La Ley del Deseo
por Karoru Metallium
Disclaimer: en el primer cap...
Advertencia: estos son PWPs y TWTs LEMON, o sea con contenido sexual, y éste en particular es YAOI. O sea, chicoXchico, sexo homosexual, etc. Y no es mild yaoi ni suave como las otras viñetas... es NC-17, so brace yourself, ¿okay?; los hice recorrer todas las bases hasta el home a las primeras de cambio, y el léxico y las descripciones están algo fuertes xD. O sea, están avisados. También debo recalcar, como ya dije en la primera viñeta, que esta serie de PWPs no están conectados entre sí; es decir, una viñeta no lleva ni refiere a la otra, son eventos independientes y cada viñeta muestra una pareja distinta. Esta retoma particularmente los hechos sucedidos en el capítulo 35 de mi fic EGSLLT.
Una vez dicho esto, lean bajo su propia cuenta y riesgo, no quiero flames porque si están aquí es porque son grandecitos/as para saber lo que quieren y no quieren leer... Don't sue me, I'm poor xDDDD... esto es de lo más divertido ^___~
Advertencia de plagio: leer en mi perfil.
III.- Lo que nos unió
Len encendió una lámpara y la estancia quedó iluminada por una luz suave, haciendo un gesto para que se sentase a su lado en un cómodo sofá. El ainu obedeció, pero procedió a mirar los muebles, el techo las lámparas, las paredes... a cualquier parte menos a su compañero, que lo observaba con una sonrisa soñolienta y divertida.
De pronto, como si entre ambos se hubiera establecido una comunicación silenciosa y ambos supieran lo que el otro pensaba, Len habló:
- No te he traído aquí con otra intención que no sea la de pasar un rato juntos y solos, ¿vale? No pasará nada que tú no quieras, Horo.
Ay, nooo, no me dejes esto a mí, pensó Horo desesperado, ¡yo no sé nada de esto!
La mirada de Len se suavizó.
- Yo tampoco sé casi nada - dijo, un tanto abochornado, y fue en ese momento que Horo se dio cuenta de que había hablado en voz alta y se sonrojó hasta la raíz del cabello.
- Yo... - comenzó, pero la sonrisa de Len lo detuvo.
- Lo sé, esto es muy extraño. Pero bueno, a mí siempre me ha gustado lo extraño. Ven aquí.
Y justo así de pronto estaban el uno en brazos del otro, y las bocas se encontraban lentamente, y era increíblemente maravilloso, como las otras ocasiones en las que habían compartido un beso; pero mil veces mejor porque ahora estaban solos, no había la posibilidad de ser interrumpidos y podían tocarse cuanto quisieran.
Dulce. Dulce como el azúcar, como el ponche, como Horo. Len lamió suavemente sus labios, conociendo ese sabor, imprimiéndolo en su memoria. Levantando una mano, trazó con sus dedos la línea de la mandíbula del ainu, sintiendo la textura un poco rugosa de la barba que empezaba a salir; el joven se estremeció un poco y Len también.
Dejó que sus dedos se deslizaran más arriba, trazando la curva de una oreja, y lo sintió temblar esta vez. Ah, un lugar especialmente sensitivo. La lengua de Horo se unió a la suya, tocando luego sus labios gentil y sensualmente, hasta deslizarse dentro de su boca. Eso hizo que Len deseara dejarse caer en el sofá y sentir esos labios en su cuello, en su pecho, quizás más abajo. Se estaba sintiendo más y más atrevido conforme pasaban los minutos, pensar en estas cosas se le hacía cada vez más fácil, ahora que sabía que era permitido.
Permitido. Deseado. Necesitado.
Horo se sentía como si estuviera tocando el cielo. Estaba besando a Len, al siempre gruñón y agresivo Len que ahora parecía derretirse bajo sus manos, el cabello en desorden, su rostro anhelante una vez que caían todas las barreras que le impedían expresar sus sentimientos. El ainu estaba poniendo todo de sí en cada beso, necesitando hacerlos memorables, necesitando que él lo quisiera, que lo deseara más. Tembló bajo las manos exploradoras de Len, y decidió hacer su propia exploración.
Deslizando una mano por el pecho de su compañero, pudo sentir la rigidez de un pezón por encima de la elegante camisa de seda negra que llevaba el joven chino, y que había provocado que al verlo llegar esa noche sintiera mariposas en el estómago. Apartó la seda y se concentró en sentir la calidez de aquella piel, acariciando primero con suavidad y luego con más urgencia, haciendo que Len dejara escapar un leve gemido. Oh, sí, eso era lo que deseaba.
