Disclaimer: Black Clover y sus personajes pertenecen a Yūki Tabata.


Tumbada de lado en aquella maltrecha cama, Charlotte miraba la pared constantemente. Las humedades la cubrían por completo, haciendo que la pintura se cayese en varias partes, mostrando así el deplorable estado del cuarto.

No sabía exactamente cómo era posible que estuviera allí y con esa compañía precisamente, cómo habían llegado hasta aquella habitación de la posada más próxima que se habían encontrado; ni siquiera sabía cómo había ocurrido todo para que ese frío día de invierno hubiese desembocado en aquella situación.

Sentía el brazo de Yami rodeando su cintura con insistencia, como si soltarla le supusiera una especie de castigo. La respiración pausada del hombre chocaba contra su nuca y notaba su pecho desnudo contra su espalda. Miró con algo de recelo la mano, la cual descansaba sobre la piel pálida de su estómago. Era ruda, era, en cierto modo, incluso áspera, pero la envolvía en una reconfortante y pura caricia que pensaba que jamás iba a recibir. Y menos viniendo de alguien como él.

Todo había sucedido ese día demasiado rápido. Se había cruzado con Yami en una de las calles del reino. Cada uno patrullaba a solas —Yami más bien buscaba una taberna para beber cerveza hasta quedar inconsciente—, por tanto, había sido un encuentro completamente fortuito.

Rápidamente, el Capitán de los Toros Negros había empezado a reírse de la rigidez extrema de Charlotte, a jugar con sus sonrojos y sus reacciones gélidas. Pero ese día no se desarrollaron sus interacciones como normalmente lo hacían, no. Porque ese día, nadie sabía cómo, Charlotte había confesado que sentía algo más por él después de escuchar las múltiples burlas de Yami, que, tras ser consciente de lo que significaban aquellas palabras, se había quedado mudo.

La Capitana de las Rosas Azules, al observar que la reacción por su parte era nula, se había sonrojado como nunca antes, le habían entrado incluso ganas de llorar y se había decidido a escapar.

Sin embargo, justo cuando iba a hacerlo, Yami la había sujetado del brazo, la había conducido hasta un callejón apartado y oscuro y la había besado. La había besado tanto, durante tanto rato y con tanta vehemencia que pensaba que sus labios se iban a desgastar.

Al mirarse a los ojos en una breve pausa que hicieron para tomar aire, deseosos el uno del otro, se habían dado cuenta de que necesitaban sentirse mucho más en profundidad. Por lo tanto, se habían alejado del callejón y se habían adentrado en el primer hostal que encontraron cerca.

Después, todo fue lujuria, gemidos trémulos, nervios, excitación descontrolada y fervor por sentir piel contra piel sin las restricciones de la ropa de por medio.

Y ahí seguía Charlotte, con su mirada fija en la humedad de la pared, sintiéndose como la más insulsa de las mujeres, sintiéndose tan poca cosa que quería desaparecer.

Su inexperiencia la abrumaba, le nublaba la mente, la aturdía, porque le hacía pensar que Yami no había disfrutado en absoluto aquel encuentro íntimo.

Nunca había estado con nadie. Aquella fue su primera relación sexual y, al no ser ya una adolescente que empieza a despertar sus primeros instintos y deseos sexuales, se sentía más ridícula que nunca. Probablemente, Yami había estado con varias mujeres antes que con ella y no quería mirarle a los ojos y ver la decepción que su torpeza en aquel terreno le provocaría. Porque estaba segura de que se había percatado de su virginidad.

De pronto, Charlotte sintió la mano de Yami recorriendo su piel desnuda y su cuerpo se estremeció por completo. No sabía si iba ser capaz siquiera de mirarlo a los ojos. Al observarla tan tensa, el hombre le habló al oído con suavidad.

—¿Estás bien?

—Sí —respondió después de respirar profundamente para calmarse.

Yami intentó darle la vuelta a su cuerpo, pero ella no le dejó. Extrañado por aquel comportamiento, empezó a acariciarle el brazo con cariño.

—Ey, ¿qué sucede? ¿Te he hecho daño? —le preguntó preocupado.

