Amé escribir este oneshot y creo que le haré una continuación, aunque no prometo nada, pero realmente tengo ganas de una segunda parte.

Gracias a todos los que siempre me leen y comentan, los quiero. Tal vez no puedo contestar cuando son capítulos únicos, pero los leo todos y me emociono de que les guste lo que escribo, alguien me dijo en mi historia anterior que escribo más fluido ahora y me hizo sonrojar con eso, muchas gracias, personita.

Y muchas gracias por insultar a Reito (lo merecía en el anterior), por dejar sus percepciones de la relación entre Shizuru y Natsuki y por todo lo demás. Besitos y abrazos, se cuidan mucho.

P.D. Espero les guste porque esta vez intenté algo que no había hecho muy seguido.


—¡Shizuru! ¡Shizuru, resiste por favor!

La tomé entre mis brazos, gritaba de dolor y yo no podía hacer nada para ayudarla. Llamé a una ambulancia, pero cuando llegaron ella se había desmayado; tenía el rostro rojo, la sangre recorría sus mejillas en una carrera interminable, a pesar de que intenté contener la hemorragia y las manos se me llenaron de sangre, todo seguía igual.

Desperté con el corazón acelerado. Me dolía el cuerpo por dormir en una mala posición por lo cual intenté estirar mis brazos hacia el frente y froté mi cuello con fuerza. Las magulladuras en mi piel eran bastante notorias, tenía líneas moradas alrededor de los brazos y un hematoma adornaba mi pómulo derecho de color morado verdoso.

No me dolían mis heridas, o por lo menos no más de lo normal. No era mi primera pelea, perdí la cuenta de la cantidad de veces que me vi involucrada en situaciones similares; yo no buscaba los problemas, pero estos parecían encontrarme con facilidad.

A pesar de los golpes y accidentes de los cuales fui parte, no me importó demasiado. La motocicleta podía arreglarla, los golpes sanarían tarde o temprano, pero esta vez Shizuru me encontró a destiempo; se topó conmigo en el momento equivocado.

Esa chica, la que se montó en mi moto a pesar del miedo sólo por su confianza en mí, la misma muchacha que me cocinaba cuando iba de visita o quien se encargó de limpiar mis heridas en cada ocasión, ahora estaba sufriendo en una cama de hospital y todo por su relación conmigo.

Es mi mejor amiga y la mujer de quien me enamoré, aunque nunca se lo haya dicho; la conocí cuando íbamos a la misma escuela y desde entonces nos volvimos inseparables, quizá porque ella quería proteger a alguien debido a que su hermana consentida se había ido lejos, dejando de lado su casa. No lo sé con seguridad, tal vez simplemente me quería, pero yo la necesitaba; siempre me agradó tener una mano amiga en mis momentos difíciles y cuando estaba cerca la vida parecía más bella. No era lo mismo con Nao, ambas se preocupaban de forma diferente. Nao estaría dispuesta a acompañarme en una pelea, Shizuru, por el contrario, intentaría detenerme o se enfrentaría al problema por mí.

La observé en la cama cubierta con las sábanas de pies a cabeza. Había dormido a medias por velar su sueño porque era lo mínimo que podía hacer ahora. Estaba cargada de rabia; fui incapaz de defenderla, de hacer algo para proteger su cuerpo de los golpes cuando esos sujetos se fueron en su contra. La metieron en una riña donde ni siquiera tenía culpa alguna sólo para darme una lección. Si ahora se encontraba en una situación tan delicada era por mí.

Aferré las manos con fuerza en mis rodillas mientras miraba mis pies descalzos. Por primera vez sentí que de verdad había perdido en una pelea; los tipos huyeron y no pude alcanzarlos por cuidar de Shizuru y de su dolor. Querían acabarme, por suerte una patrulla pasaba por ahí y ellos salieron corriendo. Gracias a los uniformados pude llevar a Shizuru al hospital cuanto antes, aunque al final las secuelas quedarían en su vida para siempre.

