I

—¡Muy bien, Emma! Si sigues así podrás controlar tu mutación de diamante por más tiempo.— El ojiazul le dedicó una sonrisa a la joven rubia desde el centro de control en la sala de peligro. —¿Las jaquecas desaparecieron? La telepatía no es algo fácil de manejar, lo sé muy bien... y con tu habilidad de diamante creo que será más fácil de controlar. Por ello puse mi empeño en tu forma diamantina primero.—

―Gracias, profesor Xavier. Y, sí, ya desaparecieron y fue muy gratificante para mi... En la noche pude dormir más tranquila.― Mientras la joven Emma hablaba se dirigía hacia donde el profesor se encontraba. ―Pero me hubiera gustado comenzar con la telepatía primero... No lo estoy cuestionando ni nada por el estilo, pero eso me hubiera ahorrado las voces.―

—Entiendo. Pero debo repetirte una vez más una cosa. Eres una alumna excepcional, señorita Frost, aprendes con rapidez.— Juntó sus propias manos por detrás de la espalda acercándose sin abandonar aquella cálida sonrisa. —Todo a su tiempo, Emma... Ya verás que podrás controlar tus poderes.. Ahora, vamos con los demás, ya casi es hora de cenar.—

Luego de haber dicho eso ambos emprendieron el camino hacia el comedor de la escuela, ambos con una sonrisa en los labios. Emma se sentía satisfecha de haber acabado en aquella escuela, el profesor Xavier era alguien maravilloso y sus compañeros eran bastante agradables. Había creado un pequeño lazo de amistad con Charles, así le llamaba cuando platicaban a solas en su oficina, y no había pasado por alto el hecho de que formaba parte de sus alumnos "favoritos". Aquel hombre era todo un misterio, lo admiraba y deseaba ayudarlo con la escuela de superdotados cuando fuera mayor, si él se lo permitía claro. El profesor Xavier representaba por lejos el modelo de padre que la rubia jamás logró tener.

II

Un golpe en el estómago, otro en su espalda y por último uno en la cabeza la dejó en el suelo sin muchas fuerzas. Se recargó contra las palmas mirando a su alrededor algo aturdida, no se encontraba en su forma de diamante por lo que era vulnerable y daba por hecho que las máquinas no responderían jamás a la telepatía. No olvidaba que estaba entrenando, pero esos métodos le seguían pareciendo algo toscos. Sin pensarlo mucho su apariencia sufrió una transformación, su piel cambió a diamante dándole mucho más fuerza y resistencia; era extraño, antes de adoptar aquella forma comenzaba a sentir un poco de fatiga pero ya no lo tenía, tampoco hambre.

En pocos minutos las máquinas cayeron una por una y Emma, con su sonrisa triunfante, desvió la mirada hacia la cabina donde sus ojos se cruzaron con los del profesor, sin pensarlo una amplia sonrisa apareció en su rostro mientras el diamante se desvanecía lentamente de su cuerpo. Antes de salir de la sala le dedicó un saludo militar, un deje de burla había en sus ojos.

Había pasado poco más de un año desde su primera vez en la sala de peligro, había mejorado notablemente. Eso le garantizaba subir la dificultad cada vez más, no se quejaba ya que comenzaban a gustarle los retos. Entre tanto, pasaba más tiempo con aquel hombre, llegando a un acercamiento más íntimo, como amigos de toda la vida. La confianza no era un problema, con la telepatía avanzada de Emma sus conversaciones se mantenían incluso hasta altas horas de la madrugada, eso era un infierno para Mystique, la actual esposa de Charles. Pero poco le importaba, le llegaba a divertir en cierta forma.

