Sinopsis completa:

Cuatro años después de la batalla de Hogwarts, el inefable Draco Malfoy huye del Ministerio tras completar su hechizo de estasis para salvarse del Reinicio que va a producirse. Durante su persecución, los aurores Potter y Weasley quedan atrapados bajo el mismo hechizo y son transportados a la nueva línea temporal que se instaura tras el Reinicio, una en donde las guerras contra Voldemort nunca sucedieron porque acabaron con él antes de ganar poder. En esa nueva realidad, Harry y Ron tendrán que adaptarse a las vidas que habrían tenido si Tom Riddle nunca hubiera llegado a ser Lord Voldemort, pero quizás esa realidad no sea tan idílica como podrían haber imaginado, especialmente Harry, a quien el Sombrero Seleccionador colocó en Slytherin y cuya relación con sus padres es más complicada de lo que jamás pensó que podría ser.

Notas de la autora:

Bienvenidas a Reinicio.

Lo primero que tenéis que saber es que vais a sufrir como unas perras leyendo este fic; quien avisa no es traidor. Lo segundo es que esto es un slow-burn, tanto para las relaciones sentimentales como para los acontecimientos; si no eres paciente y quieres sexo en los primeros 100k, este no es tu fic. Va a estar dividido en diferentes partes, cada una de ellas con una longitud de entre 70k y 90k aproximadamente, porque hay mucho que contar y, sobre todo, mucho que arreglar del horrible canon original. Y lo tercero, pero no menos importante, es que hay mucho feminismo, mucho contenido LGTB+, y temas delicados que pueden herir sensibilidades: alcoholismo, drogas, ansiedad, depresión, discriminación, homofobia, racismo, machismo, etc.

Reinicio surgió de la idea de un universo alternativo en el que las guerras contra Voldemort nunca se produjeron y cómo habría sido la vida de Harry si hubiera crecido estando sus padres vivos. Cualquiera diría que esto suena a fic bonito y fluff pero ¡JA! No lo es. La vida real rara vez es bonita y fluff, a decir verdad. Lo normal es que sea complicada porque a menudo hay conflicto de intereses que el amor, por sí solo, no es suficiente para solucionarlos, pero os prometo que tendrá final feliz.

En este fic me tomo la libertad para arreglar el canon (¡justicia para Sirius Black!) y escribir lo que a mí me habría gustado leer del universo potteresco, especialmente en lo referente a su composición y uso de la magia, respetando la historia original.

Este fanfic también está siendo publicado en AO3 al mismo tiempo.

Sin más dilación: ponte cómoda y prepárate para disfrutar de lo que espero que sea una lectura entretenida.


| REINICIO |

Parte I

Capítulo 1

Hicieron contacto visual, una señal con la mano que no sujetaba la varita y Harry siguió las indicaciones de Ron: primero iría él y su amigo, ahora compañero auror, le cubriría. Los refuerzos estaban de camino pero no había tiempo para esperar; sabían que su objetivo estaba dentro y ya se les había escapado las veces suficientes como para permitir que lo hiciera una vez más. Además, era un asunto personal.

Draco Malfoy era personal.

¡Petrificus totalus!

Su hechizo chocó contra una barrera de protección, alertando a Malfoy, quien dejó de estar acuclillado y se puso en pie para encararlos, varita en una mano y artefacto desconocido en otra.

—¡No vas a escapar esta vez, Malfoy!

—No tengo intención, Potter. Ha llegado la hora.

Se encontraban en una nave de un antiguo polígono industrial que los muggles habían abandonado hacía tiempo. Sus anteriores encuentros también habían sido en lugares similares: destartalados, lejos de la civilización, en especial de la sociedad mágica. Malfoy llevaba mucho tiempo huyendo del Ministerio y su aspecto consumido, sucio y descuidado lo evidenciaba.

El hombre que estaba frente a ellos parecía mucho mayor que el muchacho de veintiún años que realmente era. La ropa oscura estaba llena de polvo y tierra, y tanto la piel nívea como los cabellos platinos estaban ennegrecidos por la mugre.

Estaba visiblemente cansado, pero su musculatura relajada decía a Harry que no estaba mintiendo: no tenía intención de huir, sino de usar lo que fuera que tuviese en la otra mano.

—No tienes escapatoria esta vez, Malfoy —dijo Ron, acercándose lentamente hasta llegar a la altura de Harry—. Tenemos el edifico rodeado y encantado para impedir que desaparezcas otra vez. Ríndete y no te haremos daño.

—Solo por curiosidad: ¿acaso sabéis por qué me perseguís? ¿Os lo han contado o solo obedecéis sin rechistar como unos buenos chuchos?

Intercambiaron una mirada durante una milésima de segundo que les podría haber salido muy caro, pero Malfoy no se movió ni un ápice. Era difícil saber si estaba disfrutando o no del momento porque su rostro, que antaño había sido irritantemente expresivo, se había vuelto impertérrito.

Desafortunadamente, Harry había conocido a suficientes presos de Azkaban como para saber que el asilamiento en ese lugar tenía consecuencias diferentes en cada uno de sus reos. Algunos perdían la cordura, la mayoría de ellos a decir verdad, pero otros adquirían una aparente paz que no era sino el reflejo del vacío que quedaba cuando les drenaban la felicidad por completo.