Se removió en la cama y pronto ya se encontraba incorporada a medias con la sábana cubriendo sus piernas. Se frotó los ojos, parpadeando repetidas veces mientras se acostumbraba a la sensación de su cuerpo recién despierto. Me miró sin verme realmente y frunció el ceño al no escuchar ruido.

—¿Natsuki?

—Aquí estoy, Shizuru.

Sonrió como si no estuviera atrapada en esa situación por mi culpa y me sentí peor. Quería verla gritar, pegarme o quejarse por la forma de vida que debía llevar ahora, por haber permitido su situación actual, pero en lugar de eso ella me trataba normal, con el mismo cariño de todos los días. Y yo no podía sentirme peor por eso.

—Quita esa cara, Natsuki. Me alegro de que estés cuidándome, aunque tampoco es necesario.

Apreté los labios y cuando hablé lo hice casi entre dientes. Mis manos seguían aferradas con fuerza y bajé la mirada de nuevo porque no podía soportarlo, ¿cómo conseguiría vivir con su expresión vacía fija en mí? No era capaz de perdonarme a mí misma y probablemente nunca lo haría. No a menos de que pudiera arreglarlo, pero eso era imposible; los médicos me lo confirmaron, uno tras otro hasta que Shizuru se cansó de intentarlo.

—Por supuesto que lo es. Estás así por mi culpa.

—Nat, deja de culparte por esto —dijo con tristeza—. No me gusta cuando te ves así de mal.

—¡Ni siquiera puedes ver cómo me veo! —grité sin poder evitarlo. Estaba harta, quería ayudarla, pero no podía con esa amabilidad porque no la merecía —. No puedes ver nada y todo por...

—Por unas personas que decidieron hacerte daño —me interrumpió. Se levantó de la cama y me buscó a tientas por lo que me acerqué a sostenerla desde los antebrazos—. Yo entré a defenderte sabiendo que no podría con ellos, así que no te culpes más. Me defendiste e incluso ahora pasas todos los días a mi lado para cuidarme y te lo agradezco, yo no te culpo de nada.

Lloré. No pude evitarlo porque Shizuru me estaba demostrando una vez más su bondad incluso cuando debía sostenerla y guiarla por su propia casa porque ya no era capaz de hacerlo por sí misma. Chocaba fácilmente con los muebles y a veces derramaba los vasos al intentar tomarlos; no era muy común, pero podía verla frustrarse cuando las cosas no le salían bien, aunque siempre intentaba ocultarlo de mí.

Ella intentó limpiar mis lágrimas y por poco me pica un ojo. Reímos juntas por esto y la llevé a la cocina; nunca me gustó cocinar, pero aprendí para serle de mayor utilidad a Shizuru. Preparé uno de sus platillos favoritos, era mi manera de darle las gracias, de decirle lo siento una vez más y mi patético intento por verla disfrutar algo a pesar de la situación con su vista.

—¿Tú no vas a comer, Natsuki?

Me había quedado observando su silueta. Comía con cuidado, pero lo hacía ella sola y de alguna forma me sentí orgullosa de verla esforzarse tanto para llevar una vida normal.

—Sí, ya voy.

...

Tenía la vista clavada en el inmaculado blanco de la habitación mientras mantenía mis manos bajo la cabeza. Como de costumbre, dormir me estaba resultando imposible; desde el accidente todo cuanto hago es mirar un punto fijo y reprocharme en silencio hasta caer rendida por el sueño en un acto tan inconsciente e irreflexivo como respirar.

Shizuru me obligó a dormir en la habitación de invitados, ya no quiere que pase las noches velando su sueño y la haga sentir tan inútil. No pude discutir nada ante esos argumentos, a mí tampoco me gustaría tener una sombra a mi alrededor que me sostenga incluso para ir al baño. Y sé que podrá levantarse y rondar por su propia recámara sin ayuda, pero de todas formas me preocupa. Tengo el oído agudizado y mis nervios se crispan al pensar que pudiera necesitarme a mitad de la noche sin yo escucharla.