Desabotonó la camisa y dejó que se deslizara por sus hombros, para luego hacer lo mismo con la suya propia, de manera que quedaron desnudos de la cintura hacia arriba. Luego empujó suavemente a Len hasta que él se dejó caer sobre el sofá, y lo miró.
Quería ver tanto como tocar. Cuando eran adolescentes había tenido la oportunidad de verlo sin ropa muchas veces, cuando iban a los baños todos juntos, pero ahora era diferente. Y así podía ver lo que sus manos estaban explorando. Piel sedosa, casi sin vello, pálida salvo por un peculiar despliegue de sombras producido por la luz de la lámpara...
Horo volvió a tocarlo, sintiendo la dureza de los músculos pectorales debajo de la piel satinada, frotando entre sus dedos los pezones oscuros, y deslizando la mano más y más abajo, trazando un círculo alrededor del ombligo de Len. Éste emitió otro ronco gemido que estremeció al ainu.
- No te detengas... - le dijo Len, con la voz rasposa, casi irreconocible.
- ¿Te... te gusta esto...? - preguntó Horo vacilante, enrojeciendo por momentos.
- Sólo porque eres tú quien me toca - repuso el joven sin vacilar, su mirada dorada completamente sincera y luminosa, tan atrayente a los ojos del ainu que casi resultaba insoportable.
Sin resistirse más a lo que estaba sintiendo, Horo se inclinó y lo besó apasionadamente, cubriéndolo con su cuerpo como ambos lo necesitaban, separando los muslos del joven para descansar sus caderas entre sus piernas, pero al mismo tiempo teniendo cuidado de no causarle incomodidad con su peso. Len respondió a su beso hambriento con la misma intensidad, sus manos recorriendo toda la extensión de piel que podían alcanzar, ahora que las inhibiciones entre ambos habían desaparecido...
La boca de Horo se apartó de la de Len y siguió el mismo sendero que sus manos habían trazado en el pecho del joven chino, buscando cada marca, cada pequeño hito en la pálida piel, besando y lamiendo toda la extensión de piel al descubierto. Len gemía, y era la cosa más erótica que Horo había escuchado nunca. Estaba duro como el acero, y con sus caderas entre los muslos de Len le resultaba casi imposible no frotarse contra la dureza que sentía debajo de él y que rivalizaba con la suya propia.
Len se sentía bien bajo su lengua, sabía muy bien, a piel limpia y fresca, y no quería hacer más que probarlo, saborearlo...
De pronto sintió que el joven chino tiraba de él y cuando parpadeó se encontró conque sus posiciones en el sofá se habían intercambiado en un santiamén: ahora era él quien yacía, y Len quien lo miraba desde arriba con una expresión hambrienta que lo hacía temblar. Horo ni siquiera trató de volver a tomar la iniciativa y lo dejó hacer sin vacilar.
Era increíble lo complaciente que era Horo en ese estado de excitación, completamente relajado y dejándose tocar... bueno, no completamente relajado, había una parte de su cuerpo que aún no había sido tocada y que sin embargo respondía decididamente a cada una de las caricias de Len. Nunca había pensado que Horo podía ser tan sensitivo, tan completamente desinhibido. Claro que eso tenía mucho que ver con el hecho de que estaba en su casa, echado en su sofá, y que no había echado a correr gritando después del primer beso; así que no había que estrujarse mucho el cerebro, porque después de eso nada podía sorprenderlo.
Excepto el hecho de que él tampoco había echado a correr. De que todos los años de protestas internas contra sí mismo, contra lo que sentía, los temores de que realmente no le gustaría si llegaba a pasar algo entre ellos, de que no sería bueno, de que podía ser malo o desagradable, estaban completamente equivocados. Le gustaba lo que estaba pasando. Era bueno, era agradable. Se sentía perfecto, correcto, exacto.
Se irguió para mirarlo, todo músculos, todo fuerza, todo grande y potente, desplegado bajo él. Desde allí podía ver la protuberancia de su erección bajo la suave blancura de los jeans que el ainu llevaba puestos, y no pudo resistirse a la tentación: tomó las estrechas caderas de Horo entre sus manos, se inclinó y colocó su boca abierta contra aquel abultamiento, bañándolo con la calidez de su aliento. Horo se arqueó convulsivamente y Len lo cabalgó como si se tratara de un potro salvaje hasta que dejó de moverse y cayó de nuevo sobre el sofá, jadeando.
