Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
LA CONDENA DEL PODER
«"¿No tienes miedo de mi oscuridad, mi amor?", preguntó Hades, mirándola a los ojos
"No", replicó Perséfone, "tú todavía no has visto la mía", añadió.»
Recomiendo: Infinite Games – Zola Blood
Capítulo beteado por Melina Aragón: Beta del grupo Élite Fanfiction.
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Capítulo 1:
La viuda
"Desvíate y juega infinitamente
Sin fin y sin comienzo
Arroja toda tu piel
(…) Desvíate y permítete pecar
(…) Solo estoy tratando de hacerlo bien…"
Solía creer que mi vida tenía un único propósito: sobrevivir. Lo supe de adolescente y lo experimenté por años. Durante todo ese tiempo busqué la manera de hacerlo y lo había logrado a costa de sudor y esfuerzo. Sabía que desde ahora iba a enfrentarme al peligro, pero era el precio a pagar. Recorrí los recuerdos de todo lo sucedido los últimos casi dos años, los mismos que me habían hecho la mujer que era ahora. Resultaba impensado que una mujer como yo, nacida bajo el alero de una familia religiosa, fanática, pobre y capaz de abandonar a su hija cuando más los necesitaba, sin creer en su palabra ni en sus necesidades, haya podido llegar hasta donde estaba. Pero heme aquí.
Sonreí.
Me miré al espejo y pasé mis manos por el vestido, estirándolo lentamente. Negro como la noche, corto, provocador, una herramienta letal para quebrantar las reglas que todos ellos iban a imponerme. Nadie iba a impedirme seguir mi propósito. Iba a inmiscuirme en esa familia, costara lo que costara. Y sí, Isabella Swan iba a estar frente a las personas que posiblemente iban a hacerle la vida imposible en el primer instante. Esa era yo, y debía hacerme a la idea.
—Perfecta —susurró Serafín, vistiendo de traje, como era su costumbre—. No pasará desapercibida, señora.
Boté el aire y me contemplé, más madura, fuerte y dispuesta a luchar por lo que era mío, enviando a lo más profundo de mí a esa Bella inocente, dulce y tranquila, a la verdadera, a mi espíritu real. Así no iba a conseguir que me respetaran.
—El funeral es en media hora. Debemos irnos —me recordó.
Asentí y me puse el sombrero, dejando caer la pequeña malla cuadrada sobre mi rostro.
—Es momento de enfrentarlos a cada uno de ellos —sentencié.
Antes de marcharme, miré hacia la mesa del vestíbulo, analizando la fotografía de él.
—Cumpliré mi parte, ya lo verás —fue lo último que dije—. Te lo prometí por todo lo que me ayudaste, fuiste el padre que nunca tuve.
Afuera nos esperaba el Rolls Royce negro y el chofer ya estaba con la puerta abierta.
—¿Adónde nos dirigimos, señorita?
Miré el paisaje, sin poder creer que ya estábamos aquí. Nueva York había cambiado desde que me fui, pero no su aspecto, sino el aire que se respiraba.
—Al cementerio —respondí.
El camino hacia ese lugar fue lento para mí, como si el coche se uniera a la espera tortuosa, provocando mi nerviosismo. No, la Isabella interior no debía salir, de lo contrario iban a notar que solo era una mujer joven, sin la experiencia turbia de esa familia.
—Tranquila, señorita Isabella, todo pasará. Es el comienzo —me susurró Serafín—. Los conozco como a la palma de mi mano, estaré siempre con usted.
Cuando vi el cementerio cercano a nosotros, supe que era el momento de enfrentarme a esa familia, tal como lo prometí. Me ardía el vientre de angustia, intranquilidad y timidez.
«Contrólate, debes demostrar que no tienes miedo».
Me calcé los guantes y noté cómo todos, convocados para despedir al ex presidente de Estados Unidos, Carlisle Cullen, miraban el coche que había llegado de improviso. Elevé la barbilla, usando mi máscara de poder, y esperé a que el chofer aparcara frente a toda la familia, que despedía al padre, al hermano, al amigo y… al exesposo.
