Este mes se celebra el cumpleaños del rubio que nos ha hecho suspirar muchas veces, y en honor a él por petición e inspiración de mi querida amiga C he escrito este one shot.
Es algo diferente a lo que he escrito antes, pero lo he disfrutado enormemente, y espero sea de su agrado.
Para ti C, Happy BDay!
Bendiciones para todas.
KeyAg
En mis sueños te encontré.
Highlands escocesas.
Siglo XIV
El campo de batalla se extendía frente a él hasta lo que parecía el infinito, el olor a sangre, dolor y muerte penetraba sus fosas nasales, montado en su imponente Gelding color blanco, el poderoso guerrero escocés veía con furia y compasión mezclada la destrucción frente a él, pequeños fuegos salpicaban el campo, y los druidas iban de aquí allá tratando de hacer algo por los heridos, era evidente que se encontraban en una pausa, sin embargo, no podía saber cuánto duraría, a lo lejos se divisaba la fortaleza de los Lugh-Morrigan, completamente rodeada, las nuevas de que su clan aliado estaba siendo brutalmente atacado habían llegado a él tarde, y a pesar de haber juntado a sus hombres en tiempo récord, de haber tomado el camino prohibido de la montaña y haber bebido el elixir secreto para poder avanzar sin descanso durante tres días y llegar con las fuerzas necesarias para la batalla podría ser que hubiesen llegado demasiado tarde.
¡Laird Andrew! - la voz aguda del que parecía apenas un chiquillo y vestía los colores del clan Lugh-Morrigan(1 lugh puede ser equivalente a blanco/white) lo hizo detenerse por un momento, sus cabellos rubios estaban tan sucios que era difícil adivinar su color natural, sus ropas aún rasgadas hablaban de su alta cuna, sus rasgos serenos y espada enfundada en una fina vaina de cuero de oveja que pendía de un ornamentado cinturón, lo declaraban hijo de uno de los principales del clan.
¿Quién eres muchacho? - preguntó con un susurro ronco el jefe de los Andrew. El pequeño miró imperturbable al magnífico hombre que montado sobre el enorme caballo de guerra era sin duda bastante más alto que él.
Cameron Lugh-Morrigan. - dijo el chico con orgullo.
Eres el hijo del Laird. -
Si, su hijo menor, fui enviado a las montañas a esperar por ustedes, mi caballo está escondido unos metros más allá. Le dijo el muchacho con premura.
¿Dónde está tu padre? -
Mi padre… está herido, nuestro druida trabaja para salvarle la vida...
Entonces ¿Alec es quien está a cargo?
No, laird, seguidme y entenderéis. - le respondió crípticamente el mozalbete.
William Albert Andrew observó con detenimiento al chico, sus rasgos lo delataban evidentemente como miembro de los Lugh-Morrigan, tez blanca salpicada de pecas y enormes ojos verdes, sin dudarlo le ofreció su fornido brazo para ayudarlo a montar en su gelding y así ahorrar tiempo. Cameron sin dudarlo se tomó del antebrazo y fue alzado por los aires hasta quedar sentado en la grupa del brioso corcel.
Conozco el camino que nos permitirá entrar por el pasaje oculto detrás de la fortaleza. -
¿Quién comanda la defensa?
Laird, tengo prohibido decirlo, pero te juro que todo tendrá sentido pronto.
Somos sus aliados. -
Lo sé, y no es por desconfianza, vamos, no tenemos mucho tiempo, la tregua terminará en cuanto la pira funeraria deje de arder. Y eso será antes del amanecer.
El guerrero espoleó su caballo y siguió las indicaciones hasta llegar a un claro rebuscado del bosque donde un caballo similar al suyo en porte claro con motas más oscuras esperaba por ellos. Era un animal precioso, imponente, sin duda un caballo de batalla, pero a Albert le pareció enorme, y dudó de que el muchacho pudiese con semejante bestia, además de que no contaba con silla.
Ahí está Heilin, vamos, ahora puedo guiar el camino.
Ese animal es demasiado para ti, muchacho, será mejor que uno de mis hombres lo guíe y tu continúes montado en la grupa del mío. -
No mi señor, Heilin, es bueno, un regalo de la misma Danu, la diosa madre bendijo nuestros caballos, si no me equivoco el animal que tú montas es regalo de nuestro clan. Y yo soy hijo del gran Errol Lugh-Morrigan, no por nada nuestro clan lleva el nombre de dos poderosos dioses. - El orgullo en la voz del muchacho inspiró un poco de respeto en los hombres.
Bien, ponle los arreos. - accedió el Laird.
Un caballo regalo de Danu no se insulta de esa manera, señor. - le dijo el chiquillo, desmontó de un salto y se acercó al imponente animal que dejó de pastar y se acercó hasta él, ofreciéndole su crin para que el chico lo montara, las delgadas manos sucias se aferraron al sedoso pelaje y con una habilidad que dejaría mal parada a muchos hombres mucho más altos que él, Cameron montó con naturalidad y el caballo tomó la delantera, andaba ligero sobre los senderos, como si sus cascos flotaran en vez de golpear la tierra.
El contingente de escoceses avanzó con cautela y rapidez, el Laird había enviado a muchos más hombres a posiciones estratégicas que pudiera usar más tarde, definitivamente sorprendería al clan Leagan cuando cayeran sobre ellos.
La luna asomaba por encima de la fortaleza y los fuegos funerarios humeaban alto cuando por fin llegaron al castillo, Cameron los guio por lo que parecía un camino sin salida y sin más, Albert tocó mantuvo su mano en el pomo de su espada mientras sus sentidos se agudizaron, dudó de pronto de si no se encontraba ante un engaño, tal vez un espíritu cambia formas los había engañado y ahora los dirigía hacia una emboscada. No había salida de ese valle, la tensión de los hombres era palpable.
La luz de la luna hacía que el caballo gris resplandeciera como si estuviera bañado de plata, Cameron desmontó y se acercó a la piedra más grande, sacó de un pequeño bolso unas runas que aventó al aire tres veces, y después, trazó con su dedo una forma definida, que de pronto se iluminó de pálido azul y como por arte de magia la misma montaña se movió, haciendo cimbrar la tierra, pero sin emitir un solo ruido. Involuntariamente los caballos de sus guerreros dieron un paso atrás, pero Heilin, y su propio corcel Angus, que ciertamente era regalo de los Lugh-Morrigan se mantuvieron estoicos.
Frente a ellos se abría un pasaje, no un túnel, sino una verdadera avenida bajo tierra, iluminada con antorchas por la que fácilmente podían transitar tres o cuatro caballos a la vez.
Bienvenidos a la fortaleza Lugh-Morrigan. - les dijo con sencillez el joven mozo haciendo apenas un movimiento para que Heilin se internara en el pasadizo, los guerreros lo siguieron, y una vez que todos estuvieron dentro sin aviso alguno la entrada volvió a cerrarse.
¿En cuánto tiempo estaremos en el castillo? - preguntó el Laird Andrew.
Un poco más mi señor… no falta mucho, pero cuando lleguemos ahí debo pedir aún un favor más, debo llevarlo a usted solo ante quien comanda la fortaleza.
Somos sus aliados, es un insulto que se nos trate como rehenes.
