[ Unsender ]

Sirius/Harry (Slash).
Tú, homofóbico, entérate de una vez que no hay nada aquí para ti.
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Carta Primera- Sólo un deseo.

Los días calurosos del verano transcurrían lentamente en el número 4 de Privet Drive. El sol que derretía los neumáticos del los automóviles creaba un asqueroso ambiente de sopor para los habitantes de Surrey, y la larga sequía que se había posado sobre el condado comenzaba a hacer estragos.

Nuevamente se había prohibido utilizar mangueras tanto para lavar los autos como para bañarse o regar los jardines, razón principal por la que el tan bien cuidado césped de los Dursley comenzaba a ponerse amarillento. El tío Vernon estaba demasiado agotado y acalorado como para ocuparse de regar de forma manual, y ni siquiera él podía ser lo suficientemente bestia como para echar afuera a su sobrino y encargarle de hacer aquellas labores pesadas.

Era por lo mismo que Harry Potter se encontraba echado sobre su cama, dentro de su pieza, deseando que un poco de brisa fresca entrase por su ventana para refrescarle el rostro.

No tenía puestas las gafas y vestía, como siempre, uno de los tantos trapos viejos y holgados de Duddley, que en aquel momento le venían bastante bien. La vieja camiseta de tela de algodón no apretada al cuerpo le ayudaba a soportar un poco más el calor, y los jeans agujerados soplaban un poco de aire hacia adentro de sus rodillas cada vez que caminaba.

Sólo que ahora, extendido en su cama, no había brisas que recibir, ni deseos de caminar.

Pasaban ya de las 3 de la tarde, y para Harry el haber despertado desde las 9 de la mañana para alcanzar un poco de desayuno significaba poco más que un infierno. Las 7 horas que habían pasado desde ese momento transcurrían para él muchísimo más despacio que para la mayoría de los mortales, y era peor porque él ni siquiera deseaba con entusiasmo el siguiente día, o la noche, o cualquier momento en particular.

Lo único que Harry podría desear en un momento como aquel, era que Lord Voldemort viniese hasta él y le cortase el cuello...

Tal vez, sólo tal vez, su sufrimiento desapareciera en aquel instante. Tal vez se desvanecería poco a poco, conforme la sangre abandonara su cuerpo, y finalmente podría volver a ser feliz. Finalmente, después de días enteros agonizando por su partida, Harry Potter volvería a estar con él, con la única persona a la que realmente quería en el mundo, para pasar la eternidad a su lado.

Tal vez así podría volver a verlo, tal vez finalmente podría volver a estar con Sirius...

Sirius Black había sido para Harry el ideal de figura paterna durante el poco tiempo que lo conoció. A los ojos de Harry, un hombre gentil, valiente, atractivo, simpático, bromista, protector, generoso, sentimental, cariñoso, y en todos los aspectos, simplemente perfecto.

Harry lo quería demasiado.

Él fue esa susodicha figura paterna que Harry nunca antes tuvo, y, aunque solamente pudo conocerle durante tres años, -realmente ni eso- aunque no hubiesen podido convivir ni siquiera por un mes completo ellos dos solos, Harry sabía que lo quería y eso era todo. Sabía que Sirius había sido esa persona a la que siempre deseaba tener a su lado, con y por el cual se sentía capaz de hacer frente a todo, a quien podía confiarle cualquier secreto y por quien podría hacer cualquier cosa.

No era lo mismo con Remus Lupin, su antiguo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, que también fue amigo de su padre, aunque incluso le conociera más a él que al mismo Sirius. Era sólo que Lupin no tenía aquel no sé qué que le hacía asquerosamente necesario, cosa que Sirius desprendía en abundancia. No era tampoco lo mismo con Ron Weasley, su mejor amigo, ni con Hermione Granger, la mejor de sus amigas. Tampoco lo era con la señora Weasley, que lo quería como a un hijo, y ni siquiera con Albus Dumbledore, una de las pocas personas que se habían preocupado por él en el mundo.

No; lo que sentía por Sirius era completamente diferente. Era una necesidad y un cariño especiales; una sensación de poder confiarle todos sus secretos, todos sus problemas, lo que le molestaba y lo que le gustaba de la vida y cómo se sentía por tal y cuál cosa, y saber que Sirius jamás iba a traicionarlo.

Era una persona a la que necesitaba por encima de cualquier cosa o individuo, y sabía que él siempre iba a estar ahí para él, para escucharlo y protegerlo de cualquiera que deseara lastimarlo.

Era necesidad, simple necesidad. Tal vez enfermiza, tal vez no. Pero lo único cierto era que lo necesitaba...