—Emma, cada día me sorprendes mucho más.— Exclamó con orgullo acercándose a la rubia, le acarició el cabello un momento antes de adoptar una postura profesional. No había nadie cerca, pero no quería dar malos entendidos. —Realmente haz avanzado bastante, me siento orgulloso de ti. Eres quien más se ha lucido en combate, podrías llegar a ser una líder nata.—

―¿Usted cree? ¡Eso es emocionante!― Murmuró limpiando un poco de tierra que había en su traje con una amplia sonrisa en los labios. ―Lo que no es emocionante, Charles, es la dificultad del entrenamiento. Creo que arruiné otro traje... Por cierto, ¿cómo está su esposa? Tiene otra misión, ¿verdad?―

El ojiazul la miró extrañado por tanta divagación de la menor, solo dedicó a observarla por unos instantes en total silencio. Le parecía encantador como la joven sonreía cada vez que su entrenamiento concluía con éxito, era bastante modesta y amable, incluso ayudaba a otros estudiantes cuando él mismo no tenía tiempo. Quizás... Solo quizás... Antes que sus pensamientos pudieran ir más lejos, y aislarse de la realidad, sintió una cálida mano sobre su frente junto a un par de brillantes ojos azules clavados en él con un rastro de preocupación.

―¿Profesor...? Profesor, ¿se encuentra bien?―

—Oh, me encuentro maravilloso, Emma. No te preocupes. Solo recibí información en forma telepática, es todo. ¿Cenamos en mi despacho? Hay un salmón y un par de copas de vino tinto esperando para celebrar tu nuevo triunfo.—

Dicho esto ambos telépatas se dirigieron a la oficina con un aura de paz, hablaban entre ellos con una sonrisa en los labios de cada uno. La cena transcurrió en el suelo de manera pacífica y con una plática enriquecedora para ambos. De vez en cuando sus manos se rozaban mas no decían nada, no podían. Solo entrando a la madrugada ambos decidieron ir a sus respectivos cuartos, con unas sonrisas cómplices se despidieron. No podían avanzar más. Charles se dirigió al ala este, reservada para los profesores, y Emma al ala oeste, reservada sólo para los alumnos, ansiando cada uno otra noche como esa.

III

Nunca supo como inició, solo tenía una vaga idea, pero no era suficiente.

—Emma... Debo decirte algo.—

Luego de esas simples palabras solo supo que estaba contra la pared con ambos brazos de Charles aprisionándola, sus rostros demasiado cerca uno del otro, sintiendo cada uno la respiración mezclarse. La cercanía del mayor le provocó un sonrojo acompañado de un hormigueo en su estómago, algo que llevaba sintiendo poco tiempo atrás. Su respiración pasó a ser irregular y de manera inconsciente acercó un poco más su rostro, rozó sus labios con los suyos sin saber muy bien porqué lo hacía. O tal vez sí lo sabía, pero era demasiado cobarde para ponerle un nombre. Lo siguiente que supo fue sentir unos labios sobre los suyos, suaves y cálidos. Fue un beso delicado, lento, a pesar de estar en medio de un pasillo a plena tarde, pero ambos eran telépatas muy poderosos. Con un pestañeo podían manipular la mente de cualquiera.

Pero aquello sólo duró un par de minutos.

El telépata se apartó algo avergonzado llevando una mano a su nuca, miró a su alrededor unos cuantos segundos aclarando la garganta, luego miró de reojo a Emma quien se encontraba totalmente sonrojada, aquello le pareció encantador. Sin pensarlo la tomó del mentón para plantar otro beso sobre los labios de la menor, la observó unos cuando segundos a los ojos con una sonrisa asomándose en los labios. No esperó a que reaccionara, inclinó la cabeza en forma de saludo y luego se retiró a sus aposentos, dejando a una Emma Frost confundida.

En cuanto a Emma solo atinó a tocar con las yemas de sus dedos sus labios, sintiendo un cosquilleo en éstos por el reciente beso. Cuando recuperó la compostura, que no demoró mucho, enfiló hasta su propia habitación. Su mirada no expresaba nada, pero, por dentro, se sentía como si estuviera en una montaña rusa de emociones, tanto, que decidió recostarse en la cama y dejar que el sueño la venciera. Sabía que estaba mal, no debió disfrutar el beso, porque sí lo había disfrutado. Tal vez la había descolocado un poco, había esperado un par de palabras de orgullo, tal vez un abrazo, pero no un beso. Suspiró. Charles era un hombre casado. Incluso le doblaba la edad. Pero... ¡Ah! Perfecto, Emma, ni siquiera te causa repulsión. Con ese pensamiento en mente decidió hablar con Cha... el profesor Xavier del asunto, le diría que fue un error, un malentendido, la alegría del momento por haber ganado, y todo funcionaría como antes. Era un buen plan. Lo era.