Los ojos de Charlotte temblaron ante las palabras, que la emocionaron hasta los huesos y, a su vez, le confirmaron que se había dado cuenta de que no se había unido nunca con nadie antes que con él. Se sentía tan bien que se preocupara por ella, que la tomara en cuenta, que supiera lo que sentía, que le daba hasta miedo.

—No es eso…

No, no era exactamente eso. No podía decir que lo había disfrutado al máximo —a excepción de los juegos previos—, pero tampoco había sido traumático. Había sido algo molesto, inexperto, tembloroso, lento y, según ella, un desastre y bastante decepcionante para Yami. Claro que eso eran solo sus propias suposiciones y conjeturas y estaban bastante alejadas de la realidad.

—¿Entonces? Estás muy callada y no me dejas ni que te vea la cara.

Charlotte suspiró pesadamente antes de sincerarse.

—Me… Me da vergüenza que me veas así.

Yami sonrió. Le produjo tanta ternura aquella aseveración. Claro que tampoco le veía mucho sentido a las palabras que Charlotte acababa de proferir. Había sido ella misma la que se había atrevido a confesar cómo se sentía, sin saber que sus emociones eran recíprocas, compartidas. Y Yami le acababa de hacer el amor, la había visto desnuda, clamando su nombre entre gemidos y explorando el mundo del sexo por primera vez.

—Te da demasiada vergüenza todo —aseguró antes de darle la vuelta y colocarse encima de ella sin apoyar su peso por completo para no molestarla, pero, a su vez, que no pudiera rehuirle la mirada—. Dime la verdad.

Charlotte desvió su mirada añil como pudo. La ponía tan nerviosa sentirlo tan cerca. Todavía no podía creerse que se hubiese atrevido a tanto en un solo día y ahora tenía que afrontar las consecuencias de sus acciones.

—¿Te… Te ha gustado?

Yami abrió los ojos con sorpresa por la pregunta. Así que se trataba de eso. Probablemente, Charlotte estaba agobiada por su inexperiencia y pensaba cosas absurdas sobre lo que acababa de ocurrir entre ambos. Ella era así; siempre se presionaba demasiado, se exigía demasiado, y eso a veces hacía que se perdiera cosas extraordinarias y que se fugaran buenas oportunidades.

Porque ¿qué más da que hayas estado con algunas personas antes si nunca has sentido la felicidad de estrechar entre tus brazos a la mujer que amas? Sí, Yami había estado con varias mujeres antes que con Charlotte, pero nunca, jamás, había sentido un placer igual en sus relaciones sexuales previas.

Antes de volver a hablarle, le acarició el rostro lentamente y se lo movió para que se miraran a los ojos.

—Claro que sí. ¿Por qué me preguntas eso?

A pesar de que ya conocía la respuesta, quería oírla directamente de sus labios, quería asegurarse de que supiera que lo único que le importaba de compartir su intimidad era que había sido con ella.

—Porque… Bueno… Yo nunca he hecho esto y no creo que sea muy buena...

Yami la besó en cuanto los últimos sonidos abandonaron sus labios tenuemente.

—No vuelvas a decir eso. Me ha encantado. Nunca había sentido tanto placer estando en la cama con alguien.

Charlotte se sonrojó profusamente ante aquellas palabras, pero también se tranquilizó. Oír aquello hacía que se percatara de que era importante para Yami y eso la hacía más feliz de lo que nunca había sido.

Justo antes de volver a besarla y a hacerle el amor, Yami se dio cuenta de que no quería perder aquello que estaba naciendo entre los dos porque, posiblemente, ese vínculo que estaba construyendo con Charlotte no podría volver a repetirse con nadie.

A pesar de ese hecho, meses después, Yami y Charlotte se encontrarían más separados el uno del otro que nunca.


-Sin ti-


Enfrente del espejo, Yami miraba el atuendo que llevaba puesto para la ocasión. Más bien, el atuendo que le habían obligado a llevar puesto para la ocasión.

