¡HUFFLEPUFF EXISTE!

Notas importantes:
- Esta historia se escribió originalmente entre 2003 y 2006 y se publicó en ffnet.
- En 2015 la he revisado, pulido y editado por completo para su publicación en AO3.
- A partir del 26 de noviembre de 2015, día del 12º aniversario del fic, se puede encontrar actualizada en ambas plataformas. Espero que haya quedado mejorada, sobre todo en lo que se refiere a la puntuación, espacios, etc.
- Veréis que los diálogos están entrecomillados al estilo anglosajón: Fue un experimento literario del momento; generalmente escribo con los guiones propios del idioma español.

Advertencia:
Esta historia es slash en general: esto es, hay mucho mariconeo entre los chicos. Si los temas homosexuales te ofenden, por favor, no sigas leyendo. Si por el contrario esperas sexo en abundancia, te decepcionará. Avisado queda. Y el que avisa no es Slytherin.

Créditos:
Harry Potter es propiedad de J.K. Rowling, un buen puñado de editoriales por todo el mundo y, cómo no, Warner Brothers. Esta historia no tiene ningún fin lucrativo, es meramente un desahogo creativo, y una declaración personal de amor a Hufflepuff.


Capítulo 1: ¡Hufflepuff tenías que ser!

Día uno de septiembre, día uno de mi nueva vida como mago oficial. Mi primer día en el mundo mágico, mi primer día en Hogwarts. ¡Qué bonito es el Expreso!

Mis padres se han quedado al otro lado del muro. Muggles tenían que ser... Me parece que tantas explicaciones por parte de ese chico robusto con cara de "voy a ser prefecto en cuanto me den la ocasión" les han confundido más que ayudado. Yo me he tirado de cabeza a través de los ladrillos porque, como es costumbre en mi familia cuando viajamos, hemos llegado a la estación con la hora pegada.

Ahí asoma la cabeza de mi madre. ¡Mamá, por todos los muertos de Merlín, entra del todo, no te quedes en medio! Las madres son así: no se quedan a gusto sin el último abrazo. A ver si se va a arrepentir y me hace quedarme en tierra. Aún no ha superado que haya cambiado Hogwarts por Eton (¡cada vez que pienso de la que me he librado! Nunca me han ido los colegios pijos). Pero no, tan sólo me espachurra entre sus brazos y se va. Qué vergüenza, qué humillación, qué- ¡oh, no! ¡Otra vez él!

"Oye, ¿te vienes conmigo?"

Y por no ser descortés sigo al pequeño mastodonte de nariz respingona a un compartimento vacío. Justo antes de entrar se nos une una chica con trenzas rubias y aspecto nervioso, tirando a semidesquiciado, que parece muy acongojada por tener que dejar a sus padres atrás.

"Hannah," grita su madre, llorando entre espasmos incontrolados, abrazada a un estoico hombre. "Tómate las pastillas."

"Huffepuff, ¿verdad?" nos pregunta antes de sentarse con nosotros.

"Faltaría más", responde don prefecto prematuro con su voz casi nasal. "Soy Ernie Macmillan."

"Hannah Abbott."

"Justin Finch-Fletchley. ¿Cómo sabéis ya a la casa a la que vais a ir?" pregunto con genuina curiosidad.

"Toda mi familia por la parte mágica ha ido siempre a Hufflepuff," responde Hannah.

"Es la casa de los leales y trabajadores," responde Ernie con orgullo.

"Y tú tienes cara de Hufflepuff," sonríe Hannah.

Todavía no sé cómo tomarme eso.


El famoso Harry Potter (me han hablado sobre él en el tren, ¡qué chulada de tatuaje natural!) y Draco Malfoy (ha venido a presentarse en el tren con sus dos gorilas sobrealimentados, y él también ha sabido adivinar a la casa a la que supuestamente vamos a ir) acaban de tener su primer encontronazo en el colegio. Por lo que he podido distinguir entre los murmullos, Potter acaba de darle calabazas a Malfoy por un tal Weasley. Debe de ser ese pelirrojo con cara de flipado que está a su lado. Bien empezamos.

Qué alucine de salón comedor. ¡Lo que deben de ahorrarse en electricidad! El techo es lo mejor. Me pregunto si en alguna época del año pondrán una aurora boreal. Es hora de cenar y tengo hambre, pero me han dicho que primero han de segregarnos, antes de alimentarnos.

"Finch-Fletchley, Justin."

¡Su madre! La vieja del sombrero tiene una cara de mala leche… Menos mal que ya estoy acostumbrado a los chistecitos sobre mi nombre. Ese sombrero tan mugriento me da yuyu. Además, canta fatal. No veo nada. ¿Hola?

"Dime, amiguito, ¿dónde te colocaremos a ti?"

"Pues hombre, según lo que has dicho, valor no me falta, pero tampoco me sobra. Eso sí, de hincar mucho los codos, nada, que aunque se me dan bien los estudios, tengo otras prioridades. Con los Slytherins no me juntes, que no me gusta su cara, me miran mal y-"

"Es porque tienes cara de Hufflepuff," ríe antes de gritarle a todo el mundo y su abuela más sorda: "¡HUFFLEPUFF!"

No me he cargado el sombrero a mordiscos rabiosos de milagro.