¿Verdad?

IV

Habían pasado un par de meses desde aquel incidente del beso, un par de meses y ninguno hizo mención de aquello. Emma no habló con el profesor y Charles actuó como si nada. Al menos por fuera así se veía. Eso estaba... bien. Era lo más correcto para ambos, no debían cruzar esa línea. Los entrenamientos continuaron, sólo que ahora eran grupales, eso no le molestaba a la joven telépata en absoluto pero era incómodo. Podía sentir la mirada de Charles cada vez que entrenaba, incluso sentía que quería entrar a su mente. Por supuesto no lo dejaba, mantenía un bloqueo mental. Bloqueo que desvió su atención y, gracias a eso, había sido derribada con un golpe en la nuca.

—Menudo golpe, Emma. Ven, te ayudo.—

―Gracias, Scott... Me tomó por sorpresa. No estaba pensando con claridad...―

—No te preocupes, todos tenemos días así... Ahora, vamos, a golpear centinelas. ¡Concéntrate!—

El entrenamiento fue satisfactorio para todo el grupo. Scott y Jean fueron las más destacados esta vez, el resto estuvo regular y Emma recibió una advertencia del profesor con respecto a la concentración. Luego, cada uno salió para tomar aire. Excepto la rubia, quien optó por darse una buena ducha primero, estaba algo tensa, no podía concentrarse ni relajarse pero, ¿qué podía hacer? No podía hablarle a sus compañeros sobre lo que sucedía en su mente. Eso daría pie para recibir burlas y miradas acusadoras, no estaba lista para ello.

Con un largo suspiro se duchó. Demoró no más de veinte minutos, entre que se vestía y acomodaba su cabello se fueron diez minutos más. Con una última mirada en el espejo salió de la habitación tomando el bolso que estaba sobre la cama, miró a los lados del pasillo con una mueca formada en los labios. No había nadie, tal vez todos estaban fuera, o habían salido al centro de la ciudad. Se encogió de hombros antes de comenzar a caminar en dirección al jardín de la escuela, tal vez encontraría un buen lugar, escondido y lejos, para relajarse y olvidarse que estaba en una escuela y un profesor que le fascinaba.

Un gran sauce llamó su atención, con tranquilidad se acercó para luego sentarse en una de las raíces que sobresalían de la tierra. Estaba alejado, tenía sombra y parecía un buen lugar donde esconderse y estudiar. Observó la amplitud de aquel jardín, no sabía donde comenzaba y donde acababa, era realmente bello. El viento estaba calmo y cálido, no hacía mucho calor por el momento.

―El día perfecto... Para resolver cosas de ética, genial.―

—Cualquiera pensaría que no te gusta estudiar, Emma. Eso realmente sería una lástima, eres una de mis alumnas favoritas.—

Emma dio un respingo al oír aquella voz tan familiar. La joven estaba tan concentrada en el jardín que no oyó los pasos del profesor, con rapidez volteó el rostro hacia él y luego viró los ojos sin poder evitarlo. Ética no era de sus asignaturas favoritas, pero eso no le impedía obtener las mejores notas por lo que sólo elevó los hombros en respuesta.

―Pues... Cualquiera diría que me está espiando, profesor.―

Ante lo dicho el mayor chasqueó la lengua y se sentó junto a la rubia, recargó las manos sobre el césped fijando la mirada al frente. Se lo veía relajado, pero dentro su mente estaba demasiado inquieto.

—No lo hago, es una escuela y yo soy el director. ¿Acaso no puedo dar un paseo y encontrarme con una alumna?— Cuestionó con una sonrisa en los labios.

