Capítulo Primero

Apreté los puños al volante de mi Chevy roja de tercera, cuarta o quizá quinta mano cerrando los ojos. Podía oír el barullo de la fiesta de papá.

No me apetecía estar allí, ni siquiera salir de casa todavía, no me apetecía mirarme al espejo, no me apetecía volver tras mis pasos, porque eso me asía más al dolor. Pero después de seis meses ya era hora de comenzar a vivir aunque fuese mecánicamente. No por mí, sino por quien tenía a mí alrededor, estaba harta de escuchar lo mismo a cada llamada, a cada mensaje… a cada mirada.

Suspiré.

Era hora de ponerme la máscara y que se abriera el telón. La fiesta de jubilación de papá bien se lo merecía.

Cerré los ojos con fuerza y suspiré antes de bajar y ponerme frente a lo que daba mi reflejo en la ventanilla lateral de la Chevy, llevándome la mano a la cabeza.

Cruzando la calle, un soplo de aire peinó mis cabellos hacia atrás. Suspiré de nuevo, antes de subir las cuatro escaleritas blancas y tocar el timbre.

—¡Bella! —Sue Clearwater dibujó una amplia sonrisa al verme, rodeándome con sus brazos oliváceos—. Tu padre no te espera —acarició mi pelo , empujándome hacía dentro.

Casi sonreí al vislumbrar en mínimos detalles la huella de una mujer en casa de papá. Después de muchos años, había dejado entrar en su corazón a la viuda Clearwater y la sonrisa le llegaba a los ojos, cosa que desde el abandono de mamá; eso no sucedía.

Un abrazo me sacó de mis pensamientos y el olor y el bigote de papá, llegaron a mí como un tornado.

—Pequeña —susurró en mi oído—, ni en más mis deseados sueños hubiera pensado que vendrías.

—Tenía que venir, papá. No me lo hubiera perdonado, esto… —Puse los ojos en blanco, refiriéndome a todo lo que allí estaba aconteciendo—. Pasa sólo una vez en la vida…

Papá rastreó mis pupilas, llegando al dolor de mis palabras y volvió a rodearme con sus brazos, acariciando mis glándulas pituitarias con aquel perfume amaderado y varonil tan peculiar de papá.

—Eres mi mejor regalo, Bella. —Agarrando mi mano, me llevó hacía el centro del salón haciéndose el silencio.

Sentí como hervía mi sangre agolpándose en el rostro.

Los compañeros de papá fueron saludándome poco a poco, casi con premura, Pero no era eso, era lástima. Recordándome cada segundo lo infeliz, lo desdichada, lo sola y vacía que me sentía y lo muerta que estaba.

Agarré una copa y acercándome a Sue, sorbí con detenimiento.

—¿Y Leah y Seth? Tenía la esperanza de ver a gente de mi edad por aquí —sonreí, sin ganas.

—Seth, está de exámenes y no le tentaba una reunión con gente mayor de 40 años, Bella. Daba por hecho que tú no vendrías y Leah….Leah está trabajando, ya sabes.

Miré el vacío de la calle, a través de una ventana, recordando a Leah y su extraña premonición con el tarot de Marsella, notando cómo se erizaban todos los vellos de mi cuerpo.

—He oído que es buena. Incluso, que estos meses ha trabajado con la gente de papá —fruncí el ceño, mirándola directamente a los ojos—. ¿Sabes quién se pone a cargo del puesto de Charlie, ahora?

Sue alzó los hombros, mirando a papá con ternura.

—Sólo sé que a tu padre no le gusta —No pudo evitar una carcajada—. Pienso que le tiene celos, quieras o no tu padre ha hecho de su trabajo por muchos años su vida y ahora eso de dejar a alguien frente a todo en su lugar, es casi como si le regalase parte de sus años.

Sue llevaba razón, conocía bien a papá, lo comprendía. Una punzada de dolor hizo que mi momentánea felicidad se disipase.

La compañera de papá, había aprendido a leer en los ojos... Una obviedad se cruzó entre mis pensamientos. Leah, quizá había sobrepasado esa "lectura" por alguna mucho más importante, más tétrica, más amenazante y a la vez más clara.

— Bella...poco a poco, todo tiene su tiempo, cicatrizarás —asentí, volviendo a beber de la copa—. Pero nunca curarás. Te lo digo por experiencia. —Sue, enviudó cuando Leah y Seth aún estaban en la primaria. Recuerdo perfectamente aquel día.

¿Qué pasa Leah?

Mis ojos viajaron hasta la hija del amigo de papá, aquél que junto a Billy Black, pasaba las mañanas de los Domingos en el lago, pescando.

No es que yo fuera íntima amiga de Leah, pero sí me llamaba la atención su soledad en clases, aunque se sentaba con Angela Webber, eran pocas las palabras que se cruzaban; no por Angela, obviamente, ella era una cotorra.

Leah, vivía en la reserva, de Forks, junto a otros compañeros suyos y no mantenía ninguna relación con nosotros: " los rostros pálidos", salvo conmigo.

Algo no va bien… —susurró, mirando la puerta

Me sentaba justo delante de ella y tuve que girar la cabeza ante la llamada de atención del profesor Moody.