El festival de las estrellas era ese año mucho más ruidoso y extravagante de lo que ya era de por sí. Incluso se había informado de que los capitanes debían ir vestidos de etiqueta. ¿Qué estupidez era esa? Si lo único que iban a hacer era anunciar las Órdenes de Caballeros Mágicos que habían conseguido más estrellas.

Probablemente, los Toros Negros ese año quedarían en los puestos de arriba, tal y como venían haciéndolo durante los últimos tiempos. Desde que Asta se había incorporado a ese desastroso escuadrón, todos en general habían progresado bastante, pero la esencia ruidosa y desordenada de los Toros Negros no se había perdido y estaba completamente seguro de que jamás se perdería.

Aquella mañana, Finral le había llevado a su habitación un traje y no había tenido más remedio que ponérselo para el evento que se celebraría por la noche. En la carta de la invitación —y las instrucciones— sobre la gala del festival de las estrellas de ese año ponía explícitamente que los Caballeros Mágicos, en especial los capitanes, debían ir vestidos acordes al acontecimiento. Además, incluso iban a recibir como invitados a prestigiosas personalidades de los reinos vecinos.

A pesar de que intentaba convencerse de que aquel traje le molestaba, en realidad el problema era otro. Y era enorme. Porque, después de meses sin cruzarse apenas, sin dirigirse miradas y mucho menos la palabra, volvería a verla.

Después de haber estado con Charlotte en aquella posada aquel día en el que se dejaron arrastrar por la pasión más irrefrenable, habían comenzado con una especie de relación clandestina de pareja.

Sin embargo, las cosas no habían salido según lo esperado, no habían seguido su curso. Charlotte tenía miedo de oficializar la relación y ya no por la reacción de las chicas de su escuadrón, sino por todo lo que aquello implicaba. Sería reconocer ante su familia, ante la nobleza, ante la sociedad entera que alguien de la casa de los Roselei estaba con un plebeyo que encima era extranjero. Charlotte no estaba preparada para algo de tal magnitud. Y, al principio, a Yami le daba igual.

Pero con el paso de los meses se empezó a impacientar. No quería seguir así, no quería estar con ella a medias ni verse más a escondidas, como si estar juntos, como si quererse fuera un crimen.

Después, la tormenta más tempestuosa se desató entre ellos. Yami reclamó que necesitaba su entrega total, ella empezó a decir que no la comprendía, que no tenía empatía, que no entendía sus sentimientos e inseguridades.

La enorme discusión finalizó con la ruptura entre los dos. Tal vez, no era su destino estar juntos; tal vez, Charlotte era demasiado perfecta para alguien como él.

Sin embargo, de lo que estaba completamente seguro era de que la seguía amando. De que la necesitaba. De que solo verla y sentir que no estaba a su lado le hacía daño. Pero tampoco estaba en su mano que volvieran a estar juntos, no si ella no quería eso en su vida. No estaba dispuesto a presionarla, a obligarla a algo para lo que no estaba preparada.

Escuchó entonces dos suaves toques en la puerta de su habitación, se colocó bien la absurda chaqueta que le habían obligado a ponerse y se dirigió hacia la puerta para salir.

Cuando abrió, Finral lo miraba sonriendo tenuemente.

—¿Estás listo?

—Para hacer el idiota parece que sí —espetó molesto cerrando la puerta tras de sí. Sacó un cigarro de su bolsillo y lo encendió para llevárselo a los labios. El humo le inundó los pulmones, tranquilizándolo notablemente. Había pocas cosas que le gustaran más que fumar y una de ellas se había desvanecido como lo hacía el humo de los cigarros que consumía, que se perdía entre las moléculas de aire sin poder ser retenido.

Finral lo observó de reojo. Llevaba semanas, no, más bien meses demasiado serio, demasiado irascible, demasiado fuera de su papel de persona bromista y a la que no le importa absolutamente nada.

