenas "ladrones de bajo rango". Nunca había dado con un "pez gordo". Todos eran chiquillos inexpertos que no conocían bien quién era su jefe ni los grandes movimientos de la organización. Pero él guardaba todos sus expedientes con detenimiento, toda la información recopilada era guardada con sumo cuidado; tan sólo esperaba el día de unir las piezas y dar finalmente con todos ellos.

Muchas horas después del evento, el salón principal se encontraba totalmente vacío. Tan sólo se escuchaba el pitido de las cámaras de seguridad que sonaban cada cinco minutos, indicando que todo se encontraba en orden. Tres guardias estaban sentados frente al sistema de seguridad jugaban a las cartas y tomaban cerveza divertidos, muy confiados y revisando en sus pantallas que no hubiera ningún movimiento extraño o sospechoso.

Lo que aquellos guardias no podían notar era una pequeña camioneta azul estacionada a unas dos cuadras, en un callejón oscuro y tenebroso. No había nadie en la parte delantera del vehículo; sin embargo, había muchísimo movimiento en la parte trasera. Había material de muy alta tecnología acomodada y ordenada justo en la pared derecha del vehículo. En un rincón se encontraba un maletín semiabierto, que dejaba entrever un par de armas especializadas y comunicadores de largo alcance. Y en una especie de mesita una pizza tamaño familiar, dos cervezas y dos bebidas de cola. El sonido de un suspiro rompió el silencio en aquel sitio. Una joven de largos cabellos cafés, recogidos en una alta coleta; y con vestimenta negra, colocó sus dedos sobre el teclado de un computador. Enseguida se reflejó en la pantalla el salón principal del Museo, en la pantalla de junto se podía observar perfectamente a los tres policías charlando animadamente.

-¿Aún no han entrado?- comentó una voz detrás de la muchacha. Provenía de un hombre de baja estatura, ojos verdes y de cabellos negros. Al igual que su compañera, su ropa era en colores opacos- ¿Pues qué están esperando?

-Tranquilo Yakken, ellos siempre se toman su tiempo y nunca nos han fallado ¿o no?- la chica hablaba muy segura de sus palabras. Sin embargo, Yakken le lanzó una mirada de reprimenda. Ella ya conocía perfectamente el significado de ella. Lanzó un suspiro de fastidio y mientras tomaba un sorbo de su refresco ajustó un micrófono que llevaba y se colocó los audífonos.

-Chicos… ¿en dónde se encuentran? Tenemos a un muy desesperado Yakken aquí en el camión… ¿chicos?-

Por medio de un pequeño micrófono la voz de la joven se dejó escuchar varios metros más allá. En la azotea del edificio próximo al museo. Allí dos siluetas se divisaban. Eran dos hombres, también vestidos de negro; quienes miraban fijamente al Museo como si de su presa se tratarse.

-Sí Sango estamos aquí linda, no te preocupes tanto en unos segundos regresaremos a ti…- contestó el joven que llevaba el comunicador. Tenía los ojos cafés y su cabello lo llevaba recogido en una pequeña coleta. Su rostro era alegre y amable, pasaría por cualquier universitario promedio.

-¡No lo digo por eso! Es tan sólo que Yakken está desesperado porque piensa que se han perdido en el camino-

-Tal vez si nos hubiéramos encontrado con una linda chica…- comentó el mismo joven, con una sonrisa pícara. Entonces el micrófono le fue arrebatado por su otro acompañante, quien también tenía ojos castaños y cabello del mismo color, pero más corto.

-¡Dile al renacuajo ese que no se preocupe! ¿Cuándo hemos fallado? Además esta misión será más fácil que otras que hemos hecho Sango… ¡Que guarde silencio!- exclamó algo exasperado.

-Tranquilo Inu, no ganarás nada con ponerte así… Sango preciosa, dile a Yakken que no tendrá queja de nosotros, pero que por favor nos deje hacer nuestro trabajo en paz- terminó por decir él para después cortar la comunicación.

-Maldito Yakken, tan sólo porque es la "mano derecha de mi hermano"- pronunció estas palabras con cierto sarcasmo en su voz- no tiene que creerse el jefe. Cuando regrese a ese camión…

-Tranquilízate, ahora concéntrate en lo que debes- sonrió mientras le señalaba a su acompañante el imponente edificio del museo.