No laird, te juro que pronto entenderás, por supuesto que puedes llevar tu espada contigo, y un par de hombres de tu entera confianza que esperen en la puerta, sin embargo, no deben entrar, yo mismo te daré mi espada y puedes llevarme como rehén si gustas. -
La mirada azul cielo del laird se clavó en la de Cameron, era bueno leyendo a las personas, y no podía ver en el muchacho chispa alguna de engaño, suspiró profundo y dudó un momento antes de acceder.
Está bien, pero que la maldición de Camulus caiga sobre toda tu casa si esto es una trampa.
De acuerdo mi señor. -
Hicieron el resto del camino en silencio, de pronto, el chico desmontó y se paró frente a lo que parecía una pared, que sin embargo se movió con facilidad una vez que la ceremonia de las runas fue repetida. Se encontraron dentro de uno de los patios de la fortaleza, donde hombres armados se acercaron hasta ellos con una reverencia.
Mi señor, Danu ha guardado tu camino. -
Así es Iver, provee de alimentos y agua a los animales de los Andrew. - la voz de mando parecía un poco fuera de lugar en el chiquillo, pero los hombres obedecieron.
Sí mi señor. -
Por favor, síganme, la mesa está preparada para ustedes también, solo te pido Laird el honor de cenar a solas con nuestro comandante. -
Los hombres Andrew caminaron por la magnífica fortaleza, su alianza se remontaba demasiado tiempo atrás, y los Lugh-Morrigan habían acudido en su ayuda más de una vez, sin embargo, pocos conocían la fortaleza, habían sido años de paz, y prosperidad, para el clan que se decía era descendiente de los mismos dioses.
A cada paso los sirvientes se inclinaban ante ellos con respeto, y las mujeres agradecían con un murmullo su presencia. El gran salón estaba iluminado por fuegos, y largas mesas repletas de viandas y bebida esperaban por ellos, parecía más un banquete que la noche antes de la batalla. Algunos hombres de alto rango, seguramente los nobles del clan se acercaron para darles la bienvenida.
Laird Andrew, bendecimos tu llegada, soy Evander Lugh-Morrigan, y en nombre de mi hijo te doy la bienvenida- le dijo el hombre mayor, un venerable anciano de canas blancas que seguramente había vivido muchas batallas y aún más inviernos.
Laird… -
Evander solamente, el Laird es mi hijo, aunque aún yace en su aposento en manos de los druidas. -
Lo lamento, Cameron me lo ha dicho… Alec… -
Alec se encuentra ya con los dioses, al igual que cada uno de los hijos mayores del clan, los Leagan han usado artes oscuras para diezmar nuestros hombres, pero aún hay fuerza para resistirlos en la luz de los dioses.
¿Entonces quien comanda la fortaleza?
Vamos, yo mismo te llevaré hasta nuestro comandante, Cameron, ve a lavarte y a comer algo muchacho ya has hecho suficiente. -
No, le he prometido que llevaría al Laird hasta... -
Bien, si has dado tu palabra debes cumplirla entonces, ve a lavarte y yo atenderé a nuestros invitados mientras tanto. - le dijo el hombre con una sonrisa bondadosa. Una vez que el chico había desaparecido el hombre se volvió a Albert y le ofreció una copa de oro incrustada con piedras preciosas. -Bebe un poco Laird, supongo que el chiquillo te dijo que pueden acompañarte un par de tus hombres.
Sí, mis primos Archibald y Allister me acompañaran. -
Evander observó a los dos guerreros más altos después del Laird dar un paso adelante, al igual que su señor eran hombres gallardos, tez clara, cabellos castaños, ojos bondadosos, cuerpos musculosos. Observó el contraste entre ellos y el rubio señor de los Andrew, mientras una sonrisa velada aparecía en su rostro. Con un gesto pidió dos copas más y se las ofreció a los dos hombres, mientras él tomaba otra y bebía.
En cuestión de minutos la menuda figura rubia de Cameron apareció en la puerta, llevaba ropas limpias, y el largo cabello rubio llegaba a sus hombros, de pronto sin toda la mugre encima había algo diferente en él que hasta entonces había pensado era solo un muchacho.
Evander lo miró con astucia.
No te equivocas, como te dije los hijos mayores del Laird se encuentran ya con los dioses, confío en que podrás guardar el secreto. -
Todos le han llamado señor. -
¿Hay una mejor manera de protegerla que haciéndola pasar por un hombre? - preguntó en voz baja el anciano.
Se sentirán engañados.
No hay engaño, cada uno de los hombres del clan lo saben, y están dispuestos a asegurar su protección. Anda ve.
Los tres hombres siguieron a la menuda muchacha que no debía tener más de 12 años, William Albert se preguntaba cómo era que había podido con la odisea que acababa de vivir cuando su padre se encontraba moribundo y sus hermanos mayores ardían en la pira funeraria, de pronto un respeto diferente surgió en él hacia el que hasta ese momento había pensado era un chiquillo.
Se detuvieron ante una puerta divinamente labrada y Cameron llamó con decisión. Después dio media vuelta y le ofreció su espada al laird.
Tal como te lo prometí, toma mi espada y llévame como rehén. - le dijo sin emoción alguna.
No, mi lady, no será necesario - le dijo con amabilidad el magnífico rubio.
Laird… -
Ninguno de nosotros tres diremos nada, pero tal vez te convenga volver a ensuciarte. - le dijo con una sonrisa, aunque por dentro la piel se le erizaba de pensar que su preciosa hermana Rosemary hubiese arriesgado su vida de la manera en que la muchachita que tenía enfrente lo había hecho.
La pequeña resopló con fastidio, era evidente que no le gustaba ser tratada como niña, volteó los ojos al cielo y respiró profundo.
Ya descubrirás que las princesas de los Lugh-Morrigan no somos adornos. Hemos sido ofrecidas a la misma Mórrigan, diosa de la guerra. - le dijo mientras abría la pesada puerta y le indicaba entrar.
Por un momento, William Albert Andrew reflexiono en ello y estuvo a punto de preguntar cuántas princesas más había, sin embargo, una vez cruzado el umbral la puerta se cerró tras de él, y sin previo aviso una menuda figura vestida con los colores del clan se abalanzó sobre él con la enorme Claymore del Laird de los Lugh-Morrigan. Sin siquiera pensarlo el poderoso guerrero desenfundó su espada y atajó el golpe con maestría mientras se ponía en guardia y recibía cada uno de los ataques vio con el rabillo del ojo como Cameron disfrutaba del duelo sentada en un enorme sillón de cuero cubierto con pieles.
El rubio guerrero Andrew era sin duda más poderoso físicamente que quien asumió era el comandante de los Lugh-Morrigan, cuya figura era sin duda pequeña, delgada, y apenas unos 15 centímetros más alta que la de Cameron, sin embargo, el laird pronto descubrió que la ventaja que él podía tener en fuerza y musculatura era compensada por el otro espadachín con agilidad y velocidad.
Albert contraatacó con ferocidad, de pronto emocionado ante el choque de espadas, sin duda el enclenque guerrero era hábil, demasiado hábil tal vez, y manejaba la enorme espada con maestría absoluta a pesar de que sin duda era pesada y hecha para un hombre alto y musculoso.
¿Puedo saber si es un duelo a muerte? - preguntó medio en broma, consciente de que su oponente lo obligaba a defenderse, pero que en realidad no le había atacado con intenciones de dañarlo, a lo cual obtuvo por respuesta una maniobra que hizo que su fina camisa fuese levemente rasgada y su abdomen recibiera un leve rasguño sin duda calculado.