En la oscuridad, lo único visible proviene de las luces exteriores; con el viento las cortinas se mueven para dejar paso a la luz de las farolas. Dentro de éstas, mi insomnio se intensifica porque no dejo de ver su rostro lleno de sufrimiento reflejado en cada ondulación como si fuera una película dañada, repitiendo la misma escena una y otra vez.

Esas imágenes me atormentan, roban mi sueño, se filtran en mis pensamientos para provocarme sobresaltos y ya no puedo soportarlo. Tomé una decisión: debo arreglar esto sin importar el precio. Por eso al día siguiente estoy en pie desde temprano; espero ver a Shizuru salir por la puerta de su habitación para poder avisarle que estaré fuera un rato.

Mi mente estaba en otra parte. Ni siquiera me molesté en comer y cuando por fin salió me levanté enseguida del sofá donde había permanecido sentada. Llevaba el pijama puesto todavía, su cabello castaño permanecía hecho un desastre y cubría sus bostezos con la mano mientras con la otra sostenía su cuerpo contra el marco de la puerta.

—Despertaste.

Ella sonrió y me dio la razón con un gesto de cabeza.

—Parece que tú madrugaste.

—Quería decirte que iré a ver a Nao. Volveré enseguida.

—Por supuesto —le restó importancia con un ademán de la mano—. No te preocupes y diviértete.

—¿Estarás bien?

No la he dejado sola desde el accidente, paso con ella día y noche cuidando cada uno de sus pasos y, aunque al principio era difícil la convivencia con su desesperación, llegamos a convertirlo en una agradable costumbre.

Me preocupa no estar presente, no importa si son cinco minutos, un par de horas o diez días, pero no me queda más alternativa. Aun así, la observó con cuidado, si demuestra algún síntoma de duda, encontraré otra manera.

—Claro, conozco mi casa, no me pasará nada —dijo estirando los brazos sobre su cabeza—. No pierdas más tiempo.

A pesar de todo me costó convencerme de dejarla sola. Tomé algunas cosas y di un vistazo atrás por última vez antes de cerrar la puerta; todavía pasé varios minutos con la espalda pegada a la entrada cuando por fin pude marcharme.

...

—¿Natsuki?

Nao estaba sorprendida, llevaba meses sin verla ni salir del encierro en el que me he quedado todo este tiempo por voluntad propia. Le extrañó más no ver a Shizuru, las pocas ocasiones de mis salidas nunca la dejé atrás porque sin mí sería imposible ir a ver a las demás, después de todo, moverse por su casa era diferente a hacerlo por toda la ciudad.

—¿Y Shizuru?

—Está en su casa.

—¿¡La dejaste sola!? ¿Sucedió algo?

—¿Puedo pasar antes de contarte por qué estoy aquí?

Seguíamos en el portón de su casa donde el frío aire de invierno comenzaba a filtrarse entre los pliegues de mi ropa calándome hasta los huesos, sin contar la llovizna que caía sin cesar hace varias horas y, aunque no era intensa, era suficiente para dejarme el cabello blanco y la ropa húmeda.

—Claro, lo siento.

Me dio una toalla para secarme mientras caminábamos a la sala. Tenía la televisión encendida con la chica de las noticias dando los últimos detalles de lo que sería la peor ventisca del invierno, además de la tormenta venidera más agresiva.

Maldije al ver eso, debía volver a casa pronto o más tarde se volvería peligroso. No podía dejar sola a Shizuru tanto tiempo, en especial no con un clima como aquel anunciado en la televisión.

Nao me hizo una seña para sentarme a su lado y obedecí sin muchas ganas. Por primera vez podía hablar con ella sin bromas o palabras mordaces; dejó de molestarme cuando ocurrió el accidente.

—¿Y bien?

Fui directo al punto.

—Necesito tu ayuda —dejé la toalla sobre el respaldo—. Sólo así podré ayudar a Shizuru.

—¿Cómo puedo ayudarte yo para algo así?

La vi desconfiar y no pude quejarme por eso. La idea sonaba descabellada en mi cabeza, pero también era la única idea que tenía.