-De acuerdo Miroku, es hora de completar la misión…- comentó el llamado "Inu" antes de dar un enorme salto y quedar en la azotea del otro edificio. A los pocos segundos, Miroku ya le hacía compañía.

-Según el diagrama la entrada directa al salón principal queda justo en al medio, descendiendo por esta lado- señaló Miroku el lado posterior, mientras le mostraba a su compañero un arnés.

-Siempre he odiado usar eso…- protestó mientras tomaba el suyo, que era de color rojo.

-No siempre puedes prenderte de las paredes y fingir que eres el "Hombre Araña" o algo así…- se burló Miroku, pero se detuvo al ver la mirada de reprimenda que le lanzaron- vamos Inu-Yasha… no te pongas sentimental ahora.-

Inu-Yasha suspiró. Por alguna razón, cuando Miroku le llamaba "Inu"-Yasha lo tomaba a tono burlesco. Le llamaban así para identificarlo con la organización "Inu". Puesto que él no era un "miembro" cualquiera. Su padre había sido el antiguo líder de la organización. Y muerto él, su hermano mayor, Sesshômaru, se había hecho cargo del "negocio" familiar. Él, desde los quince supo del trabajo de su padre. Su madre siempre trató que no se uniera, no quería ver a su hijo convertido en un vulgar criminal; pero la rebeldía del chico pudo más y desde que tuvo quince años se unió a la organización. Luego de la muerte de su padre, estuvo al cuidado de su hermano. Trabajó duro para que le tomaran en cuenta a la hora de alguna misión, con sudor había conseguido su propio equipo. Con trabajo y esfuerzo, eran uno de los más reconocidos. Finalmente había conseguido la tan añorada aprobación de Sesshômaru porque, aunque su hermano no dijera nada, siempre que eran misiones y clientes importantes, como esta noche, le encomendaba el trabajo a él y su equipo.

Inu-Yasha y Miroku descendieron ágilmente hasta llegar al tercer piso, justo a la mitad del edificio. Usaron un delicado aparato para cortar el vidrio silenciosamente. Una pequeña abertura lo suficientemente grande como para que pudieran pasar por ella. Una vez tocaron piso, Miroku tomó su micrófono y lo encendió de nuevo.

-Bien, Sango preciosa, ahora eres mis ojos; guíame-

-Encontrarán una pequeña escalera a su izquierda. Una vez lleguen allí colóquense los lentes que les proporcioné. Les dejarán ver las luces infrarrojas que indican las alarmas. Deben evadir TODAS y cada una. No se les ocurra fallar, una vez estén allí…-

-Claro las alarmas pero ¿y las cámaras de seguridad?- inquirió Inu-Yasha.

-… yo me hago cargo de las cámaras, Inu-Yasha, ustedes se preocupan por llegar hasta allá-

Tal como dijo Sango, se colocaron los lentes al llegar al pie de las escaleras. Inu-Yasha se sorprendió al observar tantas líneas rojas en aquel cuarto. Sin embargo, nada antes lo amedrentó ante una misión y hoy no iba a ser la primera vez. Vio cómo la lucecita roja de la cámara de seguridad se apagaba, producto de alguna manipulación de parte de Sango, su genio en electrónica y computación. Hizo la seña a Miroku y ambos se colocaron las máscaras y entraron al salón.

Esquivar tantas líneas fue dificultoso, más bajo la presión que no podían sobrepasar 10 minutos; que era el tiempo en que Sango podía interrumpir el sistema de seguridad. Más de diez minutos y estarían vulnerables. Finalmente, estiró su mano en una posición un tanto incómoda: ambas piernas separadas y la espalda arqueada hacia delante; y tomó el Shikon No Tama. Era un tanto pequeña, de hecho, más pequeña de lo que había imaginado. ¿Para qué lo querría su cliente? No le importaba, él solamente recibiría una paga y se quedaría callado. El destino de esa joya le tenía sin cuidado. Hizo una "V" con la mano izquierda hacia Miroku, indicándole que todo estaba bien. Justo entonces, escuchó un pitido. Su reloj marcaba el término de los diez minutos reglamentarios. "Oops" alcanzó a murmurar. Debía pensar en algo rápido.