―Yo no... No dije eso.― Masculló desviando la mirada. ―Solo... No lo sé. Pudo haber ido por otro lado y encontrarse con otro alumno o alumna, ¿no cree?―

—Tal vez, Emma, tal vez... Pero éste árbol en particular tiene un gran significado para mi. Verás, yo planté éste árbol con mi abuelo cuando tenía no más de cuatro años... Vengo aquí cuando debo acomodar mis ideas.—

Ninguno de los dos dijo nada por largos minutos, Emma se acomodó recargando su cuerpo sobre las piernas, juntó sus propias manos dedicándose a observar a cualquier lado menos donde se encontraba Charles. Realmente no era un momento incómodo, pero la joven intentaba "acomodar sus propias ideas" tal y como el mayor había mencionado, lo cual era bastante difícil considerando el hecho de que sus ideas se encontraban sentado al lado suyo con un aspecto más que relajado.

—Sé lo que piensas, no hace falta que lo escondas, Emma. No estoy leyendo tu mente pero... me hago una idea. También pienso en lo mismo, ¿crees que no he intentado hacer lo mismo que tu? Considera mi reputación. No estoy jugando contigo.—

―Usted está casado con la señora Darkhölme, profesor.―

—La señorita Darkhölme y yo no nos encontramos unidos de forma sentimental, solo un papel dice lo contrario. Un papel que no significa nada. Créeme, Emma.—

―Me gustaría creerle, en verdad, pero... No lo sé. No quiero problemas, honestamente...―

—Confía en mi, no tendrás problemas en absoluto.—

Emma decidió creerle y no fue porque sintió sus manos sobre las mejillas, tampoco porque comenzaron a besarse escondidos en aquel sauce, ni por el hecho de sentir un hormigueo en su estómago nuevamente cuando aquel beso se intensificó. Le creyó porque lo quería.

Decidió creerle y confiar ciegamente en sus palabras.

Y ese fue el inicio de sus problemas.

V

Todo iba de maravilla, ambos llevaban su relación lo más discreta posible. Sus clases aún seguían siendo tan intensas y dificultosas como era usual, y eso Emma lo agradecía mucho. No quería distinción alguna con sus compañeros, después de todo a todos les faltaba mucho por aprender.

Un día, sin embargo, Emma había decidido pasar por la oficina de Charles luego del entrenamiento. Ambos habían acordado avisarse por medio de telepatía cuando encontrarse y cuando no era un buen momento, pero la rubia quería sorprenderlo. En silencio entró a la oficina esperando encontrarlo. Una mueca apareció en su rostro al no visualizarlo, el lugar estaba vacío. Se encogió de hombros decidiendo sentarse en la silla del director, giró sobre ésta para poder ver a través de la ventana y una sonrisa se asomó en los labios. Una de las mejores vistas hacia el jardín se encontraba en aquel despacho. No iba a negarlo, a veces solo aparecía por eso mismo, además de pasar tiempo con el profesor.

—¡Oye, tu! ¿Qué haces aquí? No puedes estar en ese lugar. No eres la directora de aquí, ¿o sí?—

―¿Disculpa...? Tu no me puedes decir que ha...―

Mientras hablaba giraba el asiento hacia donde provenía aquella voz, cuando iba a continuar hablando cerró la boca rápidamente al ver quien se encontraba en la oficina. Una mujer de piel azulada y chispeantes ojos amarillos miraba a Emma con bastante enfado, al parecer la esposa del profesor había vuelto.

Mierda.―

Fueron veinte minutos más largos de toda su vida, estaba más que claro. La oficina de Charles estaba completamente destruida gracias a la cólera de Raven, su esposa; libros en el suelo, muebles rotos y gritos que podían oírse hasta la entrada de la escuela si era posible. El mayor intentó hablar de manera pacífica sin mucho éxito, tampoco quería controlar su mente porque estaría rompiendo una promesa. Ante esto Emma se hartó, con su puño convertido en diamante decidió ponerle fin al desastre.

Solo bastó un golpe.