No debería sentirse culpable de que Malfoy hubiese acabado pagando por sus crímenes, pero ahí estaba esa punzada en su corazón que tanto le inquietaba.

—Eres un fugitivo de Azkaban, entre otras muchas cosas —escupió Ron con rencor—. Por última vez, ríndete o tendremos que usar la fuerza.

Malfoy pasó la mirada de Ron a él y, en el instante en el que sus ojos se encontraron, Harry supo lo que pasaría a continuación.

Su accio sonó al mismo tiempo que el hechizo que pronunció Malfoy en latín, si bien no llegó a escuchar sus palabras, e impactó en el objeto mientras este salía disparado de las manos de su portador.

Estaba seguro de que había escuchado el mecanismo de un reloj, el tic-tac del segundero marcando el tiempo mientras todo se desvanecía, su cuerpo perdía las fuerzas y se desplomaba, sumiéndolo en la oscuridad.


Harry estaba seguro de que no había sido un sueño, pero poco podía fiarse de su mente últimamente, o los últimos años para ser más exactos. Había sido un milagro que hubiese pasado las pruebas psicológicas para obtener el título que le permitía operar como auror, aunque tampoco había sido necesario que superase los EXTASIS y su periodo de prueba había sido mucho más reducido de lo normal; el suyo, el de Ron y el del resto de los inscritos que se habían presentado a los pocos meses del fin de la guerra porque había mucho por hacer y pocas manos dispuestas a mancharse.

Él, sin embargo, necesitaba mancharse.

No era algo que fuese a reconocer en voz alta, pero mientras estuviera ocupado no tendría que lidiar con todo el estrés postraumático del que tanto le gustaba hablar a Hermione. Siempre que tuviese un caso en el que trabajar estaría estable, e incluso si las pesadillas no remitían, era más fácil lidiar con ellas si tenía un motivo por el que salir de la cama por las mañanas. Y seguía junto a Ron, así que todo eran ventajas.

O eso había pensado hasta que Malfoy se había escapado de Azkaban y atraparlo se había convertido en todo lo que era capaz de pensar e incluso soñar.

Se puso en pie con el habitual mareo por haberse incorporado demasiado rápido. Cerró los ojos, se agarró a la cama y esperó a que la habitación dejase de dar vueltas a su alrededor. Cuando los volvió a abrir, sin embargo, no se encontró en su dormitorio de Grimmauld Place, sino en un lugar que ciertamente no reconocía.

Sus sentidos hicieron el trabajo por él: la habitación parecía ser de hotel a juzgar por la falta de personalización, un hotel de lujo dado el mobiliario. Olía a alcohol, como bien demostraban las botellas vacías que había desparramadas por todas partes, y también a sexo y a vómito; una mezcla poco agradable recién levantado. El malestar de su cuerpo seguramente se debiera a la resaca y la luz que se filtraba por las cortinas a medio correr era demasiado molesta. No había ningún cuerpo junto a él, pero sí ropa tirada por el suelo y el sonido del agua de la ducha corriendo en la habitación continua; fuera quien fuese su acompañante, era una mujer.

Lo primero que buscó al salir de la cama fueron sus gafas y su varita, algo sencillo después de haber estado practicando tan asiduamente el realizar magia sin ella, concretamente un accio silencioso para atraerla; él era el único de su promoción que lo había conseguido hasta la fecha.

Gafas puestas y varita en mano, ahora se sentía preparado para encarar a quien quiera que estuviese en la ducha en ese momento. No era Ginny, de eso estaba seguro: el abrigo, el vestido, los tacones y la ropa interior que pertenecían a su acompañante no era algo que encontraría en su armario.

Una conocida punzada de remordimiento lo asoló al recordar su ruptura, y aunque ya había pasado un tiempo razonable para dejar de sentirse mal por ello, era una de tantas cosas que lo atormentaban en los escasos momentos en los que no estaba trabajando.

Para cuando terminó de vestirse, el agua del grifo había dejado de correr y su acompañante salió del baño; no la reconoció. Era una mujer esbelta y preciosa que sin dudas cuidaba su figura y, por la mirada que le dirigió, no le importaría lo más mínimo volver a ensuciarse.

—¿No estarías pensando en salir huyendo, verdad?

Quien quiera que fuera esa mujer lo escrutaba como si lo conociese bien.

Cruzó la habitación para interponerse entre él y la puerta de manera casual mientras se secaba el cabello con una toalla, inclinándose sugerentemente hacia delante para que su canalillo revelase la promesa de una ronda de sexo mañanero que pocos hombres serían capaces de resistir.

—Más bien estaba pensando en si esta habitación está pagada, porque no lo recuerdo.

Su sonrisa al final de la frase provocó otra en la hermosa mujer que tenía frente a él. Sus cabellos estaban teñidos con mechas rubias para darle color, pero en ese momento no estaba usando maquillaje y, aun así, era preciosa. Harry no sabía cómo la había conocido, tampoco tenía ni idea de cómo había llegado a ese lugar o de dónde estaba realmente, pero mantenía su varita sujeta y a la vista porque si era una trampa, quería que se lo pensase dos veces antes de hacer nada estúpido.

—¿A quién le importa? —rió ella—. ¿Pedimos desayuno?