En cuestión de segundos, la alarma empezó a sonar. "Los ineptos policías no tardarán en llegar" pensó Inu-Yasha con rapidez. Jamás llegarían al pasillo a tiempo para salir por la ventana. ¿Qué hacer? Justo antes que pudiera imaginar una loca solución, una cuerda se soltó sobre su cabeza. Miró hacia arriba y divisó una menuda figura.

-Yakken…- murmuró el joven. Miroku se acercó corriendo y tomó de otra cuerda que Yakken dejó caer segundos después.

-¡Vámonos!- le indicó su amigo, mientras iba subiendo con agilidad por la cuerda.

-¡Un segundo!- buscó algo rápidamente en su bolsillo. Allí, justo en el almohadón en donde había estado antes la hermosa joya, dejó una estatuilla de bronce de un perro. Es por ello que les llamaban "Inu", puesto que en cada robo organizado por ellos, dejaban el algún lugar visible la estatuilla de un perro. Ese sello personal había comenzado desde el padre del muchacho y éste, en honor a su memoria, había decidido mantener.

-¡¡Allí están!!- escucharon los gritos varios metros más abajo, de parte de los policías.

-¿En qué rayos estaban pensando?- gritó Yakken, visiblemente enojado- ¡eso les pasa por no atenerse al plan! ¡De eso se enterará el Señor Sesshômaru!

-¿Por qué no pruebas tener una vida real y dejar de ser la sombra de mi hermano?- se exasperó Inu, él detestaba que Yakken les acompañara a las misiones. Era como si su hermano no confiara realmente en él. No podía tener quejas de su trabajo, nunca le había fallado, nunca.

-Les recomiendo que terminemos esta discusión en el auto porque no tardarán en llamar a la estación de policía. Y en menos de lo que nos esperamos el comandante Higurashi vendrá a hacernos una visita…- advirtió Miroku mientras saltaba hacia la otra azotea y les incitaba a seguirle.

-¡Se demoraron demasiado esta vez! ¡Cuando Sango dice diez minutos son diez minutos! ¿Es acaso difícil eso de entender?- la voz de Sesshômaru sólo perdía su frialdad cuando se trataba de criticar una misión de su hermano menor, Yasha; el cual era su nombre de pila.

-Allí tienes la joya…- Inu-Yasha señaló desafiante la cajita negra que contenía su "motín" y encaró a su hermano mayor- ¿no es eso lo que querías?

-Quería perfección, perfección. No que llamáramos la atención…-

-Igual hubiéramos llamado la atención cuando se descubriera que la perla había sido robada ¿no crees?- se defendió ácidamente Inu-Yasha.

Sesshômaru le fulminó a tal punto con la mirada, que Yakken retrocedió. Cuando Sesshômaru se ponía en esa actitud era peligroso, demasiado peligroso.

-Déjenme a solas con él- exigió. A los pocos segundos, la habitación estaba vacía. Tanto Sango como Miroku y el mismo Yakken la habían desalojado. Sabían que la plática entre los dos hermanos era sólo entre ellos dos. Muchas veces eran demasiado violentas y nadie quería oírlas y menos presenciarlas.

-¿Qué? ¿De nuevo criticarás mi trabajo?- el menor se encogió de hombros- soy el mejor, pero quieres reconocerlo, eres demasiado orgulloso hermano.

-¡Cállate!- dio un manotazo al escritorio- lo único que quiero es que hagas las cosas bien y no improvises en un plan que ya está marcado detalladamente. Para eso tenemos a Miroku, para las estrategias, tú estás para llevar a cabo las misiones peligrosas. ¿No puedes entenderlo? Una falla más hermanito, y olvidaré la promesa que hice a nuestro padre y volverás a ese pueblucho. ¿Me has comprendido? No necesito incompetentes en la organización, ni siquiera uno que lleve mi propia sangre.-

Inu-Yasha permaneció callado. Sabía que su hermano tenía el poder de mandarle de regreso a su antiguo hogar. Donde vivió los primeros catorce años de su vida, junto con su madre. Pero ella había contraído una extraña enfermedad. Por eso ella optó por su último recurso: llevarle donde su padre. Jamás le habían hablado de él, salvo que tenía un negocio muy importante en una ciudad lejana.

Cuando conoció a Sesshômaru, nunca terminaron de llevarse bien. Quizás porque eran hijos de madres diferentes, él siempre lo vio como un ser inferior. Su padre le hizo prometer que si algo le ocurría, se encargaría del cuidado de su hermano menor. Así había hecho hasta ahora, pero siempre bajo la amenaza de devolverlo a su antiguo hogar.