La metamorfa quedó en el suelo inconsciente.

Emma con su mano hecha puño.

Charles en medio de ambas con una expresión indescifrable.

Tanto la rubia como el ojiazul se miraron por unos cuanto segundos, ninguno sabía exactamente que decir, pero ambos sabían perfectamente cual sería el desenlace.

VI

—Emma, quédate quieta, por favor. Solo un momento.—

―¡Ah! No puedo, necesito hacer algo.―

—Si no te quedas quieta te enviaré a la habitación.— Emma alzó una ceja de manera sugerente. —Y usaré mi poder para que te duermas. Por el amor de Dios, Emma, hazme caso.—

―Ugh, bien. Está bien.―

La joven Frost se encontraba esperando un paquete desde la mañana temprano, al parecer era algo importante. Miró el reloj de la oficina y no pasaban más de las dos de la tarde, incluso se había salteado el almuerzo para estar atenta a la puerta de la mansión. Pero como todo tenía un límite el mismísimo Charles la obligó a ir a su habitación a descansar cuando marcaban las cuatro. La rubia fue de mala gana con una notable mueca de disgusto, se aventó a la cama cubriéndose luego con las mantas hasta la cabeza sin demorar mucho en dormirse profundamente. Aunque lo negara se había cansado de esperar tanto.

Al día siguiente despertó bastante tarde, cosa extraña en la rubia ya que usualmente era una de las primeras en levantarse. Con desgana se dio un ducha y luego se vistió con algo sencillo, no quiso mirar la hora, pero intuía que estaba por ser regañada. Aunque eso no debía pasar, tenía veintidós años, ya no era una niña y sus clases con el profesor Xavier habían culminado de manera sobresaliente.

Con un largo suspiro salió de la habitación dirigiéndose hacia la cocina. Sirvió un poco de café en una taza y tomó un par de galletas antes de tomar asiento en un extremo de la mesa para proceder a desayunar con tranquilidad, en la soledad de la cocina.

—Espero que hayas descansado bien, luego de lo que sucedió ayer me pareció prudente que nadie te molestara.—

Emma dejó la taza de café sobre la mesa lentamente, dirigió la mirada hacia el telépata alzando ambas cejas. No dijo una palabra, pero la rubia irradiaba sarcasmo.

—Me tomé la libertad de cubrir tus clases. No me mires así... Por cierto, llegó tu paquete.—

―Me duele la cabeza, Charles... Y sabes que eso sucede cuando... hay algo que escondes.―

El mayor le alcanzó una pequeña caja mientras escuchaba a la rubia hablar y ante lo dicho no pudo disimular una mueca, rara vez Emma se equivocaba. Y ésta era una de esas raras veces. La rubia abrió apenas el paquete para que solo ella pudiera admirar que había dentro e instantáneamente una sonrisa apareció en los labios. Con cuidado cerró la caja y la dejó sobre la mesa para terminar su desayuno, al parecer su humor había mejorado notablemente.

—Tu reciente graduación te ha dejado muy extraña... Comienzo a pensar que extrañas tomar clases en lugar de darlas.—

―No importa, ya me siento mejor. Creo que sólo necesitaba descansar y tomar un buen desayuno. Oh, lo olvidaba. Iré a la ciudad por la tarde ¿necesitas que te traiga algo?―

—Bueno, ya que lo mencionas... ¿Tienes unos cinco minutos libres? Debo hablar unas cosas contigo en mi oficina.—

La rubia lo miró detenidamente por unos cuantos segundos sin poder evitar elevar una ceja, con un encogimiento de hombros se levantó de su lugar para caminar detrás del profesor quien se encontraba en silla de ruedas. En su último encuentro con Magneto un gran enfoque de prioridades totalmente opuestos los llevó a un enfrentamiento, mientras Charles escapaba de la isla donde ambos habían acordado entrenar mutantes un pedazo de metal perforó su columna, dejándolo sin movilidad en las piernas y una gran rivalidad que nunca llegaría a su fin. Eso había ocurrido hacía no más de un mes.