—Creo que pillaré algo de camino a…

A ninguna parte, por el momento, porque la mujer dejó caer la toalla al suelo, luego se deshizo del albornoz y acto seguido se subió sobre él a horcajadas y lo besó invasivamente.

Por un instante, Harry no supo qué hacer con sus manos más allá que usarlas como sujeción para no caer hacia atrás. Unos segundos después, la tomó de las caderas, varita todavía en mano, y aunque la correspondió durante unos instantes, no dudó en cortar el beso.

—Esta no es la clase de desayuno que me apetece ahora mismo —dijo, y clavó la punta de la varita en su abdomen.

Ella se separó para poder observar la varita que la punzaba y luego se levantó con expresión de consternación.

—¿Qué coño haces, Harry? ¿Vas en serio?

—Estoy cansado y me tengo que ir, pero no estás escuchando.

Detestaba comportarse de esa manera, pero cuando se encontraba así de cansado y resacoso, su paciencia brillaba por su ausencia y, después del acoso constante que sufría, y de los intentos de sus detractores por matarlo aprovechando la cercanía que les confería ese acoso, el decoro y la vergüenza se habían disipado cuando se trataba de quitarse a alguien de encima, especialmente a una mujer bella.

Salió de la habitación y desapareció de inmediato, dando un salto hacia una calle muggle y luego otro más hacia una segunda y una tercera; si había alguien siguiéndole, lo despistaría de esa manera.

El Londres muggle se había convertido en su refugio y había acabado conociéndolo muy bien durante esos últimos años; tan solo a Ron le había revelado su patrón de apariciones y se lo había enseñado únicamente porque era una de las pocas personas en las que podía confiar de verdad y por su propia seguridad. Si le pasaba algo, alguien tendría que encontrarlo.

Debería estar en el Ministerio a esas horas, aunque sería mejor pasar primero por casa y darse una ducha; todavía apestaba. Fue entonces cuando reparó en la ropa que llevaba: una túnica de gala, un abrigo que sin dudas costaría su sueldo entero y unos zapatos que no había calzado en su vida. No tenía ni idea de dónde había sacado esa ropa, ni quién era esa mujer, ni qué había pasado la noche anterior.

Hasta donde alcanzaba su memoria, uno de sus soplones había reconocido a Malfoy, así que Ron y él se habían adelantado en su búsqueda, enviando un patronus por el camino. Llevaban meses tras su pista y estaban hartos de que siempre se les escapase. De eso a despertar de la manera en que lo había hecho faltaban recuerdos que solo podía explicar cómo que el hechizo de Malfoy, fuera lo que fuese, le había hecho algo.

Apareció en el punto seguro a unas casas de distancia del número 12 y caminó con un poco de vergüenza porque, sin dudas, esos ropajes eran llamativos entre los muggles, pero no había nadie asomado en la ventana ni caminando por la acera en ese momento, afortunadamente.

Su destino, para su sorpresa, estaba visible y eso disparó sus alarmas; el número 12 de Grimmauld Place solo se revelaba cuando él trazaba el patrón mágico con su varita.

Cuando la puerta se abrió y un hombre de mediana edad salió de ella, el corazón de Harry se detuvo y las piernas estuvieron a punto de fallarle.

Esto no podía ser real.

Sirius estaba saliendo por la puerta, un Sirius sin tatuajes, con el pelo corto y limpio, vistiendo un abrigo negro elegante pero mucho menos llamativo que el suyo. Se dio cuenta de su presencia de inmediato y su rostro se contrajo en una expresión de sorpresa que enseguida disimuló. Se acercó a él mientras la casa volvía a ocultarse y entonces el corazón de Harry latió muy, muy rápido.

—¿Qué haces aquí, Harry?

Ese hombre no era Sirius. Esa no era su voz. Ni siquiera era tan alto como él. Tenía sus mismos ojos grises, pero ahora que estaba más cerca notaba las diferencias en el resto de sus rasgos faciales: la mandíbula ligeramente más angulosa, la nariz un poco más recta, una levísima y casi imperceptible cicatriz en la ceja derecha.

Ese hombre no era Sirius, pero se le parecía muchísimo y le conocía, aunque eso no era ni relevante ni una novedad.

—¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi casa?

Le apuntó con la varita que todavía llevaba en la mano y adoptó una postura defensiva.

El falso Sirius alzó las manos y se tensó en alerta.

—Mierda, Harry, vas drogado. Baja esa varita antes de que hagas daño a alguien con ella.

—¿Qué? No estoy drogado. Te he hecho dos preguntas; no volveré a repetirlas.

Y no lo hizo, pero porque el hombre frente a él, ese que tan dolorosamente se parecía a Sirius pero no era Sirius, hizo que se desmayase con un movimiento tan rápido de varita que ni siquiera la vio sacarla.

Quizás ni siquiera necesitó hacerlo.


La siguiente vez que se despertó, Harry reconoció a la persona que lo vigilaba, y el sobresalto que se llevó a continuación lo sentó de golpe sobre la cama con los ojos muy abiertos y el consecuente mareo por el abrupto movimiento.

—¿Ya estás consciente? Bien, porque tienes muchas explicaciones que dar.