No eran muchas las personas que conocían la relación que habían tenido Yami y Charlotte y una de ellas era el mago espacial del escuadrón de los Toros Negros. Y ni siquiera había sido porque su capitán se lo hubiese contado, sino porque había sido testigo sin quererlo de un beso inocente que se habían dado a modo de despedida en un encuentro fugaz que ambos habían tenido en ese mismo edificio que ahora recorrían en completo silencio. Cuando recordaba la cara de su capitán al observar a la heredera de los Roselei después de haberla besado en los labios, ni siquiera lo reconocía. Nunca antes lo había visto con el gesto tan sosegado y plagado de admiración y amor por una persona.

—Eso que has dicho hace un rato… —habló Finral para intentar quebrar la tensión reinante entre los dos— ¿a qué te refieres con «hacer el idiota»?

Yami lo miró de reojo y volvió a darle una calada larga al cigarro que siempre adornaba sus labios.

—La ropa esta. Es ridícula.

El chico sonrió nerviosamente. ¿Cómo podía decir que esa ropa era ridícula con los atuendos tan extraños que le gustaba llevar? Decidió guiar la conversación por otro lado, pero la curiosidad se lo estaba comiendo por dentro. Sabía que a Yami no le gustaban las conversaciones triviales. Si gastaba su saliva tenía que ser para algo relevante porque si no prefería quedarse callado. Entonces, Finral optó por empezar a preguntarle de forma suave sobre su reciente comportamiento, sin entrar directamente en el asunto porque no quería que su vida acabara siendo tan joven como era.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Ya la estás haciendo, ¿no? —dijo Yami con tono de pocos amigos y Finral se estremeció temeroso. Sin embargo, decidió seguir indagando.

—¿No crees que estás un poco más serio que antes?

El Capitán de los Toros Negros se limitó a mirarlo con un destello de molestia cruzando sus ojos oscuros. Después, chistó ligeramente y continuó fumándose el cigarro que estaba casi a punto de consumirse por completo.

—Es posible…

—¿Y tiene algo que ver la Capitana de las Rosas Azules?

En cuanto vio el rostro sombrío y furioso de Yami, el chico se arrepintió de haber hecho aquella pregunta. El hombre de cabello oscuro frenó en seco sus pasos y lo miró incesantemente, casi sin parpadear.

—¿Y qué tendría que ver Charlotte en esto?

Los labios le hormiguearon incluso tras pronunciar su nombre. Llevaba demasiado tiempo sin materializarlo y, dios, cuánto lo había necesitado. Estaba harto de esconderse, de esconder lo que Charlotte significaba para él y, en cierto modo, se alegraba de que Finral supiera algo. Su cara se suavizó ligeramente y animó al mago espacial a continuar hablando.

—Bueno… Estabais juntos, ¿no?

Yami arqueó una ceja y después sonrió con melancolía antes de contestar.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó con los ojos vibrando de nostalgia.

—Os vi un día… ¡No creas que te estaba espiando! No, no. Fue un accidente. Yo…

—No pasa nada —dijo Yami tranquilo, cortando así el discurso nervioso del chico—. En cualquier caso, lo has dicho bien: estábamos juntos. Ya no hay nada entre Charlotte y yo. Probablemente lo arruiné como hago con casi todo.

Tras soltar aquellas palabras, reanudó su marcha y comenzó a bajar las escaleras, dejando a Finral bastante confuso ante aquella declaración tan derrotista y nada acorde con la personalidad de su capitán. Lo conocía desde hacía muchos años y jamás lo había escuchado diciendo algo así. ¿No era el que siempre se exigía a sí mismo y a los demás que superaran sus límites? No entendía bien que no intentara hablar con Charlotte al menos.

Al escuchar el grito furioso de Yami, que le exigía que bajara de una vez para que se fueran, Finral salió de la parálisis producida por la sorpresa y cumplió con su cometido. En poco tiempo, todos los Toros Negros estaban ya en el castillo de la Ciudad Real dispuestos a conocer la orden que mejor desempeño había tenido ese año.

Sin embargo, Yami, en cuanto llegó, empezó a buscar con la mirada insistentemente a una persona en concreto.

Cuando por fin la vio, el corazón le dio una especie de vuelco extraño e intenso, como hacía mucho tiempo que no le sucedía.