El escozor en su piel era apenas perceptible, sin embargo, fue lo suficiente para herir su orgullo y hacer lo mismo con la camisa de su oponente, que era demasiado holgada para su atacante, pero este aprovechó su inclinación para usar la fuerza a su favor y desarmarlo en un momento de sorpresa.
Cameron estalló en aplausos, mientras reía y el guerrero se retiraba a las sombras para tomar un par de copas y acercarse de regreso a William.
Es usted un digno oponente, mi señor. - le dijo quien parecía un larguirucho muchacho rubio, cuya voz apenas estaba cambiando, pero Albert en vez de tomar la copa, arrancó una de las antorchas de la pared e iluminó su rostro. Su pregunta había sido contestada, había al menos una princesa más en la fortaleza de los Lugh-Morrigan.
Así que me han hecho venir solo para salvaguardar mi honor preguntó divertido a la preciosa mujer que tenía frente a él, su cabello estaba elaboradamente trenzado alrededor de su cabeza, pero el sudor provocado por la lucha había hecho que la holgada prenda se pegara a su cuerpo, y las femeninas curvas quedaban expuestas a la vista. Su blanca piel de alabastro estaba salpicada de pecas, espesas pestañas oscuras enmarcaban un par de ojos hipnotizantes, verde como un bosque tierno en primavera.
La princesa alzó su mentón con altanería y su suave voz ronca, sin duda cultivada para darle los tonos suaves propios de una mujer de su clase, brotó de sus carnosos labios enrojecidos.
No mi señor. - respondió ella con fingida humildad, seguramente diseñada para aplacar a un todopoderoso señor aliado.
¿Entonces? ¿Estabas aburrida? - preguntó con un poco de sorna en la voz el poderoso guerrero. Ella lazó el mentón un poco más y lo vio fijamente.
Dime una cosa Laird Andrew, ¿Habrías seguido a mi hermana hasta aquí de haber sabido que era una princesa? ¿le habrías permitido montar a Heilin? ¿o simplemente la habrías echado en la grupa de tu montura y hubieses marchado por donde mejor te hubiese parecido sin importar cuantas veces ella te hubiese repetido que conocía otro camino? ¿Te hubieras reunido conmigo si mi abuelo y los ancianos del clan te hubieran dicho que quien comanda la defensa de esta fortaleza no es el hijo de un noble, sino la hija mayor del Laird de los Lugh-Morrigan quien yace indefenso en su alcoba? ¿Me habrías creído capaz de luchar si no te ataco antes de revelarte quién soy? -
Había fuego verde en la mirada de ella, el Laird Andrew la observó de arriba a abajo y sonrió, debía admitirlo, la mujer tenía razón, de pronto recordó los rumores y leyendas acerca de las princesas guerreras de los Lugh-Morrigan, a él siempre le habían parecido fantásticas, y más de una vez cuando adolescente había fantaseado con encontrarse con una de ellas. Hoy tenía frente a él a una princesa guerrera cuyo suave aroma lo desconcertaba, mientras sus carnosos labios se le antojaban para besarlos, y sus bien proporcionadas formas de mujer despertaban su lujuria.
Tienes razón princesa, demasiada razón, quisiera decirte que soy mejor hombre que lo que has mencionado, pero sería mentir, sin embargo, te aseguro que desde este momento dejaré de dudar de la existencia de mujeres como las princesas de los Lugh-Morrigan, sin duda son la encarnación de la misma diosa. Ahora si me permites, debo hacer lo correcto. - le dijo mientras se dirigía al sitio donde yacía su claymore y la recogía, el corazón de ella palpitó acelerado, preguntándose si la descubriría frente al ejército enemigo y ante el clan Andrew.
Pero él se acercó hasta ella y plantando una rodilla en el suelo puso su espada a sus pies.
Mi espada, y las de mis hombres están a tu servicio, mi señora. Hemos venido hasta aquí a honrar la alianza hecha por nuestros ancestros, y sin duda, pelear a tu lado para destruir a tus enemigos será un honor. -
Ella tomó la espada y se la ofreció de vuelta, él la tomó y se puso pie, observándola intensamente. El aroma del hombre la hacía temblar, era sin duda el guerrero más apuesto que había visto en su vida, gallardo, de amplio torso, brazos fuertes, gran altura y rasgos divinos. Sin embargo, sus años de entrenamiento le permitieron guardar la compostura.
Debemos pactar los acuerdos de guerra… - le dijo ella.
Solo hay una cosa que pido a cambio, y eso es solo si los dioses nos favorecen y me permiten conservar la vida después de la batalla. - el Laird de los Andrew respondió con suavidad.
Nombra tu precio. -
¿No deberían estar los ancianos presentes? -
Aquí tengo el documento firmado por ellos y tú mismo escribirás tu petición en ella, después Yvaine y yo lo firmaremos.
¿Yvaine? -
La chiquilla rubia que hasta el momento había mantenido su distancia le respondió con la boca aún llena de un enorme bocado de pollo.
Las princesas guerreras tenemos dos nombres, uno masculino y uno femenino, el mío es Cameron Yvaine. - le informó la chica con impaciencia ante la ignorancia del laird del clan aliado.
Gracias Lady Yvaine, ¿podrías entonces presentarme formalmente a tu preciosa hermana? - preguntó divertido el rubio guerrero.
Yvaine se puso de pie de un salto y se acercó a ellos, hizo una reverencia elaborada y con formalidad le respondió.
Laird Andrew, os presento a la princesa y comandante del clan Lugh-Morrigan, mi hermana, la hija mayor del Laird, señora de estas tierras y este castillo en ausencia de mi padre y hermanos, Lady Candice Rae.
Con absoluta seriedad William Albert Andrew tomó formalmente la mano de la princesa y la besó con ceremonia.
Un placer conocerle mi señora,
Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella, la mirada penetrante, su abrumadora masculinidad y esos preciosos ojos azul cielo cargados de deseo la hacían temblar, con trabajos rescató su mano y logró emitir una respuesta adecuada.
Me honra con sus atenciones Laird.
Albert… mi nombre completo como seguramente lo sabe es William Albert Andrew, pero William es mi padre. Me honrará si me llama por mi nombre, princesa.
¡Perfecto! Nosotras te llamaremos Albert y tú puedes llamarme Cam o Cameron y mi hermana es Candy. - le dijo con entusiasmo la pequeña princesa, haciendo que Candice se sonrojara.
Gracias miladi, aunque supongo que ante los demás no puedo llamarla así. -
Tiene razón…
Albert, por favor. - insistió él.
Tienes razón Albert, en tiempos de guerra lo apropiado es usar mi nombre masculino, Rae. Yvaine, creo que es hora de que vayas a la cama.
No es apropiado dejarte a solas con él. - respondió la chiquilla con insolencia.
No estará sola, obedece a tu hermana. - la grave voz de Evander se dejó escuchar en la habitación, y la pequeña Yvaine hizo una reverencia para retirarse. -Y bien muchacho, no te he escuchado nombrar tu precio, aunque sin duda creo adivinarlo. -
Albert observó el rostro del anciano, aun andaba erguido, y apenas se apoyaba en su bastón, no dudaba que llegado el momento si era necesario sería capaz de cambiar el bastón por una espada, era un hombre digno, inteligente, que sin duda había sufrido grandes pérdidas en las últimas semanas. El par de hombres sostuvieron el uno la mirada del otro.