Sonreí mientras se me aguaban los ojos frente al miedo que me provocaba lo que iba a enfrentar. No era más que una mujer de veinte que había tenido que madurar más temprano de lo que debía.
—Se lo prometí, Carlisle, por todo lo que hizo por mí —musité.
Me abrieron la puerta mientras veía los flashes de las cámaras de prensa, intentando mantener la exclusiva de lo que sería el mayor escándalo nunca antes visto en la política del país, saqué el pie, mostrando mi lustroso stiletto de suela roja, brillante, poderoso… e inquebrantable, y luego la media que cubría mi piel. Serafín me esperaba, mirando a su alrededor con la misma tensión, aunque la suya era diferente, pues sabía que para el resto lo que estaba haciendo era la mayor traición hacia la familia Cullen.
—Descuide, mentón arriba y nada que temer —susurró.
Él los conocía como a la palma de su mano, ¿cómo no?, si fue el gran confidente del patriarca, manteniéndose siempre fiel a su lado como el mejor mayordomo de la familia. ¿Quién iba a pensar que años más tarde el gran Serafín iba a revelarse contra los demás miembros del clan Cullen para irse con su fiel jefe, Carlisle Cullen?
«Como un ángel revelándose contra las autoridades del cielo».
Las luces de las cámaras no me permitían ver con tranquilidad, hacia adelante solo veía un camino ciego, oscuro y a su vez inequívoco, era el correcto, el que me prometí tomar.
—¿Puede decirnos realmente qué sucedió con el ex presidente Carlisle Cullen? —inquirió una de las periodistas, interponiéndose en mi recorrido—. ¿Es verdad que ha dejado todas sus riquezas a usted, olvidándose de su familia?
No la miré, tampoco al resto. Sabía que además de los periodistas, quienes me veían por primera vez, también estaban los amigos, simpatizantes, socios y la gran familia de Carlisle.
Logré escabullirme de todos ellos y pude llegar a la zona central del parque, donde estaban efectuando el funeral. Cuando vi a todas esas personas rodeando el féretro, con las flores, los arreglos y regalos para despedirlo, sentí el nudo en la garganta, el mismo que sentí al verlo morir.
—Es ella —susurró una mujer, diciéndoselo a otra.
Las dos me miraban con recelo y los prejuicios por delante. No me sorprendió.
—No pensé que su actual esposa fuera tan joven —afirmó un hombre.
Me reí por lo bajo.
—Es asqueroso, ¡puede ser perfectamente su nieta! —siguieron diciendo.
Volví a cerrar los ojos.
Ya sabían lo que pensaban, no iba a hacerles creer lo contrario, aunque estuvieran muy alejados de aquella realidad. Nunca me tocó, nunca se propasó… nunca me trató como algo más que una hija pero para los demás seguiría siendo la mujerzuela joven que trepó hasta conquistar a Carlisle Cullen, el inmensamente recordado presidente de los Estados Unidos, tan querido que, ante su muerte, todo el pueblo lloró por él. Era la viuda, la villana.
«Qué lejos de la realidad».
Crucé el camino hasta donde se encontraba su cuerpo, el mismo que cuidé por todos esos meses. Sufrió, claro que sí, pero estaba tranquilo, siempre lo estuvo. A pesar de todas esas miradas, logré mi cometido y me posé debajo de aquel techo, mirando la fotografía que había a los pies de su féretro. La tapa estaba abierta pero no me atreví a mirar, no quería llorar delante de todos estos desconocidos. Luego toqué las flores, sintiendo la honda agonía de lo que significaba su muerte para mí.
Me sentía muy sola.
—¡¿Qué hace esta mujer aquí?! —bramó una voz femenina.
Me tensé unos segundos, conteniendo la respiración.
Era ella.
—¡¿Quién se lo permitió?! —volvió a gritar.
Tragué y me giré para enfrentarla.
—Esme —susurré mientras apretaba mis manos.