—¿Recuerdas el año pasado cuando...?

Incluso antes de terminar la pregunta su rostro se había puesto pálido y comenzó a negar sin pronunciar palabra. Era extraño ver a Nao asustada, pero eso sucedía siempre al recordar la terrorífica experiencia que tuvo el año anterior; al principio lo dudé, pero no podía desconfiar de su mirada asustada y su rostro blanco.

—No hablas en serio... —logró pronunciar después de un rato y se levantó echa una furia—. ¿¡No aprendiste nada de aquello!? ¡No pienso dejar que lo repitas y tampoco voy a ayudarte, Natsuki!

Era consciente de la locura en mis palabras, sin embargo, estaba desesperada por ayudar al amor de mi vida y no descansaría hasta verla bien, sin importar el precio a pagar. Incluso si mi propia alma estaba en juego.

Me puse en pie también. Fue como si supiera lo que iba a decir, su expresión se suavizó y pasó de verse como una perra agresiva a bajar la mirada con gesto de impotencia y quizá un poco de tristeza.

—No puedo ayudarte en esto —repitió.

—Por favor, Nao.

—Es una locura. Sabes cuánto me costó superar esa experiencia, por las noches todavía tengo la sensación de ser observada y me muero de miedo. ¿Cómo puedes pedirme que te permita pasar por eso?

La tomé de los hombros para obligarla a verme a los ojos. Quería que notara mi desesperación, la derrota y la culpa atormentando mi corazón minuto por minuto. Necesitaba hacerla entender cómo perdía un poco la razón cada que esos ojos vacíos de la mujer que me pone débil se posaban sobre mí y me sonreían fingiendo que todo estaba bien.

Dolía no poder ayudarla, verla en ese estado por su necedad de ayudarme; yo merecía los golpes, la perdida de todo, pero no ella, no la persona más buena del mundo, no quien tanto me ayudó en esos años donde me equivoqué de camino. Shizuru estuvo ahí y no descansó hasta traerme de nuevo a una vida donde no tuviera que agachar la mirada ante nadie.

—La amo, Nao —confesé. Levantó la vista con sorpresa pues nunca lo había dicho en voz alta—. La amo tanto que me está matando verla así por mi culpa. Ayúdame a ayudarla.

—Pero Nat... ¿Por qué nunca me habías dicho esto? ¿Por qué nunca se lo dijiste a ella?

—No lo sé, Nao —me dejé caer en el sillón, no tenía fuerzas para seguir discutiendo—. Quizá porque tuve miedo, ella siempre fue tan popular. La mayor parte de las personas que conozco la adoran, incluso las mujeres la desean, ¿cómo podía yo aspirar a algo con una mujer así? Ella es perfecta y yo sólo soy yo.

—Natsuki, tienes muchas cualidades.

—Ella me vio cuando apenas podía con mis problemas, sentí que después de ser tan patética lo menos que podía hacer por Shizuru era dejarla a alguien que la mereciera.

Nao me observó un rato y después se llevó las manos al rostro. Parecía estarse debatiendo entre ayudarme o no; al final fijó su vista en el televisor apagado frente a nosotras y me dio la respuesta que necesitaba escuchar.

—Harás exactamente lo que yo te diga, no más ni tampoco menos ¿entendido?

—Gracias —respondí con una sonrisa.

...

Entramos a un callejón oscuro; según el reloj en mi bolsillo eran las doce, pero tenía mis dudas pues ya llevaba mucho tiempo detenido en la misma hora. Mi celular había sonado una vez antes y escuché a Shizuru preocupada en el teléfono, no pude decirle la verdad, así que le prometí estar ahí para mañana cuando despertara, le dije que estaba preparando una sorpresa, lo cual no era del todo una mentira.

A los costados podía ver marcas extrañas, símbolos irreconocibles tallados con tinta negra en la pared, además de las farolas titilando en la avenida anterior, no había más luces, ni de las casas alrededor, como si estuvieran vacías, aunque podría jurar que nos observaban desde cada una de ellas. Sentí la piel erizada cuando el viento nos golpeó por la espalda, y Nao comenzó a dar pasos más pequeños, asustada de llegar a nuestro destino al final de la calle.