Severus Snape, el mismísimo Severus Snape al que había visto morir frente a sus ojos, justo después de entregarle sus recuerdos más preciados, estaba parado frente a él con la misma expresión de enfado y desagrado que le había dirigido tantas veces cuando había sido su profesor. Apenas había envejecido, pero había dos cosas muy llamativas en él: el cabello lo llevaba corto, limpio y brillante, y no vestía completamente de negro, sino con lo que parecían ser unos vaqueros oscuros y un jersey gris sobre una camisa blanca que sin dudas eran ropa muggle.

—¿Qué estabas haciendo yendo a la casa de los Black? ¿En qué andas metido ahora?

Tras él continuaba el falso Sirius, cruzado de brazos y con la espalda apoyada en la puerta cerrada. El dormitorio en el que se encontraban era propio de alguien que no había terminado de salir de la adolescencia a juzgar por la cantidad de posters y objetos relacionados con el quidditch que había.

—Tu madre ya tiene suficiente con su trabajo como para tener que estar preocupándose por ti y por tu falta de sentido común, Harry Potter —bramó Snape, aunque no pronunció su nombre completo con el mismo desprecio con el que solía hacerlo durante sus años en Hogwarts.

—Espera, ¿mi madre? —preguntó sin entender y con un conocido y punzante dolor en la cicatriz que desencadenaría una migraña; según el medimago al que Hermione le obligaba visitar una vez cada quincena, ese dolor era parte de su estrés postraumático brotando de forma incontrolada—. ¿Estoy muerto?

—Ya lo ves, Sev; no dice nada con sentido. Dale una poción para que duerma y se le pase, será lo mejor.

—¿Qué has tomado? ¿Xromia? ¿DLM?

—Algún alucinógeno seguro porque tú estás muerto y tú ni siquiera sé quién eres —dijo con fastidio—. Si estás dentro de mi cabeza, Malfoy, voy a ponerle fin a esto ahora.

Tenía que ser eso. No tenía ni idea de cómo Malfoy había aprendido a meterse en la cabeza de los demás de esa manera y crear ilusiones tan potentes, pero él había mejorado con la oclumancia y si se concentraba lo suficiente, lo expulsaría.

Cerró los ojos y puso todo su empeño en ello, pero no lo consiguió.

—Ahí lo tienes: legeremancia bajo el efecto de drogas. Lily lo va a matar.

—Lily no se va a enterar, Regulus. Yo me ocupo de esto, pero deberías hablar con Narcissa sobre el otro.

—¿Por qué siempre acabo implicado?

Con resignación, el falso Sirius salió del dormitorio y dejó de estar a la vista. Si una versión más informal de Severus Snape no continuase mirándolo con desaprobación y como si estuviese decantándose entre diferentes métodos de tortura, Harry habría exigido explicaciones, pero todo era una treta de Malfoy.

Estaba en su cabeza, recreando esa ilusión, aunque más allá de confundirlo no entendía cuál era su finalidad. Confundirlo para ganar tiempo suficiente con el que escapar, eso debía ser.

—Esto es lo que vas a hacer ahora: vas a ducharte, vas a vestirte y vas a bajar a comer. Tu madre no volverá hasta la noche, así que tenemos toda la tarde para hablar sobre lo que vas a hacer con tu vida a partir de ahora, porque se acabaron las fiestas, holgazanear todo el día y desperdiciar tu tiempo destruyéndote de esta manera. Esto no es una advertencia, Harry, es un ultimátum: vuelve a fastidiarlo y te mando directo al Bonham.

El Bonham, si Harry no estaba equivocado, era un centro de desintoxicación asociado al hospital San Mungo, pero ubicado en un recinto independiente y en una dirección diferente dado que no todos sus pacientes ingresaban por voluntad propia.

No tuvo tiempo para replicar porque Snape se marchó cerrando de un portazo que fue atroz para su migraña, aunque era un tipo de dolor con el que había aprendido a convivir.

La de ese momento quizás estuviera siendo producida por su esfuerzo por liberarse de la ilusión y expulsar a Malfoy de su mente, ya que se había vuelto más punzante desde que había visto a Snape.

No esperó a que el falso Snape regresara: desapareció una vez más, siguiendo su ruta segura, y acabó vomitando en la papelera de un parque muggle; la ilusión era lo suficientemente consistente como para fatigarlo físicamente.

Uno de sus entrenamientos en la academia de aurores había sido precisamente contra ilusiones e intrusiones mentales. Harry no había sobresalido en ese campo, pero había mejorado desde sus primeras lecciones con Snape. Con el verdadero Snape, el que estaba muerto, no esa copia extraña, pero al menos, Ron y él podrían reírse cuando le describiese su aspecto.

—Menuda cara.

La voz de Malfoy lo sobresaltó.

Se había sentado en el banco junto a la papelera para concentrarse en lo que habían intentado enseñarle en la academia y, entonces, Malfoy había aparecido frente a él, vestido con unos pantalones ceñidos y un jersey de cuello alto negro bajo un abrigo camel que sin dudas no era muggle.

Su aspecto era muchísimo más elegante, aseado y, sobre todo, sano de lo que lo había sido en sus últimos encuentros desde su fuga de prisión.

—Levanta, Potter. Tenemos mucho de lo que hablar, pero no aquí.