- ¿Te gustó eso? - preguntó, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Qué pregunta tan idiota! - repuso el ainu casi sin aliento, y luego, casi en un suspiro: - Len, por favor...
No tuvo que pedirlo dos veces, porque Len desabrochó los botones del pantalón y metió sus manos debajo de la banda elástica de la ropa interior de Horo, deslizando el tejido cuidadosamente por encima de su carne tensa con la intención de quitarle todo a la vez.
- Levántate - pidió, y fue obedecido casi de inmediato: el ainu alzó sus caderas y permitió que él deslizara pantalones y boxers por sus muslos y se los quitara - Oh. Cielos. - murmuró, al verlo desnudo, hermoso y diferente, los músculos suaves fluyendo como agua debajo de la piel brillante por una leve capa de transpiración.
Horo se sonrojó de nuevo hasta las raíces del cabello, y el joven chino observó, fascinado, cómo el sonrojo se extendía por su cuello y su pecho.
- ¡No es justo! Yo quiero mirarte también - protestó, y Len se levantó del sofá para quitarse los pantalones de cuero negro, dejando ver la diminuta ropa interior que llevaba. El ainu agrandó los ojos al ver la prenda - ¡Quién hubiera dicho que eres del tipo que le gusta usar eso!
- Usualmente no llevo nada debajo de los pantalones - aclaró Len, echándose a reír al ver la cara de asombro y bochorno que ponía Horo -, pero esto es cuero, y sería un tanto incómodo...
- Ay, por todos los... ¡ahora no voy a poder mirarte sin pensar que sales a la calle al estilo comando todos los santos días!
- Tendrás que aguantarte, porque ahora vas a verme comando - sin más, el shaman se quitó el resto y quedó desnudo, parado frente al ainu. Se sonrojó al notar los ojos ardientes en el rostro enrojecido que lo miraban de arriba abajo; pero no le dio mucha oportunidad de mirarlo, porque en unos segundos estuvo de nuevo sobre él y esta vez entre ellos sólo había aire y nada más.
Deslizó sus labios por el pecho y el abdomen de Horo, deleitado al escuchar los sonidos que brotaban de su garganta, deteniéndose justo en el hueso de su cadera, preguntándose cómo aproximarse a esto. Había asumido que tocarlo sería como tocarse a sí mismo, más o menos, ya que no sabía cómo lidiar con el asunto.
Entonces tuvo una idea, y tomó una de las manos de Horo y la llevó hasta sus labios, besando sus dedos.
- Enséñame - dijo, contra su palma.
- ¿Que te enseñe? ¿Qué cosa? - los ojos entrecerrados parecían confusos.
- Cómo tocarte. Lo que te gusta. Lo que se siente bien.
Nunca había visto a Horo sonrojarse de esa manera antes; casi parecía algo doloroso, y no podía soportar verlo adolorido, así que se movió y lo besó de nuevo. Tan dulce. Tan bueno. Tan condenadamente fácil, lanzando sus dudas al viento, deslizándose sobre el ainu hasta que sus cuerpos encajaron el uno en el otro, piernas entrelazándose, brazos abrazándose, pecho a pecho, abdomen contra abdomen, ingle contra ingle. Horo gruñó, presionándose contra él, y la deliciosa sensación fue suficiente como para él respondiera de la misma manera, cerrando sus ojos y disfrutando la fricción de piel contra piel una y otra vez.
Quizás no tenía que preocuparse tanto por la técnica. Quizás algunas cosas eran simplemente naturales, como esto.
Horo temblaba. Estar aquí, así, con Len, era abrumador... unas cuantas ondulaciones, un poco más de humedad, la caliente sensación resbaladiza... de pronto, instintivamente, separó sus muslos aún más para que sus cuerpos se moldearan aún más y sus erecciones se alinearan aún más de cerca. El movimiento se hizo más rítmico, más intenso, y el enloquecedor y ronco gemido de Len se convirtió en un suspiro al tiempo que una corriente de húmedo ardor corría entre ellos. La necesidad, el deseo y el amor explotaron en su cuerpo en un relámpago salvaje, y Horo se estremeció, sintiendo que caía, hundiéndose en el placer con el nombre de Len en sus labios.