Nos detuvimos frente a una enorme puerta metálica con más símbolos extraños, pensé en tocar al ver a mi amiga congelada en su lugar, pero ella me lo impidió y de un momento a otro la puerta se abrió con un crujido.

Tuve que mover a Nao para que entrara, parecía petrificada por lo cual quise decirle que regresara si no se sentía cómoda, pero un golpe seco nos asustó; la puerta acababa de cerrarse tras nosotras. Nao comenzó con un ataque de pánico, jamás la había visto de esa forma. Intenté sostenerla de los brazos, hablar para calmarla, sin embargo, lo que logró distraerla fue la silueta de una mujer acercándose en la oscuridad.

—Veo que has vuelto, ¿acaso estás lista? —preguntó sin reparar en mi presencia.

Nao negó con la cabeza y se cubrió los ojos con ambas manos. La abracé con el afán de hacerla sentir protegida, sólo entonces la mirada de aquella señora se posó sobre mí; su sonrisa daba miedo, aunque fuera igual a cualquier otra e intenté convencerme de que era mi imaginación. La señora, entonces joven, envejeció en un parpadeo; sus ojos se veían hundidos en sus cuencas, su cabello cano llevaba horquillas negras para sujetarlo y de la mano en la cual llevaba un bastón, sobresalían uñas largas de color ocre.

El olor en el aire me provocó náuseas, pero parecía muy tarde para dar media vuelta y salir por dónde habíamos llegado. La anciana comenzó a caminar con paso lento hasta una habitación llena de velas y símbolos; no eran como los de la calle, estos se encontraban enraizados unos con otros y distribuidos por todo el lugar creando la ilusión de entrar en un bucle infinito.

Llegamos al centro de la estancia donde la pequeña mano de la mujer tomó la mía con fuerza y sus ojos, ya de por sí grandes, se abrieron más. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento en el rostro y ver cada arruga en su frente, una debajo de la otra como si cada una fuera la representación de sus vidas, porque no parecía tener una sino varias.

—¿Lista?

Miré a Nao quien seguía escondida en mi hombro, tomando mi mano con fuerza y casi pude ver cómo suplicaba con la mirada que saliéramos de ese lugar, pero no pensaba irme sin respuestas.

Imaginé a Shizuru en casa, asustada por la tormenta sobre su cabeza sin poder protegerse, con la mirada vacía y su sonrisa rota. La visualicé claro en su intento de ser fuerte para no darme más preocupaciones y entonces la respuesta fue tan obvia que no tuve oportunidad de decirla en voz alta, la mujer lo sabía y sonrío mientras alejaba su mano de mí.

—Veo la decisión en tus ojos... Quizá lo consigas.

Se detuvo frente a una mesa de madera con algunas cosas encima que no alcancé a distinguir en la oscuridad, sin embargo, el olor era insoportable y cuando acercó el enorme cubo a mi boca con sus manos temblorosas casi me hace vomitar.

Lo sostuve con cuidado bajo su mirada y la de Nao, entonces con un gesto de cabeza me instó a tomarlo; no quise pensarlo mucho para no tener oportunidad de arrepentirme así que lo tragué de golpe. Me quemó la lengua y podía sentirlo como ácido bajando por mi garganta; caí al suelo con las manos aferradas al cuello y de tanto dolor mi visión se cerró por las lágrimas que lograron escapar.

Escuché a la distancia la voz de Nao gritando mi nombre, pero las palabras de la anciana resonaron fuerte y claro en mi cabeza, a pesar de que su boca continuaba cerrada.

"Supera tus miedos y encontrarás lo que buscas... Pero no olvides que todo ahí dentro tiene un precio y no cualquiera es capaz de pagarlo".