—¿De qué va todo esto, Malfoy? ¿Qué era ese hechizo que lanzaste?

Al ver que no se movía, Malfoy tomó asiento en el banco con una elegancia propia de la aristocracia; habían pasado años desde la última vez que lo había visto sentarse de esa manera, pero era uno de los muchos detalles que su yo adolescente había percibido sin ser realmente consciente de que lo estaba haciendo. Su entrenamiento para convertirse en auror, sin embargo, había pulido su capacidad para percibir detalles que transmitían información valiosa.

—¿Con quiénes te has cruzado hoy?

—¿Qué?

—Responde, Potter. Es importante.

—Sé que estás dentro de mi cabeza, Malfoy. Sabes perfectamente a quiénes me has hecho ver.

En la mano derecha, Malfoy llevaba un anillo con el sello de su familia. Ambas manos permanecían visibles y, la izquierda, la mano con la que no sujetaba la varita, se frotaba los dedos índices y corazón con el pulgar en un gesto nervioso que hacía de manera inconsciente desde niño.

—Potter, esto no es ninguna ilusión. No estoy en tu mente. Estamos en una línea temporal diferente a la nuestra.

—¿De qué coño hablas?

—Nuestro mundo, por llamarlo de alguna manera, ya no existe. Nunca lo ha hecho. La guerra jamás sucedió porque quien tú sabes fue detenido en los sesenta. La historia ha sido reescrita.

Harry no supo qué decir. Lo que estaba escuchando no tenía sentido alguno. El dolor estaba martilleando su cabeza como si quisiera reventarle los sesos y él estaba demasiado fatigado por tantas apariciones seguidas con el estómago vacío y la resaca de la noche anterior reinando en su cuerpo como para pensar con claridad.

—Mírate en el espejo, ¿ves alguna cicatriz? —preguntó Malfoy mientras sacaba un pequeño espejo de bolsillo y proyectaba su imagen en él.

Hasta ese momento, Harry no había notado la ausencia de su barba, mucho menos la falta de la cicatriz con forma de rayo que se extendía por su frente.

—¿Esperas que me crea esa historia solo porque has encantado el espejo para que proyecte una imagen de mí sin la cicatriz?

El rostro de Malfoy se contrajo en una mueca de fastidio que resultó ser mucho más familiar que cualquier otra cosa que hubiese presenciado ese día.

—Le he enviado una lechuza a Weasley para que se reúna conmigo en una cafetería muggle del Soho. Os lo explicaré a la vez para ahorrarme tener que repetirlo.

Malfoy se puso en pie y le tendió la mano.

—Sé que no confías en mí y entiendo que justificar lo que has visto hasta ahora es fácil creyendo que estoy metido en tu cabeza y que todo esto no es real, pero si no quieres que te encierren en San Mungo por locura demencial, ven conmigo.

Harry vaciló; dirigió la mirada de la mano hacia los ojos de Malfoy y viceversa varias veces mientras tomaba una decisión. Si todo era mentira y Malfoy realmente estaba en su cabeza como sospechaba, entonces daría igual a dónde fuera porque continuaría encontrándolo. Pero si lo que decía era cierto, por imposible que sonase, entonces necesitaba escuchar esa explicación, después de todo, esa no sería la primera vez que Harry experimentaba un suceso imposible con el tiempo.

Se puso en pie y le agarró del antebrazo. Malfoy asintió y ambos desaparecieron juntos.


La cafetería a la que Malfoy lo condujo efectivamente se encontraba en el Soho y estaba compuesta por dos plantas con un diseño moderno y elegante. En la superior había pequeños reservados que conferían privacidad y en uno de ellos era donde se encontraban Ron y, para su sorpresa, también Hermione.

Todavía vistiendo con la túnica y el abrigo de confección mágica, los muggles le habían seguido con la vista y Harry se había sentido muy incómodo. Malfoy había ignorado sus miradas y lo había guiado junto a sus amigos.

—Gracias por venir, Weasley. Hola, Hermione.

Malfoy se inclinó para besar su mejilla y ella sonrió, cómoda con la acción. Tomó asiento a su lado y señaló el que quedaba frente a él, junto a Ron, para invitarlo a hacer lo mismo.

Ese día se estaba volviendo cada vez más surrealista, pero al menos Ron estaba igual de desconcertado que él. Más pálido de lo habitual, su amigo parecía incapaz de parpadear; estaba vestido con ropa que no era muggle, pero tampoco desentonaba tanto como Harry.

Esta era la oportunidad que estaba esperando; no había manera de que Malfoy supiese los códigos de saludos que Ron y él habían establecido para reconocerse cuando se encontraban. Eran códigos que bajo ninguna circunstancia se saltaban porque todavía quedaban mortífagos y simpatizantes sin capturar y estos se habían organizado para continuar la obra de su señor; cualquiera podría ser uno bajo un encantamiento desilusionador o una poción multijugos. Actuaban con cautela y atacaban a sus objetivos de manera muy calculada; fuera quien fuese quien los estuviera comandando, no tenía la necesidad de darse a conocer todavía y eso los hacía enfrentarse a un enemigo sin identidad.

Harry se llevó la mano al ombligo y fingió apretárselo; la señal no era esa, sino la posición de sus dedos. Ron lo observó y respondió en consecuencia frotándose la nariz; tampoco era el gesto, sino las veces que la frotaba.

