¡Hola de nuevo!
No debería de estar publicando algo sin terminar la historia que tenía antes, pero leí Magnus Chase en 4 días y tenía que escribir algo de ellos.
Espero que les guste.
Para mi Prima
LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN, SON OBRA DE RICK RIORDAN.
LA CELEBRACIÓN MENCIONADA ES PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL DE LA HUMANIDAD Y LA AMO
LOS PERSONAJES Y HECHOS SON TRATADOS CON EL MAYOR DE MIS RESPETOS
OTHALA
Su cita no iba bien, a estas alturas Magnus estaba completamente seguro de que lo que sea que hubiera pasado en su cabeza cuando invitó a Alex a acampar no estaba pasando de la manera en que debía de ser.
Tal vez se debía a que en cuanto pusieron un pie en Midgard no habían salido en Boston sino muchos muchos kilómetros más lejos: en México.
Alex había reconocido el lugar como un pequeño pueblo cerca de lo que hace muchísimos años se llamó Tlatilco, gracias a una foto olvidada y presente en su habitación que alguna vez perteneció a su abuelo.
Para ser honestos, no se parecía en nada a lo que podría haber visto en la televisión y todos hablaban en español, idioma que en realidad no entendía.
Esa debió ser su primera pista de que esto no saldría como él esperaba, aunque también debió percatarse de eso en cuanto echaron a andar y podía percibir por el rabillo del ojo pequeñas criaturas impensables saltando de un lado al otro, mirándolo.
Pero Alex se veía completamente feliz, había puesto una sonrisa que no estallaba en carcajada, ladeando sus labios en una mueca satisfactoria que, si era posible, la hacía más atractiva.
Ella había empezado a hablar sobre su abuelo. Ella había comentado que "siempre había querido visitar aquello" mientras jugaba con su cabello y las cuerdas de la mochila.
Así que lo dejó pasar.
Pero no contaba con que una figurilla femenina se parara frente a ellos.
Una figurilla de dos rostros que miraba a Alex con las cuencas de los ojos vacías y le llamaba con un muñón que parecía ser una mano cortada, echando a correr entre una calle angosta, una figurilla que era difícil de perseguir porque medía aproximadamente 20 centímetros.
Tal vez ahí debió darse cuenta, pero no.
Estuvo seguro de que perseguir a Alex (quien estaba persiguiendo a la figurilla) era lo correcto, no la iba dejar sola.
Pero se resignó por completo a cualquier tinte romántico cuando terminó empapado, a la mitad de un lago, tratando de respirar ahogándose por el peso de la mochila en su espalda.
Se resignó cuando por fin salió del agua y sintió que estaba en un festival cadavérico salido de una película de terror.
En el cielo la luna brillaba, redonda y grande de color naranja, desde el lago se percibía tan cerca que parecía que estaba a unos pasos y no a miles de millones de metros, pero eso no era todo, a la orilla del lago lo que parecía un centenar de personas caminaban en procesión, todas iluminadas solo por velas, fuego danzando en sus rostros, haciéndoles ver como calaveras, a lo lejos pequeñas embarcaciones zarpaban hacia ellos.
Una les alcanzó, la figurilla escurridiza sobre ella, recostada sobre un montón de flores naranjas.
-¿Dónde estamos? – preguntó.
A su lado, igual de empapada que él, Alex miraba con detenimiento la orilla.
-Donde tengo que estar – murmuró ella mientras la extraña figurilla de cuencas vacías saltaba a su hombro.
– Ahora no es momento para que te quedes atrás, Chase. Investiguemos.
-¿No te parece sospechoso? – le cuestionó Magnus. – Todas esas personas.
Alex negó.
-Es final de octubre. – murmuró – Día de muertos.
Eso no sonaba precisamente relajante.
-¿Quieres decir que todas esas personas están muertas? – en su cuello, Jack no parecía muy cómodo pero se reía de él.
-Claro que no. Ellos no son como nosotros, idiota. – le contestó Alex.
– Salgamos de aquí. – propuso – No creo que averigüemos nada desde el agua.
Y eso hicieron, pero de cerca la situación lo seguía poniendo nervioso.
Las personas caminaban acompañadas de toda la familia, todos ellos con sonrisas en sus rostros, a veces con alguna lágrima nostálgica y al parecer se dirigían a un cementerio.
"¿De verdad estamos caminando hacia un cementerio?" le comentaba Jack.
Magnus podía imaginar el filo de su espada reflejando el centenar de velas.
"Es a dónde Alex quiere ir" le contestaba él con irritación.
"Deberías preguntarle si planea asesinarte y enterrarte en este lugar" se burlaba la espada. "Una cita no debería acabar en un cementerio, recuerdo que algún día con Frey...