Charlotte estaba de pie junto a algunas chicas de su escuadrón y lucía más preciosa que nunca. Llevaba un vestido de color verde esmeralda, el pelo acariciándole la espalda —justo como a Yami más le gustaba— y sonreía tranquilamente.

Todo para Charlotte iba bien esa noche hasta que sus ojos azules viajaron por la habitación y se cruzaron con los de Yami, produciendo un choque nervioso y casi eléctrico que no duró demasiado, pues ella misma se encargó de cortar el contacto. El corazón empezó a bombearle con fuerza y los nervios a crecer sin control. Incluso las manos le sudaban un poco. Respiró profundamente y se decidió a no volver a mirarlo.

No obstante, aquella suerte de promesa que se había hecho fue incumplida de inmediato. Por fortuna, Yami estaba de espaldas y no había forma de que supiera que su vista estaba posada en él de nuevo. Se sorprendió mucho al verlo vestido de forma tan elegante, pero eso no impedía que pensara que esa ropa le quedaba muy bien.

Suspiró con hastío antes de volver a la conversación en la que estaba inmersa anteriormente, pero ya no se pudo volver a concentrar en las palabras de sus acompañantes.

Cuando recibió la invitación al festival de las estrellas de ese año, la rompió instantáneamente. Sabía perfectamente que se iba a encontrar con Yami y realmente no estaba preparada para algo así. Llevaba meses rehuyéndolo, pero también rehuyéndose a sí misma, a su propia voluntad y a su felicidad.

Había pensado en inventar alguna excusa, algo como que estaba enferma, para no asistir. Por un poco de irresponsabilidad en su intachable carrera no pasaría nada, ¿no? Sin embargo, inmediatamente descartó la idea. Ella no era así, no se sentiría bien consigo misma haciendo eso y, además, le debía lealtad y fidelidad a Julius. Se tragaría sus problemas y afrontaría que Yami y ella habían tenido una relación que no salió bien y que no podía seguir sin verlo durante más tiempo. Después de todo, ambos eran capitanes; era completamente imposible que no coincidieran nunca más. Cuanto antes pasara, antes lo superaría, pensó en aquel momento. Pero al verlo supo que no, que no lo había superado y que no lo haría nunca.

Sabía que la ruptura había sido por su culpa y estaba arrepentida por todo. Pero ¿cómo podía deshacer la situación? ¿Estaba siquiera preparada para contarle a todos que no podía concebir su vida sin que Yami Sukehiro estuviera en ella? ¿Valía la pena seguir sufriendo por algo que tenía remedio, que se solucionaría con una simple conversación?

La cabeza de la mujer de mirada clara iba a explotar con tanta contradicción acumulada. Suerte que los resultados empezaron en ese preciso instante a ser anunciados.

No hubo demasiadas sorpresas. Las órdenes en general habían hecho un trabajo extraordinario y en los primeros puestos estaban los de siempre —los Toros Negros también, ya que en los últimos años siempre estaban a la cabeza del ranking de estrellas—.

Y a pesar de que Yami debería sentirse orgulloso y contento, ese año no podía darle más igual. Escuchó a Julius haciendo el típico discurso protocolario y pidiendo que todos se quedaran a disfrutar de la noche.

Al finalizar, vio al Rey Mago dirigiéndose a hablar con Charlotte. Probablemente, la estaría felicitando por el desempeño de las Rosas Azules, que ese año habían conseguido quedar terceras en cantidad de estrellas recibidas.

No recordaba bien cuántas copas había bebido, pero sus manos siempre estaban sosteniendo una y sus ojos estaban clavados con asiduidad en Charlotte; en sus ojos, en su cabello dorado, en la trenza de su flequillo o en el vestido que se había puesto esa noche y que hacía que la viera más deslumbrante que nunca.

Finral se acercó hasta su capitán y dirigió su vista hacia donde él la tenía posada.

—Esta noche está muy guapa la Capitana Charlotte, ¿verdad? —soltó sosegadamente, sin su tono de voz nervioso usual que utilizaba cuando se dirigía a Yami, algo que sorprendió al hombre notablemente.