Lucharé junto a ustedes, aunque la respuesta sea no, sin embargo, humildemente pido a la princesa Candice por esposa. -
Evander observó a su querida nieta, y pudo leer en ella sin dificultad, por supuesto que le agradaba el hombre que tenía en frente, y él no tenía duda de que el joven Laird de los Andrew era un hombre honorable y guerrero incomparable, pero, en el clan Lugh-Morrigan las cosas se hacían un poco distintas.
Verás, las hijas de nuestro clan no están obligadas a casarse como pago a favores, ni por mantener alianzas, en circunstancias normales, mi nieta escogería a su propio esposo, y aunque conozco tu reputación no puedo responder por ella. -
Entiendo...-
Un año y un mes. - respondió Candice sorprendiéndose a sí misma.
¿Un año y un mes? - preguntó el laird levantando la ceja, sabía perfectamente lo que significaba, el handfasting de los hombres comunes duraba un año y un mes, pero era algo que no se acostumbraba entre los señores de los clanes.
Una alianza de sangre entre nuestros clanes es definitivamente ventajosa, un año y un mes debe ser suficiente para que tengamos un hijo que formalice esa unión, y también me permite liberarme de ella, si resulta que no somos compatibles. -
Albert la miró incrédulo, era una propuesta atrevida, buscó la mirada de Evander antes de responder.
Lo que te he dicho es cierto, ella tiene la decisión, ¿qué dices?
Lo acepto como propuesta inicial, pero te aseguro, princesa, que será para toda la eternidad. -
Ya veremos Laird. - le dijo ella con una sonrisa.
Evander la dejó llenar los papeles, y después invitó a Albert a sentarse a la mesa.
Tus hombres, incluidos tus primos ya descansan, no se los tomes a mal, han observado junto conmigo el duelo y entendido que no corrías ningún peligro, ahora es tiempo de que escuches lo que Candice ha planeado y que ella escuche tu estrategia.
Albert escuchó con creciente respeto lo que Candice había planeado, sin duda era la mejor opción con los hombres con los que contaba, pero ella no sabía que había cinco contingentes más del clan Andrew listos para descender sobre los Leagan.
¿Qué piensas? - preguntó ella una vez que terminó de explicarle.
Es la estrategia perfecta, sin embargo, el costo será muy alto.
No hay otra manera. -
Cierto, no la hay, con el número de hombres con los que contamos dentro de la fortaleza, sin embargo, no son todos.
¿Hay más aliados que no he llamado?
No, hay cinco contingentes del clan Andrew rodeando el valle, podemos iniciar la batalla como lo has mencionado, se sentirán tan confiados que obligarás aún a su retaguardia a unirse, y justo cuando todas las tropas estén en la parte central del valle, mis hombres descenderán. -
Candy lo miró por un momento, había creído que dejaría esos contingentes para proteger sus propias tierras de ataque.
¿Quién defiende tus tierras? -
Mi hermano se quedó con sus hombres a cargo de eso. Parte de nuestra estrategia es no revelar cuántos hombres tenemos realmente, así como parte de la de ustedes es no dejarle saber al mundo que sus princesas no son meros adornos. ¿qué dices?
Que no hay más razones para seguir perdiendo horas de descanso. - le dijo ella con una sonrisa franca, que iluminó su rostro de manera exquisita.
Solo tengo una condición. - dijo Albert de pronto.
Si la condición es pedirme que me quede dentro de las murallas puedes tomar a tus hombres e irte. - le respondió ella con altivez que hizo que Albert sonriera.
No, princesa, no me atrevería a pedirte eso, solo te pido que te quedes a mi lado.
No necesito que me defiendas tengo mi espada y mis hombres.
Jajajajaja, ¿Me creerías si te digo que quiero que me defiendas tú a mí? - le preguntó Albert mirándola con ternura.
No, pero supongo que alguna concesión debo hacer, ya que has renunciado al oro y los despojos.
Pero he conseguido algo aún más valioso, un año y un mes. - le respondió el con su ronca voz varonil y una sonrisa descarada.
Ella tomó una daga de oro que se encontraba a su lado en la mesa, y sin respingar hizo una rajada poco profunda en su mano, después le extendió a Albert el mismo puñal. Albert en vez de tomarlo le ofreció su palma indicándole que ella debía hacerlo, no era lo común, pero quería ver si ella se atrevería. Sin dudarlo la princesa empuñó con su mano derecha el afilado cuchillo y con destreza hizo el mismo corte largo en la enorme palma masculina.
El pacto de sangre quedó consumado cuando estrecharon sus manos, y ninguno de los dos pudo dejar de pensar que había una forma más placentera de cerrar el trato.
Su pequeña mano blanca apretó con firmeza la grande y fuerte mano de él, y por un momento se perdieron el uno en la mirada del otro, después Albert por segunda vez en esa noche la llevó hasta sus labios para depositar un beso en ella.
Ambos podrían haberse perdido el uno en la mirada del otro por largo rato, y después seguramente habrían terminado por hacer mucho más, pero el suave carraspeo de Evander los sacó de su ensimismamiento. Los hombres se despidieron con una reverencia y la dejaron sola.
Candice se acercó a la ventana para mirar por ella, las piras funerarias aún ardían en tan sólo dos semanas había perdido a sus tres hermanos mayores y aunque aún había herederos varones todos eran más pequeños que Yvaine, el menor apenas gateaba. Ellos no estaban en el castillo, su madre, junto con un contingente de los mejores guerreros habían buscado refugio en la fortaleza de la familia materna. Ya no había lágrimas que derramar, al menos no ahora, sabía bien cuál era su deber y lo cumpliría con cabalidad, vengaría la sangre derramada de sus hermanos y las heridas de su padre.
Por un momento se preguntó qué diría su madre ante su propuesta de un año y un mes, pero eso solo la hizo sonreír un poco, estaba segura de que Lady Meredith Lugh-Morrigan le susurraría al oído que con semejante hombre de no estar ella casada y profundamente enamorada de su padre, hubiese propuesto lo mismo.
La luna se encontraba en lo alto, se acercaba la media noche, el sonido de las gaitas ceremoniales inundaba la atmósfera, durante tres días había comandado la defensa de las ciudad y los ataques desde adentro de sus murallas, incluso, había pactado en nombre de su padre la tregua de ese día para poder encender las piras funerarias, sabía que los Leagan eran traicioneros, habían jugado sucio desde el principio y las muertes de sus hermanos y heridas de su padre eran producto de esa traición, estaba consciente de que el bastardo, Neil Leagan creía que quien estaba a cargo de la defensa era Evander, y que se sorprendería de encontrarse en batalla a campo abierto, por eso era que los hombres de Andrew se vestirían con los colores de Lugh-Morrigan, y ella cabalgaría no como hombre, sino como la princesa guerrera que era, con la intención de hacerlos ver desesperados , simularía vaciar la fortaleza, y salir al frente en un último intento por sobrevivir, tal vez solo para ganar tiempo para que los ancianos, mujeres y niños pudiesen huir, eso los haría sentir seguros de su victoria, y Neil se arrojaría a vencerla, para tomarla prisionera, porque por años había deseado desposarla, pero ella se había negado una y otra vez.