Dejé de sentir mi cuerpo y escuché el golpe contra el piso. Unos minutos después despertaba en un espacio negro, no había suelo ni paredes y me recordaba a la definición de abismo. Sentí pánico de estar en medio de la nada el cual fue en aumento al ver una enorme sombra correr —o deslizarse— con rapidez hacia donde yo estaba paralizada. Fue como un golpe, aunque no alcanzó a tocarme salí disparada y desde abajo su figura difusa se convirtió en una especie de perro rabioso. Tenía los ojos rojos como si se tratara de dos enormes gotas de sangre y su cuerpo parecía derretirse y formarse de nuevo.

Nunca se lo dije a nadie, pero cuando era una niña me atacó un perro de la calle mientras jugaba, tuvieron que inyectarme contra la rabia y fue tan doloroso que no pude volver a acercarme a esos animales porque las piernas dejaban de responderme y terminaba llorando echa un ovillo, justo como estoy ahora.

Con el paso de los años aprendí a controlar mi terror, pero en esos momentos me sentí como aquella niña pequeña, asustada e indefensa. Mi garganta se cerró cuando su enorme pata quedó sobre mi cuerpo dejándolo sin respiración.

Se me nubló la vista, me dolía la carne donde sus garras penetraban dejando largas heridas sangrantes. Su boca soltaba bramidos junto a mi rostro y lloré; lloré como cuando era niña, tuve miedo, quise gritar para salir de ahí, sólo quería volver a casa, estar en un lugar conocido con las personas que amo... Estar con Shizuru.

Abrí los ojos pese al miedo, podía ver sus ojos vacíos como un enorme hoyo de color rojo y casi pude sentirlos derretirse sobre mí, pero mantuve la vista de frente. Poco a poco las lágrimas me abandonaron; seguía sin fuerzas para ponerme en pie, pero al menos sus garras ya no aplastaban mis entrañas. Me quedé tendida en el suelo con la respiración acelerada y esa masa amorfa con el parecido de un perro se recostó a mi lado con su mirada sobre mí, aunque ya no era la misma.

De la nada pasó a mostrar el mismo interés que tendría una mascota en su amo y habló con una voz salida de otro mundo. Volví a ponerme pálida, lo cual provocó su risa desenfrenada junto a mi oído; de nuevo me temblaron las manos, pero logré sentarme en el suelo de frente a él, a pesar de sentir las piernas como gelatina y el cuerpo hecho de plomo.

—¿Tienes un deseo?

No era capaz de encontrar mi voz y cuando lo conseguí sonó como un lamento.

—Ella... Devuelve su vista.

Esa cosa sonrío. Sus dientes tenían rastros de huesos a medio digerir, todavía con trozos de carne pegados en ellos y su olor era como estar en el infierno, pero soporté. No sé cómo, pero logré mantenerme de frente y erguida, dando la cara frente a una criatura que podría comerme si quisiera, aunque parecía más interesada en jugar con mi mente que en devorarme.

—¿Y qué estás dispuesta a dar a cambio?

Comenzó a dar vueltas alrededor de mí. Me gustaría decir que lo seguí con la mirada, sin embargo, mi cuerpo estaba pegado al suelo y todo cuanto hice fue escuchar sus pisadas hundiéndose en la nada.

—Lo que sea.

—¿Estás segura?

Se burlaba. Su risa sonaba siempre con más fuerza en mi cabeza y rebotaba como un eco a pesar de no haber paredes en ese lugar.

Asentí y el suelo se volvió blanco. Fue como ver una película de mi vida con Shizuru, estaba ahí en el momento donde la conocí siendo apenas una muchacha, ya desde entonces desprendía seguridad y lo noté: no era la única que la miraba.

Supe en cuanto cruzamos miradas que sería de esos amores imborrables; Shizuru quedaría tatuada en mi corazón toda la vida, pasase lo que pasase. Quería verla así otra vez, necesitaba sentir su mirada sobre mí y verla sonreír con mi reflejo en sus ojos.

Las garras de esa bestia volvieron a caer sobre mis hombros, pero ya no presté atención al peso o al dolor; ni siquiera me moví al sentir su lengua rasposa pasar por mi rostro. Era un juego, le gustaba verme temblar al acercarse.