-Tú perderías más que yo y lo sabes…- concluyó Inu-Yasha poniéndose de pie- pero si te quieres arriesgar a perder a tu mejor hombre, por mí no hay problema.

-Recibirás tu paga mañana, hermanito, ahora retírate- con un gesto nada amable, Sesshômaru le indicó que se fuera.

Una vez solo, el joven se desplomó en su asiento. Observó con detenimiento el "tesoro" que había obtenido su hermano horas atrás. Por lo menos la cuidó bien, no tenía ni un rasguño. Le darían muy buena paga. Ahora tan sólo debía encargarse de contactar con el cliente y acordar un precio. Pero ésa era tarea de Rin. Una hermosa chica siempre persuadía a los clientes de pagar más de lo acordado. Y Rin tenía métodos de disuasión muy efectivos, nunca había fallado. Ella sí era una colaboradora perfecta. Jamás había tenido queja de ella. Quizás cuando se le insinuaba descaradamente, pero con ignorarla por unos diez minutos ella desistía. "Eres el único que se resiste" no se cansaba ella de repetir. Y sí, Sesshômaru no era de esos que se dejaban llevar por una sonrisa hermosa o un escultural cuerpo. "Frío como el hielo" le había dicho una de sus últimas amantes. Pero su vida le había enseñado a ser así. ¿Demostrar sentimientos? En este negocio eso no era posible. De su padre nunca recibió una palabra amable ni un gesto de cariño; por el contrario, siempre le trató rudamente. Pero era su forma de educarle para la vida que llevaría, y jamás lo reclamaría.

El timbre del teléfono le sacó de sus recuerdos de infancia. Miró el reloj que colgaba de la pared frontal. Indicaba las dos de la mañana. Justa la hora pactada por el cliente para establecer comunicación. "Bien" pensó mientras tomaba el auricular "es hora de cerrar este negocio".

-Tenían cubierto el rostro, comandante, no pudimos identificarlos- le informó el jefe de seguridad del museo a Myôga Higurashi, quien le escuchaba atentamente con semblante serio y anotando todo en su libreta.

-No se preocupe, por lo menos los pudo "ver". Muchas veces tan sólo aparece la escena del crimen y ni rastro de ellos. Claro, uno les distingue por esto- muestra la estatuilla del perro- y como siempre, ninguna huella digital en la estatua.

Lanzó un suspiro desalentador. Siempre era lo mismo. Robos perfectos, sin testigos, sin huellas digitales, en otras palabras: sin rastro alguno. Aunque esta vez los ladrones se dejaron ver, no sabía si había sido por un error de ellos mismos o si lo planearon tan sólo para llamar la atención. Myôga sabe perfectamente que no está lidiando con ladronzuelos inexpertos, son gente inteligente y táctica, que planea sus jugadas con gran astucia. Las investigaciones parecían progresar en cada robo, pero siempre terminaban en un punto muerto. Y era cuestión de nunca acabar.

El sonido de los frenos de un vehículo le hizo salir de sus pensamientos. Una limosina negra se estacionó pocos metros frente a él. Enseguida supo de quién se trataba. La señora Matsuyami descendió del vehículo, con un vestido azul y un pronunciado maquillaje. Del vehículo también descendió un pequeño niño, con llamativos ojos azules y cabellos cafés. No debía tener más de unos seis años. Le sonrió amigablemente Myôga y se acercó hasta él.

-¡Tío Myôga!- dijo saltando a los brazos del comandante. El pequeño le llamaba "tío" de cariño, puesto que su abuela, Kaede Matsuyami, y él habían sido grandes amigos desde hace mucho tiempo. Las familias Higurashi y Matsuyami siempre habían mantenido entre ellos un lazo de fuerte amistad. Es por ello que Shippo sintiera gran cariño por Myôga y su familia.

-¿Cómo te encuentras, pequeño Shippou?- preguntó mientras alzaba al niño en brazos- no esperaba que acompañaras a tu abuela Kaede esta mañana.

-Mis papás salieron de viaje a… a… ¡Australia!- recordó el pequeño haciendo un gesto gracioso- por eso ahora estoy con mi abuelita! Ella dijo que vendríamos a verlo y quise venir!