Por un rato que pareció una eternidad permanecieron así, inmóviles, jadeantes, hasta que Len se movió y se inclinó para recoger algo del suelo. Horo siguió sus movimientos, con curiosidad, y volvió a sonrojarse cuando se dio cuenta de lo que el joven hacía: había recogido su propia camisa negra de la alfombra y estaba limpiando con ella su propio cuerpo y el del ainu, con movimientos suaves y gentiles que eran casi una caricia, tocándolo a través de la suavidad de la seda.
Mirándolo y sintiendo la suave y sutil caricia, el joven comenzó a sentir cómo su excitación surgía de nuevo casi de inmediato.
Len se levantó, y Horo casi lloriqueó como un niño pequeño al sentir que lo abandonaba la calidez del otro cuerpo; el joven chino extendió una mano y lo ayudó a levantarse, cosa que le costó bastante ya que sus rodillas temblaban como si fueran de gelatina. Gloriosamente desnudo, lo condujo al extremo más alejado del saloncito, en donde había un amplio diván cubierto de cojines, y allí lo empujó sin mayores ceremonias. Era mucho más cómodo que el sofá, pensó Horo justo antes de que su mente volviera a divagar al sentir que Len lo cubría con su cuerpo de nuevo, como una sábana cálida.
Len era más bajo que él y no tan grande, pero compensaba su falta de estatura con una gracia que casi parecía imposible, su cuerpo fuerte y esbelto era hermoso y ahora Horo podía tocarlo como quisiera, hacer lo que quisiera, sentirlo sobre el suyo. Y vaya que lo sentía, ahora que Len deslizaba sus manos por todo su cuerpo, tocando aquí, apretando allá, bajando cada vez más y más hasta que... ¡oh! Esos largos, largos dedos se habían cerrado alrededor de su carne de nuevo pulsante y erecta...
Y de pronto el shaman de China estaba arqueándose sobre él y sus labios lo rozaron una, dos, tres veces, la lengua revoloteando sobre la piel caliente antes de que abriera su boca y lo tomara en ella. Alguien emitió un sonido fuerte y lascivo, algo entre gruñido y gemido, y Horo casi se espantó al darse cuenta de que había sido él, y no porque temiera que Len fuera a morderle... al contrario, lo que el joven chino hacía tenía cierta cualidad vacilante y cuidadosa, como si temiera hacerle daño.
Pero era tan dulce, tan increíble. Len estaba succionando y de pronto se levantó un poco; Horo se aterró al pensar que iba a detenerse y sus manos volaron para enredarse en el suave cabello negro, pero... oh, bueno, había descendido de nuevo. Arriba. Abajo. Sus movimientos tenían un patrón, un ritmo que sus caderas comenzaron a seguir. Una de las manos de Len se curvó alrededor de la base de su erección y comenzó a acariciarlo mientras lo succionaba, y Horo tembló y gimió cuando la lengua del joven chino lo lamió como si fuese una paleta de caramelo antes de continuar con la incendiaria succión de nuevo.
Hechizado, Horo observó a Len hacerle el amor con su boca, y la expresión en su rostro y en sus ojos dorados le decía que era eso, amor, nada menos. Esto era real, urgente, presente. Y entonces la mano libre de Len se deslizó entre sus muslos, acariciando con gentileza sus testículos, lo cual era delicioso; pero entonces esos largos dedos presionaron en un punto justo detrás de sus testículos, y no hubo más pensamiento posible. Se agitó, gritó, tratando de alejar a Len de sí, pero era demasiado tarde y las pulsaciones reverberaban por todo su cuerpo, aún cuando Len lo coaccionaba a que durara más y más, su boca tan cálida, tan húmeda, tan resbaladiza alrededor de él... finalmente no pudo resistir más tanto placer, era tan bueno que era casi dolor.
- ¡Len! ¡Len, por favor! - alcanzó a jadear.
Len lo soltó lentamente, lamiéndose los labios y sonriendo de una manera decididamente retorcida. Horo atrapó sus brazos y lo atrajo hacia sí para darle un beso en el que trató de verter todo lo que sentía; y fue respondido por la sensación de fuertes brazos alrededor de él, una boca cediendo a la suya, y su propio sabor en la boca de Len. Volvió a retorcerse en el diván para darse la vuelta y que el shaman de China quedara de nuevo debajo, y comenzó a recorrer el camino hacia abajo... quería sentirlo, quería conocer su sabor, lo necesitaba.