Aliviado con que el Ron que tenía delante fuese el Ron de verdad, Harry tomó asiento a su lado sin manifestarlo y una mirada con su amigo fue suficiente para saber que tampoco tenía ni idea de lo que estaba pasando.

—Me desperté esta mañana en mi antigua habitación en la Madriguera, Harry —dijo, prestando más atención a Malfoy y a Hermione que a él—, y Fred estaba desayunando en la cocina. Me dijo que había llegado una carta para mí. Era de Hermione, así que vine aquí como me pedía. Pero adivina…

—Estamos en un universo paralelo o algo así —finalizó Harry.

—Eso dicen —contestó Ron, compartiendo una rápida mirada de entendimiento con él antes de devolver su atención a ellos.

Ciertamente, Hermione tenía un aspecto diferente de la última vez que la habían visto. Para empezar, el cabello largo y enmarañado era ahora corto y los rizos caían con gracia enmarcando su rostro. Estaba usando maquillaje de manera muy favorecedora y la ropa, si bien muggle, le daba una apariencia sofisticada y menos informal de lo que solía usar para vestir.

—Sé que es difícil de creer —dijo Hermione, con voz dulce y empática—, pero dejad que Draco os lo explique, por favor.

—Espera, pongamos a Harry en antecedentes —dijo Ron, dirigiéndose a ella con desdén—. Resulta que en esta realidad o lo que sea, Malfoy y Hermione son mejores amigos, pero nosotros tres no lo somos. Él la está usando para aplacar el impacto que nos va a causar todo esto.

Un camarero se aproximó a su mesa en ese momento, así que Ron guardó silencio y se enderezó, pero el chico, que debía de tener su edad aproximadamente, no se libró de que lo fulminase con la mirada porque de alguna manera tenía que dejar escapar su frustración.

—¿Puedo tomar nota de lo que van a pedir? —preguntó casi con temor.

—Un café solo, un desayuno inglés completo y una tila, gracias —dijo Malfoy por todos ellos.

Hermione tenía té y Ron tenía su propio café a medio terminar, así que lo que Malfoy había pedido probablemente fuese para ellos. El cuerpo de Harry necesitaba ingerir comida y una poción para la resaca, pero la situación era demasiado inverosímil como para preocuparse por ello.

—Sé que para vosotros tan solo han pasado unas horas desde que estabais en esa nave industrial buscando al Malfoy fugitivo de vuestra línea temporal —dijo Hermione, retomando la conversación—, pero nada de eso ha pasado en realidad porque los inefables lo cambiaron todo. He visto los recuerdos de Draco, y… todo lo que sucedió fue horrible. La guerra, las pérdidas, no puedo ni imaginar por lo que habéis pasado y lo confuso que debe ser despertar de repente en una línea temporal donde nada de eso ocurrió. Donde vuestras vidas son completamente diferentes. Pero será más fácil de digerir si tenéis toda la información desde el principio, por eso estamos aquí.

—Bien. Empieza por el principio —dijo Ron, adoptando la misma actitud seria e inquisitiva de los interrogatorios; Harry agradeció que se ocupase porque él no podía lidiar con todo eso en ese momento—. Estuvimos en tus juicios, Harry declaró a tu favor, pero aun así te condenaron a Azkaban. Al principio no le di importancia, pero conforme estudiaba nuestro código penal y repasaba casos semejantes, me di cuenta de que había sido una condena excesiva. No te mandaron a Azkaban, ¿verdad? Los inefables te reclutaron.

Malfoy asintió; ahí estaba de nuevo la expresión impertérrita con la que los había encarado en la nave hacía tan solo unas horas.

La deducción de Ron no lo sorprendió porque ya lo había mencionado hacía tiempo; a ambos les había parecido extraño que Draco fuera a Azkaban y su padre se librase, aunque días más tarde habían encontrado su cadáver en un callejón circundante al Knockturn.

Cuando les informaron sobre la fuga de Malfoy, ambos se ofrecieron voluntarios e incluso suplicaron que les dejasen ocuparse del caso, alegando que lo conocían lo suficientemente bien como para poder anticiparse a sus movimientos y lograr capturarlo; sus superiores habían aceptado sin poner objeciones.

Ron, al igual que él, se había concentrado en su trabajo para no tener que lidiar con el estrés postraumático de la guerra. Había cambiado mucho en los últimos años: rara vez bromeaba y estaba enfadado la mayor parte del tiempo. Harry entendía cómo se sentía porque él había estado enfadado durante mucho tiempo también, pero cuando todo se había terminado, el enfado se había disipado y tan solo había quedado una profunda tristeza de la que solo el trabajo lograba distraerlo.

El caso de Malfoy los había mantenido ocupados durante meses.

—Efectivamente —confirmó Malfoy—. Mi madre compartió información valiosa para salvarme de Azkaban y yo acepté colaborar con ellos a cambio de que no condenasen a mis padres. Pero acabar o no en Azkaban daba igual porque sabían que si no los condenaban, acabarían asesinándolos como lo hicieron. Ella se había ido de la lengua, así que los simpatizantes de quien vosotros sabéis se ocuparían, y él había sido un mortífago, cualquiera que hubiera perdido a un ser querido y tuviera sed de venganza les haría el trabajo. Ni siquiera se molestaron en abrir una investigación cuando los encontraron.