-Muy buenos días Myôga- saludó la anciana mujer.

-Buenos días Kaede, lamento lo ocurrido- se sonrosó de la vergüenza, pero la mujer hizo un gesto de negación.

-No tienes nada que lamentar, viejo amigo. Lo ocurrido la noche anterior es más mi culpa que la de cualquier otro. Debí escuchar a los supervisores cuando dijeron que era mala idea mostrar la perla en la exhibición. Ahora debo aceptar las consecuencias…

-Les atraparé Kaede, te lo juro. Aunque se me vaya la vida en ello…- afirmó Myôga con severidad.

-Que no se te vaya la vida, Myôga. Las niñas no soportarían otra pérdida como la de Kotori, y para el pequeño Sota eres su único pilar.- comentó Kaede con tristeza.

Kotori había sido la esposa de Myôga. Había muerto hacía diez años, pocos meses después del nacimiento de su hijo menor, Sota. Un grupo de asesinos la había secuestrado para intentar manipular al comandante Myôga, quien en ese entonces apenas iniciaba su gestión como jefe de la policía. Él había cumplido todas sus demandas, las cuales eran que detuviera las investigaciones sobre su organización asesina. Sin embargo, algo había salido mal y Kotori Higurashi había muerto a manos de ellos. Myôga juró venganza y rastreó a los asesinos durante los primeros seis meses posteriores a la muerte de su esposa. Finalmente, éstos habían desaparecido sin dejar rastro. El caso se congeló hasta la fecha; pero él jamás ha perdido las esperanzas de reencontrar su pista y finalmente encerrarlos tras las rejas.

-Lamento si te traje malos recuerdos, Myôga- comentó Kaede al ver el prolongado silencio en que se había sumido su amigo.

-No te preocupes, sabes que mi familia es más importante que mi trabajo- le sonrió con vehemencia a la mujer.

-Pero, volviendo al robo ¿qué has podido averiguar? Necesito saberlo para presentarlo a la junta directiva del museo, que es en dos días-

-Lamentablemente nada muy alentador. Sabemos que entraron por una de las ventanas del segundo piso. Las cámaras no pudieron registrar su entrada al salón puesto que, aún no sabemos cómo, pero violaron el sistema de computación y lo reprogramaron. Las cámaras no se reactivaron hasta diez minutos después. El único video que tenemos de ellos es cuando ya van subiendo por una especie de arnés hasta la azotea. Y no dura más de quince segundos. Según testimonio de los guardias, llevaban máscaras en su rostro, como era de esperarse; y no podrían reconocerles ni tampoco hacer un perfil…- concluyó el policía.

-Realmente no suena nada alentador- admitió la mujer, con un gesto de angustia. A la directiva del museo no le agradaría ello, obtendría serias reprimendas. Después de todo, incluir el Shikon No Tama había sido su idea inicial.

-¡Comandante!- un joven se acercó apresuradamente hasta Myôga. Usaba ropa civil, al igual que el comandante; para diferenciarlo del resto de sus compañeros. Portaba un saco negro y una camisa blanca. Tenía ojos verdes y cabellos oscuros. Llevaba en su mano izquierda una libreta y en la derecha un bolígrafo. 

-¿Encontraste algo nuevo, Kouga?- preguntó Myôga a su asistente Kouga, quien era un alegre muchacho de apenas 20 años; pero que había trabajado duramente para ganarse el título de su "asistente". A pesar de su juventud, tenía demasiada experiencia y era un as descubriendo pistas y atando cabos sueltos. Myôga le había dado el empleo, además, porque el padre de Kouga había sido un gran amigo y compañero suyo; muerto trágicamente en la operación para rescatar a su esposa Kotori. En ese entonces, Kouga contaba con diez años de edad. En memoria de su amigo, Myôga decidió hacerse cargo de él. Como el pequeño decidió seguir los pasos de su padre, decidió darle trabajo en la estación. Las habilidades el joven se destacaron casi enseguida; tenía un potencial realmente admirable, era como si hubiera nacido especialmente para aquella profesión.

-Al parecer su medio de escape fue una camioneta estacionada varias cuadras más atrás…- comentó el joven, entregándole unas fotografías- fueron las fotos que mandé tomar de las huellas de los neumáticos. Podría averiguar de qué auto se trata específicamente. No es mucho, pero es otra pista que nos acerca a ellos.