Harry sabía perfectamente que lo que sentía por Sirius Black iba más allá de los estándares de lo que un ahijado puede y debe sentir por su padrino, pero sus sentimientos eran algo que se habían desbocado dentro de su pecho, y a los que ya no podría detener.

Harry lo amaba. Amaba a Sirius con todas las fuerzas de su corazón. Y era por eso mismo que le había dolido tanto cuando él se fue...

Le había roto el corazón; todas sus ilusiones, todos sus sueños, sus planes futuros de poder algún día llegar a vivir con Sirius, ellos dos solos en alguna casa perdida en el medio de la nada. Todo aquello tirado a la basura en el justo momento en el que la infeliz de Bellatrix Lestrange se enfrentase con él. Todo perdido, todo destrozado. Y aunque Bellatrix había sido la víctima de su primera maldición imperdonable, Harry no podía sentirse ni remotamente feliz nunca más.

Ni siquiera cuando Hermione, Ron, Ginny, Luna Lovegood, los gemelos Weasley, Hagrid, Lupin y su nueva amiga Tonks le hubiesen enviado un montón de lechuzas a casa el día de su cumpleaños, se había sentido mejor. No, porque la escueta letra apresurada de su Padfoot no había figurado entre ellas. No, porque ningún pájaro tropical había entrado por su ventana, llevándole noticias de la persona a la que más amaba en el mundo. Por lo tanto, ni siquiera el pastel casero de la señora Weasley pudo animarle esta vez...

Incluso, aunque no quisiera admitirlo, la visita de las lechuzas le había molestado. A él nunca antes le había enfadado una lechuza, ya que siempre la llegada de una de ellas significaba la llegada de una carta, pero últimamente las cartas no le interesaban en lo mínimo. No le interesaba saber nada acerca del mundo exterior, porque lo cierto era que estaba enfadado con el mundo. Estaba enfurruñado con todos aquellos que se decían sus amigos, pero que no habían hecho nada para evitarle aquel sufrimiento. Que ni siquiera habían querido ir a ayudar a Sirius después de que hubiese caído, cuando él bien pudo haber estado vivo y con necesidad de atención médica. Los infelices que tuvieron, todos, que vivir mientras que Sirius había caído..

¿Por qué sólo él? ¿¿Por qué sólo Sirius?? ¿Por qué la vida se empeñaba en hacerle sufrir? ¿¿Por qué él, como todos los chicos normales y de su edad, no podía ser feliz?? ¿Por qué no tenía permitido amar a nadie? ¡¿Por qué?! ¿Por qué sólo Sirius? ¿Por qué no él también?

Ni siquiera le había podido decir lo que sentía por él... Las dudas respecto a si lo que Sirius Black había sentido por él había sido algo más que simple cariño paternal le asaltaban constantemente, haciéndolo titubear. Pensando en que tal vez, muy probablemente, Sirius no le devolviese los sentimientos -¡Era sólo un niño! ¡¡Era su ahijado!!-; en que Sirius se alejara de él para siempre y en que lo perdería, Harry nunca se lo dijo. Había guardado sus sentimientos sólo para él, y ahora que Padfoot se había ido, nunca más podría decírselo... Sirius jamás se enteraría de lo que Harry Potter había sentido por él, y que aquello le carcomería las entrañas hasta consumirlo totalmente. Sirius nunca lo sabría, y el amor de Harry se marchitaría, como se marchitan todas las cosas a las que nunca se les da uso...

Las lágrimas emborronaron su visión y cerró los ojos, apretando el rostro entre la almohada vieja que tenía bajo su cabeza. No sentía deseos de llorar; no quería volver a llorar nunca más, pero... Sirius no estaba con él; Sirius se había marchado para siempre, sin importarle si lo dejaba solo y con el corazón hecho pedazos, así que ahora no podía hacer nada más que llorar...

Lo único que quería; lo único que quería en aquel momento era desvanecerse y no regresar hasta que estuviese nuevamente al lado de Sirius.

El sueño y el sopor del verano fueron más fuertes que él y sus ojos se cerraron poco a poco.

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Apretó los párpados fuertemente, enfadado.

Tenía mucho sueño; se sentía agotado, como si hubiese corrido o trabajado durante horas, y solamente deseaba dormir, pero el maldito golpeteo en su ventana no le dejaba en paz. Retumbaba por toda la habitación, taladrándole los oídos, y por más que Harry se retorciera en la cama y se cubriese la cabeza, éste no pensaba cesar. Finalmente, irritado, se sentó sobre el colchón y buscó sus gafas en la mesita de noche.