Era tal como la recordaba por las fotografías y la primera vez que la vi, hace meses atrás. Esbelta, sin representar su edad, debía pasar los cincuenta y pico. Tenía una elegancia soberbia, inquebrantable, grotesca e imponente. De cabello color caramelo hasta los hombros, mantenía una mirada penetrante y triste; el castaño de sus ojos resultaba genuinamente hermoso, casi… intrigante, de no ser porque algo en ellos parecía disfrazado, falso… como una estatua. Su cuerpo era pequeño y grácil, llevaba un traje sastre digno de la que fue la primera dama del país por tanto tiempo, amada por toda la comunidad. Cómo no, si era la exesposa del hombre que meses antes de morir decidió pedirme la mano. Esta vez, la villana era yo.
—¿Con qué derecho vienes aquí? —Su voz bajó algunos niveles, oscurecida… peligrosa—. No tienes ninguno, lo sabes bien.
—Sabe quién fui para él, ya no tiene cómo negarlo —afirmé.
—Y tú, Serafín —gruñó—, ¿cómo pudiste?
El mayordomo se mantuvo de piedra, sin mostrar emociones.
—Saquen a esta mujer de aquí —insistió—, ¡sáquenla ya!
Di un paso adelante y dos guardaespaldas me impidieron moverme siquiera un centímetro más.
—No voy a irme, sabes que no puedes hacerlo, la actual esposa de Carlisle soy yo… o lo fui.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras yo me mantenía inquebrantable en mi posición, manteniendo las manos apretadas, enfrentándola.
—Haz lo que quieras —dijo finalmente, sollozando de intenso dolor.
No le creí.
—Madre, ven con nosotros —pidió una mujer, acercándose a ella.
Nos contemplamos, mirada contra mirada. Sabía quién era. Rubia, despampanante, soberbia y de mirada gélida como un iceberg. Su caro traje sastre le quedaba fenomenal, combinaba tan bien con esa cabellera larga y abundante.
«Rosalie Cullen».
Era la hija del medio, apegada a su madre pero constantemente distante. Siempre estuvo a cargo de los medios, manejando una elocuencia y una sofisticación digna de ella.
—Mucho gusto —musité.
No me respondió. Me fulminaba, muy quieta, odiándome con cada expresión saliendo de su rostro.
—No hagamos un escándalo —insistió.
Contemplé su camino, queriendo averiguar dónde estaban los famosos Cullen. Las seguí, yo también merecía estar en el lado de los privilegios porque Carlisle me eligió a mí para estar ahí. Por dentro temblaba, estaba frente a unas de las personas más influyentes de Estados Unidos, Isabella era apenas una chica de veinte, una chica que debería estar viviendo su vida de otra manera. Pero aquí estaba, conviviendo con ellos, luchando por sobrevivir.
Debía hacerlo.
—¿Quién es ella? —preguntó una voz dulce.
Lo supe de inmediato. Tenía mi edad pero era mucho más pequeña que yo. Con un cabello corto hasta el mentón, castaño oscuro, nariz puntiaguda y ojos azules con abundantes pestañas, su sonrisa no pasó desapercibida.
Alice Cullen, la hija menor, la que amaba a su padre con fervor.
—Buenas tardes —saludé—. Isabella —me presenté.
Levantó sus cejas.
—Isabella —murmuró.
—Mucho gusto.
Miró al suelo unos segundos.
—Mucho…
—¡Alice! —bramó Esme—. Ven aquí.
Ella cerró los ojos unos segundos y se alejó, sonriéndome una última vez.
Era diferente.
Finalmente suspiré y dispuesta a caminar nuevamente hacia el féretro de Carlisle. Sin embargo, una mirada penetrante, una que no pude dejar pasar de entre todas las demás, hizo que frenara. Busqué al dueño y mi respiración cesó.
El dueño de esa penetrante mirada ni siquiera tenía los ojos descubiertos. Llevaba unas elegantes gafas de sol. Alto, tanto que resultaba enormemente imponente, sofisticado, soberbio y guapo como no me lo imaginé. Tuve que tragar mientras veía su suave sonrisa calculadora, analizando mis movimientos. Tenía la cincelada y viril mandíbula tensa, una nariz fascinante y unos labios llenos, perfilados… atractivos. Llevaba un traje oscuro y entallado, lo que me permitía dar cuenta de un pecho amplio, fuerte, así como sus brazos, sus caderas y sus muslos. Era el hombre más guapo que había visto nunca.