Candy cerró los ojos tratando de no pensar en que haría Neil con ella si llegaba a capturarla, probablemente la tomaría a la fuerza y trataría de hacerse con el dominio del clan y ella no podía permitirlo, así que decidió que enviaría a Yvaine a reunirse con su madre a primera hora de la mañana, y sin más se desnudó para meterse entre las frías sábanas, una vez ahí se preguntó cómo sería no estar sola, no podía engañarse a sí misma, no se trataba de mera curiosidad, y no quería a cualquiera como compañero de cama, sabía de sobra que el único que la había hecho sentir deseo carnal en su corta vida, era el laird de los Andrew. Recordó su impresionante musculatura y suspiró tan solo de imaginar lo que se sentiría ser contenida en sus brazos, y que sus sensuales labios recorrieran cada centímetro de su piel, sin darse cuenta se deslizó con suavidad al mundo de los sueños, en donde dejó de preguntarse qué se sentiría y se dedicó a gozar de las atenciones que Albert le prodigó.
Muy temprano en la mañana, cuando el sol apenas comenzaba a teñir el horizonte Candy fue obligada a dejar los labios de Albert cuando su mucama la sacudió para despertarla.
Mi señora, hay mensajeros del clan Leagan en la entrada, y han traído un mensaje, mi señor Evander me ha enviado a despertarla y ayudarle a arreglarse. - le dijo la mujer mientras se acercaba al armario en busca de un vestido.
No Ishbel, mis ropas de batalla. - le dijo poniéndose de pie de inmediato.
En pocos minutos abrió de par en par las pesadas puertas del gran salón, Evander, el laird Andrew, y los ancianos del clan ya estaban ahí.
¿Cuál es la demanda del bastardo esta vez? - preguntó Candice sin siquiera saludar.
Envía un ultimátum o te desposas con él antes de la puesta del sol…
¿o nos atacará? ¿matará a mis hermanos? ¿arrasará con nuestras aldeas? Seguramente no piensa que puede derribar nuestras murallas de la noche a la mañana… - Candy iba a continuar con su diatriba, pero percibió una agonía nueva en los ojos de su abuelo. - ¿Evander?
Tomará a Yvaine por esposa y después la entregará a la merced de sus hombres. -
¿Yvaine? ¿Y piensa que se la entregaremos en bandeja de plata? preguntó incrédula aún sin terminar de comprender lo que su abuelo le decía.
Se escabulló temprano para ir hasta la pira funeraria de Alec y poner flores y especies antes de que el fuego se extinguiese por completo. -
Las palabras de Evander fueron como un golpe a la boca de su estómago. Albert la observó palidecer y se acercó hasta ella con el fin de tomarla en brazos si perdía la conciencia, pero no fue necesario, su admiración por ella aumentó aún más cuando la vio erguirse tragándose su dolor y voltear a verlo conteniendo las lágrimas.
¿Están listos tus hombres? -
Si princesa, sin embargo…
Ese malnacido no verá un día más entonces. Haremos justo lo que habíamos planeado, solo hay dos cosas que debo pedirte.
Lo que sea. - le respondió Albert ajeno a lo que ella iba a pedirle.
Sí estamos por perder, la orden de mis hombres es tomar mi vida, porque me niego a caer en manos de ese hijo de puta… ahora mis planes deben cambiar, encontraré a Yvaine, y yo misma le daré muerte antes de permitirle sufrir el infierno que el perro tiene preparado para ella, si algo me pasa, debes jurarme que tú harás lo mismo.
Daré mi vida por ponerlas a salvo. -
De nada nos sirves muerto, debes jurarme que nos brindaras misericordiosa muerte antes que permitirnos caer prisioneras de esos demonios.
William Albert Andrew, se conmovió hasta los huesos por la petición de la mujer que estaba seguro era su alma gemela. Se acercó a ella hasta que sus alientos casi se rozaron y le dijo con firmeza.
Te juro que no llegaremos a eso. -
Ese juramento no me sirve, si la batalla se vuelve en nuestra contra y antes de permitir que la fortaleza caiga en manos de los Leagan la orden de quienes se quedan a defenderla es prenderle fuego, quienes estén en condiciones de hacerlo ellos mismos, deben ayudar a quienes no lo estén, para así entregar voluntariamente sus vidas a los dioses. Pero nosotras somos hijas de Morrigan, nos está prohibido tomar nuestra propia vida, es por eso por lo que debes jurarme que lo harás tú.
Albert miró por una fracción de segundo a los ancianos y después la miró a ella. Sin darle tiempo a reaccionar se inclinó y rozó sus labios con los suyos disfrutando de la miel que de ellos destilaba. Candice no se amilanó ante el beso, sino que lo correspondió sin importarle quienes estuvieran presentes, quería besarlo y que la besara, a decir verdad su cuerpo anhelaba mucho más que un beso, en el fondo de su ser ella tenía la certeza que este podía ser el último día de su vida, y se negaba a ir ante los dioses sin haber probado los labios del Laird Andrew.
Tienes mi palabra princesa. - le dijo él cuando se separó de ella.
¿Enviarás un mensaje a Leagan? - preguntó Evander.
Yo misma se lo daré en persona, ahora debo ir a despedirme de padre. -
Los hombres la observaron salir y procedieron a dar las órdenes correspondientes, los mensajeros aún esperaban en la entrada de la fortaleza, los caballos de guerra fueron reunidos en un patio interior, menos de 15 minutos después el Laird Andrew vio a su princesa guerrera caminar hacia él, la corta falda mostraba sus torneadas piernas, su vestuario no era andrógino, su cota de maya estaba hecha para amoldarse a sus formas femeninas. Y de su costado casi rozando el suelo pendía Cailean, la Claymore del Laird de los Lugh- Morrigan. Los hombres esperaban montados, un mozo trajo de los establos un brioso semental gelding color negro, un caballo imponente, enorme, con majestuosos arreos de guerra. Albert se acercó a un costado del caballo con la intención de ayudarla a montar. Pero ella lo ignoró y con agilidad que dejaba en ridículo a todos los ahí presentes trepó en la enorme bestia.
¿Los mensajeros aún están en la puerta?
Sí mi señora, se les dijo que esperaran por su respuesta.
Bien, están a punto de recibirla. Hombres, defendamos con honor nuestra causa, no habrá tregua, la lucha es a muerte, y esos malnacidos no merecen misericordia. - Todo esto lo dijo con vigor, inflamando el corazón de todos los hombres, porque al final del día, que motiva más a un guerrero que una hermosa mujer. -Quiero ir primero, deseo saborear el terror de sus rostros. - Albert la miró jurándose a sí mismo que cuando todo esto terminara la haría su mujer.
¡Air adhart laochraidh! - gritó el laird Andrew con la espada desenvainada y espoleando el caballo.
La princesa y el laird iban a la punta de la poderosa estampida, y pudieron ver la cara de horror en los mensajeros de clan enemigo, segundos antes de intentar correr por sus vidas, pero, había sido inútil, sin más fueron alcanzados y un mar de pezuñas y arena se convirtieron en su perdición.