—Ayúdala —dije con fuerza.

Entonces se detuvo y volvió a estar frente a mí con sus ojos de lava, llevaba espuma en la boca y, incluso con su apariencia aterradora, bajó la cabeza.

—Por supuesto —me dio escalofríos, el suelo donde en esos momentos pasaban mis memorias cambió. Ahora veía todo desde la perspectiva de Shizuru.

Rio con más fuerza y cubrí mis oídos por el dolor que sus gritos provocaron. A pesar del ruido escuché con claridad la voz de Shizuru en mi cabeza: "estoy enamorada de ella". Hablaba con Haruka, su mejor amiga, una chica rubia de cuerpo curvilíneo con una voz fuerte que en ese instante parecía sorprendida. Y lloré porque Shizuru me miraba a la distancia; recordaba ese día, sentí celos todo el tiempo pues Shizuru pasó el día pegada a su mejor amiga y las vi a lo lejos observándome como si creyeran que no me daba cuenta. Vi el rostro rojo de Shizuru y me molestó, pero ahora... Ella me amaba. ¿Por qué no había dicho nada? ¿Por qué nunca se confesó?

Como respondiendo a mis preguntas la imagen volvió a cambiar. Shizuru llevaba la mirada perdida, estaba en el hospital con Haruka tomando su mano, ninguna decía nada, pero tenían la vista fija en la ventana hasta que su voz rompió el silencio: "¿Cómo voy a decirle que la amo, Haruka? No puedo amarrarla a esta inútil por el resto de su vida".

—¡Basta! —grité con los ojos llenos de lágrimas—. ¿¡Por qué me muestras todo esto!?

—Porque a eso vas a renunciar si quieres ayudarla —respondió—. Si recupera su vista se olvidará por completo de ti. Para ella jamás habrás existido.

Bajé la mirada de nuevo. Shizuru se veía triste siempre que me sabía lejos y la vi llorar en su habitación; era un recuerdo de ayer, mientras yo estaba en la recámara contigua tratando de dormir la mujer de mi vida lloraba por mi culpa.

—¿Qué pasará conmigo? ¿La voy a recordar?

—Tendrás todo recuerdo tan vivido como si acabara de suceder. Y si te acercas a ella, volverá a perder la vista.

Levanté la mirada en esos momentos, nublada por las brumas de tristeza que me encogían el corazón, pero no tuve duda alguna cuando hablé. Mi voz sonó segura y provocó, una vez más, la sórdida sonrisa de aquella criatura.

—Hazlo.

Apenas pronuncié la palabra escuché el grito de Nao junto a mi cuerpo y abrí los ojos todavía algo desorientada. Mi amiga se encontraba junto a mí, lloraba, me sacudía la camisa llena de sangre y gritaba mi nombre repetidas veces. Dejó de hacerlo al verme despertar.

—¡Estás viva!

Me envolvió con fuerza en sus brazos, pero me soltó al escuchar mis quejidos. Tenía al menos dos costillas rotas y me sentía agotada, sin contar cómo sangraba mi alma por dentro en esos momentos con los recuerdos de mi vida al lado de Shizuru.

La cabeza me daba vueltas y apenas fui consciente de Nao arrastrando mi cuerpo por el corredor hasta la salida. Una vez fuera los símbolos ya no estaban y las calles volvieron a su ruido habitual, incluso las casas tenían algunas luces encendidas.

Había sido horrible, ni siquiera sé cómo lo conseguí y me sentía destruida, lo cual empeoró cuando llegamos a casa y Nao comenzó a curar mis heridas. Estaba callada, pero llevaba el ceño fruncido como si algo la estuviera molestando.

Lo ignoré porque en mi cabeza no podía dejar de preguntarme si había funcionado, si tanto sufrimiento valió la pena y quería comprobarlo con mis propios ojos. Prometí no acercarme, pero necesitaba saber.

—Natsuki...

—¿Qué pasa?