—Edward Cullen —murmuró Serafín, llegando a mi lado.
Tragué.
Dios mío, era él.
Apreté mis manos y desvié la mirada, intimidada, débil… atraída a esa postura tan amenazadora.
—El senador —susurré, mordiéndome el labio.
Era el hombre más poderoso que existía en el senado, y junto a toda la historia familiar, posiblemente el que mayor autoridad tenía ante muchos políticos existentes. Era el digno hijo mayor de Carlisle, su favorito, aquel que siempre recordaba con un cariño que nunca logré comprender. Era una joven promesa de la democracia del país, con apenas treinta y cuatro años gozaba de un respeto envidiable y grotesco.
Dos pasos detrás de él, se encontraban dos hombres de traje negro, quienes llevaban un auricular en su oreja.
«Guardaespaldas».
Noté cómo seguía cada uno de mis movimientos, parecía magnético.
—Señorita —llamó Serafín.
Volví en sí.
—Van a enterrarlo —musitó.
Oh, Carlisle.
Me volví hacia el féretro y el comienzo de la ceremonia consumió todo de mí. Con una suave música ambiental, tocada en vivo, dieron el inicio de su descanso. Esme lloraba mientras tocaba la tapa, mirándolo mientras le acompañaba su hija Rosalie. Alice depositó un ramo de flores y luego lo hizo él, Edward Cullen, que al mirarlo solo se mantuvo con la quijada tensa, como todo su cuerpo.
Para todos era el fin pero para mí era el comienzo… El comienzo de mi poder.
«Gracias por todo, Carlisle. Fuiste como un padre para mí».
Me acerqué al féretro para darle mi adiós, sintiendo esa misma mirada intensa, siguiendo cada paso que daba. Era inconfundible lo que emanaba de ella, la penetrante y oculta mirada del senador Cullen.
.
Luego de la despedida de Carlisle, la familia Cullen tenía preparado un cóctel para poder agradecer la calidez de todos los invitados. Estaba claro que no estaba invitada.
—Es difícil, Serafín —musité.
—Lo sé, señorita, pero debe ser fuerte.
—Sabes que tengo miedo.
—Estoy aquí…
Él iba a decir algo más pero noté que se había callado. Al averiguar, me di cuenta de que Alice se había acercado a nosotros.
—Hola —dijo con suavidad.
Me puse a la defensiva de inmediato, contemplando cada aspecto de ella. Vestía de forma elegante pero no se comparaba a los demás de su familia. Su mirada resultó genuinamente dulce e intrigada, como si quisiera acercarse más.
—Serafín, qué alegría verte —susurró, dando un paso adelante.
Lo abrazó y él cerró sus ojos, como si necesitara de ese gesto. Alice tembló de añoranza, a punto de echarse a llorar.
—Necesitaba verte, te extrañé mucho —añadió ella.
—Y yo a usted, señorita —respondió Serafín, apretándole las manos.
—Gracias por acompañar a mi padre, fuiste muy valiente.
Los contemplaba, manteniendo mi distancia. Serafín parecía muy emocionado, tal como imaginé.
Cuando se separaron, Alice se giró para mirarme otra vez.
—Es un gusto conocerte. Gracias también por acompañar a mi padre —afirmó—. ¿Puedo decirte Bella?
Pestañeé.
—No, perdóname, quizá soy muy confianzuda… —Apretó los labios, avergonzada—. Pasen al cóctel, son bienvenidos.
Serafín me dijo que Alice siempre fue la oveja negra. Odiaba la política, el poder y lo que significaba convivir con los problemas que rodeaban a la familia. En definitiva, era muy diferente.
El cóctel estaba repleto de personas muy influyentes y amigos de la familia. Esme Cullen era la gran anfitriona, moviéndose de un lado para otro con una copa en la mano, apaciguando sus lágrimas con el alcohol. Era querida, respetada y valorada por todo el mundo.