Neil Leagan había estado seguro de que tenía la carta ganadora, pero sus hombres al ver los feroces guerreros que venían contra ellos fueron presas del terror, a diestra y siniestra los hombres caían o huían frente a la furia de los clanes Andrew y Lugh Morrigan. El contingente era pequeño y por un momento creyó que su ventaja en número de hombres prevalecería, pero una a una las cuadrillas fueron cayendo, los caballos estaban salpicados de sangre, y Candice empuñaba a Claidean con coraje, y valentía dejándola beber sangre a su antojo, había otro guerrero que no podía reconocer desde su lugar privilegiado y protegido, uno que era una cabeza más alta que el resto de los hombres, hombros anchos, vestía los colores de los Lugh-Morrigan como todos los demás, pero algo en él era diferente, ante la desorganización y desbandada ordenó a su caballería a unirse, dejando la retaguardia descuidada, después de todo los pasos habían estado salvaguardados.
¡Trae a la chiquilla! - ordenó a uno de sus hombres cuando el fragor de la batalla se encontraba peligrosamente cerca de él. Un par de fornidos bandidos llevaron a la pequeña princesa casi a rastras. Neil la tomó de la muñeca y le ofreció el catalejo.
¿Quién lucha al lado de tu hermana? - preguntó con brusquedad.
Los hombres de nuestro clan, ¿acaso no ves los colores?
No, el guerrero rubio, en el caballo blanco.
Yvaine lo miró fijamente y una pequeña sonrisa se asomó en su rostro.
Ya te he respondido, es uno de nuestros hombres. Veo que has ordenado a la retaguardia a unirse. -
Neil estaba a punto de responder cuando el sonido de tambores y cuernos inundaron el valle seguidos del retumbar de caballos y gritos de guerra, volteó a su espalda, los hombres vestían los colores de los Andrew, de pronto todo fue claro.
¡Es el Laird Andrew! ¡A él! Gritó con desesperación a sus hombres mientras los jinetes se acercaban a él para rodearlo, en su pánico dio un par de pasos atrás, y de pronto un dolor agudo a la altura de los riñones lo hizo doblarse. Pero ella ya se encontraba cerca, Candice descendió de un brinco y se abalanzó contra él, Neil levantó su espada y respondió el ataque, mientras uno de sus últimos hombres fieles se acercaba por detrás a ella con una enorme roca, sin embargo, antes de que pudiera asestar el golpe su cabeza se partió en dos ante el poderoso espadazo de Albert, Candy sin enterarse del peligro que acababa de correr se lanzó hacia adelante y enterró la espada en el corazón, terminando así el trabajo que Yvaine había iniciado con su pequeña daga.
De un golpe, Albert separó la cabeza del Laird Leagan del resto del cuerpo, la lucha había sido larga, el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte.
¡Buaid-Lárach! ¡Victoria! - Gritó desde el lugar alto en medio de la planicie mientras clavaba en una estaca la cabeza del bastardo. Ante la mirada de su comandante en esas condiciones, los hombres de Leagan comenzaron a rendirse, o a huir, y aquellos que no lo hicieron perecieron bajo el acero de los clanes aliados.
En no mucho tiempo la refriega se fue sosegando, en el alto montículo ondeaban los colores de Andrew y Lugh-Morrigan, y Albert y Candy junto con Yvaine esperaban a que los líderes se acercaran, Archibald y Allistair Cornwell junto con dos de los hombres principales del Clan Lugh Morrigan subieron el montículo y presentaron a los pies de ellos el simbólico despojo de los enemigos, espadas, cascos, joyas. El valle estalló en gritos de victoria, Albert tomó la espada de Leagan y clavando una rodilla sobre la tierra aún húmeda con sangre se la presentó a las princesas de los Lugh-Morrigan, después se puso en pie, se acercó a Candice y sin más ceremonia la tomó de la cintura y la acercó a él para besarla apasionadamente frente a todos los hombres, por supuesto que su beso fue correspondido, mientras el campo se deshacían una vez más en gritos de victoria. Acercaron los caballos y estuvo tentado a montarla junto con él en Angus, pero recordó quién era, esta mujer no era una simple doncella, no era su premio ni su pago, había luchado hombro con hombro con él, había diseñado el plan de ataque, con furia inmisericorde había vengado la muerte de sus hermanos, ella misma junto con su hermana habían dado muerte al bastardo de Leagan, no podía simplemente llevarla en su caballo como su premio, debía darle el honor que se le da a un rey victorioso después de la batalla.
Ordenó que trajeran el caballo de ella, y otro caballo para Yvaine, la pequeña merecía su propio cortejo de victoria, su daga había asestado el primer golpe, no cabía duda de que la sangre de la diosa corría por las venas de las princesas.
Candice dio órdenes a sus hombres acerca de los prisioneros y la limpieza de los campos, mandó mensajeros a la fortaleza, aunque sabía bien que los cantos de victoria no habían pasado desapercibidos. Y después con aire majestuoso volteó a ver a Albert.
Laird Andrew, el clan Lugh-Morrigan está en deuda con los Andrew.
No mi señora, la alianza formada generaciones atrás debía ser honrada. No hay duda alguna.
Vuelve con nosotras al castillo, un mes de celebraciones y sacrificios es lo que corresponde a semejante favor de los dioses.
Y será un placer celebrarlos a tu lado.
Sostuvo las riendas del caballo para que Candy montara mientras un apuesto guerrero de los Lugh-Morrigan hacía lo mismo por Yvaine. Albert observó el absoluto respeto y devoción que los hombres del clan profesaban por las princesas, e incluso pudo ver lo mismo en los ojos de sus propios hombres, muchos eran jóvenes de su edad e incluso de menor edad, pero muchos otros eran experimentados guerreros que habían luchado al lado de su padre, que tal vez ni en un millón de años hubiesen imaginado luchar hombro con hombro al lado de una mujer, pero hoy rendían pleitesía a la dama que él había escogido para ser la señora de su clan. Albert montó su propio caballo y junto con Candy encabezó la marcha de regreso, las puertas de la fortaleza estaban abiertas, mujeres y niños habían abandonado las cuevas subterráneas y los habitantes formaron una valla para recibir orgullosos a sus princesas y los guerreros que habían defendido sus vidas.
Los siguientes días pasaron como un torbellino delante de sus ojos, el Laird del clan Lugh-Morrigan se recuperó, y presidió un banquete en honor del clan Andrew. Esa noche, sentado en la mesa principal, con los nobles del clan y siendo agasajado por ellos, Albert levantó de pronto la mirada, y vio entrar por la puerta lo que pensó era una visión.
Engalanada en un vestido de terciopelo color borgoña que delineaba preciosamente su silueta femenina, el dorado cabello cayendo como una cascada de oro por su espalda, entró la princesa del clan, Albert se había acostumbrado a verla andar por los pasillos con su vestimenta masculina, habían cabalgado por el campo de guerra, y presidido la mesa con ese atuendo y la espada a un lado, pero esa noche, que su padre, el Laird tomaba el control, ella era libre de ser solo la princesa. Estaba hipnotizado por su belleza, por la suave feminidad que emanaba, había algo maravillosamente místico y embriagador en ver a una mujer poderosa entrar en una habitación luciendo tan y vulnerable.
¡Por mi hija! ¡la princesa guerrera de los Lugh-Morrigan y futura señora de los Andrew- gritó alzando su cáliz Ferguson Lugh-Morrigan con genuino brillo de orgullo en su mirada.