Hermione posó su mano sobre su puño cerrado y él inspiró hondo, cerrando los ojos un momento.

—Tus padres están vivos, Draco. Sanos y a salvo. Respira.

Siguiendo su petición, Malfoy inspiró y expiró varias veces, sujeto a su mano para contener el ligero temblor que le recorría el cuerpo.

Él aprovechó para mirar a Ron, pero su amigo tenía la mirada clavada en ellos con expresión compungida.

—Entonces —interrumpió el momento, ganándose una mala mirada de Hermione por su falta de consideración—, ¿qué pasó cuando te reclutaron los inefables? ¿Qué hiciste durante ese tiempo?

—Quien vosotros sabéis…

—¡Por Merlín, Malfoy! Llámalo Voldemort —escupió Harry sin poder evitarlo.

Todavía había gente que no era capaz de pronunciar su nombre, incluso si tenían la certeza de que esta vez no volvería. El miedo que inspiraba su nombre seguía presente y probablemente perduraría tanto como viviesen sus contemporáneos, pero era algo que podía con los nervios de Harry.

Afortunadamente, el camarero reapareció en ese momento trayendo su desayuno en la bandeja; intimidado por la atmósfera que había, sirvió las bebidas y la comida siguiendo el gesto de la mano de Malfoy que indicaba dónde debía colocarlo y se marchó de inmediato.

El desayuno inglés y el café eran para Harry aparentemente y la tila para él.

—Voldemort —dijo Malfoy, contrayendo el rostro en una expresión de dolor momentánea— había estado haciendo experimentos cuando transformó mi casa en su cuartel general. Tenía una sala privada a la que no permitía que nadie entrase sin su consentimiento. Pasaba horas encerrado allí cuando no estaba ocupado torturando gente o comandando su ejército. Cuando regresamos a casa el día de su muerte, fui a esa sala y encontré el reloj. Pensé en usarlo como moneda de cambio cuando viniesen a por nosotros, pero lo confiscaron.

—¿Qué era ese reloj? —preguntó Harry, recordando haber escuchado el sonido de su mecanismo cuando Malfoy había lanzado el hechizo, justo antes de desfallecer.

—Un giratiempos modificado.

—¿Para qué quería Voldemort modificar un giratiempos? —cuestionó Harry ceñudo.

—Por fortuna, nunca lo sabremos —contestó Malfoy mientras echaba en la infusión unas gotas de un frasquito que sacó de su bolsillo y bebió un trago después—. Los inefables, sin embargo, decidieron usarlo para volver atrás y acabar con él, pero no podían quebrantarlo porque la magia ancestral de mi familia lo protegía.

Años atrás, Harry habría preguntado qué quería decir con eso de magia ancestral, pero después de haber tenido que lidiar con ella en la antigua casa de los Black, estaba más que familiarizado con su naturaleza.

Cuando una misma familia pasaba generaciones residiendo en un mismo lugar, la magia adquiría carácter propio y la casa desarrollaba personalidad. La magia ancestral de Hogwarts, por ejemplo, había tomado bando en la guerra y los había ayudado a enfrentarse a los mortífagos durante la batalla final.

La residencia de los Malfoy era lo suficientemente grande como para convertirse en su cuartel general de operaciones y proporcionar a Voldemort la magia de protección que necesitaba para su experimento, comprendió Harry.

—¿Por qué te usaron a ti y no a tu padre para deshacer su protección? —preguntó Ron en esa ocasión.

—Porque mi padre había permitido que extraños invadiesen nuestra propiedad, así que la magia ancestral lo rechazó y me eligió a mí como el nuevo cabeza de familia.

Su explicación tenía sentido y tanto Ron como él lo sabían bien; la casa de los Black había estado sin un cabeza de familia claro cuando se mudaron a ella tras la guerra y doblegarla había sido una tarea ardua y extenuante.

—Entonces has pasado los últimos cuatro años trabajando con los inefables para poder dar uso al giratiempos de Voldemort —recapituló Ron mientras se reacomodaba en su asiento.

—Pasé vuestros cuatro últimos años trabajando como inefable para poder dar uso al giratiempos de Voldemort, sí —confirmó Malfoy, cuya mano ya no estaba sujeta a la de Hermione—. La idea de reescribir la historia me obsesionó: si podía evitar que todo eso ocurriese, las guerras y las muertes, recuperaría a mi familia y podría tener una vida diferente.

Sintió la mirada de Ron posarse sobre él, pero Harry era incapaz de devolvérsela. No podía quitar sus ojos de Malfoy porque la idea, la simple idea de tener una vida diferente, con sus seres queridos junto a él, había sido un pensamiento que se había prohibido para no sucumbir a la tentación de llevar a cabo alguna acción estúpida con desenlace trágico.

Malfoy, por el contrario, sí había sucumbido y, quizás, con más éxito del que él hubiese tenido.

—George tenía su oreja intacta y Fred está vivo, Harry… —murmuró Ron con apenas un hilo de voz.

Él había visto a Severus Snape, a Regulus Black y ambos habían hablado sobre su madre como si no estuviese muerta.