Y cuando al fin lo hizo, su regalo fue el gemido profundo y ahogado del joven chino.
- ¡Horo! No tienes que...
Él no le prestó atención, ocupando su lengua y labios en otras cosas hasta que finalmente levantó la cabeza, mirando el rostro enrojecido y sudoroso de su amante.
- No tengo que, pero lo necesito, ¿comprendes?
Len apenas asintió, y un segundo después Horo estaba tratando de imitar los movimientos que tanto placer le habían causado minutos antes, teniendo el máximo cuidado para no lastimarlo. Sabía que era aún un poco torpe, pero estaba aprendiendo rápidamente a través de la respuesta del joven a sus caricias, respuestas que eran abiertas, espontáneas, irreprimidas. Cada suspiro, cada ligero tensar de los músculos, cada salto, cada jadeo, era un conocimiento más que se añadía y le permitía ajustar el agarre, la presión, los movimientos de su lengua. Trataba de recordar lo que Len había hecho, los toques que lo habían llevado más allá del control.
Repitió aquel toque mágico y se ganó un movimiento convulsivo en su boca, y dejó que sus dedos, resbaladizos por el sudor y otros fluidos, se deslizaran tentativamente arriba y abajo, tocando la abertura escondida, rodeándola suavemente con sólo la punta de un dedo. Len aspiró violentamente el aire a través de sus dientes apretados, sus manos aferrándose a la tapicería como garras. Preocupado, asumiendo que la reacción era negativa, Horo inmediatamente comenzó a retirar su mano.
- ¡No! - jadeó Len - ¡No, es... está bien! - suspiró.
Sintiéndose estimulado, el ainu retiró su mano y deliberadamente humedeció sus dedos con saliva antes de deslizarlos otra vez en posición, y esta vez era menos tentativo; los gemidos apreciativos del joven chino lo hicieron más atrevido, y finalmente cedió a su propia curiosidad y el deseo aparente del otro porque continuara. Deslizó un dedo mojado en aquella pequeña abertura, que se tensó momentáneamente antes de relajarse de nuevo; buscó, encontró, a juzgar por el gemido ronco de Len, y masajeó.
El cuerpo del shaman se tensó como un arco, pero Horo había estado preparado para eso y lo sujetó mientras Len trataba, sin éxito, de hacerlo apartar su boca... y entonces gritó, se agitó convulsivamente, gimiendo en su agonía de placer. El fluido espeso, caliente, salado y dulce al mismo tiempo, se sintió extraño pero no desagradable en la boca del ainu.
Sin pensarlo, se inclinó y besó a Len en la boca, un beso suave, lento y dulce, y de pronto era la cosa más bizarra y a la vez más correcta del mundo. Lo dos lo eran.
- Horo... - dijo Len, apartándolo de pronto.
- ¿Mmmm?
- ¿Tienes alguna idea de lo que sigue?
El ainu creyó que la cara le iba a estallar de la vergüenza, pero se apresuró a responder.
- Mmm... yo... vi algo en una revista una vez... ¿y tú?
- Yo lo vi en una película - el joven tuvo la gracia de sonrojarse, aunque la expresión de su rostro era tan seria y fiera como siempre -. Y quiero que lo hagamos ahora.
- ¿Co-co-cómo? - los ojos de Horo casi se salieron de sus órbitas.
- Te quiero dentro de mí. Ahora. Ya - deletreó con poca paciencia Len, sonrojándose más con cada segundo que pasaba.
Los minutos siguientes pasaron en un torbellino de brazos, piernas y posiciones incómodas hasta que al fin Horo se encontró apoyado en sus rodillas, entre los muslos de Len, con tres dedos en el interior de aquel cuerpo esbelto y tenso que se estremecía con cada mínimo movimiento y su propia erección moviéndose espasmódicamente con el deseo de enterrarse por completo en el cuerpo tembloroso del joven chino.
- ¡Ya, diablos! ¡Ahora! - a pesar de la rudeza de las palabras, lo ronco y desgarrado de la voz de Len le daba una cualidad que convertía la orden en una súplica; eso, aunado a la forma en la que se movía contra los dedos invasores, llevó al ainu hasta el borde - ¡YA!