—No... No lo recuerdo —dijo con frustración—. No recuerdo por qué fuimos a ese espantoso lugar, ¿por qué te dejé arriesgarte de esa forma? ¿Qué era tan importante y por qué no consigo las respuestas de mis recuerdos?

Al parecer Shizuru había sido borrada de la memoria de todos, excepto de la mía. Yo no existía para ella, ni ella existía para mis amigos; era como si jamás la hubiese conocido, a pesar de los momentos que tenía guardados en mí.

—No era importante...

Nao me observó y, aunque no preguntó, supe que no me creía.

...

—¡Bubuzuke, no corras! —gritó Haruka detrás de Shizuru.

Ella, alegre como siempre, se detuvo con la respiración agitada y las mejillas rojas de tanto correr. Esperó a su amiga con los brazos en jarra mientras se limpiaba el sudor del rostro con una toalla y volvía a echarla en su hombro.

—Estamos haciendo ejercicio, Haruka, se supone que vinimos a correr.

—Pero no es una carrera —se quejó al llegar a su lado.

Apoyó las manos en las rodillas, inhalando y exhalando el aire con fuerza, intentando devolver su respiración a la normalidad.

Shizuru, a pesar del sudor que bajaba por su rostro, se veía feliz. Sus ojos desprendían un brillo especial bajo el sol haciéndolos ver como un par de rubíes mientras el viento revolvía su cabello. Por su garganta bajaban lentamente las gotas que resbalaron al tomar agua de su termo, las cuales limpió con su brazo al terminar.

—No te quejes, debes bajar de peso para entrar en tu vestido de novia.

El rostro de Haruka, tan blanco como la nieve, se volvió rojo al escucharla. Intentó golpearla con los audífonos que llevaba en la mano, pero Shizuru comenzó a correr de nuevo y no logró alcanzarla.

Acomodé la gorra sobre mi cabeza para cubrirme del sol. Llevaba el cabello recogido en un moño e incluso así podía sentir como me corrían las gotas de sudor por el cuello y recorrían mi espalda.

Me abaniqué con un pedazo de papel que me dio alguien cuando venía de camino; no había notado que se trataba de publicidad sobre el nuevo negocio de la mujer que ahora corría con su mejor amiga.

Tres años y sigo espiándola a la distancia, limitando mi presencia a ser sólo una sombra en su vida, un mero espectador. Aunque hubiera sido más sencillo superar el amor y seguir con mi vida lejos de ella, nunca fui capaz; regresé mil veces a la ciudad sólo para volver a verla y nunca me acerco para no arruinarlo.

La veo detrás del telón. Sé que Haruka se casará con una chica a quien conoció hace un año y Shizuru la acompaña a todas las pruebas por hacer: de vestido, salón, comida, y un sinfín de cosas más.

Ella no me nota. A veces gira en mi dirección buscando algo y sigo mi camino como si nunca hubiera estado ahí; tengo miedo de que llame a la policía, pero no podría culparla pues yo haría lo mismo si viera a una persona sospechosa rondando siempre a mi alrededor.

A pesar de todo, me alegra verla divertirse; ya no lleva esa mirada vacía y de mí depende que no vuelva a llevarla nunca, por eso me aparto, me escondo y finjo que no me importa, incluso ahora, recargada en un poste de luz con el sol sobre mi cabeza, miro al cielo y reconozco las nubes que nos gustaba observar en otra vida, pero me mantengo firme.

Cuando giro la vista de nuevo, Shizuru se ha detenido junto a su amiga en una banca y conversan sobre sus planes de fin de semana. Sé que ha salido con algunas personas, esta vez irá con una muchacha más joven la cual apenas conoce y, aunque duele, quiero que encuentre su felicidad al lado de alguien que pueda quedarse y que no le traiga problemas.

Pero entonces me mira; mi pulso se dispara, y se me corta la respiración cuando se pone en pie dispuesta a llegar hasta donde estoy parada. Hago lo único que puedo hacer: sigo mi camino. Me ha visto y debo irme o voy a hacerle daño otra vez.

Me prometo no volver a meterme en su vida e incluso antes de perderla de vista, sé que estoy mintiendo.