—¿Quieren beber algo? —inquirió Alice—. Por favor, no me digan que no.
Inspiré, mirando a mi alrededor mientras Serafín contestaba por mí. De entre todos, solo Alice debía tener mi edad, los demás pasaban de los treinta, demasiado acostumbrados a su vivir para siquiera verme como una real amenaza… excepto Esme, que cuando notó mi presencia, hizo temblar la copa ante la fuerza que aplicó a esta, iracunda.
—Serafín, qué sorpresa —exclamó uno de los asistentes.
Era un diputado.
—Señor Denali, mucho gusto —afirmó él en respuesta.
—Usted debe ser Isabella. —Me miró, analizándome.
—Claro que lo sabe —respondí, dejándolo con las palabras en la boca. No quería tener que relacionarme con esa gente.
Él siguió mis pasos, mirándome de pies a cabeza, aunque no supe identificar qué ocurría con esa manera de contemplarme. Tuve miedo, tanto que no me di cuenta de que choqué con alguien.
—Lo siento —musité.
Era Alice.
—No te preocupes, ¿estás bien? —preguntó, pasando sus manos por mis brazos.
Asentí con rapidez pero ella me miraba de una manera tan empática y diferente al resto, que por un segundo quise actuar como alguien de mi edad. Solo tenía veinte y era demasiado inexperta para sostenerme con la soltura que quería, por más que lo intentara.
Miré por detrás de su hombro y vi a Rosalie, entrecerrando sus ojos ante nuestra cercanía, luego a los diputados Denali, a otros políticos importantes, celebridades de buena reputación y simpatizantes de los partidos. Era un mundo que no me pertenecía.
Sin embargo, mis rodillas temblaron cuando vi que se acercaba el senador Edward Cullen a paso lento, como un demonio acechador, dispuesto a atacar a sus víctimas y llevarlas a su averno.
—Alice —murmuró, sacándome un respingo.
Tenía una voz muy masculina, pero suave, serena… atractiva.
Su hermana cerró los ojos por unos segundos, como si la hubieran encontrado en una travesura.
—Edward, hermano, te presento a…
—Ya sé quién es —la interrumpió con suavidad—. ¿Nos dejas un momento a solas?
Alice suspiró y asintió, no con temor ante su evidente autoridad, sino con la expresión de una pequeña que es persuadida por el mayor.
—Está bien. Te veo al rato, ¿bueno?
Asentí y la vi marchar. Una vez a solas, miré de reojo al senador Cullen, sintiendo su perfume, su calor y su imponente altura y presencia delante de mí.
—Isabella Swan —musitó.
Lo miré y me encontré con sus intensos ojos verdes. Nunca había visto un iris como los suyos.
—¿Puedo saber quién le dijo que está bienvenida? —preguntó, endureciendo su voz.
—No necesito una invitación, lo sabe bien —respondí con soltura, levantando mi barbilla.
Apretó la mandíbula, dejó la copa que tenía en su mano sobre una de las mesas y me tomó desde la muñeca con suavidad.
—¿Qué hace? —espeté, furiosa.
No me respondió y me llevó hasta uno de los pasillos, donde no se encontraba nadie y la luz parecía muy opaca. Él estaba más cerca, podía sentir con mayor intensidad su aroma.
—No sabe dónde ni con quiénes se ha entrometido —bramó, poniendo una de sus manos en la pared, encarcelándome con sutileza.
Mi pequeño abrigo comenzó a caerse por mis hombros debido al jaleo, mirándolo con odio. El senador siguió el movimiento de la tela, descubriendo parte de mi desnudez, mi escote y la suavidad de mi piel.
Tragó y me miró a los ojos, con su nariz cerca de la mía, mientras yo entrecerraba mi mirada, enfrentándome al peor de todos: el senador.