A pesar de que caminaban a un lado del otro, Alex parecía escuchar lo que la estatuilla le decía, aunque se mantenía en silencio. Además, parecía no dudar hacia donde ir.
Algo pasó corriendo entre sus piernas y tropezó, Alex lo jaló del brazo con un poco de fuerza e hizo que quedara frente a ella.
Dioses, sus ojos.
Alex tenía unos ojos preciosos. Uno café, uno ámbar. ¿Alguna vez has visto el chocolate brillar sobre las llamas? Alex lo tenía, una chispa bailando en sus ojos. Una chispa que su cabello verde estaba obstruyendo.
-¿Es que no sabes caminar? – lo encaró ella. Una ceja alzada, un tono burlón y su tacto fuerte.
Él podría haber formulado una respuesta inteligente, podría haberle dicho que una figurilla había corrido entre sus pies hasta encontrarse con una pequeña niña de 6 años pero él solo colocó el mechón verde fuera del rostro de Alex y le sonrió como idiota.
-Tienes unos ojos preciosos- le dijo.
Ella le dio un manotazo y miró hacia enfrente. A la luz de las velas, el tono de su piel adquiría un tono rojizo.
-¿Terminaste de declararme tu amor eterno?
Magnus sonrió.
-No es algo que no haya hecho antes frente a miles de enemigos.
Alex bufó y también colocó una de sus manos, la que no lo sostenía, en el cinturón bajó el suéter verde de cuadros rosas, su arma letal. Magnus no quería ser decapitado (de nuevo) por decir lo primero que pensaba cuando la veía.
-¿Porque hay tantas figurillas corriendo por aquí? – le cuestionó.
Alex miró sobre su hombro, donde el doble rostro inclinaba la cabeza mirándolo fijamente, casi le parecía escucharlo diciendo "¿es que no sabes nada?"
-En Tlatilco se enterraba a los seres queridos con una de estas figuras. Las mujeres bonitas.
-¿Son mujeres? – el doble rostro parecía fruncirle el ceño.
-¿Tienes algún problema?
Magnus negó y él desvió la vista hacia la entrada del cementerio, que estaba solo a unos pasos.
-Ella, él. No importa. ¿Verdad? Es tu abuelo guiando el camino. Nos está guiando a él.
El agarre en su brazo aflojó un poco. Ahora que podía pensarlo, había algo cálido en el tacto de Alex, un estremecimiento placentero como los primeros rayos de sol en la primavera.
-Es media noche. Es primero de Noviembre – susurró Alex. – Son las flores las que guían el camino, pero no el de nosotros.
Ahí, en ese momento y en ese contacto Magnus sintió el poder de Frey fluyendo en él, sintió el vació que antecede a la curación, pudo ver a un hombre abrazando a un pequeño niño, pudo ver a Alex por primera vez frente a un torno... supo que no tenía que estar haciendo eso.
Pero Alex no se separaba.
Él seguía sanando.
Trataba de ver dónde estaba el daño, pero solo sentía vacío. Podía ver tornos, barro, piezas inconexas, nostalgia.
-Magnus – la voz peligrosa de Alex se metía en su cabeza. Pero el vacío seguía.
-¡Magnus, detente!
Un pedido silencioso. No estaba sanando a Alex, estaba respondiendo al llamado de su abuelo.
Cuando abrió los ojos la figura sostenía uno de sus dedos, señalaba con su bracito sin dedos más adelante, escalando sobre su hombro hábilmente.
Sabía lo que tenía que hacer.
Tomó de la mano de Alex, la apretó fuerte contra la suya.
Caminó hacia donde se le indicaba.
Y entendió poco a poco que había sido su abuelo el que había arreglado que salieran a un lugar diferente, que se encontraran con la pequeña creación que había hecho, todo para que se reencontraran.
"Gracias" escuchó. La figurilla ahora recargada sobre su cuello y cálida, como si latiera. Como si un corazón habitara lo que antes era solo vacío y arcilla.
Mientras más pasos daba, era más nítida la imagen de la tumba del abuelo Fierro. En algún momento ya no tiraba de la mano de Alex, era él quien tiraba de Magnus, era él quien temblaba con emoción, quién se estaba abriendo con él.
Y así pudo ver las manos con arrugas sobre las de un pequeño Alex dando forma a un montón de arcilla, las prácticas constantes con plastilina, la música en español sonando en un taller, la sonrisa del abuelo (casi tan parecida a la de Alex en los días buenos, tan parecida a la que le dedico ese 4 de Julio entre fuegos artificiales sintiéndose toda una protagonista de anime).