Puedes pertenecer a Hufflepuff,

Donde son justos y leales

Esos perseverantes Hufflepuff

no temen el trabajo duro.

Vale, entiendo: Los pringados.

Hufflepuff, pues. Mi casa. Esta será mi casa. Qué sorpresa. Vamos, es que la noticia me ha dejado de piedra. Ya podría haberlo escrito Dumbledore en la carta de aceptación a Hogwarts: "...y su casa será Hufflepuff, ahórrense el suspense".

Al menos mis padres no tienen ni idea de lo que ser Hufflepuff representa, ni que dormiremos en un sótano junto a las cocinas, al que se accede a través de unos barriles estratégicamente colocados que te escupen vinagre si no los tocas en el orden correcto, como los ladrillos del Callejón Diagón. Las escaleras que llevan a los dormitorios no suben, sino que descienden aún más hacia el inframundo; pero al menos han instalado ventanas ciegas que reflejan siempre un exterior cálido y acogedor, para que te hagas la ilusión de que vives como un ser humano y no como un topo bajo tierra. De hecho, tanto el diseño de la sala común, como los accesos circulares a cada habitación, como el paisaje campestre que siempre se vislumbra en las grandes ventanas redondas de la sala común, me recuerdan a las ilustraciones muggles de la casa de un hobbit. La verdad es que se está tan calentito y a gusto en esos sofás, que no dan ganas de salir a vivir ninguna aventura. Además, tenemos plantas que cantan. Plantas. Que. Cantan. Y otra flora de alucine que tenemos que cuidar los estudiantes con la orientación de la jefa de nuestra casa, Madame Sprout, profesora de Herbología.

Pero he oído los comentarios despectivos: Somos los "paquetes" de Hogwarts. En mi modesta opinión, en Hufflepuff meten a los que sobran, y lo demás son excusas que se han inventado. Pero no les comentaré nada a los otros porque no quiero que me odien desde el primer día. Parecen todos muy orgullosos de ser considerados curritos de fiar. En fin, supongo que dentro de una semana todos habremos cogido más confianza y esto se animará.


Una semana después, desisto en el empeño. Estoy cansado de repetir tres veces los chistes verdes para que los entiendan. Encima nadie conoce a los Dire Straits, ni siquiera los otros hijos de muggles, ¡vaya incultura musical! Y hasta ahora sólo he visto a algunos Hufflepuffs vibrar de alegría mal contenida en dos ocasiones:

1. Cuando Madam Sprout anuncia nuestras actividades Hufflepuff exclusivas (sentarnos alrededor del fuego de la chimenea con una bandurria mágica los sábados por la noche; seminarios de terapia de grupo; ajedrez mágico por equipos y Plantanova mágica 101 para los de primer año).

2. Cuando aparece en escena, esto es, en la sala común, Cedric Diggory, ese alumno mayor moreno, de ojos grises y expresión plana que tiene embobados a medio plantel femenino y al menos a una buena parte del masculino (¡qué sí, que sí que yo lo vi!).

Por lo demás, somos una panda de sosos de aúpa. Me incluyo, porque esto parece que se contagia.

Pronto empiezo a echar de menos mi casa muggle. Aquí no puedo ver El Equipo A por la tele ni escuchar a los Dire Straits. No sé ya de qué hablarle a la gente, y no conozco suficiente magia todavía como para entender de lo que me hablan. Me quema. El choque cultural muggle-mago me está minando la moral.

El otro día me eché a llorar de madrugada. Qué vergüenza. Ernie me oyó y se vino a mi cama, donde me tuvo dos horas compartiendo conmigo sus penas en un intento por solidarizarse. Lo agradecí porque me quedé frito a los cinco minutos, pero no me hizo gracia encontrarle a mi lado a la mañana siguiente, la verdad. Abulta mucho. Y además ronca.

Ahora Ernie me sigue a todos lados, hasta al lavabo. Al menos habla por los codos, y eso unas veces se agradece y otras querrías meterle la cabeza en el lago, a ver si lo sintoniza el calamar gigante.

Hannah se junta más con él que con las otras chicas. Les gusta intercambiar cromos de las ranas de chocolate y conectan bien intelectualmente. Al principio Hannah se arrimaba un poco más a Susan Bones, pero aquello no debió cuajar. Lo que pasa es que Hannah es un poco hiperactiva e hipernerviosa (y tiene cada cosa a veces…). Para un Hufflepuff eso es salirse de la monotonía, y no siempre les mola. Claro que cuando se altera y se pone roja tampoco a mí me hace mucha gracia. Se agobia demasiado con los deberes, aunque, según ella, no tanto como esa Granger de la que tanto nos habla, que "no hace otra cosa que enclaustrarse en la biblioteca y no parece tener amigos, ¡con razón es la mejor en todo de nuestro año!". A veces, cuando le da la vena histérica y se pone a hacer de un grano de arena el Kilimanjaro, para que se relaje, me pongo a tirarle de las trenzas hasta que se desatan, o a hacerle cosquillas hasta que se olvida de sus preocupaciones. Lo malo es que una vez, por andar forcejando con Hannah, me choqué con Snape, y va el murciélago gigantesco y me espeta con más desdén que enojo:

"¡Hufflepuff tenías que ser!"