Los hombres vitorearon el brindis, e incluso uno de los hombres de los Andrew le acercaron una copa para que ella también lo hiciera. Aullaron como locos, e hicieron retumbar las mesas pidiendo que hablara, cualquier doncella se hubiese amilanado, pero ella no era cualquier doncella, alzó su copa y todos los hombres callaron.
¡Por nuestros valientes caídos!
¡Do dheagh-shlàinte! - respondieron los hombres.
¡Por la victoria!
¡Do dheagh-shlàinte! - ahora se pusieron de pie mientras coreaban.
¡En honor a los dioses!
¡Do dheagh-shlàinte! - el sonido de las voces valerosas un poco más fuerte.
¡Larga vida, buenas cosechas, excelentes licores y animales gordos para el clan Andrew!
¡Do dheagh-shlàinte!
¡Que la luz eterna brille siempre sobre nosotros!
¡Solas sìorraidh gun dealraich air! - respondieron todos con voces de trueno que retumbaron en el enorme recinto de piedra, las copas fueron vaciadas.
Candice hizo una seña y los sirvientes se apresuraron a rellenarlas, y con una inclinación de cabeza a los músicos la atmósfera del lugar comenzó a vibrar con alegres notas mientras platillos aún más extravagantes que los anteriores eran presentados con pompa en las largas mesas de madera. Los presentes eran los principales de los clanes, hombres con cierto rango, los soldados rasos tenían su propia fiesta provista de cerveza y abundante comida en el campamento montado afuera de las murallas y en los patios de la fortaleza exterior.
Albert se puso en pie para ir hasta donde estaba Candy y ofrecerle su brazo para llevarla hasta la silla vacía entre él y Ferguson. Pero al verlos juntos los hombres hicieron alborozo y exigieron que bailaran.
Te ves preciosa. - le dijo en un ronco susurro mientras caminaban al centro de la habitación y tomaban sus lugares para realizar una danza tradicional de cortejo.
Gracias, mi señor. - le respondió ella con fingida modestia mientras observaba de arriba abajo y con descaro el porte y atuendo del hombre con el que había prometido celebrar el handfasting, se veía obscenamente apuesto y su cercanía la hacía sentir cosas antes desconocidas. Su masculino aroma era intoxicante, y ahora vestido de gala, con el cabello arreglado, sin la preocupación de una guerra sobre sus hombros o el cansancio de la batalla era aún más guapo.
Terminaron la danza y Albert la condujo hasta su lugar dónde Ferguson y Evander la recibieron con orgullo y besaron sus mejillas antes de tomar asiento.
Tu madre y hermanos pequeños llegarán mañana, y en cuatro días será luna llena, el momento perfecto para celebrar el handfasting. - le dijo Ferguson a su hija, no tenía prisa por celebrar la ceremonia, pero no le desagradaba en lo absoluto verla casada con William Albert Andrew, y aunque sabía que el acuerdo era por un año un mes, la forma en que se miraban le decía que sería para toda la vida.
Padre, no le has dado oportunidad al Laird Andrew de retractarse, tal vez ha decidido que prefiere las tierras de Leagan. - le respondió ella con mirada traviesa y un guiño alegre.
¿Qué dices Albert prefieres las tierras de Leagan? - preguntó seriamente Ferguson.
No mi señor, antes pediría un hechizo para adelantar la luna llena y que el handfasting fuese esta misma noche. -
Jajajajajaja, parece ser que lo tienes prendado hija mía. - respondió con orgullo el Laird, y todos los presentes en la mesa rieron. -¿Dime Andrew, te has puesto a pensar que una mujer como mi hija no es como todas las demás?
Es más que claro que no lo es mi señor, y eso es precisamente parte del encanto.
Piénsalo bien, Albert, considera que si tenemos una hija nuestras tradiciones dictan que deberá entrenarse para la lucha como lo haríamos con cualquier hijo varón, y que en estas tierras la palabra de mi padre tiene el mismo valor que la de mi madre, ¿estás dispuesto a compartir el señorío de los Andrew? - le dijo Candice con toda seriedad.
Si bien nuestro clan no tiene princesas guerreras, en su momento mi madre gozó de la misma autoridad que mi padre, y aunque mi hermana no es capaz de defender la fortaleza o pelear con una claymore como tú, es bastante hábil con el arco, habrá ajustes, como en todo, pero te aseguro princesa, que no pretenderé cambiarte.
Ella solo le sonrió si este hombre era en realidad tan fascinante como parecía, pudiera ser que tuviera razón y su unión duraría más de un año y un mes.
Noche de luna llena.
La procesión nupcial caminó a la luz de la luna, en las aldeas en reconstrucción había fiesta por la boda de su princesa, el contingente de hombres del clan Andrew que se había quedado con si Laird encabezaba la marcha detrás de los druidas que quemaban cortezas, iban vestidos ceremonialmente, empuñando antorchas y cantando alegres los cantos acostumbrados, Albert montaba su blanco corcel en medio de sus primos. Detrás los hombres principales de Lugh-Morrigan montaban sus briosos animales de guerra entre ellos mujeres y niños a pie tiraban flores a su paso y detrás la familia del Laird montaba con la novia, todos incluidos los pequeños le acompañaba, Lady Meredith cabalgaba al lado de su hija en un corcel color plata, era una mujer hermosa, de largos cabellos rojizos, enormes ojos azules.
No puedes ocultar la dicha que esta unión te provoca, hija mía, tus hermanos estarían dichosos de verte. -
Madre… - comenzó a responder ella.
No es un reproche, tu felicidad es un bálsamo a mi corazón, y veo que el joven LAird de los Andrew alberga por ti mayores sentimientos que solo deseo carnal… -
¿Has visto en nuestro futuro, madre? - preguntó Candice, sabiendo que su madre tenía un don especial.
Sí, veo amor, veo felicidad, pero también veo una tormenta…lo demás parece estar velado, como si aún no estuviese escrito. Pero no temas, la luz del amor y la felicidad es mayor que la oscuridad de la tormenta. -
¿Irás a verme?
Sabes bien que sí, cuando el nacimiento de tu primer hijo se acerque ahí estaré, mi pequeña guerrera. -
El claro del bosque donde se encontraba el círculo de piedra iluminado por un anillo de antorchas se reveló frente a ellas cuando cruzaron una valla de enebros, las gaitas elevaban sus dulces notas, los cantos de hombres y mujeres se elevaban al cielo y Albert se acercó hasta ella para tomarla de la cintura y ayudarla a descender de su montura, caminó con ella tomada de la mano hasta el centro del círculo, dónde enterró su Claymore frente a los druidas y la ceremonia de agua, pan, sales, bendiciones e invocaciones comenzó, sus manos fueron atadas con un tartán compuesto por los colores de ambos clanes y un cordón de hilos de oro. Hicieron promesas a la luz de la luna, con los espíritus de la naturaleza presentes y sus clanes como testigos. Al final se besaron, y todo el mundo estalló en aplausos y vítores. Salieron del lugar sagrado, y regresaron al castillo para las celebraciones nupciales, cuando luna alcanzó la altura de medianoche, Albert la tomó de la mano y la llevó a las afueras del castillo donde un mozo esperaba con sus caballos.
¿Me harías el honor de montar conmigo? O ¿prefieres hacerlo en tu caballo? - preguntó él con una sonrisa que al conmovió, era claro que aún no sabía bien cómo tratar a una princesa guerrera, pero buscaba la forma de complacerla.