Horo asintió y removió sus dedos, preparándose y asegurándose de que estaba lo suficientemente lubricado para continuar... no quería lastimarlo. Agarrándose a los muslos de Len, se posicionó cuidadosamente y sus ojos se encontraron con los ojos dorados, que brillaban con una intensidad y un fuego tal que lo hacía estremecer... y empujó hacia delante.
Len rechinó los dientes, siseando suavemente, las manos convirtiéndose en puños apretados instintivamente en protesta ante la repentina invasión, y un leve gemido brotó de su garganta antes de que pudiera evitarlo. Preocupado, Horo se quedó muy quieto.
- Len... Len... déjate ir. Si
no lo haces, sólo te lastimaré... por favor...
Respirando profundamente, el joven hizo un esfuerzo y se las
arregló para relajar un poco la tensión de su cuerpo. Sólo entonces,
cuidadosamente, el ainu empujó sus caderas hacia delante, hacia dentro del
maravilloso calor aterciopelado del cuerpo de Len, cuyas manos se aferraron
dolorosamente a sus hombros, los ojos cerrados con fuerza.
Horo apartó gentilmente los mechones de cabello negro con reflejos violáceos que se pegaban a la frente sudorosa del joven, se inclinó y besó suavemente su rostro; completamente hundido en su cuerpo, esperó a que Len se ajustara a la invasión. Eventualmente, el shaman de China relajó la tremenda presión que ejercía sobre sus hombros y lentamente, temblando, rodeó la cintura del ainu con sus piernas, empujándolo aún más profundamente dentro de su cuerpo. Horo gimió y rotó de manera experimental sus caderas, casi sonriendo con satisfacción al escuchar el sonido salvaje que Len emitió al sentirlo.
- Maldita sea, Horo, ¿qué esperas? - siseó entre dientes, levantando la cabeza para dedicarle su famosa mirada enojada al ainu - ¡No soy de cristal! ¡Muévete!
- ¡Cállate, diablos! ¡Hablas demasiado! - retrucó, tratando de ocultar con rudeza el miedo y la inseguridad que sentía. ¿Y si lo lastimaba? Él era mucho más grande que Len, y si...
Su capacidad de pensar se esfumó cuando Len alzó las caderas y se presionó contra él; entonces perdió la cabeza y comenzó a moverse con breves y ligeras embestidas, observando fascinado cómo su miembro desaparecía una y otra vez dentro de aquel cuerpo estrecho, caliente, perfecto. Comenzó con lentitud, aunque sentía unos deseos terribles de atacar con fuerza; luego aumentó el ritmo y la intensidad, retirándose casi completamente y luego embistiendo con fuerza. Len igualó su ritmo con facilidad, respondiendo con la misma pasión.
Instintivamente elevó las caderas del joven chino y empujó casi brutalmente, escuchando un grito ahogado que lo asustó hasta que se dio cuenta de que Len jadeaba de placer. Había tocado el punto justo dentro de su cuerpo, y al darse cuenta se dedicó únicamente a levantarlo y embestirlo repetidamente, golpeando ese punto dentro de él una y otra vez, haciéndolo gemir hasta que su voz era ronca. Pronto, demasiado pronto...
Buscando entre sus cuerpos, tomó la erección de Len en su mano y comenzó a acariciarla imponiéndole el mismo ritmo de sus embestidas. El orgulloso Len Tao pronto quedó reducido a casi sollozos, y el ainu le levantó la barbilla y lo besó con fuerza, sin pedir permiso para invadir su boca con su lengua, probándolo, explorándolo mientras embestía cada vez más rápido y con más fuerza.
Entonces, Len dejó caer su cabeza hacia atrás, su boca abierta en un grito silencioso y sus músculos internos apretando con violencia a Horo al tiempo que su clímax estallaba en la mano y el pecho del ainu. Éste se enterró completamente en su cuerpo antes de seguirlo, el nombre de Len en sus labios y su propio orgasmo estallando dentro del cuerpo del joven.
Se quedaron en esa posición por algún tiempo antes de que Horo se retirara, lentamente, y buscara la descartada camisa negra en el sofá para limpiar de nuevo su propio cuerpo y el del joven chino. Los ojos de Len estaban cerrados y por un momento se preocupó al pensar que podía estar inconsciente; entonces un ojo dorado y rutilante se abrió, y la sonrisa más suave que hubiera visto jamás en aquel apuesto y rudo rostro lo iluminó por completo. Era una sonrisa satisfecha, saciada.