Buenas tardes, les traigo el primer capítulo de esta historia. Como vieron, este Edward es de temer, un dominante y oscuro hombre que se ve enfrentado a la llegada de la mujer que estuvo los últimos días con Carlisle, su padre. ¿Por qué? Bella lo llama como el padre que nunca tuvo, entonces ¿por qué se casaron? ¿Por qué enfrentar a todos como la viuda? Edward hará todo lo posible por sacarla del medio, ¿no creen? Y Bella no se dejará en absoluto. Al parecer, el senador recibirá una cucharada de su propia medicina. ¿Qué creen que pase a futuro? Las cosas estarán muy intensas entre estos dos. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
De antemano pido disculpas correspondientes por no enviar los adelantos, pero hoy tuve la tarde libre de sorpresa y no podía actualizar por varios días más, así que aproveché para traerles el capítulo y que lo disfrutaran, así no pasan tantos días sin novedades. ¿Me perdonan?
Agradezco los comentarios de SeguidoradeChile, BreezeCullenSwan, Pam Malfoy Black, freedom2604, Milacaceres11039, Aidee Bells, Rero96, ale173, Flor Santana, Noriitha, CazaDragones, Jeli, maribel hernandez cullen, Coni, Bello swan dwyer, Valentina Paez, Liliana Macias, JMMA, Wenday 14, morales13roxy, PielKnela, alyssag19, Ojitos, Chocolate, fernyyuki, viridianaconticruz, Admiradora vzlan, Caf, Morita, Chik venezolana, sheep0294, BellsCullen8, calia19, luisita, lalyrobsten, Valevalverde57, catableu, LizMaratzza, caritofornasier, A Karina s g, miop, Diana, Paliia Love, kathlenayala, stella mio, AnabellaCS, Tata XOXO, EniCullenMasen, Liz Vidal, Eli mMsen, Brenda Cullenn, Robaddict18, Abigail, Adrianacarrera, Alexandra Nash, Techu, Olga Javier Hdez, Iza, RuderLove, Gra, Nat Cullen, merodeadores1996, FlorVillu, veronikice, Marxtin, dana masen cullen, krisr0405, Veronica, cavendano13, somas, Yoliki, debynoe12, Fernanda javiera, valentinadelafuente, lunadragneel15, Andre22twi, piligm, camilitha cullen, Johanna22, Reva4, Cat Gul, Elmi, KRISS95, almacullenmasen, Vero Morales, Melany, Mela Masen, Bell Cullen Hall, jroblesgaravito96, Vanina Iliana, Erika, CCar, saraipineda44, Diana hurtarte, florcitacullen1, Miryluz, angeladel, Tereyasha Mooz, valem00, Pancardo, AstridCP, Elizabeth Marie Cullen, isbella cullen's swan, GabySS501, LoreVab, Twilightsecretlove, JossBel Masen, Ivette marmolejo, joabruno, Gan, viridianahernandez1656, Majo, jackierys, LadyRedScarlet, Pameva, DanitLuna, AndreaSL, NarMaVeg, Jocelyn, Ceci Machin, rosycanul10, BellaNympha, Miri, Esal, Andrea Ojeda, patymdn, AntoLeon, renatamatusa, Marisol, Damaris 14, barbya95, beakis, Kamile PattzCullen, crazzyRR, Maydi94, CrepusculoTotal, Beastyle, Smedina, ManitoIzquierdaxd, Jenni98isa, dayana ramirez, Alejandra Va, MariaL8, Luisa huiniguir, Heart on Winter, Mime Herondale, Rose Hernndez, vaniaviles87, Alejandra, PatyMChan, Claribel Cabrera, Chiqui Covet, Ilucena928, twilightter, Macarena, Isabel Tapia, Mer, Mica, LicetSalvatore, carlita16, Lu40, Kate, Monse, selenne88, lauryME, kaja0507, cary, ELIZABETH, rjnavajas, Maca Ugarte Diaz, natuchis2011b, NoeLiia, CelyJoe, Nat Cullen, josalq, Srita Cullen brandon, Mayraargo25, mahindarink05, Diana Sabat Molina, MaleCullen y Guest, espero volver a leerlas a todas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen ni idea de lo que provoca en mí las cosas hermosas que dicen, el entusiasmo que impulsan y la manera que tienen de incentivarme a seguir, de verdad muchas gracias
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