Una hora más tarde.

Emma acomodó su cabello, sus piernas colgaban del escritorio del profesor mientras éste tenía su mano entrelazada con la de la rubia. La primera sonrió gentil, besó la mejilla izquierda del mayor antes de poder apoyar los pies en el suelo y soltar su mano.

―¿Cómo está tu columna...? ¿Te duele algo?―

—Estoy bien, Emma, no te preocupes. No me duele nada, y de ser así sabes que tomaré tus consejos.—

―Confiaré en ti, no tengo otra cosa que hacer. Por cierto, ¿recuerdas que debo ir a la ciudad?― Charles asintió. ―Tomaré oportunidad para hacer un pequeño papeleo... Posiblemente vuelva en unas... tres horas, no más.―

—De acuerdo, puedes ir. Yo olvidé que debía entrenar a los niños... Nos vemos en unas horas.—

Charles besó el dorso de su mano, le dedicó un una cálida sonrisa antes de salir de la oficina. Se veía demasiado tranquilo, pensó Emma, y eso le preocupaba. Desde su enfrentamiento con Magneto, amigo de toda la vida del mayor, no había vuelto a ser el mismo.

Los estudiantes ya no tomaban prácticas para aprender a luchar, sino para controlarse a si mismos y poder ser parte de la sociedad. Los nombres claves habían sido suprimidos por completo y la sala de peligro sólo se abría tres veces a la semana. En la mente de Emma eso funcionaba, era más fácil ser insertado a la sociedad, fingiendo ser personas comunes, que ir por todo el mundo salvando la humanidad y solo recibir odio en lugar de agradecimiento.

Con un suspiro salió de la mansión, un auto ya la estaba esperando centra de la puerta principal.

Cuando regresó traía una caja con pequeños agujeros cargada entre los brazos y encima un par de carpetas, caminaba con cuidado mirando al suelo cada cierto tiempo para no tropezar. Se veía emocionada mientras intentaba llegar a la habitación del Charles, sin embargo, luego de un momento comenzó a sentir que la caja dejaba de estar pesada, miró a su alrededor sintiendo curiosidad y luego rodó los ojos al ver que Jean la estaba ayudando por medio de su telequinesis.

—Te ayudo, Emma. Oh, el profesor está en su oficina, por si lo buscas...—

―Oh... Gracias, Jean. Y gracias también... por la ayuda, pero puedo llegar con Charles sin problemas... Creo.―

—Vamos, al menos te ayudaré con las carpetas. No es mucho, digo... Si tu quieres.—

―Oh, de acuerdo. ¿Estás bien?―

—Sí, sí... Lo estoy. Solo que aún no me acostumbro a... los cambios que ha hecho el profesor.—

Mientras caminaban, Jean sosteniendo las carpetas y Emma la caja, ambas sonreían por momentos, no eran amigas pero se comprendían bastante bien a pesar de ser la rubia mucho mayor.

―Jean, las cosas serán mejor así. ¿No crees? Solo obtenemos el odio de la gente...―

—Supongo... Bueno, llegamos.—

―Piénsalo, ahora podremos estar tranquilos y no temer por nuestras vidas cada vez que tenemos una misión.― Le dedicó una sonrisa tranquilizadora a la pelirroja, ésta última asintió apoyando las carpetas sobre la caja que sostenía Emma para luego despedirse moviendo la diestra por el aire.

Suspiró antes de entrar a la oficina con algo de dificultad. Maldijo internamente a Jean por no ayudarla con la puerta también.

Dejó las cosas sobre el escritorio antes de revisar si Charles estaba prestando atención a su llegada o si estaba concentrado con alguna tarea telepática, apartó las carpetas que se encontraban sobre la caja y luego la abrió. De su interior tomó un pequeño gato anaranjado, tenía una pequeña mancha en su oreja izquierda y unos brillantes ojos amarillos, eso le recordó a la exesposa de Charles, una risa escapó de entre sus labios, lo abrazó contra su pecho y éste ronroneó.