- ¿Qué haces ahí mirándome con la bocota abierta? ¡Duérmete! - exigió, cerrando de nuevo los ojos.
- ¿Aquí? - preguntó, atónito.
- Sí, aquí - gruñó -. No tengo fuerzas para moverme hasta el dormitorio y no quiero que te vayas. ¿Tú quieres irte?
- ¡Cielos, no! - dijo con vehemencia, y se sonrojó al darse cuenta de lo que acababa de decir - Pero... ¿y si alguien entra y nos ve?
- Ésta es mi casa y tú mi pareja. Si a alguien no le gusta, que se largue y ya - dijo Len tirando de él con aire gruñón para que yaciera a su lado.
Horo no reflexionó mucho. Se sentía feliz, y la actitud posesiva del joven no le molestaba; al contrario, le hacía sentirse querido como nunca. Decidió que no había nada de malo en querer dormir a su lado, en donde fuera, y con ese pensamiento y una sonrisa feliz en sus labios, se quedó dormido.
Próxima viñeta: IV.-
Dame lo que das
N.A.: Bueh, ya hice el yaoi. ¿Ven? No puedo limitarme a hacer simplemente una escena de sexo, tengo que meter los sentimientos y las sensaciones de las partes involucradas xDDD. Ok, ok, esto ha marcado un hito, fuera de Dorado y Cálido es lo más ardiente que he escrito y les juro que me sonrojé escribiendo algunas partes #^_^#; pero espero haber logrado reflejar la reciprocidad y el amor en esta pareja en particular, y antes de que alguien pregunte les diré que sí, tanta resistencia seguida es físicamente posible... se trata de jóvenes de diecinueve años, ¿recuerdan? xDD. Es la viñeta más larga hasta ahora, también O__o. Venga, sé que hay quien no lee esto, porque no leyeron en el cap anterior y volvieron a pedirlo, así que lo repetiré y en mayúsculas: NO ESCRIBO HAO/ANNA, nunca verán uno escrito por mí. No soy prejuiciosa y he leído un par de historias muy buenas con ese pairing, pero a mí no me salen; es que para mí, Anna es de Yoh y viceversa, y punto. Gomen ^^. Tampoco escribo historias por encargo, chicos, en primera porque no tengo tiempo y en segunda porque es difícil inspirarse así.
Gracias a los reviewers de la viñeta anterior: Layla Kyoyama (paciencia, paciencia ^^), Ei-chan, Hikaru (eso es un secreto xDD), Rabi~en~rose (umm... no creo, por razones obvias xD), Tsubasa, Lara Himura, Ryo Asakura, Mewthree Ligott (lee bien, Mew, dice que a través de la delgada puerta xDDD), Rally (me debes las fotos del cosplay ¬¬, y eso de encontrar a Yoh desnudo en la cama lo querríamos unas cuantas xDD), Takami Megunata (servida!! xDD), Kilia (me alegra verte por aquí, pero bueno, como ya dije arriba no soy buena escribiendo cosas por encargo, por eso lo evito... no me inspiro. Y bueno, gomen pero esto es yaoi), Ai-chan4 (gracias, pero no escribo Hao/Anna), Aome-sama, Tyci (aquí lo tienes ^^, y gracias), Kathy Asakura, Sonomi (por lo menos un par más xDDD), Kikis Tao (está clarísimo, ni Yoh ni Anna se comportarían así jamás... pero Hao y Tamao están en sus justos roles: dominador y dominada ^^), Nakuru Tsukishiro (he aquí tu viñeta yaoi, me he desquitado y la he puesto un poquito más fuerte que mi fic de YuGiOh que es completamente yaoi xDDDD), Suisei Lady Dragon (es posible que te dé esa impresión acerca de Hao, pero en realidad él no es tan interesante como digamos Zeros, por poner un ejemplo. Los motivos de Hao están claros, aunque diga que quiere un reino de shamanes lo suyo es hacerse con el control total sea como sea; en realidad es un malvado hambriento de poder, bastante simple y sin mayores complicaciones, no es misterioso ni nada por el estilo. Me gusta más ahondar en Yoh porque su actitud presenta mayores profundidades para explorar como personaje. Uff, me he echado una buena perorata aquí xDDD. Del BDSM ya hablé en uno de mis artículos de La Columna...), Escila (muchas gracias, también muchas gracias por el mail, me alegra que te hayan gustado mis fics).