—Sí que lo está —dijo casi en un suspiro resignado.

—¿Por qué no vas a hablar con ella? —volvió a preguntar con ese tono de voz desconcertante y Yami se giró para mirarlo.

—¿Eres idiota?

—¿Tú no estás siempre diciendo que superemos nuestros límites y cosas de ese estilo? Este es tu momento de demostrar que también eres capaz de hacerlo.

Yami se llevó la mano a la boca en un gesto inconsciente y se maldijo al recordar que no podía fumar dentro de ese recinto. Realmente necesitaba un cigarro.

Finral lo miró por un breve momento y sonrió con verdad. Ese gesto se traspasó al rostro de Yami. Tenía razón; él no era así, no era de darse por vencido a la primera, sino de los que perseveran hasta que consiguen lo que se proponen. ¿Perdía acaso algo por intentar hablar con ella? No, en realidad, todo lo contrario.

—Lo confirmo: eres idiota. Y lo peor de todo esto es que voy a hacerle caso a un idiota.

Justo después de decir aquello, fue directo a donde Charlotte y Julius seguían conversando.

—Oh, Yami, ¿lo estás pasando bien? —saludó el Rey Mago al ver que el hombre se aproximaba a ellos. Charlotte, que estaba de espaldas y no se había percatado de ese hecho, se tensó por completo.

—Creo que en una taberna bebiendo cerveza y apostando estaría mucho mejor —razonó al llegar y colocarse al lado de ambos. Charlotte intentó apartar la mirada, pero no quería ser demasiado obvia, así que lo observó con algo de duda e inseguridad. Julius simplemente sonrió, sabiendo que nada de lo que hacía Yami era fortuito y que debía haber un motivo para que se hubiese acercado a ellos—. Charlotte, ¿podemos hablar un momento?

El corazón de la Capitana de las Rosas Azules incrementó su ritmo de forma frenética, casi irracional. Lo sentía en la garganta y los ojos empezaron a escocerle. Puso su cabeza a trabajar rápidamente a pesar de su estado de nervios desorbitados.

—Yami, ahora mismo estoy conversando con Lord Julius. Seamos respetuosos.

Le dolió demasiado tener que componer de nuevo su máscara de frialdad después de haberla arrojado a un abismo del que pensaba que nunca saldría. Pero no le quedaba de otra. Sabía que solo así era capaz de enfrentarlo.

—Oh, no os preocupéis, yo tengo que ir a saludar a los otros capitanes. Ha sido un placer hablar contigo, Charlotte, como siempre. Y enhorabuena de nuevo por los resultados de este año.

—Gracias… —contestó ella tímidamente.

—Hasta luego, Yami.

El Capitán de los Toros Negros simplemente asintió como despedida y después fijó sus ojos en los de Charlotte.

—¿Podemos ir a otro lugar para hablar en privado?

—¿Es estrictamente necesario?

—Lo es.

Yami se dio la vuelta y comenzó a caminar, sabiendo que ella lo seguiría. Y, en efecto, después de quedarse unos breves segundos mirándole la anchura de la espalda, lo hizo.

Se detuvo en una de las puertas de un pasillo colindante a la sala donde todo el Ejército de Caballeros Mágicos se reunía sin ser conscientes de que dos de sus capitanes se habían ausentado. Abrió, la dejó entrar y después cerró la puerta al pasar.

Charlotte se quedó mirando aquel cuarto de arriba abajo. Era bastante pequeño y solo tenía un escritorio, una silla y un par de estanterías polvorientas con algunos libros desperdigados en su superficie.

Al escuchar la puerta cerrarse, se movió casi por inercia hasta llegar a apoyarse en el borde del escritorio, es decir, todo lo lejos de Yami que las dimensiones de la habitación le permitían.

—Estás preciosa, ¿sabes?

Charlotte se sonrojó hasta las orejas, del mismo modo que le sucedía antes de que el acercamiento íntimo se hubiese producido entre ambos.

—¿De verdad me has traído aquí solo para decirme esto? —le espetó de forma fría, fingida, para intentar que aquello acabara lo antes posible.

—En realidad no.