Por esta noche será un placer montar en tu caballo. - le respondió ella con una sonrisa y dejó que la ayudará a montar frente a él, para después envolverla en sus brazos y cabalgar fuera de las murallas.
Se dirigían al lugar sagrado donde consumarían su unión, una tierra prohibida en otras circunstancias, una cascada secreta que se encontraba en uno de los límites de las tierras de ambos clanes.
Cada Laird de los Andrew buscaba su propio lugar secreto, y lo preparaba para el día en el que llevaría ahí a la mujer que habían escogido como compañera para sellar su unión, en circunstancias normales el viaje hasta ese lugar les hubiese tomado muchos días, pero los druidas habían concedido una bendición especial al caballo y un manto místico los ocultaba al paso de todos, en poco tiempo después de haber cabalgado sobre magia llegaron al borde de las tierras y Albert descendió de Angus para guiarlo por la brida, con paso seguro siguió el camino marcado por los will of the wisp quienes con sus misteriosas luces multicolores le mostraban la senda oculta, de pronto frente a ella Candy contempló una imponente cascada, que se volcaba sobre una poza de aguas tranquilas que parecían de plata con el resplandor de la luna.
Hemos llegado princesa, Angus no puede ir más allá, ¿me permitirás guiarte? -
Solo porque soy demasiado curiosa mi señor. -
Jajajaja, definitivamente a tu lado cada momento es una aventura, hay dos formas de entrar una más seca que la otra, ¿cuál prefieres?
La que implique zambullirnos en estas deliciosas aguas. - esa respuesta era la que Albert había deseado escuchar.
Bien, entonces, me temo que las ropas nos estorban, le dijo él mientras soltaba el broche que sostenía el tartán y se deshacía de la camisa, mostrándose ante ella en magnífica impudencia que le robó el aliento, pero si él podía ponerla nerviosa de esa forma, ella estaba segura podía pagarle de la misma forma. Sin quitar la vista de sus ojos deshizo los cordones del vestido y lo sacó por encima de su cabeza quedando en paños menores, Albert sintió como su cuerpo reaccionaba ante su osado movimiento, pero no soñó con que ella iría más allá, y la miró atónito mientras ella quedaba en igualdad de circunstancias que él, la luz de la luna y las estrellas acariciaron su suave piel blanca, la brisa jugó con sus botones de rosa, los endureció, ante ello, Albert solo pudo admirarse cuando la descarada reacción de su cuerpo no la asustó, sino la hizo sonreír.
Sin palabras la tomó de la mano y la guio dentro de las aguas, el frío de las mismas calmó un poco sus pasiones, pero él la atrajo para besarla, el contacto de sus cuerpos húmedos volvió a encender el fuego, en ellos, sus manos exploraron el cuerpo del otro, ella enredó sus piernas en la cintura de él y él disfrutó de sus suaves formas, por mucho tiempo juguetearon dentro del agua, y cuando él se alejó de ella gimió ante su ausencia.
No aquí princesa mía, no esta noche, tal vez mañana, tal vez en unos días, pero hoy quiero que estés lo más cómoda posible, vamos. - la tomó en brazos asaltando sus besos y caminó con ella hacia la cascada, se internó sin más en el poderoso torrente que maravillosamente pareció respetarlo y abrirse suavemente como una cortina de traslucida gasa. Aún con ella en brazos ascendió una escalera natural de piedra y se internó en lo que a simple vista parecía una cueva, y, sin embargo, se reveló ante ellos como una lujosa alcoba.
Le sirvió una copa de elixir para ayudarla entrar en calor y la cubrió con pieles al ver que sus labios comenzaban a amoratarse. Entre besos embriagados y embriagadores la llevó hasta las cómodas pieles y mullidos cojines y se recostó junto con ella en la cama.
Te deseo princesa, como nunca he deseado a nadie, jamás había conocido una mujer como tú, pero no es solo deseo, hay algo más, como si hubiese estado incompleto hasta este momento, y ahora que estás a mi lado por fin deja de faltarme algo.
William Albert Andrew… sé que las mujeres me mirarán a tu lado y envidiarán mi fortuna, te debo la vida, la de mi familia, y lo cierto es que en contra de mi voluntad mi corazón se ha prendido al tuyo, al igual que tú no es solo pasión, lujuria y deseo por tus magníficos atributos, sino algo más grande, algo místico que va fuera de los confines de este mundo… quiero ser tuya en cuerpo y alma, se mío también, consumemos nuestra unión, no solo porque mi cuerpo arde en anhelos por ti, sino porque hay algo que me urge a ser tuya ahora mismo.
Él la complació, la tendió sobre las pieles y procedió a atacar su piel desnuda con su boca, a tocarla con la suavidad, fuerza y precisión con la que se toca una gaita, para obtener música, e hizo brotar de sus labios notas hasta entonces desconocidas para ella, probó cada rincón de su cuerpo, bebió de sus néctares, la hizo estallar en sublimes explosiones de placer, y cuando ella creyó que no podía haber más dicha hundió su pulsante carne en ella, el pequeño grito que escapó de sus labios fue nada a comparación de los gemidos de placer que retumbaron en la caverna y fueron ahogados por el rugir del agua mientras se volvían uno solo.
Highlands escocesas, 1850.
Albert despertó de golpe, su boca estaba seca, el sudor corría por su piel, y cierta parte de su anatomía estaba completamente despierta, todo daba vueltas a su alrededor, cerró los ojos y entendió de pronto el porqué de su acelerado corazón.
Ella había sido suya en sus sueños, por fin habían consumado su amor, eso nunca había sucedido, siempre terminaba por perderla antes de poder llegar a ese punto, la había visto morir en la batalla, se había visto a sí mismo ahogado por una marea de hombres, un hombre la había arrebatado de su lado siglos después, una blanca estatua de mármol en un jardín desconocido lo llamaba insistentemente, las imágenes y amalgamas de todos los sueños que había tenido desde los 16 lo asaltaron, muchas veces había despertado de sus sueños empapado de sudor, con un grito ahogado, con lágrimas en los ojos, con pasión ahogada de pronto por la tragedia, pero ese día por primera vez en 9 años, había logrado hacerla suya.
Se puso de pie y caminó hasta la ventana de la antigua fortaleza que por generaciones le había pertenecido a su familia, los verdes campos se extendían delante de él cubiertos por la bruma matutina. Hoy recibía el antiguo título, hoy, él era el Laird de los Andrew, en su cumpleaños número 25 abrió la ventana y permitió que el frío aire de la mañana penetrara en la estancia, de pronto recordó algo que no había visto nunca antes en el sueño, ese lugar...algo le decía que sabía exactamente dónde estaba. Se vistió pronto y bajó las escaleras de dos en dos, montó a Angus y cuando estaba a punto de espolearlo la voz de George lo interrumpió.
La familia llega hoy para celebrar tu cumpleaños.
Lo sé probablemente estaré de vuelta a tiempo.
William… - George ni siquiera pudo terminar de decir las palabras, simplemente lo observó cabalgar como un hombre con una misión, como si en realidad supiera a dónde iba.
Albert detuvo en el borde del bosque, su corazón acelerado palpitaba en su pecho, su piel se erizaba, sabía que estaba cerca, que el momento había llegado.
Dónde estés, voy a encontrarte y entonces, no te volveré a perder y por fin consumaremos nuestro amor, mi princesa guerrera.
Fin.