No podía creerlo. No quería albergar esperanzas de un imposible para que se lo volviesen a arrebatar. Su corazón no soportaría otra pérdida.

—Lo hicimos —afirmó Malfoy con solemnidad—. Ellos viajaron atrás y cambiaron la línea temporal, pero yo no quería olvidarlo todo, así que me protegí. Concentré un hechizo de estasis en una réplica del giratiempos de Voldemort que creé, pero los inefables lo descubrieron e intentaron quitármelo. Ahí fue cuando escapé y, para capturarme, divulgaron todas esas mentiras sobre mí.

—La fuga de Azkaban —comprendió Harry.

—Pero estabas hecho un desastre —terció Ron—. Realmente parecías un fugitivo.

—Estaba enfermo —reveló—. Voldemort había establecido una maldición en su giratiempos para evitar que lo manipulasen y ni siquiera la magia ancestral de mi familia logró protegerme de ello.

—Cuando te encontramos dijiste que era la hora —recordó Harry—. ¿La hora de qué?

—La hora de que volviesen atrás y lo cambiasen todo. Es complicado de explicar, pero por cómo estaba confeccionado el giratiempos, solo podía efectuarse ese día, en ese momento. Por eso me escondí en una nave muggle abandonada, pero para variar, Potter, metiste las narices donde no te concernía y hemos acabado como lo hemos hecho.

—¿Qué insinúas? —espetó a la defensiva.

—Que Weasley y tú no fuerais reiniciados como todos los demás se debe únicamente al accio que lanzaste cuando Draco activó el hechizo de estasis —explicó Hermione—. Os alcanzó a los tres.

Harry no pudo mediar palabra. Su mandíbula se había desencajado ante la comprensión de lo sucedido. Ron, por su parte, se puso en pie y se llevó las manos a la cabeza mientras caminaba por el pasillo, demasiado agitado como para permanecer quieto o que le importase si llamaba la atención mientras mascullaba.

La mente de Harry repitió en bucle su encuentro con el falso Sirius —Regulus Black— y el extraño Snape. Analizó cada palabra que le habían dirigido, cada detalle de la habitación que podía recordar, pero lo verdaderamente importante había sido la manera en que habían hablado de su madre.

Su madre, Lily Potter, estaba viva en esa línea temporal.

Necesitaba escucharlo en voz alta.

Estaba a punto de preguntarlo cuando Ron volvió a la mesa y estampó las manos sobre ella, sobresaltándolos a todos.

—Si tu hechizo de estasis solo nos ha alcanzado a nosotros tres, ¿por qué Hermione sabe todo esto? ¿Cómo te ha dado tiempo a contárselo todo, hacer que te crea y que acepte cooperar contigo para que nosotros también te creamos, si solo llevamos unas horas en esta nueva línea temporal? ¡Explícate, ahora!

—Lo haré —dijo con urgencia, alzando una mano para indicar que se calmase—, pero siéntate y no levantes la voz, ¿o quieres que todos los muggles se enteren también?

—Ron —suplicó Harry, porque necesitaba las mismas respuestas que él.

Ron volvió a sentarse a su lado y apretó los puños para contenerse.

—Había olvidado lo difícil que es tratar con vosotros dos —murmuró Malfoy mientras se pasaba las manos por la cara e inspiraba hondo.

—Draco no me lo ha contado esta mañana, Weasley —dijo Hermione, la única capaz de mantener la serenidad y la compostura a esas alturas; hablaba con empatía, pero le faltaba el afecto con el que habitualmente se dirigía a ellos—. Él, al contrario que vosotros, no lleva unas pocas horas aquí, sino… diez años.

—¿Qué? —soltaron Ron y él a la vez.

—Cuando la línea temporal cambió y descubrió que el hechizo también os había afectado, usó el giratiempos para volver atrás, a primer curso, y prepararlo todo para vuestra llegada.

—No solo lo hice por eso —quiso aclarar Malfoy—. Ya planeaba retroceder, por eso dupliqué el giratiempos.

—Claro, era la mejor decisión —concedió Hermione, y si Harry sentía que Malfoy les había robado el cariño de Hermione, no quería ni pensar en lo que estaba sintiendo Ron en ese momento—. No es lo mismo reconstruir tu vida a los veintiún años que a los once.

—Quería hacer las cosas bien esta vez —dijo, dirigiéndose a ellos—, y prepararlo todo para cuando aparecierais. Yo sabía que sería un extraño en mi propia vida y estaba mentalizado para ello, pero vosotros no y esperaba la reacción escéptica que habéis tenido.

—Cuando dices prepararlo todo, ¿a qué te refieres? —preguntó Harry.

Hermione abrió su bolso y sacó dos carpetas que depositó sobre la mesa, una frente a cada uno.

—Hemos resumido la información básica que necesitáis saber sobre vuestras vidas para ayudaros a superar el shock inicial y que os adaptéis lo mejor y más rápido posible.

Ron y él compartieron una mirada de pavor; estaban a punto de descubrir quiénes eran en esa línea temporal sin siquiera haber digerido que todo su mundo, todo lo que conocían y habían vivido, nunca había sucedido porque Malfoy y unos inefables habían cambiado el curso de los acontecimientos y, por accidente, ellos no habían sido reiniciados también.

Ninguno de los dos estaba preparado para afrontarlo.