Yami se quedó mirándola de nuevo. No sabía bien cómo expresarse y el alcohol le empezó a hacer estragos en la mente. Solo pensaba en que quería acariciarle el rostro y besarla. Sinceramente, podría estar besándola toda la noche, toda la vida.

Una especie de impulso hizo que se acercara hasta su cuerpo, pero no hizo lo que era más previsible. Simplemente, apoyó la frente en el hombro de Charlotte completamente abatido y le abrazó la espalda. La situación para él era insostenible. No podía, no quería estar lejos de ella ni un minuto más de su existencia.

Charlotte, al sentirlo apoyándose sobre ella y rodeándola entre sus brazos, tembló completa. No esperaba algo así, esperaba un beso robado, reproches, bromas, exigencias o la petición de una reconciliación, pero no verlo tan decaído.

—No puedo seguir así, Charlotte… —susurró nerviosamente.

—¿A-así cómo? —le preguntó ella con recelo.

—Sin ti. No puedo. Te echo de menos. Te echo mucho de menos.

Las palabras quebraron su voluntad por completo. Yami no era un hombre de expresar mucho con palabras y que lo estuviera haciendo en ese momento la dejó muy descolocada. Las pupilas le temblaron y le entraron ganas de acariciarle la cabeza y estrecharlo contra su cuerpo. No le gustaba verlo así de vulnerable porque esa no era su esencia y saber que era su culpa la hería demasiado.

Se sentía igual que él. Extrañaba mucho su compañía, sus bromas, sus risas y todo lo que habían compartido juntos. Sin embargo, su cuerpo, sus nervios, no la dejaron reaccionar apropiadamente.

Yami, después de unos minutos, se separó de ella y la volvió a mirar.

—Perdóname. Será mejor que me vaya.

Se dio la vuelta dispuesto a marcharse, pero la voz femenina y suave de Charlotte se lo impidió.

—Espera. No te vayas.

Yami se giró de nuevo y, justo al acabar de hacerlo, Charlotte ya se había acercado a él para besarle los labios. Al principio, simplemente abrió los ojos sorprendido, pero después se dejó llevar por el reconfortante y ardiente toque. La impulsó hacia atrás mientras la sujetaba de la cintura y la alzó para sentarla en el escritorio sin parar de besarla ni un segundo.

—Charlotte —le dijo un momento en el que se separó de ella para hablarle—, te necesito al cien por cien. ¿Entiendes lo que significa eso?

Ella solo asintió. Lo entendía perfectamente. No más secretos, no más estar juntos a medias, no más encuentros clandestinos, sino verdad y transparencia; sino amor expuesto ante todo y todos. Y realmente era lo que también deseaba.

Yami sonrió feliz y volvió a besarla. La sintió quitándole la chaqueta y arrojándola al suelo. Volvió a separarse de sus labios y a sonreír, esta vez son sorna, y le preguntó despacio y con lujuria:

—¿Estás segura de que quieres hacer esto aquí?

—Cállate y sigue antes de que me arrepienta.

Seguidamente, Yami la besó y empezó a colar sus manos por debajo de la tela del vestido para acariciarle los muslos. Sentir el toque de su piel desnuda fue como nadar en aguas mansas, tranquilas; fue como volver a encontrarse consigo mismo y con la quietud que su alma necesitaba.

Bajó con sus labios por la barbilla de Charlotte hasta su cuello y besó su garganta pausadamente mientras ella miraba al techo de la habitación y se preguntaba internamente cómo era posible que hubiese podido vivir sin sentir aquellas caricias sobre su cuerpo.

No parecía demasiado cómodo desnudarla por completo, por tanto, Yami se limitó a remangarle el vestido. Después, le rozó los senos con sus manos por sobre la ropa y sintió un ligero temblor de placer proveniente de su cuerpo, que se agitaba deseoso por sentirlo en su interior. Introdujo las manos por debajo del vestido para esta vez acariciarle los pechos sin tela de por medio y Charlotte tuvo que morderse los labios para que los gemidos no se le escaparan.