-Abuelo – murmuró Alex a una tumba llena de ramas secas, descuidada por el tiempo. Las lágrimas a penas contenidas por esfuerzo.
Se había arrodillado frente a una fecha descolorida.
A Magnus le costaba observar esa escena, se sentía igual que la vez que había visto la runa Othala en el pozo de la casa de Heart, como un intruso mientras su amigo le decía adiós a su hermano una última vez.
La figurilla había tomado su lugar frente a una vasija, por fin quieta pero latiendo, viva por una noche.
-Yo... – dijo él, sabiendo que ni todo el hidromiel de Kvasir le daría las palabras adecuadas, pero fue interrumpido por la voz quieta y serena de Alex.
-Ha pasado un tiempo, lo sé. – dijo él. Su voz no sonaba rota o triste, ni siquiera nostálgica, estaba contenida en una sonrisa congelada por el tiempo – Cómo tal vez ya sabes, morí hace unos años. Pero di una buena batalla, ya sabes como somos los Fierro.
Una verdadera sonrisa se abrió paso por la boca de Alex, dejándolo al pendiente de cada una de sus palabras.
-No deje que nadie cambiara lo que soy, creo que incluso he llegado a aceptarme por completo, a hacer mío lo que me corresponde, incluso se lo enseñé a mi hermana: Sam. No la conoces, por supuesto, pero es tan aguerrida como los Fierro.
Alex se acomodó sobre sus piernas, quitando las ramas secas, agarrando flores naranjas y moradas de otras tumbas cercanas, acomodándolas con cariño, con energía, como si la música alegre del panteón se filtrara sobre él.
-Un día cumplí tu legado, Abuelo. Hice la figura viviente, la de dos caras, como la que me trajo hasta aquí hoy. Me entregó el corazón del enemigo, que era una pieza que no competía con las tuyas. – él dejó escapar una risa. – Creo que jamás te agradecí por tu apoyo, no lo suficiente. Fuiste mi primer paso a sentirme completo.
Alex miró su mano, movió los dedos de forma nerviosa y colocó una de esas extrañas flores sobre su cabello.
El contraste del verde y el naranja era precioso.
Había perdido la cuenta del número de veces que había usado esa palabra para Alex.
Y qué decir de sus ojos... Ojos que lo estaban mirando fijamente, en una mirada cohibida, coqueta, nerviosa y peligrosa si no obedecía sus ordenes.
-Siéntate – le dijo.
Una vez en el suelo Alex le tomó ambas manos y miró al pequeño pedazo de arcilla que empezaba a derretirse.
-Abuelo, él es Magnus.
Por un instante él se preocupó por su aspecto. Seguía con la ropa húmeda y su cabello era más largo que lo usual, debido a que Alex había estado ocupado las últimas semanas. No creía que fuera el aspecto adecuado cuando conoces a la familia de tu... persona especial o lo que sea que tenían.
-Me ha llevado al fin del mundo, no de la manera que piensas, no fue nada romántico pero ha estado ahí para mí. Además, es hijo del verano. Tiene material de novio. ¿No crees? Es bueno que sea el mío. No fue sencillo pero he decidido estar con él.
Si lo hubiera matado no se sentiría más sorprendido.
-Cuando lo besé en Nilfheim... – musitó él, Magnus estaba observándolo. – también ha sido lo mejor que he sentido.
Magnus se sentía tan vivo e inquieto como un pez sacado de su pecera. Sí, era la mejor referencia que tenía.
Alex se quitó la mochila, sacó las reservas de comida y a pesar de que estaban mojadas abrió un chocolate, lo partió a la mitad y comió un poco antes de dejar el resto en el suelo.
-Lamento no traer mucho más, Abue. – se sentía muy íntimo ese término. Sobre todo cuando estaba cargado con el acento adecuado.
Magnus se preguntó si así sonaba cuando hablaba con su madre, cuando trataba de sentirla en la naturaleza. Él mismo sacó un poco del falafel escurrido y lo puso sobre la tierra.
-Gracias. – musitó Magnus y Alex empezó a sollozar.
Horas después, Alex tomaba su mano mientras veían el amanecer.
Habían pasado la noche frente a la tumba de su abuelo junto con muchas otras familias, compartiendo comida, compartiendo música, siendo ellos. La figurilla había perdido su forma y el brillo al anunciarse en alba, Alex había dado por terminado su encuentro en una despedida silenciosa.
-No es la cita que había planeado – le había dicho Magnus – pero sí se cómo quiero que acabe.
Alex le sonreía, con las mejillas rojas, con los labios pidiendo un beso.
-¿Y qué es lo que esperas?