-La única forma que hubieran entrado de aquella manera es que encontraran primero en la azotea…- concluyó Kouga horas después, en la oficina del comandante. Ésta era algo espaciosa, pero no lo aparentaba por la gran cantidad de anaqueles que se encontraban en sus paredes. Además en pupitre se encontraba lleno de papeles y libretas de apuntes. Kouga miraba con detenimiento un diagrama del museo robado. Lanzó un suspiro, sentía la penetrante mirada de su superior y se sintió presionado.

-¿Y bien Kouga, cuál es el resto de tu teoría?- preguntó Myôga, sabía que su joven asistente aún no había terminado de dar sus conclusiones. Por lo general, siempre acertaba o se acercaba a la verdad.

-Es que… la única manera que hayan llegado a la azotea tuvo que haber sido ¿saltando desde el edificio de junto?- comentó Kouga nerviosamente. Sabía que su teoría era un tanto infantil y fantástica, pero era la única explicación que podía dar.

-¡¡Padre!! ¡Traje tu almuerzo!- cuando Myôga escuchó esa voz femenina supo que no podría preguntarle a Kouga más acerca de su tan bien elaborada "teoría". Esa voz tuvo un extraño efecto en el joven: al instante miró fijamente hacia la puerta y una sonrisa boba se dibujó en el contorno de sus labios.

Cuando una menuda y linda joven, de largos cabellos negros y una alegre sonrisa traspasó aquella puerta, los ojos de Kouga se llenaron de un brillo indescriptible. La chica saludó amablemente a ambos, llevaba un paquete de color azul en la mano derecha, y al hombro izquierdo llevaba una bolsa roja; desde donde sobresalía la cabecita de un gato moteado de color crema.

-Se te olvidó tu almuerzo hoy en casa. Mi hermana nunca cocina para ti, y cuando finalmente lo hace ¡así le pagas!- dijo severamente, mientras extendía el paquete azul hacia Myôga, su padre- mi hermana salió a sus prácticas; y yo me decidí a traértelo. Menos mal que hoy no tengo clases o de lo contrario te quedabas sin comida… por cierto, hola Kouga- saludó ella amablemente.

-Hola, Kagome…- le respondió él, visiblemente nervioso.

-No deberías venir tan seguido, me distraes al muchacho- Myôga colocó su almuerzo sobre el escritorio. Sus palabras habían hecho que Kouga acentuara más su nerviosismo y su sonrojo.

-Si sólo venía de pasada- comentó la chica, mirando su reloj de muñeca- porque quedé de encontrarme con mi hermana, íbamos a llevar a Buyo al veterinario- el gatito se movió un poco cuando escuchó la palabra "veterinario" como si se opusiera completamente a la idea.

-¿Tienen el dinero suficiente, no es así?-

-Claro padre, de lo contrario no iríamos- ella hizo un guiño, a manera de despedida- nos vemos en casa, no llegues muy tarde. ¿Puedes encargarte de eso, Kouga-kun?

-Seguro Kagome…-

-Domo! ¡Nos vemos!- y así, tan rápido como llegó, Kagome desapareció por la puerta; dejando impregnada en la habitación su radiante energía y su bello aroma.

-De modo que ya sabe, señor- Kouga miró a su superior, quien deleitaba su vista con el apetitoso almuerzo que tenía frente a sí- no puede llegar tarde a casa esta noche.

-Claro Kouga, no puedo hacer que quedes mal frente a mi pequeña Kagome…-

Acto seguido, el sonrojo se presentó de nuevo en las mejillas del joven.

[ CONTINUARÁ ]

Notas de Autora: aquí me ven con un fanfic de Inu-Yasha. Como ven, es un Universo Alternativo, lo que me da más libertad para jugar con todos los personajes.

Es de policías, ladrones y asesinos. Sé que en este capítulo aún no presento a todos los personajes de la historia original; pero esta es más una introducción para que se adentren un poco en la trama.

Este fanfic es para iniciar una nueva era, y le pondré empeño y dedicación.

Va dedicado especialmente a tres personas: a Chibi; a quien debía un fanfic de Inu-Yasha desde hace rato. A Rita, gracias por tu apoyo incondicional linda, eres un cielo. Y a mi Hikarus… por ser la mejor prima que una pueda tener!.

Para comentarios o contacto a [email protected]