Lo separó un poco de ella y empezó a desabrocharle los botones de la camisa mientras Yami la miraba. Empezó a besarle el pecho desnudo muy despacio, como en una caricia lenta que le mostraba todo el sentir que la recorría. Lo había extrañado y mucho. Coló sus manos frías por debajo de la camisa y se la quitó por completo, arrojándola posteriormente al suelo junto con la chaqueta que le había quitado minutos atrás.

Yami volvió a besarla en los labios y a estrecharla contra él. Quería, necesitaba sentir su calor y podría haberse quedado así durante toda la noche.

Se separaron un poco para mirarse con lujuria desbordante en sus pupilas. Charlotte le sonrió de forma pícara, como solo hacía cuando estaban a solas o a punto de compartir la intimidad. Era un gesto exclusivo para Yami con el que le pedía que continuara con lo que estaba haciendo.

Entonces, el Capitán de los Toros Negros, posicionado entre las piernas abiertas de Charlotte, coló dos de sus dedos por debajo del vestido hasta llegar a la intimidad de la mujer. Apartó su ropa interior y deslizó los dedos entre sus pliegues para acariciarla tenuemente. Charlotte se sintió como si estuviera en el cielo y se abrazó a sus hombros para contener los ruidos de placer que luchaban por salir de su boca.

El orgasmo le llegó muy pronto, solo bastó con que Yami cambiara un poco la intensidad y profundidad del toque para que aquella intensa sensación se precipitara sobre ella.

No le dio demasiado tiempo para recuperarse porque la urgencia de sentir la carne femenina rodeándole la suya era inmensa. Se introdujo en ella con fuerza y ninguno de los dos pudo evitar que un sonido quebrado se escapara de entre sus labios ni que sus alientos ardientes, desquiciados, se mezclaran mientras el baile de cuerpos comenzaba.

Yami la sujetó de los glúteos y sin salir de su interior la llevó hasta la pared más próxima para apoyarla sobre la superficie. Siguió moviéndose, aumentando cada vez más el ritmo de sus embestidas. Charlotte lo besaba sin cesar por todas las partes a las que tenía acceso.

—Te quiero, Yami. Te quiero —le susurró sobre los labios entreabiertos con verdad.

Después de aquellas palabras, ninguno de los dos pudo contener el placer desbordante que les recorría el sistema por completo. Agitados, jadeando y con el cuerpo ligeramente sudoroso, apoyaron sus frentes en la del otro para darse una caricia de consuelo.

—Estás loco —dijo Charlotte abriendo los ojos para mirarlo. Yami simplemente la besó de forma breve y dulce.

—¿Yo? Creo que esto lo has empezado tú.

La Capitana de las Rosas Azules soltó una carcajada divertida al aire. Era cierto. Siempre que se trataba de Yami hacía cosas que nunca se había planteado hacer.

Cuando Yami la soltó en el suelo, ambos empezaron a acomodar sus ropas, que habían quedado algo arrugadas por la vehemencia del acto.

Charlotte empezó a peinarse con sus propias manos y Yami la miró sonriente.

—No te preocupes, estás muy guapa. ¿No te lo había dicho antes?

La mujer no pudo hacer otra cosa que no fuera dedicarle una sonrisa y besarlo. Salieron de la habitación y Yami le ofreció la mano para que se la sostuviera. Charlotte se quedó mirando el gesto un rato, pero no dudó en aceptarlo.

Justo antes de entrar juntos en la sala donde el Ejército de Caballeros Mágicos y el Rey Mago del Reino del Trébol se encontraban, produciendo un gran revuelo y miles de habladurías, Charlotte suspiró tranquila.

Sabía que no necesitaba absolutamente nada más que caminar de la mano de Yami para poder sentirse completa.


FIN


Nota de la autora:

Esto simplemente es una historia lemon de Yami y Charlotte con algo de inseguridades y miedos y que aborda el problema de darle demasiada importancia al qué dirán que estoy terminando de escribir de madrugada.

Necesitaba escribir algo entre tanto estrés de la universidad y me salió este one-shot.

Ojalá os haya gustado.

¡Nos leemos pronto!