Una enorme lechuza parda se encontraba posada afuera de la ventana, entre la oscuridad de la noche, golpeando el vidrio con el pico y con un rollo de pergamino atado a su pata izquierda. Los penetrantes ojos ambarinos observaban con fijeza todo alrededor, y batía las alas elegantemente, desesperada. Cuando Harry abrió la ventana, entró volando rápidamente a la pieza, dejó caer el rollo sobre la cama, y después se posó sobre la percha vacía de Hedwig, que ahora debía de estar cazando por ahí.

Harry observó de reojo al animal, el cual le devolvió una mirada retadora, y luego regresó la vista hacia su cama, en donde el trozo de pergamino descansaba, previamente sellado con cera caliente y con su nombre escrito en clara caligrafía azul oscuro. Un azul oscuro que le recordaba a Sirius... Sacudió la cabeza, incómodo, y tomó la carta entre sus manos.

Mr. Harry James Potter.
La vieja habitación de juguetes.
Privet Drive #4.
Surrey.

Harry pensó en Minerva McGonagall, su profesora de Transfiguraciones y la única que se empeñaba en ser lo suficientemente específica como para que los búhos no se perdieran en su camino hacia Harry. Sin embargo, aquella letra ni era la de la profesora McGonagall, ni el sello que tenía era el de Hogwarts. Más bien era una curiosa letra desconocida, y el sello era una simple plasta azul de cera que Harry no se demoró en desprender.

No tenía el más mínimo interés en el contenido de aquella carta, pero la lechuza permanecía ahí parada, esperando -obviamente- por una respuesta, y Harry no tuvo mucha elección. Desplegó el papel y jadeó.

La única línea escrita dentro del viejo pergamino marrón decía Hola Harry. Lo demás era sólo papel.

Confundido, volteó el pergamino, esperando encontrar algún otro mensaje, pero no encontró nada más, salvo la dirección de sí mismo. Ni siquiera un remitente, ni siquiera algún indicio que pudiese decirle de quién pudiese ser aquella carta.

Por un momento, la horrible idea de que Voldemort hubiese decidido contactarle por medio de aquella carta cruzó por su cabeza, pero la sacudió fuertemente, tratando de descartar la idea. No. Si Voldemort hubiese colocado alguna especie de hechizo en el papel, o si tan sólo la lechuza hubiese estado en contacto con la magia oscura, las poderosas barreras que actuaban sobre la casa de los Dursley se hubiesen activado y hubiese muerto en el intento. Pero no. La lechuza había entrado y la carta con ella, y Harry Potter creyó ser víctima de alguna broma. Arrugando el papel, lo tiró hacia el bote de la basura que había en una esquina y volvió a dejarse caer sobre la cama.

Escuchó un aleteo sobre su cabeza, y, volviendo la mirada, pudo ver que aquella lechuza se había parado sobre la cama y ahora lo observaba fija y acusadoramente con sus brillantes ojos dorados.

Bufando, Harry se incorporó y buscó papel y pluma dentro de sus cosas de Hogwarts. Garabateó un escueto Hola. ¿Quién eres?, enrolló el pergamino, lo selló y lo ató a la pata del ave, la cual, tras morder suavemente el dedo índice del chico con el pico y ulular, dio un brinquito sobre la cama, se dio la media vuelta, y emprendió el vuelo.

Harry se quedó un rato, mirando por la ventana. Aquella lechuza tenía algo que le hacía sentirse inquieto, y el hecho de haber recibido una carta tan.. extraña, solamente le ayudaba a aumentar su inquietud. Pensó en escribir a alguien para comunicarle tan curioso suceso, pero la única persona que vino a su cabeza fue él... Arrojando el bote de tinta al suelo violentamente, se tiró sobre la cama y cerró fuertemente los ojos.

No quería seguir pensando en Sirius. Ya no más.

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Notas del autor: Lean For Sirius, en Harry/Sirius (Romance) en inglés (jeje, no recuerdo el nombre del autor, sorry..) y díganme copiona. No es una traducción, es un fanfic independiente con el mismo tema -cartas-, pero con perversas mentes creativas diferentes que le darán giros extraños y diversos -además de que sólo ha escrito los 3 primeros capítulos, así que no sé en que pensará terminarlo aquella persona-. ¿Qué más? Tal vez muchas cosas no concuerden con el libro, pero resulta que a Ed le ha dado flojera leerlo todo en inglés y por lo tanto solamente se sabe las pocas cosas que ha entendido por los pocos párrafos que ha leído y lo que le han contado :P Por cierto que éste fanfic ya está terminado, así que me disculpo si no puedo acceder a peticiones o sugerencias. ¡Igual, un review, please!

Ed