No pasaron ni cinco minutos antes que la directora de primaria, entrara sin llamar a la puerta y susurrar algo al oído del profesor Moody, sus ojos viajaron hasta Leah y yo volví a girar el rostro para mirarla, ella se tapaba el rostro, con ambas manos y su boca se retorcía entre espasmos, para no dejar escapar el llanto.

Nadie le dijo nada, se levantó y caminó junto a la directora a la que acompañó hasta la salida de la clase.

Al salir del colegio y venir Billy a recogernos al pequeñajo de Jacob y a mí, nos dio la noticia, sin muchos detalles, pero dirigiéndose más a Jacob que a mí.

Harry ha fallecido —Billy suspiró antes de arrancar el coche y mirar por el retrovisor.

Jacob que intentaba enseñarme un truco nuevo de magia se detuvo en seco.

Jacob, debes de cuidar de Seth, sé que no es mucho menor que tú, pero lo debes hacer. —Jacob, se apartó de mi lado y buscó el lateral del coche para recargar la cabeza en la ventanilla.

Algo no va bien.

Aquella frase me dejó sin aliento al terminar el pasaje de mi memoria.

Tragando en seco, finalice la copa y miré a Sue.

—Leah, siempre tuvo ese don, ¿verdad?

—Sí —Su respuesta me sorprendió por lo cargada de sinceridad—. En la reserva estamos cargados de leyendas, Bella. Pero con el tiempo los jóvenes dejan de creer y los viejos se mantienen a la expectativa. No dejan que ninguno de sus cachorros se aleje de sus ojos. Harry nunca supo de las capacidades de Leah, y yo lo hice demasiado tarde. En cambio Elina Uley, lo intuyó desde que mi hija era muy pequeña.

—¿La madre de Sam? —pregunté, con extrañeza.

—No, Bella, la abuela de Sam.

—¿Qué hacen mis chicas? —Los brazos de papá, nos agarraron en un fuerte abrazo.

—Estamos criticando al personal, papá. —Elevé una ceja antes de ver algunos de sus compañeros como nos miraban con media sonrisa en los ojos.

—La verdad es que no los voy a echar de menos —susurró entre dientes.

Sue y yo estallamos en carcajadas.

—No te lo crees ni tú, papá —Me deshice de sus brazos y le guiñé un ojo—. ¿Y qué tal, qué te parece el nuevo jefe de policía?

Sue, puso los ojos en blanco, mientras se despedía de nosotros con una sonrisa ladina.

—Cuatro, palabras, Bella. Me han sobrado cuatro palabras para saber a qué clase de persona me enfrentaba.

—¿Enfrentaba, papá? —Era increíble que ya hubiese tenido un pleito con el nuevo jefe.

Charlie, bufó, pasando una mano por su frente

—No es esa la palabra, digamos que tenemos una manera diferente de trabajar, de ver las cosas. Eso sin comentar la falta de respeto, educación y la egolatría que estalla por cada poro de su piel, no ha querido que lo guíe ni tan siquiera para tener mejor trato con los subalternos. Su juventud y experiencia no tiene nada que ver con este pueblo, con esta comisaría. Aquí raramente ocurren delitos. Me extraña mucho que una persona con tantos méritos profesionales y viniendo de Seattle; de una sede gubernamental, haya pedido destino en Forks. Es muy extraño.

—¿Familia?, ¿hijos? Ya sabes que la gente huye de las grandes urbes en busca de pueblos como este —Besé a papá, con ternura—. Deja tu espíritu detectivesco.

—No, ni mujer, ni hijos, ni familia. Es lo que me extraña.

—Papá a ti siempre te ha extrañado todo, hasta que tuviese novio con 17 años, ¿recuerdas? Jessica, Angela incluso Karen ya habían salido con varios chicos del pueblo antes que yo y veías raro que yo comenzara a salir con…

El dolor volvió a invadirme, ¿por qué? si bien sabía que no podría llegar a olvidarlo nunca, ¿Porque este dolor tan punzante, tan amargo?

—Gracias por venir, Bella. —Papá volvió a abrazarme, entendiendo perfectamente que yo ya no hacía nada allí, que tenía que llegar a mi casa y volcar todo aquel dolor. Deshaciendo cada día un poquito o acostumbrarme a él, para que no influyera tanto en mi estado psicológico.

Me fui sin hacer ruido.

Al llegar a casa, tiré las llaves en un cenicero de granito y fui desvistiéndome conforme llegaba a la ducha. Al tirar los pantalones vaqueros al suelo, vi que la luz de mensajería de whatsapp, avisaba de mensajes nuevos. Pensé en mirarlos después de la ducha y me concentré en ésta durante un buen rato.

Oí el teléfono en repetidas ocasiones y aquello, me puso nerviosa

Enrollé la toalla de ducha, enganchada en la barra de la cortina en torno a mi cuerpo y me dirigí hacía los pantalones tirados en la puerta del lavabo.

Tres llamadas.

De un número desconocido.

Y un mensaje en el buzón de voz.

Llamé al 123, y esperé pacientemente la locución antes de escuchar el mensaje.

Isabella, soy Leah Clearwater, tienes que venir a verme a Lonthon Hill, es muy importante para ti.

Elevé ambas cejas, aquello no tenía sentido.

Miré el teléfono móvil, como si éste pudiese darme respuestas y presioné para direccionarme a Whatsapp, deslicé el dedo y vi todos los mensajes muy por encima. Pero sólo uno me llamó la atención, el de Jacob, mi querido Jacob Black.