—Emma, ya te vi llegar. ¿Y ese gato?—

La rubia rodeó el escritorio para sentarse sobre su regazo con una sonrisa adornando sus labios, se encogió de hombros.

―Es mi regalo para ti... ¿Te gusta?―

—Es muy lindo... Sí, me gusta.— La roedó con sus brazos por la cintura, con la mano derecha acarició la cabeza del felino ante lo que éste lo observó.

―¡Mira sus ojos! Podríamos ponerle Mystique.― Charles rodó los ojos pero una risa escapó de sus labios.

—Mm... Podríamos, sí. Es un lindo regalo, Emma...—

―¿Recuerdas el paquete que me llegó? Pues ese es un collar, no tiene nombre... Pero ahora lo tendrá.―

El mayor observó a Emma con un brillo en sus ojos, su semblante serio había cambiado a uno más relajado. Y tal vez se estaba equivocando, podía verlo en la mente de la rubia, pero no podía arriesgarse a que alguno de sus alumnos terminara lastimado, o muerto.

—Eres una mujer muy mala, Emma, pero así te aman todos.—

―En verdad, ¿cómo le haces? No eras tan amargado antes... Me ofende mucho que llames mala.―

—Las guerras y ser como somos no garantiza que siempre me mantendré risueño, es inevitable.— Rió. —Deja de ser tan dramática.—

―Pues... Eso explica todo, profesor. No deja de ser un buen hombre después de todo.―

Luego de decir aquello acercó su rostro al suyo para depositar un corto beso sobre sus labios, llevó ambas manos sobre sus mejillas acariciando éstas con los pulgares.

―No sueles llamame así en ciertas situaciones. Pero... gracias, lo tomaré como un cumplido.―

El mayor sólo rodó los ojos y luego fueron a su habitación para dormir abrazados con una sonrisa en los labios.

Buenas noches, Charles...

Buenas noches, Emma...

VII

―¡No puedes pedirme eso!―

—Emma, por favor, solo hazlo.—

―No pondré las vidas de nuestros alumnos en juego otra vez, ¡no seré parte de esto!―

—Sólo debes guiarlos en la misión, no puedo ejecutar a cerebro ahora y tú eres la única que puede ayudarlos.—

Emma Frost jaló sus propios cabello mientras gruñía. Se giró para darle la espalda al profesor con una notable mueca de desagrado, los alumnos estaban reunidos alrededor de ambos desde hacía varios minutos. Las cosas en Westchester no funcionaban con normalidad desde hace una semana y la tensión en el ambiente era más que notoria desde que Charles había retomado la patrulla de mutantes para salvar a los humanos.

―No puedes hacerlo, no otra vez. Niños, sigan con lo suyo, aquí no hay nada que ver. A sus clases.― Dijo con molestia a lo que los niños rápidamente hicieron caso a sus palabras. Emma podía ser buena, pero cuando lo deseaba podía ser bastante firme. ―Ya te di mi respuesta, Charles, prefiero que los mantengas a salvo, aquí... ¿Acaso no recuerdas como nos querían matar?―

—Lo recuerdo perfectamente, pero no podemos mantenerlos aquí por siempre. Ellos quieren ayudar, quieren sentirse que son parte de algo importante... Debemos progresar, si nos quedamos todos aquí jamás lo haremos. ¿De verdad no quieres... acompañarme en esto?—

Ambos profesores quedaron en medio de la entrada principal de la mansión, ambos se miraban fijamente intentando, por parte de cada uno, convencer al otro.

Quien apartó primero la mirada fue Charles, no podía doblegar a Emma, sabía que era lo suficientemente lista y difícil de convencer. Con un suspiro se retiró sin siquiera decir una palabra. Aquelo le había dolido a la rubia, pero se mantuvo en silencio. Cada uno había tomado su decisión.

Emma derramó una única lágrima y salió de la escuela que tanto le había enseñado.

Se alejó del aquel lugar con a cabeza en alto y un sueño muy diferente al del Charles. Enjuagó aquella lágrima rápidamente mientras se